En un lejano país todos los niños y niñas nacían con un carrillo hinchado. Cuanto más voluminoso lo tenían mejor considerados estaban, porque se creía que así podrían soplar más fuerte. Y es que en aquel país todos se dedicaban a la fabricación de recipientes de vidrio: botellas, porrones, jarros, garrafas... Un trabajo que requería de buenos sopladores.
Para su desgracia, la cara de Pablito era bien proporcionada. Ambos carrillos tenían dimensiones equilibradas.
—¿Te han dado esperanzas de que mejorará tu niño? —preguntaba una vecina a su madre.
—Algo se podrá arreglar, pero nunca será un gran soplador como le hubiera gustado a mi marido.
Para paliar ese defecto, a Pablito le habían llenado la boca de muelles que estiraban los tejidos de una mejilla. Además, le daban clases de soplo. Los pulmones, por fortuna, los tenía muy potentes.
A pesar de sus esfuerzos, a Pablo no se le abultaba el carrillo. Sus compañeros le llamaban Caraplana. Para cualquier hombre o mujer de aquel país, eso era un grave problema, porque se le consideraba casi inútil para el trabajo.
Un juglar que narraba historias de tierras lejanas, queriendo ayudar a Pablito, le contó que una vez un zurdo, despreciado en su propio país, tuvo que emigrar y llegó a una ciudad de navegantes, donde se convirtió en el remero más valorado porque era el único que servía para remar en la borda izquierda.
Pero eso no consolaba a los miembros de la familia del chico, todos grandes sopladores. El bisabuelo aún apagaba las noventa y tres velas de su pastel de cumpleaños de un solo soplo.
Para defenderse, el chico decía: «Si el valor de alguien solo consiste en ser soplador, nadie se puede comparar con el viento, que es capaz de hinchar las velas de los barcos». Pero eso no le evitaba comentarios hirientes que le hacían sentirse mal.
Cuando Pablo tuvo edad de empezar a trabajar, se ofreció para ser vendedor de productos de vidrio fuera de su tierra, un trabajo en el que todos los suyos habrían fracasado precisamente por el aspecto que les daba su mejilla abultada.
El trabajo de Pablo fue un éxito. Al cabo de poco tiempo, él se había enriquecido y los suyos lo premiaban como el gran promotor de sus negocios. Ya nunca nadie se rio de él por no tener un carrillo hinchado.
Hay personas que guardan las consideraciones debidas a las personas o a los objetos que les rodean. Nadie está solo en el mundo, por eso todos deben comportarse teniendo en cuenta que viven con otros y que también deben respetar la naturaleza y los objetos de los que se sirven.
«El respeto es como el dinero:
puedes pedirlo, pero es mejor ganarlo.»
«Respétate a ti mismo y otros te respetarán.»
CONFUCIO
«O aprendemos a vivir juntos como hermanos o pereceremos juntos como necios.»
MARTIN LUTHER KING