Capítulo 9

Es un delito

A las dos de la tarde, íbamos por nuestra décima ronda de infusiones con hielo y ron. Daniela había salido temprano de un juicio y cuando llegó a casa, mi madre y yo habíamos preparado algo para comer. Mi amiga se sumó al banquete de ensalada y pavo a la plancha, además de participar en una interesante conversación sobre mi nuevo ligue. La sobremesa prescindió del típico café con pastas y fuimos directas a nuestras infusiones con misterio.

—Entonces, para que me quede claro, fuiste a un curso intensivo y resulta que el intenso fue el profesor, ¡pero en la cama! —exclamó la abogada.

—En la cama, en la cocina, en el sofá… —maticé con picardía.

—Hija mía, eso es debido a las infusiones que tomamos. Renueva tu energía sexual y la potencia. Por eso tu padre es tan ardiente —aclaró mi madre, dando un generoso trago a su vaso.

—Entonces que no las pruebe Héctor porque me funde —bromeé.

—¡Claro, claro! —Mi amiga levantó las manos—. ¡Dadme envidia! Apenas recuerdo cuándo fue la última vez que hice el amor.

—Seguro que es esta noche —garantizó mi madre—. Gracias al afrodisiaco efecto de lo que estás tomando.

—Olvídalo, Carmen. Lo mío no tiene remedio. No es que no quiera poner en práctica tus yogapolvazos. Es que no encuentro al tipo dispuesto a hacerse un dueto sin soltarme milongas sobre su vida —se quejó con sarcasmo.

—No digas eso, cariño. —Mi madre se levantó del sofá y agarró con suavidad a Daniela por el mentón—. Eres una chica dulce, simpática y preciosa. ¡Puedes enamorar a quien quieras!

Mi amiga soltó una carcajada forzada.

—Tengo que corregirte: ya no soy una niña, tengo treinta y siete años. Tampoco me considero dulce ni simpática. Es más, creo que soy un poco agria.

—Coincido contigo —la apoyé—. Aunque sí que eres muy guapa y, con quien te apetece, tu actitud es amable.

—Solo con quien me cae bien —se defendió, encogiéndose de hombros—. Pero es que me pongo a echar cuentas y me sobran dedos —reconoció.

—Me encanta ser parte de este pequeño grupo de personas que soportas y tratas con mimo. Es divertidísimo estar a tu lado y me siento muy tranquila al saber que mi hija es tu mejor amiga. ¡La cuidas y la proteges como si fuera tu hermana pequeña! —Ya le estaba subiendo el alcohol a mi madre y comenzaba su trance hacia la excesiva sinceridad y cursilería.

—Carmen, por favor, no bebas más. Te pones de lo más ñoña cuando vas borracha. —Daniela puso los ojos en blanco—. Además, nos estamos desviando del tema a tratar. ¿Cómo es Héctor en la cama?

—Como un equipo de fútbol al completo —aseguré con determinación.

—¡Madre mía! —Mi progenitora abrió los ojos como platos.

—Es generoso, potente, atento, sabe dónde tiene que tocar y qué debe hacer… —resoplé acalorada al recordar nuestros momentos de pasión.

—Eres una exagerada —vaciló la abogada.

—En absoluto. Hasta el momento, todo chico con el que me había acostado solo se preocupaba de satisfacer sus necesidades y nada más. Con el profe he descubierto un nuevo mundo de placer y sensaciones.

—¡Joder, parece un eslogan de un anuncio de compresas! —bromeó Daniela.

—¡Eso es muy machista, jovencita! —la reprendió mi madre. Después, se dirigió hacia mí—: Celebro que por fin hayas encontrado a alguien que te trate como te mereces en la cama. ¿Qué opina Marín sobre tu nueva conquista?

Cambié mi gesto de satisfacción por uno de incomprensión. ¿Marín? ¿Qué pintaba él en esta conversación? Y, ¿por qué debía tener en cuenta su opinión?

—¿Perdona?

—Sí, cariño. Marín fue tu novio, ¿no? Y os seguís llevando bien. ¿Cómo se ha tomado que hayas rehecho tu vida con otro hombre? —Se quedó tan fresca al soltar semejante frase.

—Mamá, te confundes. Marín y yo nunca hemos salido y no he rehecho mi vida con nadie. Héctor no es mi novio, es un rollo —aclaré anonadada.

Daniela se echó a reír con ganas. Su carcajada malintencionada me sentó como una patada en el estómago.

—Pensaba que habías tenido un idilio, ¡hacéis tan buena pareja que casi es un delito que no intentarais tener algo serio! Además, él está loco por ti.

—Eso mismo le dije yo —añadió mi amiga, dándome un codazo en el brazo.

—¡Somos amigos! —exclamé, dando un salto para ponerme de pie—. Solo amigos. Hace un par de noches le preguntamos si sentía algo por mí y lo negó.

—No lo negó, simplemente se calló —matizó la abogada, cruzándose de brazos—. Estoy empezando a sospechar que tú también sientes algo por él y eres incapaz de reconocerlo. —De repente, abrió los ojos como platos y sonrió—. O, quizás, estás tan absorta en tus pensamientos que no lo sabes aún.

—¿El qué? —Me arrepentí de formular aquella pregunta.

—Que te gusta —respondió.

—¡Sí! Eso es… Nunca aciertas en tus decisiones porque no sabes escucharte a ti misma. Como la idiotez de montar la agencia de pingüinos. —Mi madre apoyó a mi amiga.

—Os estoy cogiendo un asco ahora mismo… —susurré al borde de un ataque de nervios.

—Vives pensado en lo que espera la gente de ti, pero no en lo que tú quieres en realidad. ¡Carmen tiene razón! No eres gilipollas, sino una persona que no sabe lo que quiere porque lo único que pretende es formar parte de una sociedad que la ignora —explicó Daniela, dejándome completamente desnuda.

Comenzaba a dudar si las infusiones con ron, además de estar riquísimas, otorgaban cualidades potenciadoras como la de ser más sexual o más inteligente. Lo que acababa de pronunciar mi amiga era digno de años y años de terapia psicológica y ella había llegado a aquella conclusión gracias a unas cuantas hierbas, hielo y ron… o a que me conocía como a la palma de su mano y el alcohol la animaba a decir todo lo que pensaba sin ningún filtro.

—¡Joder! ¡Sois unas visionarias! —A mí también me hizo efecto el exceso de ron—. No soy gilipollas, solo sumisa —celebré.

—Cariño, eso es increíble —festejó mi madre—. Ahora que ya sabes qué era lo que te impedía ser feliz, ¡ve a por tus sueños!

—Quiero dejar mi trabajo y montarme algo por mi cuenta, sin pingüinos.

—¿Qué más?

—¡Hacer el amor todas las noches con Héctor!