Una democracia débil
(1978-1981)
El nuevo año presenta malos augurios. Incluso al humor le cuesta evadirse de la suma de violencia terrorista, crisis económica e impaciencia política que asola al país. Por Favor saluda al tiempo que llega y sigue muy atenta el papel del PCE, una tendencia que crea algunas tensiones en la redacción.
Este fin de año que los españoles han celebrado ha sido uno de los más tristes de toda la historia contemporánea. Incluso en la Puerta del Sol se notó la crisis, pues únicamente unos puñados de madrileños tuvieron humor para hacer el mico delante de la televisión y a unos pasos de la DGS. El alegre cotillón estuvo desangelado, las uvas, además de caras, estaban excesivamente pasadas, las trompetas de los juerguistas, desafinadas, y los hoteles, con la mitad de los clientes habituales otros años. Hay que apuntar que la situación económica de pasados años era tan mala como en esta ocasión y la política, peor, pero el franquismo se encargaba a base de propaganda de reducir los efectos de la crisis. En este 1977 que se acabó se ha podido ver con toda claridad el panorama dejado por la Dictadura: hay miedo en el futuro. En definitiva, un triunfo más del Régimen del 18 de Julio que nació del miedo, vivió del miedo y dejó miedo como única herencia. La única alternativa de poder válida para arrinconar el miedo y volver la desesperanza al pueblo está en la izquierda. La derecha, ya se sabe, ha huido a Suiza con las uvas, el cotillón y las doce malditas campanadas. A medianoche, claro.
MANOLO V EL EMPECINADO
Por Favor, «Los eventos consuetudinarios que acontecen
en la rúa», 9 de enero de 1978, n.º 184, p. 7
El largo informe de Cambio 16 aún colea. Se trata de un regalo de Reyes a los propósitos electorales del PSOE y de un pedazo de negro carbón dejado en los zapatos del PCE. Lo del libro de Semprún ya es lo de menos. La campaña anti-Carrillo y anti-PCE arrecia y se suman a ella Kissinger, Líster, el Departamento de Estado, la KGB, el PCUS, Fraga. A tenor de lo que se está publicando, la propaganda franquista anticomunista era un coro angelical de insinuaciones benévolas. Aún resultará que también los demócratas antes citados creen que el comunismo es intrínsecamente perverso. Los expertos indican que hay dos operaciones en marcha: desbancar a Carrillo de la Secretaría General del PCE y hacer retroceder al partido a sus posiciones de partida electoral, porque los sondeos indicaban que desde junio hasta diciembre el PCE había aumentado espectacularmente su credibilidad pública. A esperar la reacción de don Santiago y se admiten apuestas sobre el triunfo o fracaso de sus impugnadores.
MANOLO V EL EMPECINADO
Por Favor, «Los eventos consuetudinarios que acontecen
en la rúa», 23 de enero de 1978, n.º 185, p. 7
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En Interviú Vázquez Montalbán despide a lo grande a Carvalho, una vez que se ha convertido en un detective conocido para cientos de miles de lectores. Cierra la sección «El idiota en familia» con el anuncio de su nueva novela, La soledad del manager. En la columna se adivina incluso otra de las aventuras del detective, la que da el título al artículo y que se publicará unos años después. Carvalho, por tanto, está a punto de resplandecer tras el año largo que ha vivido en el semanario.
Sorprendo a Carvalho recogiendo las cosas de su despacho y metiéndoselas con un cierto descuido en una gran caja de cartón. Es lo que suelen hacer los detectives privados cuando se van para siempre o cuando cambian de despacho. En un rincón de la estancia crece la enorme presencia de un maletón de cuero que Biscúter, el ayudante de Carvalho, arrastra más que mueve para sacarlo del trayecto de las idas y venidas del detective. Carvalho apenas me ha saludado. No sé si está ensimismado o enfadado. Sé que le molesta que le utilice como personaje, y la reciente publicación de La soledad del manager no ha gozado de su nihil obstat, ni siquiera de un acuerdo verbal previo.
—No me dirá que se marcha porque está molesto conmigo.
—Molesto. ¿Por qué?
—Porque he publicado La soledad del manager sin consultarle.
—Ése es su problema, señor Vázquez. Me voy, pero no por culpa de su novela.
—Es usted el protagonista.
—Ya es irremediable. Pero repito: no me voy por eso.
—¿Por qué, entonces?
—Porque tengo ganas de irme y porque tengo un motivo concreto para irme.
Me tiende un telegrama: «Pepe. Ven pronto. Es cuestión de vida o muerte. Teresa».
—¿Quién es Teresa?
—¿Y usted me lo pregunta? Teresa Marsé, un personaje que usted sacó en Tatuaje. He seguido relacionándome con la muchacha y ahora me envía este cable desde Bangkok, pero sin decirme dónde puedo localizarla. Y debe pasarlo muy apurado como para que me envíe este SOS. Voy a ver si la encuentro.
—¿Y Charo? ¿No tendrá celos?
—Seguro. Pero forma parte de las reglas del juego. Ella tiene celos de mis contadas amantes y yo ni me inmuto ante sus innumerables clientes. Lo cierto es que me voy a Bangkok y le regalo todo el país para usted. Ya empezaba a estar harto de tanta vía española a la democracia, de tanta consolidación de la democracia y tanta leche.
—No me dirá que estará más a gusto en la dictadura thailandesa que en la democracia española...
—Lo que pasa allí es cosa de ellos. Y lo que pasa aquí, por más que me esfuerce en negarlo, es cosa mía. Necesito acción y no vivir con la sensación de que si me pego un pedo desestabilizo y viene corriendo la involución, como caen los aludes de nieves eternas cuando gritas más de la cuenta en las montañas nevadas.
—Teresa Marsé es un pretexto.
—Es una motivación concreta en el contexto de una motivación general, como diría usted.
—¿Estuvo usted antes en Bangkok?
—Sí.
—¿Qué le quedó más grabado?
—Algo muy banal y muy curioso. No fueron los campos de opio de Chiang Mai, ni la isla de Paketa, ni los canales de Bangkok o las muchachas expertas en sacarse una pelota de ping-pong del coño sin más ayuda que la voluntad mental y con la puntería suficiente como para encestarla en un vaso. Lo que más recuerdo de Bangkok son los pájaros al anochecer. Parecían billones de grandes moscas oscuras apoderándose de los cables eléctricos. Ni siquiera sé cómo se llaman, pero me impresionaba verles vivos y coleando, a billones, como si fueran una vegetación nocturna hija de la secreta electricidad de los cables. A veces pensé que un día se apoderarían de la ciudad y lentamente la selva crecería sobre el asfalto, asfixiando aquellos horribles templos que parecen gigantescos souvenirs ektachrom financiados por la Kodak.
—¡«Los pájaros de Bangkok»! ¡Qué excelente título, Carvalho! Presiento que será el que lleve la próxima novela en que usted aparezca como protagonista. Necesito verle a su vuelta para que me cuente el porqué de la llamada de Teresa Marsé.
—Poca imaginación tiene usted. Yo puedo anticiparle el probable motivo. Por ejemplo: ha perdido las llaves de un coche alquilado y no sabe cómo salir del trance. O bien: ha conectado con la guerrilla y la persigue la Policía Militar en el contexto, como dirían usted y los suyos, de un estado policíaco y militarista. O bien: se ha enamorado de un traficante de opio y están cercados por la poderosa mafia gangsteril de Bangkok. Elija.
—Todo. Absolutamente todo. Todo cabe. Es un argumento excepcional. Pero usted, ¿qué pinta? ¿Tiene llaves de recambio? ¿Sabe cómo sacar la pelotita del atasco? ¿Va a enfrentarse con la Policía Militar? ¿Con los gángsteres?
—Yo sólo sé que me voy. Salude usted de mi parte a Fraga y Carrillo, a Tarradellas y Samaranch, a Cubillo y al presidente del Cabildo Insular, y siga usted la lista por su cuenta.
Sigo a Carvalho hasta las Ramblas y, sin que nos lo impongamos, los dos miramos hacia los árboles en busca de los pájaros anochecidos.
—Aquí se esconden. O tratan de esconderse. Como la brutalidad, el asco, la nada, la mierda. En cambio, en Bangkok no se esconden.
—Adiós, Carvalho. Si me necesita, ya sabe dónde me tiene.
—Señor Vázquez. Jamás hubiera supuesto que usted en el fondo tuviera alma de Lauren Bacall.
—Yo quisiera ser novio de marinera. Pero no hay mujeres marineras.
—Ni siquiera quedan marinos.
Interviú, «El idiota en familia»,
11 de enero de 1978, n.º 86, p. 93.
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En una de las decisiones más difíciles de su vida como periodista, en febrero de 1978 abandona Triunfo para dar el salto a una revista de nueva planta, La Calle. El nuevo semanario pretende representar a la izquierda no socialista sin caer en el dogmatismo de la prensa de partido. Vázquez Montalbán publica ahora sin los temores al poder que, según cree, enturbian la redacción de Triunfo. Le acompañan varios redactores del semanario en el que ha colaborado durante casi nueve años. La Calle nace gracias a una cuestación colectiva a 50.000 pesetas por bono. Vázquez Montalbán se lleva consigo la joya de la corona, «La Capilla Sixtina», y en el debut se da un buen baño con su personaje favorito.
—Así que se ha cambiado de piso.
—No sé de qué me hablas, Encarna. Me parece que estamos hablando en el piso de siempre, en mi piso.
—Usted ya me entiende. Se ha cambiado de revista.
—Es evidente.
—Sin darme explicaciones.
—No veo por qué debía darte explicaciones.
—No es que quiera ponerme pesada o pasarme de susceptible, pero hay un detallito que me afecta. Vaya si me afecta.
—¿Cuál?
—Pues que yo también he cambiado de revista sin comerlo ni beberlo. Vamos. Es como para escribir una carta a Vindicación Feminista protestando. Usted ha obrado como los machos hispánicos. ¿Al marido le destinan a Alcubierre? Pues la mujer a Alcubierre. ¿A la Conchinchina? Pues la pobre mujercita, sumisamente, a la Conchinchina. Además, en este caso hay un agravante. Un importante agravante. ¡Ni siquiera soy su mujer! Usted ha dispuesto de mí con nocturnidad y alevosía.
—Aún resultará que te he violado.
—¡Pues en cierta forma, sí! Usted ha violado mi libertad de elección. ¿Y si yo no hubiera querido cambiar de revista?
—La puerta es ancha. La abres, te vas, y yo me quedo tan a gusto.
—¡Desgraciado! ¿Qué haría esta sección sin mí?
—Ya lo dicen los clásicos: «En la vida de todo gran hombre siempre aparece una gran mujer».
—¿Qué clásicos? Los clásicos de la gilipollez. Insisto. Reúne usted todas las groserías del macho. Podía haberme avisado: «Encarna, me cambio de revista, ¿te vienes?». Lo habríamos discutido y ya está. Pero ¡qué va! Usted pone y dispone. Ordeno y mando. Y luego lanzará lacrimógenas parrafadas contra el fascismo, los comportamientos dictatoriales y todo eso. Es usted un hipócrita. ¡Un jesuita!
—Encarna, que los jesuitas han cambiado. Los hay militantes en los «indios metropolitanos».
—De esos indios jesuitas no me fiaría ni un pelo. Como tampoco me fiaría de usted.
De momento se va de mi piso dando un portazo. Lo peor de nuestra discusión de matrimonio es que no somos matrimonio, ni novios, ni amantes, ni los que más han querío y con eso tienen bastante. Sólo somos vecinos de papel, coloquiantes en una mayéutica no siempre semanal. Pero tiene razón Encarna. ¿Qué sería «La Capilla Sixtina» sin Encarna o sin la amenaza de su periódica reaparición? Es verdad. Me he comportado como un Atila. ¡Qué ordinariez por mi parte! Suena el teléfono.
—¿Sixto Cámara? Le llamamos desde La Calle. Acaba de telefonearnos su vecina Encarna y dice que no quiere salir en la sección. Usted arrégleselas como pueda, pero solucione el conflicto. Su sección sin Encarna no nos interesa.
¡Feministas de mierda! Bajo los escalones uno a uno, en cada uno la preparación de una posible excusa. Encarna me recibe parapetada tras un inmenso desdén.
—Reconozco que no me he comportado bien. Debía haberte consultado el cambio de revista. Es más. Vengo a consultártelo y si tú no lo aceptas, pues nada.
—¿Qué le costaba haber empezado por ahí? Lo acepto. Pero con una condición. A partir de ahora usted me dejará leer la sección antes de entregarla.
—¿Censura previa? ¿Tú vas a hacer el juego al fascismo? ¿Reclamas la censura previa?
—En la guerra como en la guerra [sic]. Y ustedes los hombres, todos los hombres, ya son genéticamente fascistas.
Pues sí que empezamos bien.
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
28 de marzo de 1978, n.º 1, p. 19
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Gran cantidad de reconocidos cargos políticos del franquismo renacen como demócratas, la crisis económica galopa y se agota el optimismo propio del verano de 1977. Cunde la certeza de que la transición a la democracia puede convertirse en un fiasco, un pacto entre profesionales de la política que deje fuera a muchos ciudadanos. Y mientras los nostálgicos reclaman los tiempos de Franco, Vázquez Montalbán describe la textura de un emergente desencanto.
¿CONTRA FRANCO ESTÁBAMOS MEJOR?
El honorable Tarradellas fue abucheado por parte del público congregado ante los balcones del Palau de la Generalitat. Los líderes políticos altos, medios y bajos avisan a sus centrales de que hay una cierta indiferencia ante los mítines y que la militancia se relaja. «Ayer unos, hoy otros y mañana los que sean, todos se ponen de acuerdo para joder a los trabajadores», me dijo un taxista. «Los partidos políticos de izquierda se han convertido en gestores administrativos del capitalismo», dicen jóvenes y viejos desencantados. El dilema aún no se ha planteado en los términos de si con Franco se estaba mejor o peor. Lo cierto es que en el seno de las filas democráticas cuaja el generalizado estado de ánimo de que contra Franco estábamos mejor; es decir, que había entonces una claridad de objetivos y una totalidad de expectativas que compensaban los disgustos inherentes a la lucha contra un régimen fascista.
No es un estado de ánimo nuevo. Azaña hizo frente a los desencantados de la Segunda República, diciéndoles en 1932 que la República había conocido su mejor época bajo la Monarquía. Hay un desencanto generalizado en toda Europa motivado por la crisis económica, cultural y social que frustra toda posibilidad de proyecto de vida según esquemas tradicionales modificables. No aparece la alternativa clara al estado de supervivencia neocapitalista para evitar la revolución o la involución. Ni siquiera están claros los caminos que van a la involución o la revolución. Ni siquiera los orígenes de la involución o la revolución. Prospera la tesis de que la desestabilización de derecha o izquierda es instrumentalizable por los servicios secretos de las dos únicas grandes potencias, para mantener un equilibrio europeo basado en la reproducción perpetua de las condiciones de dependencia imperial dentro del sistema. Pero si el desencanto europeo es un viaje de vuelta motivado por las impotencias, limitaciones, lentitudes, de sistemas democráticos vigentes durante más de treinta años, ¿qué decir del desencanto español en pleno viaje de ida del fascismo a fórmulas democráticas por cristalizar?
Caracterizar el desencanto español con las mismas connotaciones del italiano o el alemán o el portugués, sería un error. Sin duda se fragua en condiciones similares de disuasión mutua entre fuerzas progresistas y fuerzas conservadoras. Es decir, el señor Martín Villa renuncia a fabricar la bomba de neutrones a cambio de que los señores Carrillo o Felipe González renuncien a la guerra bacteriológica; por su parte, el señor Ferrer Salat amenaza con lanzar la bomba de hidrógeno si Camacho o Nicolás Redondo apuntan a la patronal con misiles de cabeza nuclear. Esta situación sí es característica del equilibrio del terror o de la coexistencia pacífica entre fuerzas sociales.
Pero lo que da peculiaridad a la situación española es que todo ese gigantesco esfuerzo de contención y convergencia conduce a un objetivo previo: la destrucción del Estado franquista con la parsimoniosa ayuda de los franquistas más inteligentes.
Esta característica es la que tiene de morosidad, indecisión y aplazamiento el proceso español, y la que da tono definitivo al desencanto generalizado. Ese tinte no es meramente accidental, tampoco un efecto óptico o una impresión derivada de subjetividades frustradas. Es cierto que el desencanto español en gran parte es una victoria póstuma del franquismo. Franco no dejó atadas y bien atadas sus instituciones, pero sí dejó una disposición del comportamiento individual y colectivo maleducada por el proteccionismo paternalista de un dictador que se declaraba apolítico.
«Haga como yo. No se meta en política», aconsejó Franco a un director general al que recientemente había nombrado. Franco ha dejado un importante sustrato de apoliticismo práctico y teórico que aflora por doquier en cuanto se da el más mínimo pie para que aflore. Los políticos democráticos tienen bastante razón cuando se quejan de que se pide a la naciente democracia española que tenga respuesta y soluciones a preguntas y problemas gestados o aplazados durante cuarenta años de franquismo. La exigencia de que una democracia débil, que sólo tiene diez meses de historia, tenga respuestas y soluciones, puede ser a la vez una exigencia antidemocrática fomentada por la vanguardia fascista y una exigencia pueril fomentada por la deseducación política. Pero cuando los políticos demócratas se defienden aportando sus razones de «tiempo» y «espacio», teniendo razón y razones, no la tienen toda ni todas.
Este desencanto podría haberse paliado con unas maneras políticas diferentes de las utilizadas. Los componedores de nuestro juego democrático tuvieron miedo de la política espontánea, incontrolable, que pudieran generar las masas una vez saltado el tapón franquista, y han tratado sobre todo de encauzar la acción política por los canales más convencionales. Han reproducido mecánicamente un proceso constituyente y unos procedimientos de democracia formal que divide las atribuciones de la política en dos territorios drásticamente delimitados: los que hacen la misa y los que van a misa, los que hacen política y los que dan el visto bueno o el visto malo cada cuatro años mediante su voto. Es demasiado poco para reeducar a masas despolitizadas y poquísimo para compensar las frustraciones políticas, económicas y sociales agravadas por una época de crisis. Es más, se ha exagerado tanto la nota en la centralización del poder (sea el poder del Gobierno, sea el poder de la oposición), que la frustración de los que han quedado fuera del juego no sólo delimita la zona de los espectadores de la misa, sino que también afecta a muchos militantes de partidos democráticos que ven cómo sus sumos sacerdotes hacen política como si se tratara de una materia exclusivamente para especialistas.
Era lógico, y por lo tanto previsible, que el poder desdeñase métodos didácticos y pedagógicos para explicar la operación de desfranquizar el país. Era lógico y previsible porque el poder reformista se presentaba como una continuidad sin ruptura legal con el franquismo, con progresiva, lenta, pusilánime ruptura institucional. Pero no era ni lógico ni previsible el que la izquierda cayera en ese mismo juego y prescindiera de la didáctica y la pedagogía para explicar las sutilezas de un proceso que, a la corta, iba a ser tan poco rentable para el conjunto de la población. Los resultados empiezan a cosecharse. Desánimo o desconcierto en las bases y cuadros medios de los partidos democráticos, desencanto y sanchopancismo progresivo en el temple colectivo de la mayoría.
Se equivocan los líderes políticos que sobrestiman el papel educador del hecho consumado. Se está construyendo una democracia apoyada sobre una correlación de debilidades más que sobre una correlación de fuerzas, y el único poder que podría garantizar la supervivencia democrática frente a ataques presentes y futuros sería la fuerza popular, el respaldo de una mayoría social convencida de que es imprescindible pasar por las servidumbres de un período de transición. Es oficio de filósofo el decir no es eso, no es esto a tiempo o a destiempo. Generalmente, los filósofos suelen proponer el no es esto o el cambiarlo todo, fuera de tiempo y lugar, con la irresponsabilidad fundamental que otorga un oficio en el que lo improbable es razón de ser. Pero sería avestrucismo políticamente culpable el empeñarnos en creer que se ha hecho y se está haciendo lo posible.
Se están reproduciendo mecánicamente los tics del democratismo formal en un contexto muy poco propicio para democratismos y formalidades. A veces me da la impresión de que nuestros políticos, incluso los más honestos, ofician la misa en latín para sordomudos cansados que van abandonando la iglesia lentamente.
La Calle, «Estado de la cuestión, cuestión de Estado»,
2 de mayo de 1978, n.º 6, pp. 14-15
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La noticia del asesinato del primer ministro italiano, Aldo Moro, agita toda Europa. Tras un largo y controvertido secuestro, las Brigadas Rojas devuelven el cadáver del mandatario metido en el portaequipajes de un vehículo, una foto que se publica en todas las portadas del mundo y se convierte en un icono. Bajo la violencia terrorista late también el descrédito político de las democracias.
La imagen de Aldo Moro ha agonizado progresivamente durante cuarenta días a través de sus dramáticas cartas. Moro ha pedido piedad a sus correligionarios políticos para que hicieran caso de las peticiones terroristas. Los métodos seguidos para arrancar estas cartas tal vez sean algún día desvelados, lo evidente es que han jalonado la destrucción física y moral de un hombre convertido en espectáculo universal.
Cuando se intentaba argumentar ante alguien terrorista o con alma de terrorista que una agresión envilecedora a un hombre concreto implica una agresión generalizada a la dignidad humana, te contestaba que propones una moralidad idealista para explicar lo que simplemente es una peripecia concreta en el forcejeo revolucionario.
Muchas quejas y lamentaciones por Moro. Al fin y al cabo es un agente del imperialismo, y la estrategia imperialista en el mundo cuesta cada día miles y miles de muertos y torturados.
He aquí otra respuesta moral que ha tenido vigencia durante algunos años. Pero ahora tampoco se trata de esta respuesta. El calvario de Aldo Moro se inscribe en unos nuevos métodos de revolución o involución, no diré que fríamente calculados, sino congeladamente calculados. La propaganda de la Democracia Cristiana y de la izquierda establecida ha jaleado en exceso la reacción de repulsa y rechazo del pueblo italiano. La ha habido, pero no tanto como la descrita. Importantes sectores de la sociedad italiana han reaccionado con indiferencia, con un encogimiento de hombros o incluso con el comentario: «Él se lo ha buscado». Estos sectores traducen el desencanto político al italiano, ese desencanto político que está abriendo un vacío bajo los pies del sistema democrático europeo y que se llena de un apoliticismo previo a la tentación fascista. La crisis económica, la falta de perspectivas políticas claras, la profunda corrupción de las normas culturales han endurecido a las gentes en el peor de los sentidos: la única alternativa es el nihilismo y la destrucción, y los que más proponen renuevan el aforismo anarquista de que hay que destruir para poder construir lo nuevo.
Pero uno sospecha que este replanteamiento anarquista poco tiene que ver con el vigente a fines del XIX y comienzos del XX. Uno sospecha que ahora se trata simplemente de teorizar sobre la crueldad disfrazándola de necesidad histórica. Y la crueldad actual es la venganza crispada de los que han descubierto la parsimonia de la historia para llegar de la nada a la más absoluta pobreza. Al borde de 1980, muchos jóvenes anarquistas y comunistas (independientemente de su militancia en este o aquel partido, en este o aquel grupúsculo) han comprendido que no sólo no verán la revolución, ni llegarán al paraíso terrestre, sino que además ni siquiera ganarán nunca lo suficiente para vivir con las mismas alienaciones que sus padres.
El jinete de la eurocrueldad ha dejado de ser un fantasma para ser un componente convencional de nuestra vida cotidiana. La sociedad se acostumbrará a sacrificarle corderos que limpiarán los pecados del sistema. Un ritual. Otro ritual. Una misa roja o negra sin cielo, purgatorio, infierno, ni limbo. Ni siquiera eso. Ni siquiera cielo, purgatorio, infierno, limbo.
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina», 2 de mayo de 1978, n.º 6, p. 13
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Con motivo del primer aniversario de las elecciones de junio de 1977, Vázquez Montalbán pasa cuentas. Más que del cacareado consenso, habla de cambalache político. Afectado quizá por el inminente cierre de Por Favor o por la sucesión de fenómenos dolorosos que vive el país, como el accidente del cámping de Los Alfaques, en la provincia de Tarragona, o los terrorismos habituales, al periodista se le espesa la esperanza y le cambia el lenguaje.
HACE UN AÑO QUE YO TUVE UNA ILUSIÓN
Pido perdón a los nacidos a partir de los años cincuenta por el posible hermetismo del título. Cuando yo era niño estaba de moda una canción latinoamericana que empezaba así: «Hase aproximadamente un año que yo tuve una ilusión...».
Cuenta los amores fracasados del que canta y de «una pobre chaparrita» que «inosente me entregó su corazón». El título me ha venido a la medida del objetivo conmemorativo del artículo: un año desde las elecciones de junio, desde las primeras elecciones de la nueva democracia. Se me ha pedido que yo hable del «desencanto», tema en el que al parecer se me reconoce como un especialista porque he leído el Kempis y a Jaime Gil de Biedma. El primero dijo: «La vida es dolor». El segundo ha escrito: «La vida no es como la esperábamos».
El primer aniversario de la democracia suarista se ha traducido en dos toneladas de entrevistas a políticos en las que se les pide su balance. Opiniones cautas y consensuales: se ha avanzado mucho, pero también con muchos errores de UCD, que ha puesto por encima los intereses de partido sobre los de la colectividad. Pocas contestaciones se apartan de la respuesta tipo que aporto. Si los micrófonos o cuartillas salen a la calle y se interroga al peatón de la historia, el resultado puede ser escalofriante. Toda la sabiduría apolítica más convencional, desinformada, grotesca, se pondrá al descubierto. En parte se explica por la tarea de desinformación y deseducación política del franquismo, pero respuestas muy parecidas obtendríamos en Italia o Francia, a juzgar por encuestas sociopolíticas de reciente aparición. Eso no excluye que las gentes cotidianamente reticentes, apolíticas, nihilistas, adopten luego un comportamiento electoral y se pongan en la cola de las urnas dispuestas a depositar un voto. Hay que empezar a pensar que en las democracias típicas hay una esquizofrenia instalada en la conciencia del peatón de la historia: tiene un comportamiento como votante y su decisión sublima una serie de intereses y convicciones reales. Pero tiene otro comportamiento que ejerce entre elecciones y elecciones, con el que expresa su falta de vínculo con el juego político en general.
Si saliéramos hoy, en España, con el micrófono o la libreta y el bolígrafo a la calle, obtendríamos unas respuestas que darían la razón a los fascistas antipartidistas y a los revolucionarios antipartidistas. Sabemos que cuando llega su ocasión, los revolucionarios antipartidistas no saben qué hacer y los fascistas antipartidistas sí saben qué hacer: fundar el partido único. Pero al margen de esta digresión, podríamos todos, absolutamente todos, convenir que la democracia española no entusiasma por una serie de características de origen y desarrollo. Nace basándose en todas las ordenaciones franquistas, con lo que se evita la «catarsis de ruptura» que hubiera hecho cómplices a las masas de una nueva situación. Se desarrolla en el contexto de una grave crisis económica y basándose en el utillaje de una política de consenso que «iguala» el comportamiento de todos los partidos políticos a los ojos del peatón de la historia. Estos elementos, juntos, sumados, mezclados en la conciencia receptora del público, dan el resultado de un inmenso pastel elaborado en la trastienda del país «por los de siempre» y por los que querían subirse al tren «de los de siempre».
Los sectores neofranquistas que detentan el poder, el poder real y el poder gubernamental, estaban en condiciones de explicar al pueblo la clave de la jugada. Pero explicar la jugada significaba afrontar un proceso público de desfranquización, de clarificación de lo que había sido el franquismo. A ese proceso público no podían prestarse porque ellos mismos estaban implicados hasta el cuello en el franquismo, hubieran arrojado demasiada luz sobre sí mismos, hasta el punto de velar la nueva imagen democrática que se estaban construyendo. Las fuerzas de la oposición, interesadas en un principio en clarificar la realidad pasada, presente y futura, entran en el juego de la nueva normalidad a cambio de ser aceptadas. Hay que reconocer que es fundamental, un auténtico paso de gigante, que hoy día haya centrales sindicales democráticas y que estén legalizados el PSOE, el PCE o el señor Letamendía, pero la valoración política de la trascendencia de estas conquistas pertenece a una minoría, prácticamente la misma que luchó contra el franquismo encarnizadamente y sabe exactamente lo que se ha ganado. En cambio, la inmensa mayoría vivió la resistencia de otra manera, en el mejor de los casos negándose a ser contaminada por el franquismo. No estaba, pues, en condiciones de valorar lo positivo de una reforma que en lo cotidianamente fundamental no le alteraba nada de nada: los mismos transportes públicos insuficientes, la precariedad económica acentuada y en la calle unos medios de comunicación liberados que contaban todas las desgracias diarias que el franquismo ocultaba, con lo que se acrecienta la sensación de caos compartido.
La responsabilidad del neofranquismo en el desencanto general es tan obvia como fue previsible. En cambio, la responsabilidad de las fuerzas democráticas hay que pesarla y repesarla porque, sin duda, existe, y en grave medida. Una cosa era la prudencia en el ejercicio de la desfranquización para ser fieles al espíritu de concordia nacional y de consenso, y otra el incurrir en prácticas políticas alejadísimas de las necesidades de una nueva pedagogía democrática. La implantación política de la izquierda española ha seguido sistemas tradicionales: prestigio de marca, prestigio de líder y presencia pública más o menos a la estela de acontecimientos de interés público. Se ha seguido una concepción cultural del «hacer política» completamente conservadora, basada en la relación entre un sujeto activo (el que hace la política) y un sujeto pasivo (el receptor de esa acción política). Esta práctica empieza a ser cuestionada en todas las dimensiones del quehacer y el comportamiento humano: desde la comunicación a la pedagogía pasando por la sexualidad. La aspiración de participar no es una acuñación lingüística o una moda cultural, sino una condición sine qua non para que se produzca una vinculación de las mayorías en el proceso de cambio.
En el ABC de esa política participativa en la que no hay una división fatal entre agentes y pacientes, entre emisores de política y receptores de política, entre industriales y clientes (con los intermediarios de rigor), está la explicación política. No se han dejado de dar explicaciones, pero se han dado según el ritual de la explicación política y sin tener en cuenta el estado real del receptor. Por ejemplo: la discusión constitucional. Para cualquier peatón de este país eso sigue siendo el galimatías insufrible de todas las mañanas. Y el debate sobre la Constitución se ha convertido en un sospechoso galimatías porque en él están implícitas demasiadas cosas que tampoco se explicaron a su debido tiempo. Insisto en que estoy hablando desde el nivel más previo de una política de participación, y que dejo en el tintero lo que hubiera debido ser una amplia política de debate y discusión pública sobre las líneas maestras de la lógica por la que se guían los partidos políticos democráticos. El concepto de «consenso» se parece demasiado al de «cambalache» para el hombre de la calle, y no se han hecho demasiados esfuerzos para combatir esta prevención, quizá para no romper la política de consenso.
Recuperar la credibilidad democrática será tarea de un próximo Parlamento y sobre todo de una «política de las cosas», sólo posible a partir de unas elecciones municipales. Al acabar el primer año de ensayo seguimos siendo tan pocos los que nos damos cuenta de lo positivo que casi estamos tan solos como en los tiempos del franquismo.
La Calle, «Estado de la cuestión, cuestión de Estado»,
20 de junio de 1978, n.º 13, pp. 14-15
La tragedia de Alcanar ha anegado en sangre el verano del 78, como si el lento goteo del País Vasco hubiera sido desbordado por un maremoto de sangre y fuego. Error tras error. Lo de Pamplona, según el gobernador civil, fue un error, y lo de Alcanar fue otro error. El de Pamplona, un error político; el de Alcanar, un error... ¿técnico? Creo que también el de Alcanar fue un error político, o al menos la resultante del vicio rigurosamente político de sacar el máximo beneficio con el más total desprecio del riesgo ajeno. Demasiados años sin fiscalizar todo lo que no fuera subversión han dado el resultado de que la muerte sigue perteneciendo a las víctimas tradicionales: por ahorrar mil pesetas del peaje de una autopista, doscientos seres humanos han muerto o morirán; por mantener estructuras y superestructuras de dependencia política fascista, un día sí y otro no un ser humano se deshabita de sangre y esperanza en el País Vasco. El fascismo aún lo empapa todo y su consigna fundamental sigue siendo la de «¡Viva la muerte!».
Uno de los efectos más terribles de lo ocurrido es sensibilidad colectiva empapada en sangre. Tierno dijo en las Cortes que el español, afortunadamente, estaba perdiendo el sentimiento trágico de la vida. Bájese de la filosofía, amigo. Es un burro que ya ni siquiera sirve para ganar oposiciones a cátedras vitalicias. Tierno, tío, déjese de metafísicas y otras leches ontológicas sobre España y lo español. Mientras la ciudadanía no pueda sentirse respaldada por las leyes, a la hora de reivindicar lo fundamental (comida, amor, libertad, vida, horizonte) el sentimiento trágico de la vida nos acompañará sin llamarse así. Fuera más propio llamarle el sexto sentido de que hemos venido a este mundo y a este país a tratar de que nos hagan las menos putadas posibles. La sangre continua, gota a gota en Euzkadi, relativiza los pálidos colores del consenso. Y ahora ese lago de sangre y llaga de Alcanar pone al descubierto la profundidad abismal de la verdadera injusticia, una profundidad de vértigo cuando cualquiera se asoma a los acantilados del poder económico.
Además, desconcertamos y angustiamos a los responsables de nuestra política turística. La ibérica fiesta de los Sanfermines encauzaba la orgía del valor, el miedo y la sangre mediante los encierros y las ceremonias taurinas. Ni siquiera ese encauzamiento fue respetado. Desde que la plaza de toros de Badajoz se convirtió en la gran y goyesca checa franquista al aire libre, ¿qué plaza de toros es inocente? ¿Qué estadio de fútbol es inocente desde que Pinochet mutiló las manos de Víctor Jara en el de Santiago o desde que Videla se concedió a sí mismo el título de campeón mundial de cabezas cortadas? Hay tanto desprecio de la vida instalado en este país que no se respetan ni sus islas de desfogue, y la única posibilidad de volver a encauzar las sangres procede de la reflexión turística. Los turistas difícilmente volverán a los Sanfermines si en un año no se restablece un clima que haga propicia la fiesta. Va a desencadenarse una campaña europea contra las vacaciones en España, como consecuencia de esa terrible lección de irresponsabilidad que se ha dado en los condicionamientos del suceso de Alcanar.
Urge, por lo tanto, una reunión con traficantes y técnicos en seguridad para venderles el producto turístico.
—Por favor, no nos quemen a los turistas, porque en el extranjero quedan muchos más y no vendrían en años venideros.
—Por favor, no maten tanto en los Sanfermines, porque se hunde la fiesta y este año que viene tendrían que cantar ustedes solos el «Riau Riau».
Tal vez por la vía de la persuasión turística se consiga lo que fue imposible conseguir por la vía de la persuasión cívica. Pero que nadie se haga ilusiones. Peor que la incompetencia criminal es la competencia criminal auxiliada por la impunidad. El ministro del Interior está desolado. El de Sanidad, también. Pobres muchachos. Han heredado una situación difícil y no esperaban luchar contra elementos y errores casi sobrenaturales. Son dos jóvenes ministros que hicieron la carrera con juvenil estilo en unos años en que bastaba ser proveedor de piedras de mechero de un primo de Su Excelencia para llegar a banquero o a concesionario de este o aquel monopolio. Eran los felices cincuenta, cuarenta, sesenta, cuando el rojo que no criaba malvas, criaba reúmas en las cárceles o se escondía de sí mismo dentro y fuera de España. Estos dos alegres muchachos no son responsables de que un camión cisterna lleno de muerte vaya por donde no tenga que ir o de que un malasombra pegue un tiro de más, con lo caras que están las balas. No han inventado el desprecio de la vida ajena, el furor penil del exterminador ideológico. Pobres leoncillos del neofranquismo que cual jóvenes Budas habéis descubierto la enfermedad, el dolor, la muerte, más allá de los portones de las catedrales del SEU y de la Administración del Estado. En el fondo tenéis un grave problema de identidad y memoria. Sois como esos estudiantes alegres y confiados que descuidan el arreglo de su habitación hasta el día de fin de curso y, entonces, tratan de ordenarlo todo precipitadamente para justificar el pasado y entregar la estancia limpia de pecado original a la nueva remesa.
Criados a la sombra de chorizos y criminales trascendentales, ahora misión vuestra es jubilarles de un oficio al que le tienen tanto cariño como relación de necesidad. Y os cuesta. Y os angustiáis. Hay demasiados camiones por meter en sus carreteras reales y hay demasiadas obscenas espadas que envainar de mucho ángel exterminador. Os las veis y os las deseáis para conseguirlo. Además, os sentís acosados por la opinión pública y por la urgencia de una política de resultados pacificadores. Y el turismo. ¿Imagináis la catástrofe que podría producirse de plantearse un bloqueo internacional al turismo en España? Por vuestro bien, desfranquizad cuanto antes el Norte, el Sur, el Este y el Oeste de vuestro paraíso perdido. Meted en la cárcel a los que invierten en muerte antes de que os maten a vosotros. A disgustos.
La Calle, «Estado de la cuestión, cuestión de Estado»,
18 de julio de 1978, n.º 17, pp. 14-15
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Por Favor cierra a finales de julio. Tras años de denodados esfuerzos, Vázquez Montalbán acumula dos pérdidas en pocos meses: Triunfo y Por Favor. La Calle no arranca con el impulso esperado y en Interviú mantiene en este instante la única colaboración que cobra con regularidad, una columna de crítica televisiva titulada «El enemigo en casa». Cada semana zarandea sin piedad la política informativa de Televisión Española por el descarado apoyo a la UCD y por el tedio que provoca la programación en el espectador. Sin embargo, hay algunas excepciones.
AL VECINO DE ABAJO NO SE LE LEVANTA
La serie Un hombre en casa alarmó tanto a la crítica como al espectador medio. La crítica se puso a la defensiva ante otra serie con risas incorporadas, siniestra técnica norteamericana que alcanzó su máximo esplendor con el Show de Lucille Ball. El espectador medio se puso a la defensiva ante una comedia de salón cerrado, con tres jóvenes ingleses como protagonistas básicos de suaves enredos. La serie, pues, llegaba con muy malos padrinos y prólogos. Y, sin embargo, ha cuajado, tanto entre la crítica como entre la insondable masa de espectadores sin calificativo y sin prejuicios.
Dos muchachas y un muchacho, los tres solteros, comparten un apartamento sin tocarse un pelo, pero con muchas ganas de tocárselo con suave música erótica de fondo. El círculo se cierra con el matrimonio de los caseros, pareja reprimida y grotesca, que vive en el piso de abajo. Como al parecer los personajes eran insuficientes para mantener la intriga cada semana, los guionistas se inventaron otro joven vecino solitario y gorrón que entra en el piso de los muchachos a pedir un poco de azúcar y se queda a desayunar. La base de esta larga y seriada comedia de enredo es la suave amoralidad de la relación entre los jóvenes y la no tan suave amoralidad del matrimonio veterano, ella insatisfecha por las insuficiencias de cama del marido y él reconviniendo su represión sexual en represión económica. Tacaño de bragueta y bolsillo, el casero se convierte en el símbolo parodiado de la sociedad adulta, mientras los muchachos traducen muy bien la mentalidad de simples supervivientes en un mundo que les ha sido dado.
La habilidad de los guionistas consigue crear un interés cerrado por cada historia y un interés general por la peripecia constante de los personajes. La tipología es el acierto básico. Una de las muchachas da la imagen de la más sincera y desarmada estupidez, la otra es la encarnación de la contradicción entre la libertad y la voluntaria aceptación de ataduras pequeño burguesas; el chico es el macho potencial e inofensivo, blando, suave, a tenor de los cánones del juego seductor actual. Alguna vez, sospecha el público, conseguirá acostarse con su compañera de apartamento, pero será sin excesivos dramatismos ni lirismos, como en el final de un elegante chiste verde cargado de humor británico. Mucho más interés humano tiene lo que ocurre en el piso de abajo. Una pareja superviviente de la Segunda Guerra Mundial tiene establecida una humorística guerra de señas sin sexo, sin duda la más triste y cruel de todas las guerras posibles. El burdo chiste de «... ya no se te levanta» se convierte en esta historia en un gag constante, muy divertido y suavizado.
De alguna manera, los guionistas ofrecen un cuadro biosocial de la Inglaterra actual. El tono vital distingue dos generaciones separadas por el suelo y unos cuantos escalones. Una generación con más pasado que futuro (la del matrimonio de reprimidos) y otra generación sin ningún pasado y con poco futuro. Éstos son los tonos vitales generalizados en todo el mundo occidental. Por una parte, los que aún vivieron peripecias dramáticas y esperanzas totales. Por otra, los que han desconocido todo drama histórico y sólo tienen ante sí esperanzas mínimas; por ejemplo, conseguir pagar el alquiler o que salga bien el soufflé de salmón. Y me atrevería a decir que las esperanzas sobre el soufflé de salmón son en este caso excepcionales, condicionadas por la afición del personaje central a la cocina. Propondría que esta afición se generalizara. Es una afición incruenta, humanista, civilizada. Y en el peor de los casos se trata de un suicidio lento y agradable sin otro riesgo que el final infeliz de la hemiplejía o la cirrosis.
Otra clave del éxito de la serie es la excelente interpretación, rayana en lo magistral en el piso de abajo. El matrimonio veterano lo componen dos actores impresionantes, reciclados gracias a esta serie y hoy protagonistas centrales de un serial para ellos solos que esperamos programe Televisión Española en un inmediato futuro. Grotesco, tacaño, inútil, cobarde, traidor, ingenuo, marrullero, el maduro vecino de abajo y casero de los jóvenes encantadores conserva un resto de conciencia histórica que proclama en cuanto le dejan. Odia a los alemanes. Supongo que a todos los bombardeados ingleses de su edad les pasa lo mismo. Pero los guionistas no le van a permitir conservar esta veleidad épica, porque en la serie que protagoniza junto a su mujer, el maduro vecino de abajo se ve obligado a confesar por qué odia a los alemanes.
—En el bombardeo de Londres me mataron a un periquito que yo quería mucho.
Treinta y cinco años después de los bombardeos de Londres, la conciencia política antinazi depende de la muerte de un periquito. ¿Los guionistas se han pasado?
A lo peor, no.
Interviú, «El enemigo en casa»,
28 de septiembre de 1978, n.º 124, p. 83
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Pesimista en los razonamientos, optimista en las emociones, Vázquez Montalbán aplica esta actitud gramsciana para enfrentarse a una revolucionaria insaciable como Encarna con ocasión del tercer aniversario de las penas de muerte que se aplicaron en septiembre de 1975. Alguna perla tiene la democracia.
Hace tres años, cuando España era como Nicaragua o Irán y se ajusticiaba a la gente de cinco en cinco, recuerdo que el clima general de desánimo era aplastante, tan aplastante que la resistencia civil frente a las ejecuciones de septiembre no estuvo a la altura de la ejercida cuando el proceso de Burgos. Más que aterrorizada, la gente estaba desalentada ante la tozuda parsimonia del terror sucediéndose a sí mismo. Raimon había cantado «La montaña envejece...», pero la montaña seguía allí, obsesivamente dominante, con su aterradora presencia inapelable.
Tres años después, la pena de muerte ha desaparecido de nuestra legislación y, hoy por hoy, ésa me parece la máxima conquista ética de la democracia, por no decir la única. Todas las demás son conquistas políticas y más vale separar la ética de la política, siempre que se pueda, porque alguna que otra satisfacción política cae de vez en cuando, pero satisfacciones éticas, bien poquitas. Acepto que tres años después es posible pensar que el terror ha sido sustituido por la mediocridad y el tedio, pero ante todo prefiero la mediocridad y el tedio al terror, y además recuerdo que lo más espeluznante de aquel terror era su mediocridad intrínseca y extrínseca y el sopor histórico que había conseguido inyectar en las venas de la población. Uno diría que la gente se aburría mucho más antes que ahora. Una buena parte de los que se chotean de la democracia se aburrían tanto bajo el fascismo, que no tenían ni ganas de chotearse de él.
—Así no vale, don Sixto.
—¿Por qué, Encarna?
—Porque usted no defiende unos argumentos en pro o en contra, sino que descalifica a sus adversarios juzgándoles hoy por lo que no hicieron ayer. Por ejemplo, ¿dónde estaba usted el veintisiete de septiembre de mil novecientos setenta y cinco?
—En el Puerto de Santa María.
—¿Qué hacía usted?
—Trataba de no llorar.
—Pues vaya una respuesta. Es como para hacerle a usted un monumento a la resistencia antifascista. ¿No hizo nada más?
—Escribí un artículo que no me publicaron.
—¿Qué más?
—Estuve paseando horas y horas por las calles del Puerto. En los bares y tabernas, la gente no pensaba en otra cosa, pero apenas si hablaba sobre el tema. ¿Lo ves, Encarna? Hoy, una actitud así sería imposible, necesitarían otra inversión de cuarenta años de terror para conseguir un clima de tristeza e impotencia como el de aquel veintisiete de septiembre. Con Franco todos eran más impotentes.
Encarna calla. Parece pensar. Me sorprende que no diga la última. Pero pronto se acaba mi sorpresa.
—Con Franco estaba justificado que fuéramos impotentes.
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
3 de octubre de 1978, n.º 29, p. 11
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A finales de octubre de 1978 aparece El Periódico de Catalunya. Fiel al estilo del grupo Zeta, el periódico imita a Interviú en el planteamiento popular y en la proliferación de firmas, de forma que cada una de las secciones del diario tendrá una columna fija. La de «Catalunya política» se le asigna a Vázquez Montalbán. El tamaño del texto, eso sí, será el de un billete.
Bárbara Rey confirma la crisis de vedettes por la que pasa el país. Una crisis a sumar a la economía y a la moral. El éxito de la vedette rubia (no importa si es teñida) demuestra el profundo estado de desesperación en que había caído el ciudadano medio. El Paralelo tuvo en el pasado reyes absolutamente terribles como Lerroux y Bella Dorita. Una reina a lo Bárbara Rey sólo es posible en unos tiempos en que el bromuro lo invade todo, achica las pasiones de la carne y el cerebro.
No es que Bárbara Rey esté mal. Muy al contrario. Pero es una vedette pasteurizada descremada, con pocas calorías, como un estremecedor camembert dietético con un 20 por ciento de materia grasa que los franceses de Giscard han lanzado al mercado. De Gaulle no lo hubiera tolerado, pero Giscard es un presidente filiforme, diseñado en el taller de arquitectura de Ricardo Bofill.
Algo de diseño industrial tiene Bárbara Rey, a la que propongo para el premio ADI/FAD de este año. Alguien empezó a dibujar un día un maniquí sobre una cuartilla blanca y un ángel libidinoso lo convirtió en Bárbara Rey. Bárbara Rey no es pecado ni siquiera cuando se desnuda.
El Periódico de Catalunya, «Catalunya política»,
27 de octubre de 1978, p. 10
NO DEJÉIS QUE LOS NIÑOS SE ACERQUEN
AL LLOBREGAT
El sistema capitalista se hunde. Todo se pudre. Ya no se puede ni beber agua. Tal vez Felipe González prefiera morir de una diarrea contraída bebiendo agua del Llobregat que vivir cuarenta años en Moscú bebiendo la rica agua del Moscova. La Generalitat debería tomar cartas en el asunto de las aguas y proponer un trasvase del Llobregat al Manzanares, a ver si en la capital se enteran de que en su política de protección del medio ambiente no entran los niños catalanes. No son medio ambiente. Aquí el único medio ambiente que hay es el de las industrias chorizas que, no contentas con no crear puestos de trabajo, ahora quieren exterminar a la población pudriendo las aguas.
Un día puedes pudrirte por beber agua y otro día por respirar los aires nada más entrar en Girona. Pronto se recomendará que los niños de Girona sólo respiren bombonas de oxígeno, porque el aire lo corroe impunemente una papelera desde tiempo perfectamente memorial. Y así seguirán dándonos consejos aterradores para que no se nos pudran los niños de esto o de aquello. De momento hay que alejarles de las aguas del Llobregat para evitar la posibilidad de que sea pronto de ellos el Reino de los Cielos. ¿En qué punto de la Constitución se dice: «No pudrirás el aire y el agua de tu prójimo»?
El Periódico de Catalunya, «Catalunya política»,
17 de noviembre de 1978, p. 10
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Sigue la amenaza del terrorismo, que atenta ahora contra El País. La violencia será utilizada por las gentes de orden para convocar a los militares y alentar un golpe de Estado. Aumenta el ruido de sables, se llena la plaza de Oriente de Madrid de nostálgicos y España sigue sin «desfranquizar» cuando la Constitución está a punto de ser votada.
He observado una curiosa reacción de las gentes ante el atentado a El País. Cuando se dijo en un primer momento que el atentado era reivindicado por el GRAPO, se aceptó como posible. Cuando el atentado fue reivindicado por la Triple A, siguió siendo aceptado como posible. Este estado de la conciencia receptora debería servir para la reflexión de la gente de izquierda que, sin duda, milita en organizaciones desestabilizadoras.
El acto de agredir a la sociedad mediante el terrorismo se ha convertido en un ritual climatológico, como las tormentas de verano, el granizo de abril o la curiosa dialéctica entre ciclones y anticiclones. Ni educa ni desestabiliza. A lo sumo, inocula la intranquilidad en la sangre de la comunidad y la convierte en un componente más asimilado por el cuerpo social: nos acostumbraremos todos a vivir con una dosis de terror en las venas, y las compañías de seguros terminarán por aceptar el riesgo del terrorismo. Cuando las compañías de seguros acepten el terrorismo, esta técnica de revulsión histórica penetrará en el proceloso reino del misterio. El terrorismo será el diablo laico de la historia contemporánea, como en el pasado Lucifer fue el diablo divino de la historia sagrada. El mal como categoría metafísica que resalta la existencia del bien.
¿Qué será entonces «el bien»?
La represión. Vamos a llegar pronto a una situación en la que un conjunto social a la defensiva devolverá toda su confianza al sheriff y cerrará los ojos ante las arbitrariedades del sheriff porque la necesita para dormir en paz. Un nuevo fascismo, radical, moral, mental, biológico, se instalará en la sociedad, guiada por el principio fundamental de recuperar la paz y la tranquilidad como ideas platónicas que jamás tuvieron carne humana. Una sociedad puede encajar que le maten un determinado número de guardias, porque forma parte de sus reglas del juego. Pero una sociedad no puede tolerar que le maten a ordenanzas y botones hijos de viuda, porque reconoce la categoría de frágiles víctimas que todos compartimos.
Y al conjunto social le importará un solemne carajo que el atentado sea reivindicado por derechas o izquierdas. El diablo nunca fue de derechas o izquierdas. Venía de abajo, del vértigo del abismo adonde quería arrastrar al género humano, envidioso de su condición predestinada al Paraíso.
El terrorismo está instalando un maniqueísmo moral metafísico más allá de tomas de posición ideológicas. Mucho me temo que el famoso crepúsculo de las ideologías sea en realidad el nuevo amanecer de la ideología del sheriff, impasible el ademán, montando guardia junto a los luceros democráticos.
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
7 de noviembre de 1978, n.º 33, p. 17
Tal vez, al publicarse esta crónica, Franco ha resucitado. Está por ver si se cumple la profecía-deseo de Vizcaíno Casas. Si Franco resucita, ésta será la última crónica que escriba porque todos hemos perdido aquellas sutilezas y elipsis que nos permitieron escribir tantas insinuaciones en los últimos años del general. Si el general resucitara, tendría que volver a meter en cintura al país, y esta vez el millón de muertos, real o mítico, de la guerra civil sería una broma al lado de las matanzas industriales que pueden conseguirse con un número relativamente escaso de efectivos personales e instrumentales.
Los partidarios del general han vuelto a convocar una manifestación en la plaza de Oriente, plaza que no se ha beneficiado de ningún acto de desagravio democrático y que sigue condenada a ser sorprendido e inadecuado marco de concentraciones fascistas. Es, sin duda, uno de los lugares más hermosos de Madrid y de España. Goza de serenidades y luces nítidas, es un lugar clásico y clasicista al que le sientan las concentraciones fascistas como si a un Cristo le pusieran dos pistolones. Como una vieja dama digna, la plaza de Oriente olvida pronto las violaciones a que se ve sometida y, en cuanto pierde de vista los talones del último cruzado, recupera su empaque de marco regio para monarquías del siglo XIX, monarquías llenas de anécdotas y tuberculosis mal cicatrizadas.
¿Cómo podría desagraviarse esta plaza, cómo podría descontaminarse?
Mal recurso sería convocar una contramanifestación, ahora democrática, y luego comparar las cifras. Calcular cifras de manifestaciones opuestas por el vértice es un ejercicio imposible, boicoteado por la subjetividad y el voluntarismo. Aún no han salido correctamente las cuentas de las manifestaciones y contramanifestaciones romanas sobre el pleito César-Bruto, y no digamos ya un balance de las manifestaciones del paraíso terrenal en pro o en contra de que Eva le metiera mano a la manzana.
Bastaría, quizá, con que Bergamín, viejo y eterno demócrata, habitante de una privilegiada buhardilla que da a la plaza de Oriente, se asomara al balcón y recitara esos versos tan bonitos en los que la palabra «libertad» suele rimar con «humanidad» y, si son modernos, puede rimar incluso con «humedad». Abajo, masas enfervorizadas de demócratas bailando un chotis lentísimo. Yo me inclinaría por el anda y que te ondulen con la permanén, como clara alusión desdeñosa al fascismo usurpador de la plaza de Oriente.
Y, como fin de fiesta, un concurso mundial de carrozas reales al que sólo podrán concurrir reyes democráticos. Como música de fondo, el coro de Luisa Fernanda: «A la sombra de una sombrilla..., etc.», y un barítono, héroe positivo disfrazado de vendedor de agua, azucarillos y aguardiente, que pasa cantando:
Alfonso XII volvía de los toros;
Julián Gayarre cantaba en el Real.
Después de ésta, los «fachas» allí no vuelven.
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
21 de noviembre de 1978, n.º 35, p. 9
He visto por televisión a varios de los políticos que hacen propaganda constitucional. No a todos. Es imposible estar pendiente de verlos a todos. He tenido la suerte de contemplar las interpretaciones de Tierno Galván, Arias Salgado, Txiqui Benegas, Pilar Brabo, Villar Arregui, Martín Retortillo, Solé Tura, Marcelino Camacho y dos o tres señores más de UCD de cuyo nombre no puedo acordarme. De todos ellos el más actor es Tierno Galván, y se merece el Oscar de la campaña constitucional. Del mismo modo que el Oscar a la mejor propuesta gráfica pro Constitución se lo merece ese PSOE que se convierte en un «sí» sobre la rosa simbólica del socialismo democrático.
Me sigue preocupando que UCD no haya aprovechado esta ocasión para desfranquizar al país. Hasta los soviéticos se dieron cuenta de que o se desestalinizaban o el cadáver de Stalin gobernaría el país como convidado de piedra. Los chinos empiezan ahora a desmaoizarse, también conscientes de que hay cadáveres que contaminan las memorias. Hay algunas alusiones en boca de la izquierda, alusiones prudentes para no desestabilizar, supongo. Pero los llamados a desfranquizar y desfranquizarse de una vez son los de UCD y no les sale. Me preocupa.
Tal vez la familia no diera el permiso, pero puestos ya a respetar la memoria de Franco, yo le utilizaría como cierta marca de lavadoras utiliza a Ingrid Bergman y Humphrey Bogart en Casablanca. Sacaría a Franco diciendo: «Si quiere acabar con mi autoritarismo, vote sí».
El Periódico de Catalunya, «Catalunya política»,
26 de noviembre de 1978, p. 11
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Vázquez Montalbán no cree que haya que celebrar los resultados del referéndum de la Constitución. Lo explica de dos formas distintas: en boca de Encarna y por sí mismo. Algunos nubarrones se abaten sobre un proyecto político frente al que se han abstenido demasiados ciudadanos en varias zonas de España, algunas geográficas y otras ideológicas.
Encarna está exultante.
—Usted ha fracasado. Ha tratado de evitar que yo apareciera en esta tribuna durante todo el período de pros y contras frente a la Constitución. Usted me tenía miedo y me ha silenciado.
—Miedo te tengo siempre. Aún estoy temblando. Fíjate.
—Bien. Pues a pesar de su conspiración, mi victoria en el referéndum ha sido total, aplastante, incontestable.
—Imagínate, Encarna, que tú eres el ministro del Interior, Dios no lo quiera nunca, y tienes la obligación de hacer un balance político del resultado del referéndum. ¿Qué dirías? ¿Cómo justificarías esa victoria de la que alardeas?
—La abstención alta significa en realidad negación y rechazo. Los votos negativos indican un rechazo directo. Los votos nulos van desde el ejercicio a un indiscutible derecho a tener sentido del humor, hasta el ejercicio del no menos indiscutible derecho de que una Constitución te la traiga floja.
—¿Y el «sí»? ¿Olvidas que por mucho y muy mal que sumes «noes», nadas y nulos, sigue ganando el «sí»?
—¿Aún tendría usted la cara dura de considerar el voto afirmativo como una victoria?
—¿Cara dura? ¿Por qué cara dura?
—Pues porque ese «sí» indica seguidismo, y los votos seguidistas no tienen valor positivo. Lo que no es seguidismo es hipnotismo. La televisión ha asfixiado a la gente. La ha estrangulado cada día con kilómetros y kilómetros de propaganda. Había práctica unanimidad en la petición de voto.
—¿Conclusión?
—Usted ha perdido moralmente y yo he ganado.
—Felicidades. Pero ahora, como en las películas de gángsteres, tendrás que repartirte el botín de «noes», nulos y nadas con tus compañeros de banda. Y os entenderéis mal, como es lógico. Porque en esa banda estás tú, ETA, el MC, el PNV, Blas Piñar, el obispo Marcelo y los que no quisieron mojarse porque llovía.
—No hablemos de bandas. Usted se repartirá el botín del «sí» con una chusma de postín.
—La democracia ha quedado vestida de fiesta, pero con el culo al aire.
—No se refugie en la abstracción. No la democracia. Esta democracia, don Sixto. Esta democracia.
—¿Qué alternativas tenías tú? La alternativa de la nada, la alternativa de no tener alternativa.
—Haga autocrítica, eso que tanto les gusta a usted y a sus compinches. A ver si se dan cuenta de que entre todas las fuerzas políticas han matado de asco y aburrimiento a la gente. Durante la campaña, los de UCD, PSOE y PCE parecían los Hermanos Marx recitando aquello de «la parte contratante de la primera parte...».
—Solamente lamento que el «sí» no haya ganado lo suficiente como para que te calles y que, a la inversa, tú no hayas ganado lo suficiente para que yo tenga que exiliarme.
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
12 de diciembre de 1978, n.º 38, p. 13
El resultado del referéndum tiene tal carga de equívocos y ambigüedades que puede contentar a todos y disgustar a todos, menos a unos muy concretos: los seguidores de ETA. La organización terrorista vasca ha condicionado el planteamiento y desarrollo de la estrategia constitucional española. En la España que queda, sin contar el País Vasco, la mayor parte de la abstención es hija del desencanto. Pero ¿cómo queda España sin contar el País Vasco? Se ha pagado un grave precio por la pírrica victoria sobre el Partido Nacionalista Vasco en el Senado. Se ha pagado el precio de legitimar tres estrategias políticas de locura: una para España sin el País Vasco, otra para el País Vasco y una tercera para España con el País Vasco incluido como una bomba de explosión retardada.
La abstención en el conjunto del Estado es preocupante y lógica. Para conseguirla se han sumado factores muy diversos que van desde la herencia de desidia ademocrática dejada por el franquismo hasta la irritación activa y militante de los asqueados por los procedimientos de la transición. La abstención es fruto principal de la política asexuada de UCD y fruto marginal de errores de procedimiento muy graves cometidos por los partidos democráticos, por los partidos de la izquierda precariamente establecida. UCD no tenía otro procedimiento posible. Fue una fuerza política providencial para la derecha, nacida para activar, pero también para poner en sordina la transición. UCD nació en los pasillos y, lógicamente, tenía que hacer política de pasillos. Ni el PSOE ni los comunistas estuvieron jamás en condiciones de poder rechazar el planteamiento y el territorio que les ofrecía UCD para la discusión de la jugada, pero sí pudieron utilizar los pasillos para negociar con UCD y la calle para convertir el lenguaje de pasillos en lenguaje de calle.
Durante meses y meses, la elaboración de la Constitución se convirtió en una misa privada o en una dramática sesión de ruleta donde los partidos políticos se jugaban tácticamente principios por los que habían combatido cuarenta años. Todos tenían su lógica. Como tienen su lógica los que subastan pescado en las lonjas, pero el público no entiende sus salmodias, sus bisbiseos, ni el lenguaje ni el ritual de la subasta. Si la mujer del César no sólo ha de ser honrada, sino también parecerlo, los partidos democráticos no sólo han de serlo, sino también parecerlo. Y sobre todo en precarias realidades democráticas como la española, donde la mayor parte de los partidos democráticos eran como recién llegados para la inmensa mayoría del público, incluso para buena parte de sus electores potenciales. El vínculo del 15 de junio era un vínculo precario, aproximativo, previo, como un primer encuentro tras cuarenta años de distancia. No era un vínculo sólido que otorgase cheques en blanco a representantes indiscutibles.
Ante esa mayoría electoral que estrechaba criterios democráticos, se monta el espectáculo de una política de pasillos. De vez en cuando asoma un figurón y reparte indulgencias plenarias entre la multitud a cambio de su solidaridad. «Dejadnos hacer, que sabemos de qué va.» ¿Verdad que cuando a usted se le estropea un grifo recurre al especialista? Pues deje la cosa usted en manos de profesionales y expertos por encima de cualquier sospecha. Es cierto. Por encima de todas las sospechas, menos de una: que pudieran emborracharse de tecnología política y creer que es posible jugar a los trenes con el material de la Renfe. Se caía uno y otro día en los vicios de un cierto despotismo ilustrado que no sólo alejaba a las masas escasamente repolitizadas, sino incluso a centenares de militantes cuya ausencia se ha pagado a muy alto precio cuando se ha querido poner al pueblo en tensión constitucionalista.
La izquierda no encontró los procedimientos adecuados para demostrar al público que pretendía reformar el juego político. Aparentemente, y aunque con objetivos justos y progresivos, interpretaba la misma partitura que UCD y con los mismos instrumentos. ¿Dónde estaba la voluntad de clarificación y participación de las masas? ¿Dónde estuvo la voluntad política de discutir con las bases de vaivenes tácticos de los «principios» sometidos al lógico chalaneo pactista? UCD capaba la democracia un día sí y otro también. Con el aplazamiento de las municipales conservaba el «viejo orden» y creaba las condiciones fundamentales para que el pueblo se desentendiera del juego. El público está tan lejos de los políticos de Madrid como cerca de los concejales de su pueblo o de su ciudad. El público conoce el ganado que tiene de cerca y sabe lo que puede esperar de él.
Para no crearse problemas a la corta, UCD incubaba problemas a la larga. Los partidos de izquierda trataron de evitar todo lo que pudiera ser provocación y confusión, y fatalmente creaban desconcierto, desconfianza, cansancio, abandono. La izquierda había caído en el error de recurrir al predominio de los sacerdotes y al uso del latín. A fines del siglo XX, los sacerdotes aún son necesarios, pero como simples monitores. Las únicas vedettes que el público admite son las vedettes del rock y de los telefilmes. Los políticos de izquierda han de bajar de los púlpitos, de los altares y de las primeras páginas, y adquirir el don de la humildad que incita a la participación y no de la preponderancia que incita a la distancia y a la abulia.
El resultado electoral permite un tiempo de reflexión y un esfuerzo de recomposición y resituación que vaya más allá del remiendo dialéctico o táctico. Ha de cambiar una concepción de la relación de los partidos democráticos y las masas, de los partidos democráticos y sus bases. La elevada abstención es una señal de alarma que debe alarmar incluso a los que se han abstenido, en muchos casos pensando en una mera actitud testimonial sin consecuencias políticas importantes. Los resultados del referéndum demuestran que la ultraderecha no tiene presencia electoral inquietante. Que lo realmente inquietante es el desencanto, muchas veces herido y dolorido, de quienes tenían que haber sido agentes y clientes de la democracia. No está, hoy por hoy, en manos del PCE, del PSOE o de UGT y CC.OO. arreglar los problemas de fondo económicos y sociales que crean las condiciones materiales de la alarmada frustración generalizada. Pero sí está en sus manos vincular a las masas por la palabra y la movilización responsable, los únicos poderes con futuro para una política progresiva.
La Calle, «Estado de la cuestión, cuestión de Estado»,
12 de diciembre de 1978, n.º 38, p. 14
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La degradación ambiental que percibe Sixto Cámara no es sólo política. Viene del fondo de la historia y se manifiesta en cada átomo de la cultura. Un turbio Vázquez Montalbán deriva en «La Capilla Sixtina» hacia el fatalismo.
Me observan, y a continuación observo, que el país está pasando por un período de barbarie cultural generalizada. Se esperaba que la desaparición de la represión cultural estatal significaría una explosión de creatividad, un ajuste de cuentas estético con las hambres pasadas. En su lugar no sólo descanso, sino incluso arrasamiento cultural. Las pocas iniciativas que se observan son de «base»; es decir, movimientos espontáneos culturalizadores que aquí y allá asoman, como empeños aislados de autoeducación.
El escepticismo político tiene mucho que ver con el escepticismo cultural generalizado, de la misma manera que la impotencia política del pasado tuvo mucho que ver con la impotencia cultural dominante. Pero en la larga noche de la baja edad media franquista hubo bruscas luminarias, iluminaciones fugaces que traducían una energía enterrada, una energía que debe seguir enterrada y bien enterrada. No sólo el escepticismo es causa, sino también efecto. A una cultura de resistencia no le ha seguido una cultura insolentemente democrática, y la cultura en nuestros tiempos sólo puede ser insolente. Gran responsable de la situación es la organización de la producción cultural de este país. Del paternalismo fascista se ha pasado a la conformación de un mercado capitalista típico, abastecido por industriales y comerciales insuficientes y compuesto por una clientela reducidísima.
Leen los que leían, y con menos ganas. Pagan el arte los que lo pagaban, y con menos dinero. ¿Investigar?, ¿para qué? En la investigación de ciencias sociales y de actividades artísticas se han quemado las pestañas los penenes de este país, y últimamente dedican sus energías a sobrevivir precaria, humillantemente, en lucha por las horas normativas de clases, mal pagadas y sin ningún colchón social en el que caerse vivos. Ni siquiera la simple divulgación crítica se salva de tanta ausencia. Hasta hace dos o tres años, los suplementos literarios de revistas y periódicos tenían una cierta eficacia orientativa. Ahora no hay la menor voluntad ni posibilidad de tenerla: no se los lee nadie y no se los creen ni los que los redactan.
Las publicaciones de más tirada han llegado a prescindir de las clásicas secciones «culturales», que en el pasado al menos cumplían la función de adornos del espíritu de las masas. ¿El Estado? ¿Qué ha hecho el Estado a través de su flamante Ministerio de Cultura para estimular la creatividad y su consumo? Nada. Un taifismo duro, corrosivo, aniquilante divide al estamento de los creadores, más empeñados en estos momentos en despellejarse mutuamente que en crear, inventándose, si es preciso, el entusiasmo por la libertad. Aquí no avanza ni Dios. Van los escritores y artistas con el trasto caído y los cojones del alma llenos de malísima leche. Los más mierdas dicen que todo es una mierda para legitimarse, y la conciencia de inutilidad, de no funcionalidad, paraliza las manos y los ojos.
Acabaremos todos sólo creando razones para no crear.
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina», 9 de enero de 1979, n.º 43, p. 13
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Pero en pocas semanas se suceden dos elecciones seguidas, primero las legislativas, el 1 de marzo, y a continuación las municipales. No se trata sólo de que las izquierdas tengan posibilidades reales de gobernar, sino que con las votaciones se reconstituye poco a poco una legitimidad democrática que, por sombras que presente, se desconocía en el país desde los tiempos de la Segunda República. Los ánimos se rehacen.
Unos amigos de un partido de izquierda me vienen a consultar la campaña electoral que han pensado desarrollar. Me los trae Marco Antonio Alfonso de los Arroyos, que vuelve a experimentar un auténtico sarampión político.
—Sixto, no es que confíe en tu talento como publicitario, pero eres un buen observador, y aquí estos muchachos tal vez estén deformados profesionalmente.
Los muchachos que han llegado a remolque de Marco Antonio me miran como si yo fuera una Real Academia de algo, a la que fatalmente hubiera que consultarle si están bien puestos los acentos. Me explican su plan. La campaña de 1977 fue muy emocional e ideologizante. Ahora se impondrá una campaña de promesas concretas y de delimitación de clientelas. Una campaña que exigirá el empleo de toda la ciencia y la técnica de la publicidad. Hay que tener, pues, muy en cuenta no sólo el lenguaje de la publicidad en abstracto, sino el nivel de receptibilidad concreta del consumidor español y los tics publicitarios que tienen memorizados. Por ejemplo: la necesidad de defender el detergente que ya tiene y le ha dado buenos resultados, o la garantía de la transmisión oral de lo bueno.
—¿Le ha recomendado usted a alguien este detergente?
—Pues a mi cuñada Felisa, a mi vecina Pepita y a una prima de la portera, la señora Paca.
Cambien el detergente por un partido o un político; ¿qué les sale?
—Señora, ¿ha comprobado usted que la Unión del Centro lava más blanco? Ahora me llevo a Suárez.
—No, no, por favor. (Sonrisa astuta del vendedor.)
—¿Y qué haría usted si me lo llevara?
—Pues iría a buscar otro igual ahora mismo.
Les dije a mis amigos recientes que esta utilización me parecía muy adecuada para un partido instalado en el poder, que ya tiene el mercado hegemónico. Pero que los partidos que le disputan esa hegemonía, o que en cualquier caso quieren y necesitan mejorar sus posiciones, no podían partir de esa idea de «defender lo que ya se tiene». Me parecía mejor un «fulano de tal cundía más y no se engancha», o bien «por el aroma de mi hogar» o «Confederación Democrática, un porcentaje hecho con amor». Creyeron advertir cierto retintín en mi voz, y me preguntaron con algún embarazo si yo tenía prejuicios antipublicitarios.
—Pocos. Tal como está RTVE, prefiero ver los spots que los programas. Pero yo creía que una campaña debía aprovecharse para explicar y clarificar políticamente a las masas, sobre todo después del lío que se han armado con el consenso.
—Explicar y clarificar también requiere su tecnología. Imagínese un spot en el que aparecen dos constituciones. Una ha sido lavada en un Parlamento donde dominan las derechas y la otra, en un Parlamento donde dominan las izquierdas.
—Se va usted a hacer un lío con la moraleja y el color. ¿Un Parlamento de izquierdas va a lavar más blanco o menos?
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
23 de enero de 1979, n.º 45, p. 11
La consolidación de la democracia española es una fórmula política abierta a toda clase de interpretaciones porque lo está a toda clase de intenciones. Hay una estrategia de clase defensiva de un determinado status de convivencia. La neutralidad de la expresión «consolidar la democracia» traduce la supuesta neutralidad de la Constitución como punto de partida ordenador de la convivencia. Esta Constitución es el resultado de una determinada correlación de fuerzas, no sólo de las fuerzas políticas cuantificadas en el Parlamento, sino también de fuerzas políticas y sociales cualificadas fuera del Parlamento. Para la derecha a la defensiva se ha llegado al tope de permisividad, y es en ese punto donde hemos de consolidarnos, de solidificarnos. Para la izquierda, la Constitución es un marco o un instrumento que neutraliza la involución y permite la activación de una dinámica política, social y económica que lleva hacia el cambio, hacia las transformaciones sociales.
Cuando la derecha habla de «consolidar la democracia», en realidad trata de paralizarla. Para la izquierda no hay otra posible estrategia que consolidar la democracia haciéndola avanzar sobre un proceso transformador de la sociedad. Las próximas elecciones serán claves para que el país se oriente hacia el cambio o hacia la consolidación de la situación actual, una situación que es en realidad un final feliz para la película de terror del franquismo. Los políticos dicen que la Constitución es un punto de partida y que ahora hay que desarrollarla a través de una cincuentena de leyes capitales que darán la verdadera reglamentación del cambio. Esas cincuenta leyes serán lo que serán según la correlación de fuerzas que haya en el Parlamento futuro y según la presión social que se ejerza desde fuera de las cámaras.
Normalmente, el ejercicio del poder desgasta a las fuerzas políticas en él instaladas. En el caso español, la etapa cerrada ha desgastado por igual a todas las fuerzas políticas, porque el público no ha sabido muy bien dónde terminaba el poder y empezaba la oposición. Hay quien ha querido ver en esta aparente uniformidad la demostración de que la política es intrínsecamente perversa, que «... todos los políticos son iguales» y demás simplezas que, sorprendentemente, no sólo han sido esgrimidas por el público desinformado, sino también por las vanguardias, por esa inmensa minoría bien informada e hipercrítica. Esas vanguardias hipercríticas ejercen su derecho a decir «no es esto, no es esto», pero pueden convertirse en simples profesionales del «no es esto, no es esto». Cuando se les exige que sean consecuentes y aporten iniciativas válidas, se defienden diciendo que su función no consiste en aportar soluciones, sino en denunciar lo que no es.
No hay más cera que la que arde. Empieza a chisporrotear el único cirio que tenemos: una Constitución que debe completarse para ser un auténtico instrumento de transformación. Y esa Constitución será muy diferente si la próxima etapa legislativa se afronta desde una hegemonía de derechas o desde una hegemonía más avanzada. Las derechas han utilizado a la izquierda para crear condiciones sociales pacíficas para la transición. Las izquierdas han instrumentalizado a las derechas para hacer posible la transición, para hacer posible la salida del franquismo. Cada cual guiña el ojo según sus logros, pero lo evidente es que se han dado pasos adelante fundamentales hacia una democracia instrumental. La correlación de fuerzas a obtener en las próximas cámaras será capital para que el proceso democrático español tenga un signo progresista o un signo conservador.
Semanas después de las elecciones legislativas se presentan las municipales, y ahí aparece otro instrumento democrático fundamental. El país se juega ahí la credibilidad democrática. Las Cortes están en Madrid, pero los ayuntamientos están en la esquina de cada una de nuestras casas. Los ayuntamientos están en el grifo del agua corriente, en el autobús, en el Metro, en las calles sin asfaltar de tantos y tantos pueblos, en una política de servicios públicos que da sentido a la democracia moderna. En una realidad política como la italiana, en la que la guerra de trincheras parlamentaria se ha estancado, a nivel municipal, la democracia ha avanzado impulsada por las necesidades de los vecinos, que han pasado por encima de grandes y abstractos intereses políticos de cara a solucionar pequeños y concretos problemas de cada día, pequeños y concretos problemas que afectaban, en primer lugar, a la vida, y, en segundo lugar, a la Historia, con todas las mayúsculas que se le quieran poner a esta señora.
Ya hay dos elementos clave para dar sentido progresivo al futuro democrático: disputar la hegemonía y la iniciativa a la derecha en el Parlamento y conseguir ayuntamientos democráticos que impulsen el cambio mediante la política de las cosas. No termina todo ahí. La vigilancia y la presión social de abajo arriba se ejercen a través de otros instrumentos participativos: los sindicatos, por ejemplo, y organizaciones representativas de la llamada «democracia de base». Los sindicatos han condicionado para bien el proceso político español. Han impedido que cuajara un peligroso bipartidismo que hubiera instalado en España formas de control político, económico y social importadas de la Alemania Federal. En cuanto a las organizaciones de la democracia de base, tienen en España un crédito y un papel muy importantes derivados de la fuerza que adquirieron como instrumentos indirectos de lucha política contra el franquismo. Bajo la dictadura, luchar por un semáforo o por una guardería era luchar políticamente. Bajo esta democracia, la lucha de las organizaciones de base se convierte en una garantía de que la necesidad de cambiar las cosas no se va a perder por los pasillos parlamentarios o entre los sopores de sobremesas políticas.
Hay tantas cosas por hacer que casi podríamos decir que está todo por hacer. Desde esta óptica quedan pocas motivaciones para la desgana y el pasotismo. La única motivación para la desgana y el pasotismo es la evidencia de que un día u otro vamos a morirnos de uno en uno. Es una evidencia jodida. Pero dejar pasar la política como si fuera cosa de otros es una forma de provocar la muerte civil y de dejar espacios vacíos para que los rellene la desesperanza y, en definitiva, la derecha.
La Calle, «Estado de la cuestión, cuestión de Estado»,
6 de febrero de 1979, n.º 46, p. 10
Empieza la guerra de los sondeos. En la Antigüedad se miraban y remiraban las tripas de las bestias más extrañas (desde las palomas a las doncellas) para adivinar el futuro. Ahora los futurólogos se dividen en dos grandes tendencias: los que sacan conclusiones a partir de encuestas con seres vivos y los que sacan conclusiones consultando a los astros. La izquierda pasota se ha pasado a la astrología. Conozco el caso de un buen amigo mío que tiene un completo pasado político y que ahora realiza cartas astrológicas.
Un sondeo preelectoral es un arma publicitaria más. Así nos enteramos que fulanito baja tantos puntos y nos predisponen a que no votemos a los que bajan y votemos en cambio a los que suben. A esto se le llama «voto útil», o, dicho de otra manera, el voto menos inútil. No hay que fiarse de los sondeos que salen de los bastidores de la derecha, ni de los que salen de los bastidores de la izquierda. Por ejemplo, observo mucho interés en anticipar el bajón electoral de Convergència, y me parece que ese interés forma parte de una campaña para que los electores se busquen otros centros, es decir, se centren.
Lo mejor es leerse los sondeos el día siguiente de las elecciones y comprobar aciertos y errores como en esos pasatiempos del TBO, donde hay que adivinar los errores voluntarios del dibujante.
El Periódico de Catalunya, «Catalunya política»,
9 de febrero de 1979, p. 12
La amenaza televisiva se cierne sobre la víscera electoral del ciudadano. Dicen los científicos que la función hace el órgano. Los españoles estuvimos años y años sin votar, pero últimamente estamos votando bastante, y con toda seguridad nos crecerá dentro del cuerpo una víscera electoral adecuada, animal híbrido de cerebro y corazón, de memoria y deseo. Durante las próximas semanas, Televisión Española se va a convertir en un territorio electoralista controlado, controladísimo por la UCD. Hay una normativa electoral que divide los espacios de propaganda entre los distintos partidos y regula la aparición escénica por sorteo. Pero eso es lo de menos. UCD controla Televisión Española y puede hacer «publicidad subliminal» a través de todos los programas y de cada uno de los programas.
¿Qué quiere decir «publicidad subliminal»? Este término técnico significa toda aquella publicidad indirecta que influye sobre el receptor del mensaje sin que éste se dé cuenta de que le están influyendo. El caso más flagrante de publicidad subliminal se dio en aquella película de Stanley Kramer sobre el fin del mundo. Recuerden. Ha habido una explosión nuclear y un grupo de supervivientes viaja desde Australia a San Francisco para comprobar si alguien se ha salvado de la tragedia. La radio detecta un misterioso ruido persistente. No hay duda. Algo vive. Llegan a San Francisco y recorren una ciudad vacía, sin vida. Siguen la pista del ruido y por fin descubren la causa: una botella de Coca-Cola que golpea contra una contraventana movida por el viento. En un mundo destruido lo único que sobrevive es la botella de Coca-Cola.
A través de una programación muy adecuadamente escogida y de unos programas informativos muy celosamente controlados, el partido en el gobierno puede hacer propaganda indirecta de sí mismo y de todo lo que representa: equilibrio entre fuerzas, barrera ante el caos, mal menor entre un pasado terrible y un futuro problemático. La televisión seguirá siendo el principal condicionante de decisión electoral, seguida de cerca por la radio y a mucha distancia por otros medios visuales: vallas, carteles, folletos, octavillas, actos públicos. La prensa aparece en último lugar, condenada a ese farolillo de cola por culpa del subdesarrollo fatal que en este país padece la información impresa. Y repito «fatal» porque ese subdesarrollo es irreversible. Otros países han penetrado en el imperio de los medios audiovisuales por sus pasos lógicos y contados. España ha pasado directamente del subdesarrollo de una prensa «protegida» por el franquismo al subdesarrollo de una prensa condenada por la baja audiencia y la competencia de los medios audiovisuales.
Televisión y radio van a ser, pues, las niñas mimadas de la publicidad política. Los programadores políticos pueden caer en el error en que cayó UCD ante el referéndum: empachar al receptor. Después de épocas de penuria se suele pasar al exceso de alimentación. Nunca hubo más gordos en España que en los años cincuenta, cuando, terminado el racionamiento, las gentes se pusieron a comer todo lo que pudieron para compensar lo poco que habían comido en el pasado. En cuanto a los mensajes políticos, padecemos un empacho similar. Nos van a llenar el cuerpo como a las ocas francesas, mediante el embudo televisivo, para que se nos engorde el hígado y se pueda producir más foie gras.
UCD va a acuñar la imagen de su insustituibilidad. Si fue imprescindible para el tránsito, es ahora imprescindible para asegurar el futuro.
El PSOE va a lanzarse decididamente a presentarse como alternativa de poder. Va a dar, pues, una imagen de «gobierno en la sombra» a la manera como suelen comportarse los laboristas ingleses cuando no ocupan el poder. Alguien de UCD comentó sarcásticamente que el manifiesto electoral del PSOE parecía una referencia de un consejo de ministros. Por ahí van las cosas.
La Confederación Democrática va a ser la alternativa de la derecha que tratará de capitalizar todos los deterioros de la imagen de UCD. Se presenta como imprescindible para conseguir la tranquilidad del capital y de los «poderes fácticos».
El Partido Comunista va a arremeter contra el bipartidismo latente y va a vender la idea de que sólo un aumento del voto comunista garantiza una próxima legislatura democrática y al servicio de los trabajadores. «Pon tu voto a trabajar», dice el estribillo de la canción electoral del PC.
Los cuatro temas centrales tienden a dar idea de imprescindibilidad. Los cuatro grandes son tan necesarios que si no existieran habría que inventarlos. Eso nos va a decir uno y otro día Televisión Española.
Que no se pasen.
Interviú, «El enemigo en casa»,
8 de febrero de 1979, n.º 143, p. 57
LA BIPARTIDIZACIÓN PRIVADA ES UN ROBO
La conjura para bipartidizarnos ha fracasado. En España, por los pelos, por muy pocos pelos, con lo que es posible que vuelva a intentarse. En Catalunya ha fracasado con todo el equipo, y a estas alturas las cuatrillizas de oro (PSC, PSUC, Convergència y UCD) se aprestan a un nuevo combate electoral, el de las municipales, en el que nuevamente se intentará vender la mercancía bipartidista.
Las pasadas elecciones han demostrado que, si Convergència de Catalunya y el PSUC no existieran, habría que inventarlos, porque el electorado los necesita para dar sentido a la política catalana.
Que Catalunya necesita proyectarse a través de cuatro partidos es una demostración de mayor sedimentación social, de mayor complejidad y riqueza políticas. El bipartidismo imperfecto vigente en Alemania es un bipartidismo de guerra fría, un bipartidismo de laboratorio norteamericano, es un bipartidismo congelado y preguisado, envuelto en papel de estaño, para meter en el horno cinco minutos y comer bien caliente.
El bipartidismo que se trata de meter en España responde a un esquema de caciquismo: las fuerzas vivas de cada pueblo para UCD; y el farmacéutico volteriano, votante del PSOE, al igual que el zapatero y el herrero. La bipartidización es un robo, un expolio histórico. No tiene nada que ver con lo que ha sido la historia reciente del país, ni con las necesidades del presente. Catalunya lo ha demostrado, y Euskadi, y Andalucía. Es decir, zonas del Estado donde se cuecen guisos de verdad, donde hay auténtica cocina popular.
El Periódico de Catalunya, «Catalunya política»,
4 de marzo de 1979, p. 12
En el más viejo y puro estilo de líder de la derecha acorralada, el señor Adolfo Suárez centró su última alocución preelectoral al país en un «O nosotros o el caos». El resultado de las elecciones permite anticipar que nos quedamos con la Unión del Centro a cuestas y con el caos a cuestas. Estas elecciones fueron convocadas, en teoría, para clarificar las cosas, y sólo han servido para demostrar que las cosas no están claras. Cuantitativamente, UCD puede haberlas ganado. Cualitativamente, las ha perdido. Las ha perdido en la España social, política y económicamente decisiva, las ha perdido en aquella geografía más conflictiva del Estado. Armada cuantitativamente, desarmada cualitativamente, UCD se asoma al futuro político sin fuerza política propia para solucionar nada de lo que hay que solucionar.
Durante los primeros días las especulaciones caminarán por los senderos preestablecidos de las tácticas y estrategias singulares de los partidos. UCD dirá: «Podemos gobernar y gobernaremos». El PSOE podrá frotarse las manos en público y exclamar: «Ahora veréis lo que es una oposición». El PCE pondrá sobre la mesa sus diputados de más. Pero los resultados electorales no pueden satisfacer ni al conjunto ni a los bandos de las fuerzas sociales y políticas. ¿Qué ha ganado la patronal? ¿Qué ha ganado la clase obrera? Lo único que demuestran es una crisis latente de Estado, evidenciada por ese impulso de las fuerzas nacionalistas que se crecen y asoman por todos los descosidos del centralismo.
O se impone de nuevo una cierta corresponsabilidad democrática para salir del atasco, o el país va a quedar en el atasco mucho más varado que antes. Difícil esa «corresponsabilidad» a la vista de cómo la instrumentaliza UCD. Difícil esa corresponsabilidad a la vista de la gastada paciencia obrera. Difícil esa corresponsabilidad ante el numantinismo empresarial. Difícil esa corresponsabilidad cuando las «soluciones políticas» al problema de Euskadi no quieren decir lo mismo para cada una de las fuerzas políticas en presencia, y no quieren decir casi nada para la fuerza política hegemónica en el Estado: la Unión del Centro Democrático.
Estas elecciones prefabricadas responden a la voluntad de un caos prefabricado, que se traduce en votos para la derecha. UCD convocó estas elecciones dirigiéndolas y ha interpretado una exagerada farsa de inseguridad —reforzada por la encuesta de El País— para que el voto del miedo se metiera en sus urnas. No sólo el voto del miedo de las derechas, sino incluso el voto del miedo de un electorado izquierdista tibio, que en el último momento tuvo miedo de ganar apostando por la izquierda. Y, además, como guinda de pastel ahí queda esa abstención espeluznante que en las zonas política, social y económicamente más determinantes del país es una abstención con elevado tono izquierdista, es el precio político pagado por una imprescindible política de corresponsabilidad mal explicada por la izquierda y bien instrumentalizada por la derecha.
Al día siguiente de una noche tensa, en la que lo agridulce es el mal menor entre lo dulce y lo agrio, la ausencia de comunicados de los partidos a bote pronto demuestra que no saben cómo despejar esta pelota. Dentro de unas horas será diferente. Los líderes habrán dormido y la almohada les habrá dado el único consejo posible: hay que seguir a la expectativa, a lo que salga o se presente, porque la correlación de fuerzas sigue siendo una correlación de debilidades y en febrero ha subido hasta el precio del pollo congelado. Pobre animal. Se le convierte en un producto casi sintético con sabor a gamba podrida llena de plumas de flamencón, se le congela para más «inri» y además se le sube el precio. El pollo. Ésa es el ave simbólica del Estado y del país, enterradas las águilas y los loros.
Esta tarde los estados mayores se reunirán y harán lo más sensato posible: preparar las municipales y recuperar el hilo cortado en el exacto punto de la convocatoria electoral. La izquierda no puede quedarse en esa actitud. Le quedan tres o cuatro semanas para explicarle al país que ha elegido el caos, que de ese caos sólo puede salir metiendo en los ayuntamientos esa claridad popular de la que carecerá la vida parlamentaria. Durante cuatro años la democracia deberá ser empujada desde los ayuntamientos y desde el movimiento obrero y popular. Empujada, digo. No zarandeada, porque no está la buena señora para zarandeos. Hemos gastado tiempo, dinero, confianza y esperanza para llegar a un punto de partida calcado del punto de llegada después del referéndum.
Vosotros y el caos, señores de UCD. Afortunadamente, la izquierda actual está preparada para asumir fracasos o triunfos insuficientes. Le habrá costado, pero en veinte meses ha tenido el suficiente tiempo para descubrir que no sois tan tontos como quisiéramos, ni tan listos como para no pasaros de listos.
La Calle, «Estado de la cuestión, cuestión de Estado»,
6 de marzo de 1979, n.º 51, p. 13
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Las elecciones legislativas no disuelven la confusión política: gobierna de nuevo la UCD de Suárez sin una mayoría clara, mientras que el PCE no ha conseguido los resultados previstos. De inmediato se convocan las municipales, el 3 de abril. La crisis económica aprieta, se suceden diferentes protestas en la calle y la izquierda, ahora sí, se siente ganadora. Sólo teme al desánimo popular.
OTRO REFERÉNDUM SOBRE EL FRANQUISMO
Los cuarteles generales políticos temen que la abstención para las municipales sea de escándalo. Es posible que en los pueblos medianos y pequeños la abstención descienda con respecto a la de las elecciones generales, porque en esos pueblos medianos y pequeños se vota al «Pepet» o a «la filla de can Roure», pero en las grandes ciudades las municipales son como la segunda parte de una película que ya tuvo más de un 30 por ciento de abstenciones.
La gente está pasota. No se creen que de su voto depende una vida municipal controlada por cuatro chorizos o por las clases populares. Todas las reservas habidas y detectadas ante las elecciones generales se han agrandado y agravado porque la victoria relativa de UCD promete cuatro años de los mismos y para lo mismo. Sólo una victoria de la izquierda en las municipales puede evitar que la derecha se pase por la piedra a medio país.
Las derechas se han unido para defender los muchísimos intereses que tienen en juego sobre el tablero electoral. Las izquierdas parlamentarias dicen que se unirán más adelante. Cada tenderete de izquierda extraparlamentaria monta la tómbola por su cuenta. Cada abstención va a ser un voto al orden municipal establecido. En el fondo del fondo, estas elecciones municipales son el verdadero referéndum sobre el franquismo: o el continuismo a cuarenta años de franquismo municipal y lo que cuelga de centrismo o la auténtica democratización de instrumentos de transformación al alcance del pueblo.
El Periódico de Catalunya, «Catalunya política»,
21 de marzo de 1979, p. 11
Los jóvenes vuelven a alborotar la ciudad, no siempre entre la comprensión de los adultos. Los adultos suelen ser animales competitivos con los codos duros y tanta desmemoria hacia atrás como falta de esperanza hacia delante. Los tiempos cambian, mejoran y empeoran. Los adultos no se explican la crispación juvenil porque están magnificando su propia crispación, porque están alienados en su propia crispación. Si no fuera así, comprenderían que ser joven hoy no es ninguna ganga. No hay espacio. No hay trabajo.
Y para los que se abre el horizonte del estudio y la profesionalización, ¿qué hay después? Los partidarios de la selectividad saben que el mercado de trabajo profesional está saturado y que seguirá estando saturado mientras el capitalismo siga administrando la crisis en su provecho. Pero a una juventud no se le puede ofrecer el horizonte de la selectividad, porque eso no es un horizonte, eso es un muro en el que se rompen el cuerpo y el alma.
Antes, los estudiantes corrían protestando contra el franquismo y a veces volvían de la manifestación seis años después, tras haber pasado por tribunales y cárceles.
Ahora los estudiantes corren protestando contra algo mucho más duro y canallesco: la amenaza de asfixia en una sociedad tan democrática como insolidaria.
El Periódico de Catalunya, «Catalunya política»,
23 de marzo de 1979, p. 13
Narcís Serra ha precisado que la política municipal a desarrollar por el conjunto de las fuerzas progresistas debe corresponder al sentido del voto del 3 de abril. Los que han votado han apostado mayoritariamente por una política progresista basada en la honestidad y en la transformación positiva. La honestidad no se discute. Las fuerzas progresistas son honestas, y a partir de este momento podrá decirse que los chanchullos municipales se han acabado.
Una política de transformación va a ser más difícil. No sólo no hay dinero, sino que hay deudas, y deudas de susto. Hay que forcejear para que el Estado absorba esa deuda, para que el Gobierno no haga política de partido asfixiando a los ayuntamientos progresistas y para que cada ayuntamiento tenga sus propios instrumentos de reforzamiento económico. El fracaso de la futura política municipal progresista sería no sólo el fracaso de unos políticos municipales concretos, sino también el fracaso de unos votantes. A las puertas de los ayuntamientos han quedado los beneficiarios del viejo poder esperando la ocasión para volver a meterse dentro.
Defender los ayuntamientos progresistas, respaldarlos, prestarles una ayuda sin reservas va a ser fundamental para que el proceso de cambio sea real y vivamos para verlo. Es difícil abandonar la mentalidad oposicionista, pero en la mayor parte de Catalunya por primera vez en muchos años habrá que estar a favor del poder. Del poder municipal, se entiende.
El Periódico de Catalunya, «Catalunya política»,
10 de abril de 1979, p. 11
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Los resultados de las municipales suponen la primera gran derrota de UCD, permiten a la izquierda gobernar cerca de los ciudadanos y expresan que gobernar España no tiene por qué quedar lejos. En el otro lado, aparecen los temores a un Frente Popular.
LOS DEMONIOS FAMILIARES DE LA DERECHA
L’Aurore comentaba el panorama político español después de las municipales y señalaba el riesgo de que se conformase un Frente Popular, uno de «... los demonios familiares de los españoles». ¡Diablos! Ya reaparecen los demonios familiares en boca de la derecha. La última vez que el demonio del Frente Popular sobrevoló los tejados de España fue en 1936, y era un Frente Popular en el que los componentes ideológicos dominantes estaban a la derecha de Fernández Ordóñez. Cuando UCD sentó sus reales el día de la investidura sobre el pacto con la derecha de Coalición Democrática, ni una pluma de derechas se sacó el demonio de la manga. Aquello, al parecer, no era política de bloque. Aquello no era un intento de aislar al PSOE y desbancar a los comunistas. Aquello era una Santa Alianza de inspiración divina y una aplicación afortunada de la verdad revelada.
El fracaso político de UCD ha sido de escándalo y su propia conducta postelectoral aumenta el escándalo. Los programadores del partido gubernamental habían soñado el cuento de la lechera: «Hacemos una política de consenso para ganar credibilidad democrática; conseguimos una Constitución ambigua que nos permita “desarrollarla” según nuestro recto entender; nos apuntalamos como mayoría en el Congreso y vamos al copo en las municipales; y la izquierda agradecida porque les hemos dejado lugar, y nosotros contentos porque nos aseguramos el poder durante cuatro años». No sólo se ha desvanecido este cuento, sino también otros cuentos sectoriales que UCD se había contado a sí misma y se los había creído. Por ejemplo, el cuento de que podía relativizar la presencia del PNV en el País Vasco o el cuento de que UCD podía ser una alternativa catalana al centro de Convergència i Unió. La política de UCD en el País Vasco sólo ha conseguido apuntalar al PNV y fortalecer la alternativa radical nacionalista. En cuanto a Cataluña, el fracaso estrepitoso del partido gubernamental ha significado la definitiva implantación del pujolismo.
Ahora UCD acusa a la izquierda de «bipolarizar» la política española. Los decretos económicos de diciembre enarbolados por Abril Martorell, ¿no eran «bipolarizadores»? ¿No creaban el bando empresarial refugiado bajo las faldas del poder y el bando de todos los demás que tenían que ganarse el convenio en la calle? ¿Aquello no era resucitar «demonios familiares»? Está visto que la izquierda tiene la exclusiva responsabilidad histórica de resucitar demonios familiares y la exclusiva histórica de pagar sus consecuencias. Ya durante la Segunda República un diputado de derechas llamado Díaz Ambrona dijo: «Como sus señorías traten de quitarme las tierras con las encíclicas en las manos, me hago ateo». Ahora los señores de UCD, ante la simple evidencia de que han de compartir el «poder factual» en España, desentierran el hacha de la guerra ideológica y verbal.
En este país el único sector social, político y económico que ha tenido demonios familiares ha sido la derecha. Cada vez que ha visto el diablo en el campo ajeno tenía el infierno en el propio. A UCD le cuesta admitir que no tiene la hegemonía política en España y que tiene que adecuar su juego político a esta evidencia democrática. El drama de este país es que la derecha nunca se ha resignado a perder o a relativizar su hegemonía y ha preferido el homicidio colectivo a la abdicación de sus privilegios seculares. La izquierda ha dado pruebas de una responsabilidad histórica ejemplar a la hora de negociar una Constitución neutra, a la hora de moderar la lucha sindical y a la hora de plantear moderados programas de transformación desde los ayuntamientos. Al parecer, ésa era su obligación. Salir de las cárceles y de las catacumbas para aguantarle la palangana al poder.
El nerviosismo gubernamental tiene su explicación. Los que están en el secreto del sumario saben que han de rendir cuentas a padrinos muy exigentes, a los que se vendió la seguridad de que la transición española estaba «atada y bien atada». Esos padrinos hay que buscarlos en algunos bancos, en algunos despachos empresariales y en tres estados mayores de la política occidental. No hay condiciones objetivas ni subjetivas como para romper la baraja, y por mucho cuento verbal y terrorismo de nómina que se le eche al asunto, parece difícil que se creen esas condiciones. Un test de que la lucidez pudiera serle impuesta al Gobierno por sus propios padrinos lo constituye la actitud de la patronal del Baix Llobregat, la famosa SEFES. Famosa por sus actitudes intransigentes, de guerra fría empresarial, que culminaron días antes de las elecciones municipales al advertir que los empresarios no invertirían en los municipios donde hubieran ganado los «marxistas».
Pocas horas después de las elecciones municipales, SEFES acogía con agrado la propuesta de un dirigente de CC.OO. y del PSUC, Carles Navales, para crear comisiones mixtas de empresarios y trabajadores que abordasen los problemas de empleo y rentabilidad económica en el Baix Llobregat. Supongo que este cambio de actitud estaba motivado por la evidencia de que, tras el resultado electoral que daba una aplastante victoria a los «marxistas» del Baix Llobregat, los empresarios de SEFES han de elegir entre invertir en el marxista Baix Llobregat o exiliarse económicamente e invertir en el pueblo de Adolfo Suárez.
Si los padrinos se resitúan y aceptan la normalidad de una situación normal de poderes políticos, económicos y sociales equilibrados, los muchachos de UCD tendrán finalmente que aceptarlos. Nunca hay que ser más papista que el Papa. Y mucho menos que el Papa actual, tan dispuesto a creer en el diablo.
La Calle, «Estado de la cuestión, cuestión de Estado»,
17 de abril de 1979, n.º 56, p. 15
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En Interviú, continúa la crítica acérrima de una televisión pública nefasta que tiene algunos contadísimos aciertos, como la serie británica Los Roper, un encuentro semanal con el humor que en ocasiones palidece. Y el periodista, además, aprovecha para destacar el éxito del semanario que, asegura, leen 2 millones de personas.
Desciende la aceptación de la serie británica Los Roper. El público y la crítica siguen reconociendo el ingenio del guión y la validez de los tipos, pero empiezan a darse cuenta de que la serie se sucede a sí misma, en una terca voluntad de durar, viviendo de la renta de éxitos pasados y sin querer darse cuenta de los primeros bostezos. Es cierto que el matrimonio del piso de abajo fue el gran hallazgo de Un hombre en casa, pero también es cierto que la serie anterior disponía de mayores elementos para la diversificación y para encontrar variantes argumentales. Unas veces la historia se sostenía sobre Robin y cualquiera de sus dos inquilinas; otras veces era el caradura del vecino del piso de arriba, y siempre los Roper en la retaguardia aguantando con su picaresca de vaudevil los guiones más débiles.
Había otro ingrediente más que enriquecía la propuesta televisiva de Un hombre en casa: el erotismo. La convivencia entre Robin y las dos chicas siempre aparecía entre lo equívoco y lo ambiguo. Se establecía una tensión erótica aunque irónica entre Robin y Cris, esa tensión que se rompe en el último capítulo cuando la recién casada besa a Robin como si fuera a hacerle un lavado de estómago. Este ingrediente ha desaparecido en la serie de los Roper. El erotismo siempre es burlesco, basado en la impotencia crónica de George, y todo erotismo burlesco no es erotismo. Nunca hay que hacer excesivas bromas con los placeres fundamentales, la gastronomía y el sexo, porque si se insiste en la broma se acaba no percibiendo el sabor ni de la comida ni de lo otro.
La nueva serie está insuficientemente arropada de personajes. El joven matrimonio de parvenus y su repelente niño Vicente constituyen un hallazgo, pero son elementos insuficientes para respaldar a los Roper. Podrían haber constituido un contrapunto erotizador, pero no lo son, por culpa del marido, claro. Porque estos personajes de contrapunto son iguales que los Roper, con quince o veinte años menos y con un nivel de vida y cultura superior. Pero, en el fondo del fondo, el joven ejecutivo de la casa de al lado es tan calculador, rastrero, egoísta como George. Y su mujer acumula tantas frustraciones como Mildred, frustraciones insuficientemente compensadas por el monstruito con gafas.
En la serie Un hombre en casa había dos mundos complementándose: el del piso de arriba y el del piso de abajo. En el de arriba se fumaba de vez en cuando un «porro», en el de abajo las colillas de puro al alcance del mezquino George. En la serie actual no hay dos mundos complementarios, el nuevo y el viejo, sino un antes y después del chocolate, porque lo único que separa a los Roper de sus vecinos es la biología. En el fondo ambos matrimonios comprenden el mundo desde una óptica pequeño burguesa en la que sólo destaca la paradójica rebeldía nihilista de George: un pasota de la vieja guardia.
Menos rica en tipos, la nueva serie lógicamente es menos rica en situaciones, y cualquier espectador descubre cada semana fallos de ritmo y una cierta impotencia para resolver cada guión. Y eso es grave, sobre todo si tenemos en cuenta la brevedad de los capítulos. Desconozco lo que queda por programar y no sé si los creadores de la serie fueron conscientes de las insuficiencias aparecidas y trataron de enriquecerla con la incorporación de nuevos tipos. De no ser así, el actual ciclo acabará muriendo entre la indiferencia general y es una lástima, porque reúne suficientes elementos atractivos como para merecer la salvación. El elemento más atractivo es el reflejo de un talante vital perfectamente reflejado en el sistema de vida del matrimonio joven y en las frustradas aspiraciones de Mildred. George es el terrorista cínico y egoísta que no ha querido integrarse en la sociedad competitiva y vive en su vacuola de picaresca, del seguro de paro, de lo que gana a veces su mujer, de la jarra de cerveza a la que se autoinvita siempre que puede. Es un «pícaro» con calefacción y agua corriente.
Aunque parece poco verosímil que en un país industrial alguien pueda tener una casa como la de los Roper sin necesidad de trabajar y viviendo del seguro de desempleo, la picaresca de George era necesaria para marcar el contrapunto con el universo «ejecutivo» del vecino y con el universo de nuevos ricos de la hermana de Mildred. Si George hubiera sido un obrero cualificado de las Trade Unions, tanto Un hombre en casa como Los Roper hubieran parecido un sainete laborista aburridísimo. La falsificación social de George, su cualidad de tipo fronterizo, permite establecer igualmente la contradicción sin establecer catequesis.
Pero a pesar de este enorme interés sociológico que sigue teniendo la serie, dudo que el telespectador español la aguante mucho tiempo más. No sólo de sociología vive el telespectador. De sociología sólo viven, y no muy bien, los profesores de sociología.
Interviú, «El enemigo en casa»,
3 de mayo de 1979, n.º 155, p. 83
Cada mes recibo cinco o seis noticias catastróficas sobre Interviú o sus gentes. Por ejemplo: Zeta ha hecho suspensión de pagos y Antonio Asensio se ha metido en la Legión Extranjera, la Trilateral ha declarado la guerra a Interviú porque la revista ha demostrado que los niños y las niñas son diferentes, el monopolio europeo de fabricantes de tinta china se ha negado a venderle más tinta china a Interviú por publicar las fotos del pene incorrupto de Confucio, Su Santidad ha demostrado que leer Interviú es pecado (pecado mortal, naturalmente), un sabio de Madrid, otro de Barcelona y un tercero de Tudela sostienen que los largos dos millones de lectores que tiene Interviú son imbéciles.
Ante tanta catástrofe, cada semana le pregunto al quiosquero.
—Se vende menos, ¿verdad?
—No. Ahora se vende más que ayer pero menos que mañana.
—¿A qué atribuye usted eso?
—A la herencia del franquismo, al anticiclón y a lo caro que se ha puesto el pescado.
Cada semana me compro Interviú para leer lo que yo escribo y para comerme las páginas de desnudos. Primero me como las páginas de la muchacha avirginada sin excesos y luego las de la mujer madura como las chirimoyas mismas. Los médicos dicen que moriré pronto. Son páginas cargadas de colesterol. ¡No sabe usted lo que ponen en los papeles de hoy! Ni caso. Durante los años del racionamiento no se cansaban de repetirme que me moriría de avitaminosis o de raquitismo. Si no pudieran amenazar con la muerte, ¿qué sería de los médicos?
Las páginas sobrantes las planto en mi jardín y una vez más, en abril, han brotado flores del mal que se parecen mucho a los rostros que odio. Las dejo crecer y en agosto... ¡zas!, las corto y se las mando al director de Interviú para que las publique en las páginas de trasplantes de polla y pollo.
Interviú, especial III aniversario,
17 de mayo de 1979, n.º 157, pp. 86-87
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Por su lado, el semanario La Calle no encuentra su público. A lo largo de 1979 emprende un cambio de orientación, más ligera y menos politizada, que no consigue sufragar las pérdidas. Vázquez Montalbán sigue como máximo responsable del área política de la revista. «La Capilla Sixtina» se desdibuja porque Encarna aparece poco mientras se mantiene un tono tenso por una situación especialmente difícil por la mezcla del terrorismo con el peligro de un golpe de Estado.
Las acciones emprendidas por el terrorismo en el litoral mediterráneo constituyen una auténtica faena económica, pero también una faena sociológica. Los sociólogos del turismo querían enterarse de la repercusión del aumento de precios en las alzas o bajas del turismo y ahora se les ha colado el impacto de balas y goma-2 como causa privilegiada. Mientras se trataba de asesinar a Gabriel Cisneros y de arruinar la industria turística del Mediterráneo español, el señor Olarra se arruinaba en solitario y moría con él el mito del neoempresario agresivo (en el sentido ejecutivo del término) que se ha hecho a sí mismo. Cada día es más grave que el anterior y, sin embargo, el cuerpo aguanta. Nos lo habían dicho nuestros mayores cuando les interrogábamos sobre cómo habían podido resistir las calamidades de la guerra. El hombre (y sobre todo la mujer) es capaz de superar todas las dificultades mientras conserva espíritu de supervivencia. Nosotros, los españoles de la transición, gozamos de un espíritu de supervivencia movido por energía nuclear. Sobrevivimos día a día en un duro forcejeo con el infarto de miocardio.
Al poco de comenzar el tiroteo emprendido por ETA y el GRAPO contra el proceso de reforma, ya escribí que deberíamos acostumbrarnos a convivir con el miedo y la inseguridad. No son compañeros de todos los países inacabados, y España es uno de los países más inacabados de Europa. Se ha detenido el ritmo optimista del desarrollo económico capitalista y algunos países llegan a ese final bien pertrechados para que el sistema sobreviva sin graves zarandeos. Son los países hiperindustrializados, de potente comercio exterior y en condiciones de presionar o pactar para lograr mantener las relaciones de dependencia con los países productores de materias primas. Esa seguridad de instalación repercute en su propio equilibrio interior. No hay graves trastornos sociales. La superburguesía paga impuestos elevados a regañadientes y las otras clases sociales se benefician del estatuto de dominio imperial internacional. En cambio, otros países llegan a ese final de optimismo desarrollista en pelota viva, después de haber vivido al día durante años y años de aplazamiento e improvisaciones. Éste es el caso de España. La crisis económica salpica de gasolina al país entero y los bombazos del terrorismo crean las condiciones básicas para el incendio. De seguir esta situación, el Parlamento será una isla a la deriva, donde la orquesta trata de ponerse de acuerdo para tocar «El Danubio azul» mientras el país, a lo lejos, arde por sus cuatro costas: las tres costas de mar y la costa del Manzanares.
Maldito sea el día en que me pregunté: «¿Contra Franco vivíamos mejor?». Porque ahora veo repetida la frase sin interrogantes y utilizada como una afirmación clara de que hasta la izquierda necesita del franquismo para legitimarse. Pero, con todo, esta majadería no es tan grave como el comentario que ya cunde escandalosamente entre todas las capas de la población. «Esto con Franco no pasaba.» El Gobierno y la democracia van a pagar un dramático precio por la no desfranquización de España. Se debía haber explicado al país cuál era la verdadera obra del franquismo, basada precisamente en la estrategia de aplazarlo todo, conservarlo en el formol histórico del terror o de la disuasión. La crisis de Estado que hoy tan dramáticamente se encarna en la lucha de ETA pasa por el bombardeo de Guernica durante la guerra civil y por los cuarenta años de ocupación franquista del País Vasco. ¿Por qué no se le ha dicho esto claramente al conjunto del pueblo español para que entienda que el problema vasco no ha nacido de la nada, de la noche al día, producto de la torpeza o de la indecisión de los alegres y confiados muchachos de UCD? Tampoco se le ha dicho al país claramente que la guerra de España, emprendida por obra y gracia del miedo reaccionario a perder privilegios, situó al país a un nivel de desarrollo inferior al de 1931 y que de esa condición no se salió hasta la década de los sesenta relanzando la economía artificialmente por el boom del turismo, la inversión exterior y la exportación al extranjero de mano de obra sobrante. Como no se le ha dicho, ahora la crisis económica se asocia a la impotencia de la democracia para perpetuar la «paz» y la «tranquilidad social» indispensable para seguir el desarrollo económico.
No se le ha dicho al pueblo que España internacionalmente ha sido durante el franquismo el hazmerreír del mundo y que sólo la protección americana dio cara y ojos internacionalmente al país más apestado del universo. Desde esa situación de impotencia internacional, el ser o no ser de la política exterior española ha pasado desde hace más de veinticinco años por el querer o no querer del Departamento de Estado. Y eso se nota tanto a la hora de comprar petróleo como a la hora de pescar con tranquilidad o con intranquilidad. En fin, el no haber despiojado el país de la real y profunda miseria del franquismo ha condicionado este talante colectivo entre crispado y cínico que se extiende como una negra marea de petróleo y que un día cualquiera podrá justificar cualquier barbaridad, sin duda transitoria, para volver a «los felices sesenta» y volver en realidad a los no menos «felices cuarenta», felices para según quien. Ni siquiera desde una óptica de reformismo burgués a la defensiva se hace el menor esfuerzo para frenar ese proceso de deterioro de la confianza colectiva en la democracia. Una prueba mínima, pero prueba al fin. Un programa televisivo como Sombras del ayer, que podía haber sido una inteligente y didáctica revisión crítica del franquismo, no es otra cosa que una apología indirecta de la «paz franquista», la paz de los fusilamientos, los exilios y el miedo. No hay duda que asistimos a un insuficiente compromiso con la democracia de todas las fuerzas sociales y políticas hoy en el poder. Para esas fuerzas, la reforma democrática que han impuesto es un ensayo al que prestan la voz, pero no siempre la cabeza. Saben que si fracasa la reforma podrán colocarse a la sombra del nuevo poder, callarse durante una temporada y volver a intentarlo paulatinamente. La democracia para ellos es una operación especulativa que puede salir bien o mal, pero que no les convierte en fuerzas o clases en peligro. No es que lleven el franquismo en la sangre. Lo llevan en la recámara.
«La historia más triste es la de España, porque termina mal...», escribió Gil de Biedma en su sextina. La historia más triste es la de España, en efecto, porque nunca ha permitido a sus víctimas algo más que la piedad balsámica del agua fugitiva entre los dedos.
La Calle, «Estado de la cuestión, cuestión de Estado»,
10 de julio de 1979, n.º 69, p. 11
Tal vez cuando salga este artículo a la calle, ya se habrá producido el golpe de Estado del que tanto se habla. Golpe de Estado con Rey o sin Rey, civil o militar, tal vez civil-militar. Todas esas combinaciones especulativas están en la calle y hasta ha circulado la palabra «directorio», en una clara evocación bonapartista que pronto daría paso al proyecto de imperio y a la consagración de un Napoleón. El señor ministro de Defensa ha querido demostrar la autoridad del Gobierno convocando en Madrid al general Milans del Bosch y atacando furiosamente a Telesforo Monzón, después de la evidente provocadora rueda de prensa que el viejo abertzale protagonizó en Madrid. Pero a pesar de la energía verbal demostrada por el Gobierno, la calle no está tranquila y aguarda estremecida como los espectadores víctimas de la tragedia aguardan el desenlace fatal.
Y así no se puede vivir, ni convivir, ni jugar al palé de la construcción democrática. No sostendré yo la teoría de que la democracia es la única posibilidad española de cambiar las cosas. Si las fuerzas revolucionarias disponen de más destructores, caza-bombarderos, helicópteros, tanques y misiles tierra-aire que las Fuerzas Armadas, es posible que puedan cambiar las cosas. De momento, al paso que van, sólo consiguen liarlas, colocando a todo lo que está vivo en este país, desde los políticos hasta los conejos, en un bosque incendiado y sin salida. Sospecho que la única salida es mantener un toma y daca hasta que la negociación sea irremediable. Hacerle ascos a esta salida es hacerle ascos a la razón y a la lógica de las cosas, o abonar la única alternativa posible: la ocupación manu militari de Euskadi y el inicio de una represión sin cuartel que separaría para siempre a Euskadi de cualquier proyecto histórico del nuevo Estado español. Además, una ocupación manu militari de toda España y el inicio de una represión sin cuartel y de cuartel que reproduciría las condiciones de una factual guerra civil. A esta alternativa no puede apuntarse ninguna persona sensata, sea civil o militar. Sólo pueden apuntarse los nostálgicos que aprovecharían esa alternativa para la restauración feroz porque daría cauce a la mala leche acumulada en muchos cerebros y en muchas manos durante estos cuatro años de arrinconamiento histórico.
El Gobierno puede hacerlo peor o mejor, pero hay que reconocer que es difícil gobernar esta situación bajo la amenaza constante del golpe. Para la estrategia de las fuerzas parlamentarias, era vital llegar al referéndum del 25 de octubre y auscultar los resultados para ver si eran suficientes presagios de un final político para la cuestión vasca. En ese empeño apostaban todas las fuerzas político-parlamentarias del Estado, incluidas las de Euskadi, con excepción de las conectadas ideológicamente con ETA-militar. El resultado del referéndum mediría el rechazo del pueblo vasco a la solución violenta, pero no significaría el cese de la violencia. ETA-militar no va a meter sus armas en un desván, ni siquiera transitoriamente, ante el resultado de un referéndum que puede denunciar como producto de la propaganda oficial, de la traición del PNV como resultado del miedo a la involución. Sea cual sea el balance del 25 de octubre, ETA seguirá asestando golpes, y aparentemente el referéndum y el Estatuto serán hitos inútiles en un proceso que nació frustrado. Supongo que a estas alturas el Gobierno y el conjunto de las fuerzas políticas vascas pro Estatuto ya son conscientes de que el happy end no está cercano. Pero es indudable que un apoyo importante del pueblo vasco al Estatuto hubiera debilitado la alternativa de la violencia y hubiera fortalecido la presión de las fuerzas políticas parlamentarias para una solución pactada.
Es difícil utilizar la lógica, la razón, en un proceso lleno de metralla y de sangre. Es difícil razonar fríamente rodeados todos de cadáveres aún calientes. Pero no razonar o hacerlo insuficientemente equivaldría a precipitarnos en una catástrofe perfectamente imaginable si se tiene imaginación. Hay quien opina que un golpe de Estado es técnicamente imposible y tal vez tenga razón, o en cualquier caso siempre tendrá en el futuro tema de reflexión sobre cómo se pudo producir un golpe de Estado que era técnicamente imposible. Lo necesario es que el país reaccione contra el chantaje del golpe como factor perpetuamente condicionante de la vida política española. No se puede gobernar ni mejor ni peor bajo esa amenaza; simplemente, no se puede gobernar. Y lo que es más grave: bajo esa amenaza se paraliza toda posible acción real de la oposición en un momento en el que hay mucho a que oponerse.
Siento pecar de pusilánime o de reformista, pero agradezco el hecho de que existan militares que, a pesar de formar parte de un ejército vencedor en una guerra contra instituciones democráticas, alejan de sí la tentación del golpe y sitúan la razón por encima del instinto. No creo que esa actitud proceda exclusivamente de una voluntad biennacida de rechazar la matanza como perpetuo final de la fiesta política española. Creo que esa actitud procede de la aplicación de la razón a la política. Pero incluso esos militares lo van a tener muy difícil ante el próximo atentado. Y lo habrá.
La Calle, «Estado de la cuestión, cuestión de Estado»,
2 de octubre de 1979, n.º 79, p. 11
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En octubre gana el Premio Planeta con la novela Los mares del Sur. Pocos días antes de recibir el premio cambia de rol en Interviú. Deja la columna sobre televisión «El enemigo en casa» tras un año largo y se le encarga una serie de artículos sobre los gozos de la vida. La sección se llama «Los placeres capitales», al estilo de la que empezó en Bocaccio unos años atrás. En los nuevos textos utiliza el placer como antídoto contra la fugacidad de la existencia. Empieza con una rotunda declaración de principios.
HEMOS VENIDO A ESTE MUNDO A SUFRIR
Cuando a uno le encargan una sección fija sobre el placer, le ponen en el camino de descubrir una vez más que hemos venido a este mundo a sufrir. Las gentes de izquierda hemos crecido entre toda clase de puritanismos, en la evidencia moral de que tanto joder como comer eran pecados históricos. Bertolt Brecht, el poeta de izquierdas por autonomasia, dejó escrito: «¡Qué tiempos éstos en los que hablar de un árbol puede ser un delito!», y en parte tenía razón porque es difícil hablar de un árbol en unos tiempos en que mueren veinte millones de ciudadanos soviéticos como consecuencia de la invasión nazi o se practica la solución final contra los judíos, los palestinos, los biafreños, los montoneros o los comunistas indonesios. Pero es tan evidente el dolor en la vida y en la historia que llega a ser odioso, y por odio al dolor se puede llegar a la reivindicación del placer.
El placer es siempre inocente e higiénico si no se practica contra alguien y si uno procura alternarlo con buenas obras históricas y vitales. Por ejemplo: en lugar de comerse uno un austero bocadillo de huevo duro se puede guisar un Iman Bayildi, plato proletario y turco; y si a uno le queda mala conciencia por el momento de olvido de los problemas del mundo, después de haberse comido el Iman Bayildi puede irse a una manifestación o escribir una carta al director de lo que sea contra Abril Martorell. Poco arrepentimiento o compensación militante necesita un Iman Bayildi, plato subdesarrollado, al alcance de cualquier clase social en cualquier país, incluso después de una guerra civil. Es un problema de cultura, de cultura suficiente para responder a la pregunta: «¿Qué haría usted con berenjenas, cebollas, tomates, ajos y aceite?». Si es usted lector masculino, lo más problable es que me conteste: «Trataría de pintar un bodegón». Si es usted lectora femenina, sonreiría socarronamente y me comentaría: «Si me añade usted un poco de pimiento, haría una chamfaina catalana». Gracias a la cultura, un bodegón o un plato autonómico pueden convertirse en un manjar oriental.
Reproduzco la receta que hallé en el bolsillo de la bata de cola de una hermosa espía turca que ejercía de peluquera en Benidorm, teñida de rubio y con ropa interior Christian Dior, cinco mil pesetas por unas bragas pretexto y unos sostenes que parecían salidos de un anuncio de la Lactaria Española. Pepita era su nombre de guerra, espiaba sin ton ni son y acabó casada con un señor de más de cincuenta que dicen es magistrado. Cuando le descubrí la receta trató de disparar sobre mí con una Parabellum para dejar una falsa pista que sin duda hubiera demostrado mi hipotética conexión con Libia y la KGB y la sección armada de ETA-G (Eta gastronómica) o ETA-MG (Eta muy gastronómica). Pero tuve tiempo de recitarle un pareado de Campoamor que la dejó desconcertada:
Aunque tú por modestia no lo creas
las flores en tu sien parecen feas.
Salvé la vida y conservé la receta como recuerdo que transmito al público y a las generaciones venideras para demostrarles que el pueblo turco y el pueblo en general han tratado históricamente de rebelarse contra la fatalidad del dolor y han conseguido descubrir la posibilidad del placer hasta en las berenjenas, sin recurrir a ellas para usos no confesables a pesar de su aspecto de consolador de sex-shop:
Rehogad en aceite media libra de cebollas picadas. Añadid una libra de tomates cortados y un poco de ajo. Por otro lado, remojad en agua caliente seis buenas berenjenas, abridlas y vaciadlas mínimamente sin romperlas. Introducir en el interior el relleno de tomates y cebollas. Colocad las berenjenas en un plato hondo, recubridlo con el resto del relleno, regadlo con dos cazos de agua, cocer a fuego suave, regándolo con su propio jugo y removiendo una sola vez. Servid caliente o frío.
Esta última cláusula habla en favor del Iman Bayildi, sin duda el creador del plato y hombre liberal o indeciso, que a veces son sinónimos. La indecisión puede ser virtud humana, a la vista de cómo han puesto la historia los hombres resolutos, decididos, obsesionados por la conquista de objetivos determinados. Que alguien se haya preocupado de vaciar berenjenas para llenarlas de tomate y cebolla demuestra que no todo está perdido, y si además, a manera de estribillo, nos dice que da igual comer el plato caliente o frío, entonces la leve esperanza se convierte en abierta confianza en el género humano. Al menos en el género humano turco. Aunque mi amiga Gloria Vilardell fue duramente insultada en Estambul cuando se negó a comprar una alfombra mágica que volaba poco. El vendedor la llamó «cara de pepino». Pero lo que se puede hacer con el pepino ya es tema para otro artículo.
Interviú, «Los placeres capitales», 4 de octubre de 1979,
n.º 177, p. 101
Hay quienes van por el mundo proclamando: «Como para vivir y no vivo para comer». Y se quedan tan anchos y tan rellenos de sí mismos como un chipirón en su tinta. No llegaré yo a suscribir el dogma del historiador Josep Fontana, que dice no fiarse de la gente a la que no le gusta comer. Al general Franco, por ejemplo, le gustaba el lacón con grelos, plato aparentemente vulgar y sin complicaciones, pero plato lleno de matices y que requiere una exacta gramática así en el lacón como en los grelos. El grelo es una hierba difícil que tiene un tiempo emplazado para crecer, y el lacón es un animal por sí mismo a veces demasiado martirizado por la sal o demasiado recién salido de cerdo.
Pero es cierto que los desganados o malganados son terroristas del espíritu que minan una de las pocas razones que nos quedan para sobrevivir en un mundo en el que cada vez es más evidente que no hay perfección ni en los paraísos ni en las revoluciones. Si no hay revolución perfecta y si en cualquier paraíso puedes encontrarte a María Goretti con su camisón aventanillado, ¿qué hacer con la virtud teologal de la esperanza? Abundan los suicidios últimamente por variadas motivaciones que conducen a la motivación originaria de la desesperanza. Se suicidan adolescentes sensibles porque no creen en su padre, ni en el partido de su padre, ni en que los amigos de su padre le consigan un empleo que le permita sobrevivir al menos como su padre. Otros adolescentes sensibles se suicidan porque no les gusta la programación de Televisión Española ni la programación general de la Historia y de la Vida.
Contra esa desesperanza adolescente recomiendo una revolución cultural hedonista que ponga en la cumbre de la jerarquía de valores los placeres instantáneos, pequeños y baratos: unas sábanas limpias, alguien con quien hacer el amor y unas sardinas en escabeche en las que intervenga el aroma del orégano en igual proporción que el del laurel. Las sábanas limpias devuelven a la placenta materna; hacer el amor consume ochocientas calorías, y las sardinas en escabeche tienen casi todos los ingredientes dietéticos indispensables para la supervivencia física y espiritual. Y en el caso, realmente dramático, que se tenga que elegir una de las tres cosas, quédese el elector sin vacilar con las sardinas en escabeche y sustituya los otros trajines por el placer onanista de guisárselas él mismo.
Y ahí quería llegar. La revolución cultural dentro de una civilización llena de presupuestos y razonables presuicidas, ha de tener como primer objetivo el enseñar a guisar. Hemingway contaba el cuento chino de que su padre le contó un cuento chino: «A un hombre que tiene hambre no le has de dar un pez, sino has de enseñarle a pescarlo». Yo añadiría que hay que enseñarle a pescar y a guisar. La repugnante cultura que compartimos presenta al hombre amateur de la cocina como histrión o payaso del espíritu, como un Salvador Dalí casero entregado a un happening de sartenes y cazuelas. El hombre que cocina y la cada vez más rara avis de la mujer que cocina, son seres humanos con voluntad de supervivientes y con una moral inocente y ejemplar. Además, nunca se cocina bien para uno solo. Cocinar es una incitación a la comunicación y, como toda propuesta estética, necesita de un doble sujeto: el que la propone y el que la degusta.
Haced una investigación y preguntad cuántos suicidas de nuestro tiempo sabían comer y cocinar. Tendréis una respuesta reveladora del papel de la represión contra los placeres no comercializables. Tampoco caeré en el dogma de que la revolución será gastronómica o no será. Pero algo hay de eso. El día en que los diputados de Herri Batasuna se presenten en las Cortes con ollas de barro llenas de caliente zurrucutuna y de cazuelas con marmitakos marfileños, ese día será el festín y todos los parlamentarios se comerán el caballo de Pavía asado a la argentina.
Recomiendo siempre el bacalao en salazón porque tiene la mala leche de toda momia salvajemente conservada en sal. La cocina es un arte que manipula naturalezas muertas y a veces torturadas. Tal vez por eso reproduce en nosotros deseos de vida y de placer.
Interviú, «Los placeres capitales»,
11 de octubre de 1979, n.º 178, p. 99
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A un amigo de Sixto Cámara, Manuel Vázquez Montalbán, le conceden el Premio Planeta. Qué menos que felicitarle.
La noticia de que a mi colega y casi amigo Manuel Vázquez Montalbán le han dado el Planeta, me refiero al premio y no al astro, me ha dejado tan boquiabierto como a un dictador de cuyo nombre no quiero acordarme. Lo que más me boquiabre es que alguien a quien conozco pase por una metamorfosis económica de la noche a la mañana. Llamo por teléfono a Manolo a Barcelona y tras aguantar un kilómetro de «ti, ti, ti, ti...», consigo por fin hablar con él. Manolo es un iceberg telefónico. Conversar con él por teléfono te hiela la oreja. Le llamas para felicitarle por un premio de este tipo y al poco rato vas adquiriendo el complejo de que le estás dando el pésame. Pero alguna alegría debe de tener el muchacho porque está algo más locuaz y me dice, por ejemplo, que ha recibido un ramo de rosas de García Márquez y una felicitación autógrafa de Dolores Ibárruri.
—Es la primera vez que me regalan rosas.
Gabriel García Márquez le ha escrito en la tarjeta: «Manolo, ahora comprobarás que no sólo de pan vive el hombre».
—Pero eso ya lo habías comprobado tú hace tiempo.
—Ya —me responde en plan corte. Y como a partir de ahí sólo me contesta sí o no quizá o hummm, pues me despido y hasta el Juicio Universal. Manolo es lo que un personaje de los Quintero llamaría «in esaborio». Y en esta reflexión me llega Encarna y le cuento mi escaramuza telefónica.
—Le está bien empleado por llamar a un rico. Los ricos son siempre así.
—No simplifiques la cuestión.
—Igual se pensaba que iba usted a pedirle un préstamo.
—No, mujer, no; que es así, de nacimiento.
—Ustedes los intelectuales cultivan el número en el invernadero.
«Vamos a dejarlo», me digo, «tengamos la fiesta en paz», me añado. Pero Encarna está en plan morboso. Sostiene la sonrisa aviesa.
—Supongo que ahora su amigo aplicará la justicia distributiva.
—Eso es un eufemismo pequeño burgués.
—Va a ver usted ahora lo que hago yo con los eufemismos.
Me coge el teléfono, llama a Manolo a Barcelona, le felicita por el premio con un encanto y entusiasmo desconocidos en ella y le dice:
—Oiga, nunca he visto las cataratas del Niágara. ¿Por qué no me invita usted ahora a una excursión?
No sé qué le contesta, pero veo que Encarna cuelga el teléfono con una cierta brusquedad.
—¿Qué te ha dicho?
—Será roñoso el tío ese. Me ha dicho: «Señorita, no se venda usted por tan poco».
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
30 de octubre de 1979, n.º 84, p. 21
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En La Calle Sixto se siente solo y recupera a Encarna para regalarse una ración de ternura. El diagnóstico es claro, demasiada castidad. En el otro extremo de la cuerda, Vázquez Montalbán aprovecha el rebufo del Premio Planeta y un largo viaje a México para loar en Interviú algunos placeres particularmente intensos.
Melancólico estoy a pesar de que como, con lo que se demuestra que hasta Cervantes para hacer literatura falsificaba la realidad. Encarna está preocupada por mi melancolía y me trata con cariño de enfermera de un vecino del quinto demasiado delicado de psicología.
—Ha de ligar más, don Sixto.
—¿Y tú qué sabes?
—Eso se nota. Está usted desentrenado. Puro óxido. El otro día le sorprendí mirando el escote de una señora en la cafetería de la esquina. Parecía usted mi abuela cuando esperaba el paso de la procesión. No le critico. No le acuso. Me limito a constatar un síntoma peligroso de senilidad.
Mi mohín de desprecio no la arredra. Se extiende sobre la necesidad de poner en práctica lo del mens sana in corpore sano, sobre todo en lo que se refiere a la parte sur del cuerpo.
—La castidad es reformista. A más reformismo, más castidad, y viceversa.
No la puedo echar de casa porque tengo una noche negra y quiero que se quede hasta convencerme de que es una noche igual a muchas del pasado y a casi todas las que me esperan. Quiero que me ayude a convencerme de que las noches no sólo complican la soledad, sino que la justifican. Para darle una pista sobre mi desazón, le cito un poema de Brecht que suelo recitar cuando me duele esa víscera secreta donde coexisten vida personal e historia. Es el poema del ciclista que cambia la rueda pinchada. No está contento de dónde viene. No está contento de adónde va. Y se pregunta: «¿Por qué aguardo el cambio de la rueda con impaciencia?». Pero no me hace caso y me da consejos sobre cómo dirigirme «a señoras de mi edad», dice la hija de puta.
—Una cosa es pasarse y otra coleccionar escotes.
Le digo que me duele lo que ha pasado en las Cortes, la actitud de los políticos ante los casos de Letamendía y Monzón.
—No les han respetado ni siquiera la posibilidad de que estén locos, históricamente locos.
Encarna me recomienda una malcasada de cuarenta años experta en demografía y campeona provincial de tiro al arco. Está de muy buen ver.
—Y Fraga predicando la guerra civil.
—Tal vez sea rubia teñida —insiste—, pero a usted le gustan las rubias vengan de donde vengan.
—Encarna, quisiera ser holandés.
Encarna ha vaciado una botella de vino y me mira con ojos tristes, como si mi mano de ahogado le quedara demasiado lejos. Sé que seguirá bebiendo y que dentro de una hora me contará la historia del último malcasado rubio con el que fue imposible volver a empezar. Y presiento que la noche ya tiene sentido y le acaricio una mejilla con la mirada, como si esta noche fuera la última vez.
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
4 de diciembre de 1979, n.º 89, p. 25
Desde que he ganado el Premio Planeta he experimentado dos signos evidentes de que los tiempos han cambiado, al menos han cambiado para mí. Esos dos signos son que mis acreedores han duplicado la cuantía de las facturas aplazadas y que mis patronos tratan de pagarme menos por todos los medios a su alcance. Yo pensaba que cuando uno gana un premio, sea el que sea, sale en la tele, sea la que sea, y le reconocen por la calle los adolescentes con toda la guasas de este mundo, la cotización subía. Craso error, sin duda fomentado por una malformación cultural adquirida por culpa del cine norteamericano. Al igual que el camarero de monsieur Hulot que corta las porciones de queso según la anchura del cliente, mis acreedores han ensanchado las facturas según la cuantía del premio y mis patronos han decidido ponerme a dieta económica, no fuera un servidor a caer en la falacia del crecimiento continuo y recordándome, con muy buen tino, que estamos en pleno grado del desarrollo.
Comienzo 1980, pues, con el pesimismo ratificado, es decir, lo empiezo en forma y con mucho optimismo. Mis ojos buscadores de placer se angulean por las esquinas en busca de un más allá propicio. Estoy en México, mi tercera o cuarta patria, y bebo un mestizo, cocktail de origen andino, sin duda porque mezcla pisco con crema de cacao y crema de leche. Pero los mexicanos tienen un talento especial para los cocktails. Quien no ha probado las margaritas o los daiquiris hechos por los barman mexicanos no sabe lo que es bueno. Y quien no ha probado una piña colada hecha como manda el dios de los aztecas, los mayas o los incas, no sabe de esta misa la mitad. La piña colada es el rey de los cocktails blandos, así como el manhattan es el rey de los cocktails duros. Como ocurre en este tipo de brebajes, el perfume empieza en el nombre: «piña colada», nombre absolutamente distante de la pócima y su elaboración. El guiso se hace mezclando dos partes de zumo de piña, otras dos de leche de coco y una de ron, aunque los alcohólicos no anónimos pueden subir ligeramente la proporción de ron. Estos tres elixires maravillosos combinados con mucho hielo dan un resultado absolutamente espiritual, una copa llena de alma blanca, de primera comunión, un alma que refresca la irrefrescable atmósfera del Yucatán bajo una boina de calor antieuropeo. No diría yo que la piña colada sea un cocktail afrodisíaco, sino más bien al contrario. Así como el daiquiri enerva los músculos fundamentales del hombre y la mujer, la piña colada balsamiza la musculatura y la deja morcillona, tontorrona, contemplativa, a punto de siesta.
Aunque pueda parecer un contrasentido para el paladar y un desafío desesperado ante el calor, recomiendo que después de balsamizar los músculos fundamentales con piña colada, se entregue el visitante del Yucatán no a las excelencias de la cocina yuca, una de las más elaboradas del mundo, sino a la brutalidad de un cocido mestizo, hijo de padre conquistador español y de madre yucateca. Este cocido que me voy a zampar, sin duda, que nadie lo duda, es como un cocido al estilo de los distintos pueblos de España con la única peculiaridad fundamental de la legumbre. El garbanzo dibuja fronteras entre los cocidos ibéricos, el garbanzo y los embutidos cocidos. Este cocido yucateco que me espera tiene su peculiaridad en la lenteja, como el cocido brasileiro la tiene en el frijol negro. Es decir, imaginen un cocido madrileño o catalán en el que no hay esperanza de judías ni garbanzos, sino realidad de lentejas. El resultado es opíparo, y si me entrego a este cocido a pesar del color boinal que se cierne sobre mis sienes es porque prefiero el cocido a la sauna. Sudar por sudar es preferible hacerlo gracias a medios rigurosamente naturales.
«¿Para qué sudar?», pienso, mientras se van los minutos, se agota la leche blanca de la piña colada en mi copa, se esfuman los vapores volcánicos sobre el cocido que me espera. Para eliminar las últimas toxinas de 1979 y volver a mi país dispuesto a la pelea con acreedores y patronos. Miseria. Decía Pavese que todo hombre es responsable de su cara a partir de los cuarenta años. Es una mala edad en la que a la responsabilidad por la propia cara hay que añadir la doble obligación de pagar las deudas y entender a los muertos. Entre los cuarenta y los cincuenta años, me digo, pagaré todas mis deudas y enterraré a las penúltimas personas que me amaron. Después ya sólo es cuestión de envejecer, con dignidad, y ni la piña colada ni el cocido yucateco te ayudarán. Manolo, que te estás cargando de colesterol y ácido úrico, insensato.
Como decía Bertolt Brecht, no estoy contento de dónde vengo ni estoy contento de adónde voy. ¿Por qué coño pido, pues, otra piña colada?
Interviú, «Los placeres capitales»,
10 de enero de 1980, n.º 191, p. 81
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La prosa de Vázquez Montalbán se endurece contra los que amenazan al autor de un reportaje, Xavier Vinader, porque ETA asesina a un ultra al que entrevista e identifica en un trabajo que publica Interviú. También critica con toda dureza la política autonómica del gobierno, realizada sólo para disimular las disidencias catalana y vasca, y se indigna frente a los encausados por los asesinatos de Atocha. Desde otro punto de vista, en Interviú profundiza en los placeres como si necesitara cauterizar la frustración.
Tras el asesinato de un «incontrolado» de extrema derecha cuya fotografía había aparecido en el semanario Interviú, un coro subterráneo de amenazas se cernió sobre las primeras figuras empresariales y redaccionales de la revista. Este coro subterráneo se complementaba con la acción emprendida por la prensa ultra echando sobre Interviú parte de la responsabilidad del asesinato cometido por ETA. La organización separatista vasca no ha necesitado hasta ahora de los reportajes de Interviú para liquidar a quien ha considerado conveniente liquidar, y las acusaciones a la revista eran en realidad un ajuste de cuentas a su trayectoria de denuncia de los cambalaches ultras.
Esta vez las amenazas parecían ir en serio y los responsables de Interviú temieron alguna «agresión incontrolada». Se dirigieron a altísimas instancias del Estado y recibieron protección policial y algunos consejos. Uno de los consejos recibidos no deja de ser curioso:
—Si quieren hacerles algo, pongan ustedes obstáculos.
La frase invita a la perplejidad y recuerda a esas persecuciones cinematográficas angustiosas en las que la víctima va tirando sillas para que el perseguidor tropiece y así ganar unos segundos. Los de Interviú han tenido que ingeniárselas para encontrar el número suficiente de obstáculos que les permitan gritar «¡socorro!» a tiempo. Tal vez sería más conveniente que el encargado de poner obstáculos a la acción de los «incontrolados» fuese el Gobierno. De esta manera conseguiríamos que la prensa libre siguiera ejerciendo sus funciones y que los «incontrolados» no dieran un día sí y otro también coartadas morales a la acción terrorista. Durante muchos años los «incontrolados» del País Vasco crearon un clima odioso, que convertía las acciones de ETA en un desquite psicológicamente bien aceptado por el pueblo vasco. La desfachatez y la chulería impune del fascismo han ido acumulando agravios y la reforma no ha sabido aislar el terrorismo de ETA. Continuamente las acciones «incontroladas» han dado entrada a la orquesta de ETA y más de un avispado analista ha visto en este juego, diríamos que dialéctico, una estrategia de desestabilización controlada que ha prestado inestimables servicios al proceso de reforma vigilada.
Por las noticias que llegan del País Vasco, los incontrolados denunciados por Interviú eran perfectamente controlables; es decir, se les podía «poner obstáculos» para que no ejercieran su función de estimuladores de violencia. Esos obstáculos ni se pusieron ni se ponen, y han de ser los de Interviú quienes han de proteger sus espaldas para escapar de la dentellada irracional. Uno a veces llega a la conclusión de que el poco valor que tiene la vida en este país aún se debe a la devaluación del derecho a sobrevivir que representaron las matanzas de la guerra y de la posguerra. «¿Se ahorca a un inocente en esta casa?», preguntaba un personaje de Machado, y el otro le contestaba: «Aquí se ahorca simplemente».
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
22 de enero de 1980, n.º 96, p. 21
¿Habrá realmente elecciones al Parlamento vasco? Inicialmente, los desajustes entre UCD y el PNV aumentaron el clima de escepticismo electoral. A continuación, la masacre de seis guardias civiles a cargo de ETA y el nombramiento del general Sáenz de Santamaría como delegado especial del Gobierno en Euskadi representan el mayor triunfo estratégico de ETA desde el inicio de la reforma política. Finalmente, el toma y daca entre ETA y los «incontrolados de la extrema derecha» aboca a una guerra sucia que invalida la creación de un clima preelectoral e instaura el toque de degüello.
En estas condiciones, cualquier resultado electoral se convierte en papel mojado, en papel mojado de sangre, y la solución política reformista se aleja. Como se aleja también el horizonte autonómico que UCD había sembrado aquí y allá, creando expectativas de dispersión y entretenimiento y sin ningún propósito real de remodelación profunda del Estado español. Aquí ha habido conjura de pasillos, cada día es más evidente, y la retirada estratégica de los frentes autonómicos por parte de UCD da idea de la importancia de la conjura. UCD sembró autonomías para que creciera el trigo y disimulara la cizaña de Cataluña y Euzkadi, con tan mala mano de mal sembrador que todo el trigo se le volvió cizaña y cada autonomía se convirtió en una denuncia de una relación de dependencia con un Estado que quería seguir siendo centralista por otros procedimientos. Y eso que la farsa estaba bastante bien montada. Por ejemplo, en el País Valenciano los centristas han actuado como constituyéndose en una fuerza política ultraparalizadora de todas las intentonas de las fuerzas de progreso para tirar el proceso autonómico, y en Galicia UCD ha instrumentalizado su instalación en el poder caciquil para ofrecer una autonomía que es algo como un plato de lacón con grelos hecho con salchichas de Frankfurt y col valenciana. Pero se les fue de las manos el proceso autonómico andaluz porque dejó de ser una chuchería para que se entretuvieran los andaluces y se convirtió en un peligroso explosivo compuesto a partes iguales por el paro y el memorial de agravios contra el centralismo. El conflicto vasco se radicalizó y eso aumentó, al parecer, la superada desconfianza sobre el papel a cumplir por el PNV como elemento de orden. En Cataluña puede ratificarse una autonomía construida sobre una hegemonía de izquierdas, un Gobierno catalán que sería el primer Gobierno europeo con presencia comunista.
Ha sonado el cornetín y hay un cambio de estrategia. Frenazo general a las autonomías, aumento de la respuesta represiva en el País Vasco, chalaneos de división en Andalucía compensados con una cierta «beneficencia» social para tapar bocas, planteamiento de las elecciones catalanas como un todo o nada entre marxismo y antimarxismo e instrumentalización de fuerzas políticas foráneas para dividir el voto obrero catalán entre voto obrero inmigrante y voto obrero partidario de la integración. Por estos caminos, el proceso autonómico se convierte en una peligrosa pesadilla y no en un instrumento de radicalización del Estado unitario, y plantea una vez más la cuestión de fondo: ¿no serán incompatibles las estructuras reales del Estado franquista superviviente con las superestructuras políticas que ha fomentado para hacerse la cirugía estética?
Una respuesta afirmativa debería sumergir en el pánico a los propios comediantes de la reforma, que corren el riesgo de quedarse entre dos fuegos, incapaces de dar seguridades a las fuerzas de la involución e incapaces de comprometerse en una profundización de la democracia española que pasa por una auténtica remodelación del Estado centralista. Esa difícil postura da sobre el fondo carmesí de la agudización de la crisis capitalista a nivel mundial y español una estrategia de endurecimiento generalizado con la que el capitalismo responde para amedrentar las reivindicaciones populares en cada Estado, y para volver a colocar el paraguas del terror de la guerra fría y legitimar el equilibrio entre los dos bloques como un factor de parálisis histórica, como un factor de freno para cada proceso de liberación popular. Todo lo que está haciendo el Gobierno español estaba escrito en los planes de remodelación democrática que los estrategas del capitalismo habían realizado ante la evidencia de la instalación de la crisis y de los desajustes de la división internacional del trabajo vigente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, diagnosticamos cómo el elaborado por la Trilateral en 1975 implicaba el recurso de una democracia autoritaria bajo el pretexto de salvación de la democracia, pero con el objetivo real de que la crisis no desencadenara un proceso crítico en el seno de las clases populares en los países desarrollados y auténticas luchas de liberación nacional en los países del Tercer Mundo dependientes del sistema capitalista.
Acostumbrémonos a introducir en nuestros análisis que España no vive ningún espléndido aislamiento y que una corriente de aire en Oriente Medio puede provocar un resfriado en la Puerta del Sol y un germen del cólera mexicano se convierte en una diarrea en Castro Urdiales (es un decir). Si la política de UCD se endurece, es porque la política del sistema se endurece. Si UCD frena el proceso de remodelación del Estado, es porque esta remodelación representa un fortalecimiento de las fuerzas populares y un debilitamiento de la capacidad de telecontrol de la oligarquía española e internacional.
Y desde ahí no caer en una fatalidad paralizante, sino asomar la cabeza por encima de los árboles que a veces no dejan ver el bosque.
La Calle, «Estado de la cuestión, cuestión de Estado»,
12 de febrero de 1980, n.º 99, p. 24
Nunca había visto a Encarna tan impresionada como lo está ahora ante el proceso por la matanza de Atocha. Encarna ha descubierto la frialdad del asesino no arrepentido, sino al contrario, del asesino que se vanagloria patrióticamente de matar por Dios y por España. Los fanáticos son los únicos locos de nuestro tiempo y son locos voluntarios.
—¿Ha visto usted las fotos?
—Son fotos de comisaría. Te las hacen al cabo de horas de llevarte de aquí para allá. Cuando estás angustiado.
—¿Por qué iban a estar angustiados ésos en una comisaría? Estaban como en su casa.
Madrid parece una ciudad a punto de ser tomada por el fascismo. Como si hubieran llegado las avanzadillas de un ejército victorioso y de un momento a otro se fuera a dar el golpe definitivo.
—¿Quién es el gato? ¿Quién el ratón? Yo creo que el gato son ellos y ustedes, los ratones.
—¿Ustedes? ¿Quiénes somos «ustedes»?
—Los demócratas. Ustedes los demócratas. El gran gato ha jugado, juega, jugará con todos ustedes hasta que considere que ha llegado el momento de recuperar toda la iniciativa.
—Y tú tan campante, claro. A ti no te afectará el zarpazo.
—Yo me voy. En cuanto vuelvan me voy e invito al colectivo poblacional a que se expatrien, pero esta vez para siempre. Que nos dejen un pedacito de África austral y allí montamos el Israel de los demócratas españoles en perpetuo exilio interior o exterior, ¿qué le parece?
—Le vas a tomar el pelo a tu padre.
Hay que medir. Hay que medir si la desfachatez actual del fascismo español es un residuo o es un anticipo, si colean cuarenta años de franquismo y si se preparan otros cuarenta. Ésta es la cuestión clave. No hay medidores ni ganas de medir.
—Es que si miden se mueren del susto.
—Encarna, Encarna.
—Que se lo digo yo, don Sixto, que la democracia en este país es una gulenda en un litro de carabaña.
Necesito consultar con Marco Antonio Alfonso de los Arroyos.
—Está en la cola de lo de Atocha —me dicen por teléfono. Voy a la cola de lo de Atocha y allí está Marco Antonio saltando alternativamente sobre sus pies.
—Vaya frío.
—¿Qué pasa ahí dentro, Marco Antonio? ¿Salimos o entramos en el fascismo?
Marco Antonio me mira fijamente a los ojos, noto sin verlo el holocausto de células grises que se desarrollan tras sus cejas arqueadas.
—Al fascismo, Sixto, le pasa lo mismo que a Suárez. Ni se crea ni se destruye. Simplemente se transforma.
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
26 de febrero de 1980, n.º 101, p. 22
El crítico especializado de Le Nouvel Observateur publicó un libro sobre el vino francés que en España le hubiera merecido una fulminante expulsión: por quintacolumnista y por espía. Decía el experto que, salvo contadas excepciones y elevadísimos precios, el vino francés no está a la altura de su fama. De seguir así las cosas, los protagonistas de las películas ya no quedarán como Dios en el momento de pedir un Saint-Émilion 1966 a un curvado camarero que acaba de decir: «¿Qué vino va a tomar el señor?». Progresan vinos oceánicos, y propongo que el lector sensible a la multitud de significados que hay en las palabras se detenga ante esta propuesta: vinos oceánicos. Vinos inmensos. Vinos exprimidos de sargazos a la deriva. O tal vez un significado tan polivalente que hay que conservarlo dentro de la caja de música de la cerrada expresión: vinos oceánicos.
Pero yo me refería simplemente a los vinos australianos y neozelandeses que avanzan en el mercado internacional al igual que los vinos californianos. En Australia prosperan los tintos y en Nueva Zelanda los blancos. Estos vinos han empezado a invadir el mercado americano y atraen al capital americano. Si a eso unimos el auge del vino blanco, descubriremos que en el plazo de pocos años los norteamericanos pueden encharcar de vino el mundo entero sin necesidad de mover un tanque o un helicóptero, que es lo suyo. Por otra parte, el capital norteamericano se cierne sobre el vino español, más concretamente sobre los espumosos, y no para bien. Para encontrar un champán que sea algo más que un gruyère lleno de burbujas hay que meterse en cavas familiares de Sant Sadurní d’Anoia, donde el viejo de la familia hace de relaciones públicas y el nieto más joven lava las botellas.
El vino español goza de buena salud aunque esté por civilizar. En España el vino tiene que tener cojones y además tiene que poner siempre los cojones encima de la mesa. Si el vino no ronda los catorce, quince, dieciséis grados, ni es vino ni es nada. Es un vino mariquita. Travesti. Afeminado. Mariconazo. Por eso el bebedor español, más que tomarse el vino en vaso, se lo toma en bocadillo. Lo mastica. Cuando se sale de los tintos sexuados se cae en los claretes anónimos, ese clarete que caracteriza a las tascas madrileñas y que llega a ellas por valdepeñasducto. Y si se quiere un vino con un anillo y fecha por dentro, ahí está el rioja a punto de convertirse en vino oceánico por la cantidad de su producción.
Quisiera llamar la atención del lector ávido de aventuras del paladar sobre vinos de León y Valladolid, vinos olvidados o poco conocidos que, desde el anonimato del granel hasta la enjundia del Palacio o Castillo de esto y aquello, reúnen toda clase de dignidades y no merecen la desdeñosa ignorancia del mal bebedor. El bebedor español suele ser un condenado por desconfiado. Su memoria alberga cuatro tópicos y permanece esclavo de ellos durante toda la vida.
Quisiera seguir reclamando la atención para glosar el vino blanco, vino que en España suele reservarse a las mujeres para que no se musculen, digo yo, porque el vino blanco tiene al parecer atributos femeninos. Soy un fanático del vino blanco frío. Vino de entre horas. Vino de alegrías suavemente crecientes que te entra como el tiempo de una tarde sin sentido y te deja a las puertas de la noche armado de un valor cordial y solidario. Es el vino que bebe el personaje-autor de Señas de identidad, de Goytisolo, o el magistral personaje del viejo novelista de Providence, una de las películas más hermosas que ha creado el cine. Blanco es el vino que Pepe Carvalho consume entre hora baja y hora baja, como una leche eléctrica que cicatriza las heridas del tedio o de la soledad.
Mi fe en el vino blanco no excluye mi admiración por los tintos, ni mi interés por los claretes. Tintos y claretes son vinos para comer o tasquear. El blanco es un vino con tiempo por delante, por eso es un compañero inestimable para el novelista que necesita un tiempo sin orillas. Para el autor teatral, carajillos. Para el poeta, ginebra on the rocks. Para el novelista, vino blanco, a ser posible en un cubo plateado, ni siquiera de plata, donde se disuelven cubitos de hielo como si fueran pequeños planetas condenados a la disolución.
No dogmatizaré y por lo tanto no niego el derecho a consumir tintos peleones cuando se quiera pelea. Y si no se quiere pelea, remójense poderosas rebanadas de pan en vino tinto y espolvoréense después con azúcar. Los dientes crujen al masticar tan avinada patria y se descubre una nueva dimensión al sentido oceánico del vino.
Interviú, «Los placeres capitales»,
3 de marzo de 1980, n.º 199, p. 81
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Durante el mes de marzo se suceden las primeras elecciones generales autonómicas, primero en el País Vasco y poco después en Cataluña, una oportunidad de comprobar la fuerza de los respectivos nacionalismos. Vázquez Montalbán radicaliza los ataques contra la UCD. Los resultados electorales muestran algunas evidencias: el partido centrista casi desaparece en ambos territorios, la abstención se dispara y, para Cataluña, el periodista propone un gobierno de unidad entre todas las fuerzas democráticas.
El otro día, sus señorías socialistas llamaron gilipollas y cosas peores a un ponente ucedero sobre el tema de los centros docentes. Se desconocen los límites insultantes de la palabra «gilipollas». Curiosamente, yo, en mi juventud, empleaba la palabra para calificar a muchas personas que luego han ido a parar a UCD. No por eso plantearía una identidad total entre la militancia en UCD y la condición de gilipollas, porque desde según qué punto de vista los militantes de UCD no tienen nada, pero nada, de gilipollas. Es más, yo diría que la mayor parte de la gente astuta del país se afilió a UCD y por eso me temo que, fieles a su astucia, empiecen a abandonar UCD sin prisas pero sin pausas.
Sin embargo, estoy de acuerdo en que la ofensa cometida por el ponente ucedero contra el PSOE era una gilipollez. Acusar de digitalismo a la izquierda indica una desfachatez moral o un retraso histórico-mental difícilmente explicable en un señor que al menos tendrá sus cuatro cursos de Bachillerato. Me consta que para ser diputados de UCD se pedía al menos haber aprobado cuatro cursos de Bachillerato y la reválida, autorizándose aprobarla en un máximo de cuatro convocatorias. No estaríamos, pues, ante un caso de la ignorancia de un simple, sino del cinismo de un cínico. Y este material filosófico sí abunda en UCD.
Veinticuatro horas antes de cerrarse las listas electorales de junio de 1977 aún reclutaba UCD a incondicionales por teléfono:
—¿UCD... qué?
—Ucedé.
—¿Y eso qué es?
—El partido que gobernará hasta el año dos mil.
—Ése es el mío.
No vislumbro ni un signo de gilipollez en esta actitud. Perplejo me hallo, pues, con mis evidencias de juventud ante gilipollas sin discusión y mis evidencias de madurez ante gilipollas tan astutos. Devuelvo la responsabilidad de mi perplejidad a la ambigüedad significante de la palabra «gilipollas» y descubro que un gilipollas no tiene por qué ser tonto, sobre todo si acierta a hacerse necesario en el momento en que la gilipollez se convierte en un valor de cambio complementario. Diez condottieros y unos cientos de gilipollas y una docena de cínicos ilustrados pueden formar un partido político triunfante. Lo malo es que cínicos y condottieros no pueden estar en todo ni a todas, y a veces hay que dar la palabra al gilipollas.
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
18 de marzo de 1980, n.º 104, p. 22
La abstención ha crecido y las fuerzas nacionalistas han barrido. Con eso está casi todo dicho, y estas conclusiones van a pesar sobre lo que queda de campaña electoral catalana. Va a haber una decidida lucha contra la abstención y los partidos catalanes exclusivamente nacionalistas van a tratar de capitalizar la hegemonía de PNV y Herri Batasuna en el País Vasco.
Ahora se puede comprobar la importancia que revestía separar la elección vasca de la catalana y anticipar la vasca. Desde la estrategia del partido del Gobierno era importante que un partido como el PNV, interclasista y centrista, sirviera como faro en la noche marxista de Catalunya. Claro que el partido del Gobierno no contaba con el desastre de UCD en Euskadi, desastre que también puede ser contagioso y contagiado.
La abstención vasca demuestra la confusión reinante en el País Vasco. Si alguna vez no tiene sentido la abstención es ante unas elecciones tan diversificadas, tan poco consensuales como las de los parlamentos vasco y catalán. Casi un 50 por ciento de vascos pasan de PNV, PSOE, Herri Batasuna, UCD y lo que cuelga. Me parecen demasiados vascos pasotas.
El Periódico de Catalunya, «Catalunya política»,
11 de marzo de 1980, p. 14
Catalunya es un poco más ingobernable que antes de las elecciones. La mayoría socialista permitía un abanico de centroizquierda que será difícilmente articulable ahora en torno de Convergència. Supongo que cada partido habrá previsto salidas de emergencia para victorias o derrotas más o menos relativas. Lo no previsible era la brutal ascensión de Convergència a costa de ucederos y socialistas.
Los partidos con más problemas son Convergència y socialistas. Si Convergència pacta con UCD, lo hace con un partido devaluado y se queda frente a una oposición de cuatro sólidas patas: PSC, PSUC, UGT y CC.OO. Si los socialistas pactan con los convergentes, condenan al PSUC a una gratificante oposición y se puede iniciar un proceso de caída de la influencia socialista equivalente al sufrido en Italia en la década 1965-1975, la era dorada del centrosinistra.
La gran solución sería que Convergència se prestara a un gobierno de unidad, con socialistas, comunistas y esquerrans con todas las renegociaciones y reajustes que hicieran falta. De lo contrario, la ingobernabilidad va a ser la característica lastimosa del inmediato futuro, y el descrédito de las fuerzas políticas sería como esas hierbas silvestres tenaces que acaban apoderándose de las ruinas.
El Periódico de Catalunya, «Catalunya política»,
22 de marzo de 1980, p. 4
La izquierda ha publicado diferentes interpretaciones sobre el relativo fracaso electoral. Interpretaciones pintorescas en las que se esconden casi tantas verdades como las que se ha escondido la derecha para su pírrica victoria, tan pírrica que, como se la tome en serio y al pie de la letra, a medio plazo le va a costar muy cara.
El PSUC no se ha referido a lo que podía haber crecido y no ha crecido, déficit que acarrea desde las sospechas de su política de consenso, tan necesaria, al parecer, como mal explicada y mal interpretada por los solistas de Madrid, con Santiago Carrillo a la cabeza del grupo parlamentario comunista. Los unidos para el socialismo, verdadero aquelarre de miniburocracias y minisecretarios generales, respaldados por filósofos con complejo de culpa histórico, se quejan del poco espacio que les dejan los otros. Hay mucho desconsiderado por ahí suelto.
Y pintorescas donde las haya las justificaciones socialistas. Los culpables de su debacle son los convergentes, los esquerrans y los suqueros. Ellos no han firmado un acuerdo marco, ellos no se han corresponsabilizado de un Estatuto del Trabajador que parece un Estatuto del Patrono. Al parecer, estos hechos comprobables no les han hecho perder votos. Ya en la cumbre de lo pintoresco, Sobrequés se queja de que Carrillo habló bien del PSC-PSOE y Obiols se queja de que el PSUC habló mal. Un poco de formalidad y de ciencia, muchachos.
El Periódico de Catalunya, «Catalunya política»,
2 de abril de 1980, p. 13
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Efusivo saludo a Marisol, una mujer que se ha separado definitivamente del mito que el franquismo quiso crear con ella. Aunque sólo le guste la mitad de su nuevo disco, Vázquez Montalbán define su voz como un placer, y todavía mejor le parece imaginarla. En el otro extremo, un deleite quizá mayor: dibujar con punta fina el perfil de Borges, recién llegado a España por el Día del Libro.
En realidad no sé si vuelve a Río o vuelve de Río. En los años sesenta, Marisol se fue a Río disfrazada de niña prodigio y volvió con tetas, es un decir. Volvió adolescente y el cine español no supo qué hacer con ella. El cine casi nunca ha sabido qué hacer con sus mitos infantiles, porque el carisma visual cambia con la edad y quien era una pirámide a los nueve años, a los quince igual se ha convertido en un higo chumbo. Cuando Marisol volvió de Río le pusieron un poco de tacón y sostenes. Le buscaron galanes capaces de oírla cantar canciones de Algueró sin rescindir el contrato y de convertirse en faroles para que Marisol diera vueltas a su alrededor, como una Ginger Rogers menor en torno de un Fred Astaire paralítico.
No dio resultado. Como posteriormente tampoco dio resultado la operación comercial de convertirla en la Brigitte Bardot del cine español. Pusieron un Pedrolo y un Bardem en su vida, con la intención de literaturizarla y enrojecerla, sin lo cual no hay redención artística en este mundo. Ni por ésas. Y no es que la muchacha no lo hiciera bien, ni dejara de gustar. Había en ella todavía algo de indefinido. Como si se hubiera quedado a medio camino entre Río y el infinito.
La primera sensación que tuve de que Marisol había vuelto de Río fue oyendo casualmente por la radio «En la bodega del barco».
Aunque mi madre no quiera
cuando te vayas a Río,
por un capricho que tengo
en la bodega del barco
me voy a meter contigo.
La espléndida voz de Marisol, una voz de suave aguardiente, una voz de travesti decantado a lo femenino por vía natural, por fin había encontrado una hermosa canción. Me compré el disco y me gustó la primera parte de su título, Galería de perpetuas, y no la segunda, Canciones para mujeres, porque me parece una determinación oportunista. Todas las canciones están dedicadas a hombres, para bien o para mal, y el titulillo o es una contribución tardía al año internacional de la mujer o es una concesión al feminismo considerado como una moda. En cualquier caso, Marisol no sólo cantaba las canciones sino que estaba en el disco. Rubia, con los ojos claros, hombros adolescentes, insinuada vaguada del pecho, en claroscuro de grises de la bolsa del disco, como una hermosa náufraga que emergiera del mar más que se hundiese.
La salida del disco ha coincidido con una operación de relanzamiento de Marisol: la cuarta o la quinta. Me la encuentro cada día en la radio o en las revistas y me sumerjo en esa propuesta de mujer hecha y derecha, definitivamente superada la Marisol que se fue a Río a cantar chorradas. Creo que ha llegado el momento de instalarla definitivamente dentro de la canción y el cine, y se me ocurre que un excelente primer papel de la etapa definitiva sería encarnar la Lola de El ángel azul, convenientemente actualizada y españolizada. Una Lola de cafetín marinero al que llega, fugitivo de un tanto por ciento electoral adverso, un candidato a la presidencia de la Generalitat de Catalunya. En la nueva versión de la novela de Heinrich Mann, el ex candidato seguiría idéntico proceso de supeditación y humillación que el profesor Ratt y Marisol «Lola» triunfaría sobre el macho culto a base de misterio personal, es decir, de pasividad y de nada. El rostro de Marisol ha alcanzado las calidades suficientes para estar, casi sin moverse, para estar como estuvieron los rostros de los más indestructibles mitos del cine. Además, ella tiene una voz prodigiosa que me gustaría ver enfrentada con el repertorio de la Dietrich.
Y al que me pregunte qué pinta Marisol en el planeta de los placeres capitales, le contestaré que el voyeurismo siempre es incompleto si se reduce a lo que los ojos pueden ver y no se remonta a lo que el cerebro puede imaginar. Esta Marisol definitivamente tridimensional se ha instalado en el rincón de mi cerebro que reservo a las muchachas en flor maduradas en orujos con hierbas aromáticas. Me la imagino cantando desdenes mientras fuera el mar recuerda su vocación de invierno y el viento se lleva redes rotas o levanta las faldas de los toldos de cafeterías hibernadas.
Capitana en la bodega
con manto de espuma y sal
aunque mi madre no quiera
me van a aplaudir los peces
como a la Reina del mar.
Interviú, «Los placeres capitales»,
3 de abril de 1980, n.º 203, p. 77
Dicen, se asegura, que estuvo entre nosotros Jorge Luis Borges, genial escritor y mediocre reaccionario que prefiere la dictadura de los cuarteles a la de los burdeles. Borges fue la gran atracción de este Día del Libro de 1980 y por fin se pudo comprobar si Borges habla como tratan de reproducir sus imitadores. Imitar el hablar de Borges parece ser una de las distracciones preferidas de la intelectualidad de uno y otro lado del Atlántico. Yo ya he oído a Galeano y a Quiñones. Las imitaciones de uno y otro se parecen. Comprobamos ahora que tienen algo que ver con el modelo original.
Borges tiene piel de soltero y ojos contradictorios: el uno quiere ver y el otro no. La piel de Borges tiene la misma juventud que la piel de Mae West pero sin liftings. Borges lo ha conseguido siendo fiel a sus padres, aquellos represaliados de Eva Duarte de Perón que el escritor ha reconsagrado en el altar del antiperonismo, situado en una esquina cualquiera de la gran catedral de la Contrarrevolución, en la que el Papa Borges oficia misas malvas a los acordes de un bandoneón que interpreta salmos militares. Curioso tipo este que desencadena todo lo nuevo que hay en lo viejo sin dejar de hacer, nunca, arqueología vital y literaria. Curiosa momia que se ha encontrado a sí misma gracias a la intuición genial de que algo había en el sarcófago, porque de lo contrario a nadie se le hubiera ocurrido dejarlo en el ascensor de Corrientes 348, rumbo al segundo piso de una casa donde no hay portero ni vecinos, al encuentro de un perro de porcelana, para que no ladre el amor.
Borges es adorado por sus víctimas ideológicas. Borges recarga de estética los crematorios de las dictaduras argentinas y, curiosamente, los quemados, si viven para contarlo, le exculpan, porque suelen ser personas cultivadas y cultivables y aman la razonada irracionalidad del hermoso Mr. Magoo que utiliza el ojo bueno para no tropezar con los dictadores y el ojo malo para ver la literatura dentro de sí mismo. Hasta los guerrilleros, fugitivos del terror borgiano-videliano, tienen la Historia universal de la infamia como libro de cabecera y redimen a Borges porque sospechan que es una víctima voluntaria de su propio barroquismo, sospecha que el escritor abona en su prólogo a la edición de Historia universal de la infamia de 1964: «Yo diría —y quien lo dice es Borges— que barroco es aquel estilo que deliberadamente agota (o quiere agotar) sus posibilidades y que linda con su propia caricatura». Las víctimas admiradoras de Borges siempre han creído que la ideología reaccionaria del maestro era una barroquería caricaturizante. Esclavo de su barroquismo, parafraseando a Maurois, paradoja viva extraída de su metafísica privada, Borges ha conseguido, gracias a esta verdad o a este cuento, en cualquier caso, gracias a esta ficción, ser uno de esos escritores de derechas preferentemente amados por las izquierdas.
En Otras inquisiciones, Borges, al hablar de los precursores de Kafka, nos da algunas pistas para llegar a sí mismo, a ese sarcófago lleno de momia, abandonado en un ascensor, como ya dije. Al hablar de los precursores de Kafka, precursores improbables todos porque la literatura de Borges se basa en la improbabilidad, de pronto nos ayuda a comprender que él, Jorge Luis Borges, para servir a Dios, a Videla y a usted, es un postcursor de Kafka, errante por las páginas escritas durante cincuenta y muchos años, sin poder salir de ellas, ni identificarse del todo con ellas. Incluso las juergas eruditas y policiales que Borges se corre con Bioy Casares son juergas de prisioneros en la muerte plana del papel, prisioneros de su cultura más que de la cultura, lo suficientemente lúcidos como para jugar con lo que saben.
Eso decía el letraherido de Mallarmé, y ése sería el epitafio más completo de Borges, el resumen de todos sus placeres capitales en el de ser papel escrito por sí mismo. Y eso explicaría la extraña tersura de su piel, más que la fidelidad solterona a unos padres que hace ya demasiado tiempo dejaron de acariciarle las mejillas.
—Este niño huele a papel engomado como los libros de historia encuadernados en piel de Rusia.
—Pero hay días en que huele a papel de bagazo, como las páginas de Billiken o Para Ti.
Intercambiaban sus opiniones los padres de Borges y quisieron cotejarlas con las de su maestra preferida. La señorita Aurelia tenía al pequeño Borges abierto sobre su mesa profesoral.
—¿Qué le parece?
—Aún no lo he terminado, pero tengo la sensación de que tampoco lo he empezado.
Los padres y la maestra se inclinaron sobre el niño abierto y comprobaron que con un ojo les miraba y con el otro se miraba a sí mismo.
Interviú, «Los placeres capitales», 1 de mayo de 1980, n.º 207, p. 77
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Dos «Capillas» para el reencuentro. En la primera los vecinos olvidan viejas rencillas azuzados por la crisis económica que asola al país. En la segunda, Sixto y Encarna hablan con nostalgia de aquel Triunfo en el que se conocieron y que fatalmente cierra, aunque anuncia su regreso en otoño.
—Estoy arruinada.
Ha cruzado las piernas, apoyada la barbilla en la palma de una mano, el codo en un muslo bronceado por la ruina.
—Es tu obligación. Una chica de tus ideas ha de estar arruinada si no quiere ser una farsante.
—Ni una plaza de modelo, ni un niño para hacer de canguro, ni una clase particular de yoga.
—¿Tú dabas clases de yoga?
—Qué poco sabe usted de mí, don Sixto. Claro. Es lo que me daba más pasta. Pero estamos en crisis y la gente de lo primero que prescinde es del yoga.
—¿Y de modelo?
—Estoy muy mal vista desde que hostié a un jefe de protocolo de no sé quién porque se ponía pesado.
—¿De canguro?
—¡Si no hay niños! Todos los matrimonios jóvenes que conozco se han propuesto dejar sin trabajo a los canguros. Ni un niño.
—Dejar sin trabajo a los canguros, a los verdugos y a los enterradores. Bien hecho.
—Lo que le faltaba: el renegado Kautsky y Malthus en una sola persona. De vez en cuando mi padre me mandaba unos durejos que me corresponden porque me regaló unas acciones de la fábrica de chorizos del pueblo. Eso se acabó. Le convencí para que dejara el negocio, a su edad, y para que invirtiera parte de su dinero en una editorial antirreformista.
—¿Tu padre era antirreformista?
—Antirreformista y antirrevolucionario. Por eso. A él le da igual ser antirreformista, igual está contra el purgatorio que contra el infierno. Puso la pasta el viejo y la editorial se ha ido a la mierda.
—Te desheredará.
—No hay nada que heredar. Mi padre se ha radicalizado y se ha hecho indio metropolitano, con la mala suerte de que ha de ejercer en Cuenca y allí se nota mucho. Yo he ido tirando hasta ahora a base de traperismo. Registro los containers municipales y siempre encuentro un mueble que no está mal. Lo cargo en un amigo mío que es matarife y se lo vendo a los traperos con establecimiento, a un precio de risa. Pero ahora hay una competencia de no te menees. El otro día me disputé una consola con un ingeniero de puentes y caminos en paro.
—En mi casa nunca te faltará un plato de comida caliente.
—¿Qué hay para cenar?
—Pisto manchego y lomo relleno de jamón y queso.
—¿Y a qué esperamos?
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
13 de mayo de 1980, n.º 112, p. 22
La noticia de que Triunfo deja de ser semanario y se convierte en mensual me ha matado de perfil, me ha convertido en bajorrelieve de moneda vieja e inutilizada por el óxido. Dios de la cultura y de la historia, ¿también Triunfo? Triunfo enseñó a hacer una lectura de izquierdas de la España franquista e hizo compañía ideológica a todos los demócratas españoles que vivían para leerlo y contarlo. Es más. Yo diría que Triunfo ha sido el padre espiritual de buena parte de las actuales cabezas de la España de la reforma, desde los socialdemócratas de UCD hasta los más radicales abertzales, pasando por toda la rojería estable que cada semana se tomaba un Triunfo como si fuera una guitarra o una botella de ginebra contra la melancolía.
—Allí naciste tú, Encarna.
—Ahora vuelva a decirme eso de que me ha visto nacer. Reconozco que la noticia me entristece, no porque Triunfo fuera totalmente santo de mi devoción, pero mire, hay razones del corazón que la razón no comprende. De hecho, allí empezó la conjura reformista de la progresía española. Este «posibilismo» que se ha metido en las venas de los progres del país y los ha convertido en eunucos. Pero también se me habrá metido a mí, porque lo siento, se lo digo de verdad.
—Algún día se hará justicia a Triunfo. O tal vez no. Tal vez las promociones venideras se quedarán perplejas ante lo que allí escribimos entre líneas y considerarán que fuimos unos subnormales incapacitados para el silencio o para escribir sobre líneas.
La barbarie cultural anda suelta y ya ha segado casi toda la hermosa cizaña crecida en el repugnante trigal franquista: Cuadernos para el Diálogo, Por Favor, Hermano Lobo, Triunfo... Los responsables de la revista de la estrella roja anuncian, como MacArthur, que volverán cuando llegue el otoño, pero convertidos en revista mensual. Me aterra el coro de silencio, insensibilidad, desmemoria que puede helar esa reaparición y recuerdo una escena que presencié al comienzo de mi vinculación con Triunfo, al inicio de la espléndida y hegemónica etapa que la revista recorrió desde 1969 a 1976. Los locales de Triunfo aún estaban en el complejo de Movierecord, en un piso alto que acercaba Madrid al cielo. Muchos días, a vista de pájaro, podía contemplarse, allá abajo, sobre la tierra, a la sombra del edificio de Movierecord, el esforzado trajín de un hombre y un muchacho que dibujaban sobre la arena el título Triunfo y ponían especial empeño en la estrella que servía de punto a la i. Estrella roja, decían los franquistas. Roja. Roja fresca. Roja de unidad. Porque Triunfo dio una espléndida lección de rojez unitaria que pertenecía tanto al presente resistencial antifranquista como al futuro de la izquierda unida ante el dilema: «O socialismo o barbarie».
Aunque sea mensualmente, que Triunfo viva para verlo y contarlo.
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
8 de julio de 1980, n.º 120, p. 23
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Acaba el verano con sabor a placer. Uno intenso, el que provocan los acercamientos amorosos que llevan incluidos la fecha y la forma de la despedida, los placeres adúlteros. Y otro despreciable, el pequeño y fastidioso placer de los turistas que nos invaden. Vázquez Montalbán, a diferencia de las opiniones que defendió años atrás, se compadece de las masas que regresan a sus hogares sin conocer un ápice de nuestro país.
Mientras empresarios de hostelería y funcionarios gubernamentales aplicados al tema se tiran las estadísticas por la cabeza, a simple vista de mirón playero se llega a la conclusión de que hay menos carne humana extranjera este verano y que el consumo estival de naranjas con o sin burbujas decrece, mientras los nativos se desnudan más que nunca, en vista de que ya nunca volverán aquellas suecas de hace veinte años, que con su exhibición de ombligo crearon la sospecha de que, al Norte, Dios distribuyó los orificios de muy distinta manera en el cuerpo humano. Pero tampoco hay que exagerar. El otro día en un hotel local donde no se cabía, el propietario me cabeceaba tristemente y señalaba la concurrencia.
—Fíjese. Cuatro gatos.
Se está creando la psicosis de que el turismo no viene y esta psicosis acentúa la depresión de la industria hostelera. Esa acentuación depresiva se nota en que los menús aún tienen menos imaginación que antes y que, dispuestos al suicidio, son más caros que nunca. Tampoco el bistec de fieltro con los bordes lilas ha mejorado su aspecto, sin que pueda decirse que ha empeorado. Sigue siendo una porción de cadáver de animal indeterminable que renueva el río de proteínas que se va a la mar, que es el morir.
Son muchas las quejas jeremíacas y muy pocas las propuestas y los propósitos de enmienda. Por ejemplo, éste es un país sin geografía gastronómica, vinícola o quesera. Éste es un país donde no se ha hecho una carta de vinos seria. El turista es entregado a su propia ignorancia y a la ignorancia de mucho profesional de aluvión que practica la política turística de tierra calcinada. Para la mayor parte de los turistas, España es una inmensa paella con una botella de vino tinto al lado, cuando no de una bebida refrescante de cola, ahora de dos litros. En toda Europa aumenta la sensibilidad «ecológica», y luego los turistas europeos comprueban que la mayor parte de playas españolas «turistizadas» siguen un proceso de degradación que las lleva a convertirse en letrinas sin bidet. ¿Incentivos culturales? ¿De qué estamos hablando? ¿De la catedral de Córdoba y de la mezquita de Burgos? Un país como Grecia le saca partido hasta a la última piedra más o menos trabajada y más o menos antigua. Aquí se han destruido, sin pestañear, patrimonios artísticos e históricos como el modernismo barcelonés, sin duda el más interesante modernismo urbano de Europa; y que podía haber sido un incentivo cultural turístico.
Cualquiera que me lea pensará que yo deseo que vengan muchos turistas. Y no es así. Pero me han dicho que si no vienen turistas se acentuará la crisis; y si se acentúa la crisis habrá un golpe de Estado, una involución. En fin, para qué contarles. Prefiero compartir esta mediocre democracia con el mayor número de turistas posible que cualquier brillante dictadura. Un servidor ha sido turista en otros países, incluso en países muy «turísticos», y siente una cierta solidaridad con el turista asaltado por la falta de respeto de una industria que parte del criterio, salvo honradas excepciones, de que un turista es inferior porque cuando habla español lo hace como los indios en las películas de Hollywood. No diré yo que los españoles son más tontos que los demás, pero sí que se creen más listos, y ésa es la mayor tontería que puede asumirse. Pido perdón por esta generalización, sin duda excesiva, y quiero dejar constancia de que si algún día, Dios no lo quiera, otro Napoleón invadiera nuestro suelo, ofrecería mi pecho para parar los misiles nucleares del invasor. Patriotismo no me falta, y cito el ejemplo de una dama catalana que me acompañaba en un viaje de Mikonos a Delos y que al subir a la barcaza oyó decir a una francesa: «Los griegos son unos ladrones, pero los españoles aún son más ladrones». La dama catalana, partidaria de la separación de Catalunya de España en cuerpo y alma, saltó como una Agustina de Aragón y le clavó las uñas dialécticas a la francesa. Claro que yo, lo reconozco, me abstuve y dejé que la separatista catalana defendiera el honor de España, pero me mantuve cerca, prestándole apoyo moral que sin duda le llegó.
España está mal presentada a los turistas. Ya se han zampado nuestras paellas, nuestros toreros y nuestro pseudoflamenco de litoral. Los técnicos de Turismo que dejen de hacer estadísticas optimistas, para oponer a las pesimistas de los industriales, e imaginen lo que este país puede dar de sí si sale del corsé de sus propios tópicos y consigue renovar su escaparate con unas alubias con almejas o una merluza a la sidra, con la ruta del modernismo catalán o de los vinos del condado de Valladolid y ante todo, elementalmente, limpiar las playas y los bosques y conseguir que los bistecs más humildes tengan aspecto de animal homologable.
Interviú, «Los placeres capitales»,
31 de julio de 1980, n.º 220, p. 25
Una de las prohibiciones más lamentables de la moral cristiana es la de desear a la mujer del prójimo. Sobre todo si el prójimo es un marido, animal doméstico inodoro, incoloro e insípido. Insisto en el verbo «desear», no planteo de momento el verbo «conseguir», porque suficiente placer capital es desear lo prohibido. En la segunda mitad del siglo XIX, el tema del amor prohibido por culpa del matrimonio se generaliza. No hay escritor importante del XIX que no se plantee la cuestión y la resuelva según los techos de permisividad de la época. Generalmente, las historias de adulterios terminaban mal: o se suicidaba el amante, o se ponía mala ella de cualquier tontería mortal, o Dios les castigaba a través de un tercero (un hijo que se les ponía enfermo y moría balbuciendo «pa-pá» o «ma-má»). A veces, incluso, el marido quería darles una lección y se pegaba un tiro.
Hay que esperar a la literatura de entreguerras del siglo XX para que los héroes literarios puedan desear a la mujer de su prójimo sin más consecuencias que una cierta tensión moral, la oportuna dosis de sufrimiento y la rutina como carcoma del amor prohibido. El cine recorrió este camino temático a una velocidad superior. En treinta años pasamos de Cuando ellas se encuentran a las películas de Antonioni, un cineasta injustamente olvidado que supo testimoniar los últimos días de Pompeya de la moral burguesa. Que la literatura y el cine luchen por civilizar la cuestión no quiere decir que la cuestión se civilice. Menos mal. Porque el morbo de desear a la mujer o al marido de otro y de otra desaparece en el momento en que ese otro o esa otra dan toda clase de facilidades. Este tipo de criminales eróticos llegan a la categoría de auténticos monstruos cuando además, los muy cabrones, teorizan, es decir, se plantean el asunto racionalmente y planificadamente. En mi archivo personal de seres humanos a evitar abundan los maridos emancipados de fines de la década de los sesenta, que, tras un período matrimonial nunca superior a los siete años, convocaban a su mujer a una reunión de reflexión y planteaban el adulterio de esta guisa: «He observado que tenemos excesiva dependencia burguesa que hay que combatir. A partir de ahora tú te acostarás con todos los que puedas y yo con todas las que pueda». Así da asco. No tiene ninguna gracia ni mérito. Con este espíritu se podía ir a una reunión de la Asamblea de Catalunya, por ejemplo, pero nunca hacia el disfrute de violar el código moral.
Sospecho que, visto desde el otro sexo, el asunto tiene los mismos incentivos. A los hombres, los maridos de las mujeres que están bien o que nos interesan siempre nos parecen unos memos insoportables, mocosos y probablemente impotentes. Rara vez nos planteamos que nosotros, los que somos maridos, ofrecemos el mismo aspecto a nuestros antagonistas. Lo bueno de la esquizofrenia humana es que uno casi nunca está en comunicación con el otro que lleva dentro, y cuando uno va por la vida en plan de verdugo no se entera de que el otro va de víctima. Si me planteo el tema es porque recientemente he observado dos conductas concretas humanas realmente estimulantes. Un muchacho de la novísima ola se echó a llorar porque su chica se había ido sola a una discoteca. Un marido de señora de muy buen ver se convierte en su defensa marcador, una especie de Camacho con los plantillazos por delante.
Les observo desde mi porción de arena, sobre el fondo de un cielo fácilmente azul, y me siento inmediatamente interesado por la chica que se fue sola a la discoteca y por la mujer que deja caer miradas al suelo para que el marido a la defensiva no las despeje a bote pronto. A la chica probablemente no la conoceré nunca, en cambio la dama protegida está ahí, con el bikini que triunfa sobre todas las maternidades a que la ha sometido un marido que así ha vivido varias veces nueve meses tranquilo. Insensato. Desearía que sobre la arena apareciera una mesa camilla e iniciar el juego de contactos furtivos con los pies, mientras el marido habla de la caída de Abril Martorell o de que a Pujol no le ayuda la estatura. La citaré en la atalaya del Tibidabo y nos meteremos mano precipitadamente, rodeados de japoneses y de gentes de Tudela llegadas en autocar. Luego, tal vez, cuando llegue el otoño, pueda calentar mis manos al abrigo de un sostén voluntariamente descolgado por sus manos palomas, mientras sus ojos miran a derecha e izquierda por si aparece el defensa lateral izquierdo de su vida. Y luego...
Detengo la imaginación para darme cuenta de que la dama reparte insinuaciones distantes entre toda la fauna masculina situada al alcance de sus bonitos ojos negros. No son insinuaciones de «pebeta» tanguera, sino insinuaciones de animal sitiado que promete su cuerpo al que consiga enviarle el marido a las cruzadas. Mujeres así debieran ser declaradas de interés patrimonial sexual colectivo, y aprovecho la ocasión para que Max Cahner en Catalunya y Ricardo de la Cierva en España hagan algo para que esta raza no se extinga y sea sustituida por la descasada de lunes, miércoles, viernes de diez a doce.
La conducta personal es un constante intento de evitar que los otros te destruyan. A veces te sale tan bien la jugada que los otros hasta te quieren y muchas veces puedes darte por satisfecho si te ignoran. Pero no hay mayor placer que el acercamiento que ya lleva incluida la despedida, porque todas las personas sensibles vamos por la vida con el mismo espíritu de Groucho Marx cuando decía: «Jamás me haría de un club que me aceptara como socio».
Interviú, «Los placeres capitales»,
4 de septiembre de 1980, n.º 225, p. 4
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En El Periódico de Catalunya empieza una sección en las páginas de lectura de la edición de los domingos. Dedica tres plumazos a tres personajes de actualidad, a los que llama «el bueno, el feo y el malo».
[La columna se publica sin título]
Bueno el señor Michels, que trató de echar un cable a Rifé. Que Rifé haya dicho pestes o no de la directiva del Barcelona aún debe demostrarse, pero en el supuesto caso de que las haya dicho, el que no las piensa que tire la primera piedra. Por otra parte, lo que se dice en plan confidencial y sin objetivo de publicación forma parte de la más elemental e inalienable libertad de expresión. Si yo pienso que Idi Amín Dadá hubiera sido mejor presidente del Barça que el actual y se lo comento a alguien, la cosa queda entre dos. Ahora bien, si ese señor va y lo publica, la responsabilidad es de él y no mía. Haría falta un Le Carré para describir lo que está pasando en el Barça.
Feo el porvenir de nuestros hijos tras la victoria de Reagan. Yo he sostenido una sincera conversación con mi chico. Le he dicho: «Muchacho, voy a construirte un refugio antiatómico para garantizarte la supervivencia, es lo menos que puedo hacer por ti después de haberte traído a un mundo en el que tipos como Reagan pueden ser presidentes de Estados Unidos». Dicho y hecho. Ya he tomado medidas y he localizado el lugar más idóneo para construir el refugio en un tiempo récord. Hay que darse prisa porque Reagan se hará con el poder a mediados de enero y en cuanto lo ocupe es capaz de desmelenar todos los misiles del mundo. Propongo que se discuta esta cuestión en el Parlament y que el señor Trias Fargas, miembro de la Trilateral como el vicepresidente norteamericano Bush, se comprometa a avisarnos del bombazo con unas horas de anticipación. El paisanaje es el paisanaje.
Malo el presidente que han elegido los norteamericanos, con lo que se demuestra una vez más que los pueblos pueden equivocarse, que el público no siempre tiene razón. Y peor aún que este pésimo presidente condicione no sólo la vida de los que le han elegido sino las nuestras. Que nadie se haga ilusiones. No es una película de miedo interpretada por Ronald Reagan, confidente de McCarthy en el período de persecución de rojos. Es la realidad, la tremenda realidad de carne y hueso interpretada por Ronald Reagan, un hombre ideológicamente peligroso que tiene al alcance de la mano botones decisivos de herida y muerte. Los que no creemos en la belleza de la muerte y preferimos la fealdad de la vida hemos de hacer un frente común para pararle los pies a este cazador de recompensas.
El Periódico de Catalunya, «El bueno, el feo y el malo»,
9 de noviembre de 1980, p. 37
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La revista L’Avenç le pide una breve evocación del año que pasó en Madrid mientras estudiaba tercer curso de periodismo y Vázquez Montalbán reconstruye parte de su militancia antifranquista anterior al ingreso en el PSUC, en el Frente de Liberación Popular (FLP), conocido como Felipe.
En el verano del 60, el comité ejecutivo del FLP decidió que era necesario conseguir dinero para estimular el crecimiento aletargado del grupo. Formábamos el comité ejecutivo Àngel Abad, Paco Montalvo, Nicolás Sartorius y yo, que entonces residía en Madrid para acabar mis estudios de periodismo. No vimos mejor solución que ir a pedir dinero al extranjero y, teniendo en cuenta los presupuestos ideológicos del grupo, no nos quedó otra opción que hacerlo en Yugoslavia. Encarcelado Cerón, máximo dirigente del grupo, reducido el frente a grupúsculos difícilmente instalados en Madrid, Barcelona, Sevilla, País Vasco y Santander, y a personalidades recién conectadas en los campos de trabajo del SUT (Servicio Universitario de Trabajo), casi no podíamos mostrar pruebas físicas de nuestra identidad. Así pues, decidimos ir a Yugoslavia con las manos llenas y nos dedicamos a redactar unas supuestas publicaciones propagandísticas regulares. Los redactores iniciales teníamos que ser Nicolás Sartorius y yo. Àngel Abad (actualmente jefe de la Policía Municipal de Sabadell) sería el ejecutor y Paco Montalvo, tan eficaz entonces como ahora, sería el organizador de la operación. Necesitábamos un piso liberado. No teníamos. Una multicopista. No teníamos. A veces utilizábamos las de la SEU, o las del Servicio Universitario de Trabajo, donde yo actuaba de infiltrado «jefe nacional de propaganda». Pero la operación era larga y de excesiva envergadura.
Aprovechando el verano, ocupamos un piso vacío propiedad del padre de un camarada, padre cuya ocupación desconocía, un desconocimiento meritorio, puesto que el piso estaba en el mismo rellano que el despacho de su notaría. Con todos los sobresaltos de este mundo, el problema del piso se resolvió. Quedaba el del ciclostil. Improvisamos un sistema con correas de lavadora y clichés robados en la SEU. Àngel Abad se instaló allí, día y noche, para realizar aquella pintoresca colada propagandística, mientras Sartorius y yo paríamos panfletos y más panfletos que nos convirtieron en pocas semanas en el partido español con más literatura propagandística.
Cuando el mecanismo producción-realización quedó garantizado, surgió otro problema técnico: el dinero. Casi todos llevábamos una vida precaria de estudiantes miserables, consumidores de menús de nueve pesetas en los restaurantes de Argüelles. Yo me reservé las últimas monedas para mi deseado regreso a Barcelona, y puse el resto de mi dinero en un fondo común que se nos vació en pocas semanas. Finalmente, los últimos panfletos pudieron imprimirse gracias al empeño del reloj de Àngel Abad, secretario general en funciones del FLP desde el encarcelamiento de Julio Cerón. Fue un verano especialmente cargado de emociones políticas porque, dada mi condición de responsable de las relaciones exteriores del partido, mantenía contactos regulares con quien ejercía la misma función en la ASU (Asociación Socialista Universitaria), el señor Gómez Llorente. Nuestros encuentros tenían un espléndido marco urbano: el parque de Rosales, adonde yo llegaba aturdido por el insomnio, la locuacidad marxista y la falta de alimento. Gómez Llorente era entonces un chico pulcro y encantador que juzgaba necesaria la inmediata revisión y rehabilitación de Ortega por parte de la izquierda española. Se lo comenté a Fernando Martínez Pereda, el hijo disidente del notario que nos dejaba el piso, y me dijo una cosa tan inolvidable como aquel propio verano: «Ortega fue un gilipollas que se quedó a medio camino entre el sujeto y el objeto».
L’Avenç, noviembre de 1980, n.º 771, p. 11
Título original: «Estiu de 1960», trad. Ana Mata Buil
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¿Qué vota Manuel Vázquez Montalbán en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de noviembre de 1980? ¿Carter o Reagan? ¿Y por qué?
EL POSIBLE RETORNO DE KISSINGER
Resulta totalmente injusto que nosotros no podamos votar en las elecciones norteamericanas. Se decide la suerte del centro del Imperio y nosotros, los colonizados, no podemos elegir el mal del que hemos de morir. La verdad es que de haberme reconocido el derecho de elegir a mi emperador me habría visto en un serio aprieto. Carter es un político lento e inseguro. Reagan es un actor especializado en papeles de gángster guapo. Sigo prefiriendo a Ava Gardner o Faye Dunaway, pero tampoco caerán esas brevas.
Habría que remontarse a las elecciones protagonizadas por Johnson y Goldwater para encontrar una alternativa tan poco estimulante como la actual. Entonces, un destacado cura norteamericano, no recuerdo de qué marca, dijo más o menos: «¡Qué tiempos éstos, Señor, Señor, en los que hay que elegir entre un truhán y un loco homicida!». El voto del miedo dio entonces la victoria a Johnson, porque el electorado temía que Goldwater, seguidor de las tesis de Foster Dulles de una política exterior «al borde del abismo», provocase una guerra mundial caliente. Como siempre ocurre, el blando Johnson hizo de duro e inició la gran escalada de la guerra de Vietnam, una de las vergüenzas históricas más impresionantes de todos los tiempos.
Igual puede ocurrir ahora. Por miedo a Reagan puede decantarse el voto hacia Carter y luego salir rana belicista lo que parecía cándida mariquita de la patata. Tras los republicanos siempre ha habido grupos de presión más belicistas que tras los demócratas, pero a estas alturas de la historia y del Imperio, la guerra y la paz serían el resultado de la lógica interna del sistema, lo dirigiera un demócrata o un republicano. De hecho, el balance del reinado de Carter es tan negativo como el de los presidentes anteriores en lo que respecta al orden moral del universo. Los carniceros latinoamericanos siguen trinchando carne humana en el Cono Sur y, tras lo ocurrido en Nicaragua, Estados Unidos ha apuntalado las dictaduras centroamericanas para que la historia no se repita. Carter empezó predicando la causa de los derechos humanos para acabar de lavar la imagen vietnamita de Estados Unidos, pero ha dejado de predicar porque alguien le ha recordado que el derecho humano fundamental es la defensa del capitalismo, por los medios que sean.
Por todo esto, yo no votaría a Carter, pero por descontado tampoco votaría a Reagan, ni a Anderson. Si gana Reagan, yo tendría el aliciente del retorno de Kissinger, con el que tengo un largo contencioso desde finales de los años sesenta. No nos avenimos y casi podría decirse que nos tenemos una cierta manía. La prueba de ello es que cuando estuvo en España no me envió un saludo ni me aludió durante la entrevista que sostuvo con Joaquín Soler Serrano. El retorno de Kissinger, lo confieso, me haría cierta gracia. Conviene sacar partido a los odios estables.
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
4 de noviembre de 1980, n.º 137, p. 21
«Por fin te tengo otra vez frente a frente, Enrique. Te juro que esta vez no vas a salir tan bien librado como la anterior, fúnebre percherón electrónico. Sixto.»
Hasta aquí el texto del telegrama que acabo de enviar a Henry Kissinger, presunto asesor de Reagan en asuntos exteriores. El John Wayne que ha llegado a la Casa Blanca tendrá su robot especialista en asuntos internacionales y, como ya recordé en mi anterior «Capilla Sixtina», sostuve con él un tour de force dialéctico que le dejó muy malparado y le devaluó muchísimo la imagen. Kissinger ya no volvió a ser el que era después del vapuleo al que le sometí semana tras semana, día tras día, año tras año. Soy el mismo de siempre y él también. Segundos fuera. Empieza el asalto.
—¿Por qué le tiene usted tanta manía a Kissinger? —me dice la pérfida Encarna, con la que me gustaría estar casado para divorciarme en cuanto llegara el divorcio.
—Es una puerilidad liberal. Al fin y al cabo, Kissinger es un mandado.
—Y Reagan también.
—También. ¿Y quién manda entonces?
—El gran capital, don Sixto. Esto ya es el colmo. Hasta ha olvidado eso.
—Pero ese tío se llamará de alguna manera. Tendrá cara y ojos. Nombre y apellidos.
—Consulte el Who is Who de Estados Unidos y busque los nombres de los gerentes de las grandes multinacionales. Ésos son el Gran Capital.
—Pero a esos gerentes los elige un consejo de administración, y a ese consejo de administración lo eligen los accionistas, luego el Gran Capital son los accionistas. Y esa orquesta la dirige alguien. El director supremo es el Presidente, luego el responsable es Reagan; como Reagan no podría dirigir ni una película de indios, los responsables reales van a ser los componentes de su brain trust, desde el pijo de Serrano ese que se llama Bush hasta el fúnebre percherón electrónico.
—Confiese que usted, en el fondo, cree que la historia se hace desde las superestructuras.
—Encarna, no me faltes.
—Confiese que usted cree que los Reyes godos fueron realmente los Reyes godos.
—No. Los Reyes godos son los padres.
Le he señalado la puerta desde la más absoluta confusión de espíritu, porque estábamos en su casa.
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
11 de noviembre de 1980, n.º 138, p. 26
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A finales de 1980 presenta en la revista Tiempo de Historia una primera mirada sobre la transición, un artículo a medio camino entre el reportaje y el análisis. Faltan dos meses para que el coronel Tejero entre con un puñado de guardias civiles y una pistola en la mano en el Congreso de los Diputados.
ENTRE LA PULGA Y EL LEÓN.
LA TRANSICIÓN SANGRIENTA
Cuenta el fabulista que en cierta ocasión se reunieron los animales de la selva para decidir qué animal era el más sangriento. La primera candidatura fue la del león, pero inmediatamente se planteó la de la pulga. El león, argumentaban los partidarios de la pulga, derrama toda la sangre de un zarpazo, pero la pulga la va chupando gota a gota.
El País tituló: «1978, ESPECTACULAR DESPEGUE DEL TERRORISMO. El año 1978 constituye el punto de partida de un espectacular despegue de los actos terroristas, que se mantiene en 1979 y en el curso del presente año, según se pone de manifiesto en un estudio estadístico reproducido en la memoria remitida por la Fiscalía General del Estado al Gobierno». Así como en 1977 se habían producido 29 víctimas del terrorismo, en 1978 el número subía a 88, y en 1979 a 131. El ritmo de muerte terrorista de 1980 parece que no va a superar el de 1979, pero el furgón del año va abundantemente cargado de cadáveres. Las llamadas «víctimas del terrorismo», según la Fiscalía General del Estado, son tanto los muertos a manos del terrorismo de izquierda (GRAPO y las dos ETA) como de derechas (Batallón Vasco Español, Triple A). Las estadísticas marcan un ritmo ascendente a lo largo de la década de los setenta: 1 (1971), 2 (1972), 8 (1973), 19 (1974), 25 (1975), 20 (1976), 29 (1977), 88 (1978), 131 (1979).
Desde el atentado contra Carrero Blanco hasta la muerte de Franco hay una elevación progresiva de la acción terrorista, planteada como un toma y daca de ETA y FRAP contra el aparato de seguridad del Estado. Hay una permanencia en la veintena de víctimas anuales durante los años de decantación de la transición (1976-1977) y se produce a continuación un incremento de la mortandad cuando la reforma toma la iniciativa de la transición y queda en el desván de la memoria la alternativa rupturista. A partir de ese momento, al toma y daca entre el terrorismo de izquierda y los aparatos de seguridad del Estado se suma un terrorismo de ultraderecha que plantea una «guerra sucia» al terrorismo, compensatoria de las supuestas debilidades de la «represión democrática». Ese terrorismo de ultraderecha ha actuado preferentemente en el País Vasco como una policía paralela, al parecer incontrolada o no controlada por quien debiera controlarla, pero también ha actuado fuera del País Vasco en un atentado como el de la revista El Papus, o con frecuentes asesinatos individualizados de militantes comunistas. Esta última variante cabe atribuirla casi en exclusiva a miembros de las secciones juveniles de la extrema derecha legal, y forma parte de la característica estrategia de la tensión permanente cultivada por el fascismo desde sus orígenes.
Estos sangrientos datos hay que inscribirlos en el libro escrito de la transición franquista. Había tres opciones básicas: permanencia en un franquismo atenuado, reformismo constituyente, ruptura constituyente. La primera vía se intentó con el gabinete Arias Navarro-Fraga y fracasó, en parte por la acelerada descomposición de todos los aparatos franquistas y en parte por la acción decidida de la oposición manifestada en contundentes movilizaciones de masas. Fracasada la primera vía, quedaba la alternativa de una resistencia franquista numantina que hubiera puesto en peligro a la Monarquía, tanto si se producía una involución coronelística como si se imponía la oposición. En ese momento se da luz verde a la vía de la reforma constituyente, para la que se utiliza a la vanguardia más lúcida del franquismo, encabezada por un comodín político llamado Adolfo Suárez, especializado en facilitar el póquer a quien sea. Esa vanguardia franquista utiliza «la Constitución franquista» para dar paso a un período constituyente en connivencia con todas las fuerzas políticas de la oposición, menos las que se autoproclaman republicanas, en un primer momento marginadas, pero posteriormente asumidas por la reforma (caso de Esquerra Republicana de Catalunya). ¿Por qué las fuerzas políticas de la oposición histórica aceptaron el procedimiento reformista y archivaron el rupturista? Porque eran conscientes de sus debilidades coyunturales complementarias con las debilidades políticas de los reformistas. Sobre esta correlación de debilidades, que no de fuerzas, se cernía la espada de Damocles de la involución, de una involución sangrienta, del zarpazo del león represivo del franquismo intocado y dispuesto a actuar a poco que fuera convocado. Esta espada de Damocles fue continuamente utilizada por los reformistas para disuadir a los rupturistas, y así se explican claudicaciones tácticas que escandalizaron a los espíritus políticos más sensibles del país. Se ha tendido a dar una explicación ideológica a esta claudicación, cuando de hecho no fue otra cosa que el resultado de un implícito o explícito análisis de esa correlación de debilidades.
A pesar de la amnistía algo vergonzante que benefició a todos los delitos de sangre cometidos por razones ideológicas, organizaciones armadas como las dos ETA y una nueva y enigmática entidad llamada GRAPO denunciaron la reforma y prosiguieron sus acciones en busca de la ruptura política que diera paso a un proceso revolucionario en toda España y a la independencia del País Vasco. Desde sus primeras acciones, el GRAPO no se anda con chiquitas y golpea directamente en el corazón de «los poderes fácticos», tocándole la vaina a la espada de Damocles. Secuestros como el de Oriol y Urquijo y el general Villaescusa, resueltos con un final feliz digno de Frank Capra, aterrorizan al país y le echan en brazos de una solución reformista cueste lo que cueste antes de que el león se enfurezca y comience a repartir zarpazos. A medida que se avanza por el reformismo constituyente se va matando más ambiciosamente: generales del ejército, magistrado del Supremo, un periodista vasco experto en cuestiones etarras. Mientras los políticos pactan una Constitución reformista, los grupos armados subrayan cada paso reformista con un atentado provocador. La consolidación de la democracia reformista significaba el progresivo aislamiento de la alternativa rupturista, y era imprescindible provocar una desestabilización que frenara el proceso constituyente.
Si bien entre 1975 y 1978 cada escaramuza terrorista ponía de gallina la piel del país, puede decirse sin riesgo de escandalizar a casi nadie que en los dos últimos años ningún atentado o secuestro, por horrible o audaz que sea, ha conmovido profundamente a la opinión pública. El terrorismo de uno y otro signo es aceptado como una ganga democrática y se produce una costumbre de muerte, una cierta insensibilidad generalizada característica de todo período de tensión continuada. Puede decirse incluso que los frentes se han estabilizado y no ha habido saltos cualitativos por encima del asesinato del general Gómez Hortigüela, del atentado de la cafetería California, del secuestro de Ruipérez o de la voladura de la esposa del etarra Echabe. Ésas son las crestas de una tensión, y sólo una extensión generalizada de la matanza podría estimular la sensación de espectáculo. Hoy el terrorismo, según los índices españoles, es una norma informativa que en algunos periódicos, como El Alcázar, ha dado paso incluso a una sección fija: «El parte: balance terrorista de la semana».
Esta impresión de «normalidad» se traduce a un lenguaje ideológico insuficiente. Las fuentes progubernamentales suelen hablar de «serenidad ante la provocación» o de «madurez de las instituciones democráticas», pero habría que utilizar un lenguaje científico-político que ayudara a enmarcar el papel que juega el terrorismo en la estabilización de la democracia, en los países de capitalismo avanzado más afectados por la crisis general del sistema. Tanto en Italia como en España, y hay síntomas de que Francia y Portugal podrían sumarse a este pequeño concilio, el terrorismo es instrumentalizado por el poder para legitimar un cierto grado de parálisis democrática, mantenido en defensa de la democracia agredida por el terrorismo. El terrorismo divide o anula la lucha de las capas populares para utilizar la democracia como motor de un proceso de cambio y condiciona un consenso represivo que el poder económico y político del capitalismo manipula en su provecho. Se establece así un círculo vicioso que el terrorismo de izquierda atribuye a la izquierda establecida por secundar la defensa de las instituciones democráticas, y la izquierda establecida atribuye al terrorismo revolucionario porque da argumentos para la parálisis, cuando no para la involución y el retroceso de las posiciones políticas alcanzadas por el conjunto de las fuerzas progresivas.
En una situación de crisis general del sistema, en la que las fuerzas progresivas podrían forzar políticamente el ritmo de un proceso de cambio, el terrorismo desvía esta posibilidad planteando la quimera, que no utopía, de la destrucción del Estado a picotazos de pulga.
Lo cierto es que tanto en Italia como en España la acción terrorista no ha socavado los cimientos del edificio del poder y ni siquiera ha creado corrientes de opinión masivas proclives. Análisis aparte merece el terrorismo vasco, que ha adquirido en algún momento características de «lucha armada nacional popular» respaldada por amplias capas de la población, como lo demuestra el éxito electoral de formaciones políticas como Euskadiko Eskerra o Herri Batasuna. Pero los progresivos avances autonómicos capitalizados por un partido nacional-centrista como el PNV, unidos al cansancio popular por una tensión civil de más de diez años, a la dura represión policial y a la acción de los «incontrolados», decantan la lucha hacia el terreno político, como lo demuestra el penúltimo apartamiento de Euskadiko Eskerra de las acciones de ETA político militar.
No asistimos, pues, sólo a una asimilación terapéutica del terrorismo por parte del sistema, sino a una auténtica instrumentalización en su provecho.
Esa insensibilidad progresiva de las masas ante la dialéctica sangrienta del león y la pulga se ha conmovido fugazmente ante algún que otro alarde tecnológico, especialmente desarrollado en el área catalana, tal vez como una servidumbre más a la arraigada creencia de que Cataluña es Europa. Entre el navajazo ultraderechista contra un muchacho de izquierdas en la madrileña calle de Goya y las curiosas voladuras del industrial Bultó o el alcalde Viola, hay una variada gama instrumental terrorista que demuestra la rica morfología del desprecio a la vida. Los casos de Viola y Bultó merecen un lugar aparte en este breve panorama de la transición sangrienta porque establecen una síntesis perfecta entre asesinato, tortura y chantaje. Se coloca un explosivo en el pecho de las víctimas adherido por esparadrapos. Cualquier movimiento excesivo o intento de desprenderlo conlleva la explosión y la muerte. La víctima se convierte en corresponsable de su propia ejecución, como, según los críticos literarios, el lector es corresponsable del autor en el hecho literario, en el hecho estético.
Y las víctimas cumplieron. Tanto Bultó como Viola no tuvieron la serenidad suficiente como para no agitar el cáliz amargo o no apartarlo y explotaron, demostrando la escasa consistencia de los tejidos y las vísceras. Hay que hacer un esfuerzo moral para imaginar la carga de ideología necesaria que justificó la implantación del artefacto sobre el pecho de dos seres humanos a los que no se regaló el beneficio de un tiro. Sobre todo imaginar ese momento del corte de las tiras de esparadrapo, de la presión de los dedos contra el pecho, del «¡Estese quieto, hombre, por su bien!». Hoy por hoy, estos dos casos constituyen el más elevado techo tecnológico alcanzado por las pulgas en su desigual, pero a veces sofisticada, lucha contra el león.
Tiempo de Historia, noviembre de 1980, n.º 72, pp. 110-121
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John Lennon muere asesinado en Nueva York y el periodista traza un perfil de urgencia a medio camino entre la descripción de la ciudad y del artista.
John Lennon ha muerto como preferiría morir Felipe González, en Nueva York, a tiros y no en el Metro de Moscú. En todas partes se cuecen locos. Tanto al calor de un puchero santanderino como al de los vapores suburbanos que ponen en peligro las pantorrillas de las patinadoras del Rockefeller Center o las digestiones de diamantes desayunados en Tiffany’s. Lennon buscó en Nueva York el mundo. Basta cruzar una calle para pasar de Italia a China o de la Palestina precristiana al Wall Street poscristiano. A las diez de la mañana puedes ver todo, absolutamente todo Matisse; a la una, comer en plan libanés, como ya nunca comerá libanés alguno; a las cuatro, asistir a un concierto de Pau Casals, especialmente deshibernado para el acontecimiento; a las cinco, hacer número en el vernissage de una exposición de polillas nepalíes amaestradas por Howard Hughes antes de morir; a las ocho, escuchar a la Caballé una Norma cantada con los ovarios; luego, contemplar a Woody Allen tocando el saxo y tocando el sexo de europeas maternales que nunca olvidarán haberle preguntado: «Mr. Allen, what time is it?». Ni siquiera importará más tarde, después de un día tan completo y repetible, después de un día propicio para ser el último día antes de la Tercera Guerra Mundial, morir devorado por las cucarachas gordas de un hotel de lujo o por las cucarachas pequeñas y rubias de los hoteles discretos cercanos al Metropolitan.
Vivir en Nueva York no habiendo nacido en Nueva York, ni siendo norteamericano, indica una total ambición de exilio, porque en una misma ciudad se viven todos los exilios posibles en todos los países probables. Por la vía de la negación se consigue ser ciudadano del mundo y al mismo tiempo ser nada. Los fotógrafos de California fotografían nombres y apellidos. Los de Nueva York sólo fotografían actitudes, porque la ciudad, una Disneylandia feroz y neorrealista, es el espectáculo.
Tal vez por eso, el asesino de John Lennon cometió un crimen con intención deshumanizada. Matar a Lennon ha sido un anticipo de la bomba de neutrones. La ciudad, las cosas, quedan como estaban y donde estaban. En Europa este crimen hubiera sido humano. En Nueva York, el asesino ha disparado contra alguien que pagaba el precio de ser asesinable a cambio de salir en Life jugueteando con las ardillas del Central Park. En Europa hasta los filósofos han de reconocer que no dan la talla del estrangulador de Boston y asesinan entre coartadas de irrealizaciones del sujeto o del objeto.
Qué tiempos. Qué tiempos estos en que has de elegir entre morir en Nueva York a balazos, en Moscú a carpetazos o en París estrangulado por filósofos llorones que no se aguantan los mocos.
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
16 de diciembre de 1980, n.º 143, p. 13
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Vázquez Montalbán lleva un mes sin aparecer en la sección «Catalunya política» de El Periódico de Catalunya, aunque reaparece justo al final del V Congreso del PSUC, en el que participa, para dar cuatro pinceladas sobre los resultados. El PSUC se rompe al menos en tres partes, una fractura que no hará sino aumentar con los meses. Muy afectado, intenta minimizar los daños. Luego, en La Calle, profundiza en el diagnóstico.
Lo del PSUC es una cuestión abierta que tardará varios meses en cerrarse. De momento ha servido para que cayeran las caretas de muchos demócratas de toda la vida y de no menos demócratas de hace tres años que han llegado a pedir la intervención del Estado reprimiendo a un partido «desestabilizador». En lo que afecta a la relación con los otros partidos catalanes, el nuevo redactado de las tesis no significa una alternativa a la política llevada por Gutiérrez Díaz. Igual puede decirse de la política institucional en general y de la municipal en particular.
Quiere esto decir que el PSUC puede seguir actuando con toda normalidad en el contexto de la política catalana siempre y cuando sus contradicciones internas no repercutan en dimisiones o divisiones que afecten a sus representaciones en las instituciones. Mal irían las cosas si los concejales comunistas, por ejemplo, convierten los ayuntamientos en terrenos de confrontación entre eurocheyenes y afrocomanches, por citar dos tribus que se me acaban de ocurrir y que son tan verosímiles como las que han sido acuñadas estos últimos días por algunos observadores políticos con serios trastornos astigmáticos.
Y en lo referente a las contradicciones internas habrá tema para días y días. Ya lo dijo Mao: «Cada cosa a su tiempo». Y si no lo dijo Mao fue, sin duda, por culpa de la banda de los cuatro.
El Periódico de Catalunya, «Catalunya política»,
11 de enero de 1981, p. 11
Paco Frutos tiene ante sí una difícil aunque no imposible papeleta. O consigue restablecer la disciplina direccional o el PSUC puede tener cinco direcciones optativas: la que encabeza el propio Frutos, el dúo López Raimundo y Gutiérrez Díaz, la dirección del PCE, la plana mayor de los que quieren monopolizar la concepción eurocomunista y los líderes del cinturón industrial, tan determinante en las conclusiones del V Congreso.
Es evidente que López Raimundo y Gutiérrez Díaz son los primeros en no crear dificultades a la nueva dirección; va en ello el interés de un partido al que han dedicado los mejores años de sus vidas y su propia intención de volver a la dirección de un partido y no de un grupúsculo. No es menos evidente que la dirección del PCE cometería un grave error tomando partido por el caos. Se dice: «A río revuelto, ganancia de pescadores». Pero a veces los pescadores en río revuelto se han de contentar con coleccionar pescado podrido.
Si el PSUC insiste en su proyecto de socialismo en libertad, de respeto a la pluralidad política antes, durante y después de cualquier proceso de cambio, ha de empezar por aceptar la pluralidad dentro de sí mismo. Esa pluralidad ya está establecida. Una vez más el PSUC se convierte en un laboratorio de nuevas experiencias.
El Periódico de Catalunya, «Catalunya política»,
13 de enero de 1981, p. 11
LECTURA PRIMITIVA
DEL V CONGRESO
Cada uno de los bandos existentes en el comunismo español hace una lectura diferente de lo ocurrido en el V Congreso del PSUC. Para Gutiérrez Díaz, el Congreso significa el triunfo de su apuesta por el respeto a los procedimientos democráticos, apuesta que ha sido parcialmente burlada por quienes se han aprovechado de la democracia interna sin límites para crear un movimiento organizado y así reformar sustancialmente las tesis. Para los en otro tiempo llamados «bandera blanca», el Congreso no ha sido representativo, porque en el debate precongresual de las tesis sólo participó el 15 por ciento de la militancia y porque ha habido conjura fraccional para dar un viraje en la política del partido. Para la dirección del PCE, y en especial para Carrillo, el Congreso del PSUC representa una amenaza, sobre todo en tiempos precongresuales, para el PCE. Los satisfechos por las correcciones efectuadas a las tesis consideran el V Congreso como el triunfo de las bases, como una recuperación de las señas de identidad del partido frente a las tendencias socialdemócratas y frente al despotismo ilustrado vigente en las maneras direccionales del PCE.
Se veía venir. La buena disposición democrática de Gutiérrez Díaz y López Raimundo ha sido desbordada por una contestación generalizada a la manera de hacer política desde la legalización hasta la actualidad. Una minoría ha programado y una mayoría ha ejecutado. Esa minoría programadora ha obligado, en ocasiones, a una táctica de bandazos que las bases fueron asumiendo desde la perplejidad a la insumisión. En cierto sentido, el V Congreso del PSUC representa la respuesta del partido máquina al partido programa, respuesta encabezada por cuadros que en su día se vieron obligados a explicar la política del partido en la transición sin creer en ella y que, a la vista de los fracasos tácticos y empujados por el clima general de crisis económica y política, han dado la batalla crítica con todas sus consecuencias. Esta batalla crítica, no siempre estimulada por procedimientos limpios, ha sido posible por la permisividad exhibida por Gutiérrez Díaz y López Raimundo. Hay quienes les reprochan su «blandenguería», supongo que en nombre de pasadas «habilidades» stalinistas, pero también son muchos los que elogian su actitud consecuente con los principios estratégicos de la conquista del socialismo en libertad. Lo cierto es que el V Congreso del PSUC ha sido una exhibición de democracia interna, y algunos demócratas, bajo palabra de honor, se rasgan las vestiduras ante lo que califican de «anarco-marxismo asambleario».
Curiosamente, un Congreso «obrerista» ha aprobado tesis como la que asume las reivindicaciones del movimiento gay, o como la que contesta radicalmente la alternativa energética nuclear, o como la que rechaza la Ley Antiterrorista, al tiempo que se condena con una gran profundidad política el terrorismo. No menos curiosamente, un Congreso «obrerista» respalda el proyecto político de Gutiérrez Díaz de ir hacia un catalanismo popular, alternativo del catalanismo de derechas. Y, sin embargo, se ha tratado de construir una imagen tanquista de un Congreso que, entre otras cosas, mantiene la condena de la intervención soviética en Afganistán e insiste en que la única vía posible para el comunismo europeo es la de ir hacia el socialismo en libertad, la de aceptar la pluralidad política antes, durante, después de cualquier proceso de cambio. ¿Quién ha construido esa imagen «tanquista» y por qué? Ante todo, la derecha, interesada en encontrar una coartada para buscar la ruptura del «pacto de progreso» vigente en los ayuntamientos y para impedir la conformación de una nueva mayoría de izquierdas en el Parlamento de Cataluña. A continuación, los que se sienten amenazados y acusados críticamente por sus maneras direccionales durante el período de transición. Hay que añadir, a estos dos grandes responsables de la desvirtuación del V Congreso, a una minoría de congresistas que, desde el más elemental de los energumenismos o desde la más flamante incapacidad cultural, hicieron propuestas objetivamente provocadoras que traducían mala voluntad o una radical falta de visión de conjunto del partido y de la sociedad en que el partido se inserta.
Todo depende ahora de la voluntad de ruptura de los bandos, de la voluntad o capacidad de visión de conjunto de las necesidades del partido y de la sociedad. La nueva dirección ha de aplicarse a rechazar enérgicamente las direcciones paralelas supervivientes o de reciente creación, ha de recuperar esa visión de conjunto por encima de las simplificaciones obreristas o tecnócratas y ha de dar sentido, a largo y medio plazo, a la única estrategia posible para un partido comunista operante en países de capitalismo avanzado: la vía plural al socialismo en libertad. Si se entiende que ésta es la única estrategia posible, se entenderá el porqué del fracaso de una manera de dirigirla por procedimientos de despotismo ilustrado. Las masas de fines del siglo XX no se conforman con el papel de receptores pasivos de consignas emitidas por líderes carismáticos. Aunque parezca una contradicción, los miembros del Comité Central del PSUC más votados por el V Congreso fueron Gregorio López Raimundo y Antonio Gutiérrez Díaz. No iba, pues, contra ellos la advertencia y se les quería en la dirección suprema del partido. Hay quien dice que como palanganeros. Creo, simplemente, que el voto mayoritariamente favorable reconocía su papel liberalizador, modernizador de esos grandes paquidermos lentos de ideas que habían llegado a ser los partidos comunistas, esclavos del patrimonio, del aparato y de las divinidades.
La Calle, «Estado de la cuestión, cuestión de Estado»,
13 de enero de 1981, n.º 147, p. 21
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Tras la noche de miedo del 23 de febrero, los golpistas deponen las armas y se entregan. En pocas horas Interviú lanza una edición especial en defensa de la democracia en la que el periodista despacha a la vez su alivio y su pesimismo. También en La Calle aparece una proclama por la libertad, la suya y la de Encarna. En pocos días, en cuanto se enfría el alivio por el fracaso del golpe, aparece la reflexión.
Aún no se sabe si ha sido una muestra siniestra de teatro breve y malo o un ensayo general de golpe de Estado, ese ensayo general que todo golpe de Estado necesita, desde la sanjurjada que precedió al Alzamiento Nacional hasta el tancazo que abrió camino al golpe de Pinochet. Al pie de los hechos y de esta larga madrugada en la que España estuvo a punto de irse otra vez a la mierda, a esa mierda esencial que nos persigue como un pringue angustioso y fatal, la perplejidad de cualquier espectador es la más sincera declaración de alarma. Perplejidad porque los obispos no han pedido la liberación de los diputados hasta las once de la mañana. Perplejidad porque se ha convertido en innombrable el nombre de un capitán general que ayer decretó el toque de queda hasta la hora en que le dio la gana, sin que hasta ahora las alturas civiles y militares se hayan pronunciado sobre el pronunciamiento.
Y sin embargo uno diría que es un final feliz, consciente de que todo final feliz es el menos infeliz de todos los posibles finales. «¡Mátalos, Tejero!», gritaban los muchachos ultras en los alrededores de las Cortes, tal vez en el mismo momento en que Íñigo Cavero ofrecía su triple pecho a las balas y pedía: «¡Disparen!». Tan feliz les ha parecido a algunos este final que ya han declarado, incluso antes de la liberación de los rehenes, que la democracia ha salido fortalecida. Pobre democracia. Dios le libre de sus amigos que ella no se puede librar de sus enemigos. Al menos que no tenga que atender a dos frentes. Con una desfachatez a lo Curro Jiménez, un grupo de profesionales de las armas acribillan el Parlamento, sustituyen el poder constitucional por el terror con gorra, telefonean a Valencia para entretener la espera y, mientras tanto, todo el país pendiente de lo que hiciera el Rey, porque si el Rey no hubiera hecho lo que ha hecho el golpe era inevitable, ninguna fuerza lo hubiera podido impedir y a estas horas las vedettes de la democracia estarían en los paredones o en los campos de concentración, mientras los peatones de la democracia caerían como moscas en las fosas comunes o en los arrabales rojos de las ciudades industriales.
Y puedo contarlo. E Interviú puede publicarlo. Es decir, la democracia sigue andando con la cabeza vuelta hacia atrás porque no se lo cree, porque tardará mucho tiempo en volver a creérselo y los señores diputados asistirán desde ahora a las sesiones de Cortes con el reojo puesto en los accesos, por si se presenta el asno de Pavía. Y todo ha sido en nombre de ¡España! ¡Vivaepaña! Una España cuyos gritadores desnudan de la s. Epaña, dicen. ¡Vivaepaña! Viva la España de la plaza de toros de Badajoz y de todos los millones de muertos que se ha dejado por un camino marcado por el energumenismo sacramental de sus salvadores. Y Tejero fumaba un cigarrillo junto al capitán de navío Menéndez, espiados respetuosamente por las cámaras de televisión. Qué aplomo, macho. Y eso que le condenaron a siete meses hace un año y ahora le pueden caer... muchos meses... Pero fuma un cigarrillo Tejero y quiere entregarse a la Guardia Civil. La liturgia que no decaiga. Y el marino quiere entregarse a un contraalmirante. ¡Que venga enseguida un contralmirante!
José María García retransmitía lo que ocurría porque era el partido de la jornada. Si uno cerraba los ojos al pasado le parecía escuchar una historia de primas a terceros, doctores Cabezas, Pablos Portas, Josés Luises Núñeces. Pero uno no puede cerrar los ojos al pasado, y el partido que retransmitía José María García se disputaba entre la vida y la muerte, entre el ser y el no ser de la razón, otra vez, una vez más.
Malditos seáis.
Interviú, 25 de febrero de 1981, número extra, p. 15
Educados en el miedo, nos defendimos gracias al asco. El gesto de arrugar la nariz puede evitar catástrofes mentales irreparables. Lo volví a comprobar el otro día, al ver a un teniente coronel de la Guardia Civil dando la medida de su prepotencia, la medida exacta de una pistola. Arrugué la nariz. Aquello daba asco. Pero tenía miedo porque sé que las pistolas matan, que en el mejor de los casos sirven para defender, y en el peor, y más frecuente, para agredir. Fue todo un curso de dialéctica de los puños y las pistolas. Se trató de reducir la dignidad de un viejo militar, Gutiérrez Mellado, por la fuerza física y ni siquiera eso se consiguió, porque el nervio moral de Gutiérrez Mellado pudo más que el elefante armado que trataba de aplastarle contra el suelo.
Palabras. Palabras. Palabras. Y ellos lo saben. Conocen que la razón democrática sólo dispone de palabras escritas y habladas. Temen el poder de las palabras si es asumido por las masas. La democracia española necesita las pistolas leales de las Fuerzas Armadas leales y masas leales a la democracia, masas concienciadas, organizadas. Si se consigue esta coincidencia, la democracia está salvada; si no se consigue, el próximo jaque será un jaque al Rey, con todas sus graves consecuencias.
Encarna reconoce que el Rey ha salvado la democracia. Pero lo reconoce en un sentido crítico. ¡Pobre democracia la que depende de un hombre, aunque sea de un rey! La fidelidad constitucional de las Fuerzas Armadas pasa por su fidelidad al Rey. Encarna tiene razón, o al menos los hechos conocidos le dan la razón y a uno le parece volver a la Edad Media, cuando dependía del talante del Emperador el que florecieran las artes y las letras o las calaveras y las checas. Encarna es muy bestia, pero tenía los ojos nublados cuando sus señorías aparecieron liberados, sanos y salvos, y se divirtió como una mona cuando Senillosa empezó a ironizar sobre la actitud beligerante que los asaltantes manifestaron contra la palabra escrita o hablada.
—Se han salvado las libertades, Encarna. Te dejo en libertad de ponerles el adjetivo. ¿Libertades burguesas, formales?
—Por un momento me han parecido libertades humanas, imprescindiblemente humanas. Pero en cuanto empiece a ejercer el Gobierno de UCD, volverá a utilizarlas como libertades formales, burguesas.
—No hay que regalar a nadie el sentido de las libertades democráticas, porque tienen sentido en sí mismas —digo con la cursilería dialéctica de un viejo profesor machadiano, cansado de vencer al miedo con la ayuda del asco.
SIXTO CÁMARA
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
3 de marzo de 1981, n.º 154, p. 25
En el momento de escribir lo que ahora escribo, han pasado unos quince días del golpe de Tejero y lo que cuelga, y escribo con la sensación de que todos mienten, todos mentimos cuando decimos que el golpe ha fracasado. El golpe no ha conseguido cubrir todos sus objetivos, pero ha puesto en marcha atrás el proceso democrático, ha descompuesto el paso y el ritmo de la política española y, a pesar de los tres millones de manifestantes a favor de la democracia, el golpe se ha metido en la conciencia del país, ciudadano por ciudadano, clase por clase. El golpe está dentro de cada uno de nosotros.
Las cuentas no salen. Hay una conjura de civiles iniciada en el mes de octubre. Una conjura de civiles en la que aparecen nombres supuestamente inverosímiles, que parecen salidos del túnel del tiempo, del mal tiempo, pero ahí están, lo suficientemente conectados y respaldados como para imaginar y programar un golpe de Estado. Luego, al menos, dos conjuras paralelas o yuxtapuestas por el vértice, la una con el tricornio y la otra con muchas estrellas y mucha mano izquierda, incluso con cuaderno de baile en el que se apuntan las siglas de todos los partidos mayoritarios menos uno. Al parecer, muchos eran los que estaban al corriente y hasta las publicaciones fascistas y técnicas se permitían chulear la cosa y anunciar el golpe con día y hora. Pero los que se tenían que enterar no se enteraron y algunos que tenían que hablar no hablaron. Repito. Estas cuentas no salen.
Y no salen tampoco las cuentas del día 23. Releemos la lista oficial de diputados implicados y repasamos los tiempos que median entre la entrada de Tejero en las Cortes y la retirada del bando de Milans del Bosch. Una malla de llamadas telefónicas insanas fue tejida como red de seguridad para el triple salto mortal con parada en la luna acometido por el Rey de España. Durante unas cuantas horas, demasiadas horas, el Rey subía y caía sin que la red estuviera puesta. Y ahora resulta que todo queda entre un grupo de guardias civiles y oficiales aislados que pasaban por ahí y se quedaron.
Las consecuencias políticas del «frustrado golpe de Estado» ahí están. La izquierda, a la defensiva y más leninista que nunca; es decir, recordando aquello que dijo Lenin en un momento eurocomunista que tuvo el hombre: «Un paso atrás y dos adelante». Estamos en el momento del paso atrás. La derecha democrática, con entusiasmo en el corazón y recelo en la cabeza, pero con todos sus instrumentos de dominio social legitimado. La derecha fascista o parafascista, consciente del poder exhibido, consciente de que puede conceder una tregua a ver si los demócratas han aprendido la lección y aplican una política aceptable; y si no la han aprendido, pues otro golpe. Fraga hasta ha insinuado el tiempo de prórroga democrática: siete meses. Tenemos siete meses para arreglar la cosa. Recuerden esta fecha: 23 de octubre de 1981.
Ante este espectáculo hay que admitir que parte de los objetivos del golpe se han cumplido y que, además, no hay fuerza política capaz de convertir a los responsables del golpe en culpables con todas sus consecuencias, sino en cabezas visibles y en nombres memorizables que seguirán siendo una oferta golpista para la reacción. La izquierda está vacilando y de momento sólo ha tomado una decisión clara: no hacer ningún gesto que pueda ser interpretado como desestabilizador. Me parece muy bien que la izquierda no haga imposible el Gobierno del señor Calvo Sotelo, pero me parecería suicida que la izquierda abdicase de una beligerancia ideológica y organizativa antigolpista y democratizadora de la conciencia social. No basta con pisar las leyes con pies de plomo, o como si las leyes fuesen huevos. Hay que plantear una acción política en profundidad dedicada a crear una auténtica conciencia democrática en el pueblo español, imposibilitando que se conforme la base social capaz de auspiciar un golpe de Estado con todas sus consecuencias.
La relativa tregua institucional debe compensarse con un serio esfuerzo de instalación en el tejido social, partiendo del supuesto, durante demasiado tiempo olvidado, de que la democracia se ha construido con material de derribo del franquismo y que la asepsia o la abstinencia política de buena parte del pueblo español sigue siendo la principal victoria del franquismo, lo que verdaderamente el franquismo dejó atado y bien atado.
La Calle, «Estado de la cuestión, cuestión de Estado»,
10 de marzo de 1981, n.º 155, p. 20
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La Calle pierde definitivamente fuelle. Aguanta sólo por un puñado de periodistas que se empeñan en seguir. Pero peor le va al Fútbol Club Barcelona. El delantero centro del equipo y de la selección nacional, Quini, es secuestrado, y el caso conmueve al país. Vázquez remata la pieza que publica en La Calle con un título que se extendería años después a la ficción.
EL DELANTERO CENTRO FUE SECUESTRADO
AL ANOCHECER
Le llaman el Brujo o la Bruja, como a Gaínza se le llamó Piru («el Zorro»). Enrique Castro «Quini» aparece de pronto, con su correr obsesivo, atareado, un correr trotón y ensimismado, como si entre pelota y jugador se estableciese el pacto laboral del músculo y la herramienta. Ya en el Real Gijón de sus primeros y buenos tiempos, cuando Churruca colgaba una pelota sobre el área era apuesta triunfante presumir que la cabeza de Quini aparecería por encima de todas las demás y enviaría la pelota hacia el túnel exacto que conduce a la magia del gooooooool. Y no sólo la Bruja se aparecía sobre las hogueras del área de castigo, sino que también, de pronto, en la posición teórica de centrocampista, Quini robaba pelotas como los zorros y distribuía juego como los chicos de Asturias distribuyen las manzanas que roban por el camino. Durante casi diez años, Quini y Santillana se han disputado la metafísica del delantero centro deshabitada por Marcelino. Santillana es un delantero centro clásico, con un salto prodigioso y un cuello de acero. Quini es un goleador mágico. Está ahí. «Estaba allí», dirán luego los cronistas deportivos.
Si algún jugador ofrece la imagen del futbolista trabajador, ése es Quini. En torno a Quini se fraguó un Real Gijón desafiante que, desde el punto de partida de la Segunda División, se subió muchas veces a las barbas de los «grandes». Luego el jugador se apuntó al circo Núñez, tratando de asegurar económicamente su futuro en el Barça millonario, pero sin aprovecharse de la situación. No es como otros, dicen los culés, que vienen al Barça a forrarse y jubilarse. Quini se trajo al Barça sus treinta años de edad, sus diez años de experiencia de futbolista de primera y de Primera División. Primero le costó situarse en una delantera donde Hansi Krankl se reservaba el puesto de delantero centro clásico, cazador de goles como quien caza recompensas. Cuando Quini decía «abracadabra» y se aparecía en el área, allí estaba Hansi Krankl para no ponerse de acuerdo con él, darle cabezazos o pisotones y deshacer patosamente la magia del Brujo.
Irse Krankl y volver Quini a empuñar la escoba con decisión. Ya está a la cabeza del Pichichi y en las bocas aclamantes de los barcelonistas que ven en él las virtudes que más admiran los catalanes: el trabajo y el ahorro, la economía del gesto. Donde se demuestra que éstas son virtudes universales que se encuentran así en Asturias como en Lorca. De hecho, Quini se ha convertido en un ídolo tranquilizador, un ídolo que no excita pasiones, pero que despierta una admiración sólida, un respeto, una confianza, la confianza que sugiere un genio con maneras de artesano. Por eso, cuando se conoció la noticia de su desaparición, nadie planteó que se le hubiera tragado una juerga. Algo grave debía haber ocurrido para que el honrado delantero centro desapareciera al anochecer.
Y ahí están las comadres barcelonistas sentadas en sus sillas sobre la acera de la avenida de Carlos III, junto a la casa de Quini, rodeadas de coches de la Policía y de la radio, esperando que el Brujo reaparezca, de pronto, con su cara de buen chico con un pómulo algo aplastado; se lo rompió un defensa irlandés, en un España-Irlanda, naturalmente. Reivindicó el secuestro un comando catalano-español para impedir que ganara la Liga un club separatista. Eso era antes y no exactamente así. El Barça fue durante más de treinta y cinco años la reserva espiritual del catalanismo, como Montserrat y Salvador Espriu. Pero Núñez ha hecho mucho para que el Barça deje de ser algo más que un club y se parezca a una inmobiliaria.
Parece que es cosa de gángsteres. Y el secuestro se convierte en un atentado más a la consolidación de la democracia, así como suena, porque miles y miles de pasotas abstencionistas han descubierto la inseguridad de los tiempos en la noticia del secuestro de un delantero centro. Los dialécticos peripatéticos de la Rambla de Canaletas se han trasladado a los pies de la casa de Quini y despotrican contra unos tiempos en los que ni los delanteros centro ni las muchachas en flor están a salvo de los asaltos nocturnos. Palo es lo que necesitamos, dicen. Palo o pistola. ¿La pistola de Tejero, por ejemplo o sin ir más lejos? Ha bastado la insinuación de que los culpables forman una banda de gángsteres argentinos para que la estatua de Videla crezca. Según parece, Videla se ha sacado de encima los gángsteres y los ha enviado a España para que regateen a los delanteros centros y la democracia.
Núñez llora cada vez que habla de Quini. Es un hombre sentimental que se siente abrumado por una situación impensable. Núñez ha pasado un mal año. Empezó embarcándose en una grotesca política de fichajes que convirtió al Barça en la chacota del mundillo futbolístico internacional. De pronto, de la mano de Herrera y de los pies de Schuster, Simonsen, Quini y una plantilla revalorizada de la noche al día, el Barça se va encaramando en la Liga y llega a las puertas del liderato. Un partido decisivo contra el Atlético de Madrid del doctor Cabeza, un hombre que no hace honor a la convencionalidad semántica de su apellido. Y secuestran a Quini, desmoralizan un equipo, inquietan a toda una ciudad, ponen en vilo a toda Cataluña, a toda España. Núñez había forcejeado con la prensa, con la Federación Española, con Televisión, con el Real Madrid, pero nunca hubiera podido pensar que iba a tener que entendérselas con el crimen organizado.
Se teme que los raptores se sientan acosados por la persecución visual a que les somete toda España y mil policías en concreto en las provincias de Barcelona y Tarragona. El miedo a ser localizados pone en peligro la vida de Quini. Es difícil imaginarlo en una habitación cerrada a cal y canto, sin la posibilidad de ponerse en pie, de repente, e iniciar un trote zorruno olisqueando la ruta del balón y la perpendicular que lleva al túnel del gooooooool. Le vi jugar su último partido, contra el Hércules. Marcó dos goles, como quien no quiere marcarlos. Pero estaba allí, luego dijeron los cronistas deportivos. Y en las gradas, sin duda, estaban los raptores, con la red que caza delanteros centro en la mano, en el rostro siempre una sonrisa de desprecio hacia la ilusión de las masas y la fragilidad del pájaro democrático con los huesecillos duramente rotos a pesar de no haber intentado, siquiera, salir de la jaula.
La Calle, 10 de marzo de 1981, n.º 155, pp. 25-26
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De nuevo a medio camino entre la propaganda y el humor sobre sí mismo, dedica esta columna a presentar a los lectores su nueva novela, la receta del arroz con almejas y los libros que Carvalho quemará en la chimenea a lo largo de las páginas. El artículo pertenece a una nueva serie, «Carvalho y yo», que en Interviú dedica de nuevo a las charlas con su personaje, del que desvelará parte de su pasado oscuro.
ASESINATO EN EL COMITÉ CENTRAL
Me entero que Carvalho vuelve a ser protagonista de una novela titulada Asesinato en el Comité Central. Él no suelta prenda y espera de mi discreción que no le haga preguntas. Carvalho tiene su despacho de detective en la misma escalera de las Ramblas en que yo tengo mi despacho de escritor prolífico, adjetivo que me aplica la infame turba de escritores bajo palabra de honor, sobre los que caerá la maldición de la historia de la literatura. A veces me encuentro a Carvalho en la escalera y confirmo que todo cuanto se diga de los gallegos es cierto: nunca sé si está subiendo o está bajando. Se coloca de perfil como dándome o pidiéndome paso. Y le pillo ahí, en la escalera, en esa actitud gallega de ambigüedad escalante.
—Otra novelita, ¿eh? Y política, por lo que veo.
—Yo soy un profesional. Me contrataron. Investigué. Eso es todo.
—¿Contra quién está escrita la novela?
—Pregúnteselo al autor, pero me parece que está escrita contra el asesino y a favor del arroz con almejas. Es el plato que guiso en esta novela. Es el plato estrella.
Y trata de escabullirse del tema central explicándome cómo se hace un arroz con almejas. Pueden utilizarse almejas «escupiñas», auténticos percherones de la familia. Hay que lavarlas y relavarlas para que suelten la arena producida por las erosiones de la cáscara. Luego se cuecen al vapor, se quitan las valvas, se conserva el líquido lechoso que han dejado las almejas. Aparte se hace un caldo de pescado. En una paella o cazuela se fríen bien fritos unos cangrejillos que luego han de pasar a engrosar las herviduras del caldo y en el aceite resultante se hace un sofrito de cebolla, se rehoga el arroz y a continuación se echa el caldo de pescado conveniente. A media cocción se añade el líquido dejado por las almejas, se distribuyen los bichos sobre la superficie del arroz y, cuando faltan cinco minutos para que la fechoría llegue a su término, se esparce un picadillo de ajo y perejil sobre el redondo océano del guiso. Indispensable un vino blanco bien frío.
Tomo apuntes mientras Carvalho habla sin tener en cuenta las miradas de asombro, desdén e incluso suspicacia que nos dirigen algunas vecinas que suben o bajan hacia sus compras, sus trabajos o sus niños, con la clara conciencia de que las pirámides de Egipto son tres y los sexos son dos. El fementido Carvalho ha conseguido situarme en el terreno de la gastronomía cuando lo que hoy a mí me interesa es el de la política ficción contenida en la novela.
—¿A quién matan?
—Pues yo no vi el cadáver, ya ve usted lo que son las cosas. Cuando llegué a Madrid ya estaba de cuerpo presente. ¿Le interesa saber qué libros quemo?
—Si no hay otro remedio.
—El problema de la vivienda, de Engels, y una antología de poesía erótica española, de Barnatán y García.
Se entrega a una disquisición realmente intolerable sobre la desfachatez de Engels creyéndose que podía escribir sobre todo, dejar citas bíblicas sobre cualquier actividad humana con el deseo de sobrevivir hasta en las tesis de los arquitectos y los urbanistas. Y en cuanto a la antología, la quema porque es un atentado no a la poesía sino al erotismo y una toma de posición contra el erotismo heterosexual y carnal.
—Ni un poema seleccionado te la levanta —dice Carvalho mediante una grosería a la que no me tiene acostumbrado.
Tal vez expresa su malestar por la encerrona de escalera que estoy practicando. Me resisto a dejarle marchar sin irritarle un poco más el meollo de los nervios.
—¿Es cierto que en esta novela usted explica su paso por el Partido Comunista y por la CIA?
—¿Por este orden?
Y se me marcha, dejándome con la pregunta y la novela en la boca. Por la tarde encontraré a Biscúter, el ayudante de Carvalho, en la situación de subir una cesta más grande que él. Sonsaco al hombrecillo. Es cierto, Carvalho estuvo en Madrid el año pasado investigando un asesinato cometido en el transcurso de una reunión del Comité Central del Partido Comunista de España.
—¿Cómo termina la novela, Biscúter?
—Comiendo, señor Montalbán. ¿Cómo iba a terminar?
Interviú, «Carvalho y yo», 26 de marzo de 1981, n.º 254, p. 20
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Triunfo reaparece como revista mensual y Vázquez Montalbán colabora en esta nueva época, si bien al seguir en La Calle no puede recuperar «La Capilla Sixtina» ni imitarla con nuevos personajes. Para la ocasión utiliza uno de sus estilos más queridos, la situación y los diálogos surrealistas que llevó a cabo en la página doble de Por Favor. En esta nueva sección, llamada «Bestiario», retrata a los protagonistas de la política española. La crónica satírica del mes de abril la dedica a las relaciones de los golpistas con el poder establecido.
[El artículo se publica sin título]
El jefe de Gobierno, don Leopoldo Calvo Sotelo, reprimió un gesto reflejo de fastidio ante la propuesta de la misiva que le acababa de entregar el motorista: «Sería conveniente que cerrara usted El País. En cambio, hemos acogido con cierto disgusto el comentario que usted hizo el otro día a propósito de El Alcázar. Según parece usted dijo: “Es un diario discutible. Que sea la última vez”». «¿Espero respuesta?» El motorista dijo que sí con la cabeza. «Dígale al teniente coronel Tejero que aprecio sus propuestas en lo que valen y que aprovecho la ocasión para saludar a los patriotas que le acompañan en la cárcel.» El motorista se encogió de hombros y salió de la estancia. Don Leopoldo dio algunos pasos sin rumbo y contuvo el impulso de asomarse a la ventana. Cada vez que lo hacía, una ráfaga de ametralladora le rompía los cristales de las gafas. Luego los centinelas se disculpaban.
—Perdone, Excelencia, pero no lo hemos reconocido y no están los tiempos para primero preguntar y después disparar.
—Han cumplido con su deber. Recuérdenme que les proponga para una medalla al valor.
—Ya nos concedió una la semana pasada cuando le detuvimos por no respetar el toque de queda.
—Lo había olvidado.
Pellizcó el teléfono, como si no se atreviera a recogerlo. Por fin se decidió.
—¿Dígame?
—Telefonista. Soy el jefe de Gobierno.
—¿Qué quiere usted ahora?
—¿Sería tan amable de preguntarle al general Armada si puedo hacer fiesta este fin de semana? Tengo una reunión familiar.
—Podía haberse acordado antes cuando le ha preguntado si podía traspasar a los catalanes una docena de sillas viejas que había encontrado no sé dónde. Hay que organizarse, señor mío.
—Perdone. No volverá a ocurrir.
Un silencio.
—Dice el Excelentísimo General Armada si a esa reunión van a ir los Bustelo.
—Pues alguno, sí.
—Entonces ni hablar. Si es una reunión de Calvos, Sotelos, Ibáñeces y Martines, sí. Pero Bustelos, no. No volvamos a las andadas, ¿eh? ¿No han escarmentado?; ¿no se han dado todavía cuenta de lo que ha costado la continua desestabilización de los políticos? Luego tendrán que volver a sacrificarse hombres como Tejero, Armada, Milans para que ustedes malgasten su esfuerzo y el testimonio de su encarcelamiento. Ni hablar.
—¿Si no vienen los Bustelo podemos hacer la reunión?
—Sí, hombre, sí. El general es un buenazo y les da permiso.
Calvo Sotelo colgó el teléfono y dio unos pasos de baile. La que iba a armar en las Cortes cuando les dijera a todos que el general Armada le dejaba hacer un guateque el domingo. Deseoso de hacer patente su victoria pidió un coche para trasladarse al Congreso.
—Dicen del Parque Móvil que sólo les queda un tanque y viejo.
—Con algo hay que ir.
No estuvo muy conforme el guardia de la puerta ante la pretensión del jefe de Gobierno.
—Al Congreso otra vez. Esto ya es vicio. Qué manera de perder el tiempo. Y luego paga el contribuyente. Los hay con una jeta.
Calvo Sotelo cerró los ojos para no ver lo que cantaban las paredes de Madrid: «Democracia tu ru rú».
—¿Por dónde le parece que coja? Con democracia y sin democracia, está el tráfico que no veas.
Calvo Sotelo le dijo al tanquista que obrase según su recto juicio. Llegaron a las Cortes y Calvo Sotelo convocó a los señores diputados para comunicarles que, según datos objetivos, la democracia se consolidaba cada día más. Era consciente de poder ofrecer un ejemplo válido: el amable permiso dominical concedido por el general Armada. Los diputados fueron llegando entre quejas, porque la convocatoria les impedía participar en las emisiones parlamentarias que había autorizado desde la cárcel el coronel San Martín; Comisión para la repoblación forestal de Coria, Comisión para la restauración del día de la Madre, Comisión para construir un monumento a Milans del Bosch en la plaza del Caudillo de Valencia, Comisión para quitarles las pensiones a todos los funcionarios republicanos y en caso de óbito exigir a sus viudas que devolvieran lo cobrado en cómodos plazos. La mayor parte de diputados tenían buen andar, pero una minoría abundante arrastraba la bola de hierro que las autoridades militares encarceladas habían dispuesto según la peligrosidad social del público. Por ejemplo, la bola de hierro que arrastraba Felipe González tenía veinte centímetros de diámetro, la de Carrillo cuarenta, y Sagaseta y Bandrés llevaban una en cada pie.
—¿Te has pensado lo del gobierno de coalición? —preguntó Felipe a Leopoldo en cuanto le vio.
Lágrimas de tristeza subieron a los ojos de Calvo Sotelo. Pobre Felipe, en su locura repite una y otra vez la propuesta del gobierno de coalición.
—No sea tonto, Leopoldo. Nosotros lo apoyaríamos desde fuera —respaldó Carrillo, aumentando así la tristeza de Leopoldo al comprobar que el templado don Santiago también había caído en el pozo de la sinrazón.
A Fraga no le habían puesto bola, pero le hacían compartir unas esposas con Senillosa. Leopoldo Calvo Sotelo les contó su tira y afloja dialéctico con el general Armada.
—¿Has hablado directamente con él?
—No. Se niega a hablar conmigo. Utilizamos como intermediario a una telefonista que es de su pueblo. En fin. Señorías, les he reunido para proponerles que demos un paso adelante y aprovechando la buena disposición demostrada por los encarcelados, propongamos, con todo el respeto que podamos y mediante instancia, que se levante el toque de queda.
—¡Insensato!
—¡Terrorista!
—¡Provocador!
—Voy a telefonear a los generales y verás tú cómo te recitan la cartilla, aventurero, que eres un aventurero.
Los más airados eran los del sector crítico de UCD.
—¡Urge un gobierno de gestión! —gritó don Íñigo Cavero desabrochándose la camisa y enseñando un tatuaje que decía: «Aunque tú por modestia no lo creas, las flores en tu sien parecen feas. Nihil Obstat».
Apenas causó efecto este desplante, porque Carrillo se desabrochó la chaqueta y enseñó una camisa rojigualda recién estrenada.
—Ésta es la camisa que hay que llevar en este país.
—Santiago, ¿cómo has conseguido esos colores tan vivos, ese rojo tan rojo y ese gualda tan gualda?
Carrillo sonrió pícaramente mientras Soledad Becerril revoloteaba a su alrededor.
—Dímelo, Santiago, no seas malo.
—Con Omo concentrado.
—¿Y a quién se lo has dicho?
—A Fraga, a mi tocayo Santiago Álvarez y a Marcelino Camacho, para que se tiña el jersey inmediatamente.
—¡Voto a bríos! —roncó Fraga—. No toleraré que se banalicen tan sagrados colores sobre un infame pecho subversivo, porque aunque el rojo se vista de seda, rojo se queda. Y aprovecho la ocasión para rendir homenaje a los hombres que me han puesto estas esposas, por su sufrida y callada tarea, a pesar de que tenga que aguantar a este plomo letraherido que se pasa el día leyendo a Catulo en latín y cantando cuplés de la Fornarina.
Injusta apreciación, porque Senillosa había sido castigado a leer seiscientas veces la biografía del duque de Ahumada por sus hirientes comentarios sobre el poco amor por la letra y la palabra que habían demostrado los heroicos guardiaciviles que habían secuestrado el Congreso de los Diputados, por su bien, en la gloriosa fecha del 23 de febrero. Aunque la mayor parte de aquellos guardiaciviles seguían en arresto, del que se negaban a salir hasta que se consolidara la democracia, porque éste y no otro había sido el motivo del alzamiento, desde allí enviaban consejos democráticos y constitucionales que servían de eficaz expiación a los señores diputados, cuando no de edificante corrección a sus pecados de prepotencia. Así como Senillosa había recibido el consejo de leer seiscientas veces la biografía del fundador de la Guardia Civil, el diletante Areilza asumía, de buen grado, la esforzada tarea de poner en versos octosílabos los artículos en su día firmados por el colectivo Almendros. Corrompido por la molicie parlamentaria, el conde de Motrico había tratado de negociar la posibilidad de traducir los artículos en endecasílabos, pero uno de los oficiales sublevados, condenado a galeras en un museo marítimo, tenía conocimiento de que el endecasílabo era un metro extranjerizante, ya en su día repudiado por Castillejos, poeta del Siglo de Oro, defensor de la forma y fondo de la España eterna. Pero sigamos el vuelo del discurrir de Calvo Sotelo.
—La medida de levantar el toque de queda, tan sagazmente aconsejado por Milans del Bosch desde su sacrificado encierro, podría completarse con una amnistía general a todos los implicados en el patriótico asalto a estas decadentes Cortes.
—Que no oiga yo eso de la amnistía.
Todos los rostros se volvieron a Blas Piñar, dedicado, como cada jueves, a pasar revista a las tropas que marchaban a la conquista de Abisinia.
—Sería una deslealtad amnistiar a unos hombres que se han jugado su libertad por España.
—Te faltó tacto, Leopoldo —reprobó con la voz y la cabeza el duque de Suárez, sometido desde hacía semanas al correctivo fraternal de la picota, castigo recomendado por el coronel San Martín desde su lugar de patriótico encierro.
—Tú decreta cosas sensatas y no te pases de chulo, joder.
Fue la voz experta de Gabi Cisneros la que repartió palidez de mantequilla por el largo rostro del jefe de Gobierno.
—No he dicho nada. Sólo me guiaba el deseo de consolidar la democracia, por la que tanto han luchado los patriotas que hemos encarcelado.
—Después de todo lo que han hecho por nosotros —cabeceaba ligeramente Pío Cabanillas, mientras sus ojos recorrían la orografía del salón de sesiones presidido por Landelino Lavilla y la estatua ecuestre del teniente coronel Tejero, cuya presencia había sido sugerida por un grupo de oficiales de la División Acorzada Brunete, hasta el punto de que la trajeron ya hecha y la pusieron en su sitio bajo la mirada benevolente de don Landelino. Malas lenguas decían que don Landelino ya no era el mismo desde aquel glorioso 23 de febrero, porque de vez en cuando se miraba las manos y exclamaba: «¡Mis manos florecen!».
Y lo que en un primer momento se interpretó como consigna de algo malo, lo que motivó que la mayor parte de Sus Señorías se lanzaran cuerpo a tierra por si tras la consigna venía la ráfaga, luego se comprobó que era frase obsesiva, mágicamente secundada por las manos de don Landelino, productoras fecundas de amapolas que el presidente del Congreso arrojaba hacia la estatua ecuestre del teniente coronel Tejero. El corresponsal del New York Times, Mr. Markham, había escrito en una crónica que la democracia española estaba siendo propuesta como modélica por la administración Reagan. «Se trata de la primera democracia consolidada desde las prisiones militares. Los golpistas dicen lo que hay que hacer, y así se ahorran otro golpe y todos contentos.» Se estaba estudiando la posibilidad de que Pinochet y Videla ingresaran en prisión y pusieran al frente de los destinos nacionales de Chile y Argentina a poderes civiles encadenados al destino de consolidar la democracia. Consolidar la democracia se había convertido en España en una obsesión nacional, escribía el señor Markham. Por ejemplo, cuando una pescadera subía el precio de su mercancía abusivamente, las clientas la reprendían de esta guisa:
—Si no consolida usted la democracia, no, tía Paca.
—¿Que no consolido yo la democracia, desgraciada?; ¿ha visto usted estos salmonetes? Son gloria pura. Mire usted estos salmonetes y dígame luego si consolido la democracia o no la consolido.
Los obreros pedían a los patronos que les rebajaran el sueldo para consolidar la democracia, y los patronos habían conseguido reconversiones industriales ejemplares para consolidar la democracia. Por ejemplo, un fabricante de corchetes de Buitrago había reconvertido su industria en una horchatería, dejando en la calle a quinientos corcheros que se marcharon a sus casas satisfechos porque ayudaban a consolidar la democracia. Era tal el orgullo colectivo compartido por consolidar la democracia que los 5 millones de parados no se referían a sí mismos como «parados», sino como consolidadores de la democracia. No decían «estoy en el paro», sino «estoy consolidando la democracia».
—En fin, Señorías, creo haber cumplido con mi deber de comunicarles la benevolente concesión del general.
—No, si la intención era buena.
Fue un comentario unánime, aproximadamente del 70 por ciento de la Cámara, con la abstención del PNV y del diputado de Esquerra Republicana de Catalunya, dedicado al desequilibrador acto de hacerse un poco de carne a la brasa con allioli con la madera arrancada de su escaño.
—Leopoldo, la coalición. Piensa en la coalición.
Felipe González.
—Que yo la apoyo desde fuera. Leopoldo, no te la pierdas.
Carrillo, guiñando el ojo.
—Miente como un bellaco el que atribuye a los heroicos poderes fácticos un rechazo viril de la coalición.
Fraga Iribarne.
Y como cada tarde, cuando el sol se mete en la bragueta del horizonte goyesco de la Casa de Campo, Satrústegui se levanta y aúlla como un lobo entre quejas históricas que sus compañeros soportan con tierna solidaridad.
—¡Milans, amigo mío! ¡Viva el Rey!
Es el momento justo en el que por las puertas aparecen números de la Guardia Civil y proclaman:
—Es la hora de cerrar esto. Hasta mañana. Disuélvanse prácticamente.
«¡Qué gente tan ejemplar! —piensa don Leopoldo Calvo Sotelo—. ¡No les merecemos. Cada tarde abandonan sus prisiones para venir a avisarnos que es la hora del cierre!» Y ya en la calle, Carrera de San Jerónimo arriba, Carrera de San Jerónimo abajo, un chavalillo entusiasma a los viandantes y convoca duros con la efigie del Rey al grito de:
—¡Se sienten, coño!
Triunfo, «Bestiario», abril de 1981, n.º 6, pp. 4-7
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A finales de 1980 se interrumpe la aparición diaria en la sección «Catalunya política» en El Periódico. Tras unas semanas de titubeos, Vázquez Montalbán pasa a firmar la columna de televisión, situada en la penúltima página del diario, una forma de poder escribir comentarios sobre cualquier asunto. Por ejemplo, sobre el atentado que Reagan sufrió por un exaltado del amor o sobre la boda del siglo.
Cuando sobre la pequeña pantalla de mi televisor apareció el rótulo «Avance informativo», me dije: «Otra vez Tejero». Pero no era el invencible teniente coronel Tejero, sino, una vez más, el desorden a la americana, la cacería del símbolo, el tiro al mito premiado con las páginas negras de la gloria, gloria al fin y al cabo. Y una vez más televisión químicamente pura. Ya no se trata del manido «Nuestro fotógrafo estaba allí». Estaba allí la cámara recogiendo la sorpresa de Reagan, el rictus del portavoz de prensa, el lento desplome de película de un policía de paisano, la histeria contenida de sus compañeros, como representando el papel según las técnicas del Actor’s Studio, el amasamiento del aprendiz de asesino, aspirante a magnicida, sobado, como extraído de algún seno maligno por un pelotón de policías comadronas.
Reagan penetró por su propio pie en el hospital y, aunque algunos aseguran que dijo: «Tranquilo, Jordi, tranquilo», en realidad estaba tranquilizando a Breznev y a los tanques soviéticos que maniobran por Polonia. Televisión nos dijo que el aspirante a magnicida había sido fichado meses atrás merodeando en torno del presidente Carter. Es un magnicida sin matices políticos. En realidad, lo que quería era salir en la televisión y lo ha conseguido.
Según los médicos americanos, Reagan tardará dos meses y medio en recuperarse. Según el doctor Pozuelo, puede ser cosa de diez días.
El Periódico de Catalunya, «Televisión, radio»,
1 de abril de 1981, p. 39
La fealdad irremediable de la familia real británica a la que se refería un colega en El Periódico del domingo pasado, no pudo ser apreciada en el transcurso de la retransmisión de una de las 5.000 bodas del siglo. Es más, yo diría que el juicio es una exageración: el rey consorte es un tipazo, el príncipe Andrés no está mal y lady Di aporta su belleza de tarta para mejorar el aspecto de la dinastía dentro de unos diez o doce meses.
Ésta es la primera boda del siglo que merece este nombre y que ha sido televisada en España. El impacto que en el pasado causaron las bodas de Grace y Rainiero o de Isabel II y el duque de Edimburgo no pudo ser reflejado por TVE porque o bien no existía o casi no existía. Pero los medios de comunicación impresos consiguieron dar un realce a aquellas bodas que ayer no consiguió darle la BBC al casamiento del príncipe Carlos y lady Di.
Hay que contar con la subjetividad del receptor, y aunque esta boda ha despertado el mismo papanatismo que las anteriores, puede decirse que es un papanatismo de nuevo tipo, es un papanatismo autoconsciente de que lo es y que juega a dejarse llevar por el huracán de ingenuidad necesario para boquiabrirse ante un acontecimiento como éste. Temáticamente, la boda no tenía ningún interés. Dos animales sanos van a tratar de reproducirse. Estéticamente, una boda real es lo más parecido que hay a un entierro real.
Y, sin embargo, millones y millones de seres humanos exclamaron: «¡Oh!», porque sabían que era su obligación.
El Periódico de Catalunya, «Televisión, radio»,
30 de julio de 1981, p. 30
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En octubre de 1981 España entra en la estructura política de la OTAN. La tragedia largamente anunciada no sirve siquiera para reunificar a los comunistas, y Vázquez Montalbán acusa al gobierno de ignorar la voluntad popular. Un par de meses después, tira de ironía para pedirle a Breznev el favor de que no nos invada. La Calle cierra definitivamente la primera semana de enero.
Lo que aterra del partido en el Gobierno es su constante, irresponsable ejercicio de improvisación. Cuando un caballero tan serio y responsable como Calvo Sotelo anuncia al país una toma de posición, el país, sea el país de derechas o sea el país de izquierdas, tiene el derecho a exigir que sea una decisión meditada. Y más cuando se trata de un asunto como el de la OTAN, en el que nos jugamos algo más, mucho más, que una política económica. Nos estamos jugando la vida.
Resulta que los estrategas de UCD han lanzado lo del ingreso de España en la OTAN sin calcular suficientemente el rechazo del país y el rechazo internacional. Porque incluso dentro de la Alianza Atlántica hay países que contemplan la posible incorporación de España como un paso peligroso que forzaría a la Unión Soviética a hacer un «gesto disuasorio». ¿Polonia? ¿Yugoslavia? ¿Qué pieza movería la URSS para compensar el movimiento de la pieza española sobre el tablero? Ante el rechazo del país, la no buena acogida internacional y las dificultades de todo tipo que pueden derivarse de esta entrega ciega a la estrategia del Pentágono, UCD se sube al carro de las enmiendas fraguistas y condiciona la entrada en la OTAN a garantías sobre el retorno de Gibraltar y la permanencia de la soberanía española sobre Ceuta y Melilla.
¿A quién se quiere engañar? A las cancillerías europeas no se las puede engañar, ni a la URSS, ni a Estados Unidos, ni a la Pérfida Albión, ni a Marruecos. Gibraltar nunca volverá a España por este camino y ningún paraguas atlántico podrá proteger a Ceuta y Melilla de los apetitos marroquíes. La supervivencia del «hispanismo» de Ceuta y Melilla dependerá de correlaciones de fuerza España-Marruecos y de acuerdos en profundidad que creen un nuevo estatuto. Pero llegar a pensar que la NATO va a tomar partido en lo de Ceuta y Melilla contra Marruecos, contra el mundo árabe, contra el petróleo de Oriente Medio, ¿en qué cabeza puede caber?
En ninguna. Ni siquiera en la cabeza del Gobierno. Pero lo que sí cabe en la cabeza del Gobierno es que el pueblo español pueda creerse este juego del palé basado en el toma y daca de plazas de soberanía. Por si el pueblo español no se lo quiere meter en la cabeza, ya empiezan a agitarse los periodistas oficiosos acentuando el riesgo involutivo. Aceite de colza. Juicio de los implicados en el 23-F. Resistencia a entrar en la OTAN, que puede convertirse en una generalizada protesta popular. Retirada de los empresarios del ANE. Una vez más, el partido en el Gobierno recurre a terceros para que le saquen del lío en el que se ha metido con esa huida hacia delante que representa el empeño calvosotelista de meternos en la OTAN.
Y Coalición Democrática está dispuesta a colaborar en un barrido o en un fregado atómico con tal de que le den cuerda y le dejen cancha. La bomba de neutrones también es de don Manuel Fraga Iribarne y, de hecho, la clientela electoral de don Manuel es más bombista que la de otros aspirantes al padrinaje atlántico: Jordi Pujol o Carlos Garaicoetxea. Queda en pie el enigma del porqué de las prisas de Calvo Sotelo para ahogarnos en el océano Atlántico. El coco del 23-F en ese caso no sirve, porque Gutiérrez Mellado ha sido un atlantista de toda la vida y eso no le evitó ser zarandeado por Tejero. ¿Qué intereses ocultos llevan a Calvo Sotelo y Pérez Llorca a aplicarnos esa pena de muerte general e indiscriminada? Porque si intereses ocultos hay son los de estos dos señores. Los intereses de los comparsas (Fraga, Pujol o Garaicoetxea) no son nada ocultos, son intereses de chalaneo político, de conquista de espacio político cueste lo que cueste y una vaga conciencia internacional de status de quienes prefieren morir bajo los efectos de la radiactividad de una bomba USA y no de una bomba soviética.
Ante tal cúmulo de disparates, las buenas gentes que han depositado sus ahorros de pasado y su inversión de futuro en los bancos de UCD, AP, CiU o PNV convendría que se replanteasen una confianza que puede costarles la vida y la historia.
La Calle, «Estado de la cuestión, cuestión de Estado»,
6 de octubre de 1981, n.º 186, p. 19
CARTA ABIERTA A LEÓNIDAS BREZNEV
Querido amigo:
Se habrá usted enterado por la agencia Tass de que España casi ha ingresado en la OTAN sin más resistencia internacional que la mirada de reojo, ligeramente impertinente, que el ministro de Asuntos Exteriores griego ha lanzado sobre los papeles presentados por don José Pedro Pérez Llorca. Me temo que la invasión de Afganistán ya ha sido compensada con la desestabilización polaca y que la revolución nicaragüense también ha tenido el precio de la salvaje represión que padecen hoy El Salvador y Guatemala. Por lo tanto, de alguna manera han de devolver ustedes el gol de la entrada de España en la OTAN, y el motivo de esta carta es, con todos los respetos, proponerle una serie de compensaciones que no afecten a mis paisajes más próximos.
Los sovietólogos están empeñados en profetizar una intervención de ustedes, directa o indirecta, en Yugoslavia, intervención que les desaconsejo porque los yugoslavos son muy suyos y constituyen una marca ambigua entre el llamado Oriente y Occidente muy conveniente para las argumentaciones en uno y otro sentido. Yugoslavia es el puerto franco del sistema socialista y los puertos francos son convenciones administrativas respetables y difíciles de sustituir. También se habla de una campaña africana para desgajar a Sudán de la causa de Occidente o aumentar las dificultades en el África austral. Les ruego, por lo que más quieran, que no desestabilicen África para compensar la entrada de España en la OTAN. Temo por nuestra suerte. En el caso de que ustedes equiparen el alineamiento de España con la desestabilización del Sudán, por ejemplo, nuestros ultras van a encontrar el motivo incontestable para dar el golpe de Estado. España, madre del universo, ¿cómo puede equipararse a un país cuya única notoriedad se debe al Nilo y a la Metro-Goldwyn-Mayer? Nuestros ultras son muy sensibles ante este tipo de desatenciones y sólo se sentirían compensados si ustedes desestabilizaran, qué le diría yo, de Francia para arriba. Tampoco pido una desestabilización de esta envergadura, que equivaldría a una tercera guerra mundial.
Una solución sería que España les comprase a ustedes mucho gas de Siberia. Ustedes se sacan el excedente de encima y en caso de guerra atómica aquí se arma un incendio siberiano orgiástico. De todas maneras, creo que por ahí puede ir la cosa, porque España es uno de los países que van a depender del gas siberiano a cambio de meterse bajo el paraguas nuclear de USA y la Alianza Atlántica.
Es decir, que dense por compensados con la compra del gas y déjenme envejecer en paz en este rincón de Argüelles tan lejos de Dios y tan cerca de Encarna.
SIXTO CÁMARA
P.D.: En caso de que la izquierda gane las elecciones y salgamos de la OTAN en 1983, no por eso dejaremos de comprar gas siberiano. Le doy mi palabra.
La Calle, «La Capilla Sixtina»,
17 de diciembre de 1981, n.º 196, p. 24