Sonetos en las líneas de una mano

I

Quiero morir si de mi vida no hallo

la meta del misterio que me guía,

quiero morir, volverme ciega y fría

como la planta que fulmina el rayo.

Si lo que ansío decir es lo que callo,

y si he de aborrecer lo que quería

sin asco y sin vergüenza hasta este día,

si todo lo que intento es mero ensayo,

será porque he vivido de mentiras.

Por no morir quiero morir. El viento

que suena entre los muros con sus liras

o el hibisco bermejo, o el fragmento

de la luna, siempre algo, hasta mi queja,

me deslumbra y me deja más perpleja.

II

Si la verdad se vuelve una mentira,

si se vuelve dolor la dicha aviesa,

si se vuelve alegría la tristeza

con sus falsas promesas cuando expira,

si la virtud a la cual en vano aspira

mi vida frustra la habitual promesa,

si el corazón de odio o de amor me pesa

y al helarse cual mármol, aún suspira.

Si no pude enmendarme al recibir

la ingratitud de los que más he amado

ni pude ensombrecerme al eximir

de mi cariño a los que me han colmado,

será porque los dioses me han herido

del inocente horror de haber nacido.

III

Qué ángel te librará de la tristeza

y te despertará un precioso día

sin memoria de lo que te afligía

y te dirá al oído: “Escucha y cesa

tus llantos. En mis brazos no te pesa

la lentitud del tiempo ni la impía

delación de los hombres. Eres mía,

ya no eres de este vano mundo presa.

Asómate a esta fúlgida ventana

por tu dicha adornada. Ya el dolor

se marchitó como una larga flor

cuya sabiduría al fin te sana

al disolverse porque se convierte

en polvo, en ilusión, en otra suerte”.