Decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuenta el libro de Amadís… y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueños, y no es de maravillar que yo escriba aquí de esta manera, porque hay mucho que ponderar en ello que no sé cómo lo cuente: ver cosas nunca oídas, ni aun soñadas, como veíamos.
BERNAL DíAZ DEL CASTILLO
Comando: unidad militar entrenada en tácticas de guerrillas como el combate cuerpo a cuerpo y los ataques de pega y corre.
Enciclopedia Británica
El martes 8 de noviembre de 1519, en la mañana de un día probablemente fresco y luminoso, los soldados de Cortés y sus aliados avanzan hacia “la gran ciudad de Temixtitan” [p. 57]. Van cruzando los pueblos que se encuentran al borde del lago como Mexicaltzingo y divisan Coyoacán y Churubusco. Pasan luego a la calzada de Iztapalapa, que conduce al centro de la isla. En el fuerte de Xólotl, donde se unía esta calzada con la de Coyoacán, reciben a los españoles 1 000 hombres principales, que hacen sus ceremonias de saludo y acatamiento. Después de pasar uno de los puentes que interrumpían la calzada para permitir la navegación y el paso de las aguas, en un lugar situado en la actual calle de Pino Suárez, a un costado del Hospital de Jesús, se realiza el primer encuentro del señor azteca y del capitán español.1 Ambos se esperaban con ansiosa curiosidad y confusos sentimientos. Ninguno sabía cuál iba a ser el desenlace del drama que representaban, pero sabían ya que iba a ser decisivo para sus pueblos y para ellos mismos.
Motecuhzoma, que iba acompañado de 200 señores, descendió de las andas que lo transportaban y apoyado en dos señores se adelantó por en medio de la calzada a recibir a su huésped. Según el relato de los informantes indígenas, Cortés había dispuesto que su ejército, “a punto de guerra”, desplegara sus banderas y que los tambores tocaran con toda su fuerza.2 Al llegar cerca del monarca indio, el capitán bajó de su caballo y fue a su encuentro con ánimo de abrazarlo a la española, lo que le impidieron los acompañantes de Motecuhzoma.3 Después de los parlamentos ceremoniales, en el primer intercambio personal de obsequios, Cortés le echa al cuello un collar de cuentas de vidrio, al que Motecuhzoma corresponde con uno de caracoles colorados y camarones de oro “de mucha perfección” [p. 58].
Una vez instalados los huéspedes en “una muy grande y hermosa casa”, el palacio de Axayácatl, situado en la gran plaza y a un costado del Templo Mayor, y obsequiados de nuevo con ropas y joyas, Cortés recoge en su relato la exposición que le hizo Motecuhzoma de la historia de su pueblo azteca y de la larga espera del retorno de Quetzalcóatl, que habría de venir a sojuzgarlos.
Dibujo de Miguel Covarrubias.
Cortés recibido por Motecuhzoma. Códice Durán, XXV.
Para Motecuhzoma, Cortés es todavía el enviado de Quetzalcóatl-Carlos V y por lo tanto acepta su dominio. El parlamento concluye con la dramática exhibición que hace Motecuhzoma de su humanidad ante la codicia española: “que soy de carne y hueso como vos y como cada uno, y que soy mortal y palpable”, y con una protesta respecto al límite de sus riquezas [pp. 59-60].
Después de seis días de reposo y abundancia, Cortés entra de nuevo en acción. Refiere que tuvo noticias de que Cuauhpopoca, señor de Nautla o Almería, y súbdito de Motecuhzoma, había dado muerte en una emboscada a cuatro españoles y que, al tratar de vengar su agravio, habían muerto otros soldados, incluso Juan de Escalante, el capitán que había dejado a cargo del destacamento en Veracruz.4 Suponiendo que la acción de Cuauhpopoca fue instigada por el señor de México, Cortés apresa al monarca indio y días más tarde le pone grillos [pp. 61-63].5 Al mismo tiempo, le exige que haga traer a Cuauhpopoca y, en una hoguera formada por carretadas de flechas, escudos y mazas indias, lo hace quemar junto con otros principales en la plaza mayor de la ciudad de México.
Contradiciendo esta versión de Cortés, confirmada por López de Gómara y Bernal Díaz, los testimonios indígenas y de los historiadores que siguen estas fuentes, recogidos por Eulalia Guzmán,6 afirman que Motecuhzoma quedó como prisionero de Cortés y que fue aherrojado desde el momento de la primera visita a sus huéspedes o aun en su encuentro mismo.
En efecto, en la versión castellana del libro de la Conquista, de Sahagún, se dice:
De que los españoles llegaron a las casas reales con Motecuhzoma, luego le detuvieron consigo, nunca más lo dejaron apartar de sí, y también detuvieron consigo a Itzcuauhtzin, gobernador de Tlatilulco.7
El testimonio de fray Diego Durán es más violento; no sólo apresaron a Motecuhzoma, sino que aun lo aherrojaron desde el primer encuentro, lo cual parece inverosímil, como le parecía al mismo historiador:
Y según relación y pintura de algunos antiguos viejos, dicen que desde aquella ermita [Tocitlan] salió Motecuhzoma con unos grillos en los pies. Y así lo vi pintado en una pintura que en la provincia de Tezcuco hallé en poder de un principal ya viejo. El cual (Motecuhzoma), así aherrojado, iba en una manta, echado en hombros de los principales. Lo cual se me hizo cosa dura de creer, porque ningún historiador he hallado que tal conceda. Pero, como niegan otras, más claras y verdaderas y las callan en sus historias y escrituras y relaciones, también negarán y callarán ésta, por ser una de las más mal hechas y atroces que se hicieron. Aunque un conquistador religioso me dijo que, ya que se hiciera, fue con fin de asegurar su persona el capitán a sí y a los suyos. Juntamente llevaron presos a los demás reyes de Tezcuco y Tacuba, y al señor de Xuchimilco, que era tan gran señor como los demás, y uno de los más privados y allegados de Motecuhzoma y de quien se hacía mucho caso.8
Alegoría de la Nueva España. Motecuhzoma con grillos en los pies. Muñoz Camargo, Descripción de Tlaxcala, Ms. de Glasgow, 20.
El “conquistador religioso” aludido por Durán es fray Francisco de Aguilar, quien, en su Relación breve, hace gran elogio de Motecuhzoma, describe sus baños y comidas, pero nada dice de que lo trajeran aherrojado desde el primer encuentro con Cortés, sino simplemente que “estaba preso y detenido en una sala” — lo mismo que, después del sexto día de la llegada a México, dicen Cortés, López de Gómara y Bernal Díaz— y que él, Aguilar, cuando conquistador, fue uno de los que tuvieron “cargo de velarle muchos días”.9
Chimalpahin también habla de prisión y aherrojamiento de Motecuhzoma:
Apenas llegaron a México [los españoles de Cortés], a pesar de que no se les combatía, en seguida dispusieron que el Moteuhczomatzin fuera atado y encarcelado, encerrado en su casa por cárcel y le pusieron unos hierros en los pies, y lo mismo fue hecho con su hermano Cacamatzin el de Tetzcuco, y con Itzcuauhtzin, Tlacochcálcatl, regente militar de Tlatilulco.10
Acusación semejante hace fray Bartolomé de las Casas:
Saliendo él mesmo en persona en unas andas de oro con toda su gran corte a recebirlos, y acompañándolos hasta los palacios en que los había mandado aposentar, aquel mismo día, según me dijeron algunos de los que allí se hallaron, con cierta disimulación, estando seguro, prendieron al gran rey Motenzuma y pusieron ochenta hombres que le guardasen, e después echáronle en grillos.11
La interpretación de la lámina 11 del Lienzo de Tlaxcala, que hace Eulalia Guzmán, se opone a la interpretación conocida. En esta lámina, llamada “Tenochtitlan”, aparece a la derecha Cortés, sentado, con Marina de pie tras él; a la izquierda, también sentado, está un señor indio y tres señores más, de pie. En la parte inferior, vivazmente dibujados, hay un venado y unos loros, en jaulas, y unos guajolotes que intentan alcanzar el maíz de un gran montón. Y arriba de Cortés, en una terraza, se muestra un personaje indio con un glifo que lo identifica. Según la interpretación de Alfredo Chavero, el señor indio sentado frente a Cortés es Motecuhzoma, y el de la terraza es un anciano (huehue), y como el glifo significa Motecuhzoma, por tanto es Huehue-Motecuhzoma, lo que quiere decir que en su palacio se realizó la conversación.12
En cambio, para Eulalia Guzmán el señor indio sentado y los tres que están junto a él son los cuatro señores de Tlaxcala y el personaje que está en la terraza es Motecuhzoma, no el viejo sino el joven, Xocoyotzin, "con las manos encadenadas”. Y la explicación del conjunto es que, con la ayuda de los tlaxcaltecas, Motecuhzoma quedaba encadenado.13
Cortés y los cuatro señores de Tlaxcala. Lienzo de Tlaxcala, II.
Muñoz Camargo, el autor de la Historia de Tlaxcala, que encargó las láminas del Lienzo de Tlaxcala, nada aclara en esta discrepancia, pues se limita a decir que Cortés fue muy bien recibido por Motecuhzoma.14
Creo que la opinión de doña Eulalia es correcta, pues los cuatro señores indios llevan en la cabeza las insignias de los señores de Tlaxcala, y no el copilli, especie de diadema que usaba Motecuhzoma. Y el personaje de la terraza no es un anciano. Lo cual muestra lo fácil que es tropezar en materia de interpretaciones.
En resumen, de estos seis testimonios: Informantes de Sahagún, Durán, Aguilar, Chimalpahin, Las Casas y el Lienzo de Tlaxcala, el único que procede de un testigo, el de Aguilar, es el que no habla de prisión y aherrojamiento inmediato de Motecuhzoma. En verdad, la única discrepancia es la del tiempo en que se realizaron estos actos. Cortés, López de Gómara y Bernal Díaz se refieren a ellos, a la prisión, como ocurrida seis días después de la llegada de los españoles a Tenochtitlán, con el pretexto de la muerte de españoles en Veracruz. Y a los grillos, “pasados quince o veinte días de su prisión”, dice Cortés [p.62], cuando Cuauhpopoca, antes de ser quemado, confiesa que mató a los españoles por orden de Motecuhzoma. Añade Cortés que los grillos le causaron al señor de México “no poco espanto”, y que se los quitó, al parecer, el mismo día y “él quedó muy contento” [p. 63]. Bernal Díaz precisa que sólo se le mantuvo aherrojado mientras se quemaba a los señores indios. López de Gómara repite lo dicho por Cortés,15 y si Bernal Díaz al leerlo hubiese encontrado cualquiera discrepancia con sus recuerdos, lo habría rectificado.
Apresar y aherrojar a Motecuhzoma al momento de su encuentro con los españoles hubiese sido de parte de Cortés una acción insensata y casi imposible. Ahora bien, si así hubiese sido y la locura hubiese resultado, como al fin resultó, provechosa para el dominio del imperio azteca, ¿no hubiera sido Cortés el primero en alardear de su audacia?
En el curso de la exposición que hace Cortés, en su segunda Carta de relación, acerca de la prisión de Motecuhzoma, y como para mostrar los buenos términos en que se encontraba con el cautivo, refiere, incidentalmente, que el señor de México le obsequió “joyas de oro y una hija suya, y otras hijas de señores a algunos de mi compañía” [p. 61].
En los documentos de donación de tierras a favor de doña Isabel y doña Marina Motecuhzoma, que expedirá Cortés en 1526 y 1527,16 dice el conquistador que, encontrándose Motecuhzoma herido, le pidió que cuidara de tres hijas suyas que bautizadas se llamaron doña Isabel, doña María y doña Marina. La hija dada a Cortés fue probablemente Tecuichpo, luego llamada Isabel, con quien años más tarde tendría una hija, Leonor Cortés y Moctezuma.17
Por lo que se refiere a las joyas obsequiadas, esta expresión encubre algo menos limpio. Cuenta Bernal Díaz que, mientras estaban en aquellos palacios, curioseando todos sus rincones, buscaban un lugar adecuado para hacer un altar. El carpintero Alonso Yáñez vio en una pared señales de una puerta recién ocultada. Rompieron el muro y tras él estaba, en efecto, el que llamaron tesoro de Axayácatl. Cortés y sus capitanes entraron primero:
y vieron tanto número de joyas de oro y en planchas, y tejuelos muchos, y piedras de chalchihuis y otras muy grandes riquezas, quedaron elevados y no supieron qué decir de tanta riqueza.
y añade Bernal Díaz:
como en aquel tiempo era mancebo y no había visto en mi vida riquezas como aquellas, tuve por cierto que en el mundo no se debieran haber otras tantas.
Según el mismo cronista, Cortés y sus soldados acordaron no tocar nada y reponer el muro, “hasta ver otro tiempo”.18 Esto ocurría durante el incidente de Cuauhpopoca y la inmediata prisión de Motecuhzoma, cuando había gran tensión por las consecuencias de este acto.
Días después, cuando el señor de México se había resignado a su cautiverio, refiere Andrés de Tapia que Cortés solía ir a conversar con él y en una ocasión le dijo: “Estos cristianos son traviesos, e andando por esta casa han topado ahí cierta cantidad de oro e la han tomado; no recibáis dello pena”, a lo que respondió magnánimo Motecuhzoma:
Eso es de los dioses de este pueblo; dejad las cosas como plumas y otras que no sean de oro, y el oro tomáoslo, e yo os daré todo lo que yo tenga.
En seguida, el señor de México volvió a referirle la historia del viaje y del retorno esperado de Quetzalcóatl, y luego mandó llamar a muchos señores de la tierra y les ordenó darse por vasallos del capitán español; y además, hizo que les mostraran y entregaran las cámaras de la casa de las aves, en que guardaba joyas y aderezos de su propiedad personal.19
La versión náhuatl de los Informantes de Sahagún relata que interrogaron a Motecuhzoma para que les entregara los lugares en que guardaban los tesoros del señorío, el teocalco, y sus propias riquezas, el totocalco, y refiere el enloquecido saqueo que sobrevino: las joyas, aderezos e insignias fueron destruidos para fundir el oro en barras, los mosaicos y objetos de plumas fueron quemados por inútiles y se les arrancaron las piedras preciosas y sus adornos de oro.20
Ajusticiado el señor de Nautla, saqueado el tesoro y sujeto Motecuhzoma, Cortés tiene tiempo para ir indagando cuanto le interesa: quiere tener noticias de la tierra y de sus circunstancias y posibilidades. En primer lugar, quiere saber dónde están las minas de las que se extraía el oro, cuáles podían ser los puertos más útiles para los navíos españoles, cuáles eran los recursos principales de la tierra. Cortés va averiguando puntualmente cada cosa del indefenso Motecuhzoma, que le ofrece guías para mostrar las minas: Cuzula (Zacatula), Tamazulapa, Malinaltepeque, Tenis — cuyo señor llamábase Coatelicamat— y Tuchitebeque (Tuxtepec), siguiendo la incierta fonetización del conquistador; le hace “pintar toda la costa y ancones y ríos de ella”, que le traen al día siguiente “figurada en un paño” (plano que puede ser la base del perfil de la costa del Golfo que Cortés enviará junto con el plano de la ciudad de México); le organiza granjas, una de las cuales, en Malinaltepeque, con cultivos de maíz, frijol y cacao, y con casas y estanques, destina a Carlos V; y una a una hace que se le entreguen las llaves del imperio. Y aún más, pide ayuda para apresar a Cacamatzin, señor aliado de Tezcoco, porque había intentado rebelarse, y consigue que se envíen mensajeros para que recolecten todo el oro existente en las demás provincias y ciudades del reino [pp. 65-69].
Antes de fundir las joyas, Cortés pondera a su emperador la belleza de la orfebrería del México antiguo que destruía:
Y no le parezca a Vuestra Majestad fabuloso lo que le digo, pues es verdad que todas las cosas criadas así en la tierra como en el mar, de que el dicho Mutezuma pudiese tener conocimiento, tenían contrahechas muy al natural, así de oro como de plata, como de pedrería y de plumas, en tanta perfección, que casi ellas mismas parecían; de las cuales me dio para Vuestra Alteza mucha parte…[p. 70]).
Cortés aprovecha aquella estancia pacífica de meses en Tenochtitlán para enviar soldados españoles, junto con los guías indios designados por Motecuhzoma, para que vayan a reconocer las minas de oro señaladas, el sitio de las granjas y, en la costa del Golfo, el lugar adecuado para que puedan entrar los navíos.
El tiempo parecía largo entonces. Todo parecía suspendido. Cortés pedía e inquiría y Motecuhzoma daba y concedía sin límites. Los españoles intimaban con el señor cautivo, algunos le faltaban al respeto, aunque la mayoría lo acataba y compadecía. Y en los ocios, el señor mexica y el capitán español encontraron en el gusto por el juego una afinidad. Jugaban al totolli o totoloqui, una especie de bolos o boliche de los antiguos mexicanos. Los había de piedra, pero las bolas y tejuelos por derribar del juego de Motecuhzoma eran de oro. La cuenta de Cortés la llevaba Pedro de Alvarado, y la de Motecuhzoma, un sobrino suyo. Refiere Bernal Díaz que el señor de México advirtió que el Tonatío-Alvarado “siempre tanteaba una raya de más” y que hacía mucho ixoxol,21 esto es, mentiras o trampas para que ganase Cortés. Liberalmente, los jugadores repartían sus ganancias, Cortés entre los sobrinos y privados de Motecuhzoma, y éste entre los soldados que hacían guardia.22
Cuenta asimismo el soldado cronista que Cortés mandó hacer dos bergantines para ir por los lagos. Motecuhzoma pidió autorización para ir de cacería a uno de sus peñoles privados e hizo la excursión en uno de los bergantines, acompañado por Velázquez de León, Alvarado y Olid, y volvió muy contento con muchas piezas cobradas. Eulalia Guzmán considera “cuento de niños” este relato.23
Con Motecuhzoma y los principales señores cautivos y atemorizados, Cortés interrumpe la relación de los acontecimientos para describir a Carlos V la ciudad, el mercado, los templos, las casas, la organización urbana del imperio, los palacios de Motecuhzoma, el jardín zoológico y el servicio y protocolo de la corte. Lo ha ganado la admiración por la refinada y avanzada civilización del México antiguo:
Para dar cuenta, muy poderoso señor, a Vuestra Real Excelencia, de la grandeza, extrañas y maravillosas cosas de esta gran ciudad de Temixtitan, del señorío y servicio de este Mutezuma, señor de ella, y de los ritos y costumbres que esta gente tiene, y de la orden que en la gobernación, así de esta ciudad como de las otras que eran de este señor, hay, sería menester mucho tiempo y ser muchos relatores y muy expertos; no podré decir de cien partes una, de las que de ellas se podrían decir, mas como pudiere diré algunas cosas de las que vi, que aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos, no las podemos con el entendimiento comprender [p. 71].
Templo Mayor de México Tenochtitlán. Acuarela del arquitecto Ignacio Marquina.
Teniendo en cuenta que ésta es la primera descripción que de tal tema se hacía, vista con ojos europeos, y que por tanto no existían modelos que seguir y mejorar, Cortés logra transmitir una imagen fascinante del mundo nuevo. Las descripciones posteriores de otros testigos, en especial la de Bernal Díaz,24 agregarán detalles, aspectos más humanos y sensibles, pero no lograrán dar la expresiva visión del conjunto que aparece en esta segunda Relación.
Cortés comienza por situar el maravilloso escenario: el enorme valle o cuenca de México rodeado de “ásperas sierras” con los dos lagos, que entonces casi lo cubrían, el menor de agua dulce y el mayor de agua salada, comunicados por un estrecho. El tráfico y comunicación que se hacía preferentemente en canoas. La ciudad de Tenochtitlán situada en el lago salobre y comunicada a tierra firme por cuatro calzadas, tan anchas como dos “lanzas jinetas”. Las calles de la ciudad mitad de agua y mitad de tierra, interrumpidas aquellas para dejar pasar el agua y cruzadas por puentes, que al retirarse aseguraban la protección de la ciudad [p. 72].
Templo Mayor. Maqueta de Carmen Antúnez según la acuarela del arquitecto Ignacio Marquina.
Describe luego la abundancia y orden de los mercados, y le llaman la atención los jueces que sin dilación dirimen los conflictos menudos y cuidan la rectitud de los tratos. Refiérese a los templos y a sus sacerdotes, en especial a los del conjunto ceremonial del Templo Mayor, de cuyos edificios ofrece algunos pormenores, y de paso dice que las “torres”, como él las llama, o pirámides, “son enterramientos de señores” y no sólo adoratorios. Cuenta al respecto que subió a la pirámide principal del Templo Mayor y que en presencia de Motecuhzoma derrocó y echó escalinata abajo a los ídolos principales.
El mercado. Dibujo de Miguel Covarrubias.
Bernal Díaz, al exponer el mismo tema, tiene el acierto de describir el admirable paisaje del valle, los lagos, las calzadas y las edificaciones, que se dominaban desde lo alto del Templo Mayor; y discrepa de Cortés al mencionar con mayor exactitud tres calzadas principales —Iztapalapa, Tacuba y Tepeaquilla o Tepeyac— y no cuatro, al aumentar los escalones del Templo Mayor de 50 a 114 y al no recordar el derrocamiento de los ídolos. Su descripción del mercado de Tlatelolco es memorable.25
Y Andrés de Tapia, por su parte, hace la única descripción con cierta curiosidad arqueológica de muchas particularidades del Templo Mayor y de las deidades que existían en el adoratorio que coronaba las pirámides, entre ellas ésta que parece convenir a la Coatlicue:
Tenían estos ídolos unas culebras gordas de oro ceñidas, e por collares cada diez o doce corazones de hombre, hechos de oro, e por rostro una máscara de oro, e ojos de espejo, e tiníe otro rostro en el colodrillo, como cabeza de hombre sin carne.26
Continúa Cortés su descripción con las casas o palacios principales, que tienen “muy buenos aposentamientos” y muy “gentiles vergeles de flores”; el doble acueducto que traía el agua de Chapultepec a la ciudad; el sistema de alcabalas y el orden y policía que se guardaba en la ciudad.
Pasa luego a exponer lo que logró apreciar de la corte de Motecuhzoma. Comienza por un paso en falso al expresar:
¿qué más grandeza puede ser que un señor bárbaro como éste tuviese contrahechas de oro y plata y piedras y plumas, todas las cosas que debajo del cielo hay en su señorío? [p. 76].
A propósito de esta inadecuada calificación de bárbaro, dirigida a Motecuhzoma, Alonso de Zorita, en el último tercio del siglo XVI, puso en evidencia la contradicción de tal dicho. Con argumentos semejantes a los que empleaba Montaigne, hacia los mismos años, y apoyados en San Pablo, el oidor Zorita hizo notar la confusión que nos hace llamar bárbaros a los infieles o a los que hablan otra lengua.27
Continúa Cortés ponderando la extensión del señorío de Motecuhzoma, que considera casi tan grande como España, la organización política y militar y el registro en el que estaba escrito lo que cada señorío tributario estaba obligado a dar, documento indígena que es el que conocemos como Matrícula de tributos.
De las “casas de placer” que en la ciudad tenía Motecuhzoma dice Cortés que eran “tales y tan maravillosas” que “en España no hay sus semejantes”. Con especial admiración describe la amplitud y belleza y el cuidado con que se mantenía el jardín zoológico —cuando en Europa aún no se pensaba en ellos— , con estanques para los peces y jaulas y casas para las aves y fieras, cada especie atendida según sus necesidades, y junto a los animales, casas de albinos y monstruos humanos [p. 78].
Concluye Cortés su descripción de la corte de Motecuhzoma hablando del servicio y protocolo; la comida real, en la que le sorprenden los brasericos que se ponían bajo cada plato para mantenerlo caliente, y cómo antes y después de la comida se lavaba las manos el monarca; las cuatro vestiduras nuevas que cada día se ponía y el acatamiento extremo que debían tenerle sus acompañantes, quienes nunca le miraban el rostro [p. 79].
Hernán Cortés, sus soldados españoles y sus aliados indígenas habían pasado siete meses, de noviembre de 1519 a mayo de 1520, en ocupación relativamente pacífica del imperio de Motecuhzoma.
La parte final de la segunda Carta de relación es una sucesión de acontecimientos dramáticos. Cuando parecía que la conquista del imperio azteca se iba consolidando sin violencia mayor, el episodio de Narváez y la ausencia de Cortés de la ciudad de México van a dar un nuevo curso a la historia del enfrentamiento de españoles e indígenas.
El gobernador de Cuba, Diego Velázquez, no olvidaba el agravio que le había hecho Cortés al echarlo a un lado en la conquista de México. Perturbado por las noticias que le llegaban de las enormes riquezas del país —como las que iban en el navío, a cargo de Montejo y Portocarrero, que llevaba cartas y presentes a Carlos V y del que se decía que iba “lastrado de oro”— , Velázquez decidió organizar una nueva armada con el propósito de quitar el mando a Cortés y castigarlo a él y a sus capitanes. Y ya que los buenos de estos últimos se habían ido con Cortés, confió la expedición —la más numerosa y costosa hasta entonces reclutada— a Pánfilo de Narváez, entonces de 42 años, que sus contemporáneos describían como alto de cuerpo, rubio-rojizo, cuerdo pero imprudente y descuidado, “e la plática e la voz muy vagarosa y entonada, como que salía de bóveda”. Velázquez quería hacerse justicia por sí mismo, sin autorización de la Audiencia de Santo Domingo. Informada ésta de sus propósitos, trató de evitar el enfrentamiento violento entre las huestes de Cortés y las de Velázquez-Narváez, designando al efecto al oidor Lucas Vázquez de Ayllón, cuya misión resultó inútil, pues Velázquez se la impidió.28
La armada de Narváez, según Hernán Cortés, constaba de 18 naves con 800 hombres, 80 caballos y 10 o 12 piezas de artillería, aunque otros cronistas consignan cifras más altas.29 Cuando tan poderosa expedición llegó a las costas de San Juan de Ulúa, a principios de mayo de 1520, los mensajeros de Motecuhzoma vinieron a México con una pintura en la que describían la expedición, y Cortés fue informado [p. 80]. Comenzó entonces un ir y venir de mensajeros, amenazas y fintas entre Cortés y Narváez. Y en sus expresiones dirigidas a Carlos V, reapareció el Cortés leguleyo, que fingía agotar primero los recursos de la ley. Pero cuando el conquistador tuvo noticias de que los naturales de la tierra veracruzana, y en especial el Cacique Gordo de Cempoala, su antiguo amigo, se habían aliado al invasor Narváez, y de que los señores de la región, adictos a Motecuhzoma, lo estimulaban también, decidió abandonar la ciudad de México, el 10 de mayo, y afrontarlo [p. 84].
Al frente de la guarnición de la ciudad y de la vigilancia de Motecuhzoma, deja como alcalde a Pedro de Alvarado, cuyo nombre no mencionará. Cortés parte sólo con 70 soldados, según su propio dicho [p. 85], más los aliados tlaxcaltecas; luego se le incorporan en Cholula los soldados de Juan Velázquez de León y de Rodrigo Rangel, y ya cerca de Cempoala se juntan también los hombres que Gonzalo de Sandoval tenía en Veracruz. Aún así, la fuerza de que disponía Cortés, de cerca de 300 españoles, más los indígenas, era muy inferior a la de Narváez. Pero gracias al oro y a promesas hábilmente manejadas, Cortés se había asegurado la complicidad de muchos de los hombres de Narváez, sobre todo de los artilleros que no dispararían.
Con el auxilio del Cacique Gordo, Narváez se había hecho fuerte en lo alto de la pirámide mayor de Cempoala, que tendrá ocho o diez metros de altura. Era la noche del día de Pascua del Espíritu Santo, 27 de mayo, y las tropas de Narváez, después de esperar largas horas el ataque, habían vuelto a sus cuarteles caladas por la pertinaz lluvia. Poco después de la medianoche y en silencio, Cortés decidió el asalto, que debió ser semejante a una operación de comando en la que cada uno de sus capitanes, Pizarro, Sandoval y Velázquez de León, cumplieron con rapidez y precisión su tarea. Gonzalo de Sandoval recibió el encargo más difícil: subir al teocalli en que se encontraba Narváez y prenderlo. Pese a la defensa furiosa, que tenía la ventaja de la altura, Sandoval y sus hombres llegan al adoratorio de la plataforma superior, al que prenden fuego, y apresan a Narváez, quien en la refriega pierde un ojo. En unas horas más, Cortés y sus soldados apresan a “todos los que se había de prender” y son dueños de sus armas y caballos [p. 89]. “Era de noche, que no amanecía, y aún llovía de rato en rato, y entonces salía la luna… y había muchos cocuyos, que así los llaman en Cuba”, recuerda Bernal Díaz que cuenta magistralmente esta historia y recoge este diálogo entre el vencido, al que curaban su herida, y el vencedor:
—Señor capitán Cortés: tened en mucho esta victoria que de mí habéis habido, y en tener presa mi persona.
—Doy gracias a Dios que me la dio —respondióCortés— y a los esforzados caballeros y compañeros que tengo, que fueron parte para ello; mas una de las menores cosas que en la Nueva España he hecho es prenderos y desbarataros.30
Cortés derrota y prende a Narváez. Lienzo de Tlaxcala, 13.
Y López de Gómara comenta:
¿Cuánta ventaja hace un hombre a otro? ¿Qué hizo, dijo, pensó cada capitán de estos dos? Pocas veces, o nunca por ventura, tan pocos vencieron a tantos de una misma nación; especial estando los muchos en lugar fuerte, descansados y bien armados.31
El conquistador mismo se limita a reflexionar para su rey que, si “la victoria fuese del dicho Narváez, fuera el mayor daño que de mucho tiempo acá en españoles tantos por tantos se ha hecho” [p. 89]. Gracias a su ventura en esta acción, Cortés se encontraba en posesión de navíos y de un ejército que reforzaba considerablemente el que trajera de Cuba.
La anécdota pintoresca del incidente de Narváez la recoge Andrés de Tapia, muy dado a ellas: un caballero mancebo, de los soldados de Cortés a los que tocó el asalto a la artillería, topó con ocho barriles de pólvora y trató de hacerlos explotar para privar de ella a los enemigos; con la espada desfondó uno de los barriles, metió fuego dentro y se echó al suelo para evitar la explosión. Como ésta no llegaba, se averiguó luego que el barril roto contenía alpargatas. Apareció Cortés, supo lo que pasaba y se puso a apagar el fuego con manos y pies.32
El Cacique Gordo, que estaba junto a Narváez, también salió herido en la refriega. Cortés hizo que lo curaran, lo devolvió a su casa y ordenó que “no se le hiciese enojo”,33 en recuerdo de otros tiempos.
Con promesas de riqueza y cargos, Cortés logró atraerse a los soldados de Narváez. A éste lo envió, junto con Salvatierra, el veedor de la expedición, preso a Veracruz a rumiar su desdicha, donde pasará dos años. Los navíos quedaron en el puerto, despojados de velas, timones y agujas o brújulas, y confió su cuidado al capitán Pedro Caballero.34
Aprovechando el importante aumento que había tenido en sus tropas y la reposición de sus naves, Cortés dispuso inicialmente — aunque luego hará volver a los dos primeros en vista de las graves circunstancias— que Juan Velázquez de León fuera con dos barcos para hacer el reconocimiento de la costa y provincia de Pánuco; que Diego de Ordaz, con 200 hombres, se dirigiera a Coatzacoalcos; que dos naves fueran a Jamaica en busca de caballos, becerros, puercos y ovejas para iniciar su cría en México; y que Rodrigo Rangel con 200 hombres cuidara la guarnición del puerto de Veracruz [pp. 89-90].35
Mientras tomaba estas providencias para extender y cimentar sus conquistas, llegaron de México noticias alarmantes: había estallado la rebelión indígena. Los mexicas atacaban e incendiaban la fortaleza donde se encontraban los españoles en la ciudad de México y les habían quemado los cuatro bergantines que se habían construido. Cortés partió apresuradamente y llegó a la ciudad el 24 de junio de 1520 [p. 91]. A los capitanes que había enviado a Pánuco y a Coatzacoalcos les ordenó que suspendieran su viaje y se reunieran con él, en vista de la gravedad del peligro.
Nada dice el autor de las Cartas de relación del origen de la rebelión, como si quisiera proteger a Pedro de Alvarado, al parecer provocador del choque, a quien había dejado como alcalde y al que no menciona por su nombre en esta carta. Por López de Gómara, Bernal Díaz y por la narración de Vázquez de Tapia36 sabemos la versión más aceptada de lo que ocurrió. Los indígenas querían celebrar la gran fiesta de Huitzilopochtli y Tezcatlipoca en el mes de tóxcatl (mayo); pidieron licencia para el areito y Alvarado la concedió. Cuando alrededor de 600 señores y capitanes indios se encontraban reunidos y sin armas en el Templo Mayor, los españoles, repitiendo el esquema de la matanza de Cholula, hicieron la matanza que levantó la sublevación de los indígenas.
Matanza del Templo Mayor, Códice Durán, XXVI.
La narración más realista y patética de esta matanza es del anónimo autor indígena del Códice Ramírez:
Pidió el capitán Alvarado a los principales de la ciudad de México que hiciesen un muy solemne baile a su modo, porque deseaba verlos, diciendo al gran Motecuczuma que se los mandase. Lo cual hizo el rey, y ellos obedeciendo a su señor con deseo de dar contento a los españoles. Salió toda la flor de la caballería a este baile, todos ricamente ataviados y tan lucidos que era contento verlos. Estando los pobres muy descuidados, desarmados y sin recelo de guerra, movidos los españoles de no sé qué antojo (o como algunos dicen) por cobdicia de las riquezas de los atavíos, tomaron los soldados las puertas del patio donde bailaban los desdichados mexicanos, y entrando otros al mismo patio, comenzaron a alancear y herir cruelmente aquella pobre gente, y lo primero que hicieron fue cortar las manos y las cabezas de los tañedores, y luego comenzaron a cortar sin ninguna piedad, en aquella pobre gente, cabezas, piernas y brazos, y a desbarrigar sin temor de Dios, unos hendidas las cabezas, otros cortados por medio, otros atravesados y barrenados por los costados; unos caían luego muertos, otros llevaban las tripas arrastrando huyendo hasta caer; los que acudían a las puertas para salir de allí, los mataban los que guardaban las puertas; algunos saltaron las paredes del patio, y otros se subieron al templo, y otros no hallando otro remedio echábanse entre los cuerpos muertos y se fingían ya difuntos, y desta manera escaparon algunos; fue tan grande el derramamiento de sangre que corrían arroyos por el patio. Y no contentos con esto los españoles andaban a buscar los que se subieron al templo y los que se habían escondido entre los muertos, matando a cuantos podían haber a la mano. Estaba el patio con tan gran lodo de intestinos y sangre que era cosa espantosa y de gran lástima ver así tratar la flor de la nobleza mexicana que allí falleció casi toda.37
Además de las ya mencionadas, existen otras versiones acerca del origen y circunstancias de la llamada matanza del Templo Mayor. Según fray Diego Durán, Cortés ya se encontraba en la ciudad para entonces y fue él quien condescendió a la proposición de Alvarado:
Y así, luego que vino y volvió el marqués a México, como venía tan pujante y tan acompañado de gente, parece que no traía temor ni sobresalto, como hasta allí había tenido. Y así, con esta pujanza, tomó osadía y atrevimiento de condescender con el consejo que don Pedro de Alvarado y los demás le dieron, que fue matar a todos los señores y principales capitanes y grandes señores de México, para lo cual ordenaron una traición, que en buen romance esta historia así la llama, aunque escrita por mano de indios.38
De acuerdo, pues, con esta versión indígena, que al parecer sigue Durán, Cortés pidió a Motecuhzoma que participaran en la fiesta de tóxcatl:
todos los señores y principales de la provincia y todos los más valerosos hombres de ella, porque querían ver y gozar de la grandeza y nobleza de México, y que todos saliesen al baile y areito.39
Motecuhzoma, sin malicia, cayó en el engaño. Cuando supo de la matanza pidió a los guardias que lo matasen, ya que los mexicanos creerían que la traición había sido “cometida por su consejo”. Esta versión de Durán puede explicar el silencio de Cortés respecto al crimen atribuido sólo a Alvarado.
Alva Ixtlilxóchitl recoge otra versión de origen tezcocano, según la cual:
ciertos tlaxcaltecas… por envidia, lo uno acordándose que en semejante fiesta los mexicanos solían sacrificar gran suma de cautivos de la nación tlaxcalteca, y lo otro que era la mejor ocasión que ellos podían tener para poder henchir las manos de despojos y hartar su condicia y vengarse de sus enemigos, fueron con esta invención [del supuesto levantamiento que preparaban los mexicas] al capitán Pedro de Alvarado, que estaba en el lugar de Cortés, el cual no fue menester mucho para darles crédito, porque tan buenos filos y pensamientos tenía como ellos.40
En fin, el mismo responsable de la matanza, Pedro de Alvarado, en el proceso de residencia que se le tomó, no niega el hecho, pero da como justificación que “los indios lo querían matar”, “que la fiesta no era más de pretexto para justificar el alzamiento”; que los indios quitaron la imagen de Nuestra Señora que habían puesto en el templo de Huitzilopochtli y subían de nuevo al ídolo; al reconvenirlos Alvarado, lo hirieron, mataron a un español y se trabó la pelea.41
De cualquier manera, Motecuhzoma estaba perdido y los mexicas, confederados con los de Tlatelolco, se habían decidido por la guerra a muerte contra los españoles.
Volviendo a la narración de Cortés, refiere éste la furia incontenible de la lucha, con escuadrones cerrados de indios y cómo las muertes causadas por la artillería, que en cada tiro se llevaban diez o doce hombres, “se cerraban luego de gente, que no parecía que hacía daño ninguno” [p. 92]. Una vez más, Cortés decide servirse de Motecuhzoma para que desde una azotea pida que cese la guerra. El señor de México lo hizo y allí fue muerto de una pedrada en la cabeza [p. 93].
El testimonio indígena más expresivo acerca de la muerte de Motecuhzoma es, una vez más, del Códice Ramírez:
en viendo los mexicanos al rey Motecuczuma en la azotea haciendo cierta señal, cesó el alarido de la gente poniendo todos en gran silencio de escuchar lo que quería decir; entonces el principal que llevaba consigo, alzó la voz y dijo las palabras que quedan dichas [que se sosegasen porque no podrían prevalecer contra los españoles], y apenas había acabado cuando un animoso capitán llamado Cuauhtémoc, de edad de diez y ocho años, que ya le querían elegir por rey, dijo en alta voz: “¿Qué es lo que dice ese bellaco de Motecuczuma, mujer de los españoles, que tal se puede llamar, pues con ánimo mujeril se entregó a ellos de puro miedo y asegurándonos nos ha puesto a todos en este trabajo? No le queremos obedecer porque ya no es nuestro rey, y como a vil hombre le hemos de dar el castigo y pago”. En diciendo esto alzó el brazo y marcando hacia él disparóle muchas flechas; lo mismo hizo todo el ejército. Dicen algunos que entonces le dieron una pedrada a Mutecuczuma en la frente, de que murió, pero no es cierto según lo afirman todos los indios…42
Y más adelante, recoge el anónimo cronista la versión indígena según la cual hallaron a Motecuhzoma “muerto a puñaladas, que le mataron los españoles a él y a los demás principales que tenían consigo la noche que se huyeron”.43
Muerte de Motecuhzoma según el Códice Moctezuma.
En el Códice Moctezuma, de la Biblioteca del Museo Nacional de Antropología e Historia de México, hay una imagen de Motecuhzoma, en una terraza, con una cuerda atada al cuello sostenida por un español.44
Dos jóvenes capitanes indios, Cuitláhuac, señor de Iztapalapa, y Cuauhtémoc, señor de Tlatelolco, hermano y sobrino de Motecuhzoma respectivamente, y que serán los últimos señores de México-Tenochtitlán, encabezan la nueva decisión indígena de lucha sin cuartel y ya no de renuncia fatalista. Cuando Cortés intenta convencer a los capitanes indios de que cese la pelea, su respuesta es categórica: “que me fuese y que les dejase la tierra y que luego dejarían la guerra, y que de otra manera, que creyese que habían de morir todos o dar fin con nosotros” [p. 93].
Así era, en efecto. Los indígenas morían por millares, pero iban derrotando una a una las posiciones españolas. La única acción venturosa que registra Cortés es la de haber encabezado la recaptura del Templo Mayor, “aunque manco de la mano izquierda de una herida que el primer día me habían dado” [p. 94]. Cuando Cortés ascendía trabajosamente aquella larga escalinata casi vertical, refiere Cervantes de Salazar que, reconociendo al conquistador, dos heroicos guerreros mexicas se precipitaron del teocalli escaleras abajo y, para que su impulso lo arrastrase también, “se quisieron abrazar con Cortés, para echarse con él, mas como era hombre de buenas fuerzas, desasióse”.45
Pese a la superioridad ofensiva de las armas españolas, millares y millares de indios estaban dispuestos a morir con tal de acabar con los invasores. Éstos comenzaron a sufrir hambre, ya que los tenían sitiados, y pronto tuvieron que aceptar que no les quedaba otra solución que intentar la huida.
Los puentes estaban destruidos, sus pasos resguardados y ahondados los vados. Forzados por la situación desesperada y el creciente número de españoles muertos o malheridos, Cortés decide la salida de la ciudad de México, la noche del 30 de junio de 1520, por la ruta más corta hacia la tierra firme.
Antes de partir, en una sala de palacio donde se guardaba el oro, la plata y las joyas, el capitán entrega simbólicamente el quinto perteneciente al rey a los oficiales, que lo cargan en algunas bestias y tamemes tlaxcaltecas. Lo que no pudo cargarse lo llevó encima cada uno, además de lo que se les había repartido, según su ambición. Los más inexpertos y codiciosos se cargaron de oro y el peso los hundiría en el fango. Morirían ricos. Llevó también consigo Cortés a un hijo y dos hijas de Motecuhzoma y a algunos señores indios sobrevivientes. Y 40 o 50 indios, al mando del capitán Magariño, cargaban un puente de madera portátil que se había construido para pasar los canales [pp. 97-98].
La huida en la Noche Triste, Lienzo de Tlaxcala, 18.
Un soldado llamado Blas Botello, nigromante o astrólogo, había predicho que si en aquella noche no salían de México, todos perecerían. Entre los muchos que morirán, se contó él, y entre sus papeles hallaron las cifras de sus vaticinios, que predecían su propia muerte.
Hacia la medianoche y con lluvia, truenos y granizo comenzó la retirada por la calzada de Tlacopan. La columna constaba de 7 000 u 8 000 hombres, de los cuales unos 1 300 eran españoles. La vanguardia, al mando de Gonzalo de Sandoval, y el centro, con Hernán Cortés, la artillería y el tesoro, los prisioneros y las mujeres, lograron más o menos llegar hasta la tierra firme utilizando el puente portátil. La ciudad dormía, pero una mujer desvelada que salió a buscar agua vio la columna y comenzó a dar gritos: “¡Ah mexicanos, ya vuestros enemigos se van!”, y con esto los guardias empezaron a alertar a los soldados desde el cu de Huitzilopochtli,46 y se inició el encarnizado ataque en la calzada y por ambos lados de ella. En la cortadura de Tecpantzinco, al fin de la isla (Tacuba y San Juan de Letrán), el puente movible se hundió tanto en el fango que no pudo ser removido y los mexicas lo inutilizaron del todo, por lo que la retaguardia, con Pedro de Alvarado y Juan Velázquez de León, quedó cortada. La cortadura de Toltecacalli acabó por llenarse de muertos y despojos y fue el lugar de la mayor matanza.
“Para quien no vio aquella noche la multitud de guerreros que sobre nosotros estaban y las canoas que de ellos andaban a rebatar nuestros soldados, es cosa de espanto”, rememorará Bernal Díaz. “No había hombre que ayudase y diese la mano a su compañero, ni aun a su propio padre, ni hermano a su propio hermano”, recordará fray Francisco de Aguilar. La artillería y el tesoro se habían perdido. De la retaguardia, formada sobre todo con soldados de Narváez, sólo sobrevivieron Alvarado, muy mal herido, y cuatro soldados. Más de 80 habían perecido, entre los que se contaban Juan Velázquez de León, Francisco Saucedo y Francisco de Morla. Cuando lo supo, a Cortés “se le saltaron las lágrimas de los ojos”, cuenta Bernal Díaz para dar origen a la leyenda del llanto al pie del ahuehuete de Popotla. Y el mismo cronista refiere que los supervivientes de la rezaga dijeron que pasaron el tajo del puente destruido “sobre muertos y caballos y petacas, que estaba aquel paso del puente cuajado de ellos”, y que por tanto no hubo tal “salto de Alvarado”.47
Según otras versiones, los de la rezaga perecieron no sólo en la huida, pues otros se refugiaron en los cuarteles y fueron sacrificados. Cortés no se refiere a ellos, pero otros cronistas contaron el destino de estos infelices. Un testigo de los hechos, el soldado Alonso de Aguilar, que vuelto dominico con el nombre de fray Francisco, dictará ya viejo su Relación breve de la conquista, recordará:
Cortés en la Noche Triste. Dibujo de Miguel Covarrubias.
Sucedió que ciertos caballeros e hidalgos españoles, que serían hasta cuarenta, y todos los más de a caballo y valientes hombres, traían consigo mucho fardaje, y el mayordomo del capitán traía mucha cantidad, el cual también venía con ellos; y como venían despacio, la gente mexicana, que eran los más valientes, les atajaron el camino, y les hicieron volver a los patios, en donde se combatieron tres días con sus noches, con ellos, porque subidos a las torres se defendían de ellos valientemente; mas empero, la hambre y la muchedumbre de gente que allí acudió fue ocasión que todos fuesen hechos pedazos.
En el Códice Ramírez se dice que se quedaron en los cuarteles “por cobardía de no dejar los despojos”. López de Gómara niega, con escasa convicción, lo que de ellos se contaba:
que se quedaron más de doscientos españoles en el mismo patio y real, sin saber de la partida; a quien después mataron, sacrificaron y comieron los de México, pues de la ciudad no se pudieron salir, cuanto más de una misma casa. Cortés dice que se lo requirieron.
Cervantes de Salazar cuenta que, viendo que no podían salir de la ciudad:
se habían vuelto cient españoles a fortalecerse en el Templo Mayor; dicen muchos conquistadores que fueron trescientos, e que puestos en lo alto pelearon tres días, hasta que de cansados y enflaquecidos de la hambre, se les cayeron las espadas de las manos, tiniendo bien poco que hacer los enemigos para matarlos.
Herrera y Torquemada repiten lo mismo, con idéntica cifra. Y en la entrevista que le hizo Gonzalo Fernández de Oviedo a Juan Cano, en Santo Domingo, 1544, el que fuera quinto marido de Isabel de Motecuhzoma contó que algunos soldados de Cortés, ignorantes de que se había decidido la salida, quedaron en sus cuarteles, “que eran doscientos e septenta hombres, los cuales se defendieron ciertos días peleando, hasta que de hambre se dieron a los indios”.48
Estas cifras: 40, más de 200, 100, 300 o 270, salvo la primera parecen excesivas, y es inverosímil lo dicho por Cano de que tantos ignoraran la huida acordada. El número de soldados asignados a la retaguardia es impreciso. Sólo sabemos que se formó sobre todo con soldados de Narváez y que de ellos perecieron “más de ochenta”, según Bernal Díaz. Pero aun reduciendo las cifras, la versión esencial es creíble.
En Tacuba continuó el acoso indígena, pero de alguna manera resistieron los españoles, y en un cu y un caserío cercano, que después se llamó Nuestra Señora de los Remedios, quedaron hasta la medianoche siguiente. Según el primer balance que hizo Cortés de sus pérdidas en la Noche Triste:
En este desbarato se halló por copia que murieron ciento y cincuenta españoles y cuarenta y cinco yeguas y caballos, y más de dos mil indios que servían a los españoles, entre los cuales mataron al hijo e hijas de Motezuma, y a todos los otros señores que traíamos presos [pp. 98-99].
(Luego se aclarará que de las hijas de Motecuhzoma sólo murió doña Ana.) Mas otros cronistas e historiadores propondrán cifras de pérdidas mayores. He aquí el resumen de estas diferentes estimaciones de las muertes en la Noche Triste:49
Los supervivientes estaban heridos, molidos, enlodados y hambrientos, y no sabían a dónde dirigirse, pero los tlaxcaltecas continuaron salvándolos. La ruta que eligieron para llevarlos a Tlaxcala bordeaba los lagos hacia el norte, hasta llegar a Cuauhtitlan, Citlaltépetl y Zumpango, luego seguía hacia el oriente por Otumba, y en Apan descendía al sur hasta Hueyotlipan, en que ya entraban a tierras tlaxcaltecas.
Cortés organizó como pudo su menguado y quebrantado ejército. El ataque indio volvió a cobrar fuerza y, sobre todo en Otumba, el combate fue tan terrible que, dice Cortés, “cierto creíamos ser aquél el último de nuestros días, según el mucho poder de los indios y la poca resistencia que en nosotros hallaban” [p. 100]. Pero los españoles lograron abatir al jefe de las tropas indígenas, el ahuacóatl, y arrebatarle su estandarte, y la acción se decidió a su favor. Al fin, el 8 de julio, llegaron a tierras tlaxcaltecas.
Orozco y Berra afirma con razón que fue un error táctico de los mexicas y tlatelolcas, después de la Noche Triste, el no haber perseguido a los españoles hasta exterminarlos,50 lo cual hubiera sido posible. Y explica que, como lo dicen los Informantes de Sahagún, en lugar de aquello, se ocuparon en “recoger los despojos de los muertos y las riquezas de oro que llevaba el bagaje”, hasta limpiar del todo las acequias.51 La acometida en Otumba, días más tarde, fue sólo una feroz escaramuza y no una puntilla eficaz, que estaba en sus manos. En fin, así fueron los duros hechos, contra los que nada pueden las suposiciones.
Pese a los temores que abrigaba Cortés respecto a la recepción que le harían sus amigos tlaxcaltecas, éstos, a pesar de que llegaban “tan desbaratados”, los acogieron con humanidad y generosidad. Maxixcatzin y Xicoténcatl los recibieron en Hueyotlipan y luego en alguna de sus ciudades y les ofrecieron reposo, alimentos, ropas, pues iban “sin otra cosa más de lo que llevaban vestido”, y curación para sus heridas. A Cortés le agenciaron hasta “una cama de madera encasada” para que reposase. “Algunos murieron —comenta Cortés— así de las heridas como del trabajo pasado, y otros quedaron mancos y cojos, porque traían muy malas heridas, y para se curar había muy poco refrigerio; y yo asimismo quedé manco de dos dedos de la mano izquierda” [pp. 102-103].
Los tlaxcaltecas acogen a Cortés después de su derrota. Lienzo de Tlaxcala, 28.
Mientras se recuperaban, Cortés hizo el balance de sus infortunios: además de los muertos en México y de la pérdida de la mayor parte de cuantos bienes allí habían acumulado, se perdieron las “escrituras y autos que yo había hecho con los naturales”; se perdieron también los criados que le traían bienes, oro y plata de Veracruz a México, y cada uno repasaba las muertes de sus amigos más cercanos y sus propias pérdidas. En cambio, reciben una buena noticia: Veracruz estaba en paz. Esto hizo que muchos alentaran el proyecto de que el ejército se concentrase en aquel puerto; pero Cortés decidió no retirarse y continuar la lucha [p. 103].
Después de veinte días de descanso vuelve de nuevo a la actividad, aunque con mayor cautela y planeando y concertando sus acciones. Primero, Cortés abre y asegura una ruta hacia la costa, para cubrir una posible retirada y los aprovisionamientos; y luego prepara el ataque decisivo a México-Tenochtitlán con dos recursos claves: ahora que conoce las circunstancias que determinaron su derrota, construir suficientes bergantines para atacar por agua tanto como por tierra, y machacar y dominar una a una las provincias que rodeaban la región de los lagos.
Con el pretexto de que habían dado muerte a los españoles que venían de Veracruz a México, Cortés inicia la campaña de Tepeaca, que se encuentra en los límites orientales de Tlaxcala y era la escala para la puerta del Golfo. Los soldados y aliados de Cortés combaten de nuevo en medios conocidos y una vez más hacen una gran matanza de indígenas en Huaquechula [p. 108]. Sin más problemas que los de acciones brutales como ésta, en las cuales legiones de indios eran arrasadas por la superioridad de las armas españolas, Cortés se apodera de esta región poblana, que comprendía entre otras las poblaciones de Izúcar, Huaquechula, Coixtlahuaca y Tepeaca, donde fundará Segura de la Frontera —y desde donde escribe esta segunda Carta de relación—, población que no prosperará.
El conquistador se ha endurecido aún más después del quebranto. Los pueblos se entregaron al saqueo e incendio de los tlaxcaltecas, las mujeres se repartieron y se hicieron “ciertos esclavos”. Bernal Díaz refiere que éstos fueron herrados con una G que significaba guerra.52
“Otra cosa casi peor que esto de los esclavos”, para los intereses de los conquistadores, le pareció al soldado cronista la determinación que tomó Cortés de “dar un pregón so graves penas” para que los soldados manifestaran el oro que habían sacado en la Noche Triste, “y que les dará la tercia parte de ello, y si no lo traen, que se lo tomará todo”.
Itinerario de Cortés después de la Noche Triste. Jesús Amaya Topete, Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958.
Antes de la huida de Tenochtitlán, del 30 de junio pasado, cuando no había sido posible llevar el botín de oro y joyas acumulado, Cortés había dicho que, después de apartar el quinto real y su propia parte, que se cargaron en la yegua y caballos, “cualquiera que quisiese sacar oro de lo que allí quedaba que se lo llevase mucho en buen hora por suyo”. Muchos soldados, sobre todo los inexpertos de Narváez, cargáronse tanto que perdieron la vida. Pero algunos lograron escapar con sus tesoros, y Cortés supo que en Segura de la Frontera “había muchas barras de oro y que andaban en el juego”. Aquella falsa promesa y esta exigencia irritaron a capitanes y soldados, y sólo algunos entregaron por fuerza el oro que tenían, y movió a los que habían llegado con Narváez a pedir licencia para volverse a Cuba, lo que se les concederá poco después.53
Además de esta disputa por el oro sobrante, un problema mayor fue el de justificar la pérdida del quinto real y el supuesto salvamento de la parte de Cortés. Los capitanes y soldados se quedaban con poco o nada, el rey había perdido su parte cargada en una muy buena yegua, pero el único que se había apropiado de lo salvado era el conquistador. Para tratar de atajar estas murmuraciones, Cortés encargó a Juan Ochoa de Lejalde que hiciera una Probanza, del 20 de agosto al 3 de septiembre de 1520, en la que declararon los capitanes, oficiales y clérigos que por entonces se encontraban en Tepeaca, y en la cual atestiguaron como auténtica la versión de la pérdida del oro y joyas del rey en la Noche Triste.54
El asunto no paró allí. En el curso de los años que siguieron a la conquista de México, pasiones, ambiciones y resentimientos fueron acumulándose contra Cortés, y tuvieron ocasión de explotar en 1529 al abrirse el juicio de residencia contra el conquistador. Bernardino Vázquez de Tapia marcó la línea de incriminaciones al declarar, el primero, que:
como el dicho Cortés vido que la yegua y el oro era perdido, echó fama que aquel oro que se perdió era lo de Su Majestad, e lo otro que se había salvado, que fueron cuarenta e cinco mil pesos o más, dijo que era lo suyo e para salir con su intinción fizo cierta probanza.55
En el mismo tenor declararon luego Gonzalo Mejía, Antonio Serrano de Cardona, Rodrigo de Castañeda y Alonso Ortiz de Zúñiga.
Al contraatacar, presentando un enorme interrogatorio para que lo contestaran sus testigos de descargo, Cortés se refirió a esta cuestión en las preguntas 189 a 191.56 El asunto no pasó de dimes y diretes, pues el juicio de residencia nunca llegó a ser resuelto.
Además de la probanza sobre el oro del quinto real perdido en la Noche Triste, antes mencionada, Cortés aprovechó la reunión en Tepeaca-Segura de la Frontera de sus capitanes, vueltos oficiales reales, alcaldes y regidores, para hacer con ellos dos probanzas más, éstas enderezadas contra Diego Velázquez y Pánfilo de Narváez.
En la primera de ellas,57 los oficiales reales Alonso Dávila, tesorero; Alonso de Grado, contador; Bernardino Vázquez de Tapia, factor, y Rodrigo Álvarez Chico, veedor, dirigieron a Hernán Cortés, capitán general y justicia mayor, una solicitud en la cual le exponen las malas consecuencias que para la Nueva España trajo la expedición de Narváez, enviada por Velázquez, y le piden que, por dicha causa, mande secuestrar todos los bienes que los dichos tengan en esta tierra. Y en la probanza que sigue, nueve testigos contestan las 22 preguntas del interrogatorio, cuyo propósito principal es hacer constar que la rebelión de los indios que llevó a la derrota de la Noche Triste, las muertes de cientos de españoles y millares de indígenas que entonces perecieron, y la pérdida del tesoro y del quinto real habían sido causadas por la llegada de la expedición de Narváez, quien repetidas veces manifestó que él venía a prender a Cortés y a dejar libre a Motecuhzoma. Todos los declarantes, incluso Pedro de Alvarado, confirmaron esta versión y acusación.
El origen de la sublevación indígena, según los cronistas e historiadores españoles e indígenas, fue la matanza del Templo Mayor, organizada por Pedro de Alvarado. Y este mismo capitán, en el proceso de residencia que se le formó años más tarde, así lo reconoció, aunque también dijo que “los indios lo querían matar” y “que la fiesta no era más que un pretexto para justificar el alzamiento”. La llegada de Narváez y su promesa de liberar a Motecuhzoma pudieron ser un apoyo para la rebelión indígena, pero no su causa. Por todo ello, la materia de esta probanza es inconsistente. Su verdadera intención parece ser la de justificar el secuestro de los cuantiosos recursos militares —naves, soldados, caballos, artillería y armas— que había traído Narváez.
La tercera probanza de este grupo, del 4 de octubre siguiente y del mismo lugar, tiene el propósito de afirmar que Hernán Cortés y no Diego Velázquez hizo los gastos para la organización de la expedición a México.58
Gracias a circunstancias fortuitas o atraídos por la fama de la riqueza de México que corría por las islas antillanas, llegan refuerzos considerables al de nuevo menguado ejército de Cortés [p. 112]. Entre los meses de julio y octubre de 1520 llegó una nave de Pedro Barba, con 13 soldados, un caballo y una yegua, que enviaba Diego Velázquez con cartas para Narváez, a quien daba por dueño de la situación, en las que le encargaba que enviase a Cuba a Cortés, a quien suponía preso y desbaratado, para trasladarlo a Castilla. Pedro Caballero, el “almirante de la mar” puesto por Cortés en Veracruz, atrajo amistosamente a Barba, lo apresó y él y sus soldados acabaron incorporados de buena gana al ejército del conquistador. Otro tanto ocurrió con otro navío chico, de Rodrigo Morejón de Lobera, que traía ocho soldados, una yegua, seis ballestas, bastimentos y aparejos.59
Francisco de Garay seguía empeñado en poblar el Pánuco y enviaba un navío tras otro. Por el mes de octubre llegó a Veracruz el resto de la expedición que había enviado, al mando de Diego Camargo, con 60 hombres hambrientos, flacos, amarillos e hinchados, a los que los soldados de Cortés, cuenta Bernal Díaz, apodaron los “panciverdetes”. Más tarde llegó Miguel Díaz de Aux, aragonés altivo, en busca de otras naves despachadas por Garay, que también incorporó al ejército más de 50 soldados y siete caballos. Y en fin, con el mismo origen y propósitos, llegó otra nave capitaneada por Ramírez el Viejo, con cerca de 40 soldados, 10 caballos, yeguas, ballestas y otras armas. A los soldados traídos por Díaz de Aux llamaron los “lomos recios”, porque venían “recios y gordos” y a los del viejo Ramírez “los de las alabardillas”, porque traían gruesas casacas de algodón a las que no pasaba ninguna flecha, los “escaupiles” indios, que luego adoptará Cortés para su ejército.60
En su segunda Relación Cortés sólo menciona el desbarato que habían sufrido en Pánuco los soldados enviados por Garay [pp. 104-105] y la llegada a Veracruz de una carabela pequeña, también de Garay, con 30 hombres de mar y tierra, a los que dice que auxiliará [p. 113].
Bernal Díaz resume como sigue los refuerzos recibidos: de los navíos de Barba y Morejón de Lobera, 25 soldados, dos caballos y una yegua; y de los navíos de Garay, cuyos capitanes fueron Camargo, Díaz de Aux y Ramírez el Viejo, 120 soldados y 17 caballos y yeguas,61 valiosos refuerzos para compensar las pérdidas de la Noche Triste.
Además, Cortés despachó enviados a la isla Española para que le trajeran soldados, caballos y armas [p. 112]. En las páginas finales de su carta, reitera que su propósito es:
Volver sobre aquella ciudad y su tierra, y creo, como yo a Vuestra Majestad he dicho, que muy en breve tornará al estado en que antes yo la tenía, y se restaurarán las pérdidas pasadas. En tanto, yo quedo haciendo doce bergantines para entrar por la laguna [pp. 112-113].
La noticia final que da Cortés a Carlos V es el bautizo de la tierra, que se llamará la “Nueva España del mar océano” porque:
así en la fertilidad como en la grandeza y fríos que en ella hace, y en otras muchas cosas que la equiparan a ella [p. 114].
Según fray Juan de Torquemada,62 Juan de Grijalva, que exploró la isla de Cozumel y la costa yucateca y del Golfo en 1518, había dicho ya que: “hallaban una Nueva España”, expresión que no se registró en el Itinerario de su viaje y, al parecer, aquella denominación sugerida había sido olvidada.
1519 |
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8 de noviembre |
Entrada a la ciudad de México. |
14 de noviembre (?) |
Prisión de Motecuhzoma. |
1520 |
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Principios de mayo |
Llega la expedición de Narváez a la costa. |
10 de mayo |
Sale Cortés a Cempoala. |
Mediados de mayo |
Matanza del Templo Mayor en México. |
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Guerra de los mexicas contra los españoles. |
27/28 de mayo |
Prisión de Narváez en Cempoala y derrota de su expedición. |
24 de junio |
Cortés vuelve a la ciudad de México. |
27/28 de junio |
Muerte de Motecuhzoma. Lo sucede Cuitláhuac, décimo señor de México. |
30 de junio |
Derrota de la Noche Triste y salida de los españoles de la ciudad de México. |
7 de julio |
Batalla de Otumba. |
8 de julio |
Llegada a tierras de Tlaxcala. |
Fines de julio |
Campaña de Tepeaca. |
Julio-octubre |
Cortés recibe refuerzos considerables y prepara la reconquista de la ciudad de México. |
30 de octubre |
Firma en Segura de la Frontera la segunda Carta de relación. |
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Cortés cumple 35 años. |
1 Orozco y Berra, Historia antigua, Conquista, lib. II, cap. II.— Luis González Aparicio, Plano reconstructivo de la región de Tenochtitlan, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1973.
2 Sahagún, lib. XII, cap. XV.
3 Bernal Díaz, cap. LXXXVIII.
4 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. II, cap. XXVI.— Bernal Díaz, cap. XCIV.— López de Gómara, cap. LXXXIII.
5 Bernal Díaz, cap. XCV.
6 Eulalia Guzmán, Comentarios a las Relaciones de Cortés, pp. 215-219.
7 Sahagún, lib. Xll, cap. XVII.
8 Durán, Historia de las Indias, cap. LXXIV.
9 Fray Francisco de Aguilar, Relación breve de la conquista, ed. Federico Gómez de Orozco, 5ª jornada, pp. 52-54.
10 Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, “Séptima relación”, Relaciones originales de Chalco Amaquemecan, trad. del náhuatl de Silvia Rendón, Fondo de Cultura Económica, México, 1965, p. 235.
11 Las Casas, “De la Nueva España”, Brevísima relación, Tratados, ed. Fondo de Cultura Económica, p. 71.
12 Alfredo Chavero, Explicación del Lienzo de Tlaxcala, Antigüedades mexicanas, Texto, México, 1892.
13 Guzmán, ibid., p. 217.— El encadenamiento de las manos no es del todo evidente. Pero si doña Eulalia hubiera podido conocer la serie ampliada del Lienzo de Tlaxcala, dada a conocer por René Acuña, y editada por la UNAM en 1981, se hubiese complacido con la nueva lámina 20, f. 246 v, llamada simplemente “Fernando Cortés”, en la que, junto al conquistador a caballo y tras él Marina, aparece Motecuhzoma con grillos en los pies.
14 Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala, lib. II, cap. VI.
15 López de Gómara, cap. LXXXIX.
16 Donación de tierras a doña Isabel y doña Marina Moctezuma, del 27 de junio de 1526 y el 14 de marzo de 1527: en Documentos, sección III.
17 Para las relaciones de Cortés con las hijas de Motecuhzoma, véase la nota 2 a la Donación antes citada. En la Crónica Mexicáyotl, de Hernando Alvarado Tezozómoc (trad. del náhuatl de Adrián León, UNAM, Instituto de Historia, México, 1949, párrafos 305-324), se consignan los nombres y se narran las historias de 19 hijos de Motecuhzoma.
18 Bernal Díaz, cap. XCIII.
19 Tapia, ed. BEU, pp. 80-81.
20 Sahagún, lib. XII, caps. XVII y XVIII, trad. del náhuatl de Ángel M. Garibay K.
21 Debió escribir xoxolhuia: mentir a sabiendas, en náhuatl.
22 Bernal Díaz, cap. XCVII.
23 Guzmán, op. cit., p. 252.— Bernal Díaz, cap. XCIX.
24 Bernal Díaz, caps. XCI y XCII.
25 Ibid., cap XCII
26 Tapia, pp. 83-87. Coatlicue, p. 84.
27 Alonso de Zorita, Breve y sumaria relación de los señores … en la Nueva España, Nueva colección de documentos para la historia de México, t. III (189 1), reed. S. Chávez Hayhoe, México, 1941, pp. 134-137.
28 Orozco y Berra, op. cit., lib. II, cap. VII.— La descripción de Narváez: Las Casas, Historia de las Indias, lib. III, cap. XXVI, y Bernal Díaz, cap. CCVI.
29 Bernal Díaz, cap. CIX, consigna 19 naos, 1 400 soldados, que incluían 90 ballesteros y 70 escopeteros, 80 caballos y 20 tiros de artillería; Andrés de Tapia, p. 89, recuerda 18 navíos, “más de mil e tantos hombres, e que traían muy buena artillería”, 90 caballos y más de 150 ballesteros y escopeteros; y López de Gómara, cap. XCVI: 11 naos, 7 bergantines, 900 españoles y 80 caballos.— El licenciado Vázquez de Ayllón menciona, además, 1 000 indios de Cuba. Y había, al menos, un negro, el que trajo la viruela a México y cuya epidemia comenzó en Cempoala.
30 Bernal Díaz, caps. CIX-CXXV. El diálogo en cap. CXXII.
31 López de Gómara, cap. CI.
32 Tapia, pp. 94-95.
33 Bernal Díaz, cap. CXXII.
34 Ibid., cap. CXXIV.
35 Ibid.
36 López de Gómara, cap. CIV.— Bernal Díaz, caps. CXXV y CXXVI.— Vázquez de Tapia, Relación de méritos y servicios, pp. 41 -42.
37 Relaciόn del origen de los indios que habitan esta Nueva España según sus historias o Códice Ramlrez, ed. de M. Orozco y Berra, México, 1878, pp. 88-89.
38 Durán, Historia de las Indias, cap. LXXV.
39 La versión indígena aludida, que aquí repite Durán, en Sahagún, lib. XII, caps. XIX y XX.
40 Alva Ixtlilxóchitl, Historia de la nación chichimeca, cap. LXXXVIII.
41 Proceso de residencia contra Pedro de Alvarado, ed. de José Fernando Ranírez, paleografía de Ignacio López Rayón, impreso por Valdés y Redondas, México, 1847, Quinto cargo, pp. 65-68.
42 Relación... o Códice Ramírez, pp. 89-90.
43 Ibid., p. 91.— Esta versión de que Motecuhzoma y otros señores indios fueron muertos por los españoles, por orden de Cortés, fue abrazada dramáticamente por Manuel Orozco y Berra, movido, dice, no por odio, sino por convencimiento: Historia antigua, Conquista, lib. II, cap. X y nota 36.
Fray Francisco de Aguilar, Relaciόn breve, 7a jornada, p. 70, confirma también la muerte de los otros señores indios: “había otros muy grandes señores detenidos con él, a los cuales el dicho Cortés, con parecer de los capitanes, mandó matar, sin dejar ninguno”.
44 Hay reproducciones de este Cόdice de Moctezuma en Gurría Lacroix, “Itinerario de Hernán Cortés”, Artes de México, núm. 111, México, 1968, sin folio; y en John B. Glass, Catálogo de la colecciόn de cόdices, Museo Nacional de Antropología, INAH, México, 1964, p. 69 e ilustración 27.
45 Cervantes de Salazar, lib. IV, cap. CVIII, refirió inicialmente la anécdota, que luego repitió Herrera, década IIa, lib. X, cap. IX.
46 Bernal Díaz, cap. CXXVIII.— Sahagún, lib. XII, cap. XXIV.
47 Bernal Díaz, ibid.— Fray Francisco de Aguilar, Relación breve, 7ª jornada, p. 72.
48 Aguilar, Relación breve, 7a jornada, pp. 72-73.— Códice Ramírez, p. 91.— López de Gómara, cap. CX.— Cervantes de Salazar, Crónica, lib. IV, cap. CXXIII.— Herrera, década IIa, lib. X, cap. XII.— Torquemada, lib. IV, cap. LXXII.— Fernández de Oviedo, lib. XXXIII, cap. LIV.
49 Prescott, Historia de la conquista de México, lib. V, cap. IV, n. 26.— Orozco y Berra, lib. II, cap. XI, n. 15.— Wagner, cap. XX, p. 300, repite esta lista anterior sin citar su procedencia. Aquí acumulo y preciso las referencias.
50 Orozco y Berra, ibid.
51 Sahagún, lib. XII, cap. XXV.
52 Bernal Díaz, cap. CXXXV.
53 Ibid.
54 Probanza hecha a pedimento de Juan Ochoa de Lejalde, en nombre de Hernán Cortés, sobre las diligencias que éste hizo para salvar el oro de Sus Majestades, Tepeaca, 20 de agosto-3 de septiembre de 1520: en Documentos, sección I.— En el poder que da Cortés a Ochoa de Lejalde, firmado el 6 de agosto de 1520, se menciona por primera vez el nombre de Nueva España, antes de que Cortés lo comunique al rey al fin de su segunda Carta de relación, fechada el 30 de octubre siguiente. Lo hizo notar G. R. G. Conway, editor de esta probanza, en La Noche Triste. Documentos…, Robredo, México, 1943, Prólogo, p. XI.
55 Vázquez de Tapia, respuesta LII a las preguntas del “juicio secreto”, en Documentos, sección IV.
56 Interrogatorio presentado por Hernán Cortés al examen de los testigos que presentare para su descargo en la pesquisa secreta, Temistlan, 1534: en Documentos, sección IV, segunda parte.
57 Solicitud de los oficiales reales contra Diego Velázquez y Pánfilo de Narváez y probanza contra ellos, Segura de la Frontera, 4-28 de septiembre de 1520: en Documentos, sección l.
58 Probanza hecha por Juan Ochoa de Lejalde, en nombre de Hernán Cortés, sobre quién hizo los gastos de la expedición a México, Segura de la Frontera, 4 de octubre de 1520, en Documentos, sección I.
59 Bernal Díaz, cap. CXXXI.
60 Ibid., cap. CXXXIII.
61 Ibid., cap. CXXXIV.
62 Torquemada, lib. IV, cap. IV.