La tumba de Tulia

Para Cicerón existía en Roma

sobre las doradas campiñas itálicas,

que el viento acaricia con lluvias metálicas,

cicas enlazadas, pechos de paloma,

ese templo hermético de mármol fanático

donde, Tulia intacta, yacías, y el fuego

de la ardiente lámpara elevaba un ruego

paternal y dulce con fulgor dramático.

Como la red de oro cuidaba tu suave

cabellera vívida que brilló en tu frente,

cuidaba tu vida apasionadamente

esa llama trémula con sus alas de ave.

El mirto, la alondra, el ciprés, los astros

entre las columnas de la eternidad,

en el aire amaban tu divinidad,

suspiraban, Tulia, buscando tus rastros.

Se apagó la llama, y en polvo deshizo

el viento, tu cuerpo, la luz de tu pelo,

tu boca tranquila, tu suave desvelo,

tus cándidas manos, como en un hechizo,

y aún no mueres, Tulia, oh Tulia espectral,

dentro de la efímera luz de un monumento

entre atentas piedras marcas en el lento

transcurso del tiempo, la virtud filial.