Elegía de la arboleda derribada

otra versión

Pórticos, edificios infernales,

serpientes de follajes adornadas

esculpieron las manos de las Furias

con la madera de las plantas dulces.

No me asustan tus máscaras, violencia,

estos árboles son los que yo quiero.

Son mansiones angélicas de pájaros,

recintos de las siestas de las tardes,

son las raíces de las horas puras,

el tamiz de las lluvias, de la luna,

las galerías de las noches altas,

del Paraíso las más fieles láminas.

Qué venturosas sombras se han perdido,

qué nocturnas canciones, qué alegrías

de oscuridad, de vuelos rumorosos

que no sean de luz en la memoria.

Estos árboles son también mortales:

en un lenguaje antiguo, el de las plantas,

hablaban a los seres más sensibles,

a los que eran felices, a los tristes,

a los que contemplaban en sus hojas

el complicado rostro del amor.

Antorchas, cúpulas de las estrellas,

columpios de las aves, de los elfos,

tabernáculos hondos de las brisas,

columnas de la luna, casuarinas,

eucaliptos benignos, torturados,

que han asistido a todas las auroras:

son estos mismos árboles que me hablan,

estos que están heridos y acostados

en el barro caliente de las sendas

improvisando en vano largos puentes

sobre los hormigueros de la tarde,

sobre la enredadera que se salva.

Oh Aristeo, llorad en estos versos,

como cuando murieron las abejas

en las manos ardientes de las ninfas

que vengaron a Eurídice y a Orfeo.

Sumiéndola en las rosas de sus dédalos

un ciclón ha destruido la arboleda.

Hija incestuosa de Ciniras, pálida,

ocultando tu crimen en Arabia;

Helíades, los llantos de las hojas,

la claridad de vuestros verdes ojos

en las hierbas oscuras se adivinan;

vuestras túnicas siembran el rocío.

Dafne, recuérdate entre los laureles

para llorar las púrpuras tristezas

de estas plantas que son de mi provincia

más bellas que los nardos y los lirios.

Ved cómo beso las heridas ramas

que no creyeron alcanzar mis labios

sino en sueños intrépidos, remotos,

en un mundo más leve, en otros bosques,

en Paraísos de los pensamientos

que la mirada extática contiene.

Ved la niebla rosada, el horizonte

que aleja con sus velos la paloma,

las granadas brillantes, las ofrendas

de malvas deshojadas, las violetas,

y en el barro los pájaros que han muerto,

las alas voluptuosamente yertas,

los frutos de los pinos, las semillas,

como a través del hielo el sol de abril,

el lacerado tronco, las cortezas,

sobre la rosa que fulgura, el cielo.

Oh fraternales árboles, las Furias

nos acechan atentas, taciturnas.

La misma luz nos ilumina a todos,

nos protege y nos deja unidos, solos.

Las Parcas que han tejido los destinos

con la muerte enriquecen nuestra vida.

En grutas de follajes y de sombras,

aves más doctas ya que el ruiseñor

encantan las mansiones de estos campos

donde se oye el silencio musical.

Las guirnaldas del tiempo están creciendo,

en sus ámbitos nada las detiene.

Los bosques subterráneos de raíces

se renuevan y fluyen como ríos.

Cuando morimos, árboles, atenta

vuestra fronda parece entristecerse,

y un plácido rumor de colmenares

se aviene a la expresión de nuestro llanto.

Las palmas tienen graves movimientos

y comunican a la flor conciencia,

se inclinan sobre el viento, en las ventanas,

oscureciendo soles de verano.

Ah, cuántas veces escuché en mis penas

el corazón del árbol responderme.

En su fragancia insólita de armario

qué bien guarda el recuerdo. Ved mis manos;

las nervaduras que en sus palmas tienen

imitan los armónicos diseños

que son no sólo adorno de las hojas

sino claves de dioses misteriosas.

A mi memoria acuden los relentes

—un minucioso amor los diferencia—,

los del otoño de oro y los azules

del invierno en las flores de abedul.

En cada gota ardiente de rocío

veo en jardines pájaros distintos:

como cielos las veo diferentes.

Árboles ¿fuimos en algún momento

nosotros árboles, vosotros hombres,

o sola sufro esta metamorfosis

entre las sombras derribadas, altas,

con las manos, las hojas enlazadas?