Irina vivía con su abuela largas temporadas porque su padre, que era pescador, faenaba seis meses seguidos en caladeros cercanos a Groenlandia.
La casa de su abuela estaba a las afueras de un pueblo de montaña, cerca de un frondoso bosque. A Irina no le estaba permitido alejarse de la casa… ¡bastante sufría ya su abuela habiendo perdido a su otro nieto, Yossi! Un día, tras la muerte de su madre, el chico se había adentrado en aquel bosque de grandes abedules y no había regresado.
—Algún día te puedes encontrar un lobo —la alertaba la abuela para que la niña no se alejara.
—¿Un lobo? ¿Tú has visto lobos fuera de los cuentos, abuela?
A pesar de la prohibición, la niña seguía haciendo pequeñas incursiones, aunque a veces se había llevado más de un susto en el bosque.
Un viernes, como todos los viernes, su abuela había ido de madrugada al pueblo cercano porque era día de mercado.
Irina oyó cómo cerraba la puerta al marchar. Se levantó enseguida, bebió una taza de leche, tomó una rebanada de pan con queso y salió al bosque. Se adentró entre los abedules. Con los primeros rayos del sol, sus troncos tenían un color plata brillante.
En esa ocasión no se detuvo donde se paraba otras veces. Algo le llamaba a ir más arriba, a alturas que nunca se había atrevido a pisar. Su corazón le decía que su hermano podía haber seguido ese camino. Había entrado en una zona muy umbría, y de repente creyó oír ruidos de ramas quebrándose. Podía ser algún animal salvaje o alguna persona peligrosa.
Permaneció un buen rato en silencio y pensó en regresar. Sea lo que fuera lo que se movía por allí, tal vez también la habían detectado a ella. Esos ruidos habían acabado con sus ganas de seguir adelante. El miedo la paralizaba, aunque ella nunca lo habría reconocido. Pero, poco después, oyó ecos lejanos de golpes de hacha. Con mucha cautela, se dirigió hacia allí. Mientras subía, para sacudirse el miedo, comenzó a cantar una canción que había aprendido de labios de su madre.
Al acabar la primera estrofa, creyó oír una voz. Escuchó con atención. Alguien cantaba el estribillo de esa misma canción. A Irina la sacudió un escalofrío, pero siguió cantando, ahora la segunda estrofa. Una voz de hombre volvía a entonar el estribillo.
Estaba perdida en el bosque, pero podía agarrarse a aquella canción. Sentía tal emoción que no quería cortar aquel diálogo de voces. Siguió cantando. Los golpes de hacha y esa voz que le contestaba, una voz seca y agrietada, le señalaban la dirección hacia donde debía ir. A medida que avanzaba la oía más cerca.
Por fin pudo ver a un leñador que talaba altos abedules. Estaba de espaldas. Irina tropezó e hizo ruido. El leñador la oyó y se volvió dejando el hacha a sus pies. Con una sonrisa, el hombre gritó:
—¡Yossi! ¡No tienes nada que temer; es una niña!
Su hermano salió de entre la maleza.
—¡Irina! —exclamó; corrió hacia ella y se abrazaron.
—El corazón me decía que no andabas muy lejos. Esa canción solo podías saberla tú.
—Y yo sabía que vendrías a buscarme.
A Yossi lo había acogido el leñador, que se lo encontró desnutrido y lloroso. El chico le hizo prometer que no lo entregaría. De lo contrario, se escaparía.
El leñador le pidió que le enseñara una canción que le cantara su madre cuando era pequeño. Sabía que cantándola atraería a quien lo estuviera buscando, si de verdad le conocía.
Y así había sucedido.
Su hermana y el leñador le convencieron para que volviera a casa. El hombre los acompañó un buen trecho hasta un punto desde el que Irina y Yossi podían seguir solos.
—Gracias. Su colaboración ha sido lo que ha hecho que recuperara a mi hermano. Los golpes de hacha y su canción me han llevado hasta vosotros —dijo la niña.
Yossi y el leñador se abrazaron ante de separarse.
Casi todas las grandes empresas humanas superan la capacidad de trabajo o de ingenio de una sola persona. Por eso es imprescindible trabajar juntos para lograr resultados. Pero colaborar con otros para sacar adelante un proyecto requiere cierta generosidad y amplitud de miras.
«Llegar juntos es el principio; mantenerse juntos es el progreso; trabajar juntos es el éxito.»
HENRY FORD
«Yo hago lo que usted no puede, y usted hace lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer grandes cosas.»
MADRE TERESA DE CALCUTA
«Al escalar una gran montaña nadie deja a un compañero para alcanzar la cima solo.»
TENZING