Sonetos de amor desesperado

I

Mátame, espléndido y sombrío amor,

si ves perderse en mi alma la esperanza;

si el grito de dolor en mí se cansa

como muere en mis manos esta flor.

En el abismo de mi corazón

hallaste espacio digno de tu anhelo,

en vano me alejaste de tu cielo

dejando en llamas mi desolación.

Contempla la miseria, la riqueza

de quien conoce toda tu alegría.

Contempla mi narcótica tristeza.

¡Oh tú, que me entregaste la armonía!

Desesperando creo en tu promesa.

Amor, contémplame, en tus brazos, presa.

II

¡Que me den un castigo como el tuyo,

pastor de Frigia! Dulce, en los pinares,

aunque fuera distante de los mares,

mi voz se anegaría en un murmullo.

Me abrasaría el sol, el largo viento,

y la noche en mis ramas oportuna,

oscura en el silencio de la luna

me daría su plácido alimento.

No iría, ansiosa, en busca de mi amado,

hasta su puerta, el corazón quemado

y el llanto en mi cabello derramado;

no moriría porque me ha olvidado.

Atis, con tu follaje, noblemente

podría al fin ser yo la indiferente.

III

¡Oh torcazas cantando en los vestíbulos

de la muerte! El jazmín perfuma en vano

los labios de las brisas del verano.

Como en la noche oscura de un prostíbulo

busco el falaz amor en las tinieblas.

En una habitación, sin tus retratos,

odiándote cometo asesinatos

¡oh regiones de limbos y de nieblas!

Vuelven los pájaros entre las hojas

y se abre como un lago azul el suelo.

Iluminan las sombras flores rojas.

Oigo crecer los árboles del cielo,

pero todo es de polvo si no me amas:

del color de la muerte de las ramas.

IV

Si de mi vida el último suspiro

termina con la noche de mi muerte,

si no queda en mis versos un retiro

para amarte en el tiempo y conocerte;

si de nuestras palabras el espacio

no guarda un eco místico y profundo

que arrebate en las sombras el topacio

de la luz de los soles de este mundo,

tendré razón de creer que yo he soñado,

que la vida no es más que este momento,

que los otros no existen y que el lento

transcurso de los siglos no ha pasado;

que entre datos históricos falaces

somos de Dios, de un sueño, meras fases.

V

Helíades, hermanas en la pena,

derraman los follajes vuestros llantos

en los álamos trémulos de cantos

sobre la tierra, el agua azul, la arena.

Yo que tanto lloré, no he merecido

vuestro destino, hermanas, y el dolor

que os entrelaza ahora, y vuestro amor

no puede compararse al que he sentido.

¡Fraternales follajes!, yo estoy sola,

y la tierra no me ama y la ola,

de la brisa en los campos, tan lejana

al pasar por el trigo deslumbrante

no enlazará a la sombra de una hermana

el llanto de mis ojos, humillante.

VI

Si soy en vano ahora lo que fui,

como la blanda y persistente arena

donde se borra el paso que la ordena,

no he sufrido bastante, amor, por ti.

Ah, si me hubieras dado sólo pena

y no la infiel intrépida alegría

tu crueldad no me lastimaría,

no podría apresarme tu cadena.

Quiero amarte y no amarte como te amo;

ser tan impersonal como las rosas;

como el árbol con ramas luminosas

no exigir nunca dichas que hoy reclamo;

alejarme, perderme, abandonarte,

con mi infidelidad recuperarte.