Prólogo

La vida no es como la esperábamos

 

 

Este segundo volumen de la Obra periodística de Manuel Vázquez Montalbán cubre los años decisivos en su vida profesional. Entre 1974 y 1986 el escritor participa en diversas publicaciones progresistas que defienden las ideas políticas que desembocarán a partir de 1974 en la transición, cuando el mercado periodístico español sufre un largo período de convulsiones. Vázquez Montalbán se consolida en este tiempo como un columnista de referencia de la izquierda española que, una vez concluyen las cortapisas y las limitaciones políticas, desarrolla el grueso de su pensamiento político en la prensa.

No son tiempos sencillos. Buena parte de los periódicos tradicionales desaparecen. La radio se convierte en un medio de información de prestigio y la televisión lucha por desembarazarse de la carga de ser considerada una servidora del poder político. Por su parte, Vázquez Montalbán impulsa durante estos años algunos proyectos periodísticos diseñados a su medida, ideales, ya sea por la configuración del equipo de trabajo o por la tendencia política del semanario. Funda Por Favor (1974-1978), Arreu (1976-1977) y La Calle (1978-1982), pero no consigue el éxito deseado y las tres revistas cierran. Además, desaparecen otras publicaciones en las que colabora en medio del clima de volatilidad editorial que caracteriza esta década: Catalunya Express (1977), Primera Plana (1977) o Siesta (1976), y a su vez, deja de colaborar en diarios como Mundo Diario (1977) o en Tele/eXpres (1974) por diferentes razones. Sin embargo, también durante estos años se incorpora a alguna de las publicaciones más importantes de la democracia, como Interviú (1976), El Periódico de Catalunya (1978) y El País (1984). Como colofón, gana el Premio Planeta en 1979 con Los mares del Sur y a partir de ese momento el escritor de ficción convive con el columnista.

Hasta 1986 todavía publica cuatro novelas más de Carvalho. De la mano de su personaje más conocido, que protagoniza una columna en Interviú a lo largo de 1977, el perfil profesional de Vázquez Montalbán se desplaza en los años ochenta. El periodista deja paulatinamente el trabajo diario en las redacciones, abandona la dirección de semanarios y de secciones y se convierte en un colaborador externo de la prensa. Del trabajador incansable que durante los setenta era capaz de publicar una docena de artículos semanales en cinco o seis publicaciones diferentes, pasa a partir de 1984 a trabajar en exclusiva para El País y se convierte en uno de los periodistas más influyentes de la prensa española. Mantendrá la columna semanal que firma en la última página de El País hasta su muerte.

Desde otro punto de vista, estos doce años marcan para Vázquez Montalbán el camino de una progresiva desilusión ideológica que en su día se conoció como «desencanto». Dado que en España no se llega a establecer la democracia de corte social y participativa que el periodista espera, ni tampoco se transforma la estructura económica que dejan casi cuarenta años de franquismo, se expande entre determinados círculos de izquierda la sensación de que la nueva configuración política es una simple democracia formal que no resuelve los conflictos fundamentales. Por ejemplo, no se reconoce a los perdedores de la Guerra Civil la dignidad de víctimas, y ni siquiera se juzgan los excesos cometidos en la dictadura.

Por lo demás, en este período aflora en la prensa su pensamiento político sin necesidad de utilizar elipsis ni mensajes implícitos. En los años setenta todavía debía protegerse de los sistemas de control gubernamental sobre la opinión, pero en la segunda mitad de esta década se instaura progresivamente la libertad en los medios informativos. Vázquez Montalbán defiende una democracia que cumpla todas las garantías legales, un sistema político que pueda transformar la realidad y propiciar una auténtica justicia social. No hay otro camino que reformar la económica capitalista, la creadora de injusticias estructurales. Además, hay que restañar —y no sepultar— las heridas que se abrieron en la Guerra Civil, cuyo final, en realidad, no se cumple hasta que en 1975 muere el vencedor de la contienda. La Constitución de 1978 no satisface estos objetivos.

Vázquez Montalbán defiende a lo largo de estos años la llamada «apertura», rechaza las asociaciones políticas que propone Carlos Arias Navarro, no se fía de las intenciones democráticas de Adolfo Suárez cuando es nombrado presidente del Gobierno y pide la abstención en el referéndum por la Reforma política que se celebra en diciembre de 1976. Para legitimar los cambios legislativos formales reclama una amnistía política completa, así como el desarrollo de un sistema jurídico de libertades y de los estatutos de autonomía de los considerados territorios históricos: Cataluña, el País Vasco y Galicia, en ocasiones también Andalucía. Pone como modelo de «ruptura» que debería seguirse en toda España las reivindicaciones que se manifiestan en Cataluña durante 1976. Denuncia el transfranquismo, la transformación en «demócratas de toda la vida» de buena parte de la administración de la dictadura, un movimiento interesado que, pese a su falsedad, queda legitimado porque los políticos «transfranquistas» son capaces de aceptar la democracia, al contrario de los comandos ultraderechistas, de quienes denuncia la impunidad con que se mueven en las calles, en los cuarteles y en el poder. En 1977 llora por el crimen de Atocha y celebra tanto la legalización del PCE como la desaparición de los controles políticos sobre la información. Sin embargo, denuncia la lentitud del retorno de los exiliados y cómo suelen ser demonizados los comunistas en los medios informativos. Los resultados de las elecciones de ese año le ilusionan, si bien denuncia la pinza que se da entre el transfranquismo, es decir, la democracia posible e incompleta que tan bien representa Adolfo Suárez, y el ruido de sables que se empieza a oír en los cuarteles. Entonces explica la jugada: si vamos muy lejos, el ejército le cortará las alas a la democracia. Si nos quedamos cortos, generaremos descontento y desilusión. El referéndum de la Constitución de 1978 expresa perfectamente esta contradicción. Las fuerzas políticas de izquierda se han vendido a cambio del reconocimiento político y renuncian a las transformaciones sociales profundas. Y semejante renuncia no aplaca el desasosiego que el terrorismo y las autonomías generan en los cuarteles. El Estado es contemplativo con las fuerzas regresivas y no depura ni desactiva un búnker que no deja de conspirar. Al final, todo se disipa en la noche del 23 de febrero y en su continuación natural —una vez superada la interinidad de Calvo Sotelo—, las elecciones del 28 de octubre de 1982, cuando Felipe González obtiene una mayoría electoral histórica que parece cerrar la transición. En medio se han dado indudables avances. Se ha aprobado la Ley del Divorcio, la reforma fiscal, se ha abolido la pena de muerte y muchas mujeres mantienen un incipiente camino de liberación. Pero la sociedad presenta las mismas fisuras económicas y sociales que durante el franquismo. El mundo, básicamente, es el mismo que el de los acuerdos de Potsdam, en 1945. La guerra fría se ha tecnificado con nuevos ingenios que empeoran el equilibrio del terror y ahora la amenaza no es tanto una guerra mundial como el exterminio completo de la humanidad.

La figura de Felipe González no supone ninguna esperanza. Vázquez Montalbán, ya desde los tiempos de Willy Brandt, repudia a los políticos de izquierda que le sacan el polvo al sistema capitalista para que siga al gusto de los triunfadores de siempre. Pese al famoso eslogan de la campaña socialista, no habrá cambio auténtico, tal y como las primeras decisiones económicas del ministerio liderado por Miguel Boyer dejan muy claro. Nada cambia en la economía y el desencanto se solidifica, aunque no cabe atribuirlo sólo a la imposibilidad política de transformar la historia. El desencanto es también una parte constitutiva de la inteligencia y de la lucidez, una virtud incompatible con la autocomplacencia. Y la inteligencia es a su vez el último recurso de la felicidad. Los «peatones de la historia» no tienen más salvación posible que el placer que sean capaces de obtener en la pequeña existencia que les toca en el reparto. «Sólo se vive una vez», repite la sabiduría popular en forma de canción.

Todavía sufrirá otros reveses políticos durante estos años. Tanto el Partido Comunista de España como el Partit Socialista Unificat de Catalunya —en el que milita desde 1961— se desintegran en diferentes facciones y casi desaparecen del arco parlamentario. Las primeras elecciones legislativas (1977, 1979, 1982) no refrendan en las urnas la influencia social y el prestigio que se les supone a ambos partidos durante los últimos años de la dictadura. Ampliamente rebasados por el PSOE, pierden progresivamente apoyo popular en un proceso que tiene que ver con el debate interno sobre el eurocomunismo, una versión del marxismo de corte democrático. Las discusiones estallan a finales de 1980, ocupan congresos y duran varios años más, y más enconadas, hasta que los dos partidos, cada uno a su ritmo, se rompen en diversas corrientes irreconciliables. Vázquez Montalbán llamaría a este proceso «autofagocitación». Por si fuera poco, la izquierda situada a la izquierda del PSOE tampoco es capaz de evitar la entrada en la estructura militar de la OTAN, un empeño personal de Felipe González que se pone a prueba en el referéndum celebrado en marzo de 1986. El «no» que defiende la izquierda no socialista gana por unas pocas décimas de ventaja, según las encuestas, hasta unas horas antes de la votación. Siempre se puede perder algo más.

 

 

LA AVENTURA DE «POR FAVOR»

 

«La vida —escribe muchas veces Vázquez Montalbán— no es como la esperábamos.» En 1974 el periodista tiene treinta y cinco años y se le conoce como un columnista que transmite una sensación de frescura a través de una prosa original, a veces incluso transgresora. Firma dos artículos semanales para Tele/eXpres, un diario de talante renovador que se publica en Barcelona, y tantos como puede en Triunfo, una revista que reúne a lectores de espíritu democrático. En este semanario aparece «La Capilla Sixtina», la sección en la que el periodista conjuga ficción y realidad para comentar la realidad política y que le ha hecho famoso. Ha publicado hasta el momento once libros de ensayo —entre ellos algunas recopilaciones de artículos—, dos de ficción y cuatro poemarios. No es sólo un intelectual. Pretende con su trabajo que la cultura y la información abran una brecha democrática en la sociedad española. Para ello, necesita fortalecer su presencia en los medios de comunicación y sentirse como un obrero de la cultura, un escriba de la nueva era. Es ambicioso, iconoclasta e inconformista. Está casado y tiene un hijo, Daniel, de ocho años. Durante 1974 publicará siete libros más, dos de ficción. Entre éstos, el que se considera el primer libro realmente protagonizado por Carvalho, Tatuaje.

De hecho, 1974 resulta un año decisivo en la carrera profesional del periodista. Intenta hacer realidad un proyecto que fracasa cuando participa durante 1972 y 1973 en Hermano Lobo, el semanario de humor de «Prensa Periódica», es decir, de Triunfo. Ahora pretende crear una revista satírica que no se dedique al humor intemporal sino que convierta en risa y bromas la vida política cotidiana, la actualidad y el día a día. Como no lo pudo llevar a cabo en Hermano Lobo, acepta la iniciativa de José Ilario para lanzar precisamente la revista de humor que falta en el mercado. Para ello se reúne a buena parte del equipo que participa en la revista Bocaccio: Juan Marsé, Antonio Fraguas (Forges) y Jaume Perich, a los que después se unirán José Martí Gómez, Josep Ramoneda y Maruja Torres, entre otros.

El promotor José Ilario obtiene el permiso para editar esta revista en 1973 gracias a que negocia con el Ministerio de Información y Turismo el cierre de Bocaccio, considerado un semanario demasiado atrevido. El mercado de la prensa está agitado en ese momento por la continua aparición de semanarios y revistas, ya que la implantación de periódicos supone inversiones prohibitivas, además de largos procesos administrativos y políticos para conseguir los permisos. Algunas revistas de humor de nueva planta como Barrabás (1972) o El Papus (1973) marcan el cambio posible. Aparecen también distintas revistas informativas, como Cambio 16 (1971), que obtienen un éxito inmediato. Otras publicaciones, sin embargo, no dan con la tecla adecuada y desaparecen en pocas semanas. Para deshacer dudas, José Ilario pone sobre la mesa el ingrediente que le falta a la aventura y ofrece a los miembros del comité de redacción, Vázquez Montalbán, Forges y Perich, una prima de fichaje de un millón de pesetas que, en realidad, se llega a cobrar a duras penas.

Manuel Vázquez Montalbán se lanza a Por Favor porque el proyecto tiene todos los ingredientes que le excitan: riesgo político, complicidad entre los miembros de la redacción, voluntad de informar sin las cortapisas de una empresa atemorizada, independencia —la revista no acepta publicidad— y, aunque parezca contradictorio, la posibilidad de ganar mucho dinero. Ilario, en una decisión arriesgada, concede al comité de redacción incentivos por la tirada. Pero el humor de Por Favor funciona, y Vázquez Montalbán dedica las tardes de los siguientes años al semanario. Congela su trabajo en Tele/eXpres a finales de 1974, cuando la revista reclama toda su atención, y reduce el ritmo de colaboración en Triunfo.

Hasta 1976 la revista no tiene más enemigo que el Ministerio de Información y Turismo. Desde el primer número, los censores de la delegación de Barcelona señalan los textos arriesgados y los dobles sentidos que proliferan en el semanario. A las pocas semanas llega la estocada. En junio de 1974 se sanciona a la revista con la máxima pena posible: cierre de cuatro meses y doscientas cincuenta mil pesetas de multa. Había publicado sólo diecisiete números. Una empresa pequeña debería haber desaparecido tras semejante golpe, sobre todo si además se descubre un embrollo contable en la distribución que provoca unas pérdidas que afloran en el peor momento. No obstante, José Ilario encuentra dinero para sobrevivir y la editorial, Punch Ediciones, no se detiene. Se publica durante la sanción el semanario Muchas Gracias, también de humor, y varias recopilaciones de chistes de los dibujantes de la casa que el público acoge con complicidad. El 25 de octubre, cumplida la sanción, la revista regresa con una portada memorable: los miembros de la redacción aparecen fotografiados como si hubieran recibido una gran paliza. Con aparatosos vendajes, mucha mercromina y la apariencia cutre que requería la ocasión, celebran con una sonrisa haber resistido.

Sin embargo, Ilario no puede con las deudas y tiene que vender la revista, para lo que necesita la anuencia del comité de dirección. Por Favor pasa a manos de la familia Nadal, los propietarios de las revistas Garbo y Fotogramas, dos publicaciones consolidadas. El semanario continúa trampeando el acoso del Ministerio y de los fiscales, ahora en forma de secuestros y retenciones de la revista, que no siempre llega a distribuirse a los quioscos. Vázquez Montalbán, por su parte, busca nuevas colaboraciones una vez que Por Favor alcanza cierta inercia. En 1976 se incorpora al diario progresista Mundo Diario con la columna «Coyuntura»; deja finalmente la plaza en el diario Tele/eXpres e impulsa un semanario político en catalán, Arreu; se convierte en corresponsal para toda España de los avances cívicos y políticos en Cataluña desde las páginas de Triunfo y es el único columnista de un periódico peculiar, el vespertino Catalunya Express, un diario populista inspirado en los tabloides ingleses. Vive una lúcida locura profesional en la que el comentario político cada vez resulta más explícito. Ese 1976 es el año en el que, tras la muerte de Franco, todo parece posible; el año de la efervescencia popular, cuando nadie sabe a ciencia cierta hasta qué punto Juan Carlos I es o no un rey democrático. Y en diciembre, un detective debuta en la prensa.

 

 

PEPE CARVALHO EN «INTERVIÚ»

 

También es José Ilario quien propicia la colaboración de Vázquez Montalbán en el semanario Interviú. Tras vender Por Favor, trabaja un año largo en Madrid y regresa a Barcelona para impulsar nuevos proyectos de la mano de Antonio Asensio. Interviú es la primera apuesta que cuaja entre el público. De hecho, la revista tiene un éxito explosivo. Aparece en mayo de 1976 y se convierte en un fenómeno editorial que abastece al mercado de algunos productos prohibidos por el franquismo: información escandalosa, erotismo y diversas opiniones libres y contrapuestas. La tirada media alcanza los 300.000 ejemplares a final de año, justo cuando Vázquez Montalbán estrena una columna que protagoniza el detective Pepe Carvalho. Hasta ese momento el escritor sólo había publicado Yo maté a Kennedy (1972) y Tatuaje (1974).* Durante un año largo, el de 1977, el personaje de Carvalho y algunos secundarios como Charo, Biscúter o Bromuro se perfilan en unos artículos que se dedican en realidad a comentar la situación política en la que un detective avezado desvela a su vecino cuál es la realidad profunda del país. El vecino se llama señor Vázquez y escribe en diferentes periódicos. El esquema es parecido al que lleva años triunfando en «La Capilla Sixtina», en Triunfo, entre Sixto Cámara y la joven Encarna. Ahora se renueva el papel de la chica y utiliza para animar la columna a un personaje bien informado, no a una hermosa y radical vecina. De esta forma, Carvalho desarrolla en las páginas de Interviú durante 1977 parte del carácter desapegado, transgresor y lúcido que le caracterizará a lo largo de 27 novelas. La serie se llama «El idiota en familia», aparecen 52 artículos y concluye a finales de año, precisamente cuando se publica la siguiente novela de la serie: La soledad del mánager. En este texto, Vázquez Montalbán denuncia en la ficción aquello que no puede decirse directamente en la prensa: el dominio en la sombra que la CIA ejerce sobre determinadas fuerzas políticas españolas y la tutela implícita que la inteligencia norteamericana realiza del proceso democrático español.

Tras conformar a su personaje Carvalho durante un año, Vázquez Montalbán continúa con una nueva serie de artículos, «El enemigo en casa», que dedica a la crítica televisiva. Se muestra especialmente mordaz con Adolfo Suárez, el gobierno de UCD y con el control absoluto que el poder ejerce sobre la televisión, que sigue funcionando como un instrumento de propaganda política. En Triunfo, por otra parte, se agudiza el conflicto entre los dos sectores de la redacción, los periodistas más jóvenes contra los más veteranos, estos encabezados por el propietario, José Ángel Ezcurra, y por el subdirector, Eduardo Haro Tecglen. Los jóvenes pretenden dotar al semanario de un aire más informativo, hacerle perder capacidad de reflexión y acercar los contenidos a la actualidad. El modelo que seguir, aunque de lejos, es el semanario Cambio 16, la referencia informativa del momento. Pero Triunfo, que empieza a notar la pérdida progresiva de ventas, es una nave lenta y antigua que se mueve con dificultad. Cuesta mucho variar algo que ha funcionado desde 1946, especialmente el estilo que le ha dado identidad a la revista en la última década.

Mientras tanto, los problemas continúan. Vázquez Montalbán abandona las dos colaboraciones que realiza para los periódicos de Sebastián Auger, Mundo Diario y Catalunya Express. En el segundo dura apenas unos meses, mientras que en Mundo Diario aguanta la columna durante casi dos años. Lo deja cuando se cansa de no cobrar. Si de sueldos se trata, el periodista sigue en plantilla del periódico Tele/eXpres hasta bien avanzado 1976, aunque no publica desde dos años atrás. Tampoco la experiencia en el semanario Arreu funciona más que durante unos meses. Publicada en catalán y precedida por una gran campaña publicitaria —se regalarían 80.000 ejemplares del número cero— no pasa del número 30. Es el primer intento de realizar una revista informativa de izquierdas lejos del paraguas de cualquier partido.

Sin embargo, el problema fundamental de estos dos años es el paulatino descenso de ventas que sufre la revista Por Favor, que a partir de 1976 pierde el favor del público. Con la progresiva eliminación de los mecanismos de control que el Gobierno ejerce sobre las publicaciones, afloran los comentarios políticos libres y los propios partidos políticos, cada cual con su propia imagen y dimensión pública. Se desvanece la idea de una oposición democrática unida que resiste frente al poder oficial, tal y como había existido en la sombra a partir de 1973. Según se agrupan decenas de formaciones y grupúsculos políticos y emergen o regresan del exilio algunos líderes marxistas y anarquistas, la situación política tiende poco a poco a normalizarse. Vázquez Montalbán suele discutir en la redacción a favor de hablar, incluir y defender a los líderes y las ideas comunistas, de forma que choca con otros miembros del comité, como Jaume Perich, más proclives a seguir dentro de los cánones del humor y de repartir las chanzas por todo el espectro político. La calidad del humor se resiente, la revista sigue rechazando la publicidad y la familia Nadal decide venderla aunque no recupere los 13 millones de pesetas en los que se escrituró la compra.

Tras diversos intentos, alguno abortado por el propio comité de redacción, Por Favor pasa a manos de la editorial Cumbre, una filial de Planeta. Se aumenta el número de páginas, se contrata a nuevas plumas —entre ellas Fernando Savater y Joan Fuster— y prolifera el uso del color. Aunque se mantiene ese clima de camaradería feliz que tanto ensalzarán después los miembros de la redacción, las ventas no remontan.

 

 

EL AÑO DE INFLEXIÓN, 1978

 

Tras nueve años de colaboración, Vázquez Montalbán abandona Triunfo en marzo y pone a prueba otras de sus ideas: es posible informar con rigor desde una posición periodística de izquierdas pero no partidista. Hay que desarrollar una prensa de tendencia frente a la tradicional prensa de partido que luce las banderas revolucionarias en la cabecera. La Calle es una publicación que se crea al estilo del diario en catalán Avui, por cuestación popular. Arranca con 50 millones de pesetas de fondo. Para componer la plantilla, además de otras incorporaciones, dejan Triunfo no sólo Vázquez Montalbán sino otros trece redactores del semanario encabezados por el que iba a ser el director, César Alonso de los Ríos. En el primer editorial, no sin arrogancia, se declaran la primera revista a la izquierda.

La suerte está echada en un año lleno de decepciones. Por Favor acaba cerrando en julio tanto por las pérdidas acumuladas como por las dificultades que la ironía de sus autores provocan al propietario, José Manuel Lara, que por un lado necesita congraciarse con el público de izquierdas, pero que también recibe muchas presiones de la derecha tradicional a causa del humor corrosivo del semanario. A esas alturas, además, se evaporan las reservas económicas de La Calle y se comprueba que el semanario no hace sombra a Cambio 16. El semanario que debía sustituir a Triunfo no durará mucho tiempo.

La vida periodística de Vázquez Montalbán cambia de signo. Triunfo es hasta ese momento la revista donde más ha colaborado, con 782 trabajos, muchos de ellos interpretativos, mientras que en Por Favor redacta entre cuatro y seis páginas semanales de textos socarrones y en ocasiones absurdos, llenos de narrativa subnormal. Entre las dos publicaciones se configuran las diferentes personalidades y voces periodísticas de Manuel Vázquez Montalbán, las analíticas, las informativas y las opiniones, tanto las propias como las impostadas: las de Sixto (su yo moderado) y las de Encarna (su pensamiento radical). Utiliza los pseudónimos hasta el paroxismo, de forma que en ocasiones la firma no es más que el último comentario ácido del artículo. Sin estas dos dedicaciones, su empeño profesional se enfría de golpe.

Tras el abandono de Triunfo en marzo y el cierre de Por Favor en julio —los dos proyectos en los que se implicó con más tesón—, en septiembre vive una situación muy extraña: publica tan sólo tres columnas semanales, una nimiedad para su ritmo habitual de trabajo: el artículo que aparece en Interviú, «La Capilla Sixtina», que se lleva consigo a La Calle, y una pieza de análisis político nacional que firma junto a las aventuras de Sixto y Encarna. En cierta forma Vázquez Montalbán toca fondo, si bien la recuperación se inicia a las pocas semanas. Cuando en octubre el grupo Zeta lanza El Periódico de Catalunya, se repite algún elemento de la formula de éxito aplicada en Interviú, convocar a las mejores plumas del momento, que se reparten una en cada sección del nuevo rotativo. A Vázquez Montalbán le toca «Catalunya política», donde publica un breve comentario, casi un billete, en un periódico de tono popular y poco texto. El diario se implanta no sin dificultades a lo largo de 1979, y la mala racha se acaba definitivamente con la concesión, en octubre, del Premio Planeta por la novela Los mares del Sur. El mismo José Manuel Lara que lanza un segundo Por Favor en formato mensual sin su participación, una aventura de corto recorrido, es quien le concede el Premio Planeta. Vázquez Montalbán ya lo había intentado el año anterior, cuando ganó el Premio Juan Marsé con La muchacha de las bragas de oro. Los dos compañeros de redacción de Por Favor concurrieron al concurso en la edición de 1978, aunque Vázquez Montalbán retiró su novela en el último momento. Lo intenta de nuevo al año siguiente y gana el premio, que sonríe de forma consecutiva a dos de los miembros de la redacción del semanario humorístico que había sido propiedad de José Manuel Lara. A partir de ese momento inicia un camino sin retorno, arranca una nueva forma de explicar la realidad, las crónicas sociales que acaecen en presencia de Carvalho. En 1981 gana el Grand Prix Littérature Policière Étranger, que concede la crítica literaria en Francia, y publica Asesinato en el Comité Central.

Por su parte, Interviú se afianza como un éxito que no decae y El Periódico de Catalunya se consolida. La Calle languidece, aunque el empeño de algunos de los redactores hace que se someta a diversos cambios de orientación en busca del éxito. No hay suerte. En los años siguientes Vázquez Montalbán se dedica a las dos publicaciones del grupo Zeta, aunque no llega a publicar con plena continuidad. A finales de 1980, por ejemplo, la columna deja de aparecer en El Periódico casi durante tres meses. También desaparece la de Interviú, aunque menos tiempo. Con motivo del golpe de Estado del 23 de febrero no se publica ningún comentario de Vázquez Montalbán en el periódico, aunque sí participa en la edición especial que el semanario lanza dos días después del golpe. Poco tiempo después reemprende la columna diaria, si bien ahora firma el comentario sobre televisión que aparece en la penúltima página. Un año después se le recoloca de nuevo en una de las páginas más nobles del periódico, la primera de la sección de «Opinión», donde comparte espacio diario con el chiste de su amigo Jaume Perich. Aquí permanecerá hasta que deje el periódico a finales de 1983. En Interviú también se producen algunas ausencias destacables que muestran las tensiones que provoca el trabajo cotidiano. En 1982 deja de aparecer su columna, entonces de nuevo con Carvalho como protagonista, entre marzo y septiembre. En alguna entrevista Vázquez Montalbán explica sin ensañarse que al final de la transición algunos periodistas le quisieron relegar como si fuera un columnista propio de una época ya superada. La situación se aclara de repente cuando pasa a formar parte de la plantilla del diario más pujante del momento, El País.

La negociación entre Vázquez Montalbán y el que había sido su director en El Periódico de Catalunya resulta muy intensa. Antonio Franco deja el diario barcelonés para organizar el lanzamiento de la edición barcelonesa de El País en mayo de 1982, y de inmediato piensa en contratar a Vázquez Montalbán. El director le recuerda como uno de los negociadores más duros con los que ha tratado. Para Vázquez Montalbán el salto supone la culminación de una carrera periodística y una forma de llegar a un público que no le lee desde los tiempos de Triunfo. Cuando llega a un acuerdo y debuta en El País en 1984, pasa del desenfado popular de Interviú a escribir de nuevo para las clases ilustradas. Consigue mayor visibilidad y más lectores, aunque deje de publicar todos los días.

Durante estos primeros años en El País publica dos días a la semana, los lunes y los jueves, en la columna de la última página y se une a los autores más importantes de la casa, como Francisco Umbral o Manuel Vicent. Suele comentar la situación política española y los excesos del felipismo. También publica una serie de artículos satíricos en el dominical a lo largo de 1984, es decir, una realidad inventada en la que recrea la situación política española al estilo de los textos sardónicos que había publicado años atrás en Por Favor. Insiste, pues, en unos textos de tono surrealista que en El País Semanal aparecen acompañados de unos dibujos de Peridis. De nuevo la fórmula no cuaja, y la sección pasa de las primeras a las últimas páginas del dominical. La ficción deja de ser una constante y tiende a perder presencia en sus columnas, mientras aumenta la deriva hacia la narrativa. Carvalho y la literatura ganan peso. En 1983 publica Los pájaros de Bangkok y, a continuación, una novela cada año hasta 1986.*

A lo largo de estos tres años en El País se concentra progresivamente en la columna de la última página. Deja de publicar algunas piezas largas de opinión que proliferan en los primeros tiempos y se dedica a la medida exacta que le ha hecho más famoso, las 350 palabras de la «Última» de El País, donde se exhibe un pensamiento político que a esas alturas empieza a ser plenamente conocido por sus lectores, que esperan las opiniones de Vázquez Montalbán con fidelidad.

El periodista pierde en estos años la voracidad pública que le caracterizaba. Se le calma el ansia de participar porque las pasiones profesionales se han gastado en los semanarios perdidos: Por Favor, Triunfo y La Calle; porque la vida pública democrática española no permite ilusionarse demasiado; y porque tropieza con un detective guasón. Ya se sabe, la vida no es como la esperábamos.

 

FRANCESC SALGADO

Profesor de la Universitat Pompeu Fabra