El ciervo plateado

Traducción de Silvina Ocampo

Mi ciervo plateado cayó—en la hierba.

Debajo de los abedules yace, mi rey de los bosques,

lo perseguí en la montaña, sobre los ligeros arroyos

y se fue bajo las hojas, bajo el pasado.

En el horizonte de la aurora se detuvo;

fue el blanco de mi ávida mirada; brillaba

en el sol o en mi enardecido corazón,

recortado sobre el cielo, modelado por el infinito.

¿Con qué deseo mi voluntad iba tras él?

¿Con qué anhelo buscaba la unión de la sangre o del pensamiento

que nos poseía en una sola pasión juntando el cazador y la víctima?

Ya se había ido, cuando dentro de los enramados bosques lo perseguía.

Ahora es mío, mi deseado, mi esperado, mi bienamado,

quieto yace, mientras toco los contornos de su orgullosa cabeza,

mío es este horror, esta osamenta de los bosques,

ya derritiéndose bajo tierra, en el aire, fuera del mundo.

Ah, quietud de la paz que me circunda

mientras el jardín sigue viviendo, las flores se abren,

la fina hierba resplandece, las moscas arden

y el arroyo, el plateado arroyo, corre.

Yaciendo por última vez en el suelo verde

en postura de adiós a la egolatría suavemente dobló

para que reposara la delicada pata que ahora tengo en mi mano

vacía como la crisálida descartada de la polilla.

Mi brillante pero ciego deseo, tu fin era esta muerte,

y mi alado corazón criminal

es el corazón roto del mundo, sepultado en él,

entre cuyas astas brota el crucifijo.