El ayuntamiento de Burs tenía un proyecto para revalorizar su pueblo. Se trataba de pintar en las paredes más visibles de cada barrio una verdadera obra de arte. El alcalde lo presentaba como el proyecto estrella de sus cuatro años de mandato.
—El aspecto de nuestras calles cambiará radicalmente. Esas pinturas atraerán a muchos visitantes —afirmaba para convencer a sus conciudadanos.
El consistorio convocó un concurso para seleccionar al mejor artista. Lucía Sintes fue la primera que se inscribió. Era tan buena pintora que ninguno de sus posibles contrincantes se había atrevido nunca a competir con ella.
—El trabajo será para Lucía. En estos momentos es imbatible —afirmó Carlos Almena, que también pintaba.
Sin embargo, su padre, muy amigo del alcalde, le presionó para que se presentara.
—Tienes muchas posibilidades de ganar —le animaba—. Lo sé de buena fuente.
El alcalde estaba enfrentado a los Sintes por un problema de tierras. Carlos sospechó que tramaba amañar el fallo del jurado para que no ganara Lucía. Por eso, y por miedo al fracaso, se resistía a presentarse.
Pero finalmente se vio obligado a inscribirse. Fue el único que se enfrentaba a la joven prodigio. Nadie se veía a la altura de Lucía Sintes.
Antes de comenzar, los dos artistas acudieron a escoger las herramientas, la pintura y el material que necesitaban para hacer su trabajo. Lucía cogió pinturas, brochas, rodillos… todo lo que precisaba para llevar a cabo la obra que había planeado. Tenía muy claro lo que deseaba hacer y una confianza ciega en que sería la vencedora. Carlos Almena, en cambio, buscó herramientas que solo servían para alisar y bruñir paredes.
Encerraron a los dos aspirantes en un local con dos paredes enfrentadas del mismo tamaño. En medio habían colocado una gran mampara que impedía que se vieran para que ninguno de los dos supiera lo que el otro hacía.
«Nos tendrán que conceder un empate», pensó Carlos. Con la argucia que había ideado estaba seguro de que no perdería pero, al mismo tiempo, reconocería abiertamente la superioridad de su contrincante.
Los dos se pusieron a trabajar frenéticamente. Tenían cinco horas para desarrollar la obra que les permitiría adjudicarse el proyecto. Una pintaba y el otro bruñía la pared que le habían asignado.
Cuando finalizó el tiempo acordado en las bases, se presentaron las cinco personas del jurado y el alcalde a comprobar el resultado. Corrieron la mampara para observar simultáneamente las dos obras de manera que nada les condicionara la elección.
En la pared de la izquierda, la de Lucía, había unas fantásticas pinturas que recordaban a los mejores iconos rusos. La de la derecha, tan bruñida que era un perfecto espejo, ofrecía exactamente lo mismo.
A primera vista, parecía que el jurado debía declarar un empate. Por si no advertían lo que ocurría, Carlos Almena se sinceró:
—Para estar a la altura de Lucía no me quedaba otra salida que reflejar lo que ella había pintado. No soy capaz de hacer lo que ella hace.
Actualmente, Lucía Sintes está terminando las obras encomendadas, que ya han comenzado a llamar la atención de especialistas en arte urbano.
La autoestima de los habitantes de Burs está por las nubes, porque van llegando visitantes que alaban la obra de la artista. Su alcalde, sin embargo, ha dejado de dirigir la palabra a Carlos.
«La sinceridad mata», sigue pensando el chico. Pero está satisfecho porque muchos le paran por la calle para felicitarle por su imaginación y su valentía.
El que siempre dice lo que piensa o siente es una persona sincera. Esa franqueza muestra su manera de ser, sin tratar de engañar en beneficio propio o por algún tipo de cálculo.
«Si me pides confianza, no te olvides de darme sinceridad.»
«La sinceridad no obliga a decirlo todo, sino a decir lo que se piensa.»
ÁNGEL GANIVET
«Las palabras van al corazón
cuando han salido del corazón.»
RABINDRANATH TAGORE
«Ser sincero no es decir todo lo que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa.»
ANDRÉ MAUROIS