Londres, un año después
—Milord.
Se alarmó al ver llegar tan pronto al doctor Guerny. En su experiencia, todavía debían de faltar, al menos, tres horas de dolor antes de que Emma diera a luz. Algo grave tenía que haber ocurrido para que el médico bajase tan pronto a la sala en la que se había refugiado para evitar escuchar los gritos de su esposa. Un escalofrío lo recorrió.
—¿Qué ha ocurrido?
Guerny sonrió.
—Es una niña. La madre y la recién nacida están perfectamente, puede subir a verlas, si lo desea.
El alivio tardó unos segundos en llegar, el tiempo que le costó asimilar la noticia. Quería preguntar cómo era posible que hubiera sido tan rápido; saber si milady se encontraba feliz o estaba triste; conocer… Pero sus piernas se movieron con agilidad y lo llevaron a la primera planta de la casa antes de que se diera cuenta de que se estaba moviendo. Conforme se acercaba a la puerta de la alcoba de su esposa, que nunca utilizaba pues dormía con él en el dormitorio principal, su velocidad se fue reduciendo hasta quedarse detenido en el umbral, temeroso de entrar.
—Es fea.
—¡Alexander! —regañó escandalizaba el ama de llaves al pequeño.
Emma reía.
—Es muy pequeña todavía, espera unos días y te parecerá perfecta.
Sonrió Kit, más relajado al escuchar la risa de su mujer. Su hijo, en cambio, no parecía compartir su optimismo.
—Si tú lo dices, mamá. Aunque pasará de fea a tonta. Todas las niñas que conozco lo son.
—¿Y a cuántas niñas conoces, si puedo saberlo?
—A las hijas de la tía Edith, a la hija…
Fue enumerando a sus primas. Era maravilloso cómo había madurado en solo un año; tanto como oírle llamar mamá a Emma, algo que el propio Alexander había pedido la mañana de su cuarto cumpleaños, para sorpresa de todos.
—Créeme, hijo, las chicas dejarán de parecerte tontas en unos diez años —dijo Christopher al fin, entrando en el cuarto y haciéndose notar—. Y en quince años las adorarás.
—¡Kit! —protestó ella, divertida.
—Mi amor —le dijo, llegando a la cama al fin.
Feliz, Emma alzó a la niña que sostenía contra su pecho y se la enseñó.
—Mira, Anna, este caballero tan atractivo es tu papá.
La bebé gritó al verse apartada del calor de su madre. De nuevo, Emma rio, arrullando al bebé contra sí. Parecía que sus risas no tuvieran fin.
—Me encanta ese sonido —confesó.
—¿Los llantos de Anna? Algo me dice que acabarás desesperado de tanto escucharlos.
—Tu risa —la corrigió en voz baja.
La sonrisa de Emma se ensanchó.
—Espero que mis risas no te acaben agotando nunca.
—Jamás podría cansarme nada que provenga de ti —confesó en otro dulce susurro, olvidándose de quienes les rodeaban.
Por un momento, el tiempo quedó suspendido,
—Alexander —llamó el ama de llaves al pequeño—, creo que bajaremos a las cocinas a celebrar el nacimiento de tu hermana con un chocolate caliente y una porción bien grande de bizcocho.
—¡Sí! —accedió el niño entusiasmado.
Con un gesto de la señora Johnson, el resto del servicio se fue también, dejando solo al matrimonio. Una vez cerrada la puerta, Kit se sentó en la cama y pasó un brazo por los hombros de Emma, acercándola a él.
—¿Estás bien? —murmuró.
—El doctor Guerny dice que poseo una buena complexión para ser madre. Tengo que decirte que me ha hecho sentir como una yegua de cría.
Sonrió con ternura Christopher, besándole la coronilla. Se quedaron en silencio, abrazados, él pensativo, ella esperando escuchar las palabras que tan pocas veces pronunciaba Kit.
—Te amo —declaró con la voz llena de ternura.
Continuaron quietos, Emma entres sus brazos, como si su esposo no hubiera dicho nada. No esperaba réplica ni Emma se la daría. Eran contadas las ocasiones en las que le decía cuánto la quería; ella en cambio, aprovechaba cualquier ocasión para declararle su amor. No le importaba que fuera comedido en sus palabras, no cuando la hacía sentir amada a diario. Temía no lograr que Kit se sintiera tan querido como ella, que sus gestos no lo reconfortasen tanto.
Atesoraba cada ocasión en que él le decía cuánto la amaba, y siempre que las escuchaba volvía a enamorarse.
—Siento no decírtelo más a menudo, Emma, pero te amo. Te juro que te amo con tanta intensidad que la mera idea de poder perderte hace que sienta que voy a romperme.
Se volvió a mirarlo, sorprendida por sus palabras. Le acarició la mejilla con cariño antes de responderle.
—Sé que me amas —lo reconfortó—. No necesito oírlo.
Negó con la cabeza él.
—Debería decírtelo cada día, lo sé, pero… —decidió callar, era un día feliz, no cabía la angustia.
—¿Pero? —le instó.
—Pero temo que el amor que sentimos se desgaste de tanto hablar de él. —La vio sonreírle con ternura y siguió compartiendo sus reflexiones con ella, como hacía cada vez más a menudo—. Mientras esperaba a que naciera Anna me he dado cuenta de que podría ocurrir algo y que me arrepentiría de no habértelo dicho más veces…
—Shh —chistó la dama, apoyándose en su hombro—. No lo pienses.
Sin embargo, era inevitable.
—Y ahora que te veo con nuestra hija me doy cuenta de que nuestro amor no se desgasta, sino que crece día a día.
—Algún día será tan grande que tendremos que cambiar de mansión por una mayor —bromeó ella, feliz.
A Kit se le escapó una carcajada.
—Cambiaremos de residencia, sí, pero porque vamos a tener tantos niños que no van a caber en esta casa.
—Tenemos seis dormitorios —razonó la dama.
—Insuficientes.
Fue el turno de Emma de reír.
—Exagerado.
Se apartó del cuerpo de su esposa y la volvió hacia él para que viera sus ojos azules, llenos de amor.
—Te amo, Emma. Te amo —repitió.
Con cuidado, depositó a Anna en la cama y se abrazó a él.
—Te amo, Kit.
Pasaron unos minutos haciéndose arrumacos, antes de que la recién nacida los separara con sus gritos. Riendo, la madre volvió a tomarla entre sus brazos. A él no le importó la interrupción: tenía toda una vida para decirle cuánto la amaba y se prometió que no pasaría un solo día sin hacérselo saber… y demostrárselo.
Aquella mujer había significado la oportunidad de volver a ser feliz cuando creyó que su existencia sería gris e intrascendente. El amor lo había devuelto a la vida.
—Te amo, Emma Saint-Jones —dijo de nuevo.
Y repetiría aquellas palabras durante décadas.