No conseguí el ramo. Pero culpo a Usnavys. Esa ama de casa puertorriqueña tira como una niña.
—de Mi vida, de Lauren Fernández
en honor de su reciente compromiso con el millonario de software Andre Cartier, esta vez le permitimos a Rebecca escoger el restaurante para la reunión de las temerarias. Muy de acuerdo con su carácter, escoge Mistral, en el South End, cerca del increíble edificio que Sara ha hecho aún más increíble, decorándolo en un estilo que denomina «Yanqui chic». Es lo suficientemente Victoriano para nuestra pequeña estirada, pero muy chévere, aunque no puedo explicar este tipo de cosa, ya me conocen, el barullo constante que soy, pero es fantástico arte moderno, alfombras persianas y, además, huele a limpio.
Llegué temprano, como siempre, porque si llegas tarde, te pierdes la historia. Y si pierdes la historia, te arriesgas a que un tipo blanco; bueno, me parece que ya he contado todo eso. En los últimos seis meses han cambiado muchas cosas. Pero desgraciadamente, ésa no es una de ellas.
Sin ir más lejos, esta mañana, uno de los redactores vino a mi oficina para hablarme de las manifestaciones en contra del Boston Herald, porque uno de sus periodistas fue tan ignorante que escribió que debíamos detener el flujo migratorio de puertorriqueños a este país. Por si no se acuerdan, los puertorriqueños son ciudadanos americanos desde 1918, y para bien o para mal, Puerto Rico es territorio americano. Supongo que te hablé de eso un par de veces. Perdón.
—¿Qué piensa la gente latina, la comunidad latina, de todo esto?—me preguntó.
Se puso nervioso, piando y gorjeando con toda la brillantez de un pequeño canario amarillo.
—No lo sé—le dije—pero tan pronto como celebremos nuestra conferencia diaria esta tarde, les preguntaré, y después te lo diré.
Asintió con la cabeza y me dio las gracias. De verdad que me lo creyó. No sólo creyó que todos los latinos piensan igual, sino que hablamos por teléfono a diario para conspirar nuestra próxima corta, oscura, misteriosa, y mágica movida. Puede que haya mencionado que nos queda un largo camino que recorrer en este país, y que a veces incluso me parece que vamos marcha atrás.
Me siento en el bar. Esta noche no estoy tomando nada. No he vuelto a beber desde hace dos semanas, cuando Usnavys se casó en San Juan y todas las temerarias se unieron en contra mía y me dijeron que era una borracha. No lo soy, ¿me entienden? Yo no soy ninguna borracha, y ellas, como siempre, reaccionaron exageradamente. En aquel entonces no me sentía contenta tomando sólo una copa. Y la tristeza puede llevar a una chica a hacer tonterías. Pero ahora estoy contenta.
¿Sabes lo más asombroso? Cuicatl está vendiendo más discos en Nueva Inglaterra y Nueva York que en otras regiones, a excepción de California y Texas, primera vez para un álbum de rock español. SoundScan muestra que las cifras empezaron a dispararse desde que Amaury, ella, empezó a trabajar para mi. Nunca he visto a nadie trabajar tanto como él. Organiza fiestas todas las noches en algún sitio nuevo. Parece como si todos los dominicanos se conocieran. Dice que es fácil, porque las fiestas forman parte «del alma dominicana». ¿Lo sabías? ¿Sabías que los dominicanos fueron el grupo inmigrante más numeroso de Nueva York en la década de los años noventa? Llegaron millones de ellos, y hasta ahora nadie en la industria de la música les hizo caso. Aun no la habrán visto en el Gazette, pero los dominicanos están por todas partes. Estoy demasiada cansada como para que me importe.
Jamás ni me imaginé que Amber le debería su éxito mexica a un montón de afro-dominicanos. Da risa. Ha escuchado más merengue y bachata. En su próximo disco, Cuicatl dice que quiere introducir más influencia dominicana. Me gusta Amaury. Lo que no sé es si le quiera. ¿Esta malo?
El director de marketing latino de Wagner llamó ayer a Amaury, ya que quiere reunirse con él para enterarse del secreto de mi niño. Se ha mudado conmigo definitivamente, y cuando no está trabajando, va a la escuela o busca palabras en su diccionario español-inglés. Parece que quieren que los ayude en otros proyectos, y no sólo con Cuicatl. Le han ofrecido un sueldo de cincuenta mil dólares al año, más beneficios. Le dije que aguantara hasta que le ofrecieran más, y eso está haciendo. Ya ha ahorrado dinero, y su hermana y él van a traer a su madre y a otros parientes a Boston, a un apartamento en Dorchester, para que reciba atención médica. Parece una locura, pero este hombre ni miente ni roba. Vivimos juntos tranquilamente. Siempre está disponible, y me invita a todas las fiestas que organiza. No puedo explicar por qué, pero confío en él. Otra vez tengo la talla diez. Se imaginan lo que significa eso. ¡Significa que estoy contenta! ¿Y saben algo? Amaury me quiere con esta gordura. Me ha dicho que le gustaría que estuviera un poquito más gordita. Según él, las americanas quieren ser demasiado flacas. Eso no tiene nada de atractivo.
Y hablando de gorditas, Usnavys es la próxima, como siempre. Esta noche no quiso ser menos y apareció con un sombrero. Y no era un sombrero de invierno. Ya estamos en plena primavera, la nieve se ha derretido, y las flore-citas blancas aparecen inesperadamente en los árboles por doquier; un período bello y vibrante en Boston, y eso significa una cosa para el vestuario de Usnavys: colores y sombreros. No es el tipo de sombrero que uno se pone para abrigarse. Es el tipo de sombrero que tiene una redecillita al frente, un sombrerito redondo. Es morado y hace juego con su traje de pespuntes blancos de arriba abajo, y, por supuesto, tiene los pies comprimidos dentro de esos zapatitos de punta. Está vestida estilo Jacqueline Onassis. O como un huevo de Pascua de Resurrección. Y habla por ese diminuto móvil. Éste parece aún más pequeño que el del año pasado. Y sí, está un poco más gorda. Todas nos hemos dado cuenta. Uno de estos días aparecerá un niña pequeña, con un sombrero redondo y un abrigo de pieles. Y cuando ésa se case, les garantizo que también les restregará el anillo en la cara a todo el mundo, para que todos sepan que otra puertorriqueña ha llegado lejos.
La próxima en llegar es Sara, sola. No ha salido con nadie desde que desapareció su marido ¿y cómo la puedes criticar por eso? No lo han encontrado todavía. Uy. Hizo que sus padres alquilaran su casa de Miami a un artista del rap. ¿No es cómico? Se mudaron un tiempo para acá para ayudarla con los niños. Su madre los cuida mientras Sara se ocupa de su nuevo negocio, «InteriorismoSara». He hablado con ella varias veces, y tanto ella como sus padres quieren vender la casa de Chestnut Hill y regresar a Miami a su antigua y gran casa, pero sólo cuando se conozca el negocio por todo el país y empecemos con el programa de televisión.
Les cuento lo del programa de televisión en un minuto. Paciencia. Hace tiempo que les dije que me parecía que Sara sería una gran decoradora de interiores, y así es. Ya tiene algunos clientes importantes—y tampoco le vino mal ser judía, cuando tienes el negocio en Newton Corners—y sigue recibiendo llamadas de otros clientes. Ahora se puede mantener de lo más bien, y no tiene tiempo ni ganas de concentrarse en otras cosas. Bueno, por lo menos eso es lo que nos dice, y la respetamos. Sara jamás ha estado sola. Creo que ahora la está pasando bien.
Parece que le gusta, y mucho.
Como deben recordar, Sara siempre tenía buena pinta, vestía bien y todo lo demás, pero ahora resalta. Se ve más joven este año que el pasado, aunque es cierto que se parece demasiado a Martha Stewart, sin el uniforme carcelario. Me imagino que en ese tipo de negocio, parecerse a Martha Stewart no viene mal. Sobre todo si esperas tener tu propio programa de televisión en español de decoración interior. Elizabeth se encargó de la producción del episodio piloto, y Target está interesado en vender una línea de artículos de uso doméstico diseñados por Sara.
Ese es el programa de televisión. La cadena en español más importante del país está interesada en transmitirlo los días laborales por la mañana. Sara quiere llamarlo «Casas Americanas». Suena muy bien.
Quizá toda esta nueva felicidad de Sara es la razón por la cual viste con colores más luminosos. No es que parezca un pavo real o algo así. Pero mírenla. Lleva una blusa naranja brillante, con un suéter blanco atado alrededor de los hombros, jeans caros, y mocasines naranjas. Parece otra mujer. Todavía va perfectamente maquillada, con el pelo impecable, y todavía cuenta historias. Sigue hablando muy fuerte. Pero hay algo nuevo en ella, una alegría genuina. Casi, casi, me dan ganas de llorar. Tendrían que haberla visto en el hospital, con todos esos tubos y esas máquinas. No pensé que sobreviviera. Pero lo hizo. Y ahora mírenla. Mi «temeraria».
Aquí viene Liz. Selwyn la trajo. Tuvieron que botar a los universitarios de la casa de Selwyn, donde otra vez viven. Me alegro que regresó.
Liz se ha dedicado a tiempo completo a producir el programa de Sara. Está loca por mudarse para Miami, donde el show tendrá lugar. Ella dice que allá podrá terminar de escribir un libro de poemas. Miami me apena porque voy a echar de menos a mis chicas, ¿saben lo que quiero decir? El sur también me está empezado a reclamar. Miami podría ser un buen cambio, si ese pequeño periódico de allí contratara algún día a una cubana progresiva y asimilada como yo. ¡Jamás! Quizá a Amaury le vaya bien con el marketing y pueda jubilarme del tóxico negocio periodístico y hacer algo verdaderamente importante, como tener un par de niños. No quiero adelantarme a los hechos, pero, eh, soñar no cuesta dinero.
Y ahora llega Cuicatl—finalmente he aprendido a decir su nombre, porque es imposible no hacerlo cuando los adolescentes lo gritan en la calle y lo llevan escrito en las camisetas—en una limusina larga y blanca. Nos dice que fue su compañía discográfica quien se lo proporcionó, y que no fue ella quien lo escogió. Pero dice que ya es hora que una mexica viaje con estilo.
Allí pues, perdóneme usted.
¿Quién se cree esta princesa mexica que es? Estoy de broma. No pueden imaginarse lo contenta que estamos por ella. Era la que más nos preocupaba. Entra con una camiseta atada al cuello, con la espalda al aire, jeans a la cadera, botas, gafas de sol, pelo en plan salvaje por todas partes, y Usnavys chilla:— Ay Dios mío, temerarias, no puedo creer que todavía recuerda quienes somos.
Y le dije: Cuando acabes haciéndote famosa no te olvides de nosotras, pero mírala, actúa como si no me conociera ahora.
Cuicatl sonríe. Se la ve estupenda. Parece feliz. Su tipo la largó, pero ella siguió como si nada. Ella dice que prefiere estar sola. ¿Por qué no puedo ser así? Y, tengo que confesarles algo: me encanta su música. Con todo el dinero invertido en su nuevo disco, ha sacado unas canciones increíbles. Su música es profunda y bella. Estoy empezando a pensar que quizá tenga razón con lo del rollo mexica, que creía era «basura». Pero no lo es.
La mayoría de lo que dice es verdad. Y ahora que ha viajado, me dice que comprende lo que yo le decía cuando le sermoneaba sobre la gran diferencia que hay entre nosotras las latinas, ya que somos tan diversas como el mundo que nos rodea. Ahora que escucho su música y veo por lo que todas nosotras hemos pasado, pienso que también tiene razón. Puede que seamos diferentes en muchos aspectos, pero hay algo en esto de ser latina: la percepción se hace realidad, encontrándonos y ayudándonos todas: uf. Ni siquiera tengo que beber para sonar como una sentimental.
Rebecca es la última. No quiero ofender, pero se le ve un poco rechoncha, para como es ella. Aunque no es decir mucho. Sigue siendo la latina más flaca que he visto pero ahora tiene algo de carne en los huesos. Sigue vistiendo a la Margaret Thatcher, pero ¿qué se le va a hacer? También se le ve feliz. Es André. Qué suerte que lo pescó. Me alegro tanto que largara a ese estúpido de Brad. Es lo mejor que pudo hacer. Aunque sus padres estén actuando un tanto raro con lo de André, a ella parece no importarle. He oído que ahora incluso baila. Aunque prefiero no verla. André ha sido una buena influencia sobre ella. Saca el último numero de Ella, exhibiendo ese pedazo de pedrusco, y nos da las reproducciones habituales. ¿Y adivina quién está en la portada, chica?
Cuicatl.
Ah. Y pensaba que iba a ser yo. No.
Nos cambiamos a una mesa más grande, hablamos y pedimos cervezas y zumos (gracias, pero no voy a volver a la bebida), y hablamos como sólo las temerarias sabemos hacerlo.
Nos tenemos que poner al día.