Capítulo 21

Somos amigos

Aquella noche me perdí entre las sábanas de la cama de Marín. Hicimos el amor hasta quedarnos sin respiración y comprobamos que, si en el pasado habíamos sido buenos amigos, como amantes nos dábamos un millón de vueltas. ¡En serio! Nunca disfruté tanto ni me sentí tan compenetrada con un hombre. Entre sus brazos, tuve la certeza de que habíamos hecho lo correcto al confesarnos nuestro amor.

—¿No te resulta raro? —le pregunté, mirando al techo de su dormitorio.

—¿El qué? —Decidió jugar un poco más.

—Que estemos en este punto: desnudos y envueltos en sudor después de haber hecho el amor. ¡Tú y yo!

Me besó en la frente y soltó una risa feliz.

—Ha sido brutal. Lo había imaginado un montón de veces, pero esto ha superado a cualquier fantasía —confesó.

—Intenso. Lo resumiría así —me incorporé.

—Yo no quiero resumir nada contigo. —Tiró de mí para que nuestros cuerpos volvieran a estar piel con piel—. Quiero saborear cada detalle de nuestra vida en común.

Entonces, abrió los ojos como platos y dibujó una sonrisa en su rostro.

—¡¿Vivimos juntos?! —propuso—. ¿Te vienes a mi piso?

El corazón me dio un vuelco. Me encantó su propuesta, pero no era el momento de aceptarla. No quería cometer los mismos errores de siempre. Con él no.

—No, Marín. ¿Estás loco? —reí—. Vamos a ir despacio.

—¿Por qué?

Se puso encima de mí y frotó su miembro con mi sexo.

—¿Acaso no te gustaría levantarte cada mañana a mi lado y devorarnos? —insistió.

Lo aparté con delicadeza y me levanté de un salto antes de que me convenciera.

—¡No me líes! Así de pronto, me parece una idea muy apetecible.

—Hay un pero, ¿verdad?

—Pero he aprendido a escucharme y creo que es muy pronto para hacer algo tan importante. Además, estoy de lujo compartiendo vivienda con mi mejor amiga.

Fui hasta el cuarto de baño y me di una ducha. Cuando salí con la toalla enroscada a mi torso, Marín no estaba en la cama. Un olor, que recocí al momento, me invitó a ir a la cocina. Mi chico estaba friendo croquetas y mi estómago rugió reclamando al menos una docena.

—Si van a ser así nuestros desayunos, me pensaré lo de vivir juntos —reí.

Pasé mis brazos por su espalda y le besé en el cuello. Tenía sed, así que abrí la nevera en busca de agua fría. Cogí la botella y un tupper llamó mi atención. Estaba lleno de croquetas sin freír.

—¿Por qué no me preparas de las que hay en el frigo? —pregunté.

—Es una receta nueva. Son las que quiero presentar al concurso.

Una punzada atravesó mi estómago al recordar que se iría un mes a Madrid con Becky. Tenía que sonsacar toda la información posible sin parecer que estaba molesta.

—¿Quieres probar una? —propuso, mirándome con entusiasmo.

—Claro, ¡me encantaría! —celebré.

Cogió una croqueta del tupper y la frio en la sartén.

—El secreto para que salga crujiente y sabrosa es freírla a fuego alto —añadió, concentrado en su tarea.

—Eres un cocinero formidable, ¿en serio necesitas participar con Becky para superar el casting? —No supe ser menos directa.

Se giró hacia mí y me miró alucinado.

—¿Sigue intimidándote? —quiso saber.

Me encogí de hombros.

—Que una chica tan atractiva se marche con mi novio a la capital para participar en un programa de cocina a cientos de kilómetros de aquí, me pone un poco cardiaca. Sé que eres un tío legal, pero nunca se sabe. Quizás, un día superáis una prueba complicada y continuáis en el programa y lo celebráis de una forma muy efusiva y…

—¿Me crees tan tonto? —preguntó—. Llevo detrás de ti desde hace años, ¡me tienes estoy loco! Becky y yo solo somos amigos.

—Eso decían antes de ti y de mí —susurré.

Marín sacó la croqueta de la sartén y la apoyó en un plato con papel de cocina. Después me besó y me abrazó.

—Solo será un mes y puedes venir a verme cuando quieras.

—¿Cuándo os vais?

—No lo sé, pero no creo que tardemos mucho porque comienzan a grabarlo dentro de dos semanas o así. Haremos el casting y el mismo día nos dirán si lo superamos o no.

Cogió la croqueta y me dio a probar un trozo. ¡Qué cosa más rica! Su sabor era sutil, con un toque a queso, y se fundía en el paladar. Puse los ojos en blanco y solté un pequeño gemido.

—¿Te gusta?

Necesité unos segundos para responder.

—¿Bromeas? ¿Es tuya la receta?

Asintió y esperó impaciente mi veredicto.

—¡No necesitas a Becky para ganar! Esto lo más delicioso que he probado nunca.

—¡Es un concurso en pareja! —aclaró entre risas.

Por mucho que mi chico asegurara que solo eran amigos, mi instinto me decía que no podía creer las buenas intenciones de aquella arpía. ¿Podía fiarme de Barbie Croqueta y darle un voto de confianza? Al día siguiente descubriría que no.