La llamada
—Todavía estoy temblando. No sé qué ha pasado. Casi nos enrollamos —aseguré a mi amiga.
Después de tomar unas birras con Becky y Marín, tuve que salir pitando de allí. Escribí un mensaje a Héctor haciéndole saber que esa noche no iría a su casa. La culpa por coquetear con Marín me impedía ver a mi chico y actuar como si no pasara nada. Aunque realmente ¡no pasó nada! ¿O sí? No nos habíamos besado, pero la intención y las ganas de fundirnos en un apasionado beso estaban presentes.
Regresaba a casa caminando por el paseo marítimo. No pude esperar hasta llegar a nuestro piso para llamar a Daniela y contarle lo que había sucedido con ¿mi amigo? antes de que llegara la rubia inoportuna.
—¿Casi? —preguntó decepcionada.
—Si no llega a aparecer Becky, seguro que nos hubiésemos liado. —Se me cortó la respiración de solo imaginarlo.
—¡Así se hace! —exclamó—. Estoy muy orgullosa de los pasos que estás dando estos días. Te has despedido de tu empleo de pacotilla y te has dado cuenta de lo que sientes por Marín.
—He de corregirte. No me he despedido, me han echado. Y no tengo ni idea de lo que siento por Marín.
Bufó desde el otro lado de línea.
—El resultado es el mismo. Ya no curras en ese zulo y te has enamorado de tu mejor amigo.
—¡No! Te confundes. A mí me gusta Héctor —aclaré.
—Héctor nos gusta a todas porque es un dios griego que está más rico que el pan, pero no le amas.
Entonces, caí en la cuenta. Mi vida amorosa encadenaba un amor imposible con otro y lo de Marín parecía igual de complicado. ¿Estaba dispuesta a poner en peligro una gran relación de amistad por un momento de calentón? Lo que sentí en aquella furgoneta fue pasional e instintivo, no fue amor. Además, Héctor era un hombre increíble y me adoraba.
—¿Sabes qué? No voy a casa —anuncié a mi amiga—. Me voy a pasar la noche con mi chico.
—¿Con cuál de los dos? —preguntó con sorna.
—¡Con Héctor!
Colgué más nerviosa de lo que estaba antes de llamarla. Por lo menos, había sacado en claro que quería apostar por mi relación actual y olvidarme del flirteo con Marín. Intenté evadirme de sus ojos ardientes sobre los míos, de sus carnosos labios y de esa puñetera camisa estampada que le sentaba de escándalo. Él era mi amigo y no quería echarlo de mi vida. Todos mi ex me habían tratado fatal y la relación, después de salir con ellos, era nula e inexistente. Si daba el paso con mi amigo y la cosa no salía bien, corríamos el riesgo de romper nuestra valiosa amistad. No estaba dispuesta a perder a Marín. Prefería mantenerlo, aunque solo fuera como amigo. Además, con Héctor me encontraba muy a gusto. No me provocaba mariposas en el corazón, pero sí en el clítoris. Sabía que era una excusa pobre y primitiva, aunque llevábamos poco tiempo conociéndonos y tenía que darle una oportunidad. No todo el mundo se enamoraba a primera vista. Muchas parejas iban poco a poco. Si a eso le sumábamos que éramos extremadamente compatibles en la cama, no era un comienzo desastroso de relación sentimental.
Paseé con tranquilidad hasta el piso de Héctor. No me esperaba porque le había mandado un wasap indicándole que dormiría en mi casa. Sonreí al imaginar su cara de sorpresa al verme aparecer. Esa noche quería dar un paso más y proponerle algo serio. Formalizar lo nuestro. No sabía si era fruto del inmenso miedo que me producía sentir algo hacia Marín y de esa forma, al atarme a Héctor, dinamitaba todas las opciones amorosas con Marín. Subí hasta el primero y llamé a la puerta. Mi pulso se aceleró. Escuché sus pasos dirigirse hacia la entrada. Abrió a los pocos segundos y sí, alucinó al observarme delante de él. Estaba desnudo.
—¿Mimi? ¿Qué haces aquí, reina mía?
«¿Reina mía?», repetí mentalmente. ¿Desde cuándo usaba ese argot tan hortera?
—He decidido dormir contigo, ¿qué te parece?
—No estoy solo… pensaba que no ibas a venir —se justificó nervioso.
—No llevas nada encima, ¿con quién estás?
Una voz femenina lo llamó, preguntando si regresaba a la cama. Lo miré seria y él sonrió tímidamente. Casi se me salé el corazón del pecho.
—¿Estás con otra? —acerté a preguntar.
—Es complicado de explicar. —Se encogió de hombros.
—Intentaré ser comprensiva.
—No tenemos una relación cerrada, ¿verdad? —Se apoyó en el marco de la puerta.
De repente, un chico guapísimo, completamente desnudo, paso por detrás de él. Se detuvo en el lugar perfecto para que pudiera verlo y me saludó.
—¿Tú también te apuntas? —me preguntó.
¡Joder! ¿Estaban rodando una película porno en aquella casa? Hasta el momento conté a una mujer que llamaba a Héctor pidiéndole sexo y a un maromo con un miembro descomunal.
—¡No! ¿A qué? ¿Qué está pasando aquí? —No entendía nada.
Lo miré esperando una respuesta convincente, porque lo de que eran sus primos no iba a colar.
—Soy bisexual —confesó—. A veces, me monto mis pequeñas fiestecitas en casa. Pensaba que, como no habíamos hablado del tema, tú también te veías con otros.
—¡No! ¿Qué te hizo creer eso? —Apenas me sostenían las piernas.
¿Podría ser más surrealista ese momento? La respuesta, como imaginaréis, fue afirmativa. Claro que podía serlo.
—Supuse que estabas liada con el tal Marín. Es muy mono y hay mucha química entre vosotros. Hasta estuve a punto de decirte que nos lo montáramos los tres juntos —soltó con la misma delicadeza que tiene un orangután al pintar un cuadro—. Pero me dio apuro porque no sabía el rollo que llevabais.
Me puse blanca al escuchar su argumento. Necesitaba salir de ahí, llorar, beber litros y litros de infusión con hielo y ron y mudarme de isla.
—Pasa —me invitó. Abrió la puerta e hizo un gesto con la mano para que accediera a su vivienda—. Será divertido y estimulante.
No me moví de donde estaba. Antes de salir corriendo, quise saber una cosa.
—No me habías dicho nada sobre tus preferencias sexuales…
—Sabes en qué siglo vivimos, ¿verdad?
—Claro y no te estoy juzgando, pero me hubiese gustado saber qué es lo que te gusta —aclaré dolida.
—Me gustas tú, me gusta él. —Señaló con la cabeza al chico desnudo—. Y me gusta la mujer que está tumbada sobre mi cama. No me limito, Mimi. Además, solo nos conocemos desde hace dos semanas, no consideré que fuese oportuno hablarte de mis preferencias sexuales. Aunque, ahora que ya las conoces, te invito a participar.
Derramé un par de lágrimas por mis mejillas y tragué saliva.
—Siento tener que negarme, pero soy monógama.
—Peor para ti.
Me di la vuelta para salir de aquella bacanal. Antes de desaparecer, Héctor me llamó. Deseé que me dijera que todo había sido una broma y que estaba loco por mí. Que no se estaba tirando a las personas que estaban en su casa y que tenía un buen pretexto para justificar todo lo que había visto. La realidad fue muy distinta.
—¿Me pasarás el teléfono de tu amigo por si un día le apetece sumarse a mis fiestas?