VII.

Despues de mas de una hora

de muy zozobrosa espera

los ojos de Beatriz

alcanzaron, de la espesa

sombra del monte saliendo,

y avanzando por la senda,

dos bultos que mas se aclaran

como á la quinta se acercan.

Conforme fueron llegando

fue su mano dando vuelta

al postigo por do mira,

y cuando ellos á la puerta

se pararon de la quinta,

oculta en la sombra ella,

ve y oye de la ventana

por una rendija estrecha.

Su hermano y el otro son;

y entrambos con voz resuelta

exige el uno, y el otro

resiste, desoye y niega:

el bandido.

Carlos, piensa lo que haces.

carlos.

De mas lo he pensado.

el bandido.

Piensa

que son ciertas mis palabras

y seguras mis promesas.

Yo tengo en la Corte amigos,

y uno á cuya voz primera

el Rey ha de dar por buenos

mis delitos y proezas.

Héle salvado dos veces

la vida en liza sangrienta,

recibiendo una lanzada

que me hizo quedar en tierra,

y á él estaba dirigida;

y en el punto en que yo quiera

en nombre de aquella lanza

valerme de sus ofertas

todo ha de ser olvidado,

todo, ¿lo entendeis?

carlos.

Muy buenas

serian tus esperanzas

como realizables fueran.

el bandido.

Pues bien, hay mas todavía:

toda la provincia entera

de mis asaltos nocturnos

con ira y pavor se acuerda;

los comerciantes mas ricos

aun inútilmente esperan

cantidades que en sus cajas

como déficit se cuentan.

carlos.

¡Tú propio de ello te alabas!

el bandido.

Escúchame y ten paciencia.

Yo nací rico, lo sabes;

los juegos y las pendencias,

en fiestas y en medicinas

sorbieron toda mi hacienda.

Soldado fuí, y honra tuve;

si una palabra en mi ofensa

del Rey abajo me dijo

alguien, le arranqué la lengua.

Me desterraron y huí;

mas me agovió la miseria,

y tolerarla no puede

quien no nació para ella.

Acogime á las montañas,

juntéme con gente fiera

de la sociedad lanzada

por sus costumbres perversas.

La educacion y el valor

diéronme ventaja inmensa

sobre estas hordas salvajes ,

y bien con maña ó con fuerza

hoy á mi voz obedecen

y me veo á su cabeza.

No se ha dado golpe en vago;

inmensurables riquezas

han venido á mi poder,

mas ¿sabes lo que hice de ellas?

con el oro que yo robo

otra persona comercia,

paga y mantiene mi gente,

y con secreto almacena

todas las prendas robadas

anotando nombre y señas

de sus dueños, á quien deben

volver cuando me convenga.

Yo no supe vivir pobre;

¿quién fiarme una peseta

sabiendo quien soy querria?

y en situacion tan extrema

lo que de grado no hallára

pensé en hallarlo por fuerza.

Todo el mundo me prestó

lo que en verdad no quisiera

y á todo el mundo le debo

por mi valor mi riqueza.

Ahora bien, Carlos respóndeme.

Yo estoy pronto á dar mis cuentas

y á volver el capital

con que he rehecho mi hacienda:

el Rey me ofrece un indulto,

y gracia de una bandera

si al servicio de las armas

quiero volverme…. Contesta,

todo en gracia ha de caer

en obsequio á la manera

con que ha sido hecho, ¿ tu hermana

podrá entonces ser la prenda

de la dicha que me alcance?

carlos.

Nunca.

el bandido.

Carlos, mira y piensa

que en ello va mi fortuna

y aun mi virtud venidera.

carlos.

Nunca.

el bandido.

Veo miserable

tu mezquindad manifiesta;

veo que aun no has olvidado

la bailarina francesa.

carlos.

Ni la olvidaré jamás.

el bandido.

Tienes el alma mas negra

que la crin de mi caballo

si la memoria conservas.

Ella eligió entre los dos.

carlos.

Lo sé.

el bandido.

¿De qué pues te quejas?

carlos.

Basta, Cesar; buenas noches.

el bandido.

Atiende, Carlos, espera.

carlos.

Es inútil cuanto digas.

Ya has oido mi respuesta

y ni olvido ni perdono.

el bandido.

Entonces Carlos recuerda

que te fié mis secretos

y guardarlos me interesa.

No abuses de ellos.

carlos.

Haré

lo que mejor me convenga.

el bandido.

Mas al mirar tu interes

ve tambien mi conveniencia,

porque uno con otro al cabo

tendremos que arreglar cuentas,

y ¡ ay del que alcanzando quede!

carlos.

A sí cada cual atienda.

el bandido.

A sí cada cual.... comprendo

tus miserables ideas,

la inmensurable avaricia

que tu alma mezquina alberga.

No es el voto de tu Madre

lo que al monasterio lleva

á Beatriz, de Don Lucas

no es, no, la invencible y terca

preocupacion; tú solo

viva en el claustro la entierras.

Tú, solo tú, que en el oro

el móvil de tu existencia

tienes puesto: si; tú, Carlos,

que apeteces sus haciendas,

y para unirlas en tí

las intrigas no escaseas

ni escrupulizas los medios.

Mas vive Carlos alerta.

carlos.

Y alerta tú, miserable,

vive tambien, porque llega

el dia de la justicia.

el bandido.

Ten Carlos la torpe lengua,

que si llega el de la tuya

y es de Dios justicia recta

no sé yo cual de los dos

llevará peor sentencia.

carlos.

Sin apelar á ese fallo

jueces hay sobre la tierra.

el bandido.

(con desprecio.)

Jueces hechos de abogados

como tú, que se reserva

la justicia para si

y para el prójimo piedras.

carlos.

Sea por fin como fuere

no ahondemos mas la materia,

y que piense cada cual

como mejor le parezca.

Y acabando de una vez,

sea el motivo cual sea,

ya mi sórdida avaricia,

ya la maternal promesa.

ha de ser monja mi hermana

ó cuanto valgo me cuesta.

el bandido.

Pues de una vez acabando,

Carlos, fuere la que quiera

mi razon, ya el odio á tí

ó mi amor para con ella,

tu hermana no será monja

ó me cuesta la cabeza.

carlos.

Pues si estimas un aviso

y en los hombros te interesa

conservala, desde ahora

por esta quinta no vuelvas.

el bandido.

Sea Carlos como quieres,

y si es que la tuya aprecias

no habites mucho esta quinta,

que es muy fragosa la sierra,

y al bajar alguna vez

por resbaladiza senda

puedes tropezar y hacerte

pedazos entre las peñas

carlos.

Conozco el piso.

el bandido.

No fies.

Y á Dios Carlos.

carlos.

A Dios Cesar.

Echó Cesar por el monte,

atrancó Carlos su puerta,

cerró Beatriz el postigo,

y quedó muda la escena.