León cautivo en una medalla
Et j’ai pris, ô lions, dans cette intimité,
L’habitude du gouffre et de l’éternité.
VICTOR HUGO: Les Lions.
Pretéritos veranos me visitan
y por eso la sombra me ilumina
y trémulos mis párpados se entornan
como si respiraran una rosa
si una rosa existiera para mí.
El clamor de mi voz, como el clarín
en hiperbólicas y oscuras grutas,
en mi recuerdo mágico, perdura.
Conocí antiguos mundos y estoy preso
en los jardines tristes, en la piedra.
Prófugo, en Libia, en el desierto, Androcles,
esclavo de un procónsul me salvó:
contemplé sus pacíficas dos manos
y en la profundidad, como de un cáliz
de África, en sus pupilas el oasis
y mi cabeza aterradora al sol.
En la Ciudad de las Cien Puertas, solo,
busqué la muerte una remota noche.
En Berenice y en Tentira el frío
del agua con estrellas me afligía.
Contemplé el manto de San Atanasio.
Con San Pablo cavé una fosa larga
para dar sepultura a San Antonio
en cuyo rostro hallé el color del polvo.
Sobre las flores yertas del crepúsculo
me asediaron visiones en las nubes.
Ah, qué próximo estaba lo lejano
y qué lejano lo más cerca estaba.
Ah, qué lejana era mi piel, la arena.
Qué cercana la arista de la estrella.
Desde la sombra incierta de un pantano
un tigre me acechaba exasperado,
sinuoso como el agua que se estira
se acercaba mirando mis pupilas.
Qué parecido es el amor al odio:
del mismo modo se murió aquel tigre,
del mismo modo me acerqué al amor,
en la llanura de un poniente asirio.
En la indeterminada arena, absorto,
mi paso, conocido de las noches,
me aproximó a María la Egipcíaca,
en los senderos pálidos de asfódelos
la vi secretamente enamorada
iluminando lunas con su cara.
Amé las dimensiones de sus trenzas
como una delicada enredadera
y acostado a sus plantas largas horas
en su quietud de palma hallé la sombra.
Como frente a Daniel en una fosa,
como Caín por Dios aborrecido,
o como Eva anterior a su pecado,
descubrí que lo eterno está en el miedo.
Fui insultado en el norte extremo de África.
Recuerdo las llanuras de Tesalia,
en Macedonia los camellos pálidos,
los corazones tiernos de mis hijos
que alimentaron, en Argel, los niños.
A veces he creído vanamente
que una tarde es idéntica a otra tarde,
que todos los desiertos son iguales
y que el tiempo es idéntico al desierto.
Atravesando el fierro y el cemento,
oros entristecidos, graves treguas,
la tierra inventa circunstancias nuevas:
por ellas sé que ha transcurrido el tiempo.
Los Césares, el circo, los aplausos,
las luchas y los santos me abrumaron.
Los árboles me roban horizontes
y no me ofrece ya el espacio nada,
ni la sangre, ni el miedo, ni el desorden.
Sufro como los hombres creen que sufren,
como la estatua adusta, sin laureles,
como en el circo Elena Iller, pálida,
hipnotizada en su desesperanza,
sufro junto a estos muros y jardines
con la debilidad de Tisbe y Píramo.
En un sueño me vi en una medalla
y desde entonces temo estar en su ámbito.
¡Qué pesado es el sueño ahora y cierto!
Me demoro en la fuente de memorias
como los hombres vanos en las rosas.