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La Quinceañera
De Berta

A la mañana siguiente yo estaba sentada en la mesa de la cocina mirando el folleto de la escuela y pensando en la fotografía de los estudiantes, todos bien vestidos para la cena. También pensaba que incluso si consiguiera la bendición de mamá, ¿cómo podría obtener esos cuatrocientos dólares, la “contribución de los padres”?

Berta entró por la puerta, toda emocionada. “¡Sofía! ¿Qué estás haciendo?” Agarró el folleto. “¡Hombre! No sé. Eres un tomboy, y ve esto,” dijo, apuntando a la foto de la cena. “Todas las muchachas llevan vestidos bonitos. Tú ni siquiera te molestas en peinarte ese loco pelo indio que tienes.”

Lo agarré de nuevo.

“No, en serio. Tú eres la persona más inteligente que conozco, pero todavía te miras y actúas como una niña chiquita. ¿Por qué no creces?” Berta se acercó al mostrador y se sirvió una taza de café.

Suspiré. Quería reírme, pero me quedé mirando fijamente un punto indefinido sobre la mesa, sabiendo que Berta se inclinaba contra el mostrador, mirándome atentamente.

“Bueno,” le dije. “No volvamos a empezar de nuevo. Dijiste que venías a decirme cómo puedo apoyar tu sueño. Así que dime.”

Berta se sentó en la mesa. “Quiero que seas mi dama de honor en mi quinceañera.”

“¿Qué tengo que hacer exactamente?”

“Bueno, para empezar vas a tener que parecer y actuar con madurez.”

“Vamos. Dime o no lo haré.”

“¡Oh! Pero ya he hablado con tu mamá desde hace meses.”

“¿Y qué tiene ella que ver con esto?”

“Mucho. Ella es una de las comadres que me están ayudando. Y ella piensa que sería un buen entrenamiento para ti.”

“¿Para ?”

“¡Sí! Te ayudará, especialmente porque le dijiste que no quieres una quinceañera. Como mi dama de honor, tendrás que usar un vestido largo, tener un chambelán, y bailar en mi fiesta.”

“Yo no tengo vestido largo ni novio, y no sé bailar.”

“Las comadres se han encargado de todo eso. ¿Crees que te dejaría a ti esas cosas? ¡Dios mío! Mira, tú eres mi mejor amiga y esta es mi fiesta, y—”

“¡Bueno! ¡Bueno!” le dije. “Lo haré. Pero recuerda, le dijiste a la tía Petra que tú apoyarías mi sueño. Papá me dijo que podía ir a esa escuela, pero todavía tengo que convencer a mamá.”

Berta sonrió. “Bueno, es un trato: tú serás mi dama y yo ayudaré a convencer a tu mamá. Pero ya verás que los dos están conectados. ¿Y sabes qué?”

“¿Qué?”

“Después de que las comadres terminen contigo, sabrás que no sólo eres inteligente, sino bonita, también.”

Suspiré. Pero ahora ya había llegado al punto de hacer cualquier cosa para ir a San Lucas.

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Los siguientes siete días fueron un verdadero infierno.

Manejamos dando vueltas y vueltas en el carro nuevo de Berta—un Chevy color verde botella, regalo de cumpleaños de sus padres. Berta tenía una “licencia por dificultades” especial para poder conducir a los quince años ya que tía Belia no manejaba, su hermano, Beto, no vivía en su casa, y su papá tenía un pie lastimado.

Conducimos de la panadería a la florería a la boutique del vestido a la iglesia al abastecedor y de nuevo a la panadería. ¿Cómo podría todo esto tener algo que ver con conectarme con mamá?

Después de la verificación triple del pastel, me subí al carro y pateé el asiento. Berta comenzó a dar reversa. “¿Es todo? Quiero decir, que ya hemos parado en todas partes por lo menos dos veces. Espero que vayamos a casa ahora. De verdad necesito estudiar.”

“¡No! ¡Sofía! ¿Recuerdas? Te dije que te necesitaba hasta las ocho de la noche.”

“Pero, ¿para qué?”

“Ahora vamos directamente al hotel La Plaza.”

“¡Pero ayer estuvimos allí!”

Berta se empezó a reír.

“¿Qué?”

“Ya lo verás.” Mientras Berta pisaba el acelerador, noté que estrenaba unas sandalias blancas y medias. Miré mis zapatos blancos de lona, rotos. Empecé a tener dolor de cabeza.

“Oh, ¡Sofía! ¡Anímate! No es tan malo. ¿O sí?” En el semáforo, Berta volteó y sonrió con sus dientes blancos perfectos. Sacudí la cabeza y pateé el asiento otra vez. “Sofía, ¿qué estás pensando?”

Sacudí la cabeza.

“¿Qué?”

“¡Nada!” Suspiré.

“¡Sofía!” dijo Berta, manejando de nuevo. “Deja de ser una mula y habla conmigo. No puedo leer la mente, ya lo sabes.”

“¿Cómo va a ayudarme todo esto a conectarme con mamá? Ya no queda mucho tiempo.”

“Bueno, genio, aquí va una pista: ¿por qué crees que voy a tener una quinceañera en primer lugar?”

“Porque cumpliste los quince años.”

¡Incorrecto! Sofía. Es porque las comadres la están haciendo posible. Todas se juntaron, incluyendo tu mamá, y me han estado ayudando a planearla, por lo menos durante seis meses ya. Y la están haciendo muy hermosa y especial.

“Mi familia por sí sola nunca podría haber hecho esto. Por una parte, ni siquiera serían capaces de pagarla. Y por otra, la quinceañera es mi fiesta de presentación, sí, pero también nos une a todos. Además me está ayudando a aprender cómo ser una comadre.”

“¿Cómo?”

“Bueno, tuve que aprender cómo hacerle para conseguir padrinos y madrinas que patrocinaran y pagaran mi pastel, el baile, las flores, y todo lo demás. También tuve que montar mi corte de honor, encontrar catorce damas y catorce chambelanes para representar mis últimos catorce años. Tuve que ir a hablar con el sacerdote sobre el significado espiritual de cumplir quince años.

“Es como prepararte para tu Primera Comunión. Se trata de crecer y unirse a la comunidad.”

Berta viró a la izquierda en la calle Main.

“En cuanto a tu mamá, deja de actuar como una niña, y muéstrale que puedes cuidarte a ti misma.”

“¿Pero cómo?”

“Sofía, yo sé que tú te puedes cuidar. Tu papá lo sabe también. Pero para tu mamá, eres todavía una niña. Y ninguna madre va a enviar a su hija lejos, especialmente a un mundo que no entiende. Así que necesitas mostrarle que has crecido.” Berta estacionó el carro. “Muéstrale que puedes funcionar en el mundo real también, en el mundo de las personas, no sólo en tus libros y el fútbol y esas historias locas que cuentas. ¡Y puedes empezar en este momento!”

“¿Qué quieres decir?”

“¡Es una sorpresa!” dijo.

Berta me arrastró por la enorme puerta del hotel, el más hermoso del Valle. Era de estuco blanco con techo de tejas rojas y pisos embaldosados y patios secretos y fuentes de piedra, como una hacienda española.

Berta me llevó al patio principal.

“¡Sofía! ¡Sofía!” Era mamá. “¡Date prisa! ¡Sólo tienes diez minutos antes de que comience!” Di vuelta y vi a Berta riéndose al otro extremo del patio. Estaba parada junto a Jamie, al lado de la fuente española.

Mientras seguía a mamá al baño de mujeres, entendí, por algunas pistas, de qué se trataba esta sorpresa. Una era ver a las otras damas de Berta paradas alrededor en sus vestidos nuevos. Tía Belia, que era costurera, había estado muy ocupada haciéndolos. Mamá llevaba una bolsa de papel grande.

Entonces choqué contra Beto, el hermano mayor de Berta, ¡en un esmoquin! Tenía tremendos dientes, como Berta, y más de seis pies de altura. Me ofreció una gran sonrisa. “Sofía, ¿estás lista para bailar?”

Yo me reí. Me volvió el dolor de cabeza. “¡Estará!” dijo mamá mientras me apuraba. “Beto es tu chambelán,” dijo al pasar los doce mariachis que afinaban sus instrumentos. Se veían radiantes en sus trajes de charro negro con botonaduras de plata a lo largo de sus pantalones y chalecos.

“Aquí tienes.” Sacó mi vestido de la bolsa.

Entré en uno de los baños y me lo puse. Era blanco, con encaje anaranjado y verde en la cintura y el cuello, y mangas esponjadas.

“¡Sofía! ¡Ya sal! ¡Llegas tarde!”

Suspiré, y entonces recordé lo que Berta había dicho. Me obligué a sonreír. Pero el dolor de cabeza iba empeorando.

“¡Oh! ¡Sofía!” dijo mamá. “¡Te ves tan bonita, tan adulta!”

¡Ah! ¡Esto está funcionando!

“Gracias, mamá,” le dije, tropezándome.

“Quédate quieta,” me regañó. Me quedé erguida, haciendo todo lo posible para mantener mi sonrisa, mientras mamá me ponía un par de arracadas, y luego añadía su collar de perlas, un toque de labial, colorete. Pero tracé la línea divisoria en las medias. Me puse mis zapatos planos negros.

“¡Oh! ¡Es increíble!” dijo mamá mientras se me acercaba otra vez con un gran tubo de lápiz labial rojo. “¡Estás tan bella!”

Comencé poniendo los ojos en blanco pero me contuve y en lugar de esto sonreí. “Gracias, mamá.” El dolor de cabeza se me había extendido hasta la frente.

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Durante las siguientes tres horas, la corte real de Berta pasó por un curso intensivo práctico que iba desde el uso correcto de los cubiertos, la conversación educada, y el manejo de “contratiempos” sociales, y el baile.

Este entrenamiento culminó cuando tuvimos que salir al patio y bailar el vals “Dulce Quinceañera.” Mientras pateaba inadvertidamente a Beto en las espinillas por cuarta vez, me pregunté por qué los muchachos siempre tenían que marcar el paso.

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Esa noche me encontré a papá en la mesa de la cocina tallando algo con su navaja, y le conté lo que las comadres acababan de hacer con nosotros.

“¡Ah! El hotel La Plaza. Ahí fue donde vi por primera vez a tu mamá. Estaba bailando en ese mismo patio. Y fue cuando me enamoré de ella.”

Era difícil imaginar a papá enamorándose, pues siempre era tan tranquilo, reservado, y pensativo; enamorarse sonaba como a perder el control.

“Sí, en aquellos tiempos, La Plaza tenía un baile cada sábado. Fui un sábado con unos amigos. Yo acababa de regresar de la guerra de Corea. Estábamos fuera en el patio, tomando cervezas. Los mariachis estaban tocando. Las parejas bailaban. Y entonces vi a tu mamá bailando un vals. Llevaba un vestido rojo brillante y tenía la sonrisa más luminosa, los ojos más dulces. Se veía tan bella.

“Me paré allí, mirándola toda la noche. Por supuesto todos querían bailar con ella. Y bailaba todo tipo de baile—rancheras, polcas, cumbias, valses. ¡Era asombrosa!

“Pero me di cuenta que no tenía ninguna oportunidad con ella a menos que yo pudiera bailar también. Ahora es tu turno de aprender.”

Salimos afuera y papá me enseñó a marcar el paso del vals “Julia.”

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En el gran día de Berta, me desperté temprano y preparé el almuerzo para todos. Entonces me puse mi vestido y dejé que mamá me pusiera bonita.

A la bendición de Berta por el sacerdote, en la iglesia, siguió la recepción. Y después de que Berta posó para un trillón de fotos, todas las damas bailaron con ella. Enseguida el padre de Berta bailó con ella un vals, alrededor del patio.

La madre de Berta apareció con un cojín de raso blanco con una tiara y tacones altos. Colocó el cojín frente a Berta, y entonces ella y el padre de Berta reemplazaron su corona de flores con la tiara y sus zapatos planos con los tacones.

El vals comenzó de nuevo, pero ahora Berta bailó con cada uno de sus catorce chambelanes, y finalmente con Jamie. Se veía tan hermosa con su vestido blanco vaporoso, y tan adulta. Me sorprendió lo mucho que la echaría de menos si me fuera a la escuela. ¡Cuánto echaría de menos a toda mi familia y a mis amigos!

Finalmente, llevaron rodando el altísimo pastel de Berta al centro del patio. Sus padres, levantando los brazos, tomaron la muñequita de la cima del pastel, una réplica de Berta—tiara, vestido, y todo. Se la presentaron a Berta como su última muñeca. Berta cortó el pastel.

Más tarde en la noche, papá le susurró algo al mariachi principal. Papá se veía tan guapo con su traje oscuro y sus botas color café con blanco. Entonces comenzaron a tocar “Julia.” Él me susurró algo, y crucé el patio.

“Mamá, ¿me concedes este baile?” le dije.

Me miró sorprendida y entonces se echó a reír cuando la tomé en mis brazos y nos pusimos a bailar el vals, igual que papá me había enseñado.

“Mamá,” le dije, contando pasos en mi cabeza, “te amo.”

“Yo te amo también, mi’ja. Es como un sueño. Yo y tú bailando ‘Julia,’ en el mismo patio donde conocí a tu papá. Y tu viéndote tan hermosa, tan adulta.”

“Mamá, yo tengo un sueño también.”

“¿Cuál es, mi’ja?”

“Ir a esa escuela.”

“¿Qué dice tu papá?”

“Está a favor, sólo si tú estás de acuerdo.”

“Pero, ¿qué pasará con Lucy?”

“Ay, mamá, ella es igual que tú. Va a estar de acuerdo con lo que tú digas.”

“Pero ¿qué pasará con los vestidos que necesitarás, y los cuatrocientos dólares?”

“No te preocupes por eso. Mi comadre Berta y yo ya resolvimos todo eso.”

“¿Tu comadre Berta?” Mamá se rió. “Bueno, mi’ja, tienes mi bendición.” Mamá tenía lágrimas en los ojos.

Nos besamos cuando el vals terminó. Mientras que nos sentamos a la mesa, le guiñé un ojo a papá y me volví hacia Lucy, que estaba a mi lado.

“Lucy, ¿está bien si voy a esa escuela? Mamá y papá dicen que está bien, si a ti te parece bien.” Lucy miró a mamá, que asintió con la cabeza.

“Está bien,” dijo Lucy en voz baja. Me acerqué y le apreté la mano. “Volveré a casa tan seguido como pueda,” le susurré.

“¡Así que vamos a celebrar!” dijo papá. “Volveré inmediatamente.” Regresó con Berta en un brazo y una botellita de mezcal en el otro.

“¡Sofía!” Berta sonrió con alegría. “Te dije que nuestros sueños estaban conectados.”

Papá sirvió cinco copitas de mezcal. La mía era una gota.

“¡A los sueños de Berta y Sofía!” papá dijo, brindando. Bebió el suyo. Yo también di un fuerte trago. Tosí. ¡Uf! Los demás tomaron un sorbo.

“Y, Sofía, siempre recuerda la cura de Clara para la nostalgia—el gusano de tequila.” Papá sacó el gusano, lo colgó entre los dedos, entonces lo mordió. Empezó a masticarlo, lentamente.

“¡Qué asco!” dijimos todos.

“Sofía, aquí está tu mitad,” dijo papá. “Dejé la mejor parte para ti—la cabeza. Y recuerda masticarlo lentamente. No se disolverá como una hostia sagrada.”

“¡Qué asco!”

“Berta, ¿quieres una mordida grande?” le dije.

“¡De ninguna manera!”

Tomé la cabeza del gusano de tequila. Blanda. La puse en mi boca. Blanda. Y comencé a masticar. Se sentía … Me la tragué. Blanda.

“¡Qué asqueroso, Sofía!” Todos se rieron.

“Y,” papá dijo, “una vez que te vayas, me aseguraré de enviarte por correo un gusano de tequila entero.” Me reí, pero la ansiedad me inundó.

Había estado tan concentrada en conseguir que mis padres me dejaran ir que en realidad no había pensado en irme.