Sonetos
del Libro de Los Amores de Pierre de Ronsard
XII
Me has vencido y por esa victoria yo te entrego
esta hiedra que trepa y estira alrededor
de árboles y de muros, pliego encima de pliego,
nudo encima de nudo, su lazo abrazador.
De hiedra esta corona a ti te pertenece
y de noche y de día como esta enredadera
doblando sobre ti mi amor que languidece,
a tu hermosa columna enlazarme quisiera.
¡Ah! no habrá de llegar, entre hojas luminosas,
entre cantos de pájaros con apacibles cielos,
un día en que despiertas en la aurora las cosas
entreabriendo mis labios te bese y los anhelos
te cuente de mis penas, y con brazos gemelos
abrace como quiero tu marfil y tus rosas.
LI
Cuando estoy inclinado sobre tu cara hermosa
en tus ojos encuentro no sé qué claridad
que traspasa mi sangre, no sé qué oscuridad
que llega al corazón y por mis venas pasa.
El amor está en ellos mudando de lugar,
desde arriba hasta abajo contempla sin cesar
mi vida con su arco las flechas apuntando.
¡Razón, qué puedo hacer si me equivoco amando!
El gobierno de mi alma para mí está vedado:
traicionaría al rey, vendería a mi padre,
a mi patria, a mi hermana, a mi hermano, a mi madre,
tan grande es mi demencia después de haber probado,
de Amor, los largos tragos de ese veneno amado
nacido de tus ojos que me han alucinado.
CLX
Ya que no encuentro un modo de salvarme
(ya que no tengo el hilo esclarecido
que en Creta halló Teseo) y retirarme
del laberinto que me ha seducido,
por lo menos quisiera que mi pecho
de cristal o de vidrio fuera un lecho
donde se viera todo el corazón
transparente, mi Fe y mi devoción.
Si pudieras saber con qué amor vivo
soy de tus perfecciones el cautivo
podría ser la muerte mi consuelo;
y aunque fuera piedad tal vez tu duelo,
sobre mi tumba pálida daría
tu alma un suspiro de amistad tardía.
CLXXI
No permanece el bosque eternamente
blanco y nevado en cimas de cristal;
de los dioses el rayo criminal
no asedia el suelo, permanentemente;
del mar Egeo el viento, siempre el viento
no brama en la borrasca desatada;
pero mi vida siempre está ultrajada
por el cuidado cruel de un dardo atento.
Si me esfuerzo en hacerlo perecer,
con ímpetu se ingenia en renacer
dentro de mí trayéndome la guerra.
Poderoso Tebano, si en la tierra
con este monstruo hubieras combatido,
tu hazaña máxima ésta hubiera sido.
CLXXII
Quiero quemar la vana imperfección
de mi corteza humana y elevarme,
entre dioses, con fuego eternizarme,
como el hijo de Alcmena en su ascensión.
Ya en mi rebelde cuerpo el alma insiste,
quiere mi salvación y estremecida
la víctima en tu honor ya está ofrecida,
al rayo de tus ojos que la asiste.
Oh santa hoguera, oh fuegos vigilados,
divinos, que el ardor que me reviste
destruya mis despojos conocidos
y libre y desnudado yo al volar
pueda hundirme en el cielo y adorar
la otra mitad de donde tú viniste.
CCXV
De sus maridos la industriosa Helena
con la aguja en la tela fiel seguía
los combates y tú con alegría
vas trazando en mi vida mucha pena.
Oh bien amada, si tu lana alcanza
a tramar mis oscuras agonías,
di ¿por qué del revés no agregarías
a mi dolor un verde de esperanza?
En tu lienzo yo sólo he contemplado
(testigos tristes de mi sufrimiento)
dos colores: el negro, el naranjado.
Destino altivo, el ojo diligente
de mi amada me mata y aún me afianza
todo lo que hace en mi desesperanza.