Estrofas a la noche

Madre de las Espérides que tienes

en recuerdos trenzados tus amores,

inmoladas ovejas, y entre flores

algún versificado honor que obtienes.

Inauguró tu culto en Grecia Orfeo.

Comían tus adeptos sólo frutas.

¡Tú que llevaste graves prostitutas

como reinas heridas a su empleo!

Altura quieta de alas, de aguas solas,

de hojas hereditarias, elocuentes,

dulzuras vanas traen en los relentes

a la pasión helada de las olas.

En el jardín final del Paraíso

como Eva te habrá visto delirando,

al dejar tantas hijas esperando

en tus estrellas luz de algún aviso.

El insistido anhelo de estar muerto

presidirá las vendas que hace el brazo

para añadir oscuridad de abrazo

a la esperada luz de amor incierto.

¡Oh Tisbe y oh Cleopatra y oh Heloísa

de sueños y memorias perseguidas

en la noche total, y consabidas

en las trémulas formas de la brisa!

¡Oh Nemrod y oh Androcles totalmente

en la nocturna tierra confundidos!

¡Oh asfódelos profusos y perdidos

en la forma del sueño del ausente!

Devuélvele la mano de la amada

al amado: enlazados, si es posible,

déjalos alcanzar la inextinguible

reverencia de tu alma enamorada.

¡Dilección de las plantas con diamantes!

Parecido al deseo de existir

es el deseo oscuro de morir:

lo han pronunciado todos tus amantes.

Junto al silencio de lesbianas pálidas

sobre el mármol medido por los pasos,

qué espacio agradecido en tenues lazos

de azul jardín y de esperanzas válidas.

Qué amable simetría y luz ausente

vigila los objetos ya perdidos,

los jóvenes que piensan afligidos

apoyadas las manos en la frente.

Una felicidad de aguas dormidas

con transparencias de bambú sin luna,

un mecimiento oral, como de cuna,

van tramando las voces parecidas.

¿Es tu voz que me invita o es la mía

que señala tus frases mensajeras?

Hermana plácida, ah, si no tuvieras

que abandonarme siempre por el día.

Noche: sobre mi alma absorta, admira

la encendida visión que me ha guiado

hasta el umbral desierto de tu alado

edificio de sombras que trepida.

Yo sé dónde está el rostro que preexiste

descubierto sin tregua en tus orillas,

y aquellas increídas maravillas,

misterios de un jardín que no era triste.

Puedo encontrar el tigre que ha brillado

sobre el fondo ulterior de tus desiertos:

tu crimen y el oasis eran ciertos.

¡A qué recintos, noche, me has guiado!

Conocí en ti posibles otras vidas,

reclinada en extrañas balaustradas,

con inflexible dicha, y prolongadas

personas que me son desconocidas.

Escucha: todo se ha borrado ya,

salvo tu cántico y el astro grave

que ascenderá en el alba con la suave

despedida de un cielo que se va.

El fuego en ti se ve, pero las rosas,

que parecen de fuego hasta en la aurora,

no tienen su color de fuego ahora

debajo de tus sombras afectuosas.

Y aquel soldado que amó tanto a Europa

transformado en estatua sobre el suelo

ha perdido su vida. Ya es de hielo,

si ya es de hielo tu árbol y tu copa.

Hora en que todo ha desaparecido,

la glorieta y la rosa y hasta el banco

donde estaba sentada y que era blanco

aquella señorita que ha sufrido.

Le otorgarás nupciales sueños, llantos,

y ese narcótico rosado y frío

de los suicidios y el discreto río

que Ofelia reclamaba con sus cantos.

Ni la santa que guía el destinado

brillo de amables serafines que ama,

ni en las buscadas Pléyades la llama

de los cantos de Safo, te han bastado.

De San Juan de la Cruz ni aquellos suaves

versos que dan al centro de tu espacio

con vértigo y subiendo muy despacio

escalas de tu cielo y de tus aves.

Tampoco te han bastado ni el diamante

pintado en la imagen de tu altura

ni esa “visible oscuridad” tan pura,

a Milton dedicada, alucinante.

Buscas los afligidos cantos míos,

los que ansiaba en tu honor recitar, muda,

en un lugar incierto que saluda

una presencia en tus falaces ríos.

Con inocencia, noche, habré creído

que estos versos podrían habitar

alguna voz hermosa y entregar

en tu oído un poema agradecido.

¿En dónde está la voz de la sirena

que mueve azules túnicas y avanza

con ademán secreto de confianza

y a tu nombre los metros encadena?

Llamas en las tinieblas son tus horas

y esplendores cerrados, laberintos,

tus versos que serán como jacintos

cuyos íntimos ritmos atesoras.

Tus penumbras de cántaro han llevado

cabelleras radiantes de pobreza,

vigilias en tus lechos de tristeza

y todo lo que al hombre le has negado.

Con resplandor de umbrales cuando pasas

en ciudades horribles para el día

entre calles que buscan lejanía

qué piadosa eres, noche, con las casas.

Legiones de ángeles se acercan, sabios,

a tus fuentes erguidas en los parques,

para que en los encuentros dulces marques

enlazados destinos en los labios.