Los estertores del franquismo
(1974-1975)
Corren tiempos inciertos. Sixto Cámara no sabe qué pasa. No consigue dormir, se siente incómodo, intranquilo. Hace tiempo que sopla en el país un aire de cambio social que choca de bruces con el inmovilismo oficial. Entonces «La Capilla Sixtina» se convierte en una ficción literaria para anunciar el año tenso que se avecina.
Está Madrid nervioso. Yo vivo en Madrid. Yo estoy nervioso. No tengo el culo a gusto en ningún asiento. Ni los pies en ningún lugar. Cambio de sillas. Cambio de calles. Me dejo los chatos de vino sin acabar. Tiro los cigarrillos a medio consumir. Cuando me guiso un arroz, lo dejo medio crudo. Empano la carne sin huevo. Sólo miro una de las dos pantorrillas de las señoras que caminan ante mí.
Y no sabría decir si es por lo que ha pasado o por lo que puede pasar. Es algo menos delimitable. Es como ese estado en el que te deja un olor. Un ruido. O tal vez no oler ni oír lo esperado. Es como si sobre esta ciudad hubieran colocado una campana de cristal y todos estuviéramos haciendo un experimento para probar algo que no sé qué es. A veces sospecho que se trata de un misterioso proceso de transustanciación, y que cuando todo acabe yo seré un cactus del parque del Oeste; Marco Antonio Alfonso, una pulga vestida mexicana; Encarna, un zepelín conservado en el Museo del Hombre, de Avignon...
Bajo al piso de Encarna. Recorro todos sus asientos. Alterno el «sí» y el «no» para dar respuesta a sus preguntas. Me voy. Vuelvo.
—¿Y qué le pasa a usted?
—No estoy a gusto.
—Pues váyase a otra parte.
—Tampoco estaré a gusto.
—Pues muérase.
—Es lo peor que puede pasarme.
Y me voy porque Encarna también está nerviosa, aunque ella no quiera reconocerlo. Y está nervioso el cura Aguirre cuando me lo encuentro, de pronto, en la glorieta de Quevedo. El cura Aguirre me dice que hoy llevo muy mal el disfraz de Sixto Cámara.
—Llevas la corbata centrada, y eso no te va. Además, no te veo ninguna mancha en el jersey. No eres el que eras.
—Es que estoy nervioso.
—Otro dato. Sixto Cámara no puede estar nervioso.
—A ver si se va usted a saber el personaje mejor que yo.
—Hoy no pareces Sixto Cámara. Hoy pareces Eduardo Chamorro.
Estaba metomentodo el cura. Así es que le dije que me iba a leer un poco de Walter Benjamin y un poco de Cioran, por partes iguales, y le dejé plantado mientras él seguía contemplando críticamente el comportamiento del ser humano. Yo me metí en la taberna más propicia que encontré. Observé rápidamente que la ensaladilla tenía remolacha, y me apunté. Ya es un milagro que los tasqueros de la ciudad conserven la imaginación suficiente como para meter remolacha en la ensaladilla.
—Menos mal que mete usted remolacha en la ensaladilla.
—¿Es que no le gusta?
—Sí, mucho.
—Es que si no le gusta, con no comerla ya está. Conmigo cumple marchándose.
—Me gusta.
—Mejor para usted.
—Y para usted.
—A mí, olvídeme.
Y se puso a limpiar vasos con velocidad de electrodoméstico. Yo estaba sulfúrico, pero me contuve. Me tomé dos raciones de ensaladilla con remolacha. Aquello me calmó. Desde el estómago subió al cerebro la llamada de la reflexión. «¿Por qué estás nervioso, Sixto?» Y una voz profunda, que venía de los pliegues más sensibles de mi conciencia, me respondía: «Se vive solamente una vez». Paseé las calles dispuesto a aceptar que cada paso era necesario, y hablaba conmigo mismo, en voz alta, para delicia de mis compañeros de andadura, que se sonreían o hacían señas.
—Lo que me enerva es que nada depende de mí. Que me han dejado en una situación tal, que he de esperar a que me den el plato histórico, como los mendigos esperan la sopa boba.
—¿Está usted enfermo, señor? —me ha preguntado un anciano de los de antes de las elecciones municipales de 1973.
—No. Es que me quejo.
—¿De qué se queja usted?
—Del año que se nos viene encima.
SIXTO CÁMARA
Triunfo, «La Capilla Sixtina», 12 de enero de 1974, p. 17
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Empieza el año con la confirmación de una pésima noticia. Salvador Puig Antich y Heinz Chez, condenados a muerte por un tribunal militar en Barcelona, no son indultados pese a las protestas internacionales. Vázquez Montalbán responde con un hermoso alegato contra la pena de muerte en el que ni se cita a los condenados ni falta que hace. En el texto, una racionalidad escéptica y unas gotas de cansancio.
Es un tema que ya no debiera hacer gastar papel a nadie en tiempos de escasez de papel como los presentes, ni gastar ideas en tiempos tan necesitados de ideas nuevas, ni gastar pasión en tiempos donde las pasiones andan tan alicaídas como aquellos calcetines demasiado anchos o demasiado blandos para las estrechas piernas de los escolares anteriores al invento del nylon.
Milenios de conquista de la razón avalan la comprensión racional de lo que es eficaz y lo que no lo es para la mejora de las condiciones de realización individual y colectiva de la especie. Matar es un pecado para el creyente religioso. Matar es una monstruosidad para el materialista que concibe que sólo se vive una vez. Y, desde otra perspectiva, desde la del siempre observador del proceso de los hombres y las cosas, se descubre que ni siquiera matar al que ha matado arregla nada sustancial en lo que ha ocurrido. Hay que repetirlo, aunque suene a reiteración: quitar la vida al que ha matado no devuelve la vida de la víctima.
La razón que guía la Política con mayúscula no siempre coincide con la razón del peatón de la historia. El papel de «lo ejemplar» puede argumentarse cuando se justifica la pena de muerte como un recurso disuasorio, en la línea de «la letra con sangre entra». Nos enfrentamos ante la sorprendente contradicción de señoras y señores que han asumido la monstruosidad de que a los niños se les pegue con una palmeta en la punta de los dedos y, en cambio, no han reflexionado sobre lo inútil de condenar a muerte a un semejante y ajusticiarle como si se tratara del acto final de engranaje de profilaxis histórica.
Desde que existe la sociedad organizada, la pena de muerte ha cumplido uno de los más inútiles papeles que norma humana alguna haya cumplido. La humanidad ha progresado a caballo de las escasas generosidades que ha conseguido, no a caballo del recelo o la mutilación contra sí misma. La pena de muerte sigue ahí como un uso y abuso no replanteado suficientemente, no como una necesidad que nos legó el pasado para que podamos alcanzar el futuro. No necesitamos matar a nadie para saber lo que está bien y lo que está mal, para ser mejores o peores, para luchar más o menos por lo que creemos justo.
Gran parte de los pueblos inteligentes y sin miedo de sí mismos han borrado la pena de muerte de su presente y de su futuro, un sano primer paso para borrarla incluso de su memoria, como se ha borrado la antropofagia en sus formas más cruentas. Ha sido una oportuna medida, como la que toman los diabéticos cuando no incluyen el pan en la cesta de la compra. Lo que hace daño más vale no tenerlo al alcance de la mano, y la posibilidad de matar a otro hace daño, nos hace daño como comunidad civilizada, nos pone en entredicho como punto final de una evolución progresiva de la capacidad de comprender.
Creo que sería interesante que nos planteáramos nacionalmente el tema, incluso más allá de cualquier incidente coyuntural que nos lo suscite. Necesitamos concienciarnos de la inutilidad de una medida que de vez en cuando nos tienta como un factor gratuito de división y distracción. Verdes y amarillos, altos y bajos, gordos y flacos, aperturistas y de los otros, ¿no podemos coincidir siquiera en la necesidad de borrar para siempre la pena de muerte como tentadora herramienta de discusión?
En el siglo XX ni siquiera los que quieren conservar una hegemonía fraudulenta sobre la sociedad necesitan la quijada de burro con la que Caín mató a Abel. La capacidad defensiva del poder se vale de afinadísimos utillajes como para precisar todavía la torpeza operativa del garrote vil.
Si preguntáramos uno por uno a los españoles si están por la pena de muerte, recibiríamos la sabia respuesta mayoritaria de un «no» decidido. Porque nuestras gentes, las gentes a secas, de cualquier punto cardinal, saben que el ajusticiamiento es de alguna manera una mutilación que a todos nos afecta.
Como si no hubiéramos sido capaces de sobrevivir sin asustarnos con la imagen de un semejante asfixiado.
SIXTO CÁMARA
Triunfo, «La Capilla Sixtina», 26 de enero de 1974, p. 25
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Vázquez Montalbán recupera el pseudónimo Luis Dávila para relatar cómo los clubes de fútbol de la liga española —todos, no sólo el Barça— necesitan la figura de Johan Cruyff para llenar los estadios. Analiza la reverencia que el futbolista despierta en todas las aficiones, y no le falta ironía para señalar al jugador holandés como el segundo mejor hombre de negocios del mundo.
A pesar de las promesas tan sabrosas implícitas en el discurso del excelentísimo señor ministro de Información y Turismo, el país sigue pendiente de un solo tema, que no es el del aperturismo. El tema nacional es: Cruyff. Días antes del partido Barcelona-Español se supo que el defensa central españolista De Felipe había recibido anónimos escritos y telefónicos, que, más o menos, decían lo siguiente: «Como lesiones a Cruyff, peligra tu vida y la de tus hijos».
Ni en los tiempos de Kubala, Di Stéfano y Wilkes se había llegado a este extremo. Setenta mil socios del F. C. Barcelona, casi cien mil seguidores barcelonistas de cada domingo, dos millones de partidarios del Barça en Cataluña y resto de España, sienten por Cruyff una veneración protectora que no inspiraban Kubala o Di Stéfano. Cruyff es como un patrimonio colectivo de aspecto frágil que hay que degustar y proteger al mismo tiempo.
Ésta es la relación «público-Cruyff» en el área barcelonista, pero el resto de España tampoco se ha desentendido del joven holandés. Kubala y Di Stéfano admiraban, pero irritaban. Daban una imagen consistente de gatos con experiencia, dispuestos a devolver codo por codo, punterazo por punterazo. Cruyff, en cambio, parece un muchacho recién salido de un conjunto musical, que juega casi con la guitarra a cuestas, que no ha matado una mosca en su vida y con un instinto nato de agente de relaciones públicas de sí mismo.
Al acabar el partido Barcelona-Español, Cruyff y De Felipe se unieron en un deportivo abrazo. Es un detalle, Cruyff ha sembrado aplausos en el campo del Español para actuaciones futuras, o en cualquier caso, su abrazo a De Felipe paralizará en el futuro más de un grito, más de un silbido.
Si el público está de un «cruyffismo» subido, igual puede decirse de los compañeros de equipo. Desde que Cruyff se ha incorporado al equipo del Barça, cada jugador azulgrana se ha embolsado 700.000 pesetas largas en concepto de primas por partido ganado y por mantener el liderato. Son gestos que no se olvidan. Además, desde que Cruyff se ha incorporado al Barcelona, se habla del equipo catalán en el mundo entero y ha subido automáticamente la cotización de los Rexach, Marcial, Gallego, Juan Carlos, Asensi, etc. Un día, Pelé declara: «Cruyff es mi sucesor». Otro día, el director de la Orquesta Sinfónica de Filadelfia comenta, a propósito de un solista: «Es el Cruyff del violoncello». Finalmente, un miembro de la oposición a su Real Majestad la Reina Juliana comenta en un diario holandés: «Necesitaríamos un primer ministro con la capacidad de anticipación de Cruyff».
La veneración por Cruyff alcanza incluso al ama de casa antifutbolera de Cataluña. Ha bastado que el jugador dijera que su próximo hijo se llamará Nuria, si es niña, o Jordi, si es niño, para que las piedras de la plaza de Sant Jaume se pusieran a temblar de emoción romántica. Cruyff no se pierde una: aprende castellano a marchas forzadas, pero tampoco descuida el aprendizaje del catalán. Ya sabe un puñadito de esos definitivos «tacos» catalanes.
Y Cruyff cae bien hasta en Bilbao, donde negaron el pan y la sal a los Kubala y Di Stéfano. Telmo Zarraonaindia fue a la estación de ferrocarril para conocer a Cruyff en un transbordo del desplazamiento del equipo azulgrana a Santander.
—Eres un fenómeno, chaval.
Cruyff no se dejó sorprender, y declaró a los periodistas:
—Zarra es muy simpático. Y ya me he enterado que fue un extraordinario jugador.
Cruyff es muy capaz de felicitar al portero al que él y sus compañeros acaban de golear. Creo que es un milagro de «imagen» que sólo estaría en condiciones de explicar suficientemente un especialista en lenguaje publicitario. Es un ídolo humilde, desarmante, que en un país de señalones se ha hecho perdonar ganancias anuales de 20 a 30 millones de pesetas sumando ingresos futbolísticos, deportivos y periodísticos. En efecto: ingresos periodísticos. Cruyff expresa su filosofía deportiva en un diario de Amsterdam y en el Mundo Deportivo, de Barcelona, con unas minutas que suman los ingresos de todos los periodistas de la Federación de Asociaciones de la Prensa, porque sus artículos son costeados por marcas comerciales.
Si Cruyff es una excepción en la relación con los públicos y con sus compañeros, también lo es en la relación con sus antagonistas. En cuanto comienza el juego, se pone en marcha la «psicosis Cruyff», y el equipo rival no se sacará el complejo de encima durante los noventa minutos. Basta la proximidad de Cruyff para que un defensa ceda precipitadamente córner o despeje a lo loco, como si el balón fuera un instrumento de tortura. Incluso cuando van a «por el hombre» lo hacen envaradamente, y se producen escenas tragicómicas. Por ejemplo: dos defensas del mismo equipo van «a por Cruyff»; el holandés salta como si se tratara de batir el récord mundial de pértiga, los dos defensas se encuentran, se lesionan mutuamente y quedan con el trasero sobre el césped, mirándose perplejos.
Por una parte, hay ganas de lesionar al holandés durante varios domingos, pero, por otra parte, cualquier presidente de club es consciente de que basta la presencia de Cruyff en las filas del Barcelona para que los taquillajes se dupliquen o tripliquen. La prensa deportiva de toda España especula sobre si Cruyff se emplea a fondo o no, incluso se habla de que tiene las piernas aseguradas en 70 millones de pesetas, o que juega a medio gas porque no quiere que le lesionen y así poder jugar al frente del equipo nacional holandés en los próximos Campeonatos del Mundo. Estos comentarios irritan a la prensa especializada de la Ciudad Condal, y sale en defensa del honor de Cruyff como si fuera el honor de Marieta de l’ull viu, la moza que bajaba de la Font del Gat en compañía de un soldado.
Cruyff es un hombre que domina las artes del toreo a media distancia. Por ejemplo, ha declarado que no está de acuerdo con los «provos» (jóvenes anarquizantes holandeses), pero que les comprende. En el mes de diciembre envió una foto dedicada a los detenidos políticos catalanes de la cárcel Modelo simplemente porque alguien le dijo que entre ellos había muchos barcelonistas. Según parece, la foto causó más expectación que el último indulto. No niega que le gusta el dinero, ni hace el menor esfuerzo para disimularlo, pero es un dinero que «... obtengo con mi trabajo, sin beneficiarme del trabajo de los demás».
En fin, este muchacho es un desafío viviente para la capacidad de análisis de los científicos sociales y de los expertos en publicidad y relaciones públicas. Uno de los adjetivos que la gente le dedica es el de «jardinero». Cuando Cruyff comprueba que, como consecuencia de una jugada, los tacos de algunas botas han arrancado un mechón de césped, se agacha, coge el mechón, busca el cráter y vuelve a colocar allí el pegote de hierba. Está en todo.
Según los expertos, una de las claves del juego de Cruyff es su «velocidad de arrancada». «Tiene la velocidad de salida de un sprinter de primera categoría.» Otra de las claves sería su fabuloso instinto de conservación. Huele la patada, venga de donde venga, y entonces da un salto asombroso que sitúa su cintura por encima de la cabeza del agresor. Los fotógrafos buscan esa instantánea en la que un Cruyff «volador» parece caminar sobre las cabezas de dos o tres defensas que han acudido al unísono para atajar su internada.
Un periodista holandés dijo de él: «Como futbolista es el mejor del mundo. Como persona es absolutamente encantador. Como hombre de negocios ocupa el segundo lugar del mundo. Y tiene la suerte de que el primer lugar lo ocupe su manager y suegro».
El propio Michels ha declarado varias veces que Cruyff ha conseguido llegar a donde ha llegado porque se las ha ingeniado para que no le rompan una pierna: «Un buen jugador no sólo ha de demostrarlo jugando, sino también consiguiendo que le dejen jugar».
Es cierto que los mejores futbolistas del mundo actual han tenido una larga trayectoria deportiva porque han unido a su ciencia deportiva su fabuloso instinto de conservación: Eusebio, Pelé, Bobby Charlton han sido jugadores que han sabido perder un balón para no perder una pierna. Cruyff es de esta raza. Pero no es menos cierto que este tipo de jugadores crean a su alrededor como una sustancia protectora, un brillo sin duda alguna aurífero que les preserva de la destrucción. Una revista humorística española comentaba que hay una consigna a nivel de presidentes de club, consigna inculcada a los «secantes» de Cruyff: «No hay que dejarle moverse, pero sin cargárselo, porque ése nos llena el campo durante años».
LUIS DÁVILA
Triunfo, 16 de febrero de 1974, n.º 594, pp. 36-37
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Vázquez Montalbán prepara desde hace tiempo el semanario Por Favor con Jaume Perich, Juan Marsé, Forges y José Ilario en Punch Editores. De hecho, abandona Hermano Lobo a principios de 1973 para preparar un semanario de humor con intención informativa, el que sería uno de sus empeños periodísticos más importantes. Antes del lanzamiento, explica a sus lectores en la revista CAU que una revista de humor supone, además, una enorme oportunidad comercial.
Desde hace tres años se viene diciendo que el boom del humor empieza a remitir, pero no remite. Cuando Carandell consiguió superar los 100.000 ejemplares con sus ediciones de Celtiberia Show y Perich llegó a los 300.000 con su Autopista, se dijo que se había alcanzado un techo de imposible superación. Dos años después estamos ante la supervivencia espléndida en el mercado, no sólo de libros de humor, sino de cinco revistas competitivas y con tiradas excepcionales: Barrabás, El Papus, Hermano Lobo, La Codorniz, Futbolín.
Muy pronto habrá que añadir además alguna revista de humor nueva, en fase de tramitación administrativa. En estos momentos se está gestando una partición de Hermano Lobo y de ella saldrá una nueva publicación que quiso llamarse El Séptimo de Caballería y de momento se llama Por Favor. Esta publicación contará como dibujantes base con los ex lobunos Forges, Perich y Ops.
El boom del humor sigue, pues, ahí. Ya ha dado lugar a batallas profesionales, ideológicas y económicas. Los humoristas reciben propuestas de fichaje (reducción a escala de las que puedan recibir Netzer, Cruyff o Keita). Aportan una mercancía rentable de la que hay gran demanda en el mercado: el humor. Y ahí es cuando hay que empezar a hacer una serie de preguntas. ¿Estamos ante una necesidad cultural artificial, espontánea, fundamental? Creo se trata de una necesidad —síntoma de una coyuntura determinada de la vida española— en la que se generaliza la aspiración de liberación, se siente como necesidad y demanda una satisfacción. Como esa satisfacción no puede ser plena y profunda por el correlato político, el público se vuelca sobre los mensajes que por su peculiar formalización pueden colarse por los filtros de lo permisible. Ésos son los mensajes que elaboran los humoristas. Al relativizar el motivo de su reflexión, relativizan la propia reflexión y aminoran su choque contra el cuerpo general de verdades establecidas. Puede pensarse, y muchos lo sostienen, que el humor crítico es implanteable, porque el humor ya es en sí mismo desarme e integración de lo que se combate.
Desde esta perspectiva, lo único no integrable es el sueño eterno, y aun. Lo que nadie puede discutir es que la escritura o la imagen de humor ha conseguido concienciar a buena parte del pueblo español, en menor medida, desde luego, que lo hubiera podido hacer un lenguaje ampliamente libre, didáctico, doctrinal, etc., etc.; pero, sin lugar a dudas, en alguna y buena medida.
Un síntoma muy interesante es que no haya aparecido ninguna revista de humor «neutro». Ni siquiera lo son las deportivas. Tanto Barrabás como Futbolín basan su éxito en una agresividad ultimista contra el establishment deportivo y han conseguido que las publicaciones deportivas especializadas se hayan replanteado su lenguaje y su actitud crítica ante el poder deportivo. Hasta tal punto Barrabás ha forzado esa situación que los periódicos normales y corrientes han empezado a adoptar un lenguaje más combativo contra directivos, entrenadores y jugadores, con la consecuencia de que muchos clubes se hayan cerrado informativamente a cal y canto ante la prensa deportiva en particular.
En cuanto al campo del humor político, la aparición de Hermano Lobo obligó a La Codorniz a forzar su actitud crítica hasta topar seriamente con las autoridades y ha condicionado cualquier intento posterior de editar alguna nueva publicación. A partir de Hermano Lobo es imposible plantearse la posibilidad de una prensa de humor que no incida en las mismas constantes críticas de la realidad española. Avala esta afirmación el carácter de una revista como Papus, que pretende llegar a un público más amplio que Hermano Lobo y que, si bien adopta un continente equidistante entre Hara Kiri y Barrabás, en sus presupuestos no se separa del espíritu crítico de los lobunos.
Si tenemos en cuenta que Hermano Lobo tira más de 140.000 ejemplares, Papus alrededor de los 160.000 y Barrabás ya está por los 180.000, comprobaremos que el boom persiste. Si consideramos el dato de que una de esas publicaciones ganó en un año más de veinte millones de pesetas, se comprenderá el por qué hay tantos sectores del «capital cultural» interesados en promocionar este tipo de publicaciones. Vemos así cómo una necesidad cultural extensamente demostrada por las masas traduce un apetito espontáneo de verdad, corregido por la lente deformadora que impide la transmisión de la verdad en sus justos límites.
Si observamos la más reciente literatura española, veremos que de alguna manera traduce una expectativa similar. Los escritores, ante la impotencia de trasladar la realidad tal cual, optan por deformarla con el ropaje de lo grotesco. Tanto en la cultura literaria con mayúscula como en la cultura con minúscula, el lenguaje de la impotencia se ha convertido en una nueva forma de autenticidad comunicativa que se traduce en las elipsis humorísticas o en el nihilismo de la tendencia esperpéntica.
Es, pues, un fenómeno coyuntural que de momento tiene ya cuatro años de duración y que concierta con el impasse histórico-político sufrido por el país como consecuencia de la crisis derivada de la primera Ley de Excepción y de todo lo ocurrido y no ocurrido en torno al proceso de Burgos. Una grave crisis dentro de un proceso, ya de por sí lento, de normalización de la convivencia, repercute en la crisis de la normalización, de la comunicación y de la cultura.
CAU, marzo-abril de 1974, p. 62
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Por Favor se presenta en sociedad precisamente unas horas antes de que se aplique a Salvador Puig Antich y Heinz Chez el garrote vil en la prisión Modelo de Barcelona. El rumor contamina la fiesta que se celebra en el restaurante La Oca, y Vázquez Montalbán redacta para Triunfo una crónica del inútil trabajo del periodista. No le queda humor ni para dejar hablar a Sixto.
Hay días que malamanecen, y semanas, y años. El oficio de escritor es una penosa ejecutoria en la que las palabras se ponen una detrás de otra, como el albañil pone ladrillos, y a veces la práctica se rompe y uno trata de reflexionar, de saber exactamente qué hace, por qué lo hace, para qué lo hace. Creo saber los límites de mi funcionalidad. Los escritores «progres» en este país estamos condenados a hacer compañía ideológica, como esos compañeros amables de farra que nos ayudan a combatir la nocturnidad y la soledad. Pero hay días, semanas, años, en que a uno le molesta la compañía, y sobre todo si es la de un personaje tan relativizador, desenfadado, como este Sixto Cámara de marras, cultivador de la pirueta y el regateo. Hasta a mí me resulta hoy inaguantable ese personaje, y le condenaría al silencio si no tuviera que llenarse una columna de esta revista y si tal vez no hubiera ese puñado de lectores que se apuntan al consuelo por correspondencia.
—Menos mal; Sixto Cámara está tan cabreado como nosotros.
Tengo un poster casero en la pared de mi habitación. Sobre un papel de barba escribí hace ya algunos años la frase de Dürrenmatt: «¡Qué tiempos éstos, en los que hemos de luchar por lo que es evidente!». Sé que he repetido muchas veces esta frase, y si lo he hecho, y lo hago, y lo haré, es porque nunca puedo evitar la sorpresa ante el espectáculo de que lo evidente no es admitido en el templo de la verdad establecida.
No puedo evitar la sorpresa ante el hecho de que las arbitrariedades no detienen el curso del mundo o de la historia.
No puedo evitar la sorpresa ante el hecho de que las acciones inútiles sean, implícita o explícitamente, declaradas de Utilidad Pública e incluso defendidas como si fuera una cuestión de nuestra Supervivencia.
Que nadie sustituya las cuestiones de mi supervivencia. Yo, para sobrevivir, no necesito lo que se me ha dado y lo que se me quiere dar. Yo sólo necesito un poco de trabajo, la libertad de ver, oír y contar, unas gambas a la plancha y que Encarna siga viviendo en esta escalera. No necesito declaraciones trascendentes, concentraciones trascendentales, decisiones trascendentales, inminencias trascendentales. Necesito el día de cada día con la conciencia de que lo vivo yo en el seno de una comunidad dueña de su día de cada día.
Pero hay días en que malamanece, y semanas, y años. Uno trata entonces de reflexionar, de saber exactamente qué hace, por qué lo hace, para qué lo hace. Creo saber los límites de mi funcionalidad. Los escritores «progres» en este país estamos condenados a hacer compañía ideológica, como esos compañeros amables de farra que nos ayudan a combatir la nocturnidad y la soledad. Inevitablemente he vuelvo a cumplir mi función, a pesar de que al repasar en los diarios una semana de España, he tenido que retirar los ojos, nublados por el descorazonamiento, y he decidido que hoy no escribiría la «Capilla Sixtina», que no merecía una oportunidad ese personaje tan imbécil que ha elegido el oficio de escribir para tratar de cambiar algo. Ese personaje al que hemos convenido en llamar Sixto Cámara.
SIXTO CÁMARA
Triunfo, «La Capilla Sixtina», 16 de marzo de 1974, p. 19
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En el diario Tele/eXpres prosigue durante 1974 con «Del alfiler al elefante», una serie de comentarios sobre política internacional. Por ejemplo, denuncia el auténtico papel de la OTAN: evitar que la izquierda llegue a gobernar en alguna de las democracias europeas.
Recuerda el corresponsal de la EFE que De Gaulle temía que la entrada de la Gran Bretaña en el Mercado Común fuera algo así como la entrada del caballo griego en Troya. Para los que ya no pertenecen a las promociones del bachillerato memorístico y de cara a prestarles un apunte valioso para las próximas batallas de la selectividad, informaré de que, según la leyenda homérica, Ulises urdió un plan para que los ejércitos griegos entraran en la sitiada ciudad de Troya. Construyó un gran caballo con la tripa vacía: lo dejó abandonado a las puertas de la ciudad y sus defensores creyeron que los griegos se retiraban y dejaban el caballo como ofrenda. Metieron pues el caballo en la ciudad y, de noche, de la tripa vacía empezaron a descolgarse guerreros griegos que abrieron las puertas de Troya a sus compañeros... y allí fue Troya.
Según De Gaulle, Gran Bretaña sería un caballo norteamericano infiltrado en una Europa con vocación unitaria. Su función sería abrir las puertas de la ciudad sitiada para que penetren los intereses políticos, económicos y militares de Estados Unidos. La fábula es bonita, pero como todas las fábulas gaullistas es excesivamente literaria. Fuera más justo decir que la Europa comunitaria empezó a construirse con el caballo de Troya ya dentro y que el problema, más que radicar en evitar que se meta, es descubrir el sistema para que se vaya. ¿Para que se vaya o simplemente para que se quede sin extralimitarse en sus funciones? Ese caballo norteamericano que cabriolea en bases militares y en inversiones industriales es la garantía de un orden europeo determinado, un orden que en última instancia responde a una concepción del poder político-económico y de las relaciones sociales. Ese caballo norteamericano no sólo vigila la frontera con el Este socialista. Progresivamente va adecuando su función a la vigilancia interior. La amenaza de una invasión comunista está contenida a punta de proyectil intercontinental dirigido. La amenaza que preocupa realmente es el «desorden» interior europeo, la posibilidad de un asalto a los poderes y equilibrios nacionales de acuerdo con el sistema hasta ahora imperante.
La Alianza Atlántica no sólo tiene planes para rechazar la invasión soviética; también tiene planes de emergencia para el caso en que los distintos partidos comunistas nacionales llegaran al poder solos o coaligados, por las vías del más ortodoxo electoralismo. O para el caso de una ruptura de las centrales sindicales con los pactos de reivindicación social y económica establecidos. En este sentido, el caballo norteamericano está ahí para sacar las castañas del fuego a las castañeras, y tan castañera es el tándem Pompidou-Rothschild como el tándem Rumor-Agnelli o el tándem Brandt-Krupp. ¿Por qué forcejean entonces con sus propios salvadores? ¿Por qué le hacen ascos a ese caballo que les patrulla por las fronteras exteriores e interiores?
Todos tienen razones distintas y razones unitarias. Fundamentalmente quieren corregir el estatuto de dependencia entre Europa y Estados Unidos, prácticamente inalterado desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Los unos quieren robustecer las posiciones de los intereses oligárquicos nacionales, los otros quieren legitimar los lentos avances de un nuevo equilibrio social progresivamente menos desequilibrado. De Jobert a Brandt éstas son las posiciones de los distintos caudillos troyanos. ¿Y Mr. Wilson? ¿Es realmente ese caballito de mar infiltrado por los norteamericanos o es el capitán de un barco fantasma teledirigido desde Washington para patrullar las costas de unas colonias que sólo pretenden serlo de otra manera?
Tele/eXpres, «Del alfiler al elefante», 2 de abril de 1974, p. 12
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Finalmente aparece Por Favor. Obtiene un éxito inmediato, arrollador, que conjuga la información sobre la actualidad de la semana con el humor. Vázquez Montalbán firma unos comentarios breves bajo el título más rimbombante que encuentra: «Relación de hechos novedosos ocurridos en el Far West». Los textos se publican junto a dibujos alusivos de Perich, una fórmula de éxito que durará durante toda la vida de la revista.
Nosotros que reprimimos con ejemplar entereza la cotidiana tentación de sentarnos las secretarias sobre las rodillas, nosotros que con una mano sobre los ojos y la otra sobre el corazón rechazamos sin prisas pero sin pausas la tentación de invitarlas a pasar un fin de semana en un motel de carretera, tenemos que encajar como un duro golpe moral el que Henry Kissinger se haya tenido que casar con su secretaria y mucho nos tememos que de penalty (urge declaración taxativa a este respecto de la embajada de Estados Unidos en Madrid. La exigimos en aras del buen nombre de nuestras relaciones bilaterales). Ya cuando Kissinger viajó a Bonn y Moscú con sus hijos presentimos que se estaba gastando una jugarreta publicitaria, pero pensamos que se trataba de propaganda de Tulipán (los hijos de Kissinger comentan: «Con Tulipán mi papá ha mejorado», y Breznev apostilla relamiéndose: «Es cierto, sabe mejor»). Pero era un lanzamiento de producto Kissinger pater familias. Eso no se hace.
Por Favor, 8 de abril de 1974, p. 16
EL SENTIMIENTO TRÁGICO DE LA VIDA
Ha producido general satisfacción la noticia de que el salario mínimo se fijará en 225 pesetas diarias. Uno de los españoles minimizados ha declarado: «Nos ha parecido una medida genial. Con este salario tan mínimo no corremos el riesgo de dejarnos llevar por la materialista sociedad de consumo y seguiremos alimentándonos de metafísica. ¡Viva el Cid Campeador!». En idénticos términos se han manifestado diversos minimizados en los más variados lugares, en las más dispares circunstancias. Un minimizado de Málaga ha enloquecido al asegurar que todos los ovnis que ha visto este fin de semana parecían pesetas rubias con motores de propulsión a chorro. El Financial Times probablemente ha publicado un artículo sobre la cuestión, en el que ha elogiado la fijación de tan mínimo salario: «En Ciudad Rodríguez se preocupan porque la población del país no pierde de vista el sentimiento trágico de la vida». Como ha dicho un gran pensador español contemporáneo: «¡Bendito sea el dolor! Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!».
Por Favor, 8 de abril de 1974, p. 17
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Otras secciones de Por Favor tienen una intención especialmente provocadora. En la llamada «Polvo de estrellas», que escribe a cuatro manos con Juan Marsé, junta a parejas conocidas en situaciones sexuales más o menos explícitas. Cada miembro explica cómo vivió el encuentro.
ARTHUR MILLER Y MARILYN MONROE
Siempre he afirmado que los intelectuales seducimos a las mujeres gracias a la lengua. Y nunca he puesto ni un asomo de procacidad en lo que he dicho. Es el nuestro un sexy cerebral, basado en el misterio con el que sabemos envolver el origen de lo que hacemos o de lo que decimos. Yo apreciaba en Marilyn su lúcida bestialidad. Se miraba el cuerpo como quien se mira una fruta sorprendente que la naturaleza ha puesto ahí, para los demás. Y se divertía como una loca asumiendo el papel de «chica bombón» y diciéndome que pronto sobre mi cabeza no habría nada que despeinar. Tenía entregas tímidas, éxtasis tímidos, aparentemente fríos, porque se contenía, como si sus entregas silenciosas fueran una prueba de autenticidad que compensara el show cotidiano de «chica bombón» ante las cámaras de cine o ante los fotógrafos.
Los intelectuales pronto nos cansamos de los cuerpos ajenos. En cuanto les hemos sacado todo el jugo sentimental e inteligente, quedan obstruyendo un paisaje imaginario, como si fueran cosas, obscenamente empeñadas en sobrevivir a la muerte de nuestra dedicación. Y sin embargo, recuerdo con afecto difícil de sustituir aquel día en que Marilyn me despidió cuando yo iba a declarar ante el Tribunal de Actividades Antiamericanas. Se desnudó y quedó ante mí como una bestia joven de humedecidas junturas, sorprendentemente capaz de decirme:
—Aunque te condenen, no te desesperes. Te espero yo. Desnuda. En la cama. Algo que nunca conseguirá el senador McCarthy.
Dicen que no estuve mal ante el tribunal. Yo miraba aquellos rostros situados a medio camino entre la imbecilidad y la perversidad. Veía cómo les goteaba de los labios la baba verde del resentimiento y el miedo.
—¿Es Ud. comunista?
No me acuerdo de lo que contesté. Estuve a punto de decirles que era partidario del sentido común. Pero estaba inquieto y esperanzado. Quería que terminara cuanto antes aquella grotesca farsa. Me esperaba una patria más auténtica. Un cuerpo. Una voluntad de sobrevivir junto a mí, por mí, para mí.
Conocí a Arthur en una época en que me sentía muy sola. Fueron durante mucho tiempo relaciones secretas. El genio tenía ciertos reparos a que le vieran conmigo. Los genios siempre me aterraron, pero con Arthur fue distinto: descubrí muy pronto que no era un genio. Simplemente tenía talento. El verdadero genio era Robert Kennedy, que fue quien me lo presentó. En un yate de ensueño. Bajo un cielo de ensueño. Con una música de ensueño. Pero vamos al grano.
El grano, para qué vamos a andarnos con preámbulos, soy yo. Desde el primer día pensé: me gustaría sentirme abrazada, protegida, por este hombre alto con gafas. Este judío pensativo y lento. Muchos años antes de que la prensa y el mundo entero supieran que nos queríamos, muchos años antes de que todos convirtieran nuestro idilio secreto en aquella tontería de «flirt entre la Bella y la Bestia» (definición atribuida a la prensa portuguesa, siempre exagerada), yo solía frecuentar el apartamento de Arthur. Allí, en el alto lecho de la intelectualidad (lecho que al cabo me resultaría tan decepcionante como los demás), mis desnudos brazos cobijaban y arrullaban la portentosa testa de Arthur; allí leía yo a Marcel Proust en la bañera, sumergida entre montañas de espuma, mientras el genio espiaba mis reacciones de corista a través de la cerradura; allí, en aquel apartamento, aprendí demasiado tarde lo que todo el mundo ya sabía: que una mujer fatal no tiene obligación ninguna de comprender a los genios. A la mujer fatal debe bastarle con ser fatal.
Yo nunca conseguí ser fatal. Hice todo lo que pude, eso sí. Concretamente, ese día que Arthur tenía problemas con el Comité de Investigación de Actividades Antiamericanas, y que le habían citado para una declaración jurada, le vi tan deprimido y asustado que no sabía cómo levantarle el ánimo. Estaba derrumbado en una butaca, esperando la hora de presentarse a declarar. Yo había hecho ya lo imposible por distraerle: le había leído unos versículos de la Biblia, me había disfrazado de Salomé con los siete velos, improvisando una parodia de Charlot, etcétera. Pero nada. Entonces se me ocurrió, justo cuando le vi levantarse y coger el sombrero para irse. Me desnudé velozmente, de aquella manera mía, como una sirvienta convulsa, corrí hacia él, le alcancé en la puerta y le eché los brazos al cuello con un beso y mi mejor sonrisa:
—Vete tranquilo, amor mío. Si te condenan, piensa en mí tal como ahora me ves, que no es precisamente tal como vine al mundo. Piensa que aquí te espero con los brazos abiertos.
Bueno. Pues me consta que le animó muchísimo aquella imagen que le grabé en la mente: la declaración de Arthur ante el Comité Caza Brujas fue de una dignidad y de una firmeza política admirables.
Que no se diga que nunca hice nada por la cultura. Ahí queda eso.
Por Favor, «Polvo de estrellas», 1 de abril de 1974,
n.º 3, pp. 30-31
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El F. C. Barcelona gana la liga y en Tele/eXpres le piden que hable del éxito futbolístico «sin entrar en el terreno deportivo». Continúa de esta forma uno de los rasgos centrales del trabajo del periodista, explicar las caras ocultas tras el deporte y airear alguna de sus pasiones.
Inevitablemente éste será un año de récords para Cataluña: el área metropolitana barcelonesa concentra la mayor densidad industrial y demográfica de Europa, nos corresponden más kilómetros de peaje per cápita que a ningún otro colega en hispanidad, don Eduardo Tarragona ha batido el récord de ruegos y preguntas con un mamotreto de kilo y medio, próximamente Barcelona será la meca de las juventudes neofascistas europeas, paradójicamente éste es el rincón de España con más demócrata por miriámetro cuadrado, estamos a la cabeza del consumo de endivias y cante hondo. Barcelona es uno de los pocos lugares de España donde las endivias pueden tomarse con salsa de queso roquefort y donde el cante hondo se esparce con el cinturón industrial con los acentos sociales de Manuel Gerena... «Gerena, qué bien suena tu nombre con la pena», ha escrito Rafael Alberti.
Cuando me han pedido que escribiera hoy sobre la victoria del Barça en la Liga española sin entrar en el terreno de lo estrictamente deportivo, he soltado la espita del automatismo y me ha salido un primer párrafo aparentemente desconectado del cuatro a dos de ayer en el campo de El Molinón. Pero creo que está claro que para mí el Barça y todas sus significaciones de alguna manera están implícitas en mis enunciados anteriores. En las gradas del Barça está la Cataluña industrial, la tarragoniana, el barcelonés de ferias y congresos, los penenes (profesores no numerarios) y penenas (profesoras no numerarias), los gourmets de endivias, los gourmets de «cante hondo», Rafael Alberti incluso, a pesar de su exilada distancia, con su poema sobre Platko, gigantesco portero legendario.
Para un servidor el Barça es ante todo un medio de comunicación. Desde siempre he sabido que el público se ha apropiado de una significación extradeportiva y la ha ejercido con esa inmunidad democrática que consiguen las gentes cuando se las cuenta de cincuenta en cincuenta mil personas. Cuidado con la palabra «extradeportiva». Cuidado con la palabra «extra». Ponen los pelos de punta sobre todo cuando se refieren a cosas de por aquí. Pero creo, firmemente creo, que la significación extradeportiva del Barça está cargada de inocencia congénita. Los pueblos necesitan señas de identidad, sobre todo aquellos pueblos que han vivido en permanente riesgo de perderlas, y el Barça es ante todo una seña de identidad. Recuerdo muy bien que en cuanto me nacieron con la posguerra civil recién estrenada, ser o no ser del Barça era una seña de identidad. Lo siento mucho por los que creen con beatería en el carácter meramente alienante del deporte como espectáculo para hipnotizar a las masas.
Yo no dudo que el Barça en algún momento haya sido programado para eso. Pero las gentes han demostrado un magnífico sentido de la orientación y, consciente o inconscientemente, han sabido encontrar en la fidelidad al Barça la fidelidad a sus raíces y al futuro de su identidad personal y colectiva.
Durante trece años, miles de habitantes de Cataluña han esperado una victoria como la de ayer, sin dejar de apoyar a un club que fracasaba año tras año. Ya sólo esta obsesiva historia pone en entredicho el carácter meramente depredador de la participación deportiva de las masas, aunque también sería absurdo generalizar sobre todo lo contrario. El Barça y su público son un caso excepcional, en un país excepcional que ha vivido una historia excepcional.
Es decir: el Barça is different.
Tele/eXpres, 8 de abril de 1974, p. 4
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En Por Favor continúa el éxito. Otra de las secciones que se harán famosas es una doble página de tono satírico y sin título que recupera la tendencia surrealista que ya exhibió en Tele/eXpres años atrás. Ficción absurda para explicar la realidad. La dedica en este caso a un político oscuro, a la más querida de sus obsesiones: el secretario de Estado norteamericano.
LOS AMORES SECRETOS DE HENRY KISSINGER
La noticia de la boda de Kissinger causó un ataque de epilepsia al presidente Nixon. El presidente estaba en su salón de juegos de la Casa Blanca, a bordo de un superbombardero de juguete con el que finge bombardear con napalm el Bois de Boulogne los lunes, miércoles y viernes, y las plantaciones de azúcar de Cuba los martes, jueves y sábados. Entró Pat en la estancia. En el rostro huellas de recientes lágrimas. Nixon la ametralló a manera de supuesto táctico.
—Deja de jugar como un chiquillo. Agárrate bien al volante, Ricardo. ¿Sabes quién se ha casado?
—López Rodó.
—No.
—Soraya.
—Tampoco.
—Joan Manuel Serrat.
—Frío.
—No caigo.
—Tu amiguito Henry Kissinger.
Nixon se puso verde, lila, negro. Pat saltó a la carlinga y le metió en la boca el expediente Watergate, para que no se mordiera la lengua cuando llegara la epilepsia.
Mientras esta escena ocurría en la Casa Blanca, el nuevo matrimonio Kissinger llegaba a Acapulco. El primer problema que se les planteó fue el de la cama. Era demasiado corta para Nancy, que tiene estatura de Harlem Globetrotters. Otro problema era que la empresa encargada de montar la luna de miel había calculado mal la longitud de la cara de la señora Kissinger y había dejado un minúsculo tarrito de crema desengrasante con el que no tenía ni para un cuarto de cara. A Kissinger no se le ocurrió otra solución que acabar de untarle el rostro con un rodillo de pintar paredes empapado en crema Pond’s, belleza en siete días. Estalló la primera crisis. En cuanto llegaron al insulto a los respectivos padres, Nancy lanzó un gancho de izquierda contra el mentón del secretario de Estado y le dejó fuera de combate.
Las malas lenguas de Washington ya habían dicho anteriormente que Kissinger atrae la agresividad femenina. Jill St. John le pegó media docena de bolsazos en público y Mae West le clavó una boquilla en el esternón.
Tampoco acabó muy bien el encuentro sentimental de Kissinger con Golda Meir. La primer ministro israelí está chapada a la antigua y le pegó a Kissinger con un paraguas cuando el secretario de Estado acudió a un fin de semana con una pastilla de mantequilla de la misma marca de la que aparece en El último tango en París. También se dice que Kissinger fue arañado por Marlene Dietrich cuando el ilustre político intentó propasarse en el water closed de un avión de la TWA.
—Débil es la carne —comentó Kissinger a su íntimo amigo Alfredo Landa—. Prefiero los amores políticos que nunca engañan.
Dramática es la existencia de un hombre rodeado de un cerco de curiosidad y agresividad. A veces circulan rumores espantosos sobre él. Por ejemplo, cuando aparecieron las primeras fotos de la actual señora Kissinger; se dijo que era el vivo retrato del rey Feyçal de Arabia. Se interpretaba mal el evidente flirteo que siempre ha existido entre Estados Unidos y Arabia Saudita.
—Una cosa es el amor político y otra el amor físico —declaró Kissinger—. El rey Feyçal y yo sólo somos amigos, políticamente hablando.
Durante los días de estancia en Acapulco, el matrimonio Kissinger ha sabido disimular sus disensiones y ha aparecido muy correcto en las invitaciones y recepciones. Por ejemplo, en el transcurso de la invitación personal del presidente Echevarría, Nancy intervino muy gentilmente en la conversación que su marido sostenía con el presidente a propósito de la matanza de izquierdistas en la plaza de las Tres Culturas. El presidente trataba de demostrar que había conseguido el récord de treinta y tres muertos por metro cuadrado.
—Imposible, con todos los respetos, pero imposible. No hay espacio material para conseguir ese récord.
—Utilizamos unas ametralladoras especiales que no sólo segaban cuerpos humanos, sino que además los amontonaban.
Kissinger acabó por aceptar el hecho y Nancy tuvo un comentario delicioso.
—Mi marido es muy cabezón. Pero a cabezona yo le gano.
Observadores imparciales aseguran que la cabeza de la señora Kissinger mide ochenta centímetros de largo por quince de ancho y veintitrés de profundidad. El doctor español Rodríguez Delgado, especialista en control del comportamiento a partir del control electrónico del cerebro, está estudiando la posibilidad de que Kissinger le preste a su esposa para probar un nuevo modelo de aparato de telecontrol: hasta ahora no cabía en ninguna de las cabezas humanas conocidas. Se trata de una caja de aluminio del tamaño de un submarino de bolsillo.
—Si consigo la prestación científica de la cabeza de la señora Kissinger —probablemente ha declarado el doctor Rodríguez Delgado— conseguiré telecontrolar a distancia las enmiendas a la totalidad de las Cortes españolas.
El doctor Rodríguez Delgado tendrá que esperar a que se vuelvan a fijar los contratos a alto nivel entre el Departamento de Estado y el Ministerio Español de Asuntos Exteriores. Sólo entonces se sabrá si entre las peticiones españolas figura la de conseguir a la señora Kissinger como conejillo de Indias; y de paso, cuánto está dispuesto a ceder Henry Kissinger por este inmenso favor.
MANOLO I DE ESPAÑA Y NADA DE ALEMANIA
Por Favor, 22 de abril de 1974, pp. 8-9
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Precisamente a este tipo de humor le dedica Vázquez Montalbán un largo artículo en Triunfo sobre los hermanos Marx, un ejemplo perfecto de inteligencia, lucidez y éxito popular. Toda una declaración de principios.
GROUCHO MARX O EL OTRO MARXISMO
«Ahora, de los cuatro hermanos, que luego fueron tres, sólo queda uno, Harpo. Los demás no cuentan. La verborrea caprichosa de Groucho es teatro, la presencia de Chico sólo representa una plaisanterie musical. En cambio, Harpo existe. Existe como una maravilla más del sobrerrealismo; con su mágica posibilidad de evadirse de la lógica...» Así opinaba Ángel Zúñiga en 1948, en su por tantas cosas insustituible Historia del cine, editada por Destino. Durante muchos años, Harpo se llevó todos los elogios. Su madurez le convertía en un animal eminentemente cinematográfico. Groucho hablaba, hablaba mucho, demasiado. En cambio, ahora cualquier revival de los hermanos Marx consagra a Groucho como el factótum. La gente espera la agresión de su verborrea, su gratuita impertinencia de farsante. Ha sido necesario que la crisis de la conciencia burguesa llegara a sus últimas consecuencias y los personajes de Beckett asumieran la crisis radical del gesto y la palabra para que la aportación cultural de Groucho Marx quedara al descubierto con todos sus atributos y todas las significaciones que sólo podían encontrarse en una época en que se trató de escribir sobre los muros prohibidos el lema «Prohibido prohibir».
El homenaje a Groucho, la concesión de un Oscar a título artísticamente póstumo, nos sitúa ante una de las primeras pruebas de la irrupción de lo subcultural en el territorio de la cultura. Los hermanos Marx aprendieron a hacer reír porque aprendieron a desconcertar, y no precisamente a intelectuales o letraheridos en general. Cuando llegaron al cine ya habían pateado durante años buena parte de los escenarios de América interpretando espectáculos arrevistados, compitiendo con cómicos de chiste verde y retruécano. Si los hermanos Marx o Buster Keaton maravillaron a la intelectualidad vanguardista de entreguerras (desde un Breton a un García Lorca), se debió, por una parte, a la genialidad de su lenguaje, dotado de la virtud de proponer distintos niveles de recepción, virtud que han alcanzado contadísimos creadores y que Pavese valoraba sobre cualquier otra en el teatro del mismísimo Shakespeare.
El público de entreguerras apreciaba la parodia de las situaciones, los gestos, los valores sociales y personales que introducían los hermanos Marx. Los intelectuales de entreguerras valoraban la feroz crítica de la «comunicación» que estaba implícita en los gestos y palabras de los Marx. Y el gran mago oficiante de esa crítica era Groucho. Él era el gran urdidor intelectual de los gags, el que cargaba con la responsabilidad más dura: demostrar que hablando, la gente no se entiende.
La curiosidad hacia las intenciones y objetivos de Groucho Marx es universal. España no ha permanecido al margen de esta dedicación, y en poco tiempo han aparecido ediciones de escritos de Groucho. Primero fue la «grouchiana» biografía Groucho y yo, editada por Tusquets Editores. Recientemente ha aparecido Memorias de un amante sarnoso, novela de Groucho editada por Los Libros de la Frontera. Son dos obras excepcionales, en las que el talento del autor aparece ligeramente desteñido de corrosión, porque el lenguaje escrito no aparece acompañado de la ferocidad de la presencia física de Groucho, aquella presencia física que era en sí misma una parodia de la respetabilidad: mostacho, chaqué, puro, pajarita, buenas palabras, como lucían los ladrones de historia y dinero de entreguerras.
Cabe alinear hoy el esfuerzo de este «otro marxismo» al lado de los esfuerzos de Freud o Marx para revisar establecidos criterios sobre la conducta humana o sobre el comportamiento social. Alinear no quiere decir poner a la misma altura, pero, indudablemente, los hermanos Marx en general, y Groucho en particular, como su máximo representante intelectual, supieron expresar desconfianza y hasta repugnancia por las reglas de la comunicación personal y colectiva. Ese rechace va desde la palabra «coloquial» hasta los grandes signos al servicio de la simbología del poder y el orden, desde un diálogo de la estación entre Groucho y Chico en Los hermanos Marx en el Oeste hasta la parodiada simbología del poder de Sopa de ganso, pasando por ese monumento a la destrucción del lenguaje comercial que es el gag del contrato de Una noche en la ópera.
Lo corrosivo de este «marxismo» es su radicalidad. Cuando se satiriza una universidad norteamericana, somos conscientes de que la crítica va contra la institución, no contra aquella entidad concreta. E igual ocurre con todos los objetivos institucionales de la implacable agresión de Groucho. Y esa radicalidad llega incluso al fundamento mismo de la convención de los valores establecidos. La respetabilidad aparece continuamente dinamitada e incluso la inocencia supuesta en un mudo subnormal, que va por el mundo con unas tijeras con las que corta todo lo que puede, o que se quita la imagen de pureza en cuanto ve un par de piernas femeninas que perseguir.
El terrorismo de Groucho guarda grandes paralelismos con el de Iván Karamazov, porque ambos son hijos de una misma conciencia de hundimiento de las convenciones. La ventaja de Groucho era y es que carecía del complejo de culpa de Dostoievski. Chico es el intermediario tramposo, reflejo de una época que ha convertido este papel en un pilar fundamental de una civilización en que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Harpo es la marginación agresiva recubierta por los rizos de oro que todas las beneficencias de este mundo han puesto sobre las cabecitas de los niños-perros perdidos sin collar.
En el prólogo a Groucho y yo, escribe Groucho: «Esta obra se inició como una autobiografía, pero muy pronto comprendí que no sería nada de eso. Es casi imposible escribir una autobiografía sincera. Tal vez Proust, Gide y unos pocos otros lo hayan conseguido, pero la mayor parte de las autobiografías tienen buen cuidado de ocultar el autor al público. En casi todos los casos, lo que el público acaba por comprar es un discreto volumen con los hechos astutamente disimulados, lleno de divagaciones y de ambigüedades... Si se escribiese la verdad acerca de la mayor parte de hombres públicos, no habría cárceles suficientes para albergarlos. La mentira se ha convertido en una de las más importantes industrias de Norteamérica».
Groucho, el eterno Groucho, ha hecho ahora la pirueta de declarar: «Cuando me den el Oscar cambiaré mi frase más definitiva: “La mentira se ha convertido en una de las más importantes industrias de Norteamérica”». Esta afirmación da la clave de la actitud del personaje. En su escepticismo se incluye a sí mismo. Cuando en su autobiografía deforma las imágenes de los que le rodean, sin respetar ni a su padre, en el sentido más estricto de esta ibérica expresión, miente en un 90 por ciento de lo que dice, pero el 10 por ciento restante es la verdad, toda la verdad. Lo grotesco no es el hombre, sino todas las convenciones de que se ha recubierto para ocultarse a sí mismo. Ésta sería la clave seria de la filosofía de Groucho.
Rizando el rizo, podría decirse que Groucho ha conseguido lanzar comunicados sobre la incomunicación, en los que el continente estaba trabado lógicamente con el contenido. A medida que se descubre el evidente humanismo de su obra, se comprende que el público y la crítica sean cada vez más solidarios con el mensaje grouchiano y que el personaje y su «marxismo» sean una de las claves culturales más importantes del siglo. Se comprende que Groucho se haya convertido en un inmortal en plena vida, en una de esas claves insustituibles. De alguna manera, él mismo lo refleja al final de su farsante autobiografía:
«Estaba paseando por State Street, de Chicago, cuando una pareja de mediana edad se acercó y empezó a dar vueltas a mi alrededor. Pasaron ante mí dos o tres veces, examinándome como si yo fuera un ser ultraterreno. Finalmente, la señora, vacilante, se acercó y me preguntó:
»—¿Es usted, verdad? ¿Es usted Groucho?
»Asentí con la cabeza.
»Entonces, ella me tocó tímidamente en el brazo y dijo:
»—Por favor, no se muera. Siga viviendo siempre».
Y no importa si Groucho se lo ha inventado.
Triunfo, 13 de abril de 1974, pp. 44-45
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Aparecen los primeros problemas en Por Favor. La oficina del Ministerio de Información y Turismo en Barcelona señala sus textos cada vez con más interés, y este artículo de «Polvo de estrellas» lleva a Vázquez Montalbán y a Juan Marsé frente al juez.
Me lamí las feroces fauces y de un salto me planté delante de Caperucita. El bosque estaba silencioso y dormido, ideal para ligar. La niña estaba muy buena ese día: medias negras de red, ligas rojas, sostén calado y minifalda. No cogía flores, sino berenjenas. Buena señal, me dije.
—Buenos días —exclamó al verme—. ¿Eres tú el lobo feroz?
—¡Claro que sí! —Me levanté sobre las patas traseras—. ¿Acaso no se me nota? Mírame bien.
—Pues... no sé. Como nunca he visto ninguno.
—¡Jo, jo, jo! Pues míralo bien porque nunca verás otro igual.
—¿Quieres coger flores conmigo?
—¿Desde cuándo se ha visto a un lobo ocupado en esas tonterías?
Luego me dijo que iba a casa de su abuelita a llevarle la comida. La pellizqué en las nalgas. Jo, jo. La invité a un gin-fizz y me la llevé a una discoteca. Bailamos agarrao todo el rato, hasta que empezaron a poner discos de ese pesado de Ismael y su dichoso carpintero. Entonces Caperucita recordó a su abuela y se fue corriendo. Tra-la-ra-la-ra.
Pero yo me anticipé. Encerré a la vieja en el armario y me puse su camisón, acostándome en la cama. Mientras esperaba, me puse cachondísimo. Al llegar la chavala, me notó raro:
—¡Huy, abuelita, que voz tan rara tienes!
—Es que estoy muy acatarrada. Tengo fiebre, mi niña, mira, ponme la mano aquí.
La chavala se olía algo.
—Qué manos tan enormes tienes, abuela.
—Tontina, son para acariciarte mejor —le dije—. Ven, anda.
De pronto me miró fijo y, bajándose la minifalda, dijo:
—No disimules, te he reconocido enseguida. Tra-la-ra-la-ra. Déjame sitio y no hagas más el burro. —Se metió en la cama y añadió—: Quiero dormir, estoy muy cansada. Tra-la-ra-la-ra.
Desplegué inútilmente todas mis artes seductoras:
—Mira qué dientecitos tengo, son para mordisquearte mejor... Mira qué boquita, mira qué lengüecita...
—Cállate, anticuado, que eres un anticuado. Y no me quites las medias que se me hacen carreras. ¡Marrano! ¡Guarro! ¡Todos los lobos sois igual! ¡Fuera de la cama! ¡Si quieres dormir a mi lado, estate quieto!
Me resigné. Al poco rato apareció la vieja, que había conseguido escapar de su encierro, y también se metió en la cama, al lado de Caperucita. Contentas y riéndose se abrazaron y se besaron como si llevaran años sin verse. «Tra-la-ra-la-ra», entonaban a dúo.
Avergonzado, me escabullí de la cama y de la casa para no volver nunca más.
¡Qué cosas ha de ver hoy un lobo!
—Vete a llevarle un bocadillo de anchoas a la abuelita. A ver si esa vieja asquerosa revienta un día de éstos.
Sentí una punzada en el corazón al oír hablar así de mi abuelita. Mi madre y su suegra nunca han sido santas de su mutua devoción. Pero yo quiero a mi abuelita y siempre le llevo los bocadillos de anchoas con cariño. Así es que cogí el metro a media mañana con el bocadillo metido en el bolso. Pronto noté sobre mis muslos minifaldados la mirada incisiva de un hombre barbado y de nariz húmeda.
—¿Va usted muy lejos?
—A casa de mi abuelita. A llevarle un bocadillo de anchoas.
—Están muy ricas las anchoas.
Bajó en el mismo andén y luego le perdí de vista. «Tra-la-ra-lari-tra-la-ra-larita», cantaba yo saltando sobre mis bien acolumnadas piernas bronceadas, sintiendo cómo trotaban ante esas frutas del mal que la naturaleza ha puesto sobre mis pulmones y mi corazón. Llegué a casa de la abuelita y llamé a la puerta.
—Entra, Caperucita. Está abierta la puerta.
Penumbra. Formas confusas. En fin, ustedes ya saben de qué va. Me acerco a la cama donde yacía mi abuelita y empezamos con eso de la nariz, los ojos, la boca... De pronto se abren las sábanas y aparece: o bien un hombre disfrazado de lobo en pleno streaking, o bien un lobo disfrazado de un hombre también en pleno streaking. De mi interlocutor del metro, en lo que cabe un conocido. Por lo que no le hice ascos al asunto. Mientras nos amábamos yo tenía el presentimiento de que se presentaría el leñador a estropear el asunto. Y se presentó. Era el vecino del piso de abajo, alertado por los ruidos y los gritos. Se nos quedó mirando.
—¿Están ustedes casados por la Iglesia?
—No, señor —contestó el lobo antes de que yo pudiera intervenir. Entonces el vecino llamó al 091.
Por Favor, «Polvo de estrellas»,
29 de abril de 1974, n.º 9, pp. 30-31
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En mayo el Ministerio de Información y Turismo castiga el éxito y la osadía de Por Favor con cuatro meses de suspensión que podrían significar la ruina de la empresa. Punch Ediciones interpone algunos recursos para ganar tiempo. Mientras tanto, se ha producido la Revolución de los claveles en Portugal y Vázquez Montalbán no se resiste. Visita Lisboa y envía diferentes crónicas a Tele/eXpres y a Triunfo. Le acompaña Encarna, naturalmente.
¡AY, PORTUGAL, POR QUÉ TE QUIERO TANTO!
Entro en la escalera de casa y oigo la voz de Encarna cantando a voz en grito:
Ay, Portugal, por qué te quiero tanto.
¿Por qué? ¿Por qué te envidian todos, ay, por qué?,
será, será que tus mujeres son hermosas,
será, será que el vino alegra el corazón,
será que huelen bien tus lindas rosas,
será, será que estás bañada por el sol.
Está la chica en pleno trajín de baldeo semanal.
—No se ponga usted ahí, que acabo de fregar.
Y continúa cantando:
Somos cantores de la tierra lusitana,
traemos canciones de los aires y del mar,
vamos llenando los balcones y ventanas
de melodía del antiguo Portugal.
Oporto riega en vino rojo las laderas...
Con los pies temerosos en la raya de la puerta, mis ojos recorren las paredes del piso de Encarna. Donde estuvo un poster del Che aparece ahora una doble página de periódico donde Spínola abraza a Soares; donde Álvaro Cunhal, con esa cara de Blas de Otero que la naturaleza le ha dado, atiende gravemente el entusiasmo de la multitud; donde un «pide», con los ojos tan agrandados como su pánico, contempla a la multitud que le insulta como si no comprendiera el orden de las personas y las cosas. La bandera del Vietcong, que cuelga sobre la cama de Encarna, comparte su predominio visual con una bandera de Portugal. Y si uno observa bien el vestuario de esta Encarna enfaenada, recuerda el que lució Paquita Rico en Lavanderas de Portugal.
—Cambiando de mitología, vaya.
—Don Sixto, estoy eufórica y sus chanzas me resbalan. ¿No era usted el que se cachondeaba de todo reaccionario hablando del «nivel portugués» de la política? Pues chúpese ésa. Nos han pasado la mano por la cara.
—Ahora va a resultar que tú siempre habías presumido un cambio de Portugal.
—Que había condiciones objetivas y subjetivas, don Sixto. Que se veía venir.
—¿Desde cuándo veías venir tú lo de Portugal?
—Desde lo del secuestro de la Santa María por Galvao.
—¡Pero si tú acababas de nacer, farsante!
—Instinto de clase, don Sixto. Y la familia. Que mi padre no era del PSOE como el suyo.
Ya debía concluir el baldeo, porque Encarna se quita el delantal, el improvisado gorro y me tira de la manga para que me meta en su piso. Es entonces cuando huelo a comida, y a comida apetitosa.
—No me dirás que estás guisando.
—Bacalao a la portuguesa. Capa de patata, capa de cebolla, capa de bacalao, bechamel y gratinado. Le estaba esperando y le invito a cenar.
Atónito, me he derrumbado en uno de esos sillones de Encarna que parecen requisados de un burdel de Sodoma y Gomorra. Regresa la chica con una botella de vino portugués, blanco, de los maduros. Brindamos por Spínola, Soares, Álvaro Cunhal; nos comemos el bacalao como si tragáramos horizonte y patria; bebemos como cosacos portugueses; cantamos todo lo que sabemos en portugués, desde el «Lisboa antigua» hasta «Una casa portuguesa». Nos brilla a los dos la mirada del cuerpo y del alma.
SIXTO CÁMARA
Triunfo, «La Capilla Sixtina», 11 de mayo de 1974, p. 15
El profesor Da Palma Carlos habló durante más de dos horas con el general Spínola y el embajador español durante cinco minutos. El primero trató de delicadas cuestiones sobre la formación de gobierno y el segundo, sobre los no menos delicados rumores que circulan por Lisboa sobre miembros de la PIDE y la Legión Portuguesa refugiados en España. El embajador declaró a la prensa que las relaciones entre España y Portugal se caracterizan por la «continuidad». En cuanto al profesor Da Palma Carlos habló como un jefe de gobierno en ciernes, un jefe de Gobierno prudente que se guardó el secreto de sus compañeros de viaje, aunque insinuó que entre lunes y martes Portugal tendría su primer gobierno democrático.
El general Spínola habla con todo el mundo. Desde el ex ministro salazarista Veiga Simao (un hombre con cartel de aperturista) hasta el potentadísimo financiero Champolimaud, uno de los primeros oligarcas de Portugal que se ha adecuado a la nueva situación y ha puesto mucho dinero fresco a disposición de la Junta. Champolimaud declaró que el capitalismo portugués está dispuesto a dialogar con los movimientos liberadores de las colonias, de cara a garantizar una futura presencia económica portuguesa en ultramar. Algunas bazas secretas debe tener el empresariado portugués, porque ha asimilado la nueva situación casi sin pestañear, hasta el punto de que el escudo ha subido de valor y la fuga de capitales no es escandalosa. Tres de los pilares sobre los que se aguantaba el salazarismo han actuado con mucha inteligencia a la hora de cambiar de camisa: el ejército, la Iglesia y el empresariado. Mientras tanto, uno de los deportes predilectos de los periodistas es ir a la cárcel de Caixias para hacer reportajes sobre la sórdida mazmorra, ahora ocupada por miembros de la PIDE. Las colas de familiares de presos antisalazaristas han sido sustituidas por colas de familiares de la PIDE. Los nuevos inquilinos no se quieren dejar fotografiar y vuelven la espalda a la cámara o se cubren la cabeza con lo que sea.
La PIDE sigue siendo el tema normal de conversación. La prensa, la radio, la televisión se han convertido en plataformas de revelaciones de todos los excesos cometidos por la policía política del salazarismo. Incluso se consideró la posibilidad de que apareciera ante las cámaras de televisión una mujer ex víctima de la PIDE, enseñando la geografía de su cuerpo desnudo lleno de quemaduras de cigarrillos. El espectáculo era demasiado fuerte y se optó finalmente por no transmitirlo. Lo que sí se ha hecho es abrir las puertas de los «sótanos» de la PIDE a los informadores. El profesor Magalhaes Vilhena, veintiocho años de exilio, me enseñó todas las autorizaciones recibidas para filmar las instalaciones de la PIDE. El profesor, uno de los mejores historiadores ibéricos, se marchó ayer hacia París con una película de tres horas de duración que va a recorrer Europa. En fin, casi toda Europa.
El momento, casi quince días después del espléndido Primero de Mayo, sigue caracterizándose por la expectación. Los sindicatos y los medios de comunicación se han convertido en los bastiones progresistas más firmes, con el total respaldo de la Junta Militar y del Mando de Oficiales, cuyo poder sigue siendo más factual que el de los mismísimos Spínola o Costa Gomes. Tan factual que no se callan manifestaciones como ésta: «Si Spínola o Costa Gomes traicionan esta revolución, haremos otra». Una de las características de estos jóvenes oficiales es la asequibilidad y otra, el antivedetismo. Es tan fácil hablar con ellos como difícil que te den el nombre. No somos vedettes, como Spínola o Costa Gomes, que para eso están.
Admirados y desconocidos, los jóvenes oficiales siguen siendo la clave de la situación, porque el poder es suyo. A ese poder armado hay que sumar ahora los poderes representados por los nuevos sindicatos y los medios de comunicación que respiran progresía por los cuatro costados. Paco Ibáñez, Patchi Andión y la Nova Cançó Catalana están presentes en la radio y la televisión, y lo mismo puede decirse de políticos e intelectuales demócratas españoles que afluyen a Portugal movidos por el eslogan «La primera revolución a la que podemos ir en coche». Si el turismo evasivo era una de las primeras fuentes de ingresos del Portugal fascista, el turismo político va a sustituirle en el Portugal democrático. Desde un enviado especial de la ONU a don Enrique Tierno Galván, pasando por el dibujante Siné, los hoteles se llenan de voyeurs de la libertad, aunque tampoco escasean misteriosos seres que escuchan todo lo que pueden y miran de reojo con especial dedicación.
Tele/eXpres, 13 de mayo de 1974, p. 5,
«enviado especial a Lisboa»
CON LOS OJOS PUESTOS EN MOZAMBIQUE
La prensa de Lisboa da la importancia que se merece al viaje del general Costa Gomes por los territorios de ultramar. Y más después de los incidentes de ayer en Mozambique, demostrativos de que sea cual sea la duración de la guerra, no tiene otro final que el previsto por el general Spínola en su libro: no se puede ganar militarmente en una «guerra popular». Pero la cosa se complica aún más. ¿Se puede ganar políticamente? De momento no van por ahí los tiros de los partidos independentistas, y la población mozambiqueña niega el pan y la sal a los recién formados partidos de los colonos portugueses. Los incidentes de Mozambique forzarán la dinámica independentista. Demuestran que el futuro nuevo gobierno de Lisboa deberá quemar etapas políticas rápidamente para que no se le escapen de las manos las riendas del futuro control económico.
Mucho se espera de ese nuevo gobierno, cuya constitución se anuncia para hoy o mañana. Las mayores expectativas se concentran sobre quienes asumirán los ministerios más directamente implicados en el aparato de orden del Estado. La PIDE está disuelta y ahora también se ha disuelto la policía de choque, tan odiada por el estudiantado. Por otra parte, los periódicos, la radio y la TV han asumido con responsabilidad, pero sin medias tintas, la declaración programática de una total libertad de expresión. Si a estos factores unimos la destrucción del aparato sindical salazarista y su sustitución por sindicatos de clase dirigidos por cuadros de la izquierda, comprenderemos la expectación que despiertan los nombramientos de ministros responsables de las carteras de Interior, Información y Trabajo. Sería ingenuo que, según la actual correlación de fuerzas políticas, el control o la represión se ejercieran sólo contra los restos del salazarismo. No obstante, el propio Spínola ha declarado que no tiene ningún temor por la izquierda, que sus principales temores se dirigen hacia la extrema derecha, prácticamente intocada desde el pacífico golpe de Estado del 25 de abril.
El nuevo gobierno tiene ante sí tareas de pánico: resolver el expediente colonial sin que el país pierda la cara y el señor Champolimaud (por dar un nombre), sus inversiones; construir un nuevo aparato represor dirigido contra los residuos salazaristas y al mismo tiempo preventivo de cualquier desbordamiento por la izquierda; cortar la sangría presupuestaria de la guerra colonial y estimular el desarrollo económico de la vieja y cansada metrópoli. Todo se entrecruza e intercondiciona, porque sin el fin de la guerra colonial no es posible el desarrollo económico de la metrópoli; sin el desarrollo económico de la metrópoli no prosperará un pacto político social, por más que lo firmen Soares y Álvaro Cunhal, y finalmente, para cerrar el círculo, sin ese pacto político-social es imposible todo lo demás. Y si hay que fijar una orden de prioridades, el primer lugar corresponde sin duda a la liquidación de la guerra colonial. De ahí que las gestiones de Costa Gomes sean seguidas con tanta ansiedad y que los discursos del general tengan la virtud de la ambigüedad, sin la cual no es posible ni el arte, ni la política, ni siquiera la moral.
Lisboa espera la salida de la primera edición legal de un diario del Partido Comunista: Avante. Los socialistas sólo editarán una revista semanal de opinión, porque de hecho cuentan con el diario La República, dirigido por Raúl Rego, socialdemócrata moderado que al parecer será el ministro de Información del nuevo gobierno. En esta Lisboa superpolitizada, en la que no hay ni un portugués sin diario, ni un diario sin portugués, La República se ha convertido en el diario de mayor difusión porque ha sido el diario de la resistencia legal contra el salazarismo. En una de las aceras que rodean la estatua del marqués de Pombal, presencié una dura batalla del público para hacerse con los ejemplares de La República. La vendedora gritaba: «¡Todos son buenos!», pero el público quería comprar ante todo el diario sin mancha de pecado original. La gente lee diarios con pasión y habla de política con fervor; sobre todo si descubren que eres español. Un español en Lisboa escuchará quinientas veces al día la palabra «sandwich» aplicada al futuro de España: Mitterrand por un lado y Soares por el otro, y ustedes en medio. El marqués de Pombal, un autócrata ilustrado del siglo XVIII, contempla esta Lisboa democrática, comunicativa, eufórica, emocionante, desde las alturas de su pedestal donde los MRPP han escrito lo que han querido en hermosos colores de spray y en perfectos trazos. No en balde se dice que estos jovencísimos izquierdistas tienen dos células: la de la Facultad de Derecho dedicada a inventar consignas y la de la Escuela de Bellas Artes, dedicada a pintarlas.
Tele/eXpres, 14 de mayo de 1974, p. 5,
«enviado especial a Lisboa»
La del alba sería cuando el cochecillo de Encarna entraba en Lisboa. Llevaba en su asiento trasero a un ciudadano madrileño cuarentón y hecho polvo, que en algunos rasgos supervivientes coincidía con mi modesta persona. Pero me desperté de golpe cuando oí que Encarna, sin soltar el volante y con los noventa centímetros de perímetro torácico fuera de la ventanilla, le gritaba a un guardia urbano madrugador:
—¡Viva Portugal!
—Encarna, no empieces. Dosifica tus emociones, que las tendrás, y muchas.
Inútil. Me vuelvo a desperar cuando Encarna frena casi con el tacón en el suelo ante la estatua del marqués de Pombal. Al marqués le han dejado el pedestal lleno de inscripciones del MRPP, grupo de extrema izquierda al que la otra izquierda llama Movimiento Recreativo de Pintores de Paredes.
—Mire qué maravilla, don Sixto.
Me deja el coche en medio de la plaza circular y se extasía a los pies del monumento al marqués. Ni una estampa de fray Angélico, su pintor preferido, le habría producido más impacto que el letrismo verde, rojo, rosa, azul de los muchachos del MRPP. Los bocinazos de medio parque automovilístico de Lisboa consiguen que Encarna ponga el coche en marcha y se evita así el único conflicto de orden público con el que se hubiera enfrentado la autoridad militar. Yo me quejo y Encarna, en pleno trip, me contesta:
—Usted, a su edad, debe descansar. Vaya al hotel. Yo me doy una vuelta y le voy a buscar.
Llego al hotel. Me arrojo en picado sobre una cama portuguesa y me abrazo desesperadamente al sueño. Una hora después presiento que algo grave ocurre a mi alrededor. Abro los ojos y descubro mi habitación llena de señores, claveles rojos y Encarna. Se ponen a reír ante mi perplejidad y empiezan a gritar coral y rítmicamente: «O povo unido jamais será vencido». Luego cantan «Grandola, vila morena» y a continuación me ofrecen claveles y convierten mi estómago en una garrafa llena de vino tinto del Dao. Me dejo llevar por los acontecimientos. Dos horas después se han marchado y sólo quedamos Encarna y yo. La muchacha está sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, la piel feliz, los ojos perdidos sobre tejados rojinegros y el cromatismo gris claro de las fachadas de Lisboa.
—Ha sido precioso. Le hemos montado un Primero de Mayo en pequeño, para que se hiciera usted una idea.
Pronto le ha dado el temido ataque de dinamismo. Me ha enseñado una orden del día aplastante. Sólo diré que a las siete de la tarde habíamos visto a seis soaristas, cuatro miembros del Comité Central del Partido Comunista, quince periodistas democráticos. Y no es eso todo. Encarna había pegado la hebra con estudiantes, conductores de tranvías, vendedores de frutas, vendedores de periódicos, un cirujano, un erudito en Castelo Branco, un profesor de historia exiliado durante veintiocho años, etcétera, etcétera. Encarna les ha explicado todo lo que ha ocurrido en Portugal y ellos han ido de sorpresa en sorpresa. A veces le preguntaban por su acompañante, es decir: yo.
—¿Este señor va con usted?
—Sí. Es un liberal español, de los de las Cortes de Cádiz.
Yo me limitaba a saludar discretamente y a sonreír desde mi parcela de historia. Pero luego, cuando hemos quedado solos, a las cuatro de la madrugada, en el tren rápido que une Cascais con Lisboa, le he recitado la cartilla.
—Intolerable, Encarna. Intolerable que a estas alturas aún creas que yo soy un liberal de las Cortes de Cádiz.
Pero Encarna no parecía escuchar. Seguía con los ojos fijos en el lenguaje espontáneo de las paredes, y al pasar bajo el puente Salazar ha lanzado un grito que ha rebanado el sueño de toda Lisboa. Alguien había escrito sobre un pilar: «Puente 25 de Abril». Ha sido entonces. Con el alborozo, a la chica se le ha desabrochado el jersey y he visto que llevaba una sencilla camiseta amarilla con la inscripción serigrafiada: «O povo unido jamais será vencido».
SIXTO CÁMARA
Triunfo, «La Capilla Sixtina», 25 de mayo de 1974, p. 35
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En Triunfo se ocupa en ocasiones de algunos asuntos literarios, mucho más si se trata de Mario Vargas Llosa en el momento de abandonar Barcelona tras haber vivido largo tiempo en la ciudad. En el perfil que realiza del escritor peruano destaca la aparición de Carmen Balcells, a la que llama «Superagente Literario 009» cinco años antes de que Vázquez Montalbán se convierta en uno de los escritores a su cargo.
El escritor peruano se despidió de sus amigos barceloneses y se fue en barco al Perú, en un largo retorno proporcional a la duración de su estancia fuera del propio país. Pudo comprobar Mario, en su barcelonesa despedida, que es una persona con consensus.
«Se le toma cariño a este muchacho», comentaba en broma y en serio uno de los protagonistas de la vida cultural barcelonesa. Vargas Llosa ha dejado en España algo más que una admiración por su obra literaria: ha dejado multitud de personas que han sabido valorar su calidad humana. Es un abuso clasificatorio el dividir a los escritores en los que viven literariamente y en los que viven para la literatura. Pero, en cualquier caso, Vargas no vive literariamente y eso se agradece, al menos como excepción, porque nada hay tan irritante como algunos escritores que se toman a sí mismos como personajes de una novela que jamás escribirán. Vargas es un escritor metódico y una persona igualmente metódica. Sus obras son el producto de una tremenda responsabilidad creativa y su comportamiento personal lo mismo.
Hecho este breve y sentido testimonio, quisiera utilizar la marcha de Vargas para apuntar algo sobre la influencia de su obra y de su estancia en nuestra cultura. La proyección literaria del escritor peruano es ya internacional, pero desde sus inicios aparece totalmente ligada a España. Aquí recibió el Premio Leopoldo Alas a fines de la década de los cincuenta, aquí recibió el espaldarazo del premio a La ciudad y los perros, aquí alcanzó su estatura actual de gran escritor universal. No me planteo todo esto para hacer «nacionalismo cultural», sino para avalar la afirmación de que Vargas Llosa forma parte de nuestra cultura. Hay otra faceta de Vargas Llosa insuficientemente conocida. Su gran calidad como estudioso de la literatura y como expositor crítico, de palabra o por escrito. Sus ensayos sobre otros autores (ahí está el que escribiera sobre García Márquez) o sus cursillos en la Universidad Autónoma, demuestran el método y el rigor de uno de los escasos novelistas «intelectuales» que tienen tan buena lengua literaria como crítica. Creo que Vargas ha ejercido insuficientemente como crítico. El desbarajuste de la conciencia crítica de la literatura española hubiera necesitado la sensata palabra de un hombre tan alejado del snobismo como de la beatería esquemática, y sobre todo de un hombre culturalmente formado como para dar a Tel Quel lo que es de Tel Quel: la investigación sobre el sistema de escritura de la guía telefónica de Teruel.
Vuelve Vargas Llosa a Perú en busca de sus propias raíces. El exilio ha beneficiado las escrituras de la plana mayor de la literatura latinoamericana. Esto no sólo se aprecia en un autor calificado de «europeo» como Cortázar, sino incluso en escritores tan aborígenes como el mismísimo García Márquez. La novelística de Vargas es de una aplastante peruanidad y se comprueba así que, desde un compromiso radical con las propias fuentes, se pueden alcanzar niveles de comunicabilidad por encima de barreras culturales altísimas. Vuelve, pues, Vargas en busca de sus propias fuentes, río arriba consciente de todos los riesgos que conlleva la aventura. Desde Barcelona, Perú era un material literario, por encima de una conciencia histórica. Desde Perú, ¿le será posible al escritor esa distancia? Por otra parte, ante Vargas se planteará la tentación de asumir el papel de «peruano universal» que lógicamente se tratará de adjudicarle, con la rotura de tiempo y temple personal que conlleva toda representatividad.
Me parece que Vargas ha vuelto al Perú para reponer palabras y gestos, y que un día volverá con las maletas cargadas de lenguaje y personajes. Volverá entonces a meterse en un piso anónimo que le habrá buscado Carmen Balcells, Superagente Literario 009, y nos lo volveremos a encontrar en salpicadas apariciones en actos de la sociedad literaria barcelonesa. La vinculación de Vargas a Barcelona ha sido el leit motiv de la mayor parte de las últimas preguntas que le han hecho los periodistas. Vargas ha respondido que aquí encontró un sustrato cultural fundamental para que el escritor respire, un clima de soterrada y asumida libertad de palabra y gesto, más allá y más acá de los controles de la política cultural con mayúscula. Vargas ha compensado nuestro afecto con su interés por lo que hacíamos y no hacíamos, incluso con su encomiable interés por la cultura catalana, de la que es un buen connaisseur desde sus raíces: Tirant lo Blanc es uno de sus libros preferidos desde mucho antes de su descubrimiento de España y Cataluña.
Aunque sólo le veía de tarde en tarde, lamento la perspectiva de tardar algún tiempo en volver a sostener con Vargas Llosa una conversación sobre literatura, cine, Corín Tellado o Joanot Martorell. La sensatez puede ser un espectáculo añorado, porque toda teoría del valor se basa precisamente en el valor de lo singular y de la excepción.
Triunfo, 29 de junio de 1974, n.º 613, p. 64
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A principios de junio Por Favor pierde la batalla y cumple la sanción de cuatro meses. Sobrevive al trance muy mermada, especialmente porque se detectan a la vez algunos errores en la distribución del semanario que aumentan la deuda. Quizá por ello el retorno se escenifica con todo detalle: el comité editorial posa en pleno para la portada del 25 de octubre; están recubiertos de vendas, heridos pero vivos. El semanario sobrevive y se hace un poco más prudente. Se elimina la sección «Polvo de estrellas» y los redactores se incorporan a la tragicomedia del periodismo como un personaje más.
EL DÍA EN QUE NOS COMUNICARON
LA SUSPENSIÓN DE «POR FAVOR»
Una llamada telefónica a altas horas de la noche.
—Van a borrar del mapa a Por Favor.
—¿Secuestro?
—Más.
—¿Suspensión?
—Más.
—¿Fusilamiento?
—Menos.
—Me rindo.
—Erradicación. Os borrarán del Registro y nunca más se supo.
Empezamos a llamar a autoridades competentes. Empezamos hablando del tiempo y de lo caro que se ha puesto el aceite de oliva. Ya al borde de la despedida, dejamos caer, como quien no quiere la cosa:
—Ahora que hablamos del precio de las angulas: ¿es cierto que piensan erradicarnos del mapa?
—¿Quién ha dicho tamaña barbaridad?
—Todo el mundo.
—No. Una simple suspensión por cuatro meses.
Encajamos el golpe como Urtain, que ya tiene más moral que el Alcoyano.
—Hombre, si quieren hacerlo por seis, por nosotros no se autolimiten.
—Sería excesivo. Gracias. Pero no procede.
—En fin. Allá Vds., pero por nosotros que no quede. Ya saben que somos unos fanáticos de la apertura. Escuchen, escuchen los gritos de todos los miembros de la redacción.
(Se oían los gritos de: ¡A la bí, a la bá, apertura ganará!)
—Créanme, estamos emocionados. Son Vds. como el sándalo que perfuma el hacha que le abate.
—Urbanidad y buenos principios. Simplemente eso.
—Y tanto que escasea. ¡Qué tiempos!
—Díganoslo a nosotros que cada semana recibimos medio quilo de correspondencia ultra directamente inspirada por la lectura del marqués de Sade y del pesado de Masoch.
—¡No me diga! Es que hay gente que no se ha dado cuenta de que los tiempos que corren reclaman apertura y participación.
—Y Vd. que lo diga.
—Bueno, no quiero entretenerles porque ustedes y nosotros necesitamos mucho tiempo para preparar la reapertura. Hasta octubre.
Reunimos a la plana mayor de nuestra logia y comunicamos las nuevas. Llegamos a tiempo de evitar que el consejero delegado se suicidara dándose cabezazos contra una chincheta y todos nos preparamos para sobrevivir durante meses. Los accionistas fueron los que tomaron las medidas más drásticas y urgentes. Escondieron el talonario en un apartado de correos y enviaron la llave a un banco suizo con la orden de que no la devolvieran hasta el año 2000. Perich dejó de comer caviar iraní una vez por semana. Forges sustituyó el agua de Solares por agua del grifo. Vázquez Montalbán se vendió las obras completas a precio de liquidación fin de temporada. Juan Marsé se compró una navaja con el fin de perpetrar algún atraco si el tiempo y la autoridad no se lo impedían. Máximo se limitó a decir: «Del rey abajo, ninguno».
Ante todo tomamos la decisión de plantear una moción de censura al consejero delegado por no ser el marqués de Todó o de Rodó o de Lodó o de Sodó o de Modó o de Zodó o de Yodó o de Nodó o de Bodó o de Codó, porque de haber sido el marqués de Todó o de Rodó o de Lodó o de Sodó o de Modó o de Zodó o de Yodó o de Nodó o de Bodó o de Codó, probablemente la suspensión no se habría producido. El hombre se defendía con una cierta torpeza.
—Pero si mi padre se apellidaba Ilario y mi madre Font, ¿qué voy a hacer yo?
—Con esos apellidos no hace uno una revista conflictiva, insensato. Con esos apellidos has de editar El compromiso de Caspe en fascículos.
El que tan airado hablaba era Marsé, que es el más agresivo del equipo. Le quitamos de las manos al consejero delegado en el momento en que intentaba agredirle con una colección completa de El Pensamiento Navarro.
—¡A ver si te meto esto en la cabeza!
No todo lo que había dicho Marsé estaba fuera de lugar. La privilegiada cabeza de nuestro consejero delegado empezó a destilar ideas y horas después nos proponía cubrir el bache con la edición de una revista llamada Muchas Gracias, con la que iríamos por el mundo agradeciendo semanalmente que no se nos hubiera suspendido ni erradicado del Registro. Por otra parte, proponía editar El compromiso de Caspe en fascículos, disimuladamente, para no levantar ampollas, bajo el título de Historia de España. Maruja Torres dio como siempre la nota proponiendo a Ilario Font que se dedicara a productor cinematográfico y promocionara una nueva versión de La Lola se va a los puertos interpretada por la Begum y el cantante Ismael. Juntamos el dinero que nos quedaba a todos en los bolsillos y calculamos que podíamos sobrevivir hasta octubre si la casa Isabel nos regalaba algo con que completar los panecillos que podíamos comprarnos. Lamentable presunción. No hemos recibido ni una lata de sardinas, ni un tarro de crema Pond’s, ni un cruzado mágico Playtex, ni una faja adelgazante Turbo, a pesar de la propaganda indirecta que le hemos hecho a través de nuestra revista.
Oscurecía ya cuando Forges, como siempre, dio en el clavo.
—Hemos sido víctimas indirectas del rodaje de la apertura.
—Vamos, algo así como un conejillo de Indias.
—Tú lo has dicho —aseguró Forges a nuestra secretaria de redacción— y en verdad, en verdad te digo que pronto notarás los frutos.
Nunca mejor dicho. Días después nuestra secretaria se presentaría en la redacción en avanzado estado de gestación.
—Ya veis. Como hay tan poco trabajo, en algo se ha de distraer una.
Antes de que se nos acuse de inmoralidad nos precipitamos a señalar que nuestra secretaria está casada por la Iglesia Católica Española, incluso por la Iglesia anterior a esas divisiones entre Conferencia Episcopal y Hermandad Sacerdotal.
Al mal tiempo buena cara. Así es que empezamos a repasar la colección completa de Por Favor y, lamentándolo en el alma, no hemos sabido encontrar ni una muestra de la ordinariez de que se nos acusaba. En cualquier caso hemos hecho unos sanísimos ejercicios espirituales y hemos decidido proscribir de nuestra revista todo el lenguaje de don Camilo José Cela y de treinta y cuatro millones de españoles. Tampoco utilizaremos como tema todo lo que haga alusión a la vida sexual sana ni insana. En pocas palabras, hemos hecho voto de obediencia, pobreza y castidad, sin que esté totalmente descartado el que como consecuencia solicitemos el ingreso en el Opus Dei, ahora que ya no es lo que era, ahora que ya no es lo que será.
En fin. El que avisa no es traidor.
Comité Ejecutivo de la Logia Por Favor Fracción ML 5.° 4.ª, a la izquierda, dos travesías más allá de la Junta Democrática y a dos manzanas de la Conferencia Democrática y Episcopal.
Por Favor, 25 de octubre de 1974, n.º 18, pp. 6-7
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El cierre de Por Favor propició la aparición de otras revistas dentro de la misma empresa, como Muchas Gracias o la publicación mensual Siesta, que imita tanto como puede el modelo de Playboy. En el número de diciembre Vázquez firma un llamativo retrato de Marilyn Monroe.
MARILYN MONROE,
LA PRIMERA MUÑECA HINCHABLE
Los españoles nos dimos cuenta de que Marilyn Monroe era ciudadana de este mundo gracias a la película Niágara. La habíamos visto antes en fugaces apariciones en una película de los hermanos Marx y en La jungla de asfalto, donde interpretaba el papel de joven bombón, reposo del viejo guerrero corrompido encarnado por Louis Calthern. Pero el montaje publicitario de Marilyn no se dio hasta Niágara, película que sucedió a Gilda en el hit parade de los grotescos escándalos morales de la España autárquica. La inmoralidad del personaje central de Niágara era una connotación más en la construcción del mito de la nueva vamp de Hollywood. La belleza rubia y mal acabada de Marilyn competía en aquella película con la real hembra Jean Peters, morena donde las haya, preciosa mujer que prefirió la inversión matrimonial que la inversión en una azarosa carrera cinematográfica. Pues bien, pocos espectadores salieron de la proyección de Niágara decantados del lado de Marilyn. El público español no acababa de entender el lenguaje físico de Marilyn. Su cabello parecía la caricatura de un peinado, el movimiento de sus ancas era igualmente caricaturesco y sus expresiones coquetas parecían una buena imitación de Mae West realizada por Red Skelton. Marilyn era una propuesta física nueva, algo así como una novela experimental en el seno de una cultura de best-sellers. Costó que los espectadores europeos entraran en aquella nueva convención física. Ni por sus características corporales, ni por su histrionía paródica, la Monroe encajaba en los modelos de vamp surgidos a lo largo de la historia del cine. El reciente estudio de Norman Mailer ha descubierto cuánto había de «forma de ser» en aquel comportamiento de la Monroe, una mujer con el espíritu lo suficientemente dividido como para que una mitad íntima y oculta no fuera consciente de la otra mitad, la que interpretaba el papel sobre la pasarela. Un castizo diría que Marilyn jamás fue consciente de lo «buena» que estaba y que tamaño despiste a la fuerza debía condicionar una forma de actuar distanciada, a veces paródica y al borde de lo caricaturesco. Creo sinceramente que el mito Marilyn es una creación de intelectuales, los que captaron las peculiaridades del comportamiento de Marilyn. El gran público se dejó llevar por el montaje publicitario y quedó fascinado por aquella muñeca hinchable que no tenía más busto que Jane Russell, ni más caderas que Anita Ekberg, ni más sexy espontáneo que Rita Hayworth. En la prehistoria del destape cinematográfico, los dos desnudos más famosos y divulgados eran el de Hedy Lamarr delgadita y a caballo en Éxtasis y el de Marilyn en un calendario en su etapa de starlet. Bastó la noticia de que aquella mujer se había desnudado para posar ante un fotógrafo para que el hambre creara el menú. El gran público no supo apreciar la tremenda ingenuidad con la que la Monroe se prestó a posar para tan histórica fotografía.
—¿No tenía Vd. nada puesto? —le preguntó un periodista.
—Sí, la radio.
Esta respuesta ha dado la vuelta al mundo jaleada por intelectuales enloquecidos por esta muestra de esprit, y la realidad no es otra que la que se desprende exactamente de la respuesta de la Monroe y de la generosidad significativa de la palabra «tenía» en la pregunta. Y es que Marilyn Monroe iba por el mundo simbólicamente desnuda, sin otra cosa encima que las miradas, las voces, los ruidos ajenos. Mientras le duró el cuerpo y las luminarias publicitarias, nada hizo que se rompiera el encantamiento de aquella mujer ensimismada. Pero en cuanto empezó a dejar de oír el ruido de los alaridos de entusiasmo y los murmullos insinuantes, la muchacha distanciada descubrió de pronto que lo peor de la soledad es descubrir que existe y que no sólo existe, sino que además te envuelve. Hoy Marilyn hubiera cumplido cincuenta años y es fácil deducir que su imagen era irreconvertible en otra imagen, que jamás hubiera podido hacer el papel de madre de galán o galana. Que en el horizonte sólo le quedaba el papel de mujer madura, solitaria y despistada interpretando alguna película de Alfred Hitchcock. Una mujer que pasó por el mundo sin darse excesiva cuenta de lo apetecible que era, sin comprender cuánto calor la rodeaba y, en cambio, cuánto frío sentía ella en el interior, a la fuerza tuvo que angustiarse cuando aquella noche, la última noche, nadie contestaba a las llamadas de teléfono. Descubrió de pronto que había sido una muñeca hinchable a la que empezaban a abandonar en cuanto perdía algo de aire. En Los desarraigados había interpretado su primer gran papel de otra posible Marilyn Monroe. Y no le gustó el descubrimiento de que dejar de ser una muñeca hinchable significaba convertirse en una mujer madura perpetuamente en lucha con el tiempo, el peso, la distancia, el silencio.
MARTA DOUGHAM
Siesta, diciembre de 1974, n.º 5, pp. 19-25
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En Por Favor se ríen de la pertinaz sequía y de la inflación. A la inminente legalización de las asociaciones políticas —que no partidos— la ponen a prueba creando una que lidera P. F. Junior, un Superman regordete creado por J. J. Guillén para el que Vázquez Montalbán prestó el rostro, las gafas y el ademán. El dibujo se convertiría en la imagen del semanario.
EN ESTUDIO UNA ASOCIACIÓN DEMOCRÁTICA «POR FAVOR»
Día a día llegan a nuestra redacción cartas que nos sugieren la posibilidad de que lancemos la convocatoria de una Asociación Democrática propia e intransferible. Ya tenemos líder, el señor P. F. Junior, y hemos sostenido con él una entrevista muy clarificadora del confuso momento político español.
—¿Encabezaría Vd. una asociación política?
—Si el país me necesitara yo estaría dispuesto a servirle y a encabezar una amplia convocatoria para constituir una asociación política.
—¿Se plantea Vd. la posibilidad de un gobierno de coalición en el futuro?
—No hay que descartarlo. Una coalición con Hermano Lobo, Muchas Gracias y Comiciclos sería un paso previo para aglutinar todo lo que hay entre el centro y la izquierda y ofrecer esa plataforma a Papos, Barrabás y La Codorniz.
P. F. Junior es un enano volandero que va vestido como Superman.
Tiene una gran facilidad para infiltrarse bajo las faldas de la administración y es doctor en Ciencias Humorísticas por las universidades de Harvard y Moscú. Mientras dialogo con él desarrolla una frenética actividad. Salta de un armario a otro de la estancia. Da volteretas sobre las mesas de la redacción de Por Favor, sobrevuela el pasillo camino de la administración para quejarse de lo tarde que se pagan las colaboraciones y un segundo después ya está aquí zumbando ante los escotes de las secretarias.
—¿Qué ventajas se derivarían para el país de la constitución de un gobierno provisional de humoristas?
—De provisional, nada. Un gobierno estable y representativo. ¿Qué le parece, por ejemplo, Summers dirigiendo las negociaciones para un nuevo Concordato? ¿Y OPS como director general de Cultura Popular y Espectáculos? Contamos con más de cien mil afiliados en setenta provincias españolas.
—¿Setenta?
—Contamos las provincias de Suiza, Holanda, Alemania, Francia, Bélgica, donde están trabajando españoles. Por cierto, me voy volando a dar un mitin en Ginebra.
—¿Con Santiago Carrillo?
—No. Con Forges.
Se va volando y vuelve una hora después cansado pero satisfecho.
—Un éxito. Cuando he dicho: «Españoles que trabajáis en el extranjero, os traigo la promesa de que pronto podréis volver a España a fichar por el Real Madrid», el local se hundía, óigame, es que se hundía.
—¿Cómo espera que acojan su iniciativa los políticos serios?
—Tendrán que adecuarse a una relación de fuerzas objetivamente improbable. Ya he designado a Tip y Coll como mis enviados especiales para que dialoguen con Ruiz-Giménez, Areilza, el conde de los Andes, el marqués de los Apeninos y el barón del Tibidado.
—¿No teme Vd. la reacción?
—No subvaloro al enemigo, pero confío en que Tip y Coll puedan frente a la acción conjunta de Tony Leblanc, Ángel de Andrés y Antonio Garisa.
—Imagínese Vd. que el enemigo juega con las mismas cartas y lanza una asociación política humorística encabezada por Alfonso Paso.
—El pueblo tiene la palabra. Espere un minuto. Voy a reunirme ilegalmente a ver si me detienen.
Vuelve un minuto después.
—No ha habido suerte. Estaban deteniendo a dirigentes huelguísticos y gente así. Nos han dicho que ahora ya sólo detienen a gente verdaderamente seria. Y no me conocen. Porque yo un día de éstos armo una huelga de humoristas y el país se queda menos informado que un topo.
—¿Podría resumir su programa político en un slogan?
—Sí: la tierra para quien la trabaja, el bosque para quien lo quema y mucho ojo con las toallas de baño que rascan a los niños. En los niños está el futuro del país y no hay derecho que las toallas rasquen.
Se abre el vestido por el pecho y me enseña la piel llena de profundos surcos.
—Esto me lo hizo una toalla de la posguerra. Yo aullaba y gritaba entre lágrimas: «Mamá, ¿cómo siendo tú tan suave me das unas toallas que parecen un cepillo de púas?». Mi madre, santa mujer, me daba cariñosos golpes en la cabeza con un barreño de zinc lleno de toda la ropa de la colada: «Eres un quejica, un mimado». Jamás olvidaré aquella escena. Fue entonces cuando me juré: llegará un día en que no habrá ni un español sin jamón con chorreras ni un jamón con chorreras sin español. El primer libro cómico lo leí muy jovencito y ya no paré: Ramiro de Maeztu, Menéndez Pelayo, Julián Pemartín, Adolfo Muñoz Alonso, Gabriel Arias Salgado, han sido mis escritores cómicos preferidos y a ellos les debo todo lo que soy.
—¿Para cuándo consideran que estarán Vds. preparados para asumir altas responsabilidades políticas?
—Inmediatamente. Tenemos ya un duro entrenamiento a nuestras espaldas. Durante meses hemos ensayado y ya sabemos salir de un coche oficial ministerialmente y decirle al chófer: «Fermín, esta tarde no lo necesitaré hasta las siete, que tengo consejillo al ajillo, o a la provenzal».
—¿Qué más saben hacer?
—Sabemos expresar inquebrantables adhesiones de corrido, sin que se nos trabe la lengua.
—¿Qué más?
—Tenemos un vocabulario de once mil palabras inútiles que pueden sumarse, restarse, multiplicarse y dividirse sin necesidad de expresar el más mínimo concepto comunicable.
—Muy maduros políticamente les veo.
—Fíjese. Fíjese.
Se pone a volar y se deja caer al suelo, donde se queda convertido en un amasijo de pulpa pringosa, como si hubiera caído allí un melón podrido. Del viscoso montón sale la voz de P. F. Junior:
—¿Qué le parece mi grado de madurez política?
Por la transcripción,
MANOLO V DE ESPAÑA Y NADA DE ALEMANIA
Por Favor, 16 de diciembre de 1974, n.º 24, pp. 6-7
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En algunos momentos Vázquez Montalbán rinde en la columna un homenaje a los suyos. La convierte en una postal en la que relata sucesos reales, en este caso sobre dos amigos íntimos a quienes envía la sorpresa a través de los lectores.
Para saber qué es el hombre, los científicos están estudiando el comportamiento animal de los animales, y perdonen la aparente redundancia. Si quieren hacer un rápido travelling y centrar la cosa en un hombre, en un hombre concretamente adulto, los científicos han dado la razón a aquel gran intuitivo que se llamó Saint-Exupéry y secundan la poética afirmación del personaje de Le petit prince: «Yo soy del país de mi infancia». La infancia, en efecto, es nuestra patria, es la única geografía que adaptamos a nuestra verdadera piel, una piel que no crece con nosotros. Como los salmones, nos pasamos toda la vida creciendo para finalmente descubrir la desembocadura del río del que nacimos y empezar a remontar su curso en una dramática y final lucha contra la corriente y las aristas de las piedras.
Pocos seres humanos podrían ejemplarizar mejor esta teoría que los hijos del Maestrazgo, que cada Navidad abandonan la luz licuada del Mediterráneo y, a partir del cruce de Vinaroz, se adentran por la infernal carretera de Morella, al igual que salmones remontando el Sella o el Colorado. Como prólogo a mi marcha a Portugal con Encarna, acepté la invitación del abogado Enric Fuster para presenciar la matanza del cerdo en su pueblo, Villores, más allá de Morella, en plena raya geopolítica y lingüística entre Castellón y Teruel. Conozco desde hace años a dos hijos del Maestrazgo: el profesor de literatura Sergio Beser, especialista en Clarín, en particular, y en literatura española del siglo XIX, en general, y Enric Fuster, abogado, gestor, agente de la propiedad inmobiliaria y apasionado lector de La Odisea y La Divina Comedia. Ambos personajes han conservado siempre una vinculación radical con sus pueblos, Morella y Villores, respectivamente, que condicionaba todos los tics de su personalidad, incluidos los alimentos del cuerpo y el alma, el habla y el paladar. Tanto Beser como Fuster aprovechan todas las oportunidades vacacionales para volver a su Maestrazgo, aun a costa de una paliza kilometrera rematada con la carretera-tobogán que repta hasta Morella y después se clava en las montañas en busca de la raya de Teruel.
Cuando llegan al país de su infancia, su valenciano se quita definitivamente el corsé de ballenas del catalán barcelonés y adquiere velocidades y acentos que a un ciudadano de Madrid, como un modesto servidor, le parecen más ruidos de serrería electrificada que auténtica habla humana. Los ciudadanos de Madrid somos linguocentristas, y ni siquiera nos hemos enterado que hablamos mal un castellano que sólo hablan bien cincuenta bachilleres de Ávila, treinta y dos de Burgos y quince repartidos entre Salamanca y Valladolid. Pero no va esta crónica a ajustar las cuentas a los codificadores del hablar bien o del hablar mal. Va a decir simplemente que la progresiva despoblación del Maestrazgo se ve apenas compensada por este constante retorno de algunas de sus gentes, que se compran casas viejas, las remozan, las dejan convertidas en mausoleos de nostalgia y vuelven siempre que pueden a recuperar ese país, esa patria, la infancia, del que, sin que se sepa muy bien ni por qué ni para qué, algo o alguien les echó.
Mientras mataban el cerdo en Villores una compleja tropa de matarifes expertos, recitadores de Salvat-Papasseit, historiadores del movimiento obrero, agentes de la propiedad, lectores de La Odisea, los duros gritos de la víctima, la escarcha entintada por la sangre, el aire respirado crudo, el lejano ladrido de perros truferos o cazadores de perdiz, los estampidos de las escopetas contra la fría mañana, un servidor tenía los ojos interiores llenos por la imagen de un percherón caído sobre el adoquinado de una calle del país de mi infancia. El percherón se moría con el carro puesto, al final de un reguero de boñigas pardas, sin que los varazos del carretero le animasen a sobrevivir. Desde los balcones, un vecindario de mujeres con batas de cretona y permanente avinagrada increpaba al carretero. Finalmente, la señora Paquita, la carbonera, salió con una pala, dispuesta a dejar tieso a tan duro carretero. Gritos y susurros. Pasa un jefe de escuadra con uniforme de invierno. Promete aceite de ricino para tirios y troyanos. Se pacifican los espíritus. Horas después, el percherón, ya muerto, tenía detrás una cola de siete u ocho coches —Batillas, Topolinos, Hispano-Suizas—, y de los balcones vacíos salía humo de guisos de paga extraordinaria.
Ya era la tarde del 24 de diciembre de 1943 en el país de mi infancia.
SIXTO CÁMARA
Triunfo, «La Capilla Sixtina», 4 de enero de 1975, n.º 640, p. 21
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En Por Favor utiliza la doble página satírica que Vázquez Montalbán firma con pseudónimos imposibles para denunciar las continuas amenazas que reciben las revistas democráticas de los grupos paramilitares. No es fácil vivir con miedo.
Nos lo han dicho por teléfono y por escrito: «Pronto se va a levantar la veda y no os vamos a dejar vivos, hijos de...». O bien: «No podréis esconderos. Hemos localizado vuestros domicilios en el listín de teléfonos». Otro nos envía una carta meada, es decir, orinada, y nos adjunta el papel de lija con el que nos dejará ciegos, un ojo después de otro. Algunas de estas cartas son impublicables, pero no inviables, por lo que parece. ¿De dónde sale todo esto? Las autoridades nos han asegurado que cuando te dicen por teléfono: «Os vamos a poner una bomba», es cuando no ponen la bomba.
—Si les ponen una bomba ya lo notarán.
Nada más cierto. Pero a nosotros no nos hace mucha gracia que la argentinización de España corra a nuestro cargo. Hemos consultado con un psicólogo experto en motivaciones.
—Despertáis la agresividad de los ultras del país. Encajarían mejor las críticas serias que las humorísticas.
—¿En qué quedamos? Por una parte, D. Gabriel Celaya, poeta social, declara que el humor es siempre fascista. Y, por otra, los ultras del país nos la tienen jurada.
—La falta de sentido del humor va por barrios. La poquedad ideológica que respalda a dogmáticos y esquemáticos hace que todos sus recursos ideológicos sean fácilmente ridiculizables. Como no tienen argumentos serios de reserva, se revuelven escocidos y embisten de frente.
—Pero esa gente va por ahí con una cierta impunidad. Si la redacción de Por Favor sale a la calle gritando «Tarancón al paredón», nos meten a todos en chirona, como es lógico. Y eso se gritó a unos metros del gobierno el día de los funerales de Carrero Blanco. Si nosotros publicamos un titular a toda primera página que diga «Abajo el espíritu de febrero», probablemente mereceríamos un secuestro preventivo. Y eso se gritó a pocos metros del gobierno el día de los funerales de Carrero Blanco. Como consecuencia uno puede pensar que cuando le prometen por carta o por teléfono que le van a hacer papilla, no va a haber fuerza alguna que impida que a uno le hagan papilla, como no sean los propios cálculos tácticos o estratégicos de los que amenazan.
—A eso ya no puedo contestarle. Yo soy psiquiatra. No técnico en seguridad.
Resulta que un escritor o una empresa de ediciones juega y se la juega a tenor de una ley escrita llamada Ley de Prensa que tiene artículos más sutiles que un bailarín de claqué. Resulta que a pesar de los años de oficio, a pesar de que el humor es de derechas, a pesar de todo lo que Vds. quieran, hemos sido varias veces gravemente zarandeados por la legalidad.
Uno podrá tener sus reservas, pero por el simple hecho de escribir o dibujar y publicar a la luz del día, corre el riesgo y sale a la calle avalado por la legalidad vigente o al menos respetado a distancia por su silencio no siempre otorgativo. Pero a esta corrida de toros hay que echarle mucho valor añadido. Hay por ahí muchas «fuerzas de orden» a gusto y medida que han creado su propia legalidad subterránea y no la defienden por el argumento de la palabra o la acción política, sino que la defienden rompiendo caras y cosas. Nunca se equivocan de caras y cosas. Nunca le rompen la cara a un empresario o alguna fuerza viva. Nunca rompen cosas que realmente debiliten el orden social y económico establecido. Ya escribimos en cierta ocasión: dime a quién le rompes la cara y te diré quién eres.
Pero si ahora se atreven hasta a increpar públicamente al gobierno y pasar a cuchillo verbal al presidente de la Conferencia Episcopal, ¿qué garantías hay de que algo o alguien vaya a detenerles? Aparte de extintores y árnica, ¿qué otras herramientas de defensa se pueden tener en las redacciones de publicaciones periódicas o en editoriales y librerías? Hacemos estas preguntas con un riguroso espíritu técnico y proponemos que se monten en nuestro país salones especializados sobre defensa política, al igual que hay salones náuticos, automovilísticos o de la infancia. Podría incluso prosperar una nueva industria que aportara herramientas para afrontar las siguientes situaciones límite:
• Si un ultra te frota el ojo derecho con papel de lija, ¿qué hacer?
• Si te frotan el izquierdo, ¿qué hacer?
• Si un grupo de ultras te pisotean hasta convertirte en Mortadelo y Filemón después de caer de un quinto piso, ¿qué hacer?
• Si te incendian la editorial en horas en que no puedes apagarla, ¿qué hacer?
• Si te meten un cóctel Molotov en el plato de lentejas, ¿qué hacer?
• Si te dejan lisiado para toda la vida, ¿qué hacer?
Ya sabemos que hoy por hoy los ultras aún no fusilan a domicilio, ni te ponen una bomba debajo del coche, ni dejan tu cadáver abandonado en un coche robado. Este tercer grado histórico que nos prometen en sus cartas y llamadas telefónicas parece formar parte de la «solución final», algo así como un examen de Estado que finalmente culminará todos sus esfuerzos en defensa de la legalidad subterránea entendida a su manera.
Los que jugamos a partir de la legalidad problemática de todas las mañanas no podemos evitar una cierta preocupación ante la impunidad con que actúan esos «incontrolados», sobre todo si tenemos en cuenta que la historia del canibalismo humano está larga y anchamente escrita por los «incontrolados» que hicieron todas las barbaridades que jamás pudieron permitirse los «controlados».
Los trabajadores de la aguja dicen que un traje tiene muchos puntos. Nosotros, trabajadores de la imagen y la palabra, sabemos que un artículo o un dibujo también tienen muchos puntos. Es decir, nos ocupa nuestro tiempo, buena parte de nuestra vida, y lo hacemos porque somos profesionales de la comunicación.
Ni siquiera podemos solucionar el problema de quienes nos insultan o amenazan por teléfono o por escrito. Que vayan al psiquiatra o que se hagan con el poder para cambiar la legalidad que hoy por hoy nos permite ridiculizar no todo, pero sí buena parte de lo que es lisa y llanamente grotesco.
Lo malo es que a veces lo grotesco, no por serlo, deja de ser temible.
COMITÉ CENTRAL DE «POR FAVOR» FRACCIÓN DESCAFEINADA
Por Favor, 13 de enero de 1975, n.º 28, pp. 6-7
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Jordi Pujol se presenta en sociedad y Vázquez Montalbán, a su vez, explica a los lectores de toda España su ideario político como la rareza que es, un demócrata conservador y catalanista de corte patriarcal.
JORDI PUJOL O LA HORA DE LA CLARIFICACIÓN
A comienzos de la década de los sesenta, el nombre de Jordi Pujol estaba escrito en paredes, puentes, túneles, muros de Cataluña. Detenido con motivo de un acto de afirmación catalanista en el Palacio de la Música de Barcelona y en presencia de varios ministros de los de entonces, Pujol fue condenado a ocho años de cárcel, de los que cumplió cuatro, primero en la cárcel Modelo de Barcelona y después en la de Zaragoza. Médico que no ejerce, Pujol siempre ha simultaneado sus facetas de presidiario, político y banquero. Durante años, manos anónimas escribieron su nombre en las paredes de Cataluña y luego, también durante años, manos menos anónimas han escrito su nombre en las agendas de gentes importantes. Pujol tiene hoy un doble crédito: popular y patricial. El primero se lo ganó en el Palacio de la Música en 1960. El segundo se lo ha venido ganando desde su despacho de la Banca Catalana. No creo que haya hoy día en Cataluña un líder potencial mejor situado para atraerse la clientela social de la burguesía democrática, y al mismo tiempo recibir el consensus de algunos sectores oligárquicos catalanes y de una pequeña burguesía democrática más radical. Que Pujol es consciente de su propia situación lo demuestra el que en el salón de actos de ESADE (Escuela Superior de Administración de Empresas) haya lanzado una proclama clara, contundente, sin duda el discurso político más claro que se ha pronunciado en la península Ibérica desde que se levantó la veda de los discursos trascendentales no necesariamente ligados a la inauguración de un pantano o la entronización de Santiago Apóstol.
Las tesis de Pujol son fácilmente resumibles. Cataluña ha superado uno de los períodos más críticos de su existencia como país. Durante los años cuarenta vivió postrada con la falsa conciencia de padecer un «paréntesis» histórico. A partir de los años cincuenta se desencadena un proceso de recuperación, preferentemente cultural y tímidamente político. Según Pujol, Cataluña era entonces una realidad «... económicamente disminuida, políticamente aniquilada, culturalmente reducida al ghetto; es decir, era un pueblo desmoralizado, decapitado, vencido». Se pone en marcha la etapa de fer país («hacer país»), basada en la reivindicación lingüística y el despegue económico. Estas condiciones se han superado, y ha llegado la hora de la verdad política, en la cual Cataluña debe tener voz propia, en relación con el amplio espectro de sus fuerzas sociales. Sobre todo, Pujol convocó a la burguesía catalana para que no abdicara en este momento de su responsabilidad política. Dirigió una especial llamada a la burguesía que ha hecho manitas con la «tecnocracia», requiriéndola para un compromiso con el país y con el futuro.
La traducción de esa Cataluña políticamente vivificada sería un centro-izquierda que comprendería a fuerzas políticas homologadas en toda Europa: democracia cristiana, social-demócratas, socialistas...: «... es decir, todos aquellos que aspiran, para entendernos, a una sociedad similar a la sueca». Para conseguirlo no queda otra opción que la militancia política, buscando ese amplio consensus democrático catalán, situable más allá tanto de una dictadura autoritaria como de una organización social de corte soviético.
Sobre las asociaciones políticas dijo que no piensa entrar en su juego: «... la Ley de Asociaciones tiene un lenguaje muy diferente del que Cataluña sabe y quiere hablar». Dijo que Cataluña precisa fuerzas políticas propias que le permitan un poder negociador para participar y pactar a nivel de Estado español. Cataluña ha de tener su propia política, y ésta ha de ser eminentemente social: mayor fiscalidad, mayor control público sobre la economía, menos especulación y sindicatos fuertes.
Los aplausos fueron de final de Norma en el Liceo, interpretada la ópera de Bellini por Montserrat Caballé. Y aplaudían representantes de poderosísimos sectores económicos, junto a políticos y minipolíticos representantes de variadísimas tendencias. De hecho, el sentido general de la alocución de Pujol responde a un escepticismo catalán sobre el cauce político abierto por la Ley de Asociaciones. El señor Cruylles de Peratallada, hombre con vocación de futuro, en su negativa ante el Consejo Nacional no hizo otra cosa que reflejar un estado muy generalizado de conciencia catalana ante la cuestión. Pujol ampliaría puntos de su charla en el transcurso de una cena posterior. Pujol insistió en que considera catalán a «... tot home que viu i treballa a Catalunya» («todo hombre que vive y trabaja en Cataluña»). También respondió muy claramente al tema de la juventud, negando que un programa de centro-izquierda fuera poco atractivo para la juventud catalana: «La mejor política de cara a los jóvenes es la credibilidad, es la consecuencia con lo que se dice, se piensa, se siente». Una frase de Pujol no tiene desperdicio: «Hay gente que les molesta que les llamen social-demócratas, y esto me parece fatal, sobre todo si lo son». «Al referirme a Catalunya no pienso en “unidad”, que me parece algo forzado, sino en consensus que presupone negociación. Considero que España es un Estado plurinacional, y el caso de Catalunya no se reduce a un problema administrativo.»
Se ha empezado a hablar claro. Por la boca de Pujol ha hablado buena parte de la burguesía del país, burguesía a distintos niveles. Tal vez no tanta como Pujol cree, pero mucha, muchísima más de la que pueden haber censado las no reveladas estadísticas oficiales. Si Pujol dio ayer el paso que dio, quiere decir que tiene al menos una espalda cubierta. La otra, hoy por hoy, aquí por aquí, no la tiene nadie.
Triunfo, 1 de febrero de 1975, n.º 644, p. 17
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En Por Favor ironiza sobre un funcionario municipal de Cáceres demasiado preocupado por unas desnudeces públicas y, en otro número, critica a los concejales barceloneses que se opusieron a que el ayuntamiento financiara unos cursos de catalán. A veces la información política puede más que el humor y el texto se tiñe de editorial.
El cabo Piris, de la policía municipal de Cáceres, pasó ante el escaparate de una librería y ¿qué vio? Una estampa en la que se reproducía una señora tal como su madre la parió pero treinta años después. Según dijo luego, oyó que unos adolescentes lanzaban especulaciones erótico-sexuales sobre aquella señora. Santamente encendido de austera fe, el cabo Piris decidió por su cuenta salvar a los adolescentes de Cáceres de aquella turbulenta imagen y ordenó que la estampa fuera retirada. El cachondeo llegó hasta Radio París y una vez más se demostró que no perdonan una, que los enemigos de España están a la que salta. Felizmente, ahora el ayuntamiento de Cáceres ha dado la razón al cabo, le ha felicitado y con el doble mérito de que el alcalde de Cáceres practica el pluriempleo y es también delegado de la provincia de Bellas Artes. La cosa tiene su importancia porque la estampa que el cabo Piris vio en el escaparate era La maja desnuda de Goya.
Por Favor, 10 de marzo de 1975, n.º 36, p. 6
BARCELONA CONTRA SUS CONCEJALES
Dieciocho concejales del ayuntamiento barcelonés han quedado en evidencia ante la ciudad al votar negativamente la concesión de un presupuesto especial para la enseñanza del catalán en las escuelas. La reacción de la ciudad a través de entidades, instituciones y ciudadanos individualizados ha sido tan unánime, contundente, severa, que durante muchas horas de la noche se han mantenido encendidas las lucecitas del poder tanto en Barcelona como en Madrid tratando de encontrar salida política a la cosa. Según todos los síntomas, a todos los que se les cayeron los pantalones en el momento de dar el voto negativo se les ha entregado una túnica de penitente para pedir perdón por su falta de sentido político. La ciudad ha demostrado su fuerza y su sensibilidad ante lo que realmente le importa.
Finalmente, por el momento, la historia ya ha reportado unas cuantas lágrimas, las del alcalde Masó cuando se justificó ante la prensa de Barcelona, y un indudable golpe de efecto a cargo del gobierno civil: el inicio del expediente de impugnación del acuerdo del pleno por el que se negaban 50 millones a la propagación del catalán.
Por Favor, 17 de marzo de 1975, n.º 37, p. 5
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El príncipe Juan Carlos recibe una barretina en el viaje que realiza a Cataluña, un regalo que dispara las incongruencias, los rumores y las inseguridades colectivas. ¿Por qué algunas informaciones alientan los enfrentamientos entre las diferentes zonas y regiones de España? ¿Por qué hay quien sí puede manifestarse en este país? «La Capilla Sixtina» adquiere un tono progresivamente político.
El Príncipe don Juan Carlos ha recibido una barretina de manos de los representantes de los coros de Clavé. Es la segunda barretina que recibe el Régimen en un año. La primera le fue entregada a don Pío Cabanillas, la agitó al aire, se le hizo una fotografía y hubo más de un desmayo en la capital del reino. Es decir: en Tordesillas. Ahora, el Príncipe no la ha hecho revolotear como don Pío, pero la ha alzado y enseñado al público para que se viera. A ver qué pasa. No hay dos barretinas sin tres.
Los agoreros advierten síntomas de catástrofe por todas partes. Según parece, no sólo crece el marxismo entre nosotros, sino también el separatismo. Es más cómodo liquidar la cuestión bajo este punto de vista que plantearlo de una manera científica. Ha crecido la clase obrera española y reclama iniciativas excepcionalmente aplazadas durante demasiados años. Está en crisis todo centralismo y, sobre todo, en una realidad como la española, en la que ese centralismo ni siquiera ha sabido racionalizar el estatuto de interdependencia entre las partes. Ni ha servido para promocionar las «regiones atrasadas» ni para contentar a las «regiones desarrolladas». Todo ello agravado por una beata intolerancia hacia las culturas autóctonas.
Planteada así la cuestión, obliga a pensar. Planteada bajo fórmulas lingüísticas que lo quieren decir todo y no quieren decir nada, lo único que se consigue es multiplicar los ecos en las cavernas, mientras en el exterior los problemas siguen donde estaban y regidos por las leyes de una dinámica propia e irreversible, aunque de vez en cuando sufran atascos de décadas. Lo peligroso es que la restante geografía, la que no es Galicia o el País Vasco o los Países Catalanes, está recibiendo una deformadora información sobre lo que es y representa la cuestión gallega, vasca o catalana. Se incuba la idea de que son cuestiones artificiales, y en el caso de vascos y catalanes, cuestiones de «ricos» con ganas de complicar la vida a la nación, como si no se la complicara ya suficientemente la carestía de la vida. Así se explica, por ejemplo, la reacción que últimamente tienen buena parte de los públicos españoles ante las visitas del Barça. El insulto «perros catalanes», prácticamente sepultado desde la década de los cincuenta, ha vuelto a resonar en los estadios e incluso a ocupar espacio y tiempo en las pancartas, cuando aún no ha sido garabateado por algún niño imperial en el polvo de los coches viajeros con matrícula de Barcelona.
Y estas cuestiones no son artificiales. Están planteadas en todas las nacionalidades europeas complejas, y en casi todas ellas se va hacia la revisión racional de un pacto de interdependencias, frecuentemente fijado bajo la ley de las armas y mantenido, o bien por la fuerza, o bien porque existían razones de interés mutuo que lo han prolongado. Tal es el caso de Gales o Escocia, que sólo han acentuado la revisión de su estatuto de dependencia a partir del momento en que se ha confirmado la crisis del Reino Unido. Si el problema se afronta con ganas de ratificar las razones de las propias narices, tiene solución racional en el marco de una profunda reforma de las reglas de convivencia. De lo contrario seguirán en aumento los insultos desaforados, las sensaciones de marginación y la necesidad del bálsamo de gestos oficiales más o menos afortunados y escasamente eficaces, como agitar en alto una barretina cada dos meses o ponerse una chapela cada año bisiesto.
SIXTO CÁMARA
Triunfo, «La Capilla Sixtina», 29 de marzo de 1975, n.º 652, p. 16
NO ESTAMOS BORRACHOS, ESTAMOS ENFERMOS
El gobierno ha sido gravemente atacado por unos quinientos manifestantes madrileños más defensores del Régimen que nadie. ¿Quién lo entiende? Atacar al gobierno de España en defensa del Régimen de España es algo así como censurar a la gallina, porque pone huevos y no coles de Bruselas. Es más. Esos manifestantes alteraron el orden público, porque agredieron a un profesional de la información y destruyeron el trabajo de otro. Pero la paradoja se replantea. Con todo y alterar el orden público, no alteraron el orden público.
Estas situaciones eran de las preferidas por don Miguel de Unamuno. «Nos contradecimos, luego vivimos.» Lástima, no vivió para ver las últimas consecuencias de su culto a la contradicción nacional, y lo poco que vio no acabó de gustarle. Incluso ensayó un último «no es esto, no es esto» en la creencia de que los intelectuales contradictorios aún podían permitirse lujos republicanos. No hay filosofía sin ingenuidad.
Ando yo preocupado por cómo se está poniendo el país. Entiéndanme. A mí no me duele España. Me duele a veces la ingle de un viejo mal gesto que ningún médico me ha localizado en esas vísceras y músculos recónditos que a toda clase de hombres nos ponen en el disparadero del dolor. Pero España, no. No me duele España. Me preocupa, porque un servidor cree que todo está ya tan claro que empieza a ser sospechoso tanto afán por ocultar la claridad. Me contaba José Agustín Goytisolo que una vez vio un borracho por una calle de un país socialista.
—Oiga —le dijo al guía oficial—, vaya curda lleva ése.
El guía se envaró y respondió:
—No está borracho. Está enfermo.
El pobre borracho tenía la enfermedad de las eses.
Pues bien. En España está ocurriendo otro tanto.
—Oiga —se le dice a cualquier guía oficial—. Qué democrático está esto. ¡Vaya democracia llevamos encima!
—No es democracia, es anarquismo y conspiración de los enemigos de siempre. Habrá que hacer algo.
—Perdone. Me he equivocado. Si los síntomas que veo no indican que todo está preparado para la democracia, ¿podría usted decirme a qué síntomas debo atenerme para saber distinguir democracia de anarquía?
—Usted. No me pierda de vista. Cuando vea que yo estoy tranquilo y no me manifiesto por las calles en defensa del Régimen, quiere decir que entonces hay democracia. No hay democracia sin orden.
—Entendido.
Se me podría decir que esos quinientos manifestantes, con su peculiar visión de la anarquía y la democracia, podrían ser contrarrestados por miles, millones de españoles que se manifestarían tan rica y ordenadamente si se les dejara. Pero no se les deja.
Es decir. Hay quien tiene la democracia cogida por el mango.
SIXTO CÁMARA
Triunfo, «La Capilla Sixtina», 31 de mayo de 1975, n.º 661, p. 18
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En la revista Destino, un semanario cultural que defiende valores democráticos, estalla una lucha interna por el control editorial entre los sectores moderados, encabezados por el nuevo director, Baltasar Porcel, y los progresistas. Vázquez Montalbán se une a los vencidos, defiende al director saliente, Néstor Luján, y señala a Jordi Pujol. La lucha por controlar los medios de comunicación se encarniza.
EL CASO «DESTINO» O LA DEMOCRACIA ENTRE SUECIA Y VALDEMORO
RESUMEN DE LOS CAPÍTULOS ANTERIORES. —La determinante entrada económica de Banca Catalana en la revista Destino replantea los objetivos políticos de la revista. Los nuevos empresarios eligen al abogado Salvador Casanovas como su intermediario, y Néstor Luján, vinculado a la revista desde 1943, recibe el encargo de dirigirla en la práctica, en colaboración con el director oficial Xavier Montsalvatge, músico de vanguardia. Luján se rodea de un equipo de jóvenes colaboradores y anuncia en El Correo Catalán (diario también controlado por la Banca Catalana) que la revista va a politizarse. Se consuma la politización y se consume de impaciencia Salvador Casanovas, porque al parecer la politización de la revista no lleva a ese objetivo final de una Cataluña sueca y democrática, tal como quiere Jordi Pujol, máximo inspirador doctrinal de las expansiones informativo-culturales de la Banca Catalana. La reacción del señor Casanovas es tan enérgica como la ya demostrada en otras empresas similares: El Correo Catalán, Edigsa, La Gran Enciclopedia Catalana. Por donde pasa el señor Casanovas no vuelve a crecer la discrepancia. Por su cuenta y riesgo rechaza artículos ya aceptados por Luján y pone el veto a colaboradores variopintos (conviene que el lector retenga este dato para que se pasme con toda razón ante alucinantes cosas que va a leer). Se quejan los jóvenes colaboradores de Luján a Jordi Pujol, y el máximo líder de una Cataluña democrática y sueca responde que él no es el responsable de lo que ocurre. Casanovas añade que él tampoco. Luján dimite. Coro de solidaridades y dimisiones del equipo. En éstas, la empresa se descuelga con una carta de despido al jefe de redacción, Carlos Pérez de Rozas, en la que se le acusa de faltas de puntualidad y escaso celo profesional. No se menciona si Pérez de Rozas va a la redacción con las uñas sucias o con la bata escolar rigurosamente planchada. Pérez de Rozas tiene un profundo crédito entre los profesionales barceloneses, que precisamente por profesionales conocen el trabajo eficaz y constante del cesado. La indignación por los términos de la carta provoca, entre otros efectos, la dimisión de Jiménez de Parga como asesor jurídico de la empresa de Destino para hacerse cargo de la defensa de Pérez de Rozas ante Magistratura. Consciente del patinazo, la empresa sitúa a Salvador Casanovas en hibernación, a la espera de otras futuras actuaciones, y reaparece el viejo Vergés como negociador. En presencia de Carlos Sentís, presidente de la Asociación de la Prensa, Vergés ofrece a Pérez de Rozas una incondicional readmisión. Contesta: «Me lo pensaré». Mientras tanto, también ha dimitido Montsalvatge. La empresa ha designado a Baltasar Porcel como sustituto de Néstor Luján, y a Josep Carles Clemente como heredero de Montsalvatge. La Asociación de la Prensa quiere servir de intermediaria. La empresa parece haber reflexionado..., pero..., pero entonces estalla la bomba del Diario de Mallorca. Baltasar Porcel quema las naves que pueden devolver a Destino a Luján y sus muchachos con unas declaraciones que se resumen así: «No queremos comunistas en casa».
Es indudable que estamos en un país en el que es mucho más grave ser comunista que bakuninista, como el señor Porcel, carloshuguista, como el señor Clemente, o demócrata sueco, como el señor Pujol. Las declaraciones de Porcel se sitúan, pues, en un espinoso terreno de intrusismo profesional y no me refiero a la profesión periodística, sino a la profesión policial. A pesar de esta poca ética derivación de sus declaraciones, no le faltaron al señor Porcel jaleadores. Por ejemplo, la revista Blanco y Negro, que sin pensárselo demasiado dio por bueno que, en efecto, en Destino había habido una conjura comunista para apoderarse de la revista y no una cadena de torpes actuaciones empresariales que culminaban en un implícito pacto bakuninista-carloshuguista-social-sueco-blanco-negrista.
Tal vez los jaleadores de Porcel desconocían que este señor es muy bromista o que Salvador Casanovas ha ido de lío en lío por todas las empresas culturales donde Jordi Pujol le ha colocado como mezclador de imagen y sonido, mientras él teledirigía el programa desde Suecia. Tal vez los jaleadores de Porcel, a la distancia sideral que separa Barcelona de Madrid, tengan un desconocimiento subnormal de a qué se refería o a quiénes se refería. En cualquier caso, las acusaciones graves ya están hechas y han dado al caso Destino una derivación alarmante. Pérez de Rozas ha rechazado la readmisión en una carta pública modélica. Más de cien profesionales barceloneses acuerdan respaldar hasta sus últimas consecuencias a Luján, Pérez de Rozas y todos los demás. Se inicia el trámite de querella contra Porcel por intrusismo profesional, ya que sin ser periodista ha actuado como director efectivo de Destino y se recaba de la Asociación de la Prensa el estudio de la expulsión de Josep Carles Clemente. En cuanto a las declaraciones de Porcel al Diario de Mallorca y al eco que han recibido en Blanco y Negro, la posible respuesta implica a toda la comunidad democrática por la violación de elementales pactos de respeto mutuo a los adjetivos impronunciables.
Sin embargo, no hay que perder demasiado tiempo con los capataces más o menos ávidos de hacerse graciosos al dueño. Hay que ir directamente por el señor Jordi Pujol, y no con ánimo de derribarle en un placaje de rugby, sino con el ánimo de invitarle a clarificar el dónde está y el adónde va. En estos momentos es el inspirador de una política de expansión informativo-cultural de la Banca Catalana, que ya comprende un importante grupo de empresas culturales e informativas: El Correo Catalán, El Noticiero Universal, Enciclopedia Catalana, Edigsa, Destino. Además, por relaciones personales más o menos afines, el ideario de Pujol es bien recibido en otras publicaciones. Es decir, en estos momentos en Barcelona entre Pujol (ponga a quien ponga como intermediario), el conde de Godó, Sebastián Auger y Emilio Romero (cadena del Movimiento) se reparten casi la totalidad del mercado de trabajo informativo.
La ristra de conflictos surgidos allí donde Pujol ha aparecido como promotor informativo o cultural demuestra que el caso Destino no es una excepción, sino, tal vez, la aplicación exagerada de la regla. Vivimos en una situación política en la que no puede haber otro mercado de trabajo que el controlado o bien por entidades privadas capitalistas o por entidades oficiales o paraoficiales. Lo lógico en esta situación era pensar que un «capital democrático o democratizante», y sobre todo con un talante o tarannà tan sueco, iba a propiciar que a través de empresas informativas y culturales bajo su control se expresara ese «abanico de opiniones o posiciones» al que tantas veces se refiere el señor Pujol cuando habla de política y que tan pocas veces ha respetado cuando hace política cultural o informativa. Es lógico que en una situación política en que hubiera prensa vinculada legalmente a entidades políticas, cada oveja se fuera con su pastor y el señor Pujol llenara sus redacciones con profesionales suecos y democráticos. No es éste el caso. Y ante la evidencia de que en Destino han sido considerados de «lista negra» colaboradores tan separables como González Casanovas, Comín o Joan de Sagarra, demuestra que no estamos sólo ante una esforzada defensa de los valores de Occidente, sino también ante la aplicación del principio autoritario de que quien paga manda, y quien paga manda en este caso un total desarme de ideologías que puedan modificar más o menos el estatuto del sistema.
Mientras en todo el Occidente sueco la idea de las sociedades de redactores se impone y prospera el principio de que los medios de producción informativa y cultural deberían pertenecer en realidad a un sujeto-objeto compuesto por los profesionales y el público, el señor Pujol refuerza las teorías totalitarias sobre la propiedad del medio de producción cultural, y el señor Baltasar Porcel se inventa el fantasma de una conjura comunista con la misma facilidad con que se la inventaba Radio Nacional de España en los años cuarenta para justificar la aparición de cualquier posible discrepancia.
Pujol tiene crédito como banquero y como político. Tal vez su crédito como banquero se lo deba exclusivamente a sí mismo. El político, no. Muchas manos se movilizaron en Cataluña en los años sesenta para escribir su nombre por las paredes, y la mayor parte de aquellas manos no eran correligionarias. Eran manos que al escribir «Pujol» escribían por fin el nombre de un posible líder de una posible burguesía democrática con la que dialogar y ponerse de acuerdo para acceder a un futuro en el que la coacción no fuera una regla de dominio interhumano y social. Cuando recientemente el señor Pujol recuperó el habla política pública, fue saludado desde estas páginas y por el que esto suscribe como el indiscutible líder de esa burguesía catalana y democrática.
Ahora, al menos los que vivimos difícil y crispadamente de poner una palabra detrás de otra y vender nuestro trabajo a empresarios de la información o de la cultura, tenemos serios fundamentos para exclamar: «Dios me libre de los demócratas suecos, que yo ya me libraré de los autoritarios mesetarios».
Triunfo, 14 de junio de 1975, n.º 663, pp. 14-15
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«La Capilla Sixtina» sigue albergando historias de ficción, especialmente en verano. Un día, por ejemplo, Sixto Cámara comprende cuánto ama a su vecina Encarna. Incapaz de expresar sus sentimientos frente a frente, recurre al correo para confesar su amor.
A otros les pasa con la llegada de la primavera. A mí, con la del verano. Es entonces cuando descubro mis reprimidas capacidades amatorias y hago algún intento para saltar de cuatro en cuatro los escalones que me separan del piso de Encarna. O para sortear transeúntes lentos, acalorados, que me separan de un rostro, de una silueta concreta de mujer que intuyo hecha a la medida de mis deseos. Y es también entonces cuando descubro, una vez más, que tengo estropeados los mecanismos de comunicación y que sólo sé escribir, tal vez porque la comunicación mediante la escritura implica un cierto extrañamiento del propio mensaje y una cierta irresponsabilidad.
Así es que me decidí a escribir una carta a Encarna en la que le decía más o menos que, a la vista de nuestra larga relación y del establecimiento de una cierta corriente «afectiva mutua», creía llegado el momento de pasar las cosas a mayores. «En consecuencia, te invito a tomar un café en Morrison a las cuatro de la tarde del jueves.» Reconozco que como carta amorosa era impresentable. Reconozco que la escribí asaeteado por esas agujetas anímicas que nadie sabe por qué se clavan en el estómago cuando uno realiza ejercicios sentimentales violentos.
Tiré la carta en el buzón de la esquina sin poder reprimir un gesto receloso de terrorista por correspondencia. Y a partir de ahí empezó mi calvario. Me pasé toda la noche haciéndome reproches.
—En menuda papeleta colocas a la chica.
—Bueno. Al fin y al cabo es una carta respetuosa.
—Se va a cabrear y te negará el saludo.
—A los amigos no hay que pedirles nada que les sea difícil dar.
—Vaya lío si te dice que sí. ¿Qué se puede hacer en Morrison a las cuatro de la tarde de julio?
Me levanté. Un rapidísimo pase por la ducha y me planto en la portería, donde la anciana señora Almudena empezaba un día más su soñolienta agonía. Del montoncito de moño blanco, huesecillos de palomo y piel de blanco de España, salió una voz de trueno dándome las horas en que el cartero traía la correspondencia. Me planté en la puerta. Durante las horas de espera volví a analizar los pros y contras. Pasaba del eufórico «Has hecho bien» al deprimente «Eres un imbécil, eso es lo que eres». Por fin llegó el cartero.
—¿Trae una carta para mi vecina Encarna?
—Ésta.
¡La carta!
—Me ha dicho que me la entregue. Que es algo urgente y necesita que yo se la lleve a donde trabaja.
—Eso me está ubicua y radicalmente prohibido —me contestó el cartero con cura de personaje de Forges.
No había otra solución que esperar la llegada de Encarna y quitarle la carta en un descuido. Otras cinco horas de plantón y con el maldito sol de cara, en la imposibilidad de refugiarme en la garita de doña Almudena, que seguía agonizando con un ojo abierto y el otro cerrado, en una eficaz economía energética.
A las siete de la tarde me entra Encarna. ¡Qué casualidad! ¿Tú por aquí? Tiene ese aire cansino de animal madrileño que ha tratado de sobrevivir bajo el sol de julio. Pasa de largo ante el buzón.
—Oye. ¿No recoges la correspondencia?
—Si todo es propaganda.
—Quién sabe.
Fastidiada, abre el buzón. Mis manos se adelantan como si hubiera abierto una caja fuerte. Retiro un montón de hojarasca publicitaria y, en medio, mi carta. Me la meto en el bolsillo. Dejo la publicidad entre las manos de la atónita Encarna. Le digo: «¡Qué calor!», y me voy a la calle. A perseguir rostros, siluetas concretas de mujer que me prometan una semana de ocho días.
La existencia del Sur.
SIXTO CÁMARA
Triunfo, «La Capilla Sixtina»,
19 de julio de 1975, n.º 668, p. 20
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En un tono muy distinto, frío y desapegado, expone la protesta que llevan a cabo los periodistas en Barcelona por la condena que sufre un compañero, José María Huertas Clavería, a raíz de un reportaje aparecido en Tele/eXpres sobre algunas casas de citas que rigen viudas de militares. La condena provoca un paro profesional y una manifestación en el centro de Barcelona. Vázquez Montalbán informa en Triunfo y en Por Favor.
El día 7 de junio del año en curso, el periodista barcelonés José María Huertas publicó en Tele/eXpres un artículo titulado «Vida erótica subterránea». Días después fue llamado a declarar ante el juzgado militar. Nuevamente fue requerido a finales de la semana pasada y esta vez no volvió a su casa. Fue esposado y conducido directamente a la cárcel Modelo, donde quedó a disposición de la autoridad militar. ¿Por qué? El motivo posiblemente hubiera sido materia sub júdice si la propia Capitanía General de Cataluña no lo hubiera divulgado en una nota que ha sido incluso leída ante las cámaras de Televisión Española:
«El procesamiento del periodista don José María Huertas Clavería tiene como fundamento de hecho los términos contenidos en el artículo firmado por él mismo y publicado por el periódico Tele/eXpres el día 7 del pasado mes de junio y donde bajo el título “Vida erótica subterránea” y en el epígrafe “A la derecha, el pecado”, textualmente decía lo siguiente: “Un buen número de meublés estaban regentados por viudas de militares, al parecer por las dificultades que para obtener permiso para abrir alguno hubo después de la guerra”.
»La mencionada frase pudiera constituir un presunto delito de injuria de los que cualquier medio de publicidad ofenda clara o encubiertamente a los Ejércitos e Instituciones Militares, Armas, Clases o Cuerpos, determinados de los mismos, previsto y sancionado en el artículo 317 del Código de Justicia Militar».
Minutos después de conocerse la drástica detención de un profesional muy significado del periodismo barcelonés, sus compañeros empezaron a remover espacios interiores y exteriores. Asambleas en las redacciones y en la Asociación de la Prensa. Reuniones con Carlos Sentís para que actuara como cabeza visible de la Asociación. Sentís se entrevistó con el capitán general, y la entrevista fue apacible, dejando las expectativas en el mismo lugar donde estaban antes de empezar. Tan a la espera de algo nuevo se quedó, que la respuesta de los profesionales consistió en una huelga que representó la no publicación de cinco diarios barceloneses: Diario de Barcelona, El Correo Catalán, Mundo Diario, Tele/eXpres y El Noticiero Universal. Por razones obvias de su carácter paraoficial, nadie esperaba que la Prensa del Movimiento secundara la huelga y, en efecto, La Prensa y Solidaridad Nacional compartieron el dominio informativo de la calle con La Vanguardia, único diario barcelonés no paraoficial que salió a la calle.
Según parece, Huertas se habría negado a revelar las fuentes de su información, acogiéndose a la tan reivindicada como poco reconocida regla del «secreto profesional». Se replanteaba, una vez más, un tema que se revela vital para la supervivencia de los profesionales del periodismo en un país en que cada día es más peligroso ser un profesional del periodismo. La respuesta de la huelga significaba una toma de posición colectiva que pronto sería refrendada por telegramas y declaraciones de adhesión llegados de toda Europa, tanto de asociaciones de la prensa como de cuerpos redaccionales de tal o cual publicación.
Al día siguiente de la huelga, los periódicos salieron normalmente a la espera de cambios situacionales, pero respetando acuerdos propuestos por los redactores de a pie y que se resumen en dos: mantener al máximo la tensión informativa sobre el caso Huertas Clavería y tomar postura ante el hecho a través de editoriales. De todas esas tomas de postura hay que elegir la adoptada por Mundo Diario, muy concordante con el sentir general profesional. Extraigo un párrafo:
No podemos olvidar que en una sociedad cada vez más preocupada por la convivencia, pero con evidentes limitaciones en sus derechos de expresión, la prensa ha recibido unas responsabilidades que posiblemente en situaciones más abiertas no le hubieran afectado tanto. Pero consciente esa prensa de su papel de avanzada en el desarrollo político —como incluso la ha calificado el ministro de Información—, no ha rehusado el compromiso, y en favor de esta función de informar y opinar ha querido siempre mostrarse objetiva y ecuánime ante situaciones difíciles, cualquiera que fuera su procedencia. Sin embargo, esto no ha sido sin sacrificio. Y así se entenderá con sólo recordar la relación de incidentes que últimamente se han registrado en torno a publicaciones y periodistas. Aunque la prensa no crea los conflictos, su misión es sencillamente informar de lo que ocurre en la sociedad, en la España real. Si esta España tiene una determinada carga conflictiva, no es la prensa la culpable ni la inductora. Al contrario, sería profesionalmente culpable si renunciara a su función.
Triunfo, 2 de agosto de 1975, n.º 670, p. 11
Según ha revelado al gran público una nota de la Capitanía General de la IV Región, la detención del periodista barcelonés Huertas Clavería se ha debido a un párrafo concreto de un artículo publicado bajo su firma en Tele/eXpres. En ese párrafo se decía que después de la guerra la apertura de algunos meublés se concedió a viudas de militares. Mientras el proceso de la justicia sigue su curso para calibrar la posible existencia de un delito de injurias, la movilización de la profesión periodística en torno a Huertas Clavería ha sido de las que hacen época. Cinco diarios barceloneses no salieron a la calle, y a continuación se han sucedido los movimientos tácticos y estratégicos para zanjar la cuestión y para aliviar los efectos de un escándalo más producido por los ecos de la detención que por el artículo en sí. Los ecos del escándalo han cruzado toda clase de fronteras, las mismas que cruzaría una solución en la que el raciocinio primara sobre la emotividad.
Por Favor, 4 de agosto de 1975, n.º 57, p. 6
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Ahora le toca a Triunfo recibir una sanción de cuatro meses, en este caso por un artículo sobre el cambio político. El cierre se inicia en septiembre de 1975 y la empresa decide aprovechar el semanario de humor Hermano Lobo para mantener la línea caliente con los lectores. «La Capilla Sixtina» y otras secciones destacadas de Triunfo aparecen durante quince semanas mal camufladas en la revista de humor. Por tanto, mientras Vázquez Montalbán codirige Por Favor y redacta cada semana tres o cuatro páginas, publica a la vez en la competencia, en Hermano Lobo. Contradicciones que propicia el entusiasmo por la información. Por si acaso, a «La Capilla» en Hermano Lobo se le llama «El Tablao». Destaca, cómo no, a su personaje estrella.
Son muchos los que reclaman la presencia de Encarna en esta sección.
—Ya es tener celos. Colocar al personaje en cuarentena para lucirse usted en primer plano —me espeta un demócrata cretino, sin que ningún lector tenga el derecho de asociar esta denominación con otra muy similar que circula por los pasillos de la política.
Harto ya de soportar directas e indirectas sobre el asunto, me voy a ver a Encarna y le cuento lo que me pasa.
—Así que soy la primera vedette de la compañía.
—La primera, por lo que parece. Excitas la imaginación erótica del lector. En Badajoz me preguntaron si te pareces a Lauren Bacall y no paran de preguntarme si tienes el pelo así o lo otro asá.
—¿Y usted qué contesta?
—Que Encarna soy yo.
—Pues va usted a contribuir a que suba el índice de homosexualismo en el país. Que no hace falta irse a Suecia para eso. Que ese señor que ha hecho el discurso ese en Mallorca acusando a Olof Palme está muy despistado...
¿Lo ven? En estos tiempos más prohibitivos que prohibidos, ¿cómo puedo sacar a Encarna en mi sección?
—Muy bien. Puede usted sacarme en la sección, pero yo no pacto.
—¿Qué quiere decir eso de que no pactas?
—Que yo voy a decir lo que tengo que decir, por encima de los compromisos que usted haya contraído entre su conciencia y la historia. Más tarde o más temprano, a los posibilistas como usted se les ve el plumero.
—¿Pero tú te has leído el decreto ley sobre terrorismo o conoces el artículo segundo de la Ley de Prensa?
La respuesta de Encarna no es publicable. Trato de que entre en razón. Le explico mi teoría de los corredores de fondo y de los sprinters, que no es mía, que la contó en su día Alfonso Sastre desde las páginas de Triunfo. Pero Encarna está dura, dura como el país.
—Yo no pacto.
—Pero sólo te pido que pactes con la sensatez.
—Se empieza pactando con la sensatez y se acaba presentándose uno a concejal como candidato de la Unión del Pueblo Español. Y a usted le veo de concejal por Argüelles como resultado de un amplio pacto.
—No te equivoques de enemigo.
—De lo que no quiero equivocarme es de amigos.
Encarna lleva el primer jersey del otoño. Se diluyen los tostados de su piel y sube como de un fondo de bañera profunda la pulcritud de su piel joven. O tal vez ya no tan joven, pero lo suficiente para que el otoño dibuje escamas sobre la mía y me sienta el pez espada con la espada más remendada de este mundo, y que conste que la imagen va por el lado bélico y no por el que van a tomársela esos psiquiatras trasnochadores que en cierta ocasión me preguntaron por carta si me acostaba con Encarna.
—Podríamos hablar del pasado o del futuro.
—Don Sixto, tiene usted alma de pianista negro en una boite de Casablanca bajo la ocupación alemana.
¡Qué inteligente es la puñetera!
SIXTO CÁMARA
Hermano Lobo, «El Tablao»,
18 de octubre de 1975, n.º 180, p. 7
De unas semanas a esta parte no cesan de pasar por mi teléfono proposiciones de entrevistas de colegas extranjeros lanzados en paracaídas sobre España para enterarse más de lo que va a pasar que de lo que pasa. Con todos ellos sostengo un diálogo tipo que, más o menos, es éste:
—¿Qué va a pasar?
—No lo sé.
—¿Tendrán Vds. una democracia occidental o habrá una revolución y vendrá una democracia oriental?
—Aún queda otra posibilidad.
—¿Cuál?
—La de una democracia africana.
—¿Cree Vd. en los sinceros propósitos democráticos del futuro Rey?
—Hasta ahora todo el mundo ha hablado por él. Desde los legitimistas del 18 de julio hasta los legitimistas del 14 de abril, pasando por los legitimistas de todas aquellas fechas que han ido dejando bolsas de legitimistas más o menos marginales, pero cuantiosas. Desde las primeras batallas de Viriato este país no ha hecho otra cosa que ir creando legitimismos.
—¿Quién es Viriato?
—Es inútil. No me entendería Vd. Es como si le hablara de Numancia.
—¿Qué es Numancia?
—El Alamo (eso si hablo con un paracaidista norteamericano) o Verdún (si hablo con un paracaidista francés).
—¿Qué tanto por ciento daría Vd. a los comunistas?
—¿Se refiere a la población penitenciaria?
—No. No. Al censo electoral.
—Ah, ¿pero se va a poder elegir a los comunistas?
—Eso es lo que le pregunto yo a Vd.
—No me haga preguntas subversivas, por favor. Aquí va a haber un ensayo general de democracia segregacionista, es decir, se va a dar un paso más en el intento de hacer la tortilla de patata sin huevo.
—¿Qué es una tortilla de patatas?
—Bueno, hijo (o hija). Si Vd. no sabe lo que es una tortilla de patatas, ¿para qué coño le han enviado a hacer un reportaje sobre el futuro político de España?
Les explico pacientemente cómo se hace una tortilla de patatas. Perplejidad.
—¿Y eso está bueno?
—Buenísima.
—Y sin huevo, ¿no saldría?
—No saldrá, pero se intentará.
—Y si no sale, ¿qué pasará?
—Depende de quién o quiénes fracasan en el guiso fraudulento, o de quién o quiénes reciben la insuficiente tortilla por la cabeza.
SIXTO CÁMARA
Hermano Lobo, «El Tablao»,
29 de noviembre de 1975, n.º 186, p. 5
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El 20 de noviembre muere Francisco Franco. La prensa lanza grandes panegíricos a favor del insigne estadista, y Por Favor aparece el día 24 como si nada hubiera pasado, sin una sola referencia en sus páginas. A la semana siguiente, sin embargo, resulta imposible evitar las alusiones. Cada frase se mide al milímetro y rebosa sobrentendendidos.
Aunque la noticia ya ha sido ampliamente difundida por medios de comunicación idóneos, quedaría incompleta una sección que recoge algunas cosas importantes que pasan en este país sin mencionar esta semana la desaparición física de Franco. El presidente del gobierno se dirigió a la nación y le leyó un corto testamento, del que sacamos párrafos significativos de la intencionalidad histórica de su autor:
«En el nombre de Cristo me honro y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia en cuyo seno voy a morir.»
«Pido perdón a todos como de corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera como tales.»
«Quiero agradecer a cuantos han colaborado con entusiasmo, entrega y abnegación en la gran empresa de hacer una España unida, grande y libre.»
«No olvidéis que los enemigos de España y la civilización cristiana están alerta.»
Por Favor, 1 de diciembre de 1975, n.º 74, p. 4
Esta frase pronunciada en Televisión Española durante los comentarios necrológicos que siguieron a la muerte de Franco, da significación especial a la asunción de poderes definitivos y totales por parte de D. Juan Carlos de Borbón y Borbón. En las últimas semanas el todavía Príncipe de España ha sido objeto de un bombardeo continuado de insinuaciones de éstos y aquéllos sobre lo que haría o no haría cuando llegara a la más alta magistratura de la nación. Hay ahora la natural expectación por saber quién se ha acercado más a la verdad del comportamiento del poder, si el señor Blas Piñar o el señor Pío Cabanillas. Los que no están ni bajo el paraguas nuclear de Blas Piñar ni el de Pío Cabanillas es probable que deban seguir cantando bajo la lluvia. No se han practicado más detenciones que las estrictamente necesarias.
Por Favor, 1 de diciembre de 1975, n.º 74, p. 5
En algunos lugares de los reinos, escuadrillas de jóvenes atletas históricos con brazal rojigualda y corbata negra arrearon de lo lindo a ciudadanos que reculaban por la calle con aspecto tal vez no tan entristecido como la ocasión requería. En otros casos la agresión fue cínicamente provocada por los agredidos debido a su insultante aspecto «progre», barbados, mal planchados y en la pupila todavía pegadas las últimas líneas de la propaganda subversiva que cada día consumen antes del café con leche. Cuando aparezcan estas páginas, ya se habrán producido varias manifestaciones espontáneas en las que las masas azules demostrarán una vez más que son las únicas masas hoy por hoy movilizables para que nada se movilice. No se practicarán detenciones, y si no, al tiempo.
Por Favor, 1 de diciembre de 1975, n.º 74, p. 6
Los comentaristas se hacen lenguas sobre la madurez y serenidad demostradas por el pueblo español ante las difíciles peripecias históricas planteadas. La madurez ha sido ampliamente comprobada por el hecho de que tres de cada cuatro cabezas hispánicas han pasado con creces la prueba de ser exprimidas con dos manos soltando una cantidad de jugo tal que este año no va a haber problemas en las reservas líquidas de los pantanos. Y en cuanto a la serenidad ha sido igualmente obvia tras los experimentos realizados con algunos ciudadanos que soportaron impávidos el aumento de los precios de la gasolina, la electricidad y lo que cuelga y colgará. Se comenta a este respecto el gesto de un vecino de Castro Urdiales al que casi al mismo tiempo le comunicaron la noticia del aumento del precio de la gasolina y la de la caída de Constantinopla en poder de los turcos. Sin inmutarse, lió un cigarrillo y dijo enérgica pero serenamente: «Nene, el Alfa». No se practicaron detenciones.
Por Favor, 1 de diciembre de 1975, n.º 74, p. 6
Extraños pero abundantes ciudadanos de estos reinos se han visto afectados de una dolencia coyuntural consistente en la imposibilidad de conciliar el sueño en sus propios domicilios. El primer síntoma de esta enfermedad, probablemente epidémica y en disposición de crecimiento, se produjo hace algunas semanas. Consistió en una molesta alucinación padecida por los afectados; creían oír voces telefónicas que les decían: «Rojete, mariquita, te vamos a pelar». El segundo síntoma fue la sospechosa conformación de una manía persecutoria. Los enfermos pretendían que, en efecto, de vez en cuando las voces telúricas se encarnaban en cuerpos humanos y cascan, cascan con una importante impunidad, no diríamos que total, pero sí importante impunidad. En algunos casos, y siempre por su bien, estos enfermos han debido ser hospitalizados. Otros han preferido abandonar el hogar probablemente conyugal e irse a dormir a viviendas sin teléfono. No se practicaron más detenciones que las estrictamente necesarias.
Por Favor, 1 de diciembre de 1975, n.º 74, p. 7