Mejor
Solo habían pasado dos horas desde que me despidieron del supermercado y ya estaba preparando infusiones con hielo y ron en la cocina americana de mi casa.
—Hija, echa un poquito más de ron —me pidió mi madre—. Siempre te quedas corta.
—Menos cuando te pones delante de un micrófono —rio Daniela—. Ahí lo das todo.
—Creo que van a prohibirme la entrada. —No sabía si echarme a llorar o reír a carcajada limpia.
Llevé los vasos a la mesita del salón y me dejé caer sobre el sofá. Mi madre estaba en el suelo, sentada en un cojín y con las piernas cruzadas. Daniela, se levantó para servir almendras y cacahuetes en un cuenco. Después, se acomodó a mi lado.
—Además, creo que no te has dejado nada por comentar. Has mencionado la mala calidad de los productos, has insultado a tu jefe…
—Y he asegurado que me corro dos veces por noche. —Me llevé la mano a la cara.
—¡Bravo! Te has ido por la puerta grande —festejó mi madre, alzando su vaso.
—Me he quedado sin curro, mamá. No hay nada que celebrar.
—¿Cómo que no? —Alargó su mano para coger la mía, pero la desvió al cuenco y se hizo con unos cacahuetes—. Por fin eres libre para dedicarte a lo que te plazca.
—No soy libre, ¡soy pobre! —lamenté.
—Tu padre te ha hecho un ingreso de cuatro mil euros hace una hora. Tienes dinero suficiente para montarte algo —comentó como quien da los buenos días.
—¿Qué? —Abrí la aplicación del banco desde mi teléfono móvil. Así fue.
—Te lo mereces, cariño. Si no quieres aceptarlo como un regalo de nuestra parte, piensa que es un préstamo sin intereses que ya nos devolverás cuando puedas.
No iba a ser tan orgullosa y tonta de rechazar la ayuda de mis padres cuando más falta me hacía. Sonreí agradecida y le di un abrazo.
—Gracias —pronuncié emocionada.
—Sé que los vas a invertir de la mejor forma, ¡ahora has aprendido a escucharte!
—Y a que te escuche toda la gente que va a comprar —bromeó la abogada.
Estallamos en risas. La verdad es que gracias al aporte económico me sentía más tranquila y, pensándolo fríamente, me había quitado un gran peso de encima al dejar de trabajar en aquel zulo.
—¿Qué vas a hacer? —Quiso saber mi madre.
Me puse de pie, sentí un torrente de energía bailar en mi estómago y me dispuse a contarles una idea que me rondaba desde antes de apuntarme al curso para crear aplicaciones.
—Sabéis que soy una romántica empedernida, ¿verdad?
—Yo diría que eres algo manipulable y tienes demasiada fe en el amor —apuntó mi amiga.
La fulminé con la mira e ignoré su comentario.
—He pensado en crear una app para que la gente encuentre a su media naranja.
—¡Me encanta! —aplaudió mi madre.
—¡Qué original! Como no hay ninguna ya… —pronunció Daniela con ironía.
—Está será innovadora. No se centrará solo en el físico de los candidatos a encontrar a su nueva pareja. Podrán subir fotos, crear un perfil y explicar cómo son y qué buscan. Pero, además, tendrán la opción de concertar citas virtuales para conocerse más, antes de verse en persona. Si dos personas se gustan, existirán dos salas virtuales donde quedarán. La primera se llamará «cita a ciegas» y su cita será una conversación de texto donde la propia aplicación les proporcionará temas a debatir a la pareja: gustos, aficiones, viajes, relaciones anteriores... De esta forma, la cita será amena y divertida. La segunda opción se llamará «amor a primera vista» y la cita será por videollamada. Los usuarios podrán verse a través de sus cámaras. Así podrán descartar a los pretendientes que no sean compatibles antes de quedar de forma presencial.
—Hija, ¡es maravilloso!
—Oye, parece interesante —señaló mi amiga—. Creo que tu madre tiene razón; desde que te escuchas, se te ocurren buenas ideas.
—En el curso aprendí los pasos para crear la app. De hecho, ya la tengo casi lista. Durante la última semana he ido diseñándola en mis ratos libres. Quiero que Héctor le eche un vistazo antes de lanzarla.
—¿Podemos verla? —preguntó mi madre emocionada.
—Prefiero esperar a cuando esté acabada. No tengo nombre, ni logo y me gustaría ver vuestras caras cuando funcione correctamente. Ahora que me puedo dedicar el día completo a su diseño, no creo que tarde mucho.
—¿Y cómo ganas dinero con una aplicación?
—Con la publicidad —aseguré—. Cuanta más gente se descargue la app y se suscriba, más atractiva seré para que las marcas quieran anunciarse y generar ingresos.
—¡Qué lista que es mi chica!
—Mamá, por eso estudié Marketing…
Mi teléfono sonó, interrumpiendo la explicación. Me levanté para ver quién llamaba y mi corazón dio un brinco al comprobar que era Marín. Miré la hora, pasaba de la una del mediodía. Descolgué.
—Buenos días, bombón —saludé risueña.
—Buenos días, Mimi. —Su tono era nervioso.
—¿Pasa algo?
—Sí… Bueno… Quiero comentarte algo.
—Claro, dime. —Intenté no parecer intranquila. Aunque me estaba intrigando ante tanto misterio.
—Tiene que ser en persona.
¡Ya me tenía loca! ¿En persona? ¿Qué podía ser tan importante que no podía decírmelo en ese momento?
—¿Va todo bien?
—¿Podemos quedar sobre las ocho de la tarde? —Ignoró mi pregunta.
—Si quieres, nos vemos antes —propuse.
—No puedo, Mimi. Voy a tope con el curro.
—Vale.
—Nos vemos a las ocho en mi furgoneta, ¿ok?
—Ok. —Repetí, asintiendo con la cabeza.
Antes de colgar, me armé de valor y le pedí:
—Adelántame algo.
—No sé si te vas a reír o me vas a dejar de hablar. Solo recuerda que somos amigos desde hace muchos años.
Preferí que no me hubiese dicho nada. Me dejó cardiaca.