Es cierto que una de las cosas que tiene uno que hacer como detective, acaso la más importante, es seguir. Seguir a quien sea y por donde sea. Porque una de las principales tareas del investigador es la búsqueda, que implica, por lo regular, la persecución de un objetivo (pienso en Richard Madden tras de Yu Tsun, el asesino circunstancial). Esto es cierto. Pero también es cierto que, para seguir, para ir en pos de algo, de alguien, se requieren recursos. Y un Volkswagen del 76 con una marcha que un día se barre y el otro también, puede ser más un obstáculo que una ayuda. Más cuando uno tiene que admitir, mientras lucha con el encendido del mencionado obstáculo, que la distracción por lectura es absolutamente incompatible con ciertos oficios. Ni siquiera vi cuando se subieron al auto, ésa es la verdad. Estaba tratando de dilucidar la imposible ubicuidad de un hombre inmortal que ha sido Homero, Ulises y, en resumen, todos, al momento de su muerte. Un hombre que vive un tiempo infinito puede tener infinitos nombres.
Tengo que parar un taxi a la carrera.
—¿Adónde, don?
—No pierda ese Marquis negro y le pago el triple de lo que marque el taxímetro.
—El cuádruple.
—Hecho.
Me recargo en el asiento tratando de encontrar serenidad. Apenas me dio tiempo de agarrar los libros y cerrar el vocho. Los libros. ¿Para qué agarré los libros? Entramos a avenida Chapultepec. El ruletero hace bien su chamba, es la segunda preventiva que se pasa.
—¿Y por qué la cacería? No vaya a salir usté con que es detective, don.