Capítulo 7. El valor de la amistad

 

 

¿Te has fijado alguna vez en la naturalidad con la que los niños hacen nuevos amigos? ¿Has notado la facilidad que tienen para hacer borrón y cuenta nueva sin resentimientos cuando tienen un conflicto? ¿Has observado la diferencia entre la relación de dos niños en un entorno natural como el campo y un entorno artificial como una habitación abarrotada de juguetes?

No necesitamos cultivar el valor de la amistad en los niños porque ya está presente en ellos. Solo hay que retirar los obstáculos que desnaturalizan la socialización; excesos materiales, comparaciones, premios…

Cuando los niños ven vulnerado el sentido de justicia o coartadas sus necesidades por otros niños, surgen la posesividad, los celos y la envidia. Por tanto, como adultos, nuestra misión es proteger ese sentido de justicia y mostrar al niño la bondad del mundo, sobre todo en los primeros años durante los que se están creando las bases emocionales.

Dos ejemplos:

Si cada día el panadero nos regala un trocito de pan y un buen día deja de hacerlo, ¿qué mensaje transmito? Puedo enfocarme en todo el esfuerzo que ha hecho esta persona y otras muchas para hacer el pan o bien criticar ese gesto. Yo puedo contribuir a fomentar el amor hacia la humanidad o el resentimiento.

Si después de haber estado un rato el niño jugando con un rastrillo en el jardín, otro se acerca para tratar de arrebatárselo, nuestra misión como adultos es la de redirigir al segundo, proteger el trabajo del primero, proteger la concentración y el sentido de justicia con empatía y amor hacia ambos.

«Cuando él acabe, tú podrás usarlo. Mientras, necesitaría que me ayudases a quitar las malas hierbas. Puedes ponerte estos guantes. ¿Por dónde puedes empezar?»

Los amigos enriquecen las experiencias de vida. Para que los niños vivan la amistad de forma sana tenemos que empezar por modelar:

 

· Aunque a todos nos gustaría que siempre nos tratasen bien, eso es una preferencia, no una necesidad. Por ejemplo, ¿cómo me tomo que un amigo se olvide de una fecha importante para mí como puede ser mi cumpleaños? No necesito que mis amigos, los que de verdad me aportan, me traten como espero en todo momento. Nosotros nos equivocamos y tenemos que aceptar a nuestros amigos también con sus errores. A veces las amistades se rompen por cuestiones insignificantes que nuestros pensamientos hacen muy grandes.

 

· No necesito que mis amigos sean o piensen como yo. La diversidad es lo que hace que la amistad sea aún más enriquecedora. Ellos me aceptan a mí tal y como soy y yo los acepto a ellos tal y como son.

 

Las habilidades sociales están íntimamente relacionadas con las oportunidades de desarrollo y con la gestión de las emociones. El niño vive la relación con otros niños de manera diferente en función del plano de desarrollo en el que se encuentre.

 

De cero a los seis años: es la etapa de la formación de la persona, la etapa en la que se crea el ser individual. Buscan su independencia física y biológica. Los niños necesitan sus momentos de recogimiento a través del trabajo inteligente para que después florezca ese sentido de cohesión social. «Ya no limpio una mesa solo por ver las gotitas de agua y por sentir el logro, sino que lo haré también para buscar ese bien común.» Si algo importante le pasa a otro niño son rápidos en asistir. En esta etapa los niños tienen una sensibilidad para adquirir buenos modales, que después serán básicos para relacionarse en armonía con los demás.

 

De los seis a los doce años: es la etapa de la mente razonadora. Ya se preocupan por cuestiones éticas y necesitan que, como adultos, los acompañemos de una forma congruente. Empieza a surgir esa necesidad de pertenecer también a un grupo de iguales (no necesariamente de la misma edad. De hecho, agrupar a los niños por edades no contribuye al sentimiento de cooperación entre ellos, sino a la competencia. No es natural que nos agrupemos por edades, de hecho, el único entorno en el que esto es así en nuestra vida es la escuela). Hay una gran necesidad de explorar la naturaleza y la cultura, de salir a un ambiente más vasto. Les gusta investigar y poner en marcha proyectos en equipo.

 

De los doce a los dieciocho años: se forma la personalidad y la conciencia social. Surge un sentimiento abstracto hacia la humanidad. Es una etapa de fragilidad y de búsqueda de la propia identidad, los hechos heroicos tienen una gran incidencia para bien y para mal. Empiezan a surgir intereses sexuales.

 

De los dieciocho a los veinticuatro años: se va desarrollando esa conciencia social. Es una época de equilibrio y generosidad en la que se va a definir su vocación.

 

Por tanto, esas habilidades sociales se tienen que ir desarrollando en sintonía con un ambiente que acompañe las necesidades individuales y sociales del niño en cada plano de desarrollo de su vida.

Cuando comparamos a los niños, cuando premiamos a unos y castigamos a otros, cuando actuamos como jueces en los conflictos impidiéndoles que aprendan a resolverlos por sí mismos de forma pacífica, cuando buscamos culpables o etiquetamos… esas habilidades sociales dejan de construirse de forma sana.

No podemos obligar a un niño a hacerse amigo de otro ni a compartir ni a dar besos o a pedir perdón. El valor de la amistad, de la solidaridad, del amor o del arrepentimiento florece en los niños de una forma natural cuando tienen un ambiente inspirador que acompaña su desarrollo individual y social.

Los valores se integran con la experiencia, no se pueden imponer a través del miedo o las amenazas, porque entonces estaremos sembrando precisamente los valores contrarios.

Los niños irán viendo con el tiempo y la experiencia que los amigos enriquecen. Nosotros podemos acompañarlos para que reciban y valoren ese regalo.