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El vértigo de informar

(1976-1977)

 

 

En enero de 1976 retorna Triunfo tras cumplir los cuatro meses de suspensión, de forma que nada pudo publicar sobre la muerte de Francisco Franco. La revista sobrevive al cierre gracias a los bonos de ayuda que vende entre sus lectores y los ingresos que proporcionan otras publicaciones de la empresa, como Hermano Lobo. Precisamente del semanario de humor se despide Vázquez Montalbán, para después festejar con Encarna haber sobrevivido a la sanción.

PERO SE MOVÍA

Cuando se sugirió al equipo de Triunfo que durante los cuatro meses de suspensión nos pasáramos a Hermano Lobo comprendimos que en la Resistencia pasaban cosas así, que en todas las resistencias el principio motor ha sido moral y más o menos siempre se ha parecido al «Pero se mueve» del amigo Galileo Galilei, en paz descanse. Terminan ahora los cuatro meses de suspensión, día a día, a Triunfo nunca nadie le ha regalado nada y más de una vez le han quitado la cartera histórica en el tranvía del deseo, los triunfistas dejamos Hermano Lobo y volvemos a casa. Mientras empaqueto mi máquina de escribir, una pesadísima y vieja Continental portátil, mis holandesas y esa botella de aguardiente de pera que siempre me acompaña para entonarme en el país del desentono, pienso en mi curiosa condición de viajero por revistas que se cierran o se abren, pero siempre por revistas al borde del abismo, única forma decente de ejercer el periodismo y el matrimonio.

Recuerdo que en una época de paro forzoso, tras el cierre de la publicación en que trabajaba, un cierre que llegó de la mano de Fraga pocos meses antes de la promulgación de la Ley de Prensa, tuve que llevar mis bártulos profesionales a una revista dedicada a la mujer, en el sentido más convencional del término. Allí escribí sobre lencería fina, ropa interior de señora y unos cuantos elogios sentimentales, como el dedicado a las gordas, en los que trataba de dar salida a una escritura de supuesta calidad, más un servicio a mí mismo que a los lectores, pues entonces no me daba el presupuesto para aguardiente de pera y necesito tres litros de vino tinto para empezar a sentirme a gusto. Pues bien, la revista la teledirigía un anglosajón céltico, y cuando publiqué mi «Elogio sentimental de la gorda», el anglosajón se saltó por encima la autoridad de la directora de la revista y me sometió a un hábil interrogatorio:

—¿Es usted un terrorista?

—¿Por qué?

—En la era de la Shrimpton o de Twiggy, usted escribe un «Elogio sentimental de la gorda» que va a desorientar a nuestra clientela femenina.

—Hay gordas y gordas. Ya lo digo en el artículo. No se crea que a mí me gusta la Venus de Willendorf.

—Usted es un terrorista cultural.

—No, señor. Soy un resistente cultural. Que no es lo mismo.

—Siga con los temas de ropa interior y déjese de elogios a las gordas.

Al día siguiente le entregué a mi directora un artículo titulado «Elogio sentimental del culo» y no volví a poner los pies en aquella revista.

—¿Y a qué culos se refería usted, don Sixto? —me pregunta Encarna, que ha asistido silenciosa a este monólogo en voz alta.

—Al de las gordas.

 

SIXTO CÁMARA

 

Hermano Lobo, 3 de enero de 1976, n.º 191, p. 5

YA ESTAMOS EN CASA

Desde hace semanas que no paro de brindar por esto y por aquello, pero no resisto una vez más la tentación y brindo por la reapertura de Triunfo. Brindo con Encarna y Marco Antonio Alfonso de los Arroyos.

—Me sorprende, Encarna, que con lo radical que tú eres te prestes a brindar por la reapertura de una revista tan reformista como ésta.

—Qué se le va a hacer. Espero que se regenere. Según parece, ahora podrán decir más cosas que antes. Ahora, ahora se verá de qué pie cojean.

—¿De qué pie cojeamos?

—Del izquierdo, don Sixto, del izquierdo. No lo tienen sano. Pero en fin. Hay que reconocer que pertenecen ustedes a la Iglesia Perseguida. Salud.

Marco Antonio cabecea molesto.

—Bueno, Encarnita. Formalidad. Que contigo ya tenemos demasiada paciencia. Pasas por la vida y por la historia perdonando la vida a la derecha y a la izquierda, y eso no está bien.

A Encarna le brillan los ojos, contempla a Marco Antonio fascinada, las narices de la muchacha se ensanchan y se afilan sacudidas por la respiración previa a las batallas importantes. El propio Marco Antonio está un poco impresionado y a buen seguro que se arrepiente de la provocación.

—Bien. ¿Conque usted cuestiona mi derecho a meterme críticamente con lo que me dé la gana?

—Sí, señora. Hay que distinguir libertad de...

Trato de cortar la frase de Marco Antonio, pero mi codazo llega tarde.

—... libertinaje.

Encarna se frota las manos, afina los ojos: ya lo tiene.

—Repita, por favor.

—Hay que distinguir libertad de libertinaje.

—¿Dónde he oído yo eso, vamos a ver?

Encarna parece pensar. De pronto sus ojos furibundos se clavan en Marco Antonio y dice:

—Claro. Lo he leído en ABC.

—Bueno..., hay intenciones e intenciones. Yo me refería a que...

—Usted es un represor como cualquier otro. Éste es un país de represores y reprimidos, de víctimas y verdugos.

Eg que la chiquilla me pone malo.

Marco Antonio amadrileña su habla cada vez que está desconcertado. Encarna se ha quitado un zapato de importante tacón y lo llena de champán. Se lo ofrece al aterrado Marco Antonio muy mimosamente.

—Bébelo, muñeco, y serás inmortal.

—Así me gusta, Encarnita, que tengas sentido del humor.

Y se lo bebe.

 

SIXTO CÁMARA

 

Triunfo, «La Capilla Sixtina»,
10 de enero de 1976, n.º 676, p. 24

 

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En Triunfo conviven dos sensibilidades periodísticas. Las de los redactores más radicales, que optan por una línea editorial audaz, y la del propietario, José Ángel Ezcurra, secundado por Eduardo Haro Tecglen, los dos poco amigos de asumir riesgos. Pese a las reticencias, se publica esta crónica en la que Vázquez Montalbán describe el homenaje que el PCE brindó en diciembre a La Pasionaria en Roma. El periodista ni contiene las emociones ni se ahorra un cierre apasionado.

EL INVIERNO ROMANO DE DOLORES IBÁRRURI

Aunque aún no era invierno, las humedades del Tíber lo prometían, perlando de tarde húmeda la alfombra de hojas secas, aún doradas, como láminas arrancadas al ocre de las fachadas encaramadas contra el crepúsculo. Y en las fachadas, pasquines de memoria y apoyo al camarada Pasolini firmados por el Partido Comunista Italiano, responsabilizado hasta después de la muerte de uno de los izquierdistas más incómodos que en el mundo han sido; rebelde de cuerpo y alma, en el seno de una izquierda latina más preparada para asimilar las rebeldías del alma que las del cuerpo. Junto a los pasquines dedicados al poeta de Las cenizas de Gramsci, Pasolini, el artista que, en mi opinión, más arduamente ha forcejeado por hacer realidad artística las teorías estético-políticas de Gramsci, otros carteles ocupados casi enteramente por una cabeza de anciana, con el pelo blanco recogido a manera de moño de abuela hispánica, ojeras de tiempo o tal vez de primavera, porque las ojeras son flores de experiencia o de deseo que crecen en torno de los ojos de las mujeres, bien porque han amado mucho o bien porque esperan amar aún mucho más.

Los carteles anuncian el homenaje que va a recibir la octogenaria Dolores Ibárruri, la Pasionaria, en el Palacio de los Deportes del Eur, el barrio megalómano preconcebido por Mussolini, un homenaje que contará con la oratoria de Luigi Longo, Santiago Carrillo, Enrico Berlinguer y la propia Dolores, la propia Pasionaria. Horas después la conocería. Acudí a la rueda de prensa del hotel Leonardo da Vinci, y en una carambola de presentaciones y representaciones, Carrillo me la puso delante y me anunció, por si hiciera falta: «Ésta es Dolores la Pasionaria», repetía una y otra vez: «Con el miedo que me dan a mí los periodistas». No lo pareció minutos después. Las cámaras de televisión, los micrófonos, las cuartillas y los bolígrafos, las voces, conformaron un cerco sacudido por esporádicos flashes en torno a la mesa que presidían Segre (responsable del PCI de contactos exteriores), la Pasionaria y Carrillo. Dolores contestó a todo lo que se le preguntó.

Carrillo es el que habla de política. Es un hábil centrocampista, un correcto delantero y un contundente defensa. Se nota cuando despeja a bote pronto la pregunta de la corresponsal de Pueblo sobre supuestas responsabilidades criminales de los comunistas durante la guerra civil. Carrillo se levanta, su francés se hace más alto, más duro. La Pasionaria, a su lado, se reserva. Las vísperas de actuaciones públicas son para ella verdaderos tormentos psicológicos, como si fuera un torero a la espera de la corrida. Se ha refugiado en una casa situada en las afueras de Roma y prepara el discurso del día siguiente, sin apenas salidas, una para esta rueda de prensa y, finalmente, otra para recibir el homenaje del democristiano alcalde de Roma, para saludar a unos cuantos españoles a los que les preguntó: «¿Hay alguno de mi pueblo? ¿Sabéis canciones de mi tierra?». Sabían canciones vascas y las cantaron, mientras una Pasionaria en pie, pulcra, de negro, iluminada por la blancura de su piel y el plateado de sus cabellos, musitaba la canción.

Y al día siguiente, la fiesta. Desde el día anterior, tres mil militantes del Partido Comunista Italiano habían montado un servicio de vigilancia en torno al Palacio de los Deportes para evitar cualquier atentado. El acceso a las localidades pasaba por seis o siete filtros de jóvenes tajantes en su cometido, radicalmente responsabilizados. Las veinte mil localidades se llenaron como a oleadas de un público abanderado y apancartado, curiosamente apancartado, con respeto, sin un insulto a nadie, pancartas peticionarias, pancartas que proclamaban la procedencia militante o geográfica de los reunidos. Unos dieciséis mil italianos del PCI y del Partido Socialista. Unos cuatro mil españoles de la emigración política y económica, bulliciosos. La noche anterior fuimos sorprendidos en una trattoria por Pajetta, uno de los combatientes en la Brigada Garibaldi. Este torbellínico y simpatiquísimo Pajetta, hermano de Giancarlo Pajetta, la segunda figura del PCI, aparece tras la todavía mesa de la presidencia. Ahora está grave. Se cruza con Mario Soares, que acude al acto dispuesto a sentar plaza de izquierdista, y junto a Soares, decenas de delegaciones del mundo entero, comunistas, socialistas, demócratas por lo libre o por lo unitario. Un impresionante respaldo a la mesa presidencial.

Flamean las banderas agitadas por brazos incansables. Se tensan las cuerdas vocales hasta el estallido: ha aparecido la Ibárruri, junto a Berlinguer, Carrillo, el comandante Carlos, Nenni, Luigi Longo, Calvo Serer, José Vidal Beneyto, Ignacio Gallego, Manuel Azcárate, Santiago Álvarez y otros dirigentes españoles o extranjeros, cuyos rostros o nombres no me dicen nada. En las gradas de las representaciones extranjeras explota la blanca, senatorial presencia de Alberti, autor de un poema en ocasión de la fiesta. En primer plano, la Pasionaria aplaude a quienes le aplauden. Presenta el acto, ofrece el homenaje, una militante italiana, que recuerda la imagen de Dolores como una feminista avant la lettre. Berlinguer realiza un discurso suficiente, frío, inteligente, enmarcador, muy berlingueriano, me dicen los que conocen a Berlinguer, y luego se sorprenderían ante su estallido emotivo final. Longo hablaría entre las ruinas de su cuerpo, minado por la hemiplejía, en un tremendo esfuerzo dictado por revivir su propia juventud, encajada en la historia de nuestra guerra civil. Alberti recitaría con majestad su propio poema, devoto por encima de todo del símbolo femenino encarnado por Dolores...

Carrillo hizo el discurso político «coyuntural», sentando la posición de los comunistas ante la nueva situación política española: amnistía, retorno de los exiliados, plenas libertades democráticas. Fue un discurso en italiano, en honor a los dieciséis mil italianos que respaldaban el acto desde sus butacas, en un italiano que según confesión del propio Carrillo en las palabras de introducción: «... van a entender más los españoles que los italianos». Y finalmente Dolores se levanta, avanza decidida hacia el micrófono, con una zancada de bailarina del Bolshoi, en una evidente demostración del que va más ligera que Longo o Nenni. Llega ante el micrófono. Por ahí anda la nieta de Dolores, Lolita, adolescente de ojos cerváticos [sic] en la que cruza la huella de la última hija que le queda a la Ibárruri y de su marido soviético. Pero la voz de la Ibárruri recuerda que durante buena parte de su vida fue una mujer más española: católica, sufrida, en una familia de mineros, católicos, sufridos y carlistas. Políticamente dijo lo que era de esperar. Desarmó y sorprendió con su reivindicación del nuevo catolicismo democrático español. Incluso con su cita directa a Tarancón. Recordó varias veces que era vasca, recordó a los vascos, recordó a los que eran y no eran de su propio partido. El clamor ciega las palabras de definitiva clausura en los labios de Berlinguer. Una y otra vez. Finalmente, sobre el clamor, contagiado por el clamor, Berlinguer «se calienta», se encarama sobre su propia frialdad y explota en una maravillosa despedida, llena de fe y esperanza en una España normalizada y democrática.

Ni un exabrupto. Doy testimonio. Nunca fue un acto de desquite, ni siquiera dominado por la nostalgia. Todo el acto tuvo un tono de propuesta, de normalidad, de esperanza en un fin de fiesta definitivo, coexistente, en Madrid. Por los altavoces, canciones de Raimon y Luis Pastor perseguían la retirada de los veinte mil.

Dediqué mis últimas horas romanas a los descampados de Ostia, donde apareció el cuerpo muerto, apaleado, de Pasolini. Había llovido y el agua parecía haber ensuciado, no lavado, el paisaje desguazado de donde la ciudad pierde su nombre. Charcos, casi lagunas, cercaban construcciones remendadas, y de pronto, como en un milagro de la pobre tierra, sobre un montículo de fango emergía un ramo de flores frescas. Allí habían encontrado el cuerpo de Pasolini, y allí brotaban cotidianamente, no se sabe si de las manos o de la tierra, las flores de homenaje a un luchador por que la Historia la podamos escribir todos con minúscula, como si fuera nuestra.

 

Triunfo, 10 de enero de 1976, n.º 676, pp. 10-11

 

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Durante los primeros meses de 1976 Vázquez Montalbán se convierte en un auténtico corresponsal de Triunfo en Cataluña. Más allá de la opinión, informa con la precaución necesaria sobre algunos hechos que no siempre aparecen en la prensa diaria, por ejemplo la importante manifestación que se organiza en Barcelona el domingo 1 de febrero y que el periodista cuenta desde dentro como un síntoma de los nuevos tiempos.

¿QUIÉN PROHIBIRÁ PROHIBIR?

Para empezar se prohibió una «Convergencia de la canción», convocada en el Palacio de los Deportes con la concurrencia de distintos cantantes: Montllor, Ribalta, Sisa, La Trinca... El motivo no pudo ser otro que un intento de frenar el entusiasmo colectivo alimentado por la orgía liberalizadora del ciclo de Lluís Llach.

También se prohibió un acto artístico en Galerías Layetana, en el que actuaba como presentador Rodríguez Aguilera, juez y crítico de arte. Esta vez el motivo fue que la sala organizadora tenía permiso gubernativo, pero no del Ministerio de Información y Turismo. Un descuido y muchísimas ganas de aprovechar los descuidos burocráticos para frenar ese impulso comunicativo, participativo, profundamente civil que este país manifiesta día a día. Pero frente al prohibicionismo, la imaginación.

Imaginación hubo en la huelga bancaria que acaba de terminar tras una dura lucha en pro de reivindicaciones elementales: 3.000 pesetas mensuales de aumento lineal, treinta días de vacaciones entre mayo y septiembre, jubilación a los sesenta años o a los cuarenta de servicio con un ciento por ciento, IRTP y SS a cargo de la empresa, que las detenciones por motivos laborales o sociales no sean motivo de sanción, reconocimiento de los derechos de reunión, expresión, asociación y huelga. Lentamente, los empresarios bancarios fueron entrando en razón. El último en hacerlo fue el del Santander, y la manifestación de trabajadores recorrió la ciudad pregonando la necesidad de que sus compañeros despedidos fueran readmitidos. Un globo, dos globos, quinientos globos servían de soporte al mensaje solidario, con inscripciones como «No al despido».

No se encontraron, pero tal vez se cruzaron. Por las Ramblas bajaron los actores manifestándose por su situación de paro forzoso. De mil cuatrocientos actores censados en Barcelona, sólo diez tienen trabajo. La indigencia teatral es absoluta ante la desidia promocional de la Administración. La situación se agrava con el cierre del Teatro Nacional, a causa de un pleito entre la Dirección General de Teatro y el Ayuntamiento de Barcelona. Reunidos en asamblea el 22 de enero, los actores acordaron dirigirse al ministro correspondiente solicitando una comisión interprofesional que elaborara en quince días una alternativa global a los problemas del teatro en Catalunya* y que comprendiera: una Ley del Teatro que contemple la reorganización del teatro en Catalunya dentro del marco de una auténtica autonomía en asuntos culturales; la reconversión del Teatro Nacional de Barcelona en un Teatro de Catalunya, con la participación de las diputaciones catalanas; la creación de un Teatro Municipal del Ayuntamiento de Barcelona. Se solicita que mientras se elabora dicha alternativa y se crean los órganos de producción teatral, el presupuesto correspondiente al Teatro Nacional de Barcelona sea puesto a disposición de la Junta Directiva de la Agrupación Sindical de Actores de Teatro de Barcelona para que tome medidas de urgencia que palíen la desastrosa situación de mil cuatrocientos profesionales. Unas cuantas docenas de estos profesionales dieron la cara por las Ramblas. Contaban con el esfuerzo de Josep Maria Flotats. Un actor catalán e internacional que tuvo que ir a buscar en Francia lo que no pudo darle la España grande.

Pero la piedra de toque en esa relación dialéctica entre prohibicionismo e imaginación, ha sido sin duda el asunto de la manifestación pro amnistía que la Federación de Asociaciones de Vecinos convocó para el domingo día 1 de febrero. A la vista de que la de Madrid no había sido autorizada porque, al parecer, no se negoció su convocatoria legal, y no se negoció la convocatoria legal porque los organizadores eran la Junta Democrática y la Plataforma de Convergencia Democrática, en Barcelona fueron las asociaciones de vecinos quienes tomaron la iniciativa. Lo hicieron todo a la luz del día. Convocar y solicitar permiso. Como si el permiso fuera a llegar, crearon una malla organizativa que tenía solucionado desde el servicio de orden hasta el de asistencia médica, no en previsión de desórdenes, sino en previsión de desmayos de placer por parte de algún manifestante, incapaz de resistir la sensación de manifestarse legalmente. Hasta cuarenta y ocho horas antes del día 1, la Federación negoció con el gobernador civil e incluso trató de negociar directamente con el ministro de la Gobernación.

Primero se prohibió hacer propaganda de la manifestación pro amnistía. Después se prohibió la manifestación. Fraga hizo un viaje relámpago a Barcelona para recoger el Premio Mundo como español del año. Se especuló sobre la posibilidad de que Fraga se reuniera en la poscena con la preoposición, incluidos los «comunistas catalanes» del PSUC. Vana especulación. Fraga, visto y no visto. Cenó junto a Massiel y frente a Andreu Abelló, que estaba en otra mesa. Vacío oposicional combinado con autoprohibicionismo, Fraga —riesgos de la deformación profesional— se autoprohibió tomar el café con la oposición. Cuando se iba del salón del Ritz fue retenido por la novelista Montserrat Roig: «¿Y la amnistía, qué?». «Todo llegará, señorita.» En la puerta le esperaba una representación del comité de Secour Populaire Français, que también se preocupa por los presos políticos españoles y por la amnistía española. Se dijo que Fraga, en el último minuto, daría el permiso para la manifestación del día 1. De alguna manera también ha contestado a los vecinos de la ciudad: «Todo llegará», pero el permiso para manifestarse, en orden, con brazaletes y enfermeras con botellitas de agua del Carmen, ése, de momento, no llegó.

Y sin embargo...

Y, sin embargo, la manifestación convocó a miles de barceloneses en un cálculo difícil que puede equivocarse a la baja si apuesta por los 50.000 y a la alta si se va hacia los 80.000. Decenas de miles había. No sólo en el punto de convocatoria, delante del Palacio de Justicia, sino en toda la geografía del Ensanche barcelonés. Al norte, el obelisco de la Victoria apareció cubierto por una gigantesca sábana en la que se leía «Amnistía» y que fue retirada por los bomberos. Al sur, frente al Palacio de Justicia, la fuerza pública cargaba a caballo y lanzaba bombas de humo. Un helicóptero sobrevolaba la ciudad coordinando las difíciles acciones de la fuerza pública, cien veces convocada por otros tantos focos de manifestaciones. A pesar de las duras cargas, cuajan aquí y allá masas que sólo piden una cosa: amnistía y libertad. Hay una manifestación sobre las aceras y otra sobre las calzadas; centenares de coches solidarios se suman al atasco o a la revolución del sonido mediante la proclama de la bocina. La fuerza pública descubre de pronto que los coches también pueden ser aporreados. Está científicamente comprobado. Como lo está que mosén Xirinachs es frágil a la acción de la porra. De la cabeza de esa combinación de Gandhi y Makarios catalán chorrea sangre. Se la restañan en el hospital y vuelve a su lugar de trabajo político: la puerta de la Modelo, a la espera de la amnistía.

Entre las diez treinta de la mañana y las tres de la tarde, decenas de miles de amnistiadores pugnan con la prohibición. La que podía haber sido una interesante y esperanzadora manifestación legal, se ha convertido en una difícil pero importante manifestación ilegal. Ignoro cómo se tratará de dorar la píldora, pero sería ingenuo salir con una nota oficial que hable del «fracaso de la manifestación». Esta vez, miles y miles de pares de ojos están en condiciones de testimoniar que no hubo fracaso. Esta vez, entre los manifestantes estaban los líderes de las fuerzas políticas de Catalunya, desde Convergencia al PTE, desde el PSUC al PSAN, desde la derecha democrática a la izquierda que quiere armarse y armarla. También individualidades de postín. Individualidades de minuta, vamos: tanto de la abogacía como de la medicina. Alguien grita a mi lado: «Psiquiatras al paredón», ante la presencia manifestante de un conocidísimo psiquiatra. Y decanos, oigan, decanos de la universidad, decanos actuantes, decanos in articulo mortis y decanos de dentro de dos días. Y junto a ellos, matrimonios jóvenes que han bajado de su barrio con el niño apaciblemente dormido en el cochecito, insensible al inmenso jaleo que pueden armar, agua y aceite, la prohibición y la imaginación. Una madre manifestante se adosa prudentemente a una fachada y le dice al niño que cabecea vacilante entre sus brazos: «Mira, mira, Andresín. Mira cómo monta a caballo la Policía». Como quien dice, mañana, otra prueba de fuerza. Para el domingo se ha convocado otra manifestación ante el que fue Parlament de Catalunya y hoy Museo de Arte Moderno.

Por la tarde, el entusiasmo está del lado de la imaginación. Un periodista, profesional de la contemplación, a la vista de esta excepcional mañana en la que pudo debutar un nuevo espíritu de febrero, sólo puede plantearse y plantear: ¿quién, quién prohibirá prohibir?

 

Triunfo, 7 de febrero de 1976, n.º 680, pp. 16-17

 

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Un día el director de Tele/eXpres, Manuel Ibáñez Escofet, el periodista que modernizó el rotativo, le fichó como columnista y le puso por primera vez en la plantilla de un diario, sufre un ataque cardíaco que le aparta de una profesión en la que no sobra el impulso democrático.

IBÁÑEZ ESCOFET O LOS RIESGOS DEL CORAZÓN

Hay periodistas que se tiran en paracaídas sobre una guerra de bayonetas caladas y apuntantes hacia el cielo. Este tipo de periodistas ganan el Pulitzer. En España se ha creado otra raza de periodistas temerarios que a su manera, y muchas veces sin moverse de la mesa, se han arrojado cada día, incluso varias veces cada día, sobre un bosque de bayonetas caladas. Manuel Ibáñez Escofet pertenece a esa raza. El otro día hubo traspaso de poderes en Tele/eXpres. Ibáñez Escofet cesaba y dejaba su sitio a Pedro Oriol Costa, subdirector a su lado durante estos últimos años. Ibáñez Escofet dijo en su hermoso, breve, suficiente discurso que había dejado el corazón en el cargo y que no era un eufemismo. Gran renovador de periódicos, desde sus tiempos de subdirector de El Correo Catalán hasta el día de su despedida como director de Tele/eXpres, Ibáñez había protagonizado una desigual, cotidiana lucha en pro de un periodismo independiente, crítico, servidor de la dinámica y no de la parálisis de la sociedad catalana. Ya en El Correo inició esta lucha dando máquina de escribir y páginas de responsabilidad a las nuevas promociones de profesionales. Ibáñez era consciente de que esas nuevas promociones reunían en una sola condición ética la honestidad ideológica y la honestidad profesional. Idéntica política siguió en Tele/eXpres, y esa política le costó dantescas batallas de palabra viva, de palabra telefónica, de palabra escrita con toda clase de poderes. Temperamental, emotivo, candidato al infarto, Ibáñez lo tuvo, roto su corazón gigante, víscera responsable de todos sus aciertos y de sus pequeños, perfectamente olvidables errores. Así lo reconocían los redactores, emocionados por la despedida de «el viejo», un hombre con el que habían trabajado, con el que habían forcejeado, con el que incluso se habían peleado en esas dantescas peleas a gritos que Ibáñez desencadenaba como un dios de tormentas emotivas y pasajeras. El importante cambio, para bien, dado por la prensa barcelonesa sería hoy día inexplicable sin la labor de Manuel Ibáñez Escofet. La «juventud» de las redacciones se origina en aquel crédito que él dio en su día a los chicos de El Correo y que luego sistematizó en Tele/eXpres. Despedida emocionada y una gran ausencia. El vacío de Huertas Clavería, todavía en la cárcel Modelo, tenía especial significación. Hijo profesional de Ibáñez Escofet, su detención y proceso fue una carga más a llevar por el corazón caballo loco del director. Además, desde que se fue Huertas, Ibáñez no tenía con quién pelearse y reconciliarse con la pasión que ponían maestro y discípulo en sus vibrantes confrontaciones. Como coordinador de suplementos de La Vanguardia, Manuel Ibáñez Escofet podrá dar salida a sus portentosas cualidades de «creador de información»: su conocimiento del tejido social del país, su progresismo ético, su instinto jerarquizador de la noticia, su capacidad de convocatoria humana y profesional.

 

Triunfo, 14 de febrero de 1976, n.º 681, pp. 21-22

 

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Ahora que Por Favor pertenece a la familia Nadal, los propietarios de Fotogramas, se introducen algunos cambios. Crece la sección dedicada a las noticias; ahora tiene cuatro páginas y se publica en el arranque del semanario. También cambia el tono informativo. En ciertas ocasiones ofrece un editorial, como si el humor no fuera suficiente para opinar. Algunos se dedican a la ironía y otros, a la denuncia.

LAS TETAS

En un pasado muy próximo nuestra revista padeció persecución por la justicia debido a la inocente exhibición que hizo de la parte inferior de dos presumiblemente espléndidas glándulas mamarias de una morena de verde luna. Ahora asistimos al estimulante espectáculo del desnudo presente en las revistas, desnudo de momento casi exclusivamente femenino, pero que esperamos que también se extienda a los hombres porque hay algunos preciosos. Ahora bien. Invitamos a reflexionar a las autoridades permisivas del presente sobre la cazurrería antipermisiva de hace unos poquísimos meses. ¿Ha cambiado la «madurez» receptiva del público? ¿Las tetas de ahora no son como las tetas de antes? Admitiríamos que los culos de ahora, ay dolor, no son como los de antes, pero en lo referente a tetas, tetas eran y tetas son. Las tetas se asoman a los quioscos y a las pantallas y no pasa nada, porque una cosa es ver y otra tocar. Las costumbres siguen sanísimas. Las tetas de España ni se tocan ni se maman desde que existen las papillas lacteadas y los potitos de engrudo alimenticio y sanísimo. ¿Lo ven, hombres de Dios?

 

Por Favor, 2 de febrero de 1976, n.º 83, p. 4

[El artículo se publica sin título]

Ha pasado un mes desde que el periodista José Antonio Martínez Soler, director de Doblón, fue secuestrado a punta de metralleta y torturado metódica y despiadadamente.

Durante este largo período ningún sospechoso ha sido detenido, y no tenemos indicios de que la Policía haya identificado a sus torturadores. Y lo que es más grave, uno de éstos ha podido permitirse el lujo de comunicarse telefónicamente con Martínez Soler para conminarle a abandonar el país bajo amenaza de muerte.

No dudamos de la buena voluntad ni de la diligencia profesional de la Policía, y agradecemos la protección que tanto ésta como la Guardia Civil están prestando a nuestro compañero y a su mujer. Todo ello, sin embargo, no nos impide expresar nuestra seria preocupación por estimar que José Antonio Martínez Soler sólo estará de verdad protegido cuando sean detenidos los terroristas que le torturaron.

Mientras estos delincuentes tan perfectamente organizados, equipados y armados permanezcan en el anonimato, los profesionales del periodismo no podremos cumplir con un mínimo de seguridad y eficacia la función que la sociedad exige de nosotros.

Por ello, los firmantes de este editorial creemos que es nuestro deber llamar la atención a los poderes públicos sobre las graves consecuencias que pueden desprenderse de la impunidad de estos hechos. Es imposible una convivencia pacífica entre los españoles, y una sociedad sana, si los periodistas estamos sometidos no sólo a múltiples jurisdicciones especiales, sino también al brutal chantaje de estos grupos incontrolados. Que los poderes públicos los controlen, y sobre todo que los desmonten y hagan llegar a sus miembros ante los Tribunales de Justicia, es un imperativo que no admite dilaciones.

 

Por Favor, 2 de febrero de 1976, n.º 83, p. 4

 

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Cataluña muestra una fuerte iniciativa democrática que se convierte en un referente para el resto de España. A las manifestaciones de febrero siguió la formación de un consell de fuerzas políticas —todavía ilegales—, y en pocas semanas aparece el primer diario en catalán tras la guerra civil, Avui.

«AVUI»: EL REFERÉNDUM DE UN PAÍS

Hasta el final nadie fue dichoso. La larga marcha de los promotores de Premsa Catalana para que el primer diario en catalán de la posguerra fuera una realidad ha terminado bien. Los días anteriores al alumbramiento del 23 de abril aún se especuló sobre dificultades técnicas que impedirían la aparición del diario en la fecha citada. A pesar de que el Vaticano le ha quitado a Sant Jordi sus títulos sobrenaturales, los catalanes le siguen otorgando el supremo título natural de patrón de Catalunya. Es uno de los pocos patrones de países que no son santos. Ya se sabe: nada más cruzar el Ebro, Europa. La larga marcha de Premsa Catalana ha tenido en el señor Espar su alta cabeza visible. Es un hombre tenaz que en los años cincuenta colaboró al renacimiento de la conciencia catalana en una Universidad arrasada por toda clase de irracionalidades. Cumplida su tarea de materializar el diario Avui, Espar ya anda por el país buscando dinero para otros empeños cultural-informativos catalanes.

No se queden con un nombre. Treinta mil suscriptores de salida son muchos suscriptores y son los que tiene el diario. Se habla de una cosecha inicial de 60.000.000 de pesetas aportadas por un extenso y pequeño accionariado que dan al diario un carácter evidente de empecinada empresa popular. Además, la empresa dispone de un fondo de arte aportado por todos los pintores y artistas de Catalunya, que puede convertirse en un definitivo respaldo económico para posibles saldos deficitarios del futuro. La supervivencia del diario dependerá por una parte de la fidelidad política del pueblo, pero no sólo de lectores concienciados viven los diarios. Avui necesitará de un apoyo importante de la publicidad, al tiempo que siempre dependerá de un amplio consenso ideológico, difícil de garantizar por la gran variedad doctrinal de sus sostenedores económicos y políticos. Con accionistas y lectores de izquierda y derecha, Avui ha demostrado una vez más que en Catalunya ciertas reivindicaciones están más allá del bien y el mal de la izquierda y la derecha. Al menos por el momento, cuando las izquierdas y las derechas aún están unidas por una reivindicación democrática previa y englobadora.

El director de Avui es Josep Faulí, periodista demócrata de toda la vida. El subdirector es Josep Maria Cadena, también periodista demócrata de toda la vida. Director y subdirector han conformado, pues, una redacción democrática, equilibrada y dispuesta a no dormirse en el colchón «de las buenas intenciones políticas», dispuesta a convertir Avui en un órgano de información y opinión competitivo, que tenga valor periodístico por sí mismo. Una red de corresponsales por los Països Catalans (Valencia, les Illes y Catalunya Nord o Catalunya francesa) demuestra no sólo la voluntad de ampliar el mercado del Principado, sino también de reafirmar la realidad teórica y práctica de los países catalanes. Una de las preocupaciones fundamentales de la dirección del diario ha sido la de conseguir una gran pureza idiomática. En Catalunya hay una lengua codificada, a partir de Pompeu Fabra, por el Institut d’Estudis Catalans, que se respeta en la espléndida literatura del país. Pero también hay una lengua coloquial amenazada precisamente por la no oficialidad del catalán, por su práctica inexistente como lengua de medios de comunicación de masas y como lengua escolar. Avui tiene en este terreno una gran función a cumplir: experimentar con un catalán a la vez cotidiano y ortodoxo. Faulí ha declarado que la redacción de la Gran enciclopèdia catalana fue un excelente banco de pruebas para esa lengua «comunicacional» que hasta ahora ha limitado su ejercicio en revistas, no siempre semanales, que han cumplido una función extraordinaria.

«Per Sant Jordi —exige un dicho popular— un llibre i una rosa.» Este año la exigencia se ha ampliado: un libro, una rosa y un diario, Avui, agotado a la hora justa de salir a la calle.

 

Triunfo, «Cuestiones periféricas», 1 de mayo de 1976, n.º 692, p. 17

 

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Desde hace más de un año Vázquez Montalbán no publica en Tele/eXpres, aunque sigue en plantilla. Cuando finalmente se rescinde su contrato, pasa a la prensa de Sebastián Auger. En el periódico barcelonés Mundo Diario se convierte en un referente de la izquierda catalana durante la transición. Allí tiene una columna llamada «Coyuntura» que dedica al comentario de la política nacional. Cada vez se siente más sarcástico y más furioso.

EL PRIVILEGIO DE LA CLANDESTINIDAD

Martín Ferrand, como Gil Robles, quiere a los comunistas en la legalidad. Los quiere tener a todos formando a la luz del sol. Eso es. A enseñar las caras. Martín Ferrand no quiere que los comunistas disfruten del privilegio de la clandestinidad. Aquí, o todos somos clandestinos, o nadie. O todos somos legales. ¿O nadie? ¿De verdad? Bueno. No anticipemos acontecimientos. De momento pasemos a precisar el significado de esa tan repetida expresión: «El privilegio de la clandestinidad».

 

Se la he repetido a Miguel Núñez: «Mira, Miguel, ya es hora de que dejes de gozar del privilegio de la clandestinidad. Te lo has pasado en grande: más de veinte años de cárcel, no sé cuántos siglos-día (una medida que acabo de inventarme) en la Jefatura de Policía, luego viviendo como un hurón en la ilegalidad, sin vida familiar, sin un metro de luz del día que llevarte tranquilamente a los ojos y al alma. Basta ya de gozarla. Ahora te lo has de pasar tan mal como se lo ha pasado el señor Gil Robles y la burguesía democrática. Ésos sí saben lo que es sufrir. Teniendo el poder tan cerca y tan lejos. Y todo a la luz del día, sin oro de Moscú. Porque además de gozarla, tú te has puesto las botas con lo del oro de Moscú. Que se te ve, Miguel».

En su perpetua ambigüedad comunista, Miguel no me ha contestado. Le he notado algo ausente, como si recordara los miles de años que los comunistas españoles juntos y sumados se han pasado en la cárcel bajo el privilegio de la clandestinidad; o tal vez recordaba esas millonarias, plúmbeas horas de madrugada cuando te han vaciado y sólo queda el ejercicio de que te pongan los dedos sobre la cartulina, mientras fuera la ciudad seguía su vida impertérrita, sin darse cuenta de los que gozaban del beneficio de la clandestinidad; o recordaba tal vez Miguel esos gozadores de clandestinidad que saltaron espontáneamente por las ventanas, se cayeron de los coches y consiguieron llegar desde la nada al riñón artificial. Egoístas gozadores de la clandestinidad como Julián Grimau, que se permitió la osadía de ser fusilado mientras los héroes de Munich lo pasaban fatal sin poder acogerse al don de la clandestinidad.

Treinta y siete años pescando con caña y ahora llegará la hora en que se podrá salir a la mar a pescar con red. No. Indudable. No hay que reservar a los comunistas el privilegio de pescar con caña.

 

Mundo Diario, «Coyuntura», 21 de mayo de 1976, p. 3

MI ULTIMÁTUM

Durante treinta y siete años he convivido con todos vosotros, víctimas y verdugos de este país y no os podéis quejar de mi inmensa paciencia. Incluso he puesto en práctica esa virtud que Bertolt Brecht aplazaba para tiempos venideros, la virtud de la amabilidad. He tolerado, sin otro recurso que las amables discrepancias, vivir rodeado de una de las realidades oficiales más mediocres que en el mundo han sido, salvedad sea hecha de la aburridísima etapa que sucedió en Samarcanda a la muerte del Gran Tamerlán. He contemplado cómo solemnes majaderos se apropiaban de mi pasado colectivo, me lo falsificaban y trataban de que me lo creyera. Sietemesinos morales han predicado moralidad y personajillos con un carnet se han llenado la boca con la palabra «paz» arrebatándosela, por la fuerza, a todos los demás. Los protagonistas de la historia que me han rodeado no merecían ni la rutina de la mirada cotidiana: feos, tontos, mentirosos, con una pronunciación detestable del idioma imperial, sin el más mínimo respeto por la d en posición intervocálica, mal embigotados, en fin, una catástrofe.

Y yo pacientemente he opuesto mis reparos mediante el instrumento de la pluma y alguna que otra cosilla que aún no es tiempo de airear. Pero siempre dispuesto a firmar cheques en blanco, dispuesto a dejarme sorprender por un gesto, un rasgo que me hiciera concebir esperanzas sobre tiempos mejores. Pero pasan los años y mis células más íntimas me dicen que he de abandonar toda esperanza, que las castas dominantes se reproducen según su propia imagen y semejanza, y como además se emparentan entre sí, pues la degeneración hace estragos y cada nueva hornada es peor que la anterior. Aunque no se lo crean, yo permanecí durante todo el Gobierno Fraga a la espera de los gestos del señor ministro de la Gobernación. Su leyenda me hacía esperar al menos un poder divertido y, la verdad sea dicha, Fraga estuvo como bajo los efectos del bromuro, como si cada día le metieran medio kilo de bromuro en el café con leche. Desaparecida la esperanza Fraga, cada día más pendiente del bastón Girón, entre la arqueología y la entomología González de la Mora, las derechas han tocado fondo. Feos, anodinos, vulgares, aburridos, ya no saben ni pronunciar medio discurso trascendental. ¡Qué tiempos aquellos llenos de discursos trascendentales con tartamudez y ronquidos incluidos!

Basta. O montan un espectáculo divertido en el plazo de un mes o mi paciencia habrá llegado a un límite. Tengo la pistola llena de muescas. Hice caer a Nixon, a Salazar, al Negus, a Caetano, y Quisinguer ya no es el que era desde que se la tengo jurada. Ya que no me dejan participar en la vida colectiva, al menos que no me aburran.

 

Mundo Diario, 13 de julio de 1976, p. 6

 

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Carlos Arias Navarro dimite. El presidente del Gobierno que nombra Franco y que el rey Juan Carlos I confirma a finales de 1975, deja el cargo. ¿Cambia el rumbo del país?

DESATADO Y BIEN DESATADO

La dimisión de Arias Navarro me sorprende tomándome una horchata delante de la Cibeles. La veo colgada en las primeras páginas de los quioscos, y para salir de toda duda corroboro lo que veo con el ocupante de la mesa de al lado.

—Oiga, ése es Arias, ¿verdad?

—Según se mire.

—Por la respuesta deduzco que es usted gallego.

—Mismamente.

—¿Por qué «según se mire»?

—Pues porque tal vez sea más justo decir hoy: «Era Arias». ¿Una vez dimitido Arias sigue siendo Arias?

Curiosa distinción. El ex presidente era una criatura típica del franquismo, es decir, una criatura típica de Franco. Cuando dejaban de serlo, los hombres de Franco penetraban en la noche de la historia de la que sólo salían de vez en cuando para decir «sí» en los plenos de las Cortes. Eran como planetas satélites cuya luz se la debían al astro rey y, en cuanto les abandonaba, se quedaban opacos. Arias fue convocado para que atase y bien atase el tránsito de Franco al franquismo, y desde la calle daba la impresión de que el hombre se había hecho un lío. No le salían los nudos. Cuando creía tener el paquete bien hecho, zas, se deslizaba el cordelito y se desparramaba todo el muestrario doctrinal, institucional, ideológico, táctico, estratégico. De ahí quizá esa expresión de severo recelo que siempre tenía en el rostro y que sólo se quitaba para sonreír de vez en cuando a la prensa y para estrechar manos en las Cortes o en el Consejo Nacional. El rostro de Arias traducía una airada perplejidad, como si se supiera víctima de la conocidísima broma histórica que todos los dictadores gastan a sus albaceas: sólo les dejan deudas y atrasos. Claro que Arias nunca fue un inocentón y mucho menos un inocente. Desde sus tiempos de duro, durísimo fiscal de Málaga, hasta sus tiempos de impotente notario del franquismo, Arias fue un duro, durísimo gobernador civil de León y un duro, durísimo director general de Seguridad. Con estos antecedentes, no podía ser blanda su trayectoria gubernamental. La violencia de abajo a arriba, de arriba a abajo, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, ha sido una de las características del Gobierno Arias, una de sus pesadillas, y a pesar de los ceños del señor presidente siempre fue evidente que el país carecía de respuesta colectiva frente a la violencia, porque, durante cuarenta años, personajes políticos como el propio Arias se habían aprestado a la tarea de sustituir el consensus responsable por la adoración o el miedo.

—Dicen que quiere encabezar un partido franquista.

—De momento tendrá que deshacer sus propios líos mentales. Las primeras víctimas del «atado y bien atado» han sido los mismos herederos directos del franquismo. No se aclaran.

—Yo no entiendo mucho de política, pero me parece que ha llegado la hora del borrón y cuenta nueva.

—Pues entiende usted mucho.

—Qué va.

—¿A qué se dedica usted?

—Hasta hoy era director general. Ahora me tomo esta horchata. Me voy a casita y mañana será otro día.

 

SIXTO CÁMARA

 

Triunfo, «La Capilla Sixtina», 10 de julio de 1976, n.º 702, p. 9

 

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Aunque sean ilegales, los militantes clandestinos existen y participan en la escena pública. Y no podrán meterlos a todos en la cárcel. Vázquez Montalbán propugna informar sobre la militancia del PSUC para que la presencia pública haga desaparecer el ribete demoníaco que les acompaña. Una fiesta espontánea que la policía no interrumpe sirve como cualquier otro acto para «salir a la superficie». Didáctico, con un toque proselitista, empieza un largo esfuerzo por contrarrestar la propaganda franquista.

CUARENTA AÑOS DESPUÉS

En julio de 1936 pasaron muchas cosas. La sublevación militar el 17, y un día después, como dice la copla...

 

El 18 de julio,

en el patio de un convento,

el Partido Comunista

funda el Quinto Regimiento.

 

Cinco días después se conformaba en Barcelona el PSUC, el partido de los comunistas catalanes, resultado de una fusión de la Federació Catalana del PSOE, del Partit Català Popular, de la Unió Socialista Catalana y del Partit Comunista Català. El primer secretario del PSUC fue Joan Comorera, de la Unió Socialista de Catalunya, conseller («consejero») de la Generalitat de Catalunya y que había seguido el proceso de fusión desde la cárcel, donde cumplía la condena por los hechos de octubre de 1934. El 23 de julio de 1936 el PSUC era un pequeño partido, el pequeño partido de los comunistas catalanes. En enero de 1939, cuando las tropas del general Franco entraban en Barcelona, el PSUC contaba con 90.000 militantes y era la fuerza política hegemónica de Catalunya. Gregorio López Raimundo, en un folleto de reciente publicación titulado ¿Qué es y qué se propone el Partit Socialista Unificat de Catalunya?, da una muy didáctica lección sobre lo que ha significado la existencia de este partido que ahora cumple cuarenta años de difícil historia. Tan difícil que el propio López Raimundo, su secretario general, sigue en la clandestinidad o que una vez más el Gobierno español le ha negado el pasaporte a Rafael Vidiella, uno de los fundadores, octogenario exiliado residente en Praga, al que no se le ha perdonado que fuera con Moix el supremo organizador de las fuerzas sindicales de la UGT catalana durante la guerra civil. Y, sin embargo, estas «dificultades» están en abierta contradicción con las libertades que el PSUC se está tomando cada día bajo la observación de los que controlan el test de la reforma. La observación no puede ser más inquietante para tan interesados observadores. Es posible que el PSUC no cuente hoy con los 90.000 afiliados de 1939 o con los 50.000 jóvenes aglutinados en sus juventudes en el mismo año. Pero allí donde el PSUC monta un mitin se llena, y la primera edición de 20.000 carnets se ha agotado, mientras sus dirigentes reciben llamadas telefónicas en reclamación de carnets a un ritmo equivalente al de las llamadas telefónicas que recibía Íñigo cuando dirigía Directísimo.

Cuando la «tolerancia» fraguista levantó intermitentemente la veda de la palabra política, pareció como si el PSUC, curtido en la clandestinidad, donde se amontonan sus muertos y sus siglos de cárcel, no estuviera preparado para la batalla bajo la luz. Por otra parte, desde proximidades democráticas le llegaba alguna que otra zancadilla: la muerte de Nin en 1937, la expulsión de Comorera en los años cincuenta, esta o aquella arbitrariedad cometida durante la guerra.

«Los comunistas deben asumir su historia», se propuso, a manera de purgante expiatorio, incluso en ocasiones desde los labios de algún socialista de nuevo cuño que habría olvidado su propia historia de ex joven león del neocapitalismo en unos años en que los jóvenes leones estaban en el poder y los comunistas, en la cárcel. El PSUC ya ha dado respuesta a sus errores más exhumados. Ha admitido su falta de celo en el caso Nin, permitiendo que «desapareciera» para no reaparecer, un hombre al que el estalinismo se la tenía jurada. Se ha vuelto a hablar del caso Comorera con una cierta naturalidad, sin tirar pelotas fuera, como en los partidos de «cerrojo». El primer secretario general que condujo al partido durante la guerra y los diez primeros años de exilio, acaudilló a finales de los cuarenta un intento de desvinculación del PSUC con respecto al PCE, juzgado como nacionalista pequeño burgués por parte de sus compañeros de dirección. Algunas formalidades de la expulsión de Comorera tal vez no hayan sido lo suficientemente aclaradas ni clarificadas las raíces ideológicas de un debate trascendental para la identidad del PSUC. Lo cierto es que hoy el propio López Raimundo reivindica la memoria de Comorera como fundador y como luchador antifascista en un momento en que varias tesis de licenciatura de historia han escogido a Joan Comorera como materia. En cualquier caso, se ha destruido la leyenda de que Comorera murió en la cárcel de Burgos poco menos que ignorado por sus camaradas del PSUC y del PCE. Su ejemplar comportamiento ante la Policía y en la cárcel mereció el respeto final de todos los encarcelados en Burgos.

La tolerancia gubernamental hacia el PSUC, si bien es superior a la manifestada ante el PCE, tampoco se pasa. Desde que se ha comprobado la capacidad de convocatoria del PSUC se ha cerrado el grifo. Prohibiciones de mítines en San Andrés y en el Palacio de Congresos de Montjuich. Definitiva prohibición del mitin en la plaza de toros para conmemorar el cuarenta aniversario. Finalmente, el mitin se hará el 25 en St. Ciprion, cerca de Argelès, y López Raimundo saldrá de las sombras para dirigirse a los miles de camaradas y curiosos que han comprometido su asistencia. Será una fiesta, porque, previamente, cantarán Ovidi Montllor, Pi de la Serra, Raimon, Maria del Mar Bonet y Lluís Llach. Y no será la primera fiesta, porque el otro día estos ojos mortales que se ha de comer un nicho de renta limitada presenciaron uno de los acontecimientos políticos más sorprendentes de la posguerra.

En el curso de la Escola d’Estiu organizada por Rosa Sensat y que concentra a miles de maestros y pedagogos de toda España, el PSUC conmemoró su cuarenta aniversario. Día a día, una mesa con propaganda del partido (número especial de Treball y el folleto de López Raimundo sobre el cuarenta aniversario) aporta 50.000 pesetas cotidianas a las arcas de la organización. Pues bien, el día de la conmemoración, tras un mitin interpretado y muy bien interpretado por Solé Tura, Comín y Miguel Núñez y saludado por delegados de la clase obrera y de otros partidos comunistas de España, el PSUC dio una fiesta. Tal como suena. Tres mil personas bailaron y cantaron en una inmensa explanada conducidas rítmicamente por la orquesta de Rudi Ventura e identificadas por una inmensa pancarta roja en la que se mencionaba la razón de la fiesta: Machín, Glenn Miller, Bonet de San Pedro bailado con alegría y en ocasiones con el puño en alto.

Rudi Ventura aún no es del PSUC, pero su padre sí lo era. La trompeta de Rudi Ventura subrayó la afirmación. Un pastel gigantesco hecho por un pastelero de Vich, al que en abril le secuestraron una mona (pastel de Pascua) en la que pedía amnistía con lenguaje de nata, chocolate y crema. Terminó de redondear el vals de aniversario ante la atónita mirada de los testigos del resto de España, que se creían de pronto mágicamente trasladados a la Italia del 35 por ciento de votos comunistas. La gente estaba alegre y gritaba lo de siempre: «Llibertat, Amnistia, Estatut d’Autonomia», y cosas más originales como: «¡Queremos los atrasos del oro de Moscú!».

Miguel Núñez estaba exultante. Bailaba. Cantaba. Seguía una serpiente de danzarines que acabó por aglutinar a miles de asistentes. «¡Esto es un partido dogmático y sectario!», gritaba Miguel Núñez, como si se le hubieran liberado los pulmones de tanto aire oculto. Alguien no estuvo de acuerdo con la fiesta y colgó una pancarta que decía: «El champán no borra la sangre». Un actor que presentaba la fiesta bajo un sombrero de copa respondió a través del micrófono: «Eso hace cuarenta años que lo sabemos», y Comín se alzó también hasta el micrófono para citar a Gramsci y decir más o menos que hay que tener el pesimismo en la mente y la alegría en los sentimientos. El optimismo lo empapaba todo, a pesar de que el champán parecía provenir de una cosecha de 1939 conservada bajo un sol de injusticia.

El éxito puede decirse que ha sorprendido a la empresa. Había quien recordaba aquellos años cincuenta o comienzos de los sesenta en que el número de militantes universitarios podía contarse con los dedos de una o dos manos y la militancia obrera vivía en una sima terrible, angustiosa. De aquellos puñados de universitarios han surgido los miles de estudiantes suquistas de hoy, los miles de profesionales que han hecho de su frente uno de los más determinantes en la recuperación democrática de Catalunya. En las grandes concentraciones industriales, la militancia del PSUC liga a la clase obrera unitariamente con la clase obrera del Estado español, y particular, irreversiblemente con el destino de la nacionalidad catalana, que ya nunca podrá estar exclusivamente en las manos de las burguesías. No es el lugar ni mi función aquí analizar las excelencias o no de una línea política. Me limito a constatar que cuarenta años después el PSUC es una fiesta que se ha costeado con el esfuerzo de sus militantes. A veces incluso, invirtiendo el planteamiento de Comín, con la alegría en la mente y el pesimismo en los sentimientos.

 

Triunfo, «Cuestiones periféricas»,
24 de julio de 1976, n.º 704, pp. 12-13

 

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Cuando Adolfo Suárez es proclamado presidente del Gobierno y escoge a su equipo, provoca un profundo escepticismo en la izquierda. Por Favor muestra estas dudas en un artículo que repasa las profundas contradicciones políticas del momento con un cinismo liberador propio de Groucho Marx.

UN GOBIERNO CON MUCHA OREJA

Aparte de la contribución de oreja que D. Marcelino, el Excmo. Sr. Ministro de Asuntos Exteriores, aporta al gabinete ministerial, no hay duda de que este gobierno ha superado los techos de oreja de otros gobiernos del país. Desde la orejita pequeña de los gobiernos de los años cuarenta (no se enteraban de nada) hasta la inmensa oreja del actual, hay un notable crecimiento cuantitativo. Está por ver si la oreja no es una, sino dos. Y por una sale lo que entró por la otra. Lo indudable es que los mensajes se acumulan ante la orografía de la oreja gubernamental y crean auténticos problemas de tráfico ideológico. Por si no bastara el forcejeo de mensajes entre los que quieren democracia y los que quieren lo que hay, cuando no lo que había, el gobierno se esfuerza en escuchar a la oposición.

Testigos próximos a los definitivos escenarios del poder han visto como los miembros del gabinete que dialogan con parte de la oposición se esfuerzan en inclinar la oreja hacia el interlocutor, en demostrar que le concede atención, incluso alguien nos ha insinuado que toman apuntes.

—Repita, si no es molestia. Perio-do-cons-ti-tuyente, e-lec-ciones sin ex-clusiones... y un jamón, no, no, esto ya sé que no lo ha dicho Vd., pero si necesitan jamones tenemos una partida entera en los sótanos. Es una peripecia más del desdichado caso Matesa. Un taller Iwer enloqueció ante el escándalo y se puso a tejer jamones y chorizos acrílicos. Buenos. Buenísimos. No se crean.

Aunque en Madrid, incluso en los años más duros, siempre ha habido una cierta relación entre el poder y los otros, cuesta asimilar el cuadro de un socialista recibido por un jefe de gobierno amable e incluso interesadamente. Parece cosa de televisión italiana. Se evacuan consultas, oigan, se evacuan consultas. Poca coña. Ya se estilaba antes que un ministro que se cruzaba con un socialista condenado a veinte años en Ocaña o Carabanchel le diera una palmada en la espalda.

—Hombre, Pedrito. Dichosos los ojos.

—Me has metido en la cárcel y me pasaban por aquí.

—Pues no hay mal que por bien no venga. Así te veo. ¿Y Menchu?

—Pues ya supondrás. Deprimida.

—Dale un abrazo de mi parte.

—Tendrá que esperar veinte años.

—Los esperará. Porque era de lo mejor del curso. Pillín. Que te llevaste lo mejor del curso —comentaba zalamero el ministro mientras pellizcaba la mejilla del socialista.

Era sabido que en la vida de cualquier condenado por ser de la oposición, siempre había habido un compañero de curso que había acabado director general de esto o aquello, ministro o portero de casa bien, que eran los cargos más apetecidos por los que habían ganado la guerra civil. Pero de aquel tipo de relación, diríamos que espontánea, a esta relación buscada media un abismo. Y la oreja ministerial se tiene que oír todo lo que le echen cuando recibe visitas de uno y otro signo.

—Esta habitación huele a rojo. ¿A que acaba Vd. de evacuar consultas con un rojo?

—Pues verá. Hay que oír a todo el mundo.

—Con su pan se lo coma —tuerce el morrito embigotadito el ultra— pero yo no hice una guerra para que los rojos volvieran a ser consultados por un gobierno que me representa a mí más que a ellos.

Y vuelta a escuchar. Vuelta a poner la oreja, en una prueba más del elevado espíritu cristiano de este gobierno que cuando le gritan en una oreja pone la otra.

—Repita, si es tan amable: con-ser-var lo sus-tan-cial, pres-cin-dir de lo ac-ci-den-tal. Muchas gracias por su consejo. Podría anticiparme algo de lo que considera accidental.

—Pues no sabría decirle, porque en cuanto escarbas en lo accidental te salta lo sustancial y no estamos como para derramar las esencias y permitir que la peste nos inunde.

Gotas de sudor perlan la frente gubernamental. ¡No sólo habrá que tener oreja, mucha oreja, sino también narices, muchas narices!

—Es intolerable, jefe. Ahora resulta que se habla de legalizar al PSOE y a los comunistas, que son dos partidos vencidos en la guerra civil. ¿Qué falta nos hacen? ¿Son más avanzados que nosotros? ¿Más avanzados que yo? Yo soy más comunista que el más comunista de los comunistas. En la oficina nadie puede decir que mi bolígrafo es mío. Lo presto a quien sea. A mi mujer se lo tengo dicho: «No tires las patatas aunque se grillen. Siempre hay alguien que necesita una patata». Y en el Congreso Sindical defendía tesis que no se han oído ni en la OIT.

—¿Qué dijo Vd., hombre de Dios?

—Dije: «Si el capital nos acorrala, no habrá más remedio que fruncir el ceño».

—Dios mío, cómo pudo...

Un gobierno que tenga que sostener conversaciones así durante semanas puede acabar sufriendo ataques de enajenación y extrañamiento, puede acabar convencido de que es una oficina de jubilaciones, una mutua o un consultorio femenino y de belleza al estilo del de Elena Francis. Cada mañana el gobierno se lava la oreja con productos especiales para tenerla a punto de escuchar a todos los españoles tal como prometiera el presidente Suárez en París. Pero les escucha de uno en uno, y a este paso voy a tardar siglos en llegar a la antesala de la oreja. Cuando llegue, me meteré con cuidado en el recinto, procuraré no deteriorar el brillo del suelo conseguido con el cerumen, carraspearé para ser advertido y preguntaré:

—¿Es aquí donde se escucha lo que dicen los habitantes de este país?

—Hemos oído mucho. Creemos que casi todo. Dudamos que Vd. pueda aportar algo nuevo.

—¿Qué harán con todo lo que han oído?

—Separaremos el grano de la paja.

—¿Y después?

—No sea Vd. tan previsor. Hay que vivir al día. Y en este país, todo gobierno a dedo no sólo tiene que vivir al día, sino incluso oír al día.

 

MANOLÍN DE TARASCÓN

 

Por Favor, 2 de agosto de 1976, n.º 109, pp. 12-13

 

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Cuando se empiezan a conocer los movimientos que discretamente realiza Josep Tarradellas alrededor de Suárez para poder regresar a Cataluña, Vázquez Montalbán saca de la memoria el recuerdo de una visita que realizó un año atrás a la residencia del presidente de la Generalitat en el exilio. Y destaca del viejo político la pericia para enlazar el pasado con el futuro.

«L’HONORABLE» TARRADELLAS

Hace un año, si uno se cruzaba en el Talgo o en el avión hacia París con ramilletes de políticos del interior, podía sospechar casi sin posible error que iban a entrevistarse con Santiago Carrillo. Las audiencias de Carrillo han aumentado en cantidad y calidad, pero hay otro personaje político ibérico que a más de doscientos kilómetros de París disputa, deportivamente, la primacía conversacional a don Santiago Carrillo. Estoy hablando de Tarradellas, el presidente de la Generalitat de Catalunya. Coincidí en el Talgo con puñados de políticos del interior y nos cruzamos miradas inteligentes, incluso francos en la estación de Austerlitz, sin revelarnos mutuamente que íbamos a ver a Tarradellas.

Horas después estaba en presencia de nostre president, de su pequeño y fiel mundo cotidiano de St. Martin le Beau, su mujer, su hija, una excelente comida guisada por la primera dama de la Generalitat y un excepcional vino blanco de la denominación Montlouis sin etiqueta, penúltima muestra de las cosechas propias de Tarradellas. Hoy el presidente ha vendido su propiedad para poder sobrevivir independiente como cabeza visible de una identidad política clave en la hora de la verdad de la resolución democrática del conjunto del Estado español.

Durante seis horas, en una audiencia desarmada de cualquier representatividad política, Tarradellas desarrolló un largo, ancho, profundo monólogo sobre Catalunya, España, el pasado y el futuro. Sobre todo, Tarradellas habló del futuro y su clara cabeza demostraba tanta voluntad de evocación como de profecía. Misteriosa la gimnasia practicada por Tarradellas para ser a su edad un político del presente y del futuro, para haber conseguido no caer en ese pozo de obsolescencia donde han ido a parar entrañables y venerables padres de la Segunda República. Yo creo que esa gimnasia no ha sido otra que la especialización obsesiva en un tema: Catalunya. A la vista del fichero de Tarradellas, de su hemeroteca donde Canigó coexiste con Triunfo, El País o Mundo Diario, uno descubre que el tema Catalunya ha hecho de Tarradellas un político, un investigador, un vigía, un ángel custodio de la razón catalana. Tarradellas se ha imbuido de su representatividad y la ha ejercido distanciado pero omnipresente a lo largo de treinta y siete años de exilio.

Espero expurgar próximamente el off the record para construir la crónica de una entrevista informal que me fue muy clarificadora del momento político presente y de la ubicación de Catalunya en una nueva encrucijada de salvación o catástrofe.

Adelanto que me impresionó el especial sentido del tiempo que tiene Tarradellas. El sentido del tiempo de un corredor de fondo que siente sobre sus espaldas el peso de una identidad colectiva y en su corazón el desánimo y el ánimo de pasados y futuros. Los presidentes de la Generalitat han recibido tradicionalmente el tratamiento de honorables y ése es el tratamiento que yo daría a Tarradellas por encima de discrepancias y en complicidad de pasiones por la democracia, Catalunya, la unidad y el vino blanco de Montlouis.

 

Mundo Diario, «Coyuntura», 2 de octubre de 1976, p. 3

 

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Carta personal de Vázquez Montalbán a Henry Kissinger, flamante Nobel de la Paz de 1976. Cara a cara, un peatón de la historia declara la guerra al jerarca mundial y le reta al describirle como un perfecto asesino. El texto rebosa energía triste, desolada.

[La columna se publica sin título]

Señor Enrique Quisinguer.

Excelentísimo señor secretario de Estado.

Washington (USA).

 

«Muy señor mío:

»No sé si usted estará en antecedentes de la decidida guerra personal y profesional que le declaré hace unos siete años, cuando, al observar sus actuaciones como asesor especial del presidente Nixon, deduje que usted era más peligroso que el cáncer y la mariquita de la patata, unidos en una plaga universal. Comprendí muy pronto que luchar contra usted era una cuestión de supervivencia inexcusable, como luchar contra Hitler y sus dos o tres títeres con o sin cabeza. Los valores éticos son convencionales y a la vez transitorios, pero el valor ético de la supervivencia es indispensable para evitar la tentación de suicidio individual y colectivo. “O usted o yo”, me dije, y dediqué mi instrumento de acción, la palabra escrita, a predicar la guerra santa en su contra en virtud de todo lo que usted representaba: la aplicación del cinismo electrónico-posibilista a la parálisis de la emancipación humana.

»Hasta usted, los grandes reaccionarios de la humanidad actuaban según un cinismo en lo fundamental primario, aunque pudiera aparecer adornado por los mejores ropajes de la forma. Churchill era un cínico que retrasó meses y meses el desembarco aliado en Europa para que se debilitasen sus aliados soviéticos frente al alud alemán. Aplicaba una sabiduría primaria y una instrumentalización igualmente primaria. Igual que usted, no contaba los muertos, no le importaban sus rostros concretos, jamás supo sus nombres y apellidos. Pero murió con él la excusa de que no estaba en condiciones de conocer el número de la muerte, ni de adivinar las motivaciones profundas de su conducta. Es decir, Churchill aún pudo sostener la coartada de que defender los valores de Occidente no era en realidad defender los valores bancarios de la burguesía occidental.

»No es éste su caso, querido Enrique. Usted sabe lo que defiende, cómo lo defiende, por qué lo defiende, para qué lo defiende. Es usted un técnico al servicio de la supervivencia de un sistema, emplea para ello la más elevada tecnología de acumulación de información, análisis y práctica disuasoria (muerte, tortura, encarcelamientos, etcétera); no tiene otra motivación que el encargo profesionalmente asumido, no tiene otra finalidad que su propio curriculum de profesional de la mutual deterrence («disuasión mutua»). Usted instrumentalizó la muerte en Vietnam, la tortura en Latinoamérica, la guerra civil en el Líbano. Cumplida misión. Gracias a usted, el sistema ha vivido otros ocho años. Incluso es posible que a usted no le importe ni un pepino que sobreviva otros ocho. Su misión ya se ha cumplido. Usted ya tiene diez líneas más, espléndidas bajo su óptica, en el curriculum que le acompañará cuando sea fichado por cualquier gran empresa de la vida o la muerte, ávida de contar entre sus capataces con un premio Nobel de la Paz.

»“O usted o yo”, me dije, desde este perdido rincón de Madrid, capital de sí misma. Comprenderá que haya brindado esta noche con un excelente champán catalán aún no muy conocido, que me recomendó Pere Ignasi Fages para celebraciones fúnebres de trascendencia ético-política.

»En paz descanse, premio Nobel del cinismo.»

 

SIXTO CÁMARA

 

Triunfo, «La Capilla Sixtina»,
13 de noviembre de 1976, n.º 720, p. 13

 

•  •  •

 

Los cambios políticos se suceden. La reforma política se aprueba en las Cortes y en diciembre se someterá a referéndum. Un año atrás, sólo doce meses, Franco todavía gobernaba. Hora de hacer balance; primero en la revista Arreu, un semanario de izquierdas en catalán que Vázquez Montalbán impulsa cuanto puede. Después expone más dudas en una conversación llena se supuestos entre Sixto y Encarna. ¿Democracia o neofranquismo?

EL CUENTO DE LA LECHERA

Los reformistas han ganado la batalla en las Cortes. Y, como han ganado la batalla en las Cortes, esperan ganar también el referéndum. Si ganan el referéndum por amplia mayoría, también estarán en condiciones de conseguir una amplia mayoría en las próximas convocatorias electorales. Si lo logran, los objetivos de la «clase dominante» se habrán salvado: la transición del franquismo autoritario al postfranquismo democrático se habrá conseguido sin que a la oligarquía le cueste ni una pieza, es decir, sin dejar las posiciones de privilegio obtenidas en 1939.

Cada uno interpreta el cuento según qué final prefiera. Mientras que el búnker interpretaba el «atado y bien atado» de la forma más chapucera (con resurrección de la momia incorrupta de Adolfo Hitler incluida), los neofranquistas han realizado una interpretación completamente actualizada, «rockera», podemos decir para que quede más in. Lo que tenía que quedar atado y bien atado no era un sistema de poder en sí mismo, sino la legitimidad para modificarlo, con una modificación que, de hecho, dejase «atado y bien atado» el poder oligárquico. Parece que todas las ilusiones neofranquistas tengan que cumplirse, pero sólo lo parece. De momento, han ganado la batalla contra sí mismos, y se apresuran a librar la batalla final contra la oposición. Da la impresión de que el resultado de la batalla ya está bastante decidido, porque la oposición tiene muchas ganas de ser vencida a cambio de las zalamerías del juego electoral.

Pero si nos ponemos a contar el cuento de las fuerzas sociales en litigio, la cosa no está tan clara. La batalla cruenta por la democracia que se vive en España desde el final de la guerra civil no es una batalla romántica entre «liberales y apostólicos», sino una batalla de clases sociales. La conquista de las libertades se revela como un triunfo para que las clases sociales ascendentes corrijan el estatuto de sumisión en el que las dejó la guerra civil. Las libertades fortalecen el papel político de estas clases sociales, no ya formalmente, sino en todas sus dimensiones: les dan capacidad de maniobra, de crecimiento cuantitativo, de presentarse como alternativa de poder. La opción «reforma o ruptura» no es una mera cuestión publicitaria o formal. Implicaba e implica un equilibrio diferente entre los protagonistas del entierro del franquismo. Una vez más, los herederos del franquismo esperan ganar este equilibrio «de arriba abajo», pero se equivocan de medio a medio si piensan que ganar en las Cortes, en el referéndum y en las elecciones significa que dos y dos son cuatro, y que esta vez las cuentas les van a salir bien.

Pueden lograr que dos y dos sean cuatro sin haber resuelto problemas inaplazables: movimiento obrero, estudiantil, profesional, urbano, feminista. Han sido estos movimientos los que, con diferencia, han dinamizado por dentro y por fuera los aparatos franquistas. Lo mismo pueden hacer con los reformistas.

 

Arreu, «Estat de comptes»,
22 de noviembre de 1976, n.º 5, p. 3

Título original: «El conte de la lletera», trad. Ana Mata Buil

EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO

Hace un año que murió el general Franco y, sin embargo, parece como si hiciera ya un siglo. La aparición de tanto lenguaje aplazado, de tantas realidades secuestradas, ha acumulado connotaciones y, por lo tanto, distancia con respecto a aquel 20 de noviembre de 1939.

—De mil novecientos setenta y cinco, don Sixto.

—¿Qué dices, Encarna?

—Que Franco se murió en mil novecientos setenta y cinco, y no en mil novecientos treinta y nueve.

—¿Estás segura?

—Bueno, tío, ¿qué te pasa? ¿Se está quedando usted conmigo?

—Encarna. Ese lenguaje que empleas me descorazona. Uno puede tener también un lapsus. Es verdad. Murió en mil novecientos setenta y cinco. Quién lo iba a decir.

Encarna se entretiene investigando en las bien repletas profundidades de mi frigorífico, y yo, mientras tanto, sigilosamente, persigo en mi biblioteca libros que me saquen de mi angustiada confusión temporal. Busco y rebusco. Dios mío, es cierto. Franco no murió en 1939.

—Pero entonces, ¿cómo es posible que tengamos problemas políticos como si estuviéramos en mil novecientos treinta y nueve?

—En mil novecientos treinta y seis —me corrige Encarna con la boca llena de bocadillo de tortilla de ajos tiernos.

—La tortilla de ajos tiernos no sirve para hacer bocadillos.

—Pues está muy bueno.

—Vamos a ver. ¿Por qué me has corregido otra vez?

—Porque los problemas políticos que tenemos son parecidos a los que teníamos en mil novecientos treinta y seis, antes de la guerrita aquella que nos armaron para resolver problemas que aún hoy no están resueltos.

—¡Coño, Encarna!

—Vaya. Ahora es usted quien desmesura el lenguaje.

—¿De dónde sacas esta tesis?

—De usted. La construyó en una «Capilla Sixtina» de hace cuatro o cinco meses.

Encorajinado, remonto el montoncillo de mis «Capillas» encarpetadas y llego a la que alude Encarna. Es verdad. Hace seis meses, yo decía que teníamos los mismos problemas que en 1936. Se me nubla la vista.

—Encarna, ¿qué día es hoy?

—Catorce de noviembre de mil novecientos setenta y seis.

—Tengo un lío de mil demonios. ¿Cómo es posible que en un año hayamos recuperado cuarenta? ¿Cómo es posible que a un pueblo entero le hayan podido robar cuarenta años de historia?

—Según se mire, don Sixto, que me está usted saliendo un personaje de Priestley, de esos que no saben si están en el siglo actual, en el pasado o en la cuarta planta de El Corte Inglés.

Terrible duda. ¿Ésta es mi casa? ¿Es acaso la cuarta planta de El Corte Inglés?

¡Socorro!

 

SIXTO CÁMARA

 

Triunfo, «La Capilla Sixtina»,
20 de noviembre de 1976, n.º 721, p. 15

 

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Tras algunas dudas, Vázquez Montalbán propone la abstención en el referéndum. Por una vez coinciden Sixto y Encarna, pero cuando lo comentan acaban más enfadados que nunca. Claro que la fantasmal detención de Carrillo apenas disfrazado bajo una peluca, la posterior puesta en libertad y la rueda de prensa que concede por fin, cambian el signo de la relación de esta pareja de vecinos.

ENCARNA NO VOTARÁ

No creo que sea noticia inesperada: Encarna no votará.

—No votaré.

—Era de suponer.

—No soy como otros.

—¿Qué insinúas? Yo tampoco votaré.

—Qué radical. Se va a herniar, don Sixto. Con lo reformistas que son todos ustedes ya es echarle valor al asunto el preconizar «la abstención». Para ustedes debe ser como echarse al monte...

—Encarna, Encarna...

—Qué digo echarse al monte. Del maquis. Lo que se dice del maquis. Son ustedes unos resistentes. Sortez de la mine, decendez des colines, camrades!

Como tengo un ataque de hipocondría desde que vi a Girón en el NO-DO sometido a un secado de sudor por un verónico de plaza de Oriente y desde entonces pienso que ya no somos lo que fuimos y que, como dice el Kempis, «Vivir es dolor», no le contesto a Encarna como se merece. Fatal error. Encarna se encrespa ante las actitudes liberales y lanza humo por las delicadas narinas como si fuera un dragón bonito.

—¿Y cómo va a poder superar usted la tentación electoralista? ¿Está seguro de que podrá soportarlo? ¿No le va a dar un patatús?

—A palabras pronunciadas por faringes inconscientes, trompas de Eustaquio en estado letárgico.

Se queda desconcertada el tiempo suficiente como para que yo recupere la iniciativa y me entrego a la honda lectura de un libro cuyo título no recuerdo y cuya intención no adivino, porque lo miro más que lo leo en espera de la recuperación dialéctica de Encarna.

—¿Y a usted no le han escogido en la comisión esa negociadora?

—Hay gente más cualificada que yo entre las fuerzas de la oposición.

—Más que fuerzas de la oposición yo las llamaría debilidades, don Sixto.

—Tú eres una terrorista mental y verbal.

—Y usted un revolucionario jubilado.

—Eres tan esteticista que más que roja eres de color corinto.

—Y usted es tan pactista que pacta hasta consigo mismo.

—¡Basta! ¡Neurótica, más que neurótica! Si no me hubiera abstenido hubiera sido un reformista, y ahora me abstengo y sigo siendo un reformista.

—Pero si el referéndum es lo de menos. Se abstengan o no se abstengan, no dejarán por eso de ser unos reformistas.

Voy hacia la puerta de mi piso. La abro. Cierro los ojos y con un amplio ademán invito a Encarna a abandonar mi apartamento. Como estoy con los ojos cerrados no veo lo que hace. Los abro y la veo tumbada en el sofá leyendo el mismo libro que yo he abandonado. Sin levantar la vista del libro, me dice:

—Deje de hacer teatro, don Sixto, y no me tome al pie de la letra. Lo que quería decirle es que los dos nos abstendremos, pero yo más.

 

SIXTO CÁMARA

 

Triunfo, «La Capilla Sixtina»,
11 de diciembre de 1976, n.º 724, p. 19

ENCARNA Y CARRILLO

Sube Encarna los escalones de cuatro en cuatro. Se lo noto porque la respiración le pone a la altura de la barbilla los senos, cubiertos de lanilla canela tostada.

—Así que usted estaba.

—¿Dónde?

—En la reaparición de Carrillo.

—¿Quién te lo ha dicho?

—En la peluquería.

—¿En qué peluquería?

—En la del barrio. Merche, la peluquera, va y me dice cuando me estaba poniendo las vitaminas.

—¿Qué vitaminas?

—Las que se ponen en el cabello. Pues Merche va y me dice: «Oye, Encarna, que me he enterado de que tu vecino estaba el día en que se apareció Carrillo a setenta periodistas».

—¿Y cómo lo sabe ella?

—Es lo primero que le he preguntado. ¿Sabe qué me ha contestado? Pues en el mercado se lo ha dicho una casquera.

—¿Y la casquera cómo lo sabía?

—A ella se lo había dicho un mozo del matadero municipal.

—¿Y al mozo?

—Pues un matarife del matadero municipal.

—¿Y al matarife?

—Un defensa lateral derecho de un equipo de categoría regional preferente.

—¡¡¡Encarna!!!

—Que va en serio, don Sixto. Y no queda ahí la cosa. Al defensa lateral derecho de un equipo de categoría regional preferente se lo dijo un cartero de Navalcarnero, que asistía al encuentro entre el equipo local y el del amigo del matarife.

—¿Y al cartero?

—Se enteraría por Correos, digo yo.

Paseo yo con las manos enlazadas sobre mi traserillo y tan cabizbajo y meditabundo como requiere la ocasión. De vez en cuando lanzo un brusco reojeo sobre Encarna, por si le sorprendo la risa. Pero aparenta más impasividad que Francisco Umbral cuando deshincha a Nadiuska al amanecer o la rehincha a media tarde.

—Encarna, tengo que localizar inmediatamente a los responsables de la organización del Partido Comunista. Se ha cometido una grave indiscreción. Me parece un cachondeo intolerable que un cartero de Sigüenza ponga en marcha la noticia de que yo he asistido a la rueda de prensa de Carrillo. Yo era uno más de los periodistas invitados, y cuando asisto a cosas de este tipo por rigurosa invitación, siempre sospecho de que en realidad te invitan a ti más que a mí.

—¡¡¡A eso iba!!!

Diantre. Ha sido como un rugido. Incluso Encarna ha crecido. Parece una bestia colosal y colérica con la melena espumeante y un brazo-espada en alto.

—¡¡¡La próxima vez yo quiero ir. Ni usted ni esta sección pueden prescindir de mí. Le he mentido en lo de Merche y en todo lo demás. Pero he sacado la verdad!!!

Se tranquiliza. Cambia el tono de voz.

—¿Le preguntó Carrillo por mí?

—De pasada. Sin darle importancia. Me dijo: «¿Qué hace esa chica tan maximalista, Sixto?».

—Será revisionista el tío ese.

 

SIXTO CÁMARA

 

Triunfo, «La Capilla Sixtina»,
18 de diciembre de 1976, n.º 725, p. 10

 

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La primera prueba para saber si la reforma va en serio es la amnistía que se pide para todos los presos políticos y, sin embargo, se ha concedido sólo de forma parcial, con muchas reticencias. Vázquez Montalbán la reclama desde Catalunya Express, un vespertino barcelonés de tono popular que lanza Sebastián Auger a finales de año, un diario al estilo de los tabloides británicos en el que será el único columnista. La sección se llama «Porque sí» y ocupa apenas 250 palabras.

TODOS A CASA

Empieza la cuenta atrás. Hoy lunes, día antipático donde los haya, comienza esa pendiente que lleva a Navidad por donde rueda, cada vez con más impulso, el slogan «Per Nadal, tots a casa». Es imprescindible que todos vuelvan y volvamos a casa. Los que se exiliaron. Los que hemos vivido un exilio interior. Los que aún están en la cárcel. Equivocado o no el exilio exterior e interior, equivocado o no el instrumental de lucha contra el fascismo, lo cierto es que la situación de este país no será del todo normal hasta que todos volvamos a casa.

¿Qué quiere decir volver a casa?

Que podamos reconocer en nuestras leyes y en nuestras instituciones el resultado de un forcejeo democrático. Después, que la práctica del poder se fundamente en el necesario respeto a los derechos humanos. Pero, ante todo, que todas las situaciones excepcionales, consecuencia de la larga noche autoritaria, sean liquidadas de raíz. La recuperación de la plena ciudadanía por todos los exiliados y la libertad para todos los encarcelados, significarían el punto cero a partir del cual empezaríamos a contar la era de la democracia y a olvidar definitivamente la viscosa pesadilla.

Es la penúltima oportunidad que tenemos para un cierto «final feliz» a la manera de las películas de Frank Capra. Tal vez sea una deformación educativa o simplemente una aberración sentimental. Pero sería maravilloso el espectáculo de un país que vuelve a casa entre iluminaciones y cantos, sobre el decorado navideño convertido en el paisaje de la Libertad.

 

Catalunya Express, «Porque sí», 20 de diciembre de 1976, p. 4

 

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A finales de 1976 se inicia una de las colaboraciones más largas y significativas de Vázquez Montalbán, la columna que publica en Interviú. En la primera etapa el periodista permanece en el semanario hasta el año 1983, un período en el que firma diversas series de artículos. La primera se llama «El idiota en familia» y la protagoniza el detective Pepe Carvalho, del que hasta ese momento había publicado dos novelas de poco éxito comercial. En las primeras columnas de la serie se presenta el elenco de personajes que acompaña al detective, desde Charo a Biscúter.

LA TORTILLA DE BISCÚTER

Biscúter hace unas tortillas famosas. Carvalho, su patrón, las probó en la cárcel cuando cumplía condena como joven estudiante comunista y Biscúter como alfeñique roba-coches de lujo en el Principado de Mónaco. Biscúter se había enchufado en la cocina de la cárcel, donde coexistía con un gordísimo cocinero gallego, abortero y herboristero. Biscúter utilizaba las sartenes más hondas para hacer tortillas de medio metro de profundidad, tortillas que Carvalho ahora le exige de vez en cuando y que Biscúter realiza en un fogoncillo de gas que el detective privado tiene en su precario despachito para hambres de emergencia.

Hoy Biscúter le había preparado una de sus tortillas y yo era convidado de excepción. Carvalho no ha vuelto a la hora prevista y a Biscúter le ha entrado una de esas histerias de cocinero maltratado por el comensal.

—Cuando llegue va a parecer un adoquín.

—Podríamos empezar tú y yo.

—Ni hablar. Una tortilla empezada no es una tortilla. Una docena de huevos para nada. Un adoquín. Esto va a parecer un adoquín sólo que se retrase cinco minutos.

—Pues a mí me gusta la tortilla de patatas fría.

—Depende del grosor, leche.

—No te enfades, Biscúter.

—No me enfado, collons, no me enfado. Pero una tortilla tan honda como ésta debe comerse caliente, si no parecerá un adoquín.

Carvalho llegó cuando la tortilla se había convertido, si no en un adoquín, sí en un roscón de Reyes en cartón piedra. Biscúter contenía su mal humor, pero no miraba a su jefe para que no se le adivinara el grave enfado. Por eso no se dio cuenta de que Carvalho llegaba hecho un mapa. Alguien le había puesto un ojo de severo luto, de una narina le salían motas de sangre seca, y junto a la sien izquierda se advertían surcos de arañazos. Además, aquello no era una camisa. Lo que asomaba bajo la chaqueta de Carvalho era un mapa de ríos y montañas dibujado con sangre humana.

—¡Carvalho!, ¿qué le ha pasado?

Biscúter recuperó la curiosidad por su jefe y en sus manos aparecieron algo así como mil pañuelos con los que intentaba restañar todas las heridas del cuerpo y el alma de Carvalho.

—¡Un día le matarán, jefe! ¡Siempre a cuerpo descubierto! ¿Por qué no deja que le acompañe?

—Es preferible que peguen a uno que a dos.

—Yo soy bajito, pero un nervio, jefe. No les sería tan fácil.

No tiene ganas de discutir el detective. Contempla la tortilla con escepticismo y se derrumba en su silla giratoria de madera, modelo años cuarenta, sin duda anterior a la batalla de Okinawa.

—¿Un caso difícil?

—Estúpido e inútil.

Resulta que Carvalho iba tranquilamente por las Ramblas al encuentro de la tortilla de Biscúter cuando vio cómo un piquete de energúmenos estaba pegando a dos muchachas. De pronto se sorprendió a sí mismo repartiendo y recibiendo puñetazos. Medio atontado, le costó Dios y ayuda convencer al primer guardia que llegó de que él era el Quijote y los energúmenos fugitivos, los asaltantes de las doncellas. Además, las doncellas llevaban las manos y los bolsos llenos de octavillas en las que se reclamaba la libertad de Carrillo. Total, Carvalho y las doncellas a declarar en la Jefatura Superior de Policía y el comando de extrema derecha a lo suyo.

—Me complace mucho, Carvalho, que haya tenido usted un gesto tan altruista y positivo.

—De eso, nada. Yo no sabía de qué iba. He reaccionado por puro machismo. A una mujer no se la pega y todo eso.

—Se arrepiente.

—Sin duda. Tardaré dos días en sonarme a gusto y estamos en una época propicia a los constipados. Además, esta camisa ya puedo tirarla.

—Yo le quitaré las manchas.

—Gracias, tía Felisa.

Biscúter no sabe qué hacer, si reclamar la camisa de Carvalho para limpiarla, ofrecerle ayuda farmacéutica o recalentarle la tortilla. Elige lo peor. Recalentarle la tortilla. A los ojos de Carvalho asoma la más convincente de las indignaciones.

—Exacto. La recalientas y luego la tiras por la ventana.

—Lo siento, jefe, es que no doy una.

Brrumm, brrummm, brusjmmm, se va Biscúter con su tortilla, entre bucales ruidos de motocicleta imposible. Carvalho se queda triste.

—Yo hecho un moco; Biscúter con la tortilla por sombrero...

—Ha cumplido usted con su deber.

—Mi deber es evitar que Biscúter tenga tiempo de mirarse en el espejo.

 

Interviú, «El idiota en familia», 6 de enero de 1977, n.º 34, p. 14

 

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Por Favor sigue con pérdidas. La familia Nadal intenta vender sin prisa el semanario. El consejo editorial tiene la potestad de oponerse si no es de su agrado el nuevo comprador, y las negociaciones se alargan. En ocasiones, se informa a los lectores de la situación y se comentan los rumores que aparecen en la prensa.

CASI YA ESTAMOS EN LAS GARRAS DE LARA

Se hace saber que lenta, inexorablemente, el equipo de Por Favor va entrando en la caverna derechista del editor Lara. Ya se cierne sobre nosotros la sombra poderosa del editor más rico de España y el quinto en Honduras. Ya sentimos sobre nuestras peladísimas coronillas el aliento temible del cóndor del altiplano. Ya las garras dibujan desgarraduras en el cielo y bajan, bajan, bajan, bajan en busca de las carnes desaprovechadas de los izquierdistas de Por Favor. Se masca la tragedia. Hay más expectación que en la rueda de prensa de Carrillo. El teléfono no para. «¡Traidores!», le llaman los suyos a Lara. Que nadie tema. Avisaremos a nuestros lectores del momento y las condiciones del tránsito. De nuestras gargantas surgirá unánime y vibrante aquel grito que san Tarsicio dirigió a san Sebastián cuando fingiendo ayudarle pretendía meterle mano: «¡A mí usted no me toca!». (Continuará...)

 

Por Favor, «Los eventos consuetudinarios que acontecen
en la rúa», 10 de enero de 1977, n.º 132, p. 6

 

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Tras el asesinato de cinco personas en un despacho de abogados laboralistas en el barrio de Atocha de Madrid, Vázquez Montalbán escribirá varias piezas. La más sentida y profunda la dejará en manos de Sixto, mientras que con Carvalho mantiene en Interviú una conversación reflexiva en la que ambos analizan las razones que permiten la violencia de la ultraderecha. Y en el diario Catalunya Express cierra el dolor como si fundiera en negro.

CAMARADAS

Voy con Encarna al entierro de mis camaradas. Madrid está lleno de seres vivos que silenciosamente instauran el derecho a la libertad y la vida. Madrid ha dejado de ser aquella ciudad de un millón de cadáveres, que cantó Dámaso Alonso en 1945. Era un millón de muertos de miedo, hambre, asco y nostalgia. No todos. Una minoría vivía en los años cuarenta la más dulce de las dulces vidas que jamás pudieron imaginar. Sobre los horizontes de Goya sonaban las descargas de fusilamientos cotidianos, bajo tierra o en las madrigueras, el enemigo había retrocedido hasta casi desaparecer y con música de himnos, bugui o canción nacional, la alegría del vencedor se bañaba en champán muchas veces hasta el amanecer en salones de fiestas casi privadas, donde los héroes del estraperlo y el taconazo a tiempo consagraban España, un día sí y otro no, al dios Baco o a la divina Afrodita.

Era un período de excepción y lentamente un puñado de justos se puso en movimiento entre las ruinas y los montículos, cargados de palabras y deseos, apedazado su esqueleto moral, fueron poniendo los cimientos de una nueva ciudad, la ciudad de la razón. Hubiera sido un esfuerzo inútil si el puñado de justos se hubiera reclutado exclusivamente en el bando de los vencidos, porque hubiera ligado exclusivamente la causa de la razón al interés de los vencidos. Pero no. En el puñado de justos iban progresivamente entrando ex vencedores, porque los hechos de conciencia pueden dinamitar la relación que existe entre interés material e ideología. Muchos franquistas de ojos aterrados ante el espectáculo de la represión, muchos falangistas de cerebro crispado ante la evidencia de la dictadura del gran capital, tradicionalistas convencidos de que la recuperación de las raíces no pasaba por la corrupción, el medro y la prebenda. Y lentamente se fue tejiendo la malla de la reconciliación nacional mucho antes de que se convirtiera en el slogan o línea política de éstos y aquéllos. Unas veces era el aval de un falangista para evitar el fusilamiento de un comunista. Otros la visita precipitada de un párroco para salvar al cenetista en la picota. Las camisas azules a media asta de Ridruejo, o Tovar, o Laín Entralgo, o Narciso Perales. La indignación interclasista por las señas de identidad usurpadas en Galicia, País Vasco, los Países Catalanes. En condiciones difíciles, los justos fueron reproduciéndose por vía oral, algunas veces con el concurso de algunos libros que cruzaban la frontera de noche o de hojas volantes repartidas con heroísmo por gentes que exponían veinte años de su vida por repartir un montoncito de palabras razonables. Y ahora los justos acorralan el bunker de los que racionalmente convirtieron el irracionalismo en su coartada ideológica para medrar, corromper, explotar invocando a la familia desde los lechos con sus queridas, el sindicato instrumentalizado para amordazar a la clase obrera, el municipio utilizado para especular con la tierra y acorralar a la ciudadanía.

Desde hace años se veían venir ese acorralamiento, esa definitiva hora de la verdad ajena y la mentira propia. Desde hace años han excavado arsenales de ametralladoras y desquite. Desde hace años han programado la vía del caos hacia la perpetuación de su hegemonía. En un Madrid que esperaba la mañana de la libertad, dos sicarios han ametrallado de noche a nueve camaradas a la altura de su odioso cerebro, la víscera de la razón.

Camaradas míos y de todos los que queremos cambiar las cosas mediante el instrumento de la vida y no el de la muerte, camaradas de los millones de españoles que han seguido este entierro conscientes de que el fascismo odia a todo ser humano que cree en la paz y en la libertad como su instrumento.

 

SIXTO CÁMARA

 

Triunfo, «La Capilla Sixtina»,
5 de febrero de 1977, n.º 732, p. 10

LA INTERNACIONAL FASCISTA

Le pregunto a Carvalho si puede darme información especial sobre la Internacional Fascista. Carvalho tiene un pasado lleno de contradicciones.

—¿Cómo es que se pasó usted de los comunistas a la CIA?

—Era muy joven.

—Coño, Carvalho. No me parece una excusa.

—Déjeme hablar. Llegaron a mis oídos comentarios de un camarada sobre que yo no era trigo limpio. «Incluso —dijo— es posible que Carvalho sea confidente.» Además, estos comentarios me llegaron cuando yo estaba en la cárcel y pillé un cabreo tal que me dije: «Pepe, ahora, en cuanto salgas, a la CIA». Y así fue.

—Y ahora, en una situación similar, ¿qué hubiera hecho?

—Esperar ver pasar por delante de mi puerta el cadáver de mi enemigo. Es lo que hay que hacer.

—¿Y si no se muere?

—Pues entonces uno ha de hacer lo posible para que se muera y después eso, esperar a que pase el cadáver delante de tu puerta.

—Bueno. Al menos saquemos algo positivo de su pasado como agente de la CIA y dígame cuatro o cinco cosas sobre el papel de esta organización en el montaje de la Internacional Fascista.

—Es muy complejo. En estos momentos, en España la CIA puede estar detrás incluso de dos opciones políticas perfectamente antagónicas. Apuesta a varios caballos: el de la normalización democrática y el de la involución fascista. Ante cada situación examina la correlación de fuerzas y finalmente se queda con la que más conviene a los intereses estratégicos mundiales de Estados Unidos.

—¿Y siempre se sale con la suya?

—No. A veces, no. Incluso yo le diría que en España la cosa puede salirle muy mal, porque el montaje de un clima prerrevolucionario es completamente artificial. Hay una conciencia colectiva extendidísima radicalmente pacifista, y eso es lógico en un pueblo que ha pasado una guerra civil y que aún oculta parte de su memoria, tanto sobre la guerra como sobre la posguerra.

—Carvalho, tiene usted un lenguaje cultísimo.

El detective privado se encoge de hombros.

—La cultura, señor Vázquez, es los tacones postizos de los bajitos. Me refiero a la cultura individual, ¿eh? Yo eso lo aprendí cuando me di cuenta de que todo en la vida es un juego de persuasión, con la palabra o con la pistola, ¿comprende, señor Vázquez? Entre haber leído la Crítica de la razón dialéctica y saber meter tres balas en una diana situada a treinta metros, ¿qué le parece más determinante?

—Vaya manera de plantear las cosas.

—Cada uno es cada uno.

—Volvamos al asunto. ¿Cree usted que la CIA puede fracasar en su doble juego español?

—Como poder, puede.

—No me conteste en gallego, Carvalho, por favor.

—La Internacional Fascista es un elemento desestabilizador muy bien empleado en Argentina o en Italia y es una herramienta que siempre está a punto por si las situaciones políticas se vuelven en contra de los intereses de USA. Por una parte se trata de conducir los procesos por la vía de lo que USA entiende por «normalidad democrática» (Grecia, por ejemplo), pero por otra parte se prepara la estrategia de relevo, Pinochets y cosas de ésas. En Portugal, por ejemplo, la intervención norteamericana estuvo siempre presente, pero jugando a distintos juegos. Incluso se montó un grupito de actividades fascistas que molestó sólo cuando la izquierda parecía controlar la situación. En cuanto las aguas han vuelto al redil de la «democracia tolerable por Washington», esos grupitos van desapareciendo. Quedan unos cuantos molestando de vez en cuando, por si las moscas, pero nada serio. Tres o cuatro muertos al año, ése es el baremo que equivale a una situación de normalidad.

—¡Es usted un cínico!

—Yo estaba en mi despacho tranquilamente, sin meterme con nadie, y usted ha venido a interrogarme. Si prefería otras respuestas, habérmelas pedido. Si quiere también tengo respuestas tranquilizadoras. También sé contar el cuento de «Blancanieves» o el de «La lechera».

—¿No hay salida, pues? ¿No hay otra opción que aceptar la voluntad estratégica de Washington?

—Si yo fuera marxista, señor Vázquez, le diría a usted que no. Que no es impepinable que las cosas ocurran así, sino que en las resultantes intervienen factores derivados de la movilización popular y de las contradicciones internas del sistema. Si fuera así, la salida lógica en España sería la neutralidad del ejército y la formación de un Gobierno de amplia unidad política. Los terroristas ya podrían patalear lo que quisieran, pero una salida de este tipo sería hoy por hoy solidísima.

—¿Qué haría entonces la CIA?

—Asumir esta salida y vigilarla a distancia, creando inmediatamente nuevos instrumentos de control a partir de la nueva situación.

—Y así siempre, siempre en tensión...

—Señor Vázquez, por lo que le oigo, usted es de los que creen que la vida es una película que acaba mal o que acaba bien, según haya o no haya beso final.

Y el puñetero tiene razón.

 

Interviú, «El idiota en familia»,
3 de febrero de 1977, n.º 38, p. 14

SANGRE, SANGRE, SANGRE

Todo ha adquirido un color rojo sangrante y sería desleal no asumirlo, desperdiciar aunque fueran estas veinte líneas para no recordar que éste es el país de la sangre, que sigue siendo el país de la sangre y que si alguien no lo remedia nos vamos a ahogar todos en sangre.

—Qué manía tienes en pasarte a lo trascendental. Procura que te salga divertida la sección —suelen decirme a veces.

Supongo que esta vez no van a insistir en su petición. Aquí no hay nada, pero es que nada divertido. Invita a una cierta risa, a una risa macabra, la facilidad con que se llega a delimitar el rostro de quienes secuestran al teniente general Villaescusa y, en cambio, la imposibilidad de aportar de una vez rostros concretos, reales, de los que ametrallan a un puñado de pacíficos abogados y obreros. Se veía venir. Se veía venir que la impunidad con que actuaba la extrema derecha y lo inexorable del proceso democrático conducían a esta orgía de sangre.

Los que montaron estas policías paralelas para defenderse de su propio miedo y para vengarse de rencores futuros tienen nombres y rostros concretos. El gobierno no hará nada serio hasta que arranque las raíces mismas de este cáncer sangriento.

 

Catalunya Express, 26 de enero de 1977, p. 3

 

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En pocas semanas, los rumores sobre la venta de Por Favor se confirman y finalmente son los propios periodistas quienes anuncian la buenanueva en el editorial de la página 3. Empieza una nueva etapa, ahora en manos de José Manuel Lara y la editorial Planeta, aunque no todo el comité de redacción está de acuerdo. Forges lo abandona y se convierte en la guest star semanal.

AVISO A LOS NAVEGANTES Y A LOS MANGANTES

«POR FAVOR» CRECE, NO CAMBIA

 

Las especulaciones sobre cómo iba a ser Por Favor después del cambio de propietario han quedado suficientemente contestadas durante las semanas anteriores. Desde hace cuatro, Por Favor ya pertenece a Ediciones Cumbre y no creemos que el lector haya advertido ningún cambio de fondo con respecto a la constante que ha guiado a Por Favor desde su nacimiento. Sobre nuestra revista cayeron todas las sospechas elementales, y entre todas la más elemental de las sospechas elementales: la financiación del oro de Moscú. Podría establecerse incluso una ley informativa y de uso científico sólo para España: Toda publicación de ideología avanzada con un cierto éxito de público merece el rumor de que ha sido financiada por el Partido Comunista. Esos rumores han llegado a afectar incluso a grupos empresariales de información al frente de los cuales estaban miembros del Opus Dei en ejercicio. Por Favor siempre ha sido una revista gestada por la iniciativa privada, mejor o peor, más o menos boyantemente. Su equipo intelectual aglutina a militantes de organizaciones de izquierda (de toda la izquierda) y a independientes de rigurosa, personal e intransferible independencia. La filosofía de la publicación desde su nacimiento ha sido forzar los techos de tolerancia hasta conseguir el máximo nivel de permisividad que pueda lograrse. Hemos actuado siempre al borde del abismo y prueba de ello son los secuestros, recortes, mutilaciones, suspensiones que hemos padecido. Se nos ha acusado de satirizar exclusivamente a la derecha y no a la izquierda, y nosotros contestamos que hemos satirizado en relación proporcional a la fortaleza social e histórica del satirizado. ¿Cómo íbamos a cebarnos en las ridiculeces, que las hay, de fuerzas políticas maniatadas? A medida que ha ido cambiando la situación postfranquista, Por Favor ha ido adaptándose a las circunstancias sin perder su objetivo de seguir forzando los techos de tolerancia. Si a una publicación no se le puede encontrar el menor atisbo de chaqueteo con el poder reformista, ésa es Por Favor, aunque no se nos oculta que hay más en idéntica disposición.

A medida que España vaya acercándose a la normalidad democrática, Por Favor secundará ese proceso, y cuando España llegue a la normalidad democrática, Por Favor seguirá incordiando para llegar a otra parte, porque el movimiento se demuestra andando y no hay ni historia ni parto sin dolor. Y entendemos como un servicio al sentido progresivo de la historia burlarnos de lo que merezca burla y solidarizarnos con lo que merezca solidaridad. Nunca desde una óptica partidista, pero tampoco desde la óptica de la ideología particular de nuestros empresarios. Trataremos de que nuestro punto de mira sea el de las clases populares de este país a las que invitaremos a que cada semana, aunque sea durante una o dos horas de lectura, se tomen su propia realidad como un espectáculo más o menos divertido, más o menos grotesco.

Por Favor no cambia, crece. Más páginas y más instrumentos comunicacionales. Por lo tanto, más posibilidades en nuestras manos de servir al público. Si la cosa sale bien, es decir, si la revista se vende, empresa y realizadores viviremos en plena luna de miel. Si no sale bien, la empresa dirá lo que tenga que decir y nosotros o nos suicidaremos o nos ofreceremos a Fuerza Nueva.

Más desesperación, imposible.

 

Por Favor, 21 de febrero de 1977, n.º 138, p. 3

 

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En Interviú se consolida la relación entre Carvalho y el señor Vázquez. Con un esquema parecido a «La Capilla Sixtina», los vecinos hablan de vez en cuando, y el señor Vázquez, columnista de algunos semanarios, utiliza la información cínica y realista que le da el detective para desvelar las cloacas de la situación política española. Pero antes hay que mostrar las peculiaridades de un detective de moral transgresora. El personaje crece.

EL HOMBRE ES UN LOBO PARA EL HOMBRE

Charo, la novia de Pepe Carvalho, tuvo el otro día un accidente de trabajo. Le salió un cliente pegón, y la pobre chica se quedó con la cara hecha un mapa. Oí desde mi despacho parte de la discusión entre Carvalho y su novia:

—Te he dicho mil veces que te retires del oficio.

—¿Y quién me mantiene? ¿Tú?

—No tengo ningún inconveniente.

—Pues yo sí. Éste es mi oficio. Es lo que hago mejor.

Por delicadeza no me personé en el despacho de Carvalho, pero cuando oí los pasos taconeantes de Charo bajando los escalones de madera, salí y la hice pasar.

—Pero, Charo, ¿cómo te has dejado hacer eso?

—¿Y qué quería que hiciera? Hace dos años me salió otro malnacido igual, grité, vinieron los vecinos, el cero noventa y uno, la tira. ¿Sabe usted quién palmó? Yo. Las putas no tenemos derechos, señor Vázquez.

—¿Qué va a hacer Pepe?

—Ése es un ilusionista, señor Vázquez.

—¿Un ilusionista? ¿Hace juegos de manos Pepe?

—Bueno, quiero decir que tiene muchas ilusiones, que es un iluso. ¡Que deje el oficio! Pues aún tendría que ir yo a un curso de Reconversión Profesional.

Horas después, Carvalho me sitúa ante una serie de apuntes sobre el plan de acción a desarrollar para localizar al cliente agresor. Interrogatorio en casas de citas para empezar. Además, Charo retiene algunos detalles de vestuario que orientan al detective sobre los establecimientos que han podido abastecerle.

—Además, llevaba una bolsa llena de lichis frescos y este fruto sólo puede encontrarse en cuatro o cinco fruterías y en dos paradas de La Boquería.

—Y cuando le encuentre, ¿qué hará?

—He de pensármelo.

—¿Quiere que le ayude?

—No, señor. Ante todo, he de decirle que es cosa mía. En segundo lugar, usted no dispone de recursos técnicos para ayudarme, y cuando investigo no necesito conversación. Finalmente, usted es un intelectual. Lo más que puede hacer ante la realidad es tratar de explicársela a sí mismo y a los demás. En lo primero, ya puede darse por fracasado. De los demás es posible que consiga algo, pero siempre sobre la base de no decirles toda la verdad.

—¡Carvalho! ¡No malgaste su agresividad conmigo!

—Disculpe.

Durante tres días, Carvalho ni aparece por el caserón de las Ramblas donde disponemos de dos de los doscientos despachos-cueva que ha acondicionado una auténtica madame de casa de citas. Biscúter, el chico para todo de Carvalho, estruja su escasa capacidad de conectar su lógica con la mía para darme partes sobre lo que hace o no hace Carvalho.

—Me parece que la pista promete.

—¿Adónde le ha llevado?

—A un pez gordo. Parece que el pegón ese es un pez gordo. Yo le he dicho a Pepe: «Déjemelo a mí, jefe. En cuanto le encuentre, déjeme a mí, que le hago un dibujito con la navaja en la cara y luego le echo azúcar para que no le cicatrice la herida en toda la vida». Pero el jefe no me ha hecho caso. Temo por él.

—Sabe cuidarse.

—Pero las cosas de Charo le afectan mucho.

—¿Y por qué le deja ejercer?

—Señor Vázquez, las mujeres, cuando se empeñan, hacen lo que quieren. Son muy tozudas, señor Vázquez. Además, es lo que ella dice: «Es lo que sé hacer y tengo quince años de oficio». ¿Dejaría usted de ser escritor porque un día le pegue un lector?

—Depende de cuánto y cómo me pegue.

—No, señor. Yo también seguiré siempre fiel a mí mismo. Que Pepe me manda hacer esto, lo hago. Que me manda hacer aquello, lo hago.

Carvalho reaparece al fin. Algo más delgado. Con la camisa sucia de duermevelas y los pantalones fodones.

—¿Éxito?

—Completo. Era un tío importante, pero lo había sido más tiempo atrás. No había manera de echarle el guante legalmente, pero le he jodido bien jodido.

—¿Le ha pegado?

—No. Me he limitado a presentarme en su oficina y a explicarle el caso y lo que iba a hacer. Le he enseñado la copia de la carta que van a recibir su mujer, sus cuatro hijos, cada uno por separado, los profesores de sus dos hijos pequeños, todos los vecinos de la escalera, presidentes y socios más destacados de los clubes y entidades a que pertenece, etcétera, etcétera.

—¡Qué brutalidad!

—En efecto. El hombre es un lobo para el hombre. Titule así su artículo sobre el tema.

 

Interviú, «El idiota en familia»,
24 de febrero de 1977, n.º 41, p. 17

 

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En abril de 1977 se deroga la Ley de Prensa de 1966 y se legaliza el PCE, que se añade como una formación más al resto de los partidos políticos. Se completa el campo de juego para las primeras elecciones legislativas. Sin embargo, la presión sobre la prensa está muy lejos de acabar, y la legalización de los comunistas remueve las entrañas del búnker.

¡NOS MUTILARON!

La semana pasada Por Favor salió sin su última página y estuvo a punto de no salir o de salir con más recortes que una película francesa en los años cincuenta. ¿Por qué? Ah, a nosotros que nos registren. Volvió a funcionar el tic de alarma ante la libertad, y se volvió a demostrar que cuando al poder le pasa por los órganos, dispone de tantos órganos como siempre para volver a la democracia orgánica. Hace un año estábamos tan acostumbrados a estas cosas, que la mutilación de una página nos parecía una cosa normal y casi esperanzadora. Ahora, francamente, no sé si es que nos hacemos viejos o que estamos muy gastados por la vida o no sé, no sé, pero el corte nos ha sentado como una patada en nuestros órganos de pensamiento, palabra, obra y omisión. Una vez más sacamos fuerzas de flaqueza y lanzamos un ultimátum a nuestros mutiladores. Como vuelvan a intentarlo, como vuelvan a mutilarnos, les pondremos en la lista negra y cuando manden los nuestros les obligaremos a salir en el programa de Íñigo contestando sus preguntas, y si mucho nos cabreamos, cantando eso de «Hoy tengo ganas de tiiiii... hoy tengo ganas de tiiiiiiiiiii».

 

MANOLO V EL EMPECINADO

 

Por Favor, 4 de abril de 1977, n.º 144, p. 4

CÓMO SE LEGALIZÓ LO QUE SE LEGALIZÓ

La prensa internacional dio un tratamiento de «gran conjura» al acto histórico que reunió a Suárez, Martín Villa y el presidente del Tribunal Supremo antes de que el Ministerio de la Gobernación tomara el trascendental acuerdo consigo mismo de legalizar a los comunistas del PCE. Ante todo hay que destacar que medio millón de agentes de la CIA siguieron a Carrillo, y cuando comprobaron que se iba a París llamaron inmediatamente a un misterioso teléfono comunicando: «Jefe, el chico se ha ido». Al otro lado de la línea un hombre con gafas, de León y cuyo apellido siempre aparece como si fuera compuesto, el primero empieza por M y termina en tin y el segundo empieza en Vi y termina en a, entornó los párpados y comentó para sí: «Es el momento». Eran las cinco de la tarde, las cinco en punto de la tarde, y a unos cuantos kilómetros de distancia Fraga Iribarne sintió un agudísimo dolor entre ingle e ingle. «¡Voto a bríos!», rugió, y saltó del sofá buscando a quien o quienes tan agudo dolor le habían infligido. Nadie alrededor. Un cruel presentimiento atenazó su corazón de león, de león, león, león, y minutos después otro medio millón de agentes de la CIA le comunicaban por teléfono que el PCE acababa de ser legalizado. Fraga aulló como un lobo esteárico y hubo que darle sales y cinco puntos de sutura. Inmediatamente telefoneó al misterioso hombre cuyo primer apellido empieza por M y termina por in y por V y lla y empezó a criticarle muy bravuconamente. «Los muertos de la cruzada han vuelto a ser enterrados», empezó Fraga, pero el otro le salió virilmente al paso: «Corta el rollo, Manolo, que te hemos hecho un favor electoral y político de órdago. Estos tíos eran tan legalizables como cualquier otro y alguien tenía que legalizarles. Tú no lo hiciste y ahora podrás presumir de ello para atraerte votos franquistas, que es lo único que vas a rascar... conque danos las gracias y vete con los rugidos a otra parte». Fraga dio las gracias civilizadamente y en cuanto colgó el teléfono empezó a insultar a todo el mundo en medieval: «¡Bellacos! ¡Fementidos! ¡Ganapanes! ¡Felones!». Pero sus fieles seguidores, mientras le besaban la mano, intercambiaban guiños de ojos porque sabían que el jefe, en el fondo del fondo, estaba contento.

 

MANOLO V EL EMPECINADO

 

Por Favor, «Los eventos consuetudinarios que acontecen
en la rúa», 18 de abril de 1977, n.º 146, p. 4

 

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La legalización del PCE, por cierto sucedió mientras Vázquez Montalbán está en París, en cuyo aeropuerto coincide con Santiago Carrillo, pletórico y a punto de regresar a Barcelona. El mito se hace humano. Algunos le miran como al diablo y otros, como fruta prohibida.

CARRILLO, EN ORLY

Me parece que aquél es Carrillo.

En efecto, es Carrillo. Yo he pasado cuatro días en París investigando sobre la verdad o la mentira de la decadencia de los grandes y medios restaurantes de París. La crítica gastronómica francesa está últimamente casi tan pesada como la crítica política del señor López Rodó. He podido comprobar que tal vez la cocina capitalina no es lo que era antes de la guerra del catorce, pero que sin duda en París aún quedan unos quinientos restaurantes donde se puede comer correctamente. Insisto en estas motivaciones del viaje para que nadie pueda creer que fui a París a contactar con la KGB o con la CIA o a comprar fusiles para Zaire. En París me enteré de que el PCE había sido legalizado y le rogué a Encarna que me acompañara en un brindis lento y en memoria de todos los comunistas españoles que no han vivido para verlo. Encarna hacía la guerra por su cuenta, rodeada de peludos y peludas que buscaban en vano la arqueología del mayo del 68 o las premoniciones del mayo del 78. De vez en cuando me acompañó en alguna correría gastronómica, y no son transcribibles sus comentarios sobre mi decandencia, sobre el tiempo que puedo perder analizando los componentes de un pie de cerdo relleno o lo que puede sorprenderme la extraña anatomía de los corderos franceses, que permite la existencia de un carré d’agneau absolutamente intraducible a merinos españoles. Critica, pero come, la muy inconsecuente. Pues bien, Encarna brindó civilizadamente para celebrar la legalización del PCE, aunque insitió una y otra vez en que este comunismo no es el comunismo, sino un vil remedio reformista socialdemocrático, etc., etc. Ustedes ya me entienden.

Pues bueno. Resulta que Carrillo está allí. Esperando el embarque en Orly, y tras el consabido apretón de manos y abrazo soviético (es lo único soviético que conserva Carrillo) el tema de la legalización se impone. Estamos a lunes de Pascua, y Carrillo ya me anticipa que la cosa no ha caído bien en algunos sectores militares. Nuestra conversación se ve interrumpida por pasajeros del avión que le quieren dar la mano e invariablemente le dicen:

—Felicidades, don Santiago.

De reojo contemplo todos los reojos que se concentran en un Carrillo que viaja con su mujer y con un matrimonio amigo, sin guardaespaldas. Hay curiosidad en los reojos y adolescentes que pugnan con sus padres para acercarse al rojo Carrillo y pedirle un autógrafo. Los españoles que esperan el embarque pertenecen a las clases medias y un poquito más arriba. Pues bien. No se nota en ellos la influencia de El Alcázar, ni de Fuerza Nueva. El público se divide en dos clases de mirones: los que contemplan a Carrillo como contemplarían a Jack Nicholson (es un decir) y los que le contemplan como una fruta política hasta ahora inexplicablemente prohibida. La situación queda ya más allá de la reconciliación nacional y todo lo demás. Tengo una clara conciencia de que Carrillo y todo lo que significa ha sido plenamente aceptado por una inmensa, sana mayoría, y que sólo una pandilla de energúmenos y retrasados históricos siguen escupiéndole prejuicios.

—¿Cuándo volverá Dolores?

—Depende de la situación. Depende de cómo se encaje lo de la legalización. Quisiéramos un recibimiento multitudinario, pero a lo peor no es posible.

Habla de su hermano enfermo en París, reanimado por la noticia de la legalización. Un señor que mira de reojo y escucha de reoreja cabecea comprensivo y apreciativo. Una señora comenta:

—Pobre hombre. Mira que si después de lo que ha costado que le legalizaran ahora se estrellara con el avión.

Y ella también viajaba en el avión.

 

SIXTO CÁMARA

 

Triunfo, «La Capilla Sixtina», 23 de abril de 1977, p. 11

 

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En apenas unas semanas se funda la UCD y toda una serie de personas que medraron durante el franquismo se reconvierten en demócratas. Está en juego la lucha de clases, ahora en danza frente a las elecciones legislativas que se celebran en junio, en las que hay quien reivindica la figura de Franco. Pero Vázquez Montalbán piensa que el momento ha llegado, que por fin la historia cotidiana dará el giro final.

SI FRANCO VIVIERA

Si Franco viviera y por las causas que fueran tuviera que asumir el hecho de la legalización de los partidos y de las elecciones generales, ¿qué pensaría? Confieso que este tipo de acertijos semibrujeriles nunca me han interesado, porque un servidor en un 65 por ciento de sus filias y sus fobias es racionalista. Pero esta vez el acertijo me interesa porque meternos en la piel de Franco es meternos en la piel del franquismo que está vivito y aún coleando.

Franco nunca fue un demócrata, eso lo sabemos todos y nadie ha pretendido darle cartel de demócrata. Pero sí han sido muchos los exégetas de su «moderación», los admirados de la «moderación» con que ejerció el poder. Cada vez que la palabra «moderación» aparece asociada con el poder de Franco me parece como si se tratara de cortar el agua con un cuchillo o de clavar un clavo con un martillo de bizcocho. Jamás ejerció el poder moderadamente. Su brutalidad para con los antagonistas y enemigos no tiene otro equivalente histórico en la Europa contemporánea que el de Adolfo Hitler. Practicó la «moderación» en el arte de combinar sus propias fuerzas adictas, pero cada vez que oía la palabra «democracia» se sacaba la pistola y se la estuvo sacando hasta semanas antes de morir, cuando firmó sin pestañear sus últimas sentencias de muerte.

Sólo atado y bien atado, Franco hubiera podido asistir al espectáculo de relativa libertad que todos presenciamos y a la convocatoria electoral que esperamos presenciar. Luchó toda su vida, según se dice, por la España una, grande y libre, y dejó una España rota, al borde del caos económico y enajenada internacionalmente. Pero para muchos ciudadanos no lo parecía, porque los minipedazos de la realidad franquista estaban enganchados por el sinteticón de la represión física y espiritual. Silencio y palo, ésta es la fórmula que Franco aplicó durante cuarenta años, y los residuos de la fórmula aún administran de alguna manera la realidad que nos rodea.

Al pueblo español le ha faltado la catarsis liberadora de un 25 de abril y necesita, todos necesitamos, liquidar de una vez por todas las formas del franquismo, porque liquidar las formas conduce a liquidar los fondos y viceversa. Nuestra fiesta, nuestra gran fiesta popular puede ser ese 16 de junio, cuando tengamos en las manos los racimos de votos que han apostado por una democracia sin exclusiones, por unas nuevas Cortes capaces de abrir las cárceles, las fronteras, los cerebros, las manos de todos los españoles. Esa fiesta es necesaria aunque vayamos a ella conscientes de que lo que está por hacer es más duro y complicado que lo hecho. Y esa fiesta es importante porque las pesadillas deben terminar y no dejar sombras en el cerebro ni en el corazón.

La victoria de todo un pueblo sobre el Gran Inquisidor puede darse en ese día 16, cuando los votos pulvericen definitivamente aquel régimen que iba para milenario.

 

Mundo Diario, «Coyuntura», 28 de mayo de 1977, p. 4

 

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Las elecciones legislativas reafirman a Suárez en la presidencia del gobierno. No se ha producido el relevo y hierven las interpretaciones. La primera en Triunfo, una discusión entre Sixto y Encarna. El mismo día Vázquez Montalbán canta la Cataluña socialista que arrojan las urnas mientras Sixto, una semana después, esboza un entusiasta fin del franqusimo del que después se retractará. En Por Favor la evaluación de los resultados queda en manos de un jocoso Manolo V el Empecinado.

ENCARNA ATACA DE NUEVO

He mantenido a Encarna al margen de mi vida durante casi toda la campaña electoral porque es muy bestia, y me temía que aprovechara mis debilidades y utilizara la «Capilla Sixtina» como correa de transmisión de sus extremosas tesis políticas. Me comprenderán si les digo que durante toda la campaña electoral Encarna mantuvo colgado en la puerta de su piso un cartel en el que se decía: «Vecino. Que voten ellos».

Incluso llegué a pensar en la necesidad de abandonar mi piso durante las tres semanas de campaña para evitarme tropezones dialécticos con mi vecina. Pero ella debió advertir mi actitud huidiza y la respetó hasta el punto de que nuestros encuentros fueron siempre fugaces casualidades y sólo en una ocasión en tres semanas subió a mi piso para devolverme el ejemplar de Miedo a volar, de Erica Jong, que yo le había prestado. Intercambiamos cinco o seis frases sobre las bondades y maldades de esta obra interesantísima, y eso fue todo. Confieso que cuando no veo a Encarna, por una parte, me tranquilizo, pero, por otra, se me nubla algún rincón del espíritu, ése, tal vez, donde resuenan versos de Machín que me son caros:

 

No quiero arrepentirme después

de lo que pudo haber sido y no fue...

 

Lo cierto es que, nada más acabar la jornada electoral del 15, Encarna llama a mi puerta.

—Bueno, no se quejará. Le he dejado tranquilo todos estos días. No era necesario ser una lumbrera para darse una cuenta de que usted me apartaba de su vida como si yo fuera una apestada.

—Encarna, me limitaba a evitar pugnas dialécticas inútiles.

—No. Si a mí me ha ido fetén. Mire mis manos. No tiemblan. Tranquilas. Serenidad. Tranquilidad. Buenos alimentos. Eso es lo que me he autorrecetado ante el cariz que tomaban las cosas. Porque no me dirá usted que la campaña electoral esa no ha sido un cachondeo marinero. Todos prometían lo mismo. Todos eran demócratas y progresivos. Todos con el truquito fácil de gritar de vez en cuando contra «Alianza Impopular», y ya tenían el aplauso asegurado. Han quedado retratados, retratados, sí señor.

—Encarna. La reeducación política del pueblo español ha exigido un cierto esquematismo, pero...

—¿Un cierto esquematismo? ¿Un cierto es-que-ma-tis-mo dice usted? Pero si al final los demócratas se han cabreado entre sí porque nadie respetaba las mínimas verdades abstractas que configuran una opción política. Los comunistas querían aparecer como socialistas moderados. Los socialistas, como moderados socialistas. Los socialistas moderados, como socialistas sin demasiadas moderaciones. Con democracia y reforma fiscal todo se arreglará. Pues para eso voto yo una candidatura democrática de inspectores de Hacienda. Ya está. Voy a fundar un partido: el IHD (Inspectores de Hacienda Democráticos). Ya tengo partido político. Las próximas elecciones nos las llevamos de calle.

—Veo que la evidencia de los hechos no significa nada para ti.

—Insisto en que las evidencias no tienen por qué ser coincidentes para usted y para mí.

—Encarna, no seas monotemática. Estoy del tema político hasta la coronilla. Desintoxiquémonos. Hablemos de otra cosa. Te invito a cenar.

—¿Dónde?

—Aquí. Encenderé las velas. Nos tomaremos la última botella de Montecillo que conservo y, si quieres, un champán francés discreto y muy frío.

—¿Y luego bailaremos muy juntitos, don Sixto? ¿Machín quizá?

¡Dios de los soviets! ¡Ésta puede ser mi noche! Pongo valor en mi voz cuando le pregunto:

—¿Qué quieres bailar, Encarna?

Y la muy bestia se pone a dar saltos y a cantar:

—¡Queremos pan, queremos vino, queremos a Fraga colgado de un pino!

 

SIXTO CÁMARA

 

Triunfo, «La Capilla Sixtina»,
18 de junio de 1977, n.º 751, p. 16

CATALUÑA ES SOCIALISTA

La participación electoral fue abundante, la tranquilidad óptima dentro de lo que cabe, y para la historia quede el dato de que Barcelona era el 15 de junio por la noche una ciudad de calles vacías, en las que sólo destacaban los mechones de militantes esperando noticias en las puertas de los cuarteles generales de sus partidos y el inquietante despliegue policial, ametralladora en mano, arropado por los rumores de acuartelamiento de tropas y de control discreto de centros vitales de suministros y de comunicaciones. El Gobierno temía que, de confirmarse la victoria de las fuerzas políticas más avanzadas de Cataluña, se produjeran «ocupaciones democráticas» y proclamaciones autonómicas más o menos simbólicas. La alocución de Gutiérrez Mellado se interpretó aquí como una advertencia fundamentalmente dirigida al PNV en el País Vasco y a las fuerzas progresivas catalanas para que no asumieran el poder del voto en caliente, sino que dieran tiempo a la negociación y a la vía legislativa constituyente abierta por las nuevas Cortes. La lentitud en el suministro de resultados puede interpretarse como un intento de inocular el gas del tedio y el sueño en los entusiasmos de las fuerzas democráticas vencedoras en el trámite electoral.

Ante todo hay que estimar la importancia del triunfo de las candidaturas unitarias de la izquierda para el Senado. Los Benet, Candel, Cirici, Portabella, Sobrequés, Sunyer, Audet, Baixeras, etcétera, llegarán al Senado respaldados por un amplio consenso popular y por la disciplina del voto socialista y comunista. Se trata de una victoria de trascendental importancia cualitativa. Estos senadores elegidos, sumados a los otros senadores «designados» por el dedo real (Martín de Riquer, Socías Humbert, Ribera Rovira y Maurici Serrahima), componen un conjunto hoy por hoy suficiente para representar la real correlación de fuerzas que pueda existir entre la dedodemocracia y la urnademocracia.

El balance del resultado electoral para el Congreso impone una cierta prudencia. Las señas de identidad de los partidos a examen aún no han quedado bien delimitadas. Ante todo, valorar la vergonzosa derrota de Alianza Popular-Convivencia Catalana ya confesada públicamente por uno de sus líderes, el señor Linati. Sin embargo, este dato hay que emparejarlo ante la importante presencia electoral de los centristas de Suárez. No se equivoca Jiménez de Parga cuando sobre la cresta de la ola de la madrugada se pregunta y pregunta: «¿Hubiera sido tan evidente la derrota de Alianza Popular sin la presencia del Centro-Suárez?». No es la única incógnita a despejar. También el «centro autóctono» ha quedado por debajo de las posibilidades que se le atribuían a priori: los demócrata-cristianos catalanes apenas si tendrán presencia parlamentaria y el Pacte Democràtic no será el «palo de pajar» de la nueva Cataluña como señalaba su principal líder, Jordi Pujol. Muy bajo de tono, Pujol ya anunciaba antes de aparecer el primer escrutinio que su partido no iba a ser el hegemónico y durante la madrugada reconocía la victoria de los socialistas, la atribuía a errores propios y a injerencias extrañas. No hay duda de que la entrada del «centrosuarismo» en Cataluña ha arruinado las posibilidades del «fraguismo», pero también ha debilitado las posibilidades del «pujolismo». Al tiempo que Jordi Pujol aceptaba la victoria de la coalición PSOE-PSC lanzaba el primer ataque postelectoral: a ver ahora quién se come a quién, si el PSC al PSOE o el PSOE al PSC.

La Esquerra de Cataluña (Alianza de la Esquerra histórica y el PT) no ha estado a la altura de la capacidad de convocatoria demostrada el domingo anterior en Montjuich. Ante el reclamo de la reivindicación de L’Estatut y bajo la presencia protectora de los retratos de Tarradellas, Macià y Companys, la Esquerra reunió a 450.000 personas. No hay una equivalencia entre esta capacidad de convocatoria de los retratos y los votos alcanzados por los partidos convocantes. Ahora queda el enigma de quién ha merecido más votos dentro de esta coalición: el radicalismo nacionalista crítico y anticomunista de la Esquerra Republicana o el comunismo ML del PT.

El PSUC no sólo ha sorprendido por haber superado todas las previsiones (ni se daban ni les daban más allá del 12 por ciento), sino que se ha sorprendido a sí mismo por el éxito electoral en Tarragona y Lérida. A la vista de los votos «de más», obtenidos en las provincias agrícolas, cabe preguntarse el porqué de los votos de menos en una provincia industrial como Barcelona y no hay otra respuesta que la siguiente: esos votos de menos en la provincia industrial se los ha llevado el PSOE entre la población inmigrante. Gerona ha sido el punto negro del PSUC, pero sus dirigentes adoptan cierto relativismo con respecto a este «punto negro». Gerona era una provincia donde el Partido tenía una escasa incidencia, y en cambio, gracias a la plataforma electoral, las cosas empiezan a cambiar.

Llegamos finalmente a los socialistas en este recorrido precipitado y más en frío que en caliente, porque aún no me he sacado de encima el destemple de una madrugada llena de café y lentitudes. Indudablemente suya es la victoria global en el conjunto de Cataluña. No hay que sumar sólo la victoria del PSC-PSOE como coalición en Barcelona, Tarragona y Lérida, y sólo discutida en Gerona por el Pacte Democràtic pujoliano. Hay que tener en cuenta que en las filas del Pacte Democràtic hay socialistas de Pallach y socialdemócratas, con lo que el espectro triunfal del socialismo catalán queda ampliado y bien ampliado. El balance electoral de Cataluña podría resumirlo en dos impresiones ya indiscutibles:

 

• La derrota sin paliativos del franquismo.

• La victoria del socialismo.

 

A estas horas subsisten las medidas de extrema seguridad en toda Cataluña, pero sobre todo en una Barcelona llena de jeeps y tocineras enrojadas, de perfiles de ametralladoras asidas y bien asidas. El gobernador civil ha reivindicado parcialmente el principio fraguiano de que la calle es suya, pero ha anticipado que, honradamente, también podrá ser de la alegría de los vencedores. Los partidos democráticos vencedores (yo creo que todos los partidos democráticos son hoy vencedores electorales) desde el Pacte Democràtic al PSUC, pasando por los del PSC-PSOE, nuevo eje de la política de este país, ya han expresado su propósito de no asaltar ni el palacio de Invierno ni el de la Generalitat, ni el ayuntamiento de Torredembarra (por poner un ejemplo). Me parece que lo único que pretenden ocupar hoy por hoy es la montaña de Montjuich el próximo viernes para celebrar la victoria.

Pero ésa ya será otra historia.

 

Triunfo, «Cuestiones periféricas»,
18 de junio de 1977, n.º 751, pp. 19-20

ADIÓS, FRANCO, ADIÓS

Creo ya posible despedir de la historia de España futura al general Francisco Franco Bahamonde. Hay quien esperaba que ganara la última batalla después de muerto. La realidad ha sido diferente. Franco empezó a perder la guerra civil el 2 de abril de 1939 y la derrota definitiva la tuvo el día 15 de junio de 1977, cuando la inmensa mayoría del pueblo español pronunció un silencioso parte político con la lengua del cerebro y del corazón.

Vencidas democráticamente las fuerzas de la reacción, se han empezado a cubrir los últimos objetivos. La guerra civil ha terminado.

Un año y medio después de su muerte ni siquiera su recuerdo sigue vivo. La memoria de las masas ha recuperado a las víctimas del general Franco y les ha devuelto presencia histórica. Franco es hoy el nombre de algunos monumentos, de muchas calles y el medium con la nada de un puñado de fanáticos y de otro puñado de vividores. Hoy se sabe que nada hizo y casi nada dejó hacer. El sudor del pueblo reconstruyó sobre las ruinas que el propio Franco había condicionado y el valor del pueblo permitió mantener vivo el rescoldo de la razón hasta que fuera otra vez incontenible llamarada. Las urnas han hablado. Las fuerzas históricas vencidas por Franco con la espada en la mano vuelven a estar presentes sin otra arma que la fuerza de la razón.

Inútilmente Franco condenó a muerte a Zugazagoitia, a la septicemia a Besteiro, entregó al nazismo a Largo Caballero. El PSOE está donde estaba. Inútilmente Franco sembró el país de luto comunista, llenó las cárceles de comunistas. Los comunistas están ahí, mejor situados políticamente de lo que nunca estuvieron; en Catalunya incluso representando índices «eurocomunistas» homologables en Francia o Italia. Inútilmente Franco reprimió salvajemente las señas de identidad de las nacionalidades: PNV y PSOE vuelven a ser las fuerzas políticas dominantes en Euzkadi y en Catalunya, la victoria en bloque de los partidos autonomistas se ha producido no sólo en el Congreso, sino también en el Senado.

Hay que preguntarse: ¿para qué entonces la muerte, la cárcel, la tortura, el miedo?, ¿para qué aquella salvajada histórica desencadenada por un puñado de «mesías» de los valores de Occidente y otro puñado de rentistas y oligarcas? Se ha dicho que, gracias a la paz de Franco, España es la novena potencia mundial de no sé qué. Hasta entrada la década de los sesenta, España no superó los índices de nivel de vida de la República y el desarrollo de los sesenta y setenta no salió de las retortas mágicas de los Ullastres, López Rodó y demás ralea. Salió otra vez de la represión española vendiendo inversiones fáciles a cambio de respaldo político a la dictadura, de la expatriación de miles y miles de trabajadores.

Franco no dejó nada positivo, absolutamente nada, porque cualquier logro tuvo excesivo precio y él sólo fue el vigilante desde su ametrallante garita de centinela de Occidente.

No dejó nada, nada, nada, nada.

Afortunadamente ya ni siquiera su sombra.

 

SIXTO CÁMARA

 

Triunfo, «La Capilla Sixtina», 25 de junio de 1977, n.º 752, p. 16

CÓMO QUEDÓ EL PAÍS DESPUÉS DEL TRIUNFO
DE LA BELLOCRACIA

 

ADOLFO EL SUAVE

 

Don Adolfo el Suave ganó las elecciones en el conjunto de las Españas aunque las perdió en zonas vitalísimas como Catalunya y el País Vasco. El señor Suárez dispuso de más medios para ganar que Laura Antonelli para estar como está y, sin embargo, ahí queda el fuerte correctivo recibido en zonas determinantes para la vida del país. Con todo, un dato positivo. Suárez ha dado paso político a una derecha suave y hermosa como una rosa que sustituye a aquella derecha bestia y pestilente que nos ha deslomado durante treinta y tantos años. De aquella derecha de agrio sobaco a esta derecha con desodorante media un abismo. Ahora al menos olemos mejor. Con Franco olíamos peor. Ahora el pastel es de chocolate y antes el pastel era de piensos compuestos o sin componer.

 

Le canto a mi madre

que dio luz a mi ser.

¡Toda la vida es

como una canción!

 

 

FELIPE EL HERMOSO

 

Los socialistas se llevaron de calle Catalunya y quedaron segundones en casi todo el resto del Estado. Como insiste una y otra vez Felipe González:

—Somos una alternativa de poder.

Felipe González no deja pasar un minuto ni una persona sin repetírselo.

—Oiga, caballero, ¡chist!

—¿Es a mí?

—Sí, a usted. Mire. Nosotros somos una alternativa de poder. Si nos necesita ya sabe dónde estamos.

Adolfo el Suave se entreoyó por teléfono con Felipe el Hermoso y, aparte de ponerse al día sobre el look y los nuevos modelos de bellócrata, decidieron mantenerse cada cual en su lado: el poder y la oposición. ¿Motivos? Pues para impedir que otros se hagan con el poder y con la oposición.

 

 

EL CATALANOCOMUNISMO

 

La parte del pastel comunista habría que dársela a los del PSUC que aportan casi un 50 por ciento de los diputados comunistas sobre menos de una cuarta parte del total de la población del Estado. Además, los comunistas son el segundo partido catalán, después de los socialistas, por número de votos. Ha flojeado un poco el PCE en algunas zonas: ha obtenido menos de lo esperado en Madrid y en Andalucía y nada de lo esperado en Galicia. Del País Vasco no se esperaba nada y aquello ha sido un feudo del PNV y del PSOE. Se ignora si después del espléndido resultado del PSUC la próxima conferencia eurocomunista se celebrará en Barcelona y López Raimundo le dirá a Berlinguer: «Échate un pulso, Enrique». Con todo, los comunistas han tenido más votos que Alianza Popular y es como para valorar este dato, porque los de Alianza tuvieron cuarenta años de impune legalidad y los comunistas, cuarenta días de pune legalidad.

 

MANOLO V EL EMPECINADO

 

Por Favor, «Los eventos consuetudinarios que acontecen
en la rúa», 27 de junio de 1977, n.º 156, p. 4

 

•  •  •

 

Llega el verano, cuando florecen los héroes populares. En agosto fallece Antonio Machín y, a los pocos días, Elvis Presley. Vázquez Montalbán escribe dos perfiles contrariados. Sobre Machín recuerda que la gente le erigió como expresión fiel de sus propios sentimientos. De Elvis rescata al muchacho de barrio pobre que se convierte en un obeso depresivo.

«SOLAMENTE UNA “VES” AMÉ EN LA VIDA»

Biscúter, el fetal ayudante de Carvalho, no ha dejado de llorar desde que se murió Antonio Machín. Cumple sus obligaciones de ayuda de cámara, cocinero, conciencia y divertimiento del detective, pero de vez en cuando se le nublan los ojos y sale corriendo de la habitación para llorar como una nube ruidosa.

—Pues sí que le ha dado fuerte.

—Es un sentimental y en realidad no llora a Machín, sino personas y situaciones que Machín glosó en sus canciones. Por ejemplo: «Madrecita del alma querida». Sin duda, Biscúter se acuerda de su madre.

—Dios mío, y yo que creía que lo habían sacado de una probeta.

—Pues debe acordarse de la probeta que le parió.

Carvalho colabora con la tristeza de Biscúter y cada día le repone la caja de clínex. No son los llantos de Biscúter cosa de papelitos, sino más bien de toalla de baño, pero algo es algo y los clínex consiguen que el pobrecillo regrese con más enrojecimientos en el rostro que los habituales y los cuatro pelitos de la calva ovoide vencidos por los sufrimientos del cerebro. «¡Ay!», suspira Biscúter para liberarse de los malos aires del corazón. Carvalho ni se inmuta. Duro corazón debe tener un hombre que consiente la prostitución como oficio de la mujer con la que comparte su vida sentimental. Es un aspecto que jamás me he atrevido a tratar con el detective, y sólo en cierta ocasión él mismo echó alguna luz sobre el asunto al decir:

—Siempre debes respetar a las personas tal como aparecen ante ti por primera vez en tu vida. Si te empeñas en cambiarlas acabas engendrando odio. Si Charo era puta antes de conocer a Carvalho, el detective lo acepta así y no le crea preocupaciones inútiles. Si Biscúter tiene una incontinente llantina Machín in memoriam, el detective le repone los clínex y sanseacabó.

—Es usted un liberal, Carvalho. Yo no habría soportado un ataque de histeria tan continuada. Vengo de visita solamente y ya me crispan los lloros de Biscúter.

—Es usted un perfeccionista y un perfeccionador. Yo no tengo otra opción que matarlo o ayudarle a enjugarse las lágrimas. Peor sería que recurriera a un pañuelo. No hay nada tan repugnante como un pañuelo maltratado, magullado, sucio, una y otra vez extraído de un bolsillo. Eso sí que no lo soportaría. A pesar de las apariencias, Biscúter tiene la histeria controlada. Escuche. Se suena en la habitación contigua, nunca delante de mí. Sabe que no lo soportaría.

Otra vez regresa el desconsolado fetillo. Carvalho le examina el rostro con unos ojos implacables y saca de un cajón un tubito de pomada.

—Toma, Biscúter. Te he comprado un tubo de Pental para que te pongas un poco de pomada en la nariz. De tanto sonarte está a punto de quedarte un corte crónico. La pomada Pental seca.

¡Hasta ese detalle!

Biscúter coge el tubito de pomada, se vuelve a ir, le recuperamos con la roja puntita de la nariz embadurnada de pomada blanca. Sin darme cuenta entro en el juego y le examino la nariz de cerca.

—¿Se ha puesto suficiente?

—Creo que sí —dice Carvalho tan preocupado que se levanta, da la vuelta a la mesa de su despacho y coge la cabeza de Biscúter para acercarse la nariz a los ojos.

Me aproximo yo también y en el espacio de un palmo cúbico nuestros tres rostros componen una original estampa clínica.

—Me escuece mucho, jefe —se queja Biscúter con la voz llena de constipadas cataratas de tristeza.

—Deja de llorar toda una tarde y se te secará. Luego, de noche, vuelves a llorar un poquito. Más pomada. Un sueño seco, a ser posible, y mañana, nada más salir el sol, te vuelcas y me inundas el inmueble de lágrimas. Tu nariz estará curada.

—Descuide, jefe, cumpliré sus órdenes. Pero es superior a mis fuerzas. Cada vez que recuerdo las veces que fui feliz escuchando las canciones de Machín, que fui feliz o que me puse triste, da igual, pero me hacía compañía sentimental: «Dos gardenias para ti / con ellas quiero decir / mi vida, te adoro»...

Biscúter parece empuñar un imaginario micrófono y canta con los ojos bizcos coincidentes en la punta empomada de su nariz.

—¿Recuerda, jefe?

—Recuerdo.

—¿Recuerda aquélla? «¿Cuál es el profundo misterio que a nadie confiesas? / Di por qué sierras los ojos cuando me besas»...

Carvalho canturrea la canción mientras disimula la mirada viajándola por las copas de los plátanos de la Rambla asomados a su ventana. Segundos después, Biscúter y Carvalho cantan juntos:

—«Solamente una ves amé en la vida. / Solamente una ves y nunca más»...

Y es curioso, porque segundos después yo canto con ellos y los que nos tomamos la canción más en serio somos Carvalho y yo, mientras el cabronazo de Biscúter nos hace el acompañamiento a maracas con su lengüita de sapo chasqueando contra un paladar de patata.

 

Interviú, «El idiota en familia»,
18 de agosto de 1977, n.º 66, p. 63

LOS CANTANTES MUEREN EN AGOSTO

¿Por qué los cantantes se mueren en agosto? Hace pocos días enterramos a Machín y ahora acabamos de enterrar a Elvis Presley, el rey de un aparentemente opuesto polo de sentimentalidad. Machín cantaba por zonas. A veces se dirigía al cerebro. En ocasiones al corazón. Cuando cogía las maracas casi siempre iba por la entrepierna del ser humano. En cambio, Elvis Presley metía todas estas intenciones en una coctelera y las agitaba. Se producían así efectos sorprendentes. Por ejemplo, cuando Elvis gritaba algo cerebral con el corazón en los labios, la gente se ponía caliente. Y cuando se ponía ronco de calentura para disimular la endeblez de su corazón, la gente se dedicaba a pensar. Los que aprendieron a bailar, querer y vivir con Machín pertenecían todavía a la vieja época y se movían por zonas: la cabeza, los hombros, los brazos, las caderas, los pies. En cambio, los que aprendieron a bailar, querer y vivir con Presley descubrieron que el cuerpo es una totalidad, y lo agitaban frenéticamente, con la, inicialmente, sana intención de pregonar que el cuerpo existe y tiene sus exigencias.

Un rock describe una situación idílicamente sentimental, según el estilo de la canción tradicional: la luna, dos enamorados, las manos, la tristeza, una cierta angustia y, finalmente, el cantante saca conclusiones muy acertadas:

 

Me moría de ganas de joder.

 

¿O no es un rock? Ahora recuerdo que no es un rock. Que es un poema de Gil de Biedma. Pero podía haber sido un rock, porque en el origen del rock había una filosofía común a todas las zonas expresivas de la cultura de los años cincuenta. El existencialismo en Estados Unidos llegó a las masas a través del rock, y dio origen al movimiento de una nueva canción popular industrial que trataba de reflejar angustias de vivir, individuales y colectivas. Y todo lo empezó Presley cuando se dedicó a mover el esqueleto como si el sexo fuera un hueso más, la avanzadilla del espíritu humano. Aquel remolino de caderas con la guitarra en ristre, como si la guitarra fuera el quinto apéndice más importante del hombre y sin duda el más preocupante.

Hace cinco o seis años se produjo un revival presleyano y aparecieron cantantes disfrazados de Elvis; se movían como Elvis, cantaban los rocks históricos de Elvis. Presencié una sesión de este tipo en San Francisco y las teenagers vibraban con la misma pasión que las teenagers de hacía veinte años; es decir, con la misma pasión que sus madres. La Policía vigilaba el concierto con veinte años de experiencia acumulada en su quehacer, consciente de que lo que había nacido como una revolución formal había sido ya perfectamente domesticado y finalmente convertido en un ejercicio de nostalgia, de alguna manera parecido a la posible recuperación de Bing Crosby, Jeannette McDonald o Diana Durbin. Yo entonces no sabía que días después vería a Elvis en persona, disfrazado también él de Elvis Presley, angustiosamente abotonada y desabotonada su camisa sobre un cuerpo próximo a los cien kilos, que el cantante paseaba por Las Vegas como visitante de shows ajenos. En dos noches seguidas le vi como espectador en shows diferentes: el de Sergio Mendes y el de Ann Margret. Tanto el brasileño como la norteamericana invitaron al público a que aplaudiera a Elvis y él se levantaba, gordo y brillante de lentejuelas, con la sonrisa de niño cínico hinchada y el característico corte de pelo asfixiado en laca, recibiendo como una esponja los grititos de señoras que, como él, estaban a punto de cumplir cuarenta años y que probablemente habían descubierto a su costa el erotismo veinte años antes.

Actuaba también en Las Vegas, por aquellos días, Paul Anka. Para los españoles, Paul Anka y Presley eran el anverso y el reverso de una misma medalla. El joven canadiense era el rock integrado, compuesto por un buen hijo de familia acomodada que exaltaba sentimientos nobles y normales. En cambio, Presley era el rock diabólico, compuesto e interpretado por un hijo de barrio pobre que expresaba a través de su canto y su baile ríos profundos de agresividad. El rock se prohibió en la Unión Soviética casi al mismo tiempo que se condenaba a Stalin. Debió ser para compensar. Pero años después Presley era rehabilitado, y se aducía como principal motivo su origen proletario y que sus canciones, de alguna manera, traducían un «talante popular».

Las rehabilitaciones son lentas, es indudable, pero más lo son las beatificaciones y nadie se queja. Aceptado ya por todo el mundo, convertido en una institución mundial, víctima de centenares de tesis doctorales sobre su imagen y su significación social, Presley seguía vestido de muñeco rockero años cincuenta, en una difícil lucha contra su propio metabolismo, en la que le ayudaron denodadamente los sastres. Depresivo como todos los obesos, tenía una peligrosa enfermedad: la nostalgia de sí mismo, y se fijaba horizontes concretos donde recuperar la propia imagen perdida. Recordaba tal vez la letra de aquel posible rock:

 

Siempre se espera un verano mejor

y propicio para hacer lo que nunca se hizo.

 

Y en verano se ha muerto del todo, liberándose paradójicamente de diez años de agonía y recuperando finalmente la imagen inmortal de inútil rey de barrio, armado de la hermosa e inútil agresividad social del esqueleto.

 

Interviú, «El idiota en familia»,
25 de agosto de 1977, n.º 67, p. 55

 

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La situación en Cataluña se acelera. Se celebra un 11 de septiembre tan concurrido y valioso que la ilusión política del momento hincha las cifras hasta el mito. La situación provoca que los contactos mantenidos en verano por Josep Tarradellas con Suárez se concreten y precipiten el regreso del presidente. No es exactamente una concesión, sino una forma de restarle iniciativa a la mayoría de izquierdas que ha emergido en Cataluña tras las elecciones de junio. Por lo demás, siguen los ataques contra la prensa, y Por Favor recurre al tono solemne del editorial.

LOS CATALANES HAN ACTUADO, AHORA LE TOCA AL GOBIERNO

 

LA DIADA: MÁS DE UN MILLÓN Y MEDIO DE MANIFESTANTES

 

El desconcierto generalizado presidió el ir y venir político a la Diada Nacional de Catalunya. Resumen de lo publicado recientemente: Tarradellas cesa a Benet porque Benet declara que negociar a tres bandas (St.-Martin-Madrid-Barcelona) es perder el tiempo. Los parlamentarios se oponen a la decisión concreta de Tarradellas y al procedimiento de una negociación Gobierno-Tarradellas de espaldas a los parlamentarios elegidos por el pueblo. Cuando parece que la decisión de la Assemblea será muy dura con respecto a Tarradellas, el president comunica que ha llegado ya a un acuerdo con el Gobierno. La audacia parlamentaria se repliega y empieza un proceso clarificador. Los parlamentarios se enteran del contenido del acuerdo y descubren que se minimiza su papel, que se diluye el sentido exacto de la Generalitat, que el posible Consell de la Generalitat no reflejará la correlación de fuerzas resultado de las elecciones. En el fondo del fondo, Madrid no acepta una Generalitat cuyo autogobierno refleje la mayoría socialista-comunista, es decir, el Gobierno impugna implícitamente el resultado de unas elecciones que él mismo urdió.

Lo grave es el divorcio que se establece entre negociadores y pueblo. No sólo el pueblo más o menos distante de los territorios políticos, sino incluso las bases de las fuerzas políticas implicadas presencian el espectáculo del forcejeo como algo que se protagoniza entre privilegiados de la política, sin la menor voluntad o posibilidad de tener a la gente enterada de lo que se cuece. En un país donde buena parte de la fase determinante de concienciación democrática de las masas fue protagonizada por la prensa y la radio, mejor dicho, por informadores de prensa y radio, el ocultismo con el que se están comportando los señores políticos deteriora su imagen y crea una conciencia generalizada de que entienden la democracia como un sistema de simple ampliación cuantitativa de los intermediarios entre el pueblo y el poder.

A pesar de las tormentas previas y de los temores de un cierto malestar popular por las circunstancias previamente enumeradas, el primer balance de la Diada Nacional de Catalunya aporta un protagonista excepcional: el pueblo. Durante el día 10 no hubo población de Catalunya que no anticipase la celebración. Manifestaciones, parlamentos unitarios de líderes locales y espontánea desfranquización de la geografía urbana. Los manifestantes se encaramaban para tapar los rótulos de calle ancien régime. Desaparecieron los nombres del Generalísimo, del ausentísimo y del 18 de julio. En Lérida se concentraron 30.000 personas, un balance cuantitativo impresionante si tenemos en cuenta la proporción demográfica. Los gerundenses no adelantaron la manifestación y la convocaron coincidiendo con la de Barcelona. Catorce mil gerundenses en la calle es una cifra que se presta a las más ambiguas estimaciones. Cada uno de estos acontecimientos locales era un síntoma de lo que podía ser la gran celebración barcelonesa. Hubo corresponsal extranjero que, a la vista de lo que ocurría en Barcelona el 11 de septiembre, dijo que era la manifestación política más impresionante de la historia contemporánea. Uno cree que la liberación de París tampoco fue una broma. Pero es que uno está vacunado contra el triunfalismo.

Me desvacuno un tanto para decir que el 11 de septiembre de 1977 fue un acontecimiento político excepcional, con poder propio para cambiar cualitativamente el proceso de recuperación de las instituciones catalanas. El pueblo escogió la línea recta que sigue siendo la distancia más corta entre dos puntos y eludió polémicas bizantinas sobre legitimidades y polémicas ya no tan bizantinas sobre dónde descansa la auténtica soberanía de la reivindicación catalana. Desde la noche del sábado, el bullir de las masas cuatribarradas fue en aumento. Las senyeres en los balcones constituían un mudo referéndum. Miles y miles de metros de banderas catalanas pusieron un lazo triunfal a toda la ciudad y cuerpos humanos y casi humanos se convertían en vehículos de comunicación, abarrotados de pegatinas, cintas con la bandera nacional, banderas enteras a manera de chales sobre los hombros. He hablado también de cuerpos casi humanos porque los perros domésticos se sumaron a la fiesta y lucían senyera en los collares y pegatinas sobre lomos relucientes de animales recién enjabonados. Familias enteras se adornaban y amueblaban de catalanidad. Los abuelos que vieron el desvanecimiento de la gran ilusión de 1932, los hijos que resistieron la larga marcha bajo la espada intolerante, los nietos que descubren ahora el poder de la solidaridad y el grito, y hasta bebés perplejos y horizontales en sus coches con la pegatina de «Volem l’Estatut» adherida sobre el pijama de perlé.

La mañana del domingo acogió el ir y venir de masas sudorosas bajo un sol rico de septiembre. Junto a la iglesia de Santa María del Mar, las izquierdas nacionalistas y los independientes habían convocado una manifestación mañanera en el lugar donde se abrió la fosa de «les Moreres» para enterrar a los defensores de Catalunya en septiembre de 1714. Jordi Carbonell sintetizó la filosofía del acto mediante un estribillo que repitió según un hermoso ritmo paralelístico: «La prudencia no debe hacernos traidores». En torno a la recuperada estatua de Rafael Casanova, el conseller que defendió a Barcelona frente a Felipe V, las flores y las personas sentaban las bases de la temperatura y el aroma de una día inolvidable. La fuerza pública vigilaba pasivamente en los puntos estratégicos de la ciudad y la prudencia generalizada sólo tuvo contadas excepciones encarnadas por escasos y misteriosos comandos hostigantes que hicieron lo imposible para provocar la respuesta policial. Por lo demás, Barcelona parecía una ciudad entregada a sus habitantes y éstos hacían de ella el mejor uso posible: la convertían en una Icaria emocionante donde era posible la libertad unitaria.

Y a las cinco de la tarde, a las cinco en punto de la tarde, empezó el desfile lento, procesional, de un millón y medio de catalanes y cientos de miles de banderas y pancartas a lo largo y ancho de uno de los paseos más hermosos de la ciudad, el de Gracia, un paseo que estuvo a punto de destruir físicamente la especulación y se salvó a medias gracias a uno de los primeros movimientos resistenciales vecinales bajo el franquismo. Franco habría tenido que haber vivido para ver lo que allí ocurrió. Su siniestra, sangrienta megalomanía de dictador ignorante se hubiera hecho añicos ante la evidencia de que cuarenta años de anticatalanismo activo no habían conseguido otra cosa que una unanimidad popular incontestable en pro de la defensa de lo fundamental de una Catalunya popular. Los manifestantes entendieron que la fuerza política clave para conseguir el retorno de las instituciones nacionales eran ellos mismos y que la forma y fondo de la manifestación daban carácter a la esencia y existencia de lo reivindicado. Unanimidad, prudencia, fidelidad, autocontrol, voluntad inquebrantable, paso a paso, grito a grito, bandera a bandera, pancarta a pancarta. Ante esta acción todos los problemas previos quedaban minimizados y el helicóptero oficial que sobrevolaba la manifestación debió llevar al Gobierno el parte inquietante de que todo un pueblo reafirmaba su razón de ser por encima o, mejor dicho, más allá del maniobrerismo oportunista.

¿Qué respuesta va a dar el Gobierno Suárez después del 11 de septiembre? Si no quiere complicarse inútilmente la vida y la historia, no tiene otra respuesta posible que el entorno de las instituciones catalanas cargadas de significación real y con los estuches sin falsificar.

La manifestación duró toda la tarde, se introdujo en la noche y dejó la ciudad llana para subir hacia Montjuich en busca de la canción y el baile, en busca del final feliz de la fiesta.

Mientras tanto pequeños comandos llegaban al enfrentamiento con la policía y convertían autobuses en obstáculos para el tráfico y en obstáculos inútiles para el avance de la reivindicación catalana por la vía inobstaculizable del consensus mayoritario. ¿Tarradellas? Por los altavoces transmitieron su discurso. ¿Los parlamentarios? Se pusieron al frente de la manifestación en compañía del alcalde Socías. ¿Suárez? Seguía cuanto ocurría por una transmisión especial audiovisual. ¿La autonomía? ¿La amnistía total? Eso. ¿La autonomía? ¿La amnistía total? ¿Puede gobernarse «democráticamente» contra el referéndum de millones de catalanes?

 

Triunfo, «Cuestiones periféricas»,
17 de septiembre de 1977, n.º 764, pp. 8-10

A VER QUÉ DÍA DE ÉSTOS NOS VEMOS
Y NOS TOMAMOS UNAS BOMBAS

No sólo visitan las redacciones de las revistas decentes para decir chorradas, no sólo llaman por teléfono insultando y amenazando o escriben cartas con faltas de ortografía gramatical y mental, sino que además ponen bombas. La muerte del conserje de El Papus ha puesto en evidencia el desprecio que los ultras sienten por la vida, así, en general. No olvidemos que según su ideología «la muerte es un acto de servicio» y se refieren, claro, a la muerte de los demás. Cuando los ultras dicen que están dispuestos a morir por la patria quieren decir que están dispuestos a matar.

Al día siguiente del atentado contra El Papus la redacción de Por Favor recibió un «aviso» telefónico de la Triple A. Semanas atrás la policía tuvo que desalojar el edificio donde se ubica Por Favor porque una llamada telefónica «avisó» de que iba a estallar una bomba. Uno diría que así no se puede trabajar, pero no lo dirá porque incluso así se debe trabajar. Si el miedo paralizara o amordazara a la prensa, la victoria ultra sería inmediata y aplastante. Los ultras empezaron a ser vencidos y acorralados cuando la opinión pública democrática estuvo en condiciones de salir a la luz. Volver a aceptar la noche del silencio sería reclamar el retorno del terror institucionalizado.

Al expresar nuestra solidaridad con los familiares de Juan, el conocido, querido, respetado conserje de El Papus, y con nuestros queridos aunque colegas responsables de la revista, no creemos cometer un acto heroico sino consecuente y responsable. Hemos elegido el camino de la palabra y la imagen para cambiar nuestra realidad en un sentido progresivo. Nosotros no matamos. No tenemos otro armamento que el lápiz y la máquina de escribir.

Y lo seguiremos utilizando.

 

Por Favor, 3 de octubre de 1977, n.º 170, p. 3

 

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De la violencia ultra que no cesa, desde los asesinatos de Atocha hasta el reciente caso de la bomba colocada en la revista El Papus, y de la impunidad con que parecen contar los comandos de extrema derecha, Sixto Cámara deduce la posibilidad, nada peregrina, de un golpe de Estado.

¿QUÉ HACER EN CASO DE GOLPE?

No sabía a quién dirigirme y he recurrido a mis jefes de la revista Triunfo.

—En caso de golpe, ¿qué hago?

Se han mirado entre ellos y he traducido el cabeceo del director más o menos así: «Ya vuelve el gafe este a darnos el día». Tras evidentes vacilaciones, el más decidido me ha gritado más que preguntado.

—¿De qué golpe hablas?

—Del que vosotros hablabais semanas atrás. Del que hablan los que desean el golpe y los que temen el golpe, los que no pueden dar ni golpe y los que pueden dar todos los golpes que quieran. Yo quiero saber qué hago. ¿Traigo mi colaboración o no la traigo? No me gusta escribir en balde.

—Pero vamos, Sixto, no te pases. ¿Tú crees que ante una conmoción como la que eso representaría, tendría sentido plantearse o no el hacer la «Capilla Sixtina»?

—No me despersonalicéis la pregunta. Yo, repito, yo pregunto. Si hay golpe de Estado, ¿escribo la «Capilla» o no? Por ejemplo, tú, ¿tú vendrías aquella mañana a trabajar?

—No. Llamaría al director y le diría: «Lo siento, se me ha muerto el perro». ¡No te jode!

Todos cabecean como si mi pregunta tuviera respuestas tan obvias, tan obvias que no merecen ni contestarse. Vuelvo a casa indignado y sin respuesta. Enseguida tengo motivos para pensar que mi pregunta no es ninguna necedad. La propia Encarna me asalta en la escalera.

—¿Hay golpe o no hay golpe?

—¿Lo ves? Claro. Si no se habla de otra cosa. Nadie lo desea menos cuatro francotiradores, pero todo el mundo lo teme. ¿Tú qué harías en caso de golpe, Encarna?

—Me iría al cine, sobre todo si echan una de Nicholson. ¿Y usted?

—No sé. Voy a consultar a un conocido que tengo, un caballero de extrema derecha. A ver qué me aconseja.

Me sigue Encarna hasta el teléfono de mi casa. No tarda en ponerse mi amigo fascista al teléfono.

—Yo te aconsejaría que te escondieras una temporada en un castillo en ruinas. Luego te metes en un convento. Tomas el nombre de fray Sixto del Arrepentimiento y terminas tus días escribiendo poesía lírico-ascética.

—Lo que es en explosivos evolucionáis. Pero en escenografía es que os habéis quedado en las películas de los años cuarenta.

—Bien. Bien. Tú ríete. Pero mi consejo es excelente.

Le transmito a Encarna el consejo del ultra.

—Ese tío no ha ido al cine desde mil novecientos cuarenta y ocho. Qué paliza. Vaya rollo.

—Tú de mí, ¿qué harías?

—Venirse al cine conmigo. Si lo dan en invierno luego nos vamos a Lhardy a comernos unos callos. Si lo dan en verano nos paseamos por Recoletos y a tomar un par de horchatas. Luego usted a preparar la reconquista de la razón y yo a sacar consecuencias críticas de la debilidad de la izquierda reformista para plantear una opción política a la desestabilización.

—¿Y luego?

—No creo que nos dé tiempo para mucho más. La vida es breve. Envejeceremos. Usted se morirá antes. Yo lloraré. Luego me moriré yo.

Pobre Encarna. Morirse sola. Sin nadie que la llore.

 

SIXTO CÁMARA

 

Triunfo, «La Capilla Sixtina»,
8 de octubre de 1977, n.º 767, p. 12

 

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Finalmente, Tarradellas regresa a Cataluña treinta y siete años después. Se trata del único exiliado que vuelve como representante oficial de la misma institución que cuando salió del país, de forma que su regreso supone en cierta forma la reinstauración de la Generalitat republicana. El famoso «Ja sóc aquí» resonó en Triunfo.

TARRADELLAS, TARRADELLAS, TARRADELLAS

Tarradellas ha vuelto decidido a que se note. Imbuido como siempre de la representatividad institucional, insistió en sus discursos en dar las gracias al pueblo por haberse mantenido fiel y leal a la reivindicación catalana. Su alocución desde el balcón de la plaza de Sant Jaume usó un ritmo paralelístico basado en la rotunda afirmación: «¡Ya estoy aquí!». Desde ayer, Catalunya está personificada como sólo pueden estarlo los países con rey o con un presidente de la República al estilo De Gaulle. Tarradellas es un hombre que cree en el principio de autoridad, y ahora habrá que ver cómo se combinan las distintas «autoridades» coincidentes en el embrollo catalán. Para empezar, la autoridad del Estado ejercida desde Madrid, para continuar la autoridad de los parlamentarios conquistada en las urnas, luego la autoridad factual de grupos de presión social, económica y militar actuantes en Catalunya como consecuencia de usos, costumbres y legalidades de raíz franquista. No es un síntoma menor el hecho de que sea Tarradellas quien tenga que dar el primer paso en dirección hacia Capitanía General y no al revés.

¿Qué significa la «autoridad» de Tarradellas entre tantas otras «autoridades»? Las dificultades son enormes. Hay que llenar de contenido político la vacía fórmula de la Generalitat provisional. Pero no sólo de contenido político viven las instituciones de gobierno. Hará falta dinero y Tarradellas, hoy por hoy, no cuenta ni con el presupuesto de la Diputación de Barcelona, endeudada hasta alturas superiores a la estatura del honorable president. Para afrontar estos problemas se cuenta con la virtud básica del pueblo catalán, más allá del tan manoseado seny. Esa virtud es la paciencia y quedó demostrada ayer en el transcurso de las encuestas de calle realizadas por los reporteros de Radiotelevisión Española. Casi todas las respuestas barajaban tres palabras fundamentales: «alegría», «esperanza» y «paciencia». El pueblo es muy consciente de que la batalla del autogobierno será larga y dura, y si ha esperado treinta y ocho años para recuperar su razón histórica, esperará meses para que las herramientas de autogobierno se pongan en marcha.

Tarradellas y los partidos políticos están condenados a entenderse si no quieren negociar en inferioridad de condiciones con Madrid, si no quieren perder el uno y los otros la credibilidad pública. El público gritó ayer «Tarradellas, Tarradellas, Tarradellas» convencido de que se llenaba el vacío personal y simbólico dejado por Lluís Companys, cuando caía abatido por las balas de los vencedores. Muchos eran los que movían y removían la cabeza como si trataran de alejar la sospecha de que soñaban lo que veían. Uno de los hombres más vencidos en la guerra civil, vencido por rojo y por separatista, volvía a su país como vencedor moral y lógico de sus vencedores. Y eso se ha conseguido sin otras armas que la voluntad colectiva de resistir frente a la conjura que trató de destruir las señas de identidad de un pueblo.

Como si sólo hubiera transcurrido un día desde aquel 26 de enero de 1939 en que Barcelona era «liberada» de sí misma, el honorable Tarradellas ocupa todo el edificio de la Generalitat y a su paso se le cuadran els mossos d’esquadra. La sinrazón de una guerra absurda y de una posguerra artificial y manipulada ha quedado flagrantemente al descubierto.

 

Triunfo, «Cuestiones periféricas»,
29 de octubre de 1977, n.º 770, pp. 14-15

 

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Desde mediados de mayo de 1977, Vázquez Montalbán consta como el director del semanario Primera Plana, una iniciativa de José Ilario. Son amigos desde que crearon juntos Por Favor en los inicios de 1974. Ilario, además, le introduce en Interviú en 1976, aunque el editor abandona la revista a los pocos meses por diferencias de estilo editorial y personal con el propietario, Antonio Asensio. José Ilario deja Interviú y crea una revista clónica cuya dirección ofrece a Vázquez Montalbán. Éste acepta el cargo por lealtad y vuelve a trabajar a la vez en una empresa y en la competencia, como ya le ocurrió entre Por Favor y Triunfo. En realidad, el trabajo diario queda en manos del subdirector, Joaquim Ibarz. Sin embargo, publica un par de piezas especiales que se desmarcan de la actualidad política. En la primera asiste a un insólito combate de boxeo femenino y en la segunda realiza un perfil sobre el que fue propietario de Tele/eXpres —es decir, su jefe—, Jaime Castell.

LA ENVIDIA DEL PUÑO

 

CORRUPCIÓN POR LA VIOLENCIA

 

Cuando las sociedades convierten la alegría en objetos de consumo llega un momento en que el riesgo de aburrimiento exige incluso la comercialización de lo monstruoso. Se ve que el erotismo basado en la desnudez o en las posturas del Kamasutra era insuficiente, ya estaba quemado como mercancía y había que buscar nuevos estímulos para el público exigente. María Aurelia Capmany dividió en su día a las mujeres en bestias de carga o en bestias de lujo. El estereotipo de la primera categoría puede ser esa mujer trabajadora que carga con la administración de la familia, la cría de los hijos y la prestación de trabajo asalariado. El estereotipo de la segunda es la mujer muñeca convertida en una profesional del encanto, esclava de dietas, masajes, maquillación, vestuario para que su dueño y señor dé cada día el visto bueno a su inversión en carne humana.

La iniciativa privada no tiene límites. Acaba de inventar un nuevo tipo de bestia femenina mitad erotismo, mitad violencia. Uno de los espectáculos que más estimulan el alicaído ánimo del noctámbulo alemán es el boxeo femenino. Tetas al aire y puños en ristre, como si fueran mutantes de mujer y Rocky Marciano, las gladiadoras ofrecen el espectáculo de sus tetas suficientes y sus puñetazos insuficientes. El público valora el vuelo de las tetas al viento o a media asta y se ríe de la imprecisión de los puñetazos, ratificando el masculinísimo principio de que los puñetazos siguen siendo cosas de hombres.

La mayor parte de espectadores vuelven a sus casas con la excitación en la bragueta y la confianza en el cerebro y el corazón. La confianza les nace de la evidencia de que, por mucho que se empeñen, las mujeres nunca pegarán puñetazos como los hombres. También les ratifica el sentido moral último de espectáculo planteado sobre la base de la corrupción por la violencia. En el contexto de la lucha feminista contra una organización de la vida basada en una jerarquía de valores, presidida por la violencia, el espectador masculinista la goza ante la violencia asumida por las boxeadoras. También se da el espectador que se rasga las vestiduras porque la estampa de la boxeadora caída con hematomas, sangre, lágrimas, sudor y mocos en el rostro se contradice con la imagen de la mujer sin espalda que se pasa la vida ante el piano o con la teta dispuesta ante el hociquito del bebé de turno. «Manos blancas no ofenden», dijo un gilipollas decimonónico, por más señas.

No creo que sea necesario profundizar en la noticia de que las ligas feministas alemanas han protestado contra el boxeo femenino como espectáculo de precalentamiento. En la cartera de proyectos de algunos promotores de espectáculos figura la importación de este tipo de shows y en Palma de Mallorca una sesión-piloto que asumió caracteres de «pasen, señores, pasen, contemplen a la mujer barbuda y la vaca de dos cabezas».

 

Primera Plana, 3 de noviembre de 1977, n.º 36, p. 29

UN HOWARD HUGHES A LA ESPAÑOLA

Con el asunto Intelhorce saltó una liebre: Jaime Castell, un empresario catalán y enigmático con la vida llena de meandros. Se le atribuye un lejano pasado de soldado republicano y un cercano pasado de amigo y compañero de negocios franquistas. No huelga el adjetivo. Hay una tipología de «negocios franquistas» precisamente basados en la amistad y en las buenas compañías. No es éste el único viraje en la vida de Jaime Castell. Antes se decía que todo español nacía con una obra de teatro bajo el brazo. Es una afirmación aventurada, pero lo cierto es que bajo el brazo del financiero Castell sí aparecieron obras de teatro que llegó a estrenar con el pseudónimo Jaime Silas. La voluntad literaria y la potencia económica le permitieron estrenar una obra en París, y no llegó más lejos porque los negocios engordaron y se complicaron y el objetivo de la riqueza arrinconó al de la literatura. En la vida de todo ser humano siempre llega el momento de elegir el instrumento para apoderarse del mundo o de parte del mundo: sea un piso de renta limitada, sea un imperio financiero. Castell eligió finalmente la vía del poder económico y tal vez amontone en sus cajones manuscritos de aquel teatro de calité en el que las verdades absolutas trataban de sustituir las verdades concretas de la reprimida realidad franquista.

Amigo de aquel Samaranch tan lejano del actual embajador de Moscú y de aquel prepotente marqués de Villaverde decidido a ser el doctor Bernard español, Castell demostró siempre una dúctil sensibilidad adaptable a las vicisitudes de la vida y de la historia. El estómago de un financiero duro, durísimo, ¿cómo se compagina con el de un aspirante a autor de teatro «sensible»? No sé cómo, pero no es el primer caso, ni será el último, en que un solo estómago puede digerir lo que le echen. No obstante, algo de esquizoide hay en la conducta de un hombre que se autorrecetó el claroscuro para su vida y su obra. Poco fotografiado, habitante de un despacho a lo James Bond situado en las alturas de un banco de su propiedad, raras veces ha mostrado en público su percha de latin lover años treinta, con el pelo negro muy bien planchado, un bigote más hollywoodiano que de funcionario del Régimen y rasgos gitanos en un rostro de animal agresivo.

Trató de vincularse a empresas periodísticas y no se limitó a perder dinero sino que también perdió los estribos ejerciendo una censura telefónica complementaria de la aún vigente censura telefónica y escrita del Ministerio de Información y Turismo. Especialmente preocupado por no financiar empresas informativas abrigo de «rojos», no supo captar que la única mercancía informativa del porvenir era la de izquierdas. Cayó en la trampa de preocuparse más por el qué dirían sus amigos Samaranch o Villaverde que por la lucidez de empresario dispuesto a comercializar ideología antagónica. Hasta en las vidas más y mejor calculadas hay momentos tontos.

Hay un cierto paralelismo de imagen, que no de origen, entre Castell y Howard Hughes. Castell ha alternado el dinero y el «Arte», la rutina de las letras de cambio y las muchachas con o sin flor, Nueva York y Can Amat Paradís, Vivaldi y la Parrala. A veces en ignorado paradero, ¿Miami?, ¿Perpignan?, ¿Málaga?, ¿Barcelona?, ahora convertido en liebre que salta de negocios que van regular, para caer sobre mullidos colchones preparados con tiempo. Especialista en huidas hacia adelante y convencido en el fondo de que nadie le va a quitar lo bailado.

 

Primera Plana, 21 de diciembre de 1977, n.º 43, p. 16