SONETOS DE LA MUERTE Y DE LA DICHA

Sonetos de la muerte y de la dicha

I

En qué recinto de nuestra alma quedan

los jardines, el miedo, y en la mano

todas las palmas del amor en vano,

y esa luz de las tardes que se heredan.

Con qué insistencia lenta se acumulan

la persuasión visible de las voces

y esas fulgentes flores que vinculan

su aroma a un pensamiento de otros goces.

En qué lugar penetran tan despacio,

en el olvido, en busca de otro espacio,

ademanes y rostros conturbados

o por la indiferencia visitados,

cuando la muerte, delictuosa, llega

con su antigua quietud de estatua griega.

II

Con sus cantos de sombra, de arboleda,

en jardines de mármol sentencioso,

cuando se aleje el mundo que me hospeda

tal vez me abrace un ángel vanidoso.

Querrá quitarme todo, no dar nada,

ir borrando las líneas de mi vida,

el goce de sentir, de estar dormida.

Y me hablará con voz enamorada:

“Me has esperado tanto en las oscuras

sendas buscando cosas más seguras,

que mi llegada no parece cierta.

Me acechabas detrás de cada puerta,

me llamaste al sentirte afortunada,

por mí te deslumbró el suicidio, ¡Amada!”

III

Rememoradas dichas y bellezas

que se hicieron amar fervientemente

han llegado en el tiempo confidente

a parecerse a próximas tristezas.

Tornándose en acuerdo el desacuerdo

en el seno alterado de la ausencia,

a menudo se vuelve en el recuerdo

dulce el dolor, y aun la indiferencia.

Y tal vez en la última visión,

al apoyarnos en el vidrio frío

que da sobre otro espacio, con fruición

veremos esas cosas que el hastío

empañaba de sombra y desaliento,

crear, con resplandor, otro argumento.

IV

Ese perdido y último argumento,

no dedicado, entre guirnaldas muertas,

detrás de las conciencias, de las puertas,

que esconden luces de florecimiento,

en el agua del tiempo, recordado,

tiembla como el reflejo delicado

que dejan las estatuas desdeñosas

al inspirar las ondas con sus rosas.

¡Ah, de qué abismos llega inalterado,

atroz o hermoso, lento, ese dictado!

¡En qué propicias y sensibles horas

escuchan los poetas esas voces,

ya mudas, que enlutaron las auroras

extasiadas de cantos a los dioses!

LOS PARAÍSOS

Con qué oscuro rigor nos llevas, vida,

por tu senda profunda y dividida

con lentitud de sueño que revela

el valor de nuestra alma y la consuela

con lo que nos hará después sufrir.

Ah, sólo de árboles y de jazmines,

de libros y de amor, por tus jardines

con qué dicha podríamos vivir.

Desde tiempos remotos, asombrados

en distintos lugares, cultivados,

en las memorias, moran Paraísos.

¡Fundados por tus vastos desamparos

hay en tus laberintos imprecisos,

mi vida, cuántos paraísos raros!