LOS PRECURSORES

Sin duda la primera noticia sensacional que se produjo –después de la creación– fue la expulsión de Adán y Eva del Paraíso. Habría sido una primera página inolvidable: ADÁN Y EVA EXPULSADOS DEL PARAíSO (a ocho columnas). «Ganarás el pan con el sudor de tu frente», dijo Dios. – «Un ángel con espada de fuego cumplió ayer la sentencia y monta guardia en el Edén. – Una manzana, causa de la tragedia».

¿Cuántos años hace que ocurrió esa noticia? Tan difícil es responder a esa pregunta como predecir cuándo llegará el momento de escribir el último gran reportaje sensacional: el del Juicio Final, que será una especie de balance definitivo de la humanidad. Pero antes de que llegue esa hora, quién sabe cuántas modificaciones sufrirá el periodismo, esa agobiadora actividad que comenzó cuando un vecino le contó a otro lo que hizo un tercero la noche anterior, y que tiene una curiosa variedad en nuestros pueblos, donde un hombre que lee los periódicos todos los días comenta por escrito la noticia, en un artículo con inequívoco tono editorial o en el ligero e intrascendente estilo de una nota, según su importancia, y lo lee esa tarde en la farmacia, donde la opinión pública se considera en el deber de sentirse orientada.

Ese comentador del hecho cotidiano, que por lo menos puede encontrarse en el cuarenta por ciento de nuestros pueblos, es el periodista sin periódico, un hombre que ejerce su profesión contra la dura e inmodificable circunstancia de no tener ni siquiera una prensa de mano para expresar sus ideas y las expresa en la vía pública, con tan evidentes resultados que acaso sea ésa una demostración incontrovertible de que el periodismo es una necesidad biológica del hombre, que por lo mismo está en capacidad de sobrevivir incluso a los mismos periódicos. Siempre habrá un hombre que lea un artículo en la esquina de una farmacia, y siempre –porque ésa es la gracia– habrá un grupo de ciudadanos dispuesto a escucharlo, aunque sea para sentir el democrático placer de no estar de acuerdo.

10 de agosto de 1954, El Espectador, Bogotá