Reina: “¿Cómo, desde donde empezamos, es que llegamos a esta Navidad?” Rey: “Paso a paso.”
—El león en invierno
Después de todos estos años, todos los amantes y unas relaciones significativas que me rompieron el corazón para que así pudiera abrir; después de las tardes noches dedicadas a engrasar las ruedas de la América corporativa y soportando las deficiencias del sector público; después de cometer un millón de errores, hiriendo y siendo herida, aún duermo bien por las noches.
No sé si es porque mi conciencia está limpia o si simplemente porque perdí la cuenta de todos los amantes que forman el paisaje de mi vida. El sueño viene sin importar qué y todas las cosas vividas, grandes y pequeñas, se pliegan a la historia de mi cuerpo.
Ilusiones y desilusiones, haciendo y deshaciendo, creando y destruyendo, todo conduce al mismo lugar.
La Media Luna 19 sacude las vías y acuna mi sueño. El viaje es largo desde Nueva York a Nueva Orleans. El paisaje es extraño para mí. El Sur se desenreda. Es mucho más salvaje que el Norte. Reconozco el estado de entropía que se refleja en el caos ferroviario que se arrincona al costado de las vías. Lamento la pérdida de los trenes de pasajeros en México. Recuerdo el tren con cabinas de Laredo a ciudad de México. El lujoso coche comedor con camareros que llevaban bandejas imponentes de vajillas de porcelana y vistiendo trajes que no les quedaban, y servían comidas, vino y whisky. Las torres de platos que sonaban y se balanceaban anunciando una implosión de trastes y caos que nunca llegó. Todavía me sonrojo recordando el suave toque a la puerta de mi compartimento de un extraño conocido brevemente en el bar que preguntando si podía pasar la noche. Las vías atraviesan el desierto Mexicano. El valor de la tierra se encuentra en la colocación de estas vías. De lo contrario, la tierra es seca y agrietada y sólo el nopal, las serpientes y lagartijas pueden sobrevivir y prosperar. Pero aún así y desafiando la naturaleza del inhabitable paisaje, la gente quien es invisible ante la sociedad, construye viviendas de madera. Dispersas a las orillas del ferrocarril, las chozas de madera se aferran a las tierras federales. En áreas más densas, esta gente forma los suburbios ocultos en los cuales se esconden los secretos de las ciudades más grandes. De pie en los vagones del tren y al aire libre, pasamos hormigueros de existencia. Niños corren junto con el tren justo en el momento que el motor se ralentiza. Sus sonrisas disimuladas esconden su desesperación, una desesperación que se arrastra por el humo venenoso del tren, y se queda atrás con los sonidos del acero chirriante que lloriquean y se alargan. Nunca supe cómo sentirme o qué pensar, no hubo tiempo. Pasajeros bien vestidos, hombro con hombro se paran de pie junto a mí y arrogancia saludan y sonríen al montón de niños semidesnudos y polvorientos. De pie entre los burgueses en los vagones al aire libre, yo soy igual de culpable.
Cortando a través de los 48 estados continentales, los cambios en el suelo evocan imágenes de un corte transversal geográfico, con capas que representa el tiempo. El suelo se ha convertido de verde oscuro a negro, de negro a rojo, de rojo a amarillo y de amarillo a blanco. Enterrados entre capas metafísicas están las historias de los lugares, desde el principio de los tiempos hasta el presente. En esta parte del país, la historia de la esclavitud y la injusticia calcificada sostiene las vías ferrocarrileras que nos transportan. El acero frío se calienta con las altas velocidades hasta que saltan chispas. Se braza el tren de las curvas siguiendo los contornos de los ríos, otros trenes vienen hacia nosotros y pasan rasándonos a la misma velocidad, de alguna manera no chocan contra nosotros. La física es verdaderamente poética.
El desenlace del sur afloja mis lazos con Alaska. Entre más pierdo, más recupero de mí misma. Recogiendo mis pasos, desde el trópico, a los arenosos desiertos, de la niebla que se arrastra por San Francisco, hasta del norte al desierto ártico, y ahora me siento humillada al realizar soy un huérfano. Mi mayor consuelo es que pertenezco a una familia de huérfanos como yo. Amistades que se convierten en familia. En casa se dice que uno no sabe lo que es está que aprende a amar a Dios en una tierra ajena. Soy atea, pero creo que entiendo. El amor es el principio, la fuerza sustentadora y lo que esperamos al final—pero en el camino tenemos la responsabilidad permanecer fuera de uno mismo, sin importar la angustia, le debemos más al mundo, que el mundo a nosotros. No tengo derecho a quejarme.
Entre más profundo nuestro camino al sur, más frecuentes son los retrasos. Un pasajero se queja de que tiene que estar en un lugar y ya será tarde. Me harta. Es curioso que la temperatura en el tren baja cada vez que se para. Hay partes del sur que están oxidadas, los trenes están oxidados y hay maquinaria pudriéndose en la parte posterior de las tierras a lo largo de las vías. Hay coches viejos o dañado que siendo abandonados esperan a desaparecer con el tiempo. En contraste, la estación de tren, Meridian Mississippi Union Station se encuentra orgullosa y muy querida en medio de jardines, con la frente en alto, es un guardián de ladrillos rojo. El sur es una muestra representativa de la historia Americana que, como las capas geográficas del lecho de un río, tiene en sus pliegues los restos de la historia y el pasado. La América industrial se amontona sobre América agrícola y sobre la América de la Guerra Civil, con los vagones transportando LNG que ruedan sobre tapas de los esqueletos industriales y raíces agrícolas desplazadas. El suelo anteriormente firme cede a los pantanos, y a los árboles que son más secos, y a la luz que es más brillante.
Ubicado en el desierto del sur se encuentran nidos de opulencia. Desde el verde, y a lo lejos las pelotitas pequeñas y blancas parecen moscas volando hacia las banderas que bailan en postes flacos que señalan su meta. En el vagón de descanso está un hombre entretenido con su juego de baraja solitaria. Parece estar frustrado, seguro su contrincante es mejor que él. Y más allá, el sol perezoso vibra a través de la cortina de árboles como lo hace en el trópico.
El latido del corazón de la tierra nunca se siente igual de fuerte como en las noches de zafra, la cosecha de la caña. Tan pronto como cae el sol y la luna está lista, incendiamos el campo. El pulso del fuego, las cenizas que bailan, el aire que se emborracha con dulzura. Un calor tan fuerte para derretir glaciales.
Hace unos años Tu y yo fuimos a la zona arqueológica de Tajín, a cinco horas de la cuidad por coche. De regreso tomé un camino equivocado justo al llegar al faro y terminamos perdidas durante horas y horas. Cuando por fin encontramos el camino, nos hallamos en medio de la zafra más grande de la temporada. Había fuego por la carretera por muchas millas, a nuestras izquierda imponentes llamas de fuego, a nuestra derecha lo mismo. Manejaba rápidamente y perseverantemente hasta que el olor y calor que palpitaba en mi pecho y mi corazón se detuvo. Detuve el auto y me enfermé con una abrumadora emoción. Sudé frío en medio del fuego y en un instante confundí el dulce olor de la noche con el olor azul que tiene la nieve cuando está a punto de caer en Alaska. El fuego volvió mi ser al revés y mi piel se quemó junto con la caña de azúcar. Me sentí igual de desnuda que la caña tierna. Fue entonces que me di cuenta de la fuerza transformadora de la cosecha. No pude manejar más, así que Tu lo hiciste. La oscuridad crecía mientras nos alejábamos del fuego, y mi cabeza, que previamente se había ampliado y distanciado, regresó en su lugar.
Ahora estamos corriendo contra el atardecer a Nueva Orleans. Sospecho que vamos a perder. El sol se pone más rápidamente de lo que podemos viajar. Casi hemos llegado a la frontera con Louisiana. Alucino el olor del mar salado. No he vuelto a Nueva Orleans durante años. Esta vez no ay amigos a mi lado. El aire es caluroso y húmedo. Los amantes del pasado se destiñen, abriendo camino para los nuevos amantes. Duermo bien, sueño con mi madre, sueño con amigos y con mis perros. También sueño con la traviesa de pelo castaño que me deleito con su conversación, un platillo “de basura” que se acostumbra en Rochester, y con su tierna compañía.