Capítulo 10

La inauguración

Durante el resto de la semana y lo que llevaba de la siguiente, me hice caso a mí misma. Pasé todas las noches en casa de Héctor, disfrutando de su compañía y de un sexo salvaje y pasional. Lo de despedirme de mi agobiante trabajo no iba tan bien, aún no me había atrevido a dar el paso. ¿Cómo lo hacía si no tenía un respaldo económico u otro empleo? No pretendía depender del dinero de mis padres ni abusar de la generosidad de mi amiga. Busqué en internet ofertas de trabajo, pero ninguna superaba en sueldo ni en motivación al que tenía en ese momento. Pensé que lo mejor sería quedarme en mi zulo.

Estaba en mi dormitorio, arreglándome para asistir a la inauguración del negocio de Marín; aquella noche celebraba la apertura de su food truck y nos había invitado para acompañarle en un momento tan importante. Me puse un vestido corto turquesa, a juego con mis ojos y unas sandalias amarillas que me encantaban. El pelo lo dejé suelto y decidí no llevar pendientes, ni collares ni pulseras. Quería ir cien por cien natural, ¡como sus croquetas! Además, mi autoestima estaba por las nubes gracias a mi intensa y recién estrenada vida sexual. Héctor era un amante insaciable y sabía hacerme sentir la mujer más deseada del mundo. Nos veíamos todos los días de la semana, salvo alguna noche que estaba ocupado quedando con amigos y organizando fiestas privadas. No sabía muy bien a qué se refería, pero a mí no me importaba. Necesitaba alguna noche para descansar y reponerme de tanto ejercicio. Como llevábamos poco tiempo viéndonos, no quise preguntarle para no parecer posesiva. Supuse que se trataba de reuniones con colegas donde jugaban a las cartas mientras hablaban de chicas. ¿No es eso lo que hacen los tíos cuando no estamos nosotras?

Daniela me avisó desde el salón de que teníamos que salir ya o llegaríamos tarde. Eché un último vistazo al espejo y me vi estupenda. ¡Qué bien sentaba escucharse a una misma! Desde que me hacía caso, acertaba en todas mis decisiones. Mi amiga se asomó a la puerta.

—¿A qué hora viene tu galán? —preguntó con picardía.

—Hemos quedado en el puesto de Marín. Sale ahora de trabajar y le va mejor acercarse a la furgoneta que pasar a recogernos —aclaré risueña.

Estaba un poco nerviosa porque esa noche se lo iba a presentar a mis amigos. Aunque aún no habíamos formalizado nuestra relación, me hacía ilusión que lo conocieran. Seguro que hacía buenas migas con Marín, pero con la abogada ¡cualquiera sabía! Di una vuelta sobre mí misma, esperando la aprobación de Daniela. Asintió con la cara, le devolví el cumplido, porque estaba impresionante con un pantalón corto y una blusa amarilla, y salimos de casa.

Decidimos ir caminando hasta el lugar del evento. Estábamos cerca y la noche era perfecta para pasear escuchando el mar de fondo.

—¿Qué tal el curro? —le pregunté.

—Normal… quizás me pida una excedencia —comentó.

Me detuve en seco y la cogí por los hombros.

—¿Va todo bien?

—Sí, pero me apetece descansar. Son muchos años seguidos de pleitos, juicios y desamores laborales. Quiero cambiar de aires.

Me sorprendió que se atreviera siquiera a plantearse modificar su estilo de vida y quise pensar que yo tenía algo que ver. Tal vez, mis locuras la habían animado a ver las cosas de otro modo.

—Marín ha sido muy valiente al despedirse y lanzarse a la aventura…

Mi alegría fue efímera, nuestro amigo era el ejemplo a seguir.

—Y tú siempre estás probando cosas nuevas. Me toca a mí, ¿no crees?

La cogí del brazo y di un saltito de emoción. Inspiraba a mi amiga y eso me hacía inmensamente feliz.

—Hagas lo que hagas, será un acierto —dije convencida.

Cuando llegamos a la inauguración, la furgoneta estaba rodeada de una horda de gente que probaba croquetas, bebía refrescos y comentaba lo rico que estaba todo. Se escuchaba música de fondo, el atardecer se vislumbraba en el horizonte y el olor a comida recién hecha invitaba a zamparte los aperitivos que estaban sobre la barra del vehículo. Nosotras ya habíamos probado las delicias que preparaba Marín porque nos hizo una cata dos días antes para saber nuestra opinión. Eran crujientes cuando las mordías y cremosas al deshacerse en tu boca, rebosantes de sabor. Se me hacía la boca agua al recordarlo. Buscamos al anfitrión. Entramos en el interior de la furgoneta, por la puerta trasera, pero solo estaban su primo y un amigo. Sabíamos que era el hombre del momento y no sería tarea sencilla dar con él.

Salimos de nuevo, nos mezclamos entre los asistentes y, al cabo de un rato, vimos a Marín. Estaba conversando con un grupo de gente, reía y se mostraba elocuente. Nos acercamos con cautela. Contuve la respiración, como para darle más emoción al momento, y le di unos golpecitos en el hombro. Nuestro amigo se dio la vuelta, dibujó una radiante sonrisa al vernos y nos abrazó a ambas. Me sentí muy a gusto entre sus brazos, aunque compartiera el gesto con Daniela. Una descarga de energía recorrió mi cuerpo, consiguiendo intimidarme ante Marín.

—¡Felicidades! —exclamó la abogada—. ¡Menuda fiesta has montado!

—¿Os gusta? —preguntó emocionado.

—¡Claro! Es fantástica —respondí con energía—. Está toda la isla aquí.

—Es increíble ver como mi sueño se hace realidad —aclaró, moviendo sensualmente su mentón—. Estaba cardiaco hace unos minutos, pero ahora que habéis llegado me siento mucho más tranquilo.

¡Si es que era como para comérselo! Siempre tan atento, gentil y detallista. Pasé mi mano por su pelo y lo alboroté.

—No nos la perderíamos por nada del mundo —añadí—. Además, estoy como loca por probar de nuevo tus croquetas.

—¡Y yo! —exclamó Daniela—. Me voy a hinchar a comer.

—Serviros vosotras mismas. Hay bandejas con un montón de todos los sabores —nos informó.

—¿Dónde están las de morcilla? —se interesó mi amiga.

—Lo siento, mi niña. Se han acabado —dijo serio. Al cabo de unos segundos, no pudo contener una carcajada—. ¡Es broma! Están en la barra.

—Joder, Marín. No vuelvas a hacer eso. Casi me da un infarto —le siguió la guasa.

—No se bromea con la comida —le reprendí entre risas.

—Lo sé. Necesitaba soltar tensión. —Sacudió su cuerpo—. Para compensártelo te voy a regalar una caja de croquetas de morcilla.

Daniela dio saltitos de felicidad al escuchar a Marín e, instintivamente, lo abrazó de nuevo.

—Tú sí que sabes cómo hacer feliz a una mujer —le susurró.

—¿Con una buena morcilla? —seguí jugando.

Los tres estallamos en risas. Me encantaba la complicidad que teníamos y cómo nos reíamos de todo. Nuestro amigo estaba más relajado. Disfrutaba de su evento. Sonreí por inercia al verlo tan feliz. Entonces, una rubia despampanante se acercó a él y le cogió por los hombros.

—¡Te necesito! —soltó la desconocida.

¡Joder! ¡Qué poco sutil fue la rubia de bote! La chica era exuberante: alta, de piel oscura, ojos marrones, melena larga y amarilla y, por lo visto, muy directa. Daniela y yo nos quedamos perplejas ante su afirmación. «Te necesito». No se andaba con rodeos y lo devoraba con la mirada como si fuese una de sus suculentas y deliciosas croquetas.

—Claro, ¿qué pasa? —preguntó sin sentirse incómodo. Por lo tanto, se conocían.

—Han venido unos clientes de un restaurante cercano y les están encantado tus croquetas. Quieren negociar contigo porque le interesa hacerte un pedido diario —explicó sin soltar sus manazas de él.

—¿En serio? ¡Eres la mejor! —Marín se mostró asombrosamente efusivo y la abrazó.

Daniela hizo un ruido con la boca para recordar a nuestro amigo que aún seguíamos allí e ignorábamos qué estaba sucediendo y quién era aquella belleza. Marín se giró hacia nosotras y cogió de la mano a la joven.

—Daniela y Mimi, disculpadme. Os presento a Becky, trabaja suministrando productos de primera calidad y alimentación a restaurantes y bares de la isla —aclaró.

—En otras palabras, es comercial de hostelería —añadió Daniela con inri.

Me encantó que mi amiga lanzara aquel comentario envenenado. La rubia me hacía sentir poca cosa con solo tenerla al lado y el revés de Daniela fue justo lo que necesitaba para no venirme abajo.

—No es solo eso. Becky me ha ayudado muchísimo a la hora de escoger los productos para preparar mis croquetas. Sabe perfectamente cómo combinar los sabores para que el paladar disfrute. ¡No sé qué habría hecho sin ella! —Seguían abrazados y la sangre comenzaba a hervirme.

—¡Cualquiera diría que ha sido finalista de MasterChef! —bufé con sorna.

—¿Te gusta el programa? —preguntó Becky, dándome un simpático manotazo en el brazo—. Jamás pensé que llegara a la final. Había mucha competencia en la última edición.

¿Por qué abrí la boca? De todos los comentarios irónicos para intentar humillarla, tuve que escoger el que era verídico. ¡La insoportable había participado en MasterChef, quedando finalista! ¡Bravo! Tenía que dejar estas cosas para Daniela. Mi ego se fue a tomar por saco. La chica que cogía a Marín de la mano, no solo era preciosa, sino que se le daba de maravilla la cocina y, además, era famosa. Sin embargo, yo me dedicaba a algo que detestaba. Solté un suspiro de desesperación que mi amiga descifró en cuestión de décimas de segundo.

—No vemos mucho la tele, somos más de leer —acuchilló la abogada a degüello.

Un silencio incómodo imperó durante un instante hasta que Marín levantó en entrecejo y dijo:

—¿Dónde están esos clientes? Vamos a venderles una ración diaria de croquetas para su restaurante.

—¡Claro! —exclamó Becky, mostrando su perfecta hilera de dientes—. Ha sido un placer conoceros, Manuela y Mona.

—Daniela y Mimi —la corregí.

—Eso he dicho, ¿no? —Se hizo la inocente y posó la mano en el pecho—. ¡Qué despistada soy! Tendré que leer más para recordar mejor los nombres ajenos.

—No te preocupes. Seguramente no los habrás memorizado porque no salimos en la tele. —Daniela le devolvió la bravuconada.

—Nos reclaman —interrumpió nuestro amigo antes de que se liaran a tortas.

La rubia y Marín se perdieron entre los asistentes. La abogada soltó un bufido.

—No puedo con las niñatas que van de superestrellas —protestó—. Esta pedorra se cree Alberto Chicote. No me como de esta ni un huevo frito. Espabila, Mimi, que la Barbie Cocinillas es capaz de meterse intravenoso el recetario croquetil de Marín para impresionarlo.

—Nos ha chuleado de lo lindo. —Me crucé de brazos—. ¡Qué falta de respeto al cambiarnos los nombres! No ha tenido ni el detalle de darnos dos besos o estrecharnos la mano.

—¿Y qué me dices de tu ataque de celos? —añadió, cortándome el rollo.

Casi me atraganto con mi propia saliva. ¡No estaba celosa! Solo me sentía incómoda delante de esa tipa. Nos pasa a muchas personas cuando estamos al lado de alguien que reclama todas las miradas y te vuelve invisible. Si de alguien estaba celosa era de Becky por lo hermosa que era la jodida.

—¿Qué dices? —La miré de reojo.

—Te has puesto nerviosísima al ver que esa niña tan guapa abrazaba a Marín. A tu Marín. Porque estás enamorada de él.

—¡Eres muy pesada con el temita! No quiero discutir más sobre este asunto; somos amigos. Además, yo ya tengo un novio sexy y guapo que me hace vibrar el corazón cada vez que lo veo.

—¡Pero qué hortera que eres! —gruñó.

—Por cierto, ahí está. —Señalé hacia la carretera.

Héctor acababa de aparcar su moto, no me preguntéis qué marca o modelo era porque no tengo ni idea, solo os puedo decir que era enorme y de color negro. Mi chico estaba espectacular con un vaquero ajustado, que abrazaba su culo de infarto, y una camiseta blanca de manga corta. Se quitó el casco y sacudió su melena para acomodarse el pelo. En ese instante, sentí un miniorgasmo y sé que Daniela también.

—Dime que hacéis tríos y me apunto. Somos amigas y nos hemos visto desnudas un millón de veces, no creo que resulte incómodo —bromeó.

Le había mostrado unas cuantas fotografías de él, pero Héctor era de esos hombres que ganaban en persona.

—Soy monógama, lo sabes —susurré mientras observaba cómo se dirigía hacia nosotras.

—No tienes por qué participar entonces. Te vas a dar una vuelta y yo me apaño con él. La propuesta del trío era solo una formalidad —apuntó entre risas.

Héctor se detuvo delante de mí y me rodeó con sus brazos por la cintura antes de darme un apasionado beso. ¿Dónde estaba la rubia de bote? A ver si me vacilaba al lado de semejante macho ibérico. Mi corazón no vibró tal y como había asegurado a mi amiga, pero me encantaba estar con él. Le presenté a Daniela.

—¡Tenía ganas de conocerte! —exclamó—. Mimi me ha hablado mucho de ti.

—Espero que todo lo que te haya dicho sea bueno. —Rio. Sabía cómo ganarse la simpatía de los hombres. Entre sus virtudes de abogada, la que más destacaba era el carisma, que solo lo sacaba a pasear cuando a ella le apetecía.

—¡Eres su ídolo! Solo tengo referencias positivas —aseguró.

—Me caes bien, Héctor.

***

Una hora después, la gente fue abandonando el lugar y, poco a poco, fuimos quedando los íntimos y Becky, que decidió acompañarnos en la recena. Marín preparó una mesa plegable de metal, que colocó delante del vehículo, y sirvió bebida y comida. Nos sentamos a la mesa Daniela, Marín, Becky, Héctor y yo.

—Estoy agotado —confesó nuestro amigo—. Hoy voy a dormir de tirón.

—No es para menos. Esta fiesta va a sonar durante días. Ha sido una publicidad buenísima —aseguró la rubia, que pasó su mano por la espalda de Marín.

—¡Todo estaba muy rico! —celebró la abogada—. ¿Cómo te sientes? ¿Estás contento?

¡Qué mujer! Siempre tenía la pregunta adecuada.

—Sí, estoy orgulloso —sonrió con descaro.

—Y nosotras de ti —añadí, cogiéndole de la mano.

—¡Y yo! —exclamó Héctor—. No nos conocemos, pero a mí ya me has ganado con tus croquetas. —Le cucó un ojo.

Reímos gracias al comentario de mi chico. De repente, Marín borró su sonrisa al verme tan acaramelada con Héctor, pero disimuló al percatarse que lo estaba mirando y forzó una curva en su boca. En ese instante, mi corazón sí que dio un vuelco. Como si Cupido disparara con una de sus flechas directa a mi órgano vital. ¡Las tonterías de mi madre y mi amiga me estaban pasando factura!

Marín miró el reloj y se puso de pie.

—Son las dos de la mañana —nos informó—. Creo que ya va siendo hora de recoger e irse a casa.

—Claro, te ayudamos —me ofrecí.

—Es lo más justo después del festín que nos has servido —me apoyó Héctor.

—No hace falta. —Hizo un ademán con la mano—. Voy a quedarme un rato en la furgoneta a ordenar cosas y preparar todo para mañana.

—De aquí a unos días te veo instalando una cama en la parte de atrás —bromeó la abogada.

—No sería mala idea —rio.

—A mí me parece muy morboso —apuntó Becky, sonriendo.

«Nadie te ha preguntado, guapa», pensé, y evité decirlo en voz alta. Ya habíamos comenzado con mal pie. No era cuestión de empeorar las cosas.

—¡Qué morbo! Grasa y olor a fritanga. —Ya respondió Daniela por mí. ¡Bravo!

—Sudor y hormonas masculinas —puntualizó altiva.

Decidimos ignorar su comentario y nos despedimos. Mi amiga se fue a nuestro piso, Marín a la furgoneta, Becky no tenía ni idea y yo me monté en la moto de mi semental dispuesta a pasar una noche movidita. Aunque aquel momento fue la primera vez desde hacía días que no me escuché. No quería irme a casa de Héctor. Lo que realmente me apetecía era quedarme con Marín y ayudarle a recoger todo en su increíble furgoneta. Eso era lo que anhelaba y no me atreví a hacer.