Capítulo 6. Nuestras emociones

 

 

De poco sirve enfocarnos en cómo gestionar las emociones de los niños si no somos capaces de gestionar de forma sana nuestras propias emociones. Los niños están absorbiendo continuamente su entorno para poder adaptarse a él, lo integran simplemente viviendo. Por eso, precisamente, el mejor acompañamiento comienza por poner el foco en nosotros, que somos una pieza clave de su entorno, y trabajar nuestro diálogo mental y nuestras respuestas. Este es el esquema que seguimos a la hora de actuar ante las circunstancias que nos rodean:

 

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No se trata de maquillar nuestras vivencias o negar nuestras emociones. Se trata de verlas, aceptarlas y trabajar sobre lo que nos decimos a nosotros mismos: eso es lo que nos impulsa a decidir y responder de forma racional o irracional.

 

«Es intolerable que me «monte este número en el supermercado, todo el mundo me está mirando, «pensarán que soy» una madre nefasta, no sé poner límites a mi hijo.» Puedo transformar mi pensamiento en «No me gusta que ocurran estas cosas en un lugar público, pero yo también me siento así a veces. Le amo, le entiendo y puedo acompañarle.»

 

Algunas personas hablan de emociones positivas y emociones negativas. Personalmente, creo que todas las emociones son positivas: lo negativo es que nos absorban y nos bloqueen. El miedo, la tristeza, la rabia, la frustración o la ira a veces se adueñan de nuestros pensamientos racionales. Pero sentir es sano, sentir es estar vivo y así lo han de integrar los niños.

 

El ambiente del niño es la principal herramienta de gestión de emociones

No hay mejor lugar que la propia vida para aprender a gestionar emociones, no hay mejor recurso que las personas y no hay momento más oportuno que las vivencias. Los cuentos, las imágenes y los materiales sobre gestión de emociones que hoy en día están tan de moda servirán de poco si el niño no tiene un ambiente a su alrededor que le permita un desarrollo sano e integrado, que forje una autoestima sana y una personalidad segura. Los niños necesitan fundamentalmente vivencias y experiencia. Cada adversidad, cada conflicto y cada logro es una oportunidad maravillosa para aprender.

Las personalidades inseguras, llenas de miedos, de frustración y de ira comienzan a gestarse poco a poco en la infancia. Un niño que carece de oportunidades para hacer las cosas por sí mismo, un niño lleno de prohibiciones y reprimendas, un niño que no puede seguir su plan natural de desarrollo, va a tener problemas para desarrollar la gestión de sus emociones de forma sana en la edad adulta. Cuerpo y mente tienen que poder desarrollarse de forma paralela e integrada.

Cuando los niños carecen de ese entorno favorable se va gestando una personalidad cuyas bases son el miedo, la ira, la frustración, la tristeza, la timidez, la soberbia…

 

¿Qué es lo que tenemos que trabajar como adultos para acompañar a los niños de una forma sana en sus emociones?

Proponerte un cambio psíquico y esperar a que suceda es igual que proponerte adelgazar y esperar conseguirlo sin cambiar tus hábitos de alimentación y deporte. Ha de ser un trabajo activo, consciente y diario, y tenemos que abrirnos a ese cambio.

¿Cómo puedes empezar?

Hay dos aspectos básicos sobre los que podemos empezar a trabajar: el control de la ira y la humildad.

Respecto a la ira, toma perspectiva sobre las situaciones que te hacen perder los nervios. ¿Cuál es tu diálogo mental en ese momento? Piensa racionalmente en la situación: ¿es realmente tan grave? ¿Cómo puedo ayudar al niño a comprender? ¿Qué modelo le puedo proporcionar? Acepta a tu hijo tal y como es, con sus rabietas, con su forma de sentir y percibir. Visualiza tu respuesta la próxima vez que suceda una situación similar. A algunas personas les cuesta concentrarse a la hora de hacer estos ejercicios. Si ese es tu caso, tal vez escribirlo pueda ayudarte.

Por lo que respecta a la humildad, a veces tenemos la sensación de que explotar es la manera de que los niños nos hagan caso y vean que lo que han hecho es grave, pero esto tiene un gran coste emocional tanto para nosotros —desgaste, pérdida de energía, sentimiento de culpabilidad, tristeza— como para ellos —pérdida de autoestima, ira, rabia acumulada, barreras para confiar en nosotros.

Si somos lo suficientemente humildes como para ponernos a la altura de los niños sin creernos superiores a ellos, podremos conectar mejor con sus emociones y con sus necesidades y vivir una maternidad o paternidad más serena y feliz.

Los niños necesitan a su lado adultos inspiradores, perseverantes y conectados, que sepan que los aprendizajes se integran con el tiempo y la experiencia. Las plantas no se hacen robustas y enormes de un día para otro.

 

La conexión entre las necesidades y las emociones

Hemos de saber que existe una conexión entre necesidad y emoción, tanto en los adultos como en los niños. Los adultos somos más capaces de identificar y cubrir nuestras necesidades, aunque a veces nos creamos necesidades ficticias que nos frustran, nos hacen explotar y nos atemorizan.

Por ejemplo, cuando pensamos: «Necesito que mi hijo se comporte correctamente en todo momento para sentirme bien como madre o como padre».

Otras veces no somos capaces de gestionar nuestras emociones porque no tenemos cubiertas nuestras necesidades de descanso o alimentación adecuadamente: de ahí la importancia de cuidarnos para cuidar.

¿Y los niños? Todos sabemos que un niño con hambre y sueño es lo más parecido a un volcán a punto de erupcionar. Sin embargo, poco nos paramos a pensar en cómo afecta a su gestión de emociones la imposibilidad de cubrir su necesidad de pertenencia, de movimiento inteligente o de autorrealización.

Solo podemos acompañar las emociones desde la empatía, el amor y la honestidad, en conexión con nosotros mismos y con el niño: con ese niño, en ese momento. Lo que funciona hoy, mañana deja de hacerlo; lo que funciona con un niño, con otro puede que no funcione. Solo sirve estar presente, en conexión con nuestras necesidades básicas y con nuestro cerebro racional.

Fluye con tus circunstancias, sean como sean. No necesitamos que todo sea favorable para sentirnos alegres. Mírate en el espejo y di en voz alta tus logros. ¿Los ves? Agradece. ¿Cuántas cosas encuentras para agradecer? Si te cuesta, hazlo cada día. Hasta que seas capaz de verlo con total nitidez.

Todas las emociones tienen cabida, todas. El final del día es un buen momento para parar, es el momento en el que todo encuentra reposo. Podemos abrir un cuento con nuestros hijos, tener una charla distendida o darles un masaje y que todo vuelva a conectarse. Siente ese instante. Sentidlo juntos.

Nosotros crecemos con los niños, ellos nos guían, nos iluminan. Estamos vivos y tener el privilegio de vivir ya es maravilloso.