Victoria, una chica muy observadora, vivía a las afueras del pueblo. Su casa tenía un huerto en el que crecían varios frutales en los que revoloteaban bandadas de pájaros.
Un día se fijó en cómo se comportaba una pareja. Observando sus vuelos, comprendió que tenían su nido en el manzano que había frente a su ventana.
Los pájaros eran listos. Habían hecho el nido en la confluencia de dos ramas, de manera que era casi imposible que nadie lo viera desde abajo. Victoria lo había descubierto desde su habitación.
La chica seguía día a día lo que acontecía en ese nido. Pronto se dio cuenta que siempre permanecía en él uno de los pájaros. Nunca lo abandonaban los dos a la vez.
—La hembra ha puesto huevos y los están incubando entre los dos —le explicó su hermano mayor.
Al cabo de unos días, Victoria comprobó que habían nacido cuatro polluelos. Desde su ventana contemplaba cómo los padres se afanaban en buscar alimento para ellos.
Los polluelos se espabilan pronto. A los cuatro les fueron creciendo las plumas y poco a poco se iban arriesgando a salir del nido. Los dos más decididos comenzaron a dar saltitos sobre una de las ramas y una mañana se aventuraron a volar.
Los otros dos, en cambio, seguían cómodamente en el nido esperando que les trajeran alimento. Tenían tantas plumas en las alas como sus hermanos, pero no hacían más que abrir el pico.
Pasaban los días y estos dos seguían sin moverse de allí.
—Deben de estar enfermos —comentó Victoria a su hermano.
—Si no vuelan, es que tal vez no saben que tienen alas —le contestó este—. Yo se lo haré saber.
—¡No! ¿Qué vas a hacer? —gritó Victoria. Creía que su hermano quería cometer una travesura.
Con una larga caña, zarandeó las ramas de alrededor. Los dos pajaritos, al notar el movimiento, extendieron sus alas y salieron volando. —¡Oh! —exclamó Victoria.
—¿Ves? —le dijo su hermano—, ahora saben que tienen alas y, naturalmente, han sido capaces de volar.
El que se atreve a hacer algo, aunque eso le suponga un riesgo, es una persona audaz. Esa osadía es lo único que hace salir a ciertas personas de su rincón de seguridad y hace que lleven a cabo acciones meritorias.
«Nunca emprenderíamos nada si quisiéramos
asegurar por anticipado el éxito de nuestra empresa.»
NAPOLEÓN BONAPARTE
«Muchas cosas no nos atrevemos a emprenderlas
no porque sean difíciles, sino que son difíciles porque no nos atrevemos a emprenderlas.»
LUCIO ANNEO SÉNECA
«Cada avance de la ciencia ha surgido por una nueva audacia de la imaginación.»
JOHN DEWEY