Como siempre trabajé de saber los más secretos de estas partes que me fue posible.
HERNÁN CORTÉS
Después de las grandes revelaciones y los acontecimientos que narran la segunda y tercera Cartas de relación, la cuarta y la quinta son sólo crónicas de las acciones que van ampliando el dominio de las huestes de Cortés sobre territorio mexicano y centroamericano, así como de la organización que se va dando a la Nueva España.
La cuarta carta, cuya extensión es casi la mitad de las dos anteriores, refiere lo ocurrido en un periodo de dos años y cinco meses, de mediados de mayo de 1522 al 15 de octubre de 1524, en que la firma ya en Temixtitan: acciones militares de penetración, noticias sobre la organización del país y la edificación de la nueva ciudad de México e informes de los frecuentes intentos que, sirviéndose de agentes ineficaces, sigue haciendo el gobernador de Cuba para vengarse de Cortés y apropiarse de sus conquistas.
Pero, además de lo que narra Cortés, en este periodo ocurren otras cosas importantes, que omite por discreción o por olvido voluntario e involuntario, como el reconocimiento y nombramientos que recibe del emperador, la muerte de su primera mujer, Catalina Xuárez, y la llegada de los franciscanos que inician la evangelización.
Apenas concluida la conquista de la cabeza del imperio azteca, Cortés había iniciado exploraciones y conquistas radiales que proseguirá en el lapso cubierto por esta cuarta Relación en seis direcciones principales: hacia Pánuco, al noreste; hacia Coatzacoalcos, al este, en la costa del Golfo; hacia Tututepec y Tehuantepec, y luego Soconusco y Guatemala, al sureste; hacia la costa guerrerense, al sur; hacia Zacatula, al suroeste, y hacia Colima, Michoacán y el sur de Jalisco, al oeste. Así pues, con excepción de la penetración hacia Pánuco, al noreste de la ciudad de México, todas las demás entradas son hacia el sur del territorio mexicano, abajo del paralelo 20°, orientación principal de las nuevas conquistas.1
Además de la extensión de sus dominios, Cortés tiene otros designios: explorar las posibilidades de la costa del Mar del Sur, puerta también hacia el Oriente, y encontrar un estrecho que comunique ambos océanos.
Las primeras incursiones que relata Cortés son las de la región de Coatzacoalcos. Gonzalo de Sandoval, el alguacil mayor, después de pacificar las regiones de Huatusco, Tuxtepec y Oaxaca, y fundar la villa de Medellín —en memoria del pueblo extremeño en que Cortés había nacido—, en el lugar llamado Tatatetelco, cerca de Huatusco, de donde se pasará el pueblo al sur del actual puerto de Veracruz, va a completar la pacificación de Coatzacoalcos, iniciada por Diego de Ordaz. Sandoval la consigue con buena maña, funda la villa del Espíritu Santo, río arriba, y logra también la sujeción de otras provincias vecinas, entre ellas Centla, Chinantla, Tabasco y tierras de los zapotecas, ricas en oro [p. 203].2
De Jesús Amaya Topete, Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958.
Mientras tanto, en febrero de 1522 Pedro de Alvarado logra la pacificación de la región de Tututepec, al sur de Oaxaca. La provincia era muy rica en oro, y Alvarado, con la crueldad y la codicia que lo distinguían, acaba con la vida del viejo cacique, saca todo el oro posible, se manda hacer unas estriberas de oro y, como no da parte alguna del botín a los soldados que lo acompañan, algunos de ellos se conjuran para darle muerte junto con sus hermanos. Descubre el intento el padre Olmedo, que iba con la expedición, y Alvarado hace ahorcar a dos soldados. Cortés ordena que se funde en Tututepec un pueblo, repitiendo el nombre de Segura de la Frontera, al cual se hace venir a los españoles que se encontraban en el que llevaba este nombre en el antiguo Tepeaca, nuevo pueblo que tampoco prosperará [pp. 204-205].3
Años más tarde, Cortés y Alvarado disputarán por el oro de Tututepec que, al parecer, habían convenido dividir. En septiembre de 1528 Alvarado reclamó judicialmente a Cortés afirmando que le había enviado todo este oro y que no le daba su parte. Cortés replicó, el 10 de marzo de 1529, durante su estancia en España, que no hubo tal concierto de partición y que Alvarado no envió a Cortés el oro que debía.4
A pesar de que Francisco de Orozco había tomado posesión del valle de Oaxaca —futuro asiento imaginario del marquesado de Hernán Cortés— desde fines de 1521, la resistencia decidida de los zapotecas y los mixes continuaba. Tanto Cortés [pp. 227-228] como Bernal Díaz5 ponderan la aspereza de aquellas tierras y su riqueza en oro, el valor de los indígenas en defensa de su tierra, la eficacia de sus largas lanzas rematadas con navajones de pedernal y los silbos con que los nativos se comunicaban de sierra a sierra.6
Alvarado será enviado de nuevo, el 6 de diciembre de 1523, con un numeroso y bien armado ejército, a continuar la exploración y conquista del sureste por la costa del Pacífico. El “Tonatiuh” someterá las provincias de Soconusco y Chiapas [p.214] y luego continuará en tierras maya-quichés de Guatemala, por Utatlán y Quetzaltenango, llegará hasta Acajutla, en el actual El Salvador, y volverá a Guatemala, donde funda Santiago de Guatemala el 25 de julio de 1524 [p. 226].7
Tanto en las exploraciones de la costa atlántica como en las del Pacífico que ordena Cortés, el capitán general se muestra obsesionado por el descubrimiento del estrecho que el rey le había encargado buscar y del que se tenían indicios.
Desde los días inmediatos a la conquista de la ciudad de México, Cortés había tenido noticia de la provincia de Michoacán, de sus riquezas y de su vecindad con el Mar del Sur, y había iniciado contactos amistosos con los tarascos [p. 190]. Estos encuentros tuvieron un comienzo banal. En los últimos días de la conquista de Tenochtitlán, Cortés tenía problemas para la alimentación de su ejército, y un soldado llamado Porrillas o Parrillas, que se había distinguido por su habilidad como proveedor y su amistad con los indios, fue enviado por el capitán general a conseguir guajolotes. Parrillas, que montaba un caballo blanco y al que acompañaban algunos indios, fue de Matalcingo a Charo, en los límites de Michoacán. Los tarascos curiosearon al español, primero que veían, y aun lo tocaron “como a cosa nunca vista”, y éste averiguó cosas importantes respecto a ellos, sobre todo que tenían plata y oro. Cuando quiso volverse, además de llevar los guajolotes, se supone, le dieron algunas piezas labradas y permitieron que fueran con él dos indios, de todo lo cual Parrillas informó a Cortés.8
Los primeros españoles que llegaron a Tzintzuntzan (Huitzitzila o Huitchichila en náhuatl), capital del señorío de Michoacán, fueron, al parecer, Antonio Caicedo y uno o dos españoles más, enviados por Cortés en el otoño de 1521 [p. 204]. Los visitantes vieron al cazonci, señor de aquella provincia, y unos y otros exhibieron sus grandezas y cambiaron regalos. El obsequio de los españoles fueron diez puercos y un perro, a los cuales el cazonci hizo matar en cuanto salieron los visitantes.9 Cuando volvieron, con ellos fue un pariente del cazonci, probablemente Huitzilitzi o Tashuaco, en purépecha, algunos nobles tarascos, dos muchachas y numerosos cargadores con regalos para Cortés: escudos de plata, diademas, orejeras, collares, sandalias, plumajes, mantas y jícaras de vivos colores. Se conserva la lista de ellos, y la remisión que se hizo al emperador en 1522.10 El tesoro michoacano formaba parte del envío que fue robado por el corsario Juan Florín.
Después del viaje de Caicedo y compañeros, La relación de Michoacán dice que llegaron cuatro españoles más, pidieron ayuda de guerreros al cazonci, y después de dos días siguieron hacia Colima.11 Existe un extenso relato de Cervantes de Salazar respecto a la expedición a Michoacán de Francisco Montaño, amigo del cronista y al que él da importancia excesiva y acaso fantasiosa. J. Benedict Warren considera que la escueta mención de La relación corresponde al viaje de Montaño, que su amigo Cervantes de Salazar llenó de imaginación y algo de retórica, apropiándose del regalo del perro y de la compañía que les hizo a su regreso el hermano del cazonci,12 ya incluidos en los hechos atribuidos al viaje de Caicedo. Las dos historias parecen estar entremezcladas.
Por otra parte, ni Cortés ni López de Gómara ni Bernal Díaz, los tres historiadores básicos de la conquista de México, mencionan ni a Parrillas ni a Caicedo ni a Montaño, y La relación de Michoacán se limita a decir que vinieron uno, dos o tres españoles. Del primero y del último sabemos por los relatos de Cervantes de Salazar, repetidos luego por Herrera; y de Caicedo por el testimonio de un Hernández Nieto en una Información de 1553.13
De todas maneras, éstos habían sido curioseos pacíficos. El sojuzgamiento militar lo confiará Cortés a Cristobal de Olid. El 17 de julio de 1522 llegó a Tajimaroa la expedición de Olid que, según Cortés, constaba de 70 de a caballo y 200 peones, con buenas armas y artillería [p. 204], A pesar de que la decisión inicial de Zinzicha Tangaxoan, el cazonci señor de los tarascos, había sido la de fortificar el reino y defenderlo de los españoles, y aunque éstos comenzaron por ofrecerles paz y pedirles sólo comida y mantas, la presencia de los españoles los llenó de terror. Ciertos nobles aconsejaron al cazonci atarse cobre en las espaldas para ahogarse en el lago y reunirse con sus antepasados, aunque al fin sólo huyó con sus mujeres a Uruapan. Mientras tanto, Olid y sus soldados se habían instalado en el palacio de las yácatas de Tzintzuntzan, capital del señorío. Buen discípulo del conquistador, el capitán Olid preguntó a los señores tarascos que lo atendían por los arreos de los ídolos; trajéronle plumajes, rodelas y máscaras que despreció e hizo quemar. Quería sólo el oro. En la casa del cazonci los españoles encontraron veinte arcas con ornamentos de oro y otras veinte de plata que comenzaron a llevarse. Las mujeres del cazonci intentaron impedirlo con garrotes y reprochaban a los principales tarascos su cobardía. Éstos les dijeron que no les hicieran daño pues que eran dioses y se llevaban lo que les pertenecía. Olid abrió las arcas, escogió las piezas más finas, hizo que con espadas partieran las menos valiosas y envolvieron todo en mantas hasta formar 200 cargas. Vigilados por soldados españoles, los indios las transportaron a Coyoacán, donde estaba Cortés. Con ellos fue el noble Cuinierangari, que luego se llamará don Pedro y será el relator de estas historias en La relación de Michoacán. Cortés recibió el botín-presente, preguntó por el cazonci y dijéronle que se había ahogado; preguntó también por Huitzilitzi y decidió que éste sucediera al cazonci muerto e hizo que principales mexicas mostraran a los visitantes la destrucción de Tenochtitlán. Mexicas y tarascos se dijeron tristes palabras de condolencia y resignación en su miseria.
En Michoacán, Olid había sabido dónde se escondía el cazonci Zinzicha, al que hizo traer a Tzintzuntzan y vigilar. Y le pidió más oro. De las islas de Pacandán y Hurandén, en el lago de Pátzcuaro, trajeron 80 cargas más al cuartel. Como no les parecía aún suficiente, los tarascos se preguntaban: “¿Para qué quieren este oro? Débenlo comer estos dioses, por eso lo quieren tanto.” Y de las islas de Apupato y Utuyo vinieron otras 80 cargas. Olid escribió a Cortés informándole que el cazonci vivía y lo tenía en su poder. Don Pedro, que se encontraba aún en México, se atemorizó ante el engaño descubierto, pero Cortés lo tranquilizó y lo envió de vuelta a su tierra para que trajera al cazonci a verlo. Llegado a Tzintzuntzan, don Pedro relató a su señor el buen trato que había recibido y el cazonci aceptó viajar a México. Juntó a sus nobles, principales y caciques, llevó un nuevo cargamento de oro “e iba llorando por el camino”. Cortés lo recibió amistosamente y aunque procuró dar confianza a aquel pobre señor amedrentado, también lo hizo visitar —como ya se narró— a Cuauhtémoc con los pies quemados, lo que debió infundirle pánico.
Días después le mandó volverse a su tierra con instrucciones imperativas:
Vete a tu tierra, ya te tengo por hermano. Haz llevar a tus gentes estas áncoras. No hagas mal a los españoles que están allá en tu señorío, porque no te maten. Dales de comer y no pidas a los pueblos tributos, que los tengo de encomendar a los españoles.14
El botín traído de Michoacán en las varias remesas mencionadas era considerable. Cortés menciona, de lo recogido por Olid:
Hasta tres mil marcos de plata envuelta en cobre, que sería media plata, y hasta cinco mil pesos de oro, asimismo envuelto en plata, que no se le ha dado ley […] y otras cosillas de las que ellos tienen [p. 204].
Aún en Michoacán, se hizo una subasta de la ropa y mantas entregadas, que dio 159 pesos; y en México, los metales preciosos tarascos se vendieron en 9 601 pesos, cuatro tomines y seis granos, de los cuales se separó el quinto del rey, 1 920 pesos y el de Cortés, 1 536 pesos. El resto, 6 145 pesos, se repartió entre los capitanes, oficiales y soldados, desde 160 pesos que recibieron los capitantes Olid y Rodríguez de Villafuerte, 120 Andrés de Tapia, alcalde y capitán de peones, 80 los oficiales, 60 los de a caballo, 30 los ballesteros y 20 los peones. Cortés fue generoso en esta ocasión, pues dispuso que su quinto se repartiera añadiendo 10 pesos a cada uno de los 136 peones, y los 176 restantes fueran para Cristóbal Marín de Gamboa y Miguel Díaz de Aux, por los daños que sufrieron sus caballos.15
Las anclas cuyo traslado encomendó al cazonci se destinaban a los cuatro navíos que se construían en el puerto de Zacatula. Debían ser muy pesadas y muchas, pues los tarascos destinaron 1 600 hombres para llevarlas. De Tzintzuntzan a Zacatula fue con ellos un capitán, cuyo nombre Cortés no menciona en su cuarta Relación, y del que refiere:
Yendo este dicho capitán y gente a la dicha ciudad de Zacatula, tuvieron noticia de una provincia que se dice Colimán, que está apartada del camino que habían de llevar sobre la mano derecha, que es al poniente, cincuenta leguas; y con la gente que llevaban y con mucha de los amigos de aquella provincia de Mechuacán, fue allá sin mi licencia, y entró algunas jornadas, donde hubo con los naturales algunos reencuentros; y aunque eran cuarenta de caballo y más de cien peones, ballesteros y rodeleros, los desbarataron y echaron fuera de la tierra, y les mataron tres españoles y mucha gente de los amigos, y se fueron a la dicha ciudad de Zacatula; y sabido por mí, mandé traer preso al capitán y le castigué su inobediencia [p. 204].
El capitán de esta incursión no autorizada a Colima fue Cristóbal de Olid, según López de Gómara.16 Bernal Díaz también menciona a Olid en una entrada sin éxito a Colima.17 Sin embargo, Warren lo pone en duda y más bien se inclina a suponer que el capitán desbaratado en Colima pudiera ser Juan Rodríguez de Villafuerte, encargado del puerto de Zacatula.18
Volviendo a Michoacán, el señorío quedó conquistado pacíficamente, se nombraron autoridades españolas, se repartieron encomiendas y se inició la evangelización de los naturales.
El desbarato de la primera incursión en Colima ocurrió hacia julio de 1522. Ello decidió a Cortés, a principios de 1523, a encargar a Gonzalo de Sandoval dos misiones enlazadas. Inicialmente, que comenzase el quebrantamiento de los belicosos indios de la agreste zona de Impilcingo, como él la llama [p. 212] —que es Yopilcingo, tierra de los indios yopes, situada en la Costa Chica de Guerrero, cerca de Acapulco—, y que después recogiese refuerzos de Zacatula para que, como fuese necesario, conquistase el señorío de Colima. Así lo hizo, y ya pacificada la provincia, fundó la villa de Colima el 25 de julio de 1523, en el sitio de la antigua Tecoman.19 Sandoval trajo nuevas de un buen puerto, el de Navidad, hoy en Jalisco, y de una isla cercana a Cihuatlán:
toda poblada de mujeres, sin varón ninguno, y que en ciertos tiempos van de la tierra firme hombres, con los cuales han acceso, y las que quedan preñadas, si paren mujeres, las guardan, y si hombres los echan de su compañía [p. 213].
Una más de las reminiscencias mitológicas que se entrecruzan con la realidad en los relatos de los conquistadores.
En 1524, poco antes de salir a las Hibueras, Cortés envió a su pariente Francisco Cortés de San Buenaventura para que reconociese la región occidental y afirmara su poblamiento.20 Como resultado de esta expedición, y a consecuencia de un pleito con Nuño de Guzmán, se dio a conocer la Relación de una visitación, del 17 de enero de 1525, en la que se describe una extensa zona: tierras y pueblos del suroeste de Michoacán, centro y suroeste de Jalisco, Nayarit, Colima y aun Ixtapa, Guerrero. Es la descripción más antigua de esta región.21
En el centro y sur de Jalisco, en torno al lago de Chapala y a las lagunas salitrosas, existen varios pueblos: Amacueca, Ajijic, Atoyac, Cocula, Chapala, Jocotepec, Sayula, Tapalpa, Techaluta, Teocuitatlán, Tepec, Tizapán y Zacoalco, a los que se llamó Provincia de Ávalos y cuya cabecera fue Sayula. Habían sido sojuzgados por los señoríos de Michoacán y de Colima, y en 1523 y 1524 se posesionaron de ellos, al parecer sin violencia, Juan (o Alonso) de Ávalos y su hermano Hernando de Saavedra o Sayavedra, primos de Cortés recién llegados a Nueva España. Participaron en la expedición de Cortés de San Buenaventura de 1524 y recibieron en encomienda estos pueblos de la llamada Provincia de Ávalos.22
Al sur de esta provincia, y también en Jalisco, Cortés se asignó en encomienda cuatro pueblos, Zapotlán, Tamazula, Tuxpan y Amula —en cuya jurisdicción se incluían Mazamitla, Quitupan, Zapotiltic, Tonila y Piguamo—, que apreciaba especialmente por las minas de oro y plata que había en Tamazula y le cuidaba el primo Saavedra. Durante el viaje de Cortés a España, de 1528 a 1530, Nuño de Guzmán, presidente de la Audiencia, y los oidores Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo, despojaron a Cortés de estas encomiendas. El 15 de marzo de 1531 Cortés inició un pleito contra ellos por este despojo, nunca resuelto. Los pueblos pasaron a la Corona.23
Con Antonio de Quiñones, capitán de su guardia, y Alonso de Ávila —“hombre atrevido”, relacionado con los enemigos de Santo Domingo y a quien Cortés prefería “tener lejos de sí”, comenta Bernal Díaz—, como procuradores a cargo de los navíos que salieron de Veracruz hacia julio de 1522, Cortés envió a Carlos V la tercera Carta de relación, un tesoro de oro y joyas mexicanos, así como regalos y envíos personales. Se remitía también el quinto real, por el periodo del 25 de septiembre de 1521 al 16 de mayo de 1522, con un valor de 44 979 pesos y fracciones, más 3 689 pesos de oro bajo y 35 marcos y cinco onzas de plata (8.193 kg) y rodelas de plata del mismo metal. En listas complementarias se describen los objetos de oro: rodelas, máscaras, collares, brazaletes, vasos y figuras de animales y flores, destinados al rey; así como objetos de plumería y otras artesanías indígenas, que enviaba Cortés, un grupo para el rey y otro como regalos a monasterios e iglesias de España, en primer lugar al de Nuestra Señora de Guadalupe, de Extremadura, así como a personas del gobierno y de la corte. Estas listas son interesantes como descripción de la orfebrería indígena y, en cuanto a los objetos de arte plumario, revelan el aprecio que Cortés llegó a tener por esta creación singular del México antiguo.24
En estas naos volvía a España el tesorero Julián de Alderete, como lo recordará Cortés en su quinta Relación [p. 316]. Y por las declaraciones de Francisco de Orduña y Domingo Niño durante el juicio de residencia de Cortés, se sabe que Alderete murió pocos días después de iniciado el viaje y aun insinuaron que Cortés lo hizo envenenar en Veracruz con una ensalada.25
El conquistador, poco amante de historias superfluas, se limita a referir que navíos y tesoros no llegaron a España porque descuidaron su protección los de la Casa de Contratación de Sevilla y, ya pasadas las Azores, los tomaron los franceses. Siente la pérdida de “las cosas que iban tan ricas y extrañas” y se alegra de que las conozcan los franceses para que aprecien por ellas la grandeza del monarca de España [p. 236].
Las carabelas eran tres, según Herrera, y cerca de las Azores dos de ellas cayeron en manos de los piratas. La otra nao, Santa María de la Rábida, logró refugiarse en la isla de Santa María y pidió auxilio a Sevilla, de donde le enviaron a don Pedro Manrique con dos naves de armada. Al mismo tiempo, Rodríguez de Fonseca, en enero de 1523, decretó el secuestro de los bienes que llegaban.26 Juan de Ribera, que traía la tercera Relación y los mapas, así como dineros, joyas personales y encargos, venía en esta carabela salvada.
Bernal Díaz añade muchas otras circunstancias del hecho. Con los procuradores mencionados, el cabildo y los conquistadores enviaron un memorial a Carlos V, exponiéndole los esfuerzos que habían realizado, pidiéndole el envío de religiosos y refiriéndole los muchos tropiezos que les causaban los entrometimientos de los enviados de Diego Velázquez y del obispo de Burgos, memorial al parecer perdido. En cuanto al viaje infortunado de los navíos, cuenta que en el camino “se les soltaron dos tigres, de los tres que llevaban, e hirieron a unos marineros, y acordaron de matar el que quedaba porque era muy bravo y no se podían valer con él”. Cuando llegaron a la isla Tercera, el capitán Antonio de Quiñones, “que se preciaba de muy valiente y enamorado… revolvióse en aquella isla con una mujer, y hubo sobre ello cierta cuestión, y diéronle una cuchillada de que murió, y quedó sólo Ávila por capitán”. Y respecto al tesoro que cayó en manos de “Juan Florín, francés corsario”, quien dio de él “grandes presentes a su rey y al almirante de Francia”, dice cosas fabulosas:
llevaron dos navíos y en ellos cincuenta y ocho mil castellanos en barras de oro, y llevaron la recámara […] del gran Moctezuma, que tenía en su poder Guatémuz.
Y fue un gran presente, en fin, para nuestro gran César, porque fueron muchas joyas muy ricas y perlas algunas de ellas como avellanas, y muchos chalchihuis, que son piedras finas como esmeraldas, y aun una de ellas era tan ancha como la palma de la mano, y otras muchas joyas que, por ser tantas y no detenerme en describirlas, lo dejaré de decir y traer a la memoria. Y también enviamos unos pedazos de huesos de gigantes…27
Lo que ocurrió a Alonso de Ávila durante su cautiverio en Francia es la historia muy peregrina “del gran ánimo que tuvo un año entero con una fantasma que de noche se echaba en su cama”, que relata Francisco Cervantes de Salazar.28
La identidad del pirata llamado por los españoles Juan Florín se disputa entre Jean Fleury de Honfleur, capitán al mando de Jacques Ango, más tarde vizconde de Dieppe,29 y Giovanni Verrazzano (1485?-1528?).30 El primero era sólo un pirata temible; el último, un explorador famoso. Verrazzano nació en Florencia —de donde pudo venirle el apodo Florín o Florentín— y de mozo viajó por Siria y El Cairo, negociando en sedas y especias, y al parecer acompañó a los portugueses en alguno de sus viajes a Oriente y a los españoles en sus exploraciones del Caribe. Era un navegante competente y su hermano Hierónimus aprovechó sus conocimientos para trazar un mapamundi que conserva la Biblioteca Vaticana.
Interrumpiendo sus hazañas como pirata, si es que fueron suyas, Verrazzano, informa la Encyclopaedia Britannica, fue el primer explorador, en 1524, de la costa de Norteamérica en los alrededores de Nueva York. Por ello, considerándolo descubridor de esa región, el puente colgante más largo del mundo, que en la bahía de Nueva York une Brooklyn con Staten Island, lleva su nombre. Según Carl Ortwin Sauer, Verrazzano murió en 1528 a manos de los indígenas del Brasil, en una expedición para buscar “palo de Brasil”.
Bernal Díaz añade a su relato de lo robado por Juan Florín que, en aquella misma correría, robó otro navío que venía de Santo Domingo, al que “le tomó sobre veinte mil pesos de oro y muy grande cantidad de perlas, azúcar y cueros de vaca”. Con todo volvió Florín y:
toda Francia estaba maravillada de las riquezas que enviábamos a nuestro gran emperador; y aun al mesmo rey de Francia le tomaba codicia, más que otras veces, de tener parte en las islas y en esta Nueva España.
El rey Francisco I, que había descubierto, gracias a Florín-Fleury-Verrazzano tan provechosa manera de hacer la guerra, envió al ahora corsario a seguirse buscando la vida en el mar. Y cuando ya había despojado algunos barcos topó “con tres o cuatro navíos recios y de armada, vizcaínos”, que lo desbarataron y apresaron. Cuando lo llevaban preso a Sevilla, el emperador fue informado y ordenó que se hiciese justicia a Florín y a sus acompañantes, quienes fueron ahorcados en el puerto de Pico.31
Volviendo a la Carta de relación de Cortés, éste anuncia a Carlos V un nuevo envío “de ciertas cosillas que entonces quedaron por desecho y por no indignas de acompañar a las otras, y algunas que después acá yo he hecho”, y le promete que seguirá haciéndole envíos cada vez que exista la posibilidad y lo más que pudiere [pp. 236-237].
Este tercer envío del quinto real y presentes era considerable, aunque no alcanzara la riqueza del segundo tesoro robado. Lo remitió Cortés junto con su cuarta Relación y otros papeles, entre ellos dos mapas, al cuidado de Diego de Soto y de nuevo Juan de Ribera. Iba una caja con joyas y figuras de oro, plata, perlas y piedras, labradas por los indios; y en tres cajas más, objetos de pluma fina adornados de oro y plata, pellones y telas. La pieza más notable era una culebrina de plata, fundida por los orfebres indios y fabricada con el metal que vino de Michoacán, que pesaba 22.5 quintales (1 035 kilos) y valía 24 500 pesos de oro. “Tenía de relieve —cuenta López de Gómara— un ave fénix, con una letra al emperador que decía:
Aquesta nació sin par;
yo en serviros sin segundo;
vos sin igual en el mundo.
Añade el historiador que el tiro y su inscripción “causó envidia y malquerencia con algunos de Corte”, y que Andrés de Tapia comentó también en verso:
Aqueste tiro a mi ver
muchos necios ha de hacer.32
Bernal Díaz refiere que grandes señores murmuraron del Fénix diciendo que “era bravoso el blasón de la culebrina”, a lo que el duque de Béjar y el conde de Aguilar, adictos a Cortés, replicaron preguntándoles: “¿Ha habido capitán que tales hazañas y que tantas tierras haya ganado, sin gasto y sin poner en ello Su Majestad cosa ninguna, y que tantos cuentos de gentes se hayan convertido a nuestra santa fe?” El rey no pareció haber tenido mucho entusiasmo por el cañón de plata, pues lo regaló a su secretario Francisco de los Cobos, quien más utilitario que curioso lo hizo fundir en Sevilla y obtuvo “sobre veinte mil ducados”.33
De lo correspondiente al quinto, se enviaban al rey 60 000 pesos de oro, según las cuentas de los oficiales reales [p. 237]. En este viaje de fines de 1524 que llevaba el envío de Cortés —mientras éste y su comitiva se internaban en pantanos y selvas—, viajaron a Castilla Juan Velázquez de León, Alonso de Grado y otros capitanes, “por pretensiones particulares”, y los oficiales reales enviaron cartas escondidas,34 contra Cortés puede presumirse.
El conquistador enviaba también 25 000 castellanos de oro y 1 550 marcos de plata a su padre, Martín Cortés, para que le enviase armas, artillería, hierro, naves con muchos aparejos, vestidos, plantas, legumbres y otras cosas que necesitaba “para mejorar la buena tierra”. Informa López de Gómara que “tomolo todo el rey con lo demás que vino entonces de las Indias”,35 pues lo requería para sus guerras europeas.
Pero, al mismo tiempo que hacía estos envíos generosos, en la cuarta Relación son frecuentes las menciones que hace Cortés de las muchas deudas de que se ha cargado, para sufragar los gastos de las nuevas expediciones, y de la necesidad que tiene de que se le paguen estos gastos. Ahora la conquista deja de ser una empresa personal, y como él envía al emperador su quinto real y la conquista se ha convertido en empresa de “interés público”, reclama el pago de sus servicios y erogaciones.
Diego Velázquez, el gobernador de Cuba, no olvidaba su ya viejo agravio contra Cortés y su fortuna, y no cesaba de enviar o promover perturbadores con el propósito de echar a un lado al conquistador de México: Pánfilo de Narváez, Cristóbal de Tapia y ahora Juan Bono de Quejo. Velázquez tenía un aliado poderoso en don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y presidente del Consejo de Indias, quien envió muchas cartas firmadas en blanco a Bono de Quejo para que viniese a México y nombrase nuevas autoridades, suponiendo que Tapia era ya el nuevo gobernador de la tierra. Bono de Quejo llegó a Coatzacoalcos hacia septiembre u octubre de 1522, donde lo desilusionó uno de los capitanes de Cortés, Luis Marín; de allí pasó a Veracruz y luego a México, donde habló con Cortés en Coyoacán, recibió alguna ayuda y se volvió a Castilla [p. 207].36
El sometimiento de la región de Pánuco fue uno de los más difíciles y complejos y en él se cruzaron constantemente los intereses de Hernán Cortés con los de Francisco de Garay. Éste fue un vasco que pasó a las Indias en el segundo viaje de Colón, de quien fue amigo, y llegó a ser uno de los colonos más ricos de las islas. Pero además quería emular a los grandes descubridores y conquistadores y gastó su fortuna en empresas que solía confiar a otros capitanes. No tuvo ventura, aunque, sin proponérselo, ayudó mucho a la conquista de Cortés.
Desde 1512 o 1513, Juan Ponce de León, viajando desde la Española, confirmó la existencia de la península de la Florida, señalada por viajeros anteriores, y observó el nacimiento de la Corriente del Golfo. En 1519 Garay envió al capitán Alonso Álvarez de Pineda, con cuatro navíos, a hacer un reconocimiento del arco septentrional de la costa del Golfo, para buscar un estrecho entre los dos océanos. El viaje duró ocho o nueve meses. Tocaron la Florida, reconocieron en detalle la costa del Golfo, obtuvieron algún oro en tierras cercanas al río Pánuco y llegaron a Veracruz, donde ya se encontraban recién llegadas las huestes de Cortés. En este puerto, algunos de sus marinos fueron capturados e incorporados al ejército que emprendía la marcha al centro de México. Álvarez de Pineda continuó recorriendo la costa del Golfo, hacia el norte, y encontró la tierra que llamó Amichel y un caudaloso río que llamó del Espíritu Santo y se llama Misisipi. (El reconocimiento formal del gran río se atribuye a Hernando de Soto, en 1540.) Gracias a este viaje se completó el conocimiento de todo el litoral del Golfo, desde Yucatán hasta la Florida.
En 1520 Garay envió tres barcos, con el mismo capitán, para fundar una colonia en Pánuco. Informado por Motecuhzoma y con su auxilio, Cortés se adelantó a lograr cierto sometimiento de los huastecos. Los soldados de Garay, indisciplinados, cometieron desmanes, fueron atacados por los indios y se dispersaron. Algunos de los supervivientes llegaron a Veracruz para reforzar las tropas de Cortés que, expulsadas de la ciudad de México, preparaban el asalto. Garay envió tres navíos más para reforzar la expedición de Álvarez de Pineda: el de Diego Camargo, el de Miguel Díaz de Aux y el de Ramírez el Viejo, cuyos contingentes completos aumentaron el ejército de Cortés.
En 1521 Francisco de Garay, ya teniente de gobernador en Jamaica, obtuvo una real cédula que lo autorizaba a poblar la provincia de Amichel, cerca de la Florida, y se encargaba en dicha cédula que Cristóbal de Tapia delimitara sus provincias con las de Cortés.37 Con esta autorización, a mediados de 1523 Garay organizó una armada en la que él mismo fue como capitán general, con 11 naves y 850 españoles, indios de Jamaica, 144 caballos y artillería. Como jefe de las naves iba el viejo descubridor Juan de Grijalva.
Cortés, que consideraba que el Pánuco y la Huasteca eran sus provincias y que él había iniciado sus conquistas, al tener noticia de que la armada de Garay se acercaba a aquellas tierras, se apresuró a enviar un destacamento. Como continuaba la insurrección del Pánuco, decidió ir él mismo con un ejército en forma, aunque menor que el de Garay: 120 de a caballo, 300 peones, alguna artillería y 40 000 aliados indígenas [p. 209]. La versión que da al emperador en su cuarta Relación es de que la gente de Garay había sido derrotada y que la resistencia indígena era fuerte y de singular denuedo. Después de varios encuentros, Cortés logró cierto dominio de la región y fundó la villa de Santisteban del Puerto, hoy Pánuco [p. 211].
A pesar de la derrota que sufrieron sus soldados en Chila, Garay, que había desembarcado en el río de las Palmas —probablemente el río Grande o Bravo o el Soto la Marina—, el 25 de julio de 1523, después de una desastrosa borrasca, se vino por tierra hacia el río Pánuco.
Aquel viaje, en lo más inclemente del verano, por tierras con grandes ríos y ciénagas, agobiados por todas las plagas, sin comida y con soldados poco avezados a las incomodidades, fue desastroso. Lo ha descrito con cierta sorna Bernal Díaz.38 Y, además, Pedro Mártir, que narró con pormenores estas desventuras, cita un fragmento de carta, que dice escrita por un amanuense de Garay a Pedro Espinosa —aunque parece del mismo Garay y se escribió en latín—, con este irónico y dramático resumen de sus padecimientos en este viaje:
Hemos llegado a la tierra de la miseria, en la que no existe orden alguno, sino un trabajo constante y calamidades de todo género, donde nos trataron cruelmente el hambre, el calor, mosquitos malignos, fétidas chinches, crueles murciélagos, saetas, bejucos que se nos enroscan, lodazales voraces y lagunas cenagosas.39
Algunos soldados, hambrientos, se habían rebelado y dispersado para ir a robar pueblos. A pesar de todo, Garay llegó con un ejército a las cercanías de la villa de Santisteban, diciéndose gobernador de Pánuco, tierra que él quería nombrar Victoria Garayana. Por intermedio de su capitán Gonzalo de Ocampo, entró en negociaciones con el teniente que había dejado Cortés en Santisteban, Pedro de Vallejo. Éste actuó con la firmeza y habilidad que parecía común entre los capitanes del conquistador. Díjole breves y tranquilizadoras palabras al enviado, hizo venir a Garay con su ejército, que dispersó y alojó en varios lugares y escribió a Cortés relatándole lo ocurrido.
Ya estaba dispuesto Cortés a ir a enfrentarse con Garay —a pesar de que “estaba manco de un brazo de una caída de caballo” y “había sesenta días que no dormía y estaba con mucho trabajo”— cuando recibió, cuenta:
una cédula firmada por el real nombre de Vuestra Majestad y por ella se mandaba al dicho adelantado Francisco de Garay que no se entrometiese en el dicho río ni en ninguna cosa que yo tuviese poblada [p. 215].40
Con Diego de Ocampo, alcalde mayor, y Pedro de Alvarado envió la cédula a Francisco de Garay. Cuando éste se enteró de ella, “la obedeció y dijo que estaba presto a la cumplir” y se mostró dispuesto a irse [p. 218]. Sin embargo, seis de sus navíos se habían perdido y muchos de sus hombres dispersado. Éstos se internaron por la tierra, robando mujeres y comida, y la mayor parte fueron muertos por los indios provocando una nueva rebelión de la provincia de Pánuco. Después de exterminar a los merodeadores, restos del ejército de Garay, los huastecos atacaron la villa de Santisteban. Pedro Vallejo y sus soldados resistieron tres fuertes acometidas en una de las cuales murió de un flechazo el capitán Vallejo. Los españoles muertos en la provincia pasaban de 400 y los supervivientes quedaban sitiados.41
Informado Cortés de estos destrozos, “tomó tanto enojo que quiso volver en persona contra ellos, y como estaba muy malo de un brazo que se le había quebrado, no pudo venir”, cuenta Bernal Díaz, y decidió entonces que fuera a tomar venganza Gonzalo de Sandoval. Llevó con él 100 soldados, 50 de a caballo, cuatro tiros, 15 arcabuceros y escopeteros y 15 000 tlaxcaltecas y mexicanos [p. 223]. Antes de poder llegar a Santisteban, los huastecos dieron a los de Sandoval duros combates y el mismo capitán quedó mal herido de un flechazo en un muslo y una pedrada en la cara. Cuando al fin llegaron a la villa española, encontraron a los sitiados hambrientos y de ellos sólo ocho viejos soldados sostenían la defensa. Dominada la situación y después de algún descanso, Gonzalo de Sandoval procedió a ejecutar aquel hostigamiento contra los huastecos que le había encargado Cortés, “de manera que no se tornasen a alzar”.
En tanto que Bernal Díaz reduce al prendimiento de 20 caciques la acción de su admirado Gonzalo de Sandoval,42 López de Gómara da otra versión de la crueldad de aquel escarmiento, que mancha la figura del buen soldado, y que se hizo en contra de indios que defendían su tierra:
Hizo luego Sandoval tres compañías de los españoles, que entrasen por tres partes la tierra adelante, matando, robando y quemando cuanto hallasen. En poco tiempo se hizo mucho daño porque se abrasaron muchos lugares y se mataron infinitas personas; prendieron sesenta señores de vasallos y cuatrocientos hombres ricos y principales, sin otra mucha genta baja. Hízose proceso contra todos ellos, por el cual, y por sus propias confesiones, los condenó a muerte de fuego. Consultolo con Cortés, soltó la gente menuda, quemó los cuatrocientos cautivos y los sesenta señores; llamó a sus hijos y herederos que lo viesen para que escarmentasen, y luego dioles los señoríos en nombre del emperador.43
Mientras tanto, el pobre adelantado Francisco de Garay, viendo dispersado su ejército y perdidos sus barcos, decide ir a la ciudad de México a verse con Cortés, “porque si allí [en Pánuco] lo dejaban pensaría de ahogarse de enojo”. Cortés lo recibe en la ciudad y juntos hacen planes para emparentar, casando a un hijo mayor de Garay con Catalina Pizarro, hija pequeña del conquistador. Y cuando Garay recibe en la ciudad de México noticias del “grande desbarato” de sus tropas, entre las que pereció otro hijo suyo “con todo lo que había traído”, “del grande pesar que hubo —escribe Cortés— adoleció, y de esta enfermedad falleció de esta presente vida en espacio y término de tres días” [pp. 220-222]. Era el 28 o 29 de diciembre de 1523.
Como es costumbre, Bernal Díaz refiere la historia con más pormenores. Francisco de Garay fue muy bien acogido por Cortés y éste proyectaba encomendarle la pacificación y población del río de las Palmas. En la ciudad de México se alojó en casa de Alonso de Villanueva, su antiguo amigo, y allí fue a verlo Pánfilo de Narváez, otro de los derrotados por Cortés, quien después de su prisión en Veracruz había sido trasladado a México, donde vivía con cierta libertad. Bernal Díaz recoge el singular parlamento que dirigió Narváez, “que hablaba muy entonado”, al desbaratado Garay, como para explicar las derrotas que ambos habían sufrido y disculpar la propia:
hágole saber que otro más venturoso hombre en el mundo no ha habido que Cortés, y tiene tales capitanes y soldados que se podían nombrar en ventura cada uno.44
Refiere luego que Garay intercedió ante Cortés a favor de Narváez, y que Cortés accedió a dejarlo libre y permitirle volver a Cuba y aun le dio 2 000 pesos de oro para su viaje. Y cuenta, en fin, los pormenores de la muerte de Francisco de Garay: la Navidad de 1523 fue a maitines junto con Cortés, almorzaron luego “con mucho regocijo”; a Garay le dio el aire y por estar mal dispuesto le vino “dolor de costado con grandes calenturas” de que murió cuatro días más tarde. Cortés le guardó luto, aunque no faltó malicioso que dijese que “le había mandado dar rejalgar en el almuerzo”, lo que considera el cronista gran maldad de los que tal dijeron.45
Hacia fines de mayo de 1523 recibió Cortés una de sus mayores satisfacciones y alcanzó su primer triunfo ante el emperador. Su pariente Francisco de las Casas y su primo Rodrigo de Paz le trajeron la real cédula,46 firmada en Valladolid el 15 de octubre de 1522, en que el rey reconocía ampliamente sus hazañas, justificaba su actuación y lo nombraba gobernador, capitán general y justicia mayor de la Nueva España. Los portadores de la buena nueva, antes de llegar a México, y con la mala intención de hacer pública la derrota, se habían detenido en Santiago de Baracoa, en Cuba, para notificar la disposición real a Diego Velázquez, con público pregón.47 Ante aquella proclamación el gobernador de Cuba, dice Bernal Díaz, “de pesar cayó malo, y de allí a pocos meses murió muy pobre y descontento”.48 Rodríguez de Fonseca se retiró a su obispado y murió, dícese que de despecho, el 14 de marzo de 1524.
Éste era el desenlace de una contienda iniciada desde 1518 con la infidencia de Cortés hacia Velázquez al apropiarse la expedición que le confiara. Desde el principio, el mayor empeño de Cortés había sido el de justificar su actuación y dejar de ser traidor para convertirse en héroe reconocido y premiado por su rey. Los argumentos expuestos en la primera Relación o Carta del cabildo, del 10 de julio de 1519, fueron sin duda importantes, aunque sus cartas mayores fueron el éxito y la magnitud de su conquista, que eran una realidad y se concretaban en las crónicas que Cortés había enviado y en los tesoros que recibía el emperador.
Diego Velázquez, el agraviado amo del infidente, ejerció su venganza con más ira que astucia. Como si Cortés se hubiese llevado consigo a todos los capitanes capaces, una y otra vez tuvo que recurrir a los ineficaces. Sabiendo sin duda que Cortés se encontraba en posesión pacífica de la capital del imperio azteca, y atropellando imprudentemente la misión pacificadora del oidor Vázquez de Ayllón, envió la enorme expedición de Pánfilo de Narváez —cuyo costo debió arruinarlo—, que paró en derrota afrentosa y puso en grave peligro la conquista de México. La designación de Cristóbal de Tapia, hombre recto y apocado, como gobernador de Nueva España, no pasó de un intercambio de argumentos legales, tras de los cuales Tapia optó por abandonar el campo. Con las acusaciones acumuladas contra Cortés, Velázquez promovió en Cuba una mal organizada Información, para remitir al Consejo de Indias, que no tuvo consecuencias inmediatas.49 Y aun, ya Cortés gobernador y capitán general, intentará su última venganza incitando la traición de Cristóbal de Olid, enviado a las Hibueras, con los trágicos resultados conocidos.
Pero tras de Velázquez se encontraba un hombre poderoso en la política española, el obispo Juan Rodríguez de Fonseca (1451-1524), que fungía como presidente del Consejo de Indias en el periodo informal de este cuerpo.50 Este ministro de Indias sin título, hombre capaz, sin escrúpulos y movido por sus pasiones, tuvo en sus manos cuantos asuntos se referían al Nuevo Mundo. Los descubridores, conquistadores y colonizadores de este primer periodo estaban divididos entre los que disfrutaron su amistad, como Hojeda, Ovando, Velázquez, Pedrarias y Magallanes, y los que sufrieron su hostilidad, como Colón, su hijo Diego, Las Casas y Cortés. La afición del obispo por Velázquez no era desinteresada, pues según denunció Bernal Díaz,51 el gobernador de Cuba le dio en la isla pueblos de indios que le sacaban oro; y según López de Gómara, Rodríguez de Fonseca, “se apasionó por Diego Velázquez por casarle con doña Petronila de Fonseca, su sobrina”.52 Su enemistad contra Cortés fue el principal obstáculo que impedía el reconocimiento real de su conquista.
De los procuradores que había enviado Cortés a Castilla desde 1519, había muerto el infortunado Alonso Hernández Portocarrero en la prisión en que lo puso el obispo Rodríguez de Fonseca. Quedaba aún Francisco de Montejo. A él se había unido, enviado por Cortés, Diego de Ordaz. Y se sumaban a sus gestiones en favor del conquistador, su padre, Martín Cortés, y su primo el licenciado Francisco Núñez. Favorecía y apoyaba al grupo el duque de Béjar. A principios de 1522, los procuradores cortesianos fueron a Vitoria a exponer sus agravios al cardenal Adriano de Utrecht, regente de Castilla desde 1520, por ausencia del emperador, que se encontraba en Alemania. Adriano, ya elegido para entonces papa (sería Adriano VI) desde el 9 de enero, seguía atendiendo los negocios españoles y recibió a los procuradores. Coincidieron en su visita con la de “un gran señor alemán… que se decía mosior de Lasao”, dice Bernal Díaz, que había venido a darle parabienes del pontificado de parte del emperador. El gran señor tenía noticia de Cortés y de las hazañas de sus soldados y abogó por su causa. Su Santidad “tomó también muy a pechos” las quejas de los procuradores y los animó a recusar al presidente del Consejo de Indias.
Adriano de Utrecht, papa Adriano VI, por Frans van Mieris, 1732.
Bernal Díaz resume los argumentos esgrimidos en este documento de recusación —aún no descubierto— : obsequios-cohechos de Velázquez a Rodríguez de Fonseca; falso informe al rey de que el descubrimiento de Hernández de Córdoba, de tierras de Nueva España, lo hizo Velázquez; oro de rescate obtenido por Juan de Grijalva, del cual se dio la mayor parte al obispo y nada al rey; que tomó todo el presente de oro que Cortés y sus soldados enviaron al rey con los procuradores Montejo y Hernández Portocarrero, y que las cartas enviadas al rey las ocultó y escribió otras diciendo que Velázquez enviaba aquel presente, del cual el obispo se quedó con la mitad; que puso preso al procurador Hernández Portocarrero, quien murió en la cárcel; que dio órdenes a la Casa de la Contratación de Sevilla para que no diesen ninguna ayuda a Cortés; que proveía los oficios y cargos, sin consultar al rey, con “hombres soeces que no lo merecían, ni tenían habilidad ni saber para mandar, como fue al Cristóbal de Tapia”; que por casar a su sobrina con Diego Velázquez éste le prometió la gobernación de Nueva España; que aprobaba por buenas las falsas relaciones y procesos que le enviaban los procuradores de Velázquez, mientras que las de Cortés las “encubría y torcía y las condenaba por malas”.
Este preciso resumen de Bernal Díaz de los contundentes argumentos de la recusación de Rodríguez de Fonseca, puestos en debida forma, fueron entregados en Zaragoza al papa-regente Adriano, el cual los aprobó y “mandó… al obispo de Burgos que luego dejase el cargo de entender en las cosas y pleitos de Cortés, ni entendiese en cosa ninguna de las Indias”. El rey, ya vuelto a Castilla, “confirmó lo que el Sumo Pontífice mandó”.53
Los negocios cortesianos iban por buen camino, pero aún faltaba trecho por recorrer. Por aquellos días se reunieron en Castilla varios agraviados por Cortés y amigos de Velázquez: Pánfilo de Narváez, Cristóbal de Tapia, Gonzalo de Umbría (al que le cortaron un pie o los dedos de un pie, en castigo porque se quería alzar con un navío) y “otro soldado que se decía Cárdenas” (probablemente Luis, el de las cartas contra Cortés), y junto con los procuradores de Velázquez que ya estaban en la corte: “un Velázquez”, Benito Martín y Manuel de Rojas, visitaron a Rodríguez de Fonseca en su retiro de Toro. El obispo los asesoró debidamente y les aconsejó que presentaran sus quejas contra Cortés directamente al emperador. Sus acusaciones fueron principalmente las siguientes: que Velázquez envió a descubrir y poblar la Nueva España tres veces, con grandes gastos, y que Cortés se alzó con la armada en que fue por capitán, de cuyos beneficios no le dio parte alguna; que envió Velázquez a Narváez con 1 400 soldados, 18 navíos, muchos caballos, y con cartas y provisiones firmadas por el presidente del Consejo de Indias para que Cortés le diese la gobernación, y que, en lugar de obedecerlo, lo desbarató y le quebró un ojo y prendió al mismo Narváez y a otros de sus capitanes; que de nuevo el obispo de Burgos proveyó a Cristóbal de Tapia para que fuera a tomar la gobernación de las nuevas tierras, y que Cortés no lo obedeció y lo hizo volver a embarcarse; que había exigido a los indios de Nueva España mucho oro en nombre del rey, y que lo encubría y tenía en su poder; que a pesar de sus soldados se había asignado quinto como rey; que mandó quemar los pies a Guatémuz y a otros caciques para que dieran oro; que había dado muerte a su mujer, Catalina Xuárez Marcaida; que no repartió el oro del botín entre sus soldados y todo lo guardó para sí; que hizo palacios y casas fuertes que eran tan grandes como una gran aldea, y hacía servir en ellos a todas las ciudades cercanas a México y traer madera y piedras de tierras lejanas; que dio ponzoña a Francisco de Garay por tomarle sus gentes y armada, y “otras muchas quejas y acusaciones.54
Estas acusaciones contra Cortés, tan graves o mayores que las de su propio bando, debieron escandalizar a Carlos V e irán a ser, años adelante, la base de las que se presentarán contra el conquistador en su juicio de residencia.
La resolución del emperador fue prudente ante cuestión tan enconada. Tenía, por una parte, los agravios contra Velázquez y Rodríguez de Fonseca, presentados ante el papa-regente Adriano y avalados por él; y por otra, había escuchado las duras acusaciones contra Cortés. Como ya Adriano iba a ocupar su papado, Carlos V constituyó una comisión especial para que viese y determinase en la contienda, formada por personas de sus consejos y de su real cámara, presidida por el nuevo canciller del reino, el italiano Mercurino de Gattinara, y junto a él el señor de Lasao (¿La Chaux?) y el doctor Rocca, flamencos; Fernando de Vega, comendador mayor de Castilla; el doctor Lorenzo Galíndez de Carvajal y el licenciado Francisco de Vargas, tesorero general de Castilla. Estos señores se reunieron en la casa de Alonso de Argüello, donde posaba el gran canciller, y escucharon durante cinco días acusaciones y defensas de ambos grupos de procuradores, leyeron los procesos, y en fin dieron su sentencia, que fue favorable a la causa de Hernán Cortés. Al mismo tiempo, mandaron poner silencio a Diego Velázquez en su disputa por la gobernación de Nueva España, dejándolo en libertad para reclamar a Cortés sus deudas —lo que nunca hicieron ni él ni sus descendientes—; aconsejaron al rey que hiciese gobernador de Nueva España a Cortés, “loando y confirmando todo lo que había hecho en servicio de Dios y suyo”, pero también mandaron tomar residencia a Cortés para que se ventilasen las acusaciones en su contra.
Gattinara y los miembros de su comisión llevaron su sentencia y decisiones a Valladolid, donde se encontraba Carlos V, quien las aprobó y firmó las cédulas consecuentes.55
Mercurino de Gattinara, canciller de Carlos V, por Frans van Mieris, 1732.
De acuerdo con los usos legales de la época, Cortés recibió, firmados por Carlos V y redactados por sus competentes asesores, no uno sino cinco documentos. Los cuatro primeros son de la misma fecha y lugar: Valladolid, 15 de octubre de 1522. El último, con instrucciones sobre tratamiento de los indios, cuestiones de gobierno y recaudo de la real hacienda, ampliación de uno de los primeros, es del año siguiente: 26 de junio de 1523. Los cinco forman una unidad: la instauración del primer gobierno de la Nueva España.56
El primero, el más importante para Cortés, es la cédula en que se le nombra gobernador, capitán general y justicia mayor de Nueva España. Los gobiernos político, militar y judicial se entregaban a una sola persona, todavía sin el contrapeso de las audiencias judiciales que luego tendrán los virreyes. Junto a él, en este primer sistema unipersonal de gobierno, sólo existían los oficiales reales, encargados exclusivamente de cuidar los intereses fiscales de la Corona. Cortés nombraba lugartenientes de su propia autoridad, alcaldes y regidores municipales y ejecutores de la justicia. Y por su propia decisión, él disponía de los indios y de la tierra.
El segundo documento es el primer esbozo de instrucciones de gobierno, centradas en la preocupación por el adoctrinamiento de los indios, y el anuncio de envío de los oficiales reales: tesorero, contador, factor y veedor. Al principio de esta carta, le dice el rey que, apenas llegado a Santander, el 16 de julio de 1522, dispuso que se prestara atención a los asuntos de “esas partes”; que “especialmente quise por mi real persona ver y entender vuestras Relaciones [lo que indica que antes no se había enterado de ellas] e las cosas de esa Nueva España, e de lo que en mi ausencia de estos reinos en ella ha pasado”; que mandó oír a sus procuradores, de Cortés, y a los del adelantado Diego Velázquez; que quedó enterado de las diferencias entre ambos y del gran perjuicio que ocasionó la intervención de Pánfilo de Narváez; que para bien de todos y que para que haga justicia en estas diferencias las confió a su gran canciller y a su Consejo de Indias; que ordenó al adelantado Velázquez “que no arme ni envíe contra vos gente ni fuerza, ni haga otra violencia ni novedad alguna”; y que, “porque soy certificado de lo mucho que vos en este descubrimiento e conquista y en tornar a ganar la dicha ciudad e provincias habéis fecho e trabajado, de que me he tenido e tengo por muy servido, e tengo la voluntad que es razón para vos favorecer”, lo ha provisto de los cargos de gobernador y capitán general de la Nueva España. Estas palabras del rey debieron ser las más gratas para Cortés, aunque sorprende en ellas que, como lo haría más tarde Francisco López de Gómara en su Conquista de México, sólo se resalte la hazaña personal de Cortés y no haya una palabra para sus capitanes y soldados.
El tercer documento es el primer revés para el nuevo gobernador y capitán general: la asignación de sueldos que debían pagársele a él y a sus asistentes inmediatos (físico, cirujano, boticario, escuderos, peones y un alcalde mayor), a partir de la fecha de la orden. Con algún retraso, Cortés protestará airadamente por los 360 000 maravedís anuales (algo más de 1 000 escudos) que se le asignaron:
si a cada uno de los oficiales que agora vinieron se les dieron a quinientos y diez mil maravedís, no sé yo quién tasó que no merecía yo cuatro tantos que cada uno, pues tengo yo doscientas veces más costa que todos juntos
escribió al rey al fin de su Carta reservada, del 15 de octubre de 1524.57
Después de haber olvidado a los soldados de la conquista en el segundo documento, el cuarto, hecho a solicitud de los procuradores de Cortés, no los enaltece, pero sí procura premiar los servicios, tanto de conquistadores como de pobladores, mediante concesiones fiscales (en minas, salinas y derechos de importación de bienes); concesión para rescatar esclavos que ya lo fueran de los indios, autorización para nuevos descubrimientos y asignación de auxilios para mancos, cojos y lisiados; y pide, en fin, que se sugieran a la Corona “en qué otras cosas Nos podemos hacer merced a los dichos pobladores”.
El último de los documentos de este grupo es el de las instrucciones que se enviaron a Cortés sobre el tratamiento de los indios, cuestiones de gobierno y recaudo de la real hacienda, y fue redactado posteriormente, el 26 de junio de 1523. Muestra un buen conocimiento de las cosas de Nueva España y cierta tendencia hacia las soluciones humanitarias y justicieras, en las que se transparentan las doctrinas de fray Bartolomé de las Casas, buenos propósitos que el peso de los intereses pronto echará al olvido.
Empieza por insistir en la primacía que debe darse a la cristianización de los indios y propone al respecto dos ideas prácticas. La primera, que se comience por el adoctrinamiento de los teúles o señores principales, pues de esta manera los seguirán los indios sujetos a ellos. La segunda es la extirpación de la antropofagia y la solución propuesta es de lascasasiana ingenuidad: que para que los indios tengan carne que comer se multipliquen los ganados “y ellos excusen la dicha abominación”. Lo cual ocurrió. Fuera o no para sustituir la de sus prójimos, los indios se aficionaron mucho a la carne de puerco.58 Prosigue el punto más importante: considerada la triste experiencia de la isla Española, en donde la población vino en gran disminución por haberse dado los indios en encomienda, y atendida la resolución adoptada por personas de los consejos del reino y “teólogos religiosos y personas de muchas letras y de buena y santa vida”, “por ende, yo vos mando que en esa dicha tierra no hagáis ni consintáis hacer repartimiento, encomienda ni depósito de los indios della, sino que los dejéis vivir libremente como nuestros vasallos”.
Continúan estas instrucciones señalándole otras provisiones tocantes a los indios y a cuestiones de urbanización y organización de los poblamientos, y en fin, le encarga la búsqueda del estrecho que comunique los océanos, así como la exploración de la región sur de la tierra, empresas en las que Cortés se aplicará con gran empeño.
En cambio, respecto al punto principal, que le prohibía los repartimientos y encomiendas, que Cortés ya había comenzado a hacer, no lo obedeció en absoluto y parece no haber dado a conocer a los oficiales estas instrucciones, como se le ordenaba. En la Carta reservada a Carlos V, del 15 de octubre de 1524, expuso al rey con “franqueza que a veces toca en atrevimiento”, en frase de García Icazbalceta, sus motivos para no cumplir la orden: las demandas y la necesidad de recompensar a sus soldados, la conveniencia estratégica de mantener a los indios controlados y su creencia de que las encomiendas liberarían a los pueblos de sus “señores antiguos”. Y hacia el mismo año de 1524 Cortés expidió unas Ordenanzas para reglamentar y humanizar las encomiendas.59
La Corona no insistió en el cumplimiento de esta orden y olvidando su prohibición comenzó a expedir cédulas de encomienda, tanto a antiguos conquistadores como a recién llegados, y la institución subsistió hasta el siglo XVIII, como se expuso en el capítulo III.
Además de la reclamación por el salario discriminatorio y de los argumentos con que rechazó la prohibición de las encomiendas, esta Carta reservada de Cortés —que es la exposición más explícita que escribiera de sus ideas políticas, y de su soberbia al echar a un lado cualquier idea que no fuese la suya— contiene otros puntos en que también se opuso y se negó a aceptar las instrucciones de la Corona. La libre contratación y comercio de los españoles con los naturales, que se le ordenaba, no la autoriza porque sería causa de abusos y perjudicial para los indios; la orden para que los indios paguen un tributo, a fin de que sepan que son vasallos del emperador, no la cumple porque los indios no tienen ya oro sino sólo los productos de la tierra con que se sustentan; y la orden para que los alcaldes y regidores de cada pueblo sean elegidos por los propios vecinos no la acata porque es conveniente que tales elecciones las sigan haciendo los gobernadores de cada provincia, para evitar que se favorezca a amigos y parientes de las antiguas autoridades. En suma, Cortés no cumple ninguna de las instrucciones reales y además trata de mostrar la imprudencia de ellas.
Asimismo, muestra su molestia por las trabas que le imponen los oficiales reales, y pide al emperador que los mantenga en sus propias funciones fiscales o les deje de una vez todo el gobierno. Y, respecto a la rebelión de Cristóbal de Olid, anuncia su resolución de ir a castigarlo, rechazando de paso, con argumentos poco claros, la imputación de que esta rebelión se asemeja a la que él hiciera años antes contra Velázquez.
1 Véase Jesús Amaya Topete, Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958, mapa 5.
2 Bernal Díaz, cap. CLX.
3 Ibid., cap. CLXI.
4 Testimonio jurado de Hernán Cortés en su pleito con Pedro de Alvarado, Toledo, 10 de marzo de 1529, en Documentos, sección V.— Cortés y Alvarado mantuvieron una amistad firme, y aun en ocasiones tan graves como en la matanza del Templo Mayor, el conquistador ocultó el nombre de Alvarado para que no se le culpara. Éste parece ser el único escollo en su relación.
5 Bernal Díaz, cap. CLX.
6 Una comunicación por silbos, semejante a la de los zapotecas, la emplean los habitantes de la isla de la Gomera, también muy montañosa, en las Canarias. El “silbo gomero” permite sostener conversaciones. Existe un buen estudio sobre el tema: Ramón Trujillo, El silbo gomero. Análisis lingüístico, Editorial I, Canarias, Santa Cruz de Tenerife, 1978.
7 Bernal Díaz, caps. CLXI y CLXIV. En este último dice que la salida de México de esta expedición fue el 13 de noviembre de 1523, y no el 6 de diciembre, como dice Cortés.
8 Fray Jerónimo de Alcalá, La relación de Michoacán, edición de Francisco Miranda, III parte, cap. XXIV, p. 308.— Cervantes de Salazar, lib. VI, cap. XIII.— Herrera, década IIIª, lib. III, cap. III.— J. Benedict Warren, La conquista de Michoacán. 1521-1530, trad. por Agustín García Alcaraz, Fimax Publicistas, Morelia, Michoacán, 1977, cap. II, pp. 30-31.
9 Alcalá, La relación de Michoacán, ibid., p. 309.— López de Gómara, cap. CXLVIII.
10 “Testimonio de la cuenta que fue tomada a Julián de Alderete, primer tesorero de Nueva España, desde 25 de septiembre de 1521, año de 1522”, AGI, Contaduría, leg. 657, núm. 1: extracto en Warren, op. cit., Apéndice 1, pp. 377-378.
11 La relación de Michoacán, ibid., p. 310.
12 Cervantes de Salazar, lib. VI, caps. XIII-XXVIII.
13 “ Información de don Antonio de Huitsimingari”, de 1553, ff. 43v-44, citada por Warren, ibid., p. 34, n. 30:
A la quinta pregunta dijo que lo que de ella sabe es que antes que el dicho Cristóbal de Olí, capitán, fuese a poblar y conquistar la dicha provincia de Mechuacán, por mandado del dicho marqués, fue Antón Caicedos y otros dos españoles con cierto mensaje del dicho marqués, el cual vio este testigo que lo trajeron muchos principales indios de la provincia de Mechuacán, estando el dicho marqués en Cuyuacán, el cual dicho cazonci le envió a decir que le enviaba aquel presente y lo quería tener por amigo.
14 Se ha seguido, hasta aquí, el relato de La relación de Michoacán, III parte, caps. XXVI y XXVII.
15 “Relación de la plata …”, AGI, Justicia, leg. 223, reproducido en Warren, Apéndice III, pp. 380-385.
16 López de Gómara, cap. CLI.
17 Bernal Díaz, cap. CLX.
18 Warren, cap. III, pp. 73-75.
19 López de Gómara, cap. CLI.— Bernal Díaz, cap. CX.— Felipe Sevilla del Río, Breve estudio sobre la conquista y fundación de Colima, Colección Peña Colorada, México, 1973, cap. I, pp. 14-20.
20 Instrucción civil y militar de Hernán Cortés a Francisco Cortés para la expedición a la costa de Colima, 1524, en Documentos, sección II.
21 La “ Relación de una visitación”, del 17 de enero de 1525, se publicó en el Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1937, t. VIII, núms. 3 y 4, pp. 365-400 y 541-576, dentro del artículo “Nuño de Guzmán contra Cortés sobre descubrimientos y conquistas en Jalisco y Tepic. 1531”, probablemente de Edmundo O’Gorman.
22 Gerhard, A Guide to the Historical Geography of New Spain, “Sayula”, pp. 239-242.— Lucía Arévalo Vargas, Historia de la Provincia de Ávalos, virreinato de la Nueva España, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, Guadalajara, 1979.— Varios autores, “Provincia de Ávalos”, Historia de Jalisco, UNED, Gobierno de Jalisco, Guadalajara, 1980, t. I, pp. 271-272.
23 Pleito del marqués del Valle contra Nuño de Guzmán y oidores sobre aprovechamientos de los pueblos de Tuxpan, Amula, Zapotlán y Tamazula, Nueva España, 15 de marzo de 1531-16 de mayo de 1532, en Documentos, sección VI.
24 Existen cinco documentos sobre los envíos que iban en las naves secuestradas. Los tres primeros se reproducen en Documentos, sección II, por su interés cultural: Relación del oro, plata, joyas y otras cosas que los procuradores de Nueva España llevan a Su Majestad, Coyoacán, 19 de mayo de 1522; Memoria de piezas, joyas, y plumajes enviados al rey desde la Nueva España, y que quedaron en las Azores en poder de Alonso de Ávila y Antonio de Quiñones [Sevilla, 1522?], y Memoria de los plumajes y joyas que enviaba Cortés a iglesias, monasterios y personas de España [Coyoacán, 19 de mayo de 1522?]. Los otros dos son un “Traslado de lo que hasta el presente ha pertenecido a Su Majestad del quinto y otros derechos”, de 1522 (CDIAO, t. XII, pp. 260-268), que enumera los ingresos por el quinto real en el periodo y las sumas mencionadas en el texto, y el documento que se describe en la nota 26 siguiente.
25 Wagner, The Rise of Fernando Cortés, cap. XXIV, p. 401, llama la atención sobre este punto. Orduña declaró que el tesorero cenó en Veracruz en casa de Pedro de Ircio y luego se sintió malo; y Niño oyó decir que Alderete “murió de una ensalada que le dieron al tiempo que quería embarcar”: Sumario de la residencia, t. I, pp. 441-442 y t. II, p. 137.
26 Herrera, década IIIª, lib. IV, cap. I.— En el “Registro del oro, joyas y otras cosas que ha de ir a España en el navío Santa María de la Rábida”, Veracruz, 22 de junio de 1522 (CDIAO, t. XII, pp. 253-260), se enumeran: la parte del quinto real que iba en esta nao, 16 021 pesos de oro fundido; dineros propios o para encargos que llevaban los procuradores Ávila y Quiñones; lo que llevaba Juan de Ribera, secretario de Cortés, para don Martín, padre del conquistador (5 000 pesos y joyas), y dineros y joyas personales y para encargos —y por supuesto, la tercera Carta de relación y los mapas— ; y las pequeñas cantidades que llevaban otros pasajeros. Al margen de este documento, los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla anotaron, en los diversos rubros, “lo que ha venido a Sevilla y lo que ha quedado en las Azores”. Puede suponerse, por ello, que este registro lo es de lo que pudo salvarse de los piratas.
27 Bernal Díaz, cap. CLIX. La fecha que señala para la partida de estas naves, 20 de diciembre de 1522, está equivocada.
28 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. VI, cap. V.
29 Carl Ortwin Sauer, Sixteenth Century North America. The Land and the People as Seen by the Europeans, University of California Press, Berkeley, Los Ángeles, Londres, 1971, cap. 4, p. 52. Sauer cita en su apoyo la obra de Eugène Guénin, Ango et ses pilotes, d'après des documents inédits, tirés des archives de France, de Portugal et d'Espagne, París, 1901, cap. 2.
30 Germán Arciniegas, Biografía del Caribe (1945), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 6ª ed., 1957, cap. VII, pp. 140-142.— J. C. Brevoort, Verrazano the Navigator, Nueva York, 1874.
31 Bernal Díaz, ibid.
32 López de Gómara, cap. CLXIX.— Relación de las cosas de oro que van en un cajón para Su Majestad, las cuales lleva a su cargo Diego de Soto, ca. 1524.— Relación de las cosas que lleva Diego de Soto, del señor gobernador, allende de lo que lleva firmado en un cuaderno de ciertos pliegos de papel, para el rey [México, 1524], en Documentos, sección II.
33 Bernal Díaz, cap. CLXX.
34 Herrera, década IIIª, lib. VI, cap. X.
35 López de Gómara, cap. CLXIX.
36 Bernal Díaz, cap. CLX.
37 “Real cédula dando facultades a Francisco de Garay para poblar la provincia de Amichel, en la costa firme, que con navíos armados por su cuenta para buscar un estrecho había reconocido”, Burgos, 1521: véase en Manuel Toussaint, La conquista de Pánuco, El Colegio Nacional, México, 1948, Apéndice 4, pp. 195-201. Esta obra contiene la mejor exposición acerca de la materia.
38 Bernal Diaz, cap. CLXII.
39 Pedro Mártir, Décadas del Nuevo Mundo, Octava década, lib. II, t. II, p. 662.— Citado por Wagner, The Rise, cap. XXV, p. 414.
40 Provisión de Su Majestad mandando a Francisco de Garay no entrometerse en la gobernación de Cortés, Valladolid, 24 de abril de 1523, en Documentos, sección II.
41 López de Gómara, cap. CLV.— Bernal Díaz, cap. CLXII.
42 Bernal Díaz, ibid.
43 López de Gómara, cap. CLVI.— Esta matanza de señores huastecos y el aniquilamiento de las huestes de Francisco de Garay dieron motivo a acusaciones contra Cortés en su juicio de residencia de 1529. El escribano Alonso Lucas, que venía con Garay, refiere los engaños de Cortés de que fue víctima el infortunado gobernador de Jamaica, cómo la dispersión y desbarato de su ejército fueron movidos por el conquistador, y relata como testigo la muerte de Garay, después de la cena de Navidad de 1523 en compañía de Cortés (Sumario de la residencia, t. I, pp. 275-284). Y García del Pilar, el nahuatlato compañero y denunciante de las atrocidades de Nuño de Guzmán contra el cazonci de Michoacán, refiere que Gonzalo de Sandoval engañó a los señores huastecos convocándolos para hacerles “cierto razonamiento” en Chachapala, y que allí tomó presos a 350 o 400 de ellos; y que preguntados los señores indios por qué habían muerto a los españoles de Garay contestaron: “que los mataban porque los indios de México les habían dicho que el capitán Malinchi, que quiere decir el capitán Hernando Cortés, se lo había mandado que lo hicieran” (ibid., t. II, pp. 206 y 207).
44 Bernal Díaz, cap. CLXII.
45 Ibid.
46 Real cédula de nombramiento de Hernán Cortés como gobernador y capitán general de la Nueva España e instrucciones para su gobierno, Valladolid, 15 de octubre de 1522, en Documentos, sección II.
47 López de Gómara, cap. CLXVI.
48 Bernal Díaz, cap. CLXVIII.
49 Información promoida por Diego Velázquez contra Hernán Cortés, Santiago de Cuba, 28 de junio-6 de julio de 1521, en Documentos, sección I.
50 Demetrio Ramos, “El problema de la fundación del Real Consejo de Indias y la fecha de su creación”, El Consejo de las Indias en el siglo XVI, Universidad de Valladolid, 1970, pp. 11-48, ha precisado que desde los años de Colón hacia 1493, el Consejo de Indias funcionó como una especie de prolongación del Consejo de Castilla, encabezada por Rodríguez de Fonseca, hasta el 8 de marzo de 1523 en que se establece formalmente en Valladolid el Real Consejo de las Indias, bajo la presidencia del cardenal García de Loaisa. Pero así fuera informalmente, Rodríguez de Fonseca manejó los asuntos de Indias hasta 1523.
51 Bernal Díaz, cap. XVII y CLXVII.
52 López de Gómara, cap. CLXV.
53 Bernal Díaz, cap. CLXVII.
54 Ibid., cap. CLXVIII. En este mismo capítulo recoge pormenorizadamente las respuestas que dieron los procuradores de Cortés, ante la comisión presidida por el canciller Gattinara, a cada uno de estos cargos.
55 López de Gómara, cap. CLXVI.— Bernal Díaz, cap. CLXVIII.— Respecto a la recusación de Rodríguez de Fonseca por los procuradores de Cortés, y a la comisión presidida por el canciller Gattinara, que escuchó los alegatos de ambos grupos de procuradores, los documentos directos de estas negociaciones y su resolución, si existen, no se han publicado o no he llegado a encontrarlos. La Historia del emperador Carlos V, de fray Prudencio de Sandoval, no los menciona y en el Corpus documental de Carlos V no hay rastro de ellos. Parece, pues, que las fuentes aquí mencionadas, López de Gómara y Bernal Díaz, son las únicas antiguas disponibles. Bernal Díaz, al fin del capítulo citado, explica que conoció cartas y relaciones de donde tomó los informes que complementan los de López de Gómara. Cortés no menciona estos hechos. En la primera carta de instrucciones de Carlos V a Cortés, del 15 de octubre de 1522, dice que mandó oír a los procuradores de ambas partes.— Herrera, década IIIª, lib. IV, cap. III, y De Rebus Gestis o Vida de Hernán Cortés (véase en Apéndice de los Documentos), al final, repiten los datos básicos de esta historia.
56 Real cédula de nombramiento…, Valladolid, 15 de octubre de 1522; Carta de Carlos V a Hernán Cortés en que: le da instrucciones para el gobierno de Nueva España y le anuncia el envío de oficiales reales, mismo lugar y fecha; Real cédula en que se asignan a Hernán Cortés los sueldos y otras concesiones, idem.; Cédula de Carlos V a Hernán Cortés en que concede prerrogativas a conquistadores y pobladores y socorro para los inválidos, Vallejo (por Valladolid), misma fecha; Instrucciones de Carlos V a Hernán Cortés sobre tratamiento de los indios, cuestiones de gobiemo y recaudo de la real hacienda, Valladolid, 26 de junio de 1523. Los cinco en Documentos, sección II.
El mismo 15 de octubre de 1522 el emperador envió otras cédulas de asuntos concernientes a la Nueva España, que se encuentran reproducidas al fin del libro primero de Actas de cabildo de la ciudad de México (t. I, pp. 211-223), junto con otras de fechas posteriores, las cuales se refieren a los siguientes temas:
– Merced a la Nueva España de las penas de cámara que en ella se condenasen, por el tiempo de diez años, para que se gasten en caminos, puentes y calzadas.
– Que se informe al rey el número de caballos y yeguas muertos en la guerra para que pague por ellos a sus dueños, por haber muerto en servicio.
– Que no haya letrados ni procuradores en la Nueva España, por ser los causantes de los pleitos. Si queda alguno, que se le apliquen fuertes castigos cada vez que provoque un pleito.
– Que los conquistadores y pobladores de estas partes traigan armas.
57 Carta reservada de Hernán Cortés al emperador Carlos V, Tenustitan, 15 de octubre de 1524, en Documentes, sección II.
58 Marvin Harris, en Cannibals and Kings. The Origins of Cultures, Random House, Nueva York, 1977, ha estudiado esta cuestión desde una perspectiva antropológica y sugiere que las costumbres alimentarias indígenas fueron respuesta a necesidades de supervivencia.
59 Ordenanzas de Hernán Cortés sobre la forma y manera en que los encomenderos pueden servirse de los naturales que les fueren depositados, ca. 1524, en Documentos, sección II.