Saúl
Persistente Jehová ¿por qué me torturaste?
Un rey de Benjamín buscabas: lo encontraste.
Más alto que los otros, yo era un adolescente
y dócil como el barro me viste. Diferente
me pareció aquel día, la retama cambiada,
el silencio visible, la tarde inesperada.
Me volví adulto, aciago. Presentí mi destino:
desde lejos venía, fatal como el camino.
El odio circular como los pabellones
me tuvo prisionero. Las dagas, los leones,
los duros precipicios soñados, progresaron
en mis retinas grávidas, y lentos me poblaron.
Primero cesarán los flotantes corpúsculos,
serán menos porfiados los trémulos crepúsculos,
tendrá menos constancia en renacer la vid,
que el odio deslumbrado que me inspiró David.
Ni las noches en Ziph, ni en Engaddi el experto
y amado Jonathan, ni mi sueño desierto
quisieron liberarme de un crimen repetido
en todos los momentos, porque no fue cumplido.
Incesante, con leves variaciones ansiaba
la inalcanzable muerte de David, y la amaba;
le fueron dedicadas mis importantes horas,
el valor, la penumbra, las temibles demoras.
Yo soy el rey Saúl. No conocí el descanso
obsequioso a las plantas y piedras. Un remanso
que puede ahogar a un hombre, las paladas de tierra
que necesita un muerto, el puñal que se entierra,
un solo corazón, cautivaron mi alma.
Con ínfimos detalles yo conocí la calma
hipócrita. Asombrado, en mi dorada carpa,
David adolescente me hizo escuchar el arpa.
Yo conocí también el paraíso aleve:
la reconciliación, innumerable, breve.
No fui muerto en Gilboa por un Amalecita;
yo no me suicidé: la muerte fue fortuita.
Huyendo de las flechas penetré en una gruta
y en sus cóncavas sombras me alimenté de fruta.
Me asustaron mis miembros, como en otra existencia,
terribles, abundantes, con lánguida inclemencia
me dejaron inmóvil. Una herida en la mano
propagó su veneno. Fue el último verano.
Las lunas del futuro, de mármol o de cera,
mis soldados, mis uñas, la pegajosa higuera,
no creerán en mi muerte. El mundo no descansa:
quedaré en la Escritura, la guerra, la esperanza.