El error
—¿MiMi croqueta canaria? —leí anonadada.
Me pasé todo el puñetero día dándole vueltas a qué sería lo que quería contarme Marín. Pensé en infinidad de cosas: que me iba a confesar que se había enamorado de Becky, que iba a pedirle matrimonio o que compartirían piso. En realidad, solo valoré una opción, el supuesto romance con la rubia de MasterChef. Eso me ponía de muy mal humor. Intenté relajarme y no hacer caso a mis pensamientos. Fue inútil. La imagen de la parejita feliz abrazándose y dándose besos hasta en los dedos de los pies me torturó durante horas. ¿Por qué me fastidiaba tanto que Marín se enamorara de aquella chica? Sus anteriores conquistas nunca me habían sacado de mis casillas. Y, si era sincera, apenas conocía a Becky para que me provocara tanto rechazo.
La sorpresa fue mayúscula cuando asistí a nuestra cita a las ocho de la tarde y contemplé su furgoneta. Abrí los ojos como platos sin dar crédito a lo que estaba viendo.
—No te enfades, por favor —pidió con los ojos entrecerrados.
—¿Es una broma? —quise asegurarme.
—Es un error.
—¿MiMi croqueta canaria? ¿Soy una croqueta canaria?
—¡Sorpresa! —pronunció con desgana.
—No le veo la gracia. —Fui tajante.
No comprendía por qué había bautizado a su negocio con mi nombre.
—El chico que ha pintado el grafiti de letrero se ha confundido. En realidad, tenía que poner «Mi croqueta canaria».
—¿Y por qué ha puesto mi «MiMi»? —pregunté horrorizada.
—Porque me confundí al escribir el logotipo de la furgoneta en el papel que le pasé y repetí dos veces «Mi». El dibujante, como está acostumbrado a pintar nombres fuera de lo común, no lo cuestionó y puso lo que había escrito.
—No me jodas…
—Esta mañana cuando lo he visto, he alucinado y he pensado en ti.
—¿No me digas? ¿Por qué será? ¡Déjame pensar! ¡Ah, sí! Porque ahí pone que soy una croqueta canaria. —Señalé la parte de arriba del vehículo.
—Si te digo que es un homenaje por ser tan buena amiga, ¿cuela? —Me miró con ojos de gatito triste.
Su mirada me resultó irresistible y, lejos de enfadarme aún más, intenté tomarlo como un divertido error. Sabía que estaba arrepentido. Resoplé y reí.
—No cuela, Marín. Pero en parte me hace ilusión que tu negocio lleve mi nombre.
Tenía que ver el lado positivo. Me hubiera sentado peor que fuera el de Becky. Él soltó una risotada y me cogió por el hombro.
—Vamos adentro. Te invito a tomar algo para compensártelo.
Mi pulso se aceleró. Su propuesta era de lo más inocente, pero comenzaba a darle otra intención a sus palabras. ¿Y si mi madre y Daniela tenían razón y le gustaba? Aunque esa no era la pregunta que debía hacerme, sino: ¿y si yo sentía algo por Marín que iba más allá de una bonita amistad? Sacudí la cabeza para dispersar todas esas cuestiones ridículas e intentar actuar como siempre.
Abrió la puerta e hizo un gesto para que accediera primero. Encendió una luz y un pequeño ventilador, que evitaría que nos asáramos.
—Si hace calor, abro la ventana. Aunque la gente se pensará que estoy abierto.
—Estoy bien así. —¡Mentira! Simplemente quería más intimidad—. ¿No abres hoy?
—Sí, dentro de una hora. —Sacó un par de cervezas de una nevera y me pasó una—. ¿No estás disgustada por lo del grafiti?
—He flipado un poco. Aunque es una tontada. No te preocupes —reí—. Puedes cambiarlo, ¿no?
—Claro. —Me acompañó con otra carcajada—. La semana que viene vendrá el dibujante y lo corregirá.
—Entonces, pelillos a la mar. —Abofeteé el aire con la mano y di un sorbo a la lata.
—¿Qué tal tu día?
—Bien. Me han despedido del supermercado por… otro error. —Me encogí de hombros.
No quise explicarle cuál había sido mi fallo porque su nueva amiga no salía muy bien parada. Además de criticar a mi jefe y a mis compañeras, a ella también la puse fina.
—Lo lamento —apoyó su mano en mi cuello.
¡Joder! Se me erizó el vello del cuerpo y me estremecí. Creo que él notó algo porque se apartó con rapidez.
—Odiaba ese trabajo —reconduje la conversación—. Mis padres me han prestado una generosa cantidad de dinero y voy a crear una app.
—¡Eres increíble! —Soltó feliz—. Me encanta tu arrojo. No te rindes nunca.
—Tú también eres muy valiente. Has montado tu food truck.
—Pero me lo pensé dos años hasta que decidí hacerlo. Sin embargo, tú persigues tus sueños siempre. Primero, la agencia de adopción de pingüinos.
—¡No me lo recuerdes! —Puse los ojos en blanco.
—A mí me parecía una idea buenísima. ¡Por eso adopté uno!
—Tenemos que darte de baja —añadí al recordar que seguía pagando su cuota menusal—. Mándame un mail con tus datos y te hago la anulación.
—Perfecto. —Clavó sus ojos en los míos y casi caigo rendida al suelo—. ¿Sobre qué es la app?
—Es para encontrar a tu media naranja a través de citas virtuales antes de conocerla en persona. De esta forma se alarga y disfruta más el olvidado arte del cortejo.
—¡Es una pasada! —exclamó—. Me chifla, ¿cómo se llama la aplicación? Me la voy a descargar.
Me mordí el labio y me pasé la mano por la nuca. Su entusiasmo y apoyo sin medida me abrumaban. Por no mencionar lo atractivo que estaba con la camisa de flores estampadas que llevaba y los tres botones desabrochados que dejaban al descubierto su viril cuello. Desvié la mirada hacia la pantalla de mi teléfono.
—No la he subido. Me quedan por perfilar unas cosillas como el logo y el nombre.
—Si quieres te presto el de mi furgoneta —bromeó.
—¡Ya! —reí—. O la llamo Marín mi media naranja.
Me arrepentí al momento. ¿Por qué no pensaba las cosas antes de soltarlas? Él abrió los ojos como platos y sonrió.
—No creo que sea un buen nombre —aseguró, restándole importancia a mi comentario.
—¡Yo tampoco! —dije ente risas—. Tiene que ser claro y directo. Que la gente que se descargue la aplicación sepa que va a encontrar a alguien afín.
—¿Juntos y revueltos? —propuso.
—No. Algo más claro. En plan «Amor ideal».
—Muy cursi, ¿no te parece?
—O «El uno para el otro» o ¡Sí! ¡Ya lo sé! —exclamé feliz.
—Dime —pidió expectante.
—TalparaCual.
—¡Me encanta cómo suena! —celebró.
Di un salto de alegría y lo abracé. Estaba eufórica, entusiasmada y un poco excitada. Resultaba que la energúmena de Becky iba a tener razón y la parte trasera del vehículo era bastante morbosa.
—¡Eres la mejor!
—Tú también eres asombroso —dije sin pensar.
De repente, el ambiente se volvió tenso y pesado. Nos callamos. Solo se escuchaba nuestra respiración entrecortada, lo que resultaba más excitante. Dirigió su mirada hacia mis labios, que hasta entonces habían estado prohibidos para él, y deseé que me besara. Teníamos que atravesar esa línea que delimitaba la amistad del amor. Necesitaba probar el sabor de su boca, arrancarle los botones de la camisa y pegar su cuerpo al mío. Justo, cuando nuestras bocas estaban a punto de colisionar, alguien llamó a la puerta y la abrió. Nos soltamos con rapidez, como si estuviéramos haciendo algo que no era correcto.
—¿Has visto el grafiti de tu furgo? —preguntó Becky, rompiendo el instante más íntimo que había vivido con Marín—. ¿MiMi croqueta canaria?
Nos echamos a reír y la rubia nos miró confusa.
—Entra y ahora te contamos. Ha sido un error —explicó.
Y lo que acababa de pasar, nuestro sensual encuentro, las miradas cómplices y apasionadas, ¿también había sido un error?