Maratse tuvo que admitir que el comisario había hecho una entrada impresionante cuando lo vio llegar a la sala de urgencias del hospital Dronning Ingrid, caminando a grandes zancadas y flanqueado por Gaba y Miki, ambos vistiendo el uniforme completo de la Unidad de Fuerzas Especiales. Después de dirigir una mirada somera a Maratse y a Petra, Lars Andersen pidió al personal del hospital que los dejaran solos, y apuntó a Gaba.
—¿Cuál es la situación respecto de Malik Uutaaq? —le preguntó.
—Está confuso y confesando —respondió Gaba—, pero no ha sufrido daños.
—¿Confesando el qué?
—El haberse acostado con la hija de la primera ministra.
—¿Ha hecho algún comentario acerca del anorak que llevaba puesto Tinka Winther?
—Ninguno. Desconoce cómo llegó a tenerlo ella.
—Está bien —dijo el comisario tamborileando con los dedos en la pierna. Se volvió hacia la puerta y le hizo una seña a Miki para indicarle que fuera allí a montar guardia—. Segundo —dijo señalando a Petra—. ¿Estado?
—¿Respecto de la primera ministra? —preguntó ella.
—Respecto de usted, sargento —replicó el comisario. Luego indicó a Maratse con la cabeza y agregó—: Y de nuestro agente especial, aquí presente.
—Estamos fenomenal.
—¿Listos para irse?
—Sí —aseguró Petra. Miró a Maratse, y este asintió.
El comisario le indicó con una seña a Gaba que se acercase y bajó el tono de voz:
—Esto es lo que ha ocurrido desde que llegaron Jensen y Maratse en la ambulancia. Gaba, corríjame si se me olvida algo.
—Sí, señor.
El comisario tomó aire y empezó:
—Desde el debate y el apresamiento de Malik Uutaaq, estamos convencidos de que Daniel Tukku ha secuestrado a la primera ministra. El motivo se desconoce por el momento, lo mismo que su paradero y el de la primera ministra. Sin embargo, creemos que deben de hallarse juntos. Abrigamos la fuerte sospecha de que se encuentran en el mar, muy probablemente a bordo de un barco de pesca. ¿Qué tal voy, Gaba?
—Perfecto, señor —contestó el aludido, mientras ajustaba el fusil Heckler & Koch MP5 que llevaba colgado sobre el pecho—. Puedo agregar que en el embarcadero que hay al final del muelle han encontrado un Dodge RAM de color negro que pertenecía a Malik Uutaaq. La esposa de Malik, Naala Uutaaq, ha confirmado que se lo robaron en el aparcamiento del Centro Cultural Katuaq, durante el debate. La portezuela del lado del conductor muestra señales de un impacto que encaja con la descripción de la colisión en la que se vieron involucrados Petra y Maratse. Aún no se ha identificado a los ocupantes del coche, pero creo que todos estaremos de acuerdo en que existen muchas posibilidades de que fueran Tukku y la primera ministra.
Maratse ansiaba fumarse un cigarrillo, pero apartó la idea de su mente y reflexionó sobre lo que sabían que era cierto, lo que suponían que iba a ocurrir. Comprendió que todo dependía de dónde estuvieran Tukku y la primera ministra. Una sospecha empezó a abrirse paso en su cerebro, una que resultaba lógica si, como él creía, Daniel Tukku había dejado de pensar en la política para centrar su interés en algo más perverso. Petra le dirigió una mirada interrogante, pero él no dijo nada.
—Hasta que podamos confirmar su ubicación, tenemos dos opciones —dijo el comisario—, y ninguna de ellas me gusta.
—Adelante, señor —dijo Gaba.
—La primera —añadió el comisario— consiste en esperar. Podemos poner tanta vigilancia como nos sea posible en los muelles y en los aeropuertos, pero no es necesario que les diga a ninguno de ustedes que eso llevará tiempo y nos dejará sin recursos. Si Nivi Winther se halla todavía en Nuuk, podemos efectuar un registro casa por casa, cosa que estoy dispuesto a hacer ya, pero en cuanto se extienda la noticia de que estamos buscando a la primera ministra, corremos el riesgo de empujar a Daniel a que cometa alguna estupidez. La cosa podría ponerse fea. Tal vez lo más inteligente sea esperar, con la esperanza de que esto se resuelva en una situación con rehenes, pero no parece precisamente proactivo.
—¿Y cuál es la segunda opción, señor? —preguntó Petra.
—Subir un pequeño equipo a bordo del King Air, listo para despegar, interceptar a Daniel y traer a la primera ministra de vuelta sana y salva.
—Mi equipo está preparado, señor.
—Ya lo sé, Gaba —repuso el comisario—. Pero es que no sabemos adónde enviarlo. A no ser que alguien tenga alguna idea.
—Me parece que Maratse tiene una —apuntó Petra—. Él es la persona que se ha visto menos distraída por los sucesos recientes que han rodeado a Malik Uutaaq. Pienso que quizás él pueda indicarnos la dirección correcta.
Maratse miró a Petra por espacio de unos instantes, mientras ella formaba con los labios la palabra «perdón» y luego se volvió hacia el comisario.
—Inussuk —le dijo—. Daniel la lleva de nuevo a la escena del crimen.
—¿Qué crimen?
—El asesinato de Tinka Winther —contestó Maratse.
El comisario se puso otra vez a tamborilear con los dedos mientras procesaba la corazonada que había tenido Maratse. Se volvió hacia Gaba y le preguntó:
—¿Qué opina usted?
—¿Si han zarpado en un barco por la noche? —Se encogió de hombros—. La lluvia no los va a detener, y en el norte el tiempo de momento es bueno. Podrían llegar hasta Ilulissat, y mañana incluso más lejos, si se lo permitimos.
—¿Si se lo permitimos? —repuso el comisario—. Explíquese.
—Detener a un barco pesquero por la noche, en el mar, será peligroso. Es mejor detenerlos en tierra firme, o en un entorno más controlado.
—¿Como cuál?
—Si Maratse está en lo cierto —dijo Gaba—, es posible que la intención de Tukku sea cometer un acto drástico en un lugar que resulte importante para él. Si, en efecto, mató a esa chica, es probable que Inussuk y el fiordo de Uummannaq sean el lugar adonde se dirija. Con buen tiempo, buena mar y suficiente combustible, es fácil que llegue allí mañana al final del día.
—Entonces —resumió el comisario—, está diciendo que Tukku podría llegar a Inussuk el lunes a última hora de la tarde.
—A media tarde como muy pronto —respondió Gaba.
El comisario se acercó a la cama en la que estaba sentada Petra y le indicó con un gesto que le hiciera un poco de sitio. Ella así lo hizo, él se sentó y miró a Maratse.
—¿De modo que usted piensa que Tukku pretende llevarla a Inussuk?
—Iiji —respondió Maratse. Reflexionó unos segundos y asintió con la cabeza.
—¿Gaba? ¿Puede controlar ese entorno?
—Si llegamos allí con tiempo, echamos unas cuantas lanchas al agua... —Se encogió de hombros—. Nuestra mayor ventaja será el factor sorpresa. Pero sí, señor, en caso de que ese tipo pretenda hacerle algo a la primera ministra, podría llevarlo a cabo en cualquier momento. En el peor de los supuestos, podría ser que ni siquiera encontráramos su cadáver.
El comisario se volvió de nuevo hacia Maratse sopesando lo que sabía de su pasado y preguntándose cuan certera sería su intuición. Maratse le devolvió la mirada y apoyó las manos en las rodillas. El comisario le contestó con una media sonrisa y luego se volvió hacia la puerta.
—Miki —dijo—, venga aquí un momento.
Miki se colocó bien el MP5 y dio un paso al frente para situarse junto a Gaba. Sus fuertes pisadas rechinaron contra el suelo de linóleo.
—Señor —dijo, y esperó a que el comisario hablase.
—El plan es el siguiente —empezó el comisario—: Gaba, divida su equipo en dos. Una mitad me la quedaré yo en Nuuk, dispuesta a ayudar en el registro casa por casa. —Gaba asintió con la cabeza, y el comisario prosiguió—: Ustedes cuatro irán en avión a Qaarsut. —Levantó la cabeza al ver que Gaba intentaba protestar—. Voy a reincorporar al agente Maratse al servicio para esta operación concreta. —Miró a Maratse y añadió—: Me ocuparé del papeleo en cuanto hayamos terminado con esto, siempre, claro está, que esté usted dispuesto a formar parte del equipo.
Maratse asintió con la cabeza.
—Bien —dijo el comisario. Se desabrochó el cinturón táctico y se lo entregó a Maratse—. Puede llevarse mi arma.
—Señor —intervino Gaba.
—Usted tiene el mando de la operación, Gaba. Por eso no se preocupe. Pero coordínese con la policía de Uummannaq y compruebe si cuentan con una embarcación disponible. Que vayan a recogerlos al aeropuerto de Qaarsut. Ordenaré al hospital que envíe a dos técnicos sanitarios a bordo del vuelo, de modo que en total sean seis. ¿Podrá apañarse con eso?
—Sí, señor —respondió Gaba. Se volvió hacia Miki y le dijo que trajese el coche a la puerta. Cuando se hubo marchado, se giró de nuevo hacia el comisario—. Considero que es un error incluir a Maratse en esta operación.
—Ya lo he decidido, Gaba.
—Sí, señor, pero... —replicó mirando un momento a Maratse—, todavía está recuperándose de lo que le sucedió. Necesito saber que puedo contar con todos los miembros de mi equipo.
—Vamos, Gaba —le dijo Petra.
—No pasa nada —intervino Maratse. Apretó los dientes y se bajó por un lado de la cama. Cogió el cinturón táctico del comisario y se lo abrochó a la cintura—. Gaba tiene razón: todavía me estoy recuperando, pero... —dijo sonriendo de oreja a oreja al mismo tiempo que acariciaba el cinturón— ya me siento completo otra vez.
—¿Y listo para salir? —le preguntó el comisario.
—Iiji —contestó Maratse. Señaló la puerta con un gesto y dijo—: Después de ti, Gaba.
Reprimió un gruñido en respuesta a la súbita punzada de dolor que sintió en las piernas e hizo un esfuerzo para caminar al paso del jefe de la Unidad de Fuerzas Especiales hasta el coche patrulla. Gaba se instaló en el asiento del copiloto y Petra y Maratse se sentaron detrás. Miki metió la primera y le hizo una seña a la ambulancia para que lo siguiese. Después encendió las luces de emergencia y la sirena, y aceleró para salir del hospital y abrirse paso por entre el tráfico en dirección al aeropuerto.
Gaba impartió una serie de instrucciones por radio a la parte de su equipo que se encontraba en Nuuk, con tan solo una o dos pausas para tomar nota de algún detalle.
Maratse señaló las numerosas luces azules que parpadeaban en la entrada de las zonas residenciales de Nuuk: la policía había empezado a registrar todas las casas. Se dio cuenta de que el Departamento de Policía iba a esforzarse hasta el límite. Las luces azules dejaron de verse cuando Miki tomó la carretera que llevaba al aeropuerto y aceleró al salir de la curva en el tramo final de la pista.
Petra señaló el Beechcraft King Air que aguardaba delante del hangar con las luces de navegación encendidas. Las puertas estaban abiertas, de modo que Miki fue directo hacia el avión, seguido de cerca por la ambulancia. El equipo sacó el material de los vehículos y, a continuación, subió a bordo. Cuatro minutos más tarde estaban en el aire rumbo al norte, dirigiéndose hacia Qaarsut, el aeródromo de grava situado en la península de Uummannaq, justo al sur del asentamiento de Inussuk.
Maratse, sentado al lado de Petra, echó una cabezada durante el vuelo, y tan solo se despertó unos instantes cuando Gaba le confirmó que poco tiempo antes habían visto en Ilulissat un barco pesquero procedente de Nuuk. Miró por la ventanilla y se percató de que había dormido más rato de lo que creía, porque el cielo brillaba con un resplandor polar rosado y azul.
Aterrizaron poco después. Simonsen fue a recogerlos al aeropuerto y los llevó al transbordador amarrado en el embarcadero, situado en un extremo de la playa de Qaarsut.
—Ha vuelto —le dijo Simonsen a Maratse al mismo tiempo que lo ayudaba a subir al barco—. Y portando un arma.
—Me han reincorporado al servicio —explicó Maratse—. Es algo temporal.
—¿Hay algún problema? —preguntó Gaba.
Simonsen guardó silencio y luego negó con la cabeza y se fue a buscar un asiento en la parte posterior del barco, al lado del piloto.
En cuanto todo el mundo estuvo a bordo, Miki soltó las amarras y se separaron del embarcadero. Gaba aguardó a que todos estuvieran sentados para empezar a impartir instrucciones.
—Esperamos un pesquero procedente de Ilulissat lo bastante grande como para poder afrontar una travesía así, de modo que no tienen que preocuparse por avistar nada que parezca un bote. Seguramente sea de color blanco. Que nosotros sepamos, van dos personas a bordo, y sí: una de ellas es probablemente la primera ministra.
—Entonces ¿es cierto? —dijo Simonsen—. La ha secuestrado.
—Sí, eso es lo que creemos. —Gaba apoyó una mano en un asiento para conservar el equilibrio cuando el piloto aumentó la potencia para apartarse de un iceberg que iba flotando cerca de la costa—. No obstante, si obtenemos confirmación de un avistamiento en otra parte, el objetivo es regresar al aeropuerto lo más rápidamente posible. —Hizo una pausa para mirar a cada uno de los miembros del equipo; antes de apartar la mirada se detuvo unos instantes en Maratse.
—¿Y si vemos el barco? —preguntó uno de los técnicos sanitarios.
—Acortamos distancias lo más rápido posible —respondió Gaba, y se volvió hacia el piloto de la lancha. Este asintió con la cabeza, de modo que continuó—: Haremos señales al barco y lo abordaremos de forma tan eficiente como sea posible. Nos ocupamos Miki y yo, por si alguien tenía dudas. Del mando de este transbordador se hace cargo la sargento Jensen.
Petra se identificó haciendo un gesto con la mano. Le dio una palmadita a Maratse en la pierna y le susurró:
—Estoy al mando.
—En el transbordador —replicó él.
—Por supuesto, en cuanto se haya ido Gaba.
—¿Vas a arrojarlo por la borda?
—Puede ser —replicó ella con una amplia sonrisa.
—Sargento —terció Gaba—, cuando haya terminado. —Se volvió hacia Miki, le preguntó si se había olvidado de algo y luego consultó el reloj—. Con unas condiciones atmosféricas tan favorables como estas, podemos esperar ver aparecer el pesquero a partir de media tarde. De modo que tomemos un café y algo de comer, pero permaneciendo alertas.
Gaba fue hasta el centro del barco, avanzando por entre los asientos, y se detuvo al lado del piloto para explicarle lo que, en su opinión, sería un buen rumbo que llevar, siguiendo la desembocadura del fiordo hasta Inussuk y, luego, regresando por el mismo camino.
Petra se levantó para ir a por un café. Maratse fue caminando trabajosamente hasta la proa de la embarcación y salió al pasillo exterior. Se quedó a un lado y embutió las manos en los bolsillos del anorak. El peso de la pistola compacta USP en la cadera le resultaba familiar, al igual que el sabor del cigarrillo que se encajó entre los dientes. En aquel momento, Petra abrió la puerta y salió también con un par de cafés. Ambos se lo tomaron escrutando la superficie del agua. Maratse terminó el cigarrillo y arrojó la colilla al mar.
—Comprendo por qué te gusta este sitio —comentó Petra—. Es precioso. Y tranquilo.
—Cuando esto se haya acabado, podrías venir a hacerme una visita —le dijo Maratse.
—Me gustaría.
Un iceberg más grande que un centro comercial les impedía ver la desembocadura del fiordo. Gaba le dijo al piloto que lo rodeara. El aire gélido del iceberg llegaba en densas oleadas, y los vigías apostados en el pasillo exterior y en el techo de la embarcación se estremecieron respirando el hielo. A Petra el pelo se le puso blanco en las puntas, y Maratse notó el familiar hormigueo en la nariz a medida que iba descendiendo la temperatura.
Desde la primera nevada que cayó en el funeral de Tinka Winther, el invierno había ido descendiendo por la montaña, desde las blancas cumbres de la cima hacia los muros de granito que se elevaban al lado mismo del asentamiento. La llegada del invierno podía medirse en metros y en grados, pero a pesar de su belleza y resplandor, esta vez el invierno sería oscuro, gélido y sombrío. Algunos podrían considerarlo implacable.
Petra fue la primera en descubrir el pesquero, que venía rodeando la punta de la península de Uummannaq, sin saber todavía que en aquel momento Nivi había saltado directamente a la oscura boca del invierno y estaba rogando por su vida.