Te quiere
—Imagina que eres una fabulosa locutora de radio que recomienda productos a sus oyentes —pronunció Daniela mientras daba un sorbo a su gin-tonic.
Junté las palmas de la mano y reí con ganas.
—¡Sabía que ibas a decirme eso! —exclamé entre risas—. Te conozco mejor de lo que piensas.
Robé su combinado y tomé un trago. ¡Estaba delicioso! Ella me miró con picardía y me lo quitó de las manos.
—Si quieres uno, te lo preparas —me riñó—. O puedes coger un micro y pedírmelo —bromeó, sacándome la lengua.
—No te mofes, que estoy amargada —protesté, y me apoyé sobre la barra americana de la cocina.
—Pues solo llevas un día…
—Largo, tedioso y de lo más triste.
—Mimi, si tanto te desagrada, no sigas.
—¡Sí! Y estoy en tu casa de gorrona… —ironicé, mirando al techo.
—¡No digas sandeces! Sabes que eso no es cierto.
—Lo tomaré como un trabajo puente que me ayuda económicamente hasta que encuentre algo que se acerque más a mis gustos. Mientras tanto, seré la locutora de las ofertas —reí, intentando convencerme a mí misma de que podía aguantar en ese zulo.
Miré el reloj de la pared de la cocina, eran las cinco y media de la tarde y no tenía nada que hacer. Lamenté que mi cita con Marín fuera al día siguiente. Aunque, quizás, si le proponía quedar, estaba disponible para tomas unas cañas y contarnos cómo nos iba la vida.
—Hoy me he topado con Marín en el supermercado —le conté a mi amiga—. Hacía semanas que no nos veíamos.
—¿Qué tal estaba? ¿Sigue tan guapo y colado por ti como siempre? —No se andaba con rodeos.
—¡Qué va! Somos amigos. —Hice un ademán con la mano—. ¿Colado por mí? No le gusto, simplemente nos llevamos genial.
—Porque está enamoradito —aseguró.
—¿Acaso piensas que un hombre y una mujer no pueden ser amigos sin que haya una atracción de por medio?
—Claro que sí. —Se puso delante de mí—. Pero él te mira con ojos de pasión. Todo lo que haces le parece bien, se apunta a tus citas sin condiciones, babea por ti… ¡Hasta adoptó un pingüino! ¡No! ¡Un flamenco! Ya no recuerdo qué era.
—Eso lo hizo porque somos buenos amigos —expliqué a la defensiva—. Nos conocemos desde hace tiempo y nunca se ha insinuado. No inventes, que te confundes.
—El día que te des cuenta, será demasiado tarde —susurró.
—¿Para qué?
—Porque conocerá a una chica que lo valore. Él dejará de seguir tus pasos y se enamorará de otra mujer —vaticinó—. ¿No te parece raro que con lo guapo y amable que es no haya tenido novia desde que te conoce?
—Ha salido con otras chicas, pero con ninguna ha durado mucho.
—Porque ninguna eres tú —sentenció.
—Me agobias con tus divagaciones absurdas.
—Resulta ilógico que seas una persona que cree acérrimamente en el amor e incapaz de verlo cuando lo tienes delante de tus ojos.
¡Qué tozuda podía ser cuando se le metía algo en el coco! Llevaba años asegurando que mi mejor amigo quería algo más conmigo que una bonita relación de colegas. Pero nunca sentí que Marín se interesara por mí de la manera que afirmaba Daniela. Me tenía harta con el temita, ¡decidí coger el toro por los cuernos!
—Vamos a quedar con él a tomar unas birras y tú misma te darás cuenta de que te confundes, listilla.
—Eso será digno de presenciar. Después te diré «te lo dije».
—«Te lo dije… ¡soy una bocazas!» —bromeé, imitando su tono de voz.
Saqué el teléfono móvil del bolso, busqué el contacto de Marín en la agenda y lo llamé. Él descolgó al momento, saludó con su «hola, bonita» de siempre y, después de proponerle quedar, acordamos vernos en la terraza del bar Pacífico en una hora. En cuanto colgué, saqué la lengua a mi amiga y le comuniqué que iba a cambiarme de ropa.
—Así me gusta, mi niña —pronunció—. ¡Que te pongas mona para tu príncipe azul!
—¡Vete a la mierda!
***
Sesenta minutos más tarde, caminábamos por el paseo marítimo disfrutando de una agradable brisa. Llevaba un vestido verde menta que se adaptaba a mi anatomía con mucho gusto y cubría mis rodillas. Mi melena castaña oscura bailaba con el viento, y unas gafas de sol carísimas de Vogue que me regaló Marín por mi cumpleaños tapaban mis ojos turquesa. ¡Sí! Tenía los ojos de un color espectacular, eran capaces de seducir a cualquiera. Mi amiga iba más informal, llevaba una falda corta y negra de tubo que le quedaba genial con una blusa blanca que realzaba su escote y daba protagonismo a su pelo negro.
A lo lejos, vislumbramos a Marín sentado en la terraza en la que nos habíamos citado, jugueteando con su móvil. El corazón me dio un vuelco al verlo. ¿Por qué? Nunca me había pasado. ¿Serían las tonterías de Daniela que habían calado en mí? O, ¿me emocioné al volver a quedar con él después de tanto tiempo? La verdad era que estaba guapísimo con un short tejano y una camiseta verde desgastada. Llevaba su pelo castaño alborotado y barba de dos o tres días.
—¡Qué cucos! Vais a juego, en plan selva tropical —susurró Daniela con inri, a medida que nos acercábamos.
—A la selva tropical te voy a mandar como no te calles —protesté en voz baja.
—¡Marín! ¡¿Cómo estás?! —exclamó la abogada haciendo caso omiso a mi amenaza.
Él levantó la vista y sonrió al vernos. Se levantó para regalarnos un beso en cada mejilla. Después, nos sentamos a la mesa y pedimos tres cañas bien frías.
—¡Estáis guapísimas! —espetó risueño—. ¡Sois las chicas más bonitas de toda la isla!
—Y tú el más zalamero —le siguió la broma Daniela—. No creas que acepto cumplidos de cualquiera, pero tú me caes bien. Así que haré un esfuerzo y te creeré —rio con énfasis, dándole una palmadita en el pecho.
Me encantaba el buen rollo que había entre ellos. Eran mis dos mejores amigos y disfrutaba con sus comentarios, bromas y piropos. Había echado en falta nuestras quedadas.
—¿Dónde te has metido todo este tiempo que has estado desaparecido? —le preguntó mi amiga.
—¡Eso es una sorpresa que os contaré más tarde! —Intentó disimular una sonrisa, pero no pudo.
Me picó la curiosidad. ¿A qué se refería? Marín no sabía guardar secretos. Siempre metía la pata cuando se trataba de ocultar información. Era el típico que en un grupo de WhatsApp para preparar una fiesta sorpresa a alguien, agregaba al futuro homenajeado a dicho grupo. O siempre te contaba el final de la película que acababa de ver en el cine, le hubieras acompañado o no. Yo le solía llamar Mister Spoiler. Pero en esa ocasión, aguantó como un campeón y no nos dijo nada, dejándonos con una expectativa tremenda.
—¡Uy!, ¡cuánta intriga! —celebró Daniela, acabando su birra de un trago—. Voy a pedir otra, ¿vosotros queréis más?
Apenas habíamos bebido, así que rechazamos su oferta.
—Os va a encantar —adelantó.
—¿Nos das una pista? —le pedí.
Él negó con la cabeza. El camarero sirvió la cerveza a mi amiga.
—Ya sabéis que como empiece a contar algo, no paro y destrozo la sorpresa —reconoció, rascándose la nuca.
—¡Tienes razón! Eres trasparente como el agua y casi todos podemos ver lo que sientes… menos Mimi. —El efecto del alcohol comenzaba a brotar en las acusaciones de Daniela.
—No te entiendo. —Marín levantó el entrecejo.
Solté un soplido y, antes de que mi amiga consiguiera que nos sintiéramos más incómodos, decidí intervenir.
—Está convencida de que te gusto —aclaré agotada.
Él casi se atraganta con la cerveza y escupió la poca cantidad que llevaba en la boca. La cara de mi amiga fue un imán cuando Marín la roció con el líquido. Solté una carcajada involuntaria ante la graciosa estampa que acababa de contemplar.
—¡Perdona! —se disculpó, arrepentido por haberla duchado con cebada, agua y saliva.
—No sé si ponerme a gritar o dejarme llevar por el calentón —bromeó Daniela—. Este es el primer contacto íntimo que tengo con un hombre desde hace meses y, aunque no es el que imaginaba, menos es nada.
Estallamos en risas. Le pasé una servilleta de papel a mi amiga para que se secara la cara. Envidiaba su manera de comportarse en según qué ocasiones. Otra persona se hubiese enfadado o disgustado ante tal cosa. Ella decidió reírse y escurrir el bulto. Daniela podía tener mucho carácter, pero era consciente de cuándo tenía que sacarlo. No era el momento de centrar la atención en ella y lo sabía. Pretendía que nuestro amigo confesara sus sentimientos hacía mí. Disparó.
—Después de tu «romántico» gesto —ironizó, terminando de secar su rostro con la servilleta—, ¿podrías responder a Mimi?
—No ha preguntado nada. —Se encogió de hombros.
—Lo ha insinuado —insistió la abogada—. ¿Te gusta?
—¿Qué llevan vuestras birras? Estáis flipando. —Abofeteó el aire con la mano.
—Yo no he dicho nada. —Levanté los brazos, declarándome inocente—. La ocurrencia es mi compi de piso.
—No lo ha negado. Y el que calla, otorga —sentenció.
Hubo un silencio que duró pocos segundos, pero se volvió eterno e incómodo. Marín dio un trago a su bebida y, por fin, dijo algo:
—¿Qué os parece si os enseño ya la sorpresa?
«¡Sí! Por favor», pensé. Estaba loca por cambiar de tema. Aunque ignoraba por qué me fastidiaba tanto. Supuse que me daba rabia darle la razón a mi amiga. ¡Supuse mal!