EL ESCÁNDALO DEL SIGLO

MUERTA, WILMA MONTESI PASEA POR EL MUNDO

La noche del jueves 9 de abril de 1953 el carpintero Rodolfo Montesi esperaba en su casa el regreso de su hija Wilma. El carpintero vivía con su esposa, Petti María; con su hijo, Sergio, de diecisiete años, y con otra hija soltera, Wanda, de veinticinco años, en el número 76 de la vía Tagliamento, en Roma. Es una enorme casa de tres pisos, de principios de siglo, con 400 departamentos construidos en torno a un hermoso patio circular, lleno de flores y con una pequeña fuente en el centro. Sólo hay una entrada al edificio: un portón gigantesco con arcos de vidrios rotos y polvorientos. Al lado izquierdo del portón de ingreso al edificio está el cuarto de la portera, y encima de la portería, una imagen del Corazón de Jesús, alumbrado por una bombilla eléctrica. Desde las seis de la mañana hasta las once de la noche la portera controla rigurosamente la entrada al edificio.

El primer paso

Rodolfo Montesi esperó a su hija, Wilma, de veintiún años, hasta las 8.30. La prolongada ausencia era alarmante, porque la muchacha había salido desde la tarde. Cansado de esperar, el carpintero se dirigió en primer término a la policlínica cercana, donde no se tenía noticia de ninguna desgracia ocurrida ese día. Posteriormente, de a pie, se dirigió al Lungotevere, donde buscó a su hija por espacio de dos horas. A las 10.30, cansado de la infructuosa búsqueda y temiendo una desgracia, Rodolfo Montesi se presentó a la comisaría de seguridad pública en vía Salaria, a pocas cuadras de su casa, a pedir ayuda para localizar a Wilma.

«No me gusta esa película»

Al oficial de servicio, Andrea Lomanto, el carpintero manifestó que aquel día, después del almuerzo, y aproximadamente a la una de la tarde, había regresado como de costumbre a su taller de carpintería, situado en vía de Sebino, número 16. Dijo que había dejado en casa a toda su familia y que al volver, su esposa y su hija Wanda le habían manifestado que Wilma aún no había regresado. Aquellas dos, según el carpintero dijo que le habían dicho, fueron al teatro Excelsior, en el cercano valle Legi, a ver la película intitulada La carroza de oro. Salieron de su casa a las 4.30, pero Wilma no quiso acompañarlas porque, según dijo, no le gustaba esa clase de películas.

A las 5.30 –según dijo Rodolfo Montesi en la comisaría– la portera del edificio vio salir a Wilma, sola, con una bolsa de cuero negro. Contrariamente a lo habitual, Wilma no llevaba los aretes y el collar de perlas que pocos meses antes le había regalado su novio. El novio de Wilma era Angelo Giuliani, un agente de la policía de Potenza.

La llamada de un extraño

Debido a que su hija había salido sin arreglarse, contrariando su costumbre, y también desprovista de dinero y de documentos de identificación, Rodolfo Montesi formuló en la comisaría la hipótesis de que Wilma se había suicidado. La muchacha tenía, según dijo su padre, un motivo para suicidarse: estaba desesperada por la perspectiva de tener que abandonar a su familia y trasladarse a Potenza, después de su inminente matrimonio con el agente de la policía.

Sin embargo, Wanda, la hermana de Wilma, era de otro parecer: manifestó que la muchacha había salido sin arreglarse, sencillamente porque no había tenido tiempo. Tal vez, pensaba, había tenido que abandonar la casa a la carrera, después de una llamada telefónica urgente.

Sin embargo, había una tercera hipótesis: Wilma se había fugado con su novio y había viajado a Potenza esa misma noche. Para establecer este hecho, Rodolfo Montesi llamó por teléfono a Giuliani, el viernes 10 de abril, a las siete de la mañana. Pero el desconcertado carpintero no recibió otra cosa que la estupefacta respuesta de su futuro yerno. Giuliani no tenía ninguna noticia de Wilma, salvo una carta que había recibido la tarde anterior. Esa carta no ofrecía ninguna pista. Era una carta de amor convencional.

Preocupado con la desaparición de su novia, Giuliani se dispuso a viajar inmediatamente a Roma. Pero necesitaba una excusa urgente para presentarla a sus superiores. Por eso le dijo por teléfono a Rodolfo Montesi que le pusiera un telegrama. Y Rodolfo Montesi le puso al mediodía un telegrama dramático. En cuatro palabras, le decía que Wilma se había suicidado.

Un cadáver en la playa

Durante la noche del 10, la familia Montesi y la policía de Roma prosiguieron la búsqueda. Fue una búsqueda inútil, a la cual se unió después de la medianoche el novio de Wilma, que se vino inmediatamente de Potenza. Nada se había podido averiguar hasta las siete de la mañana del día siguiente, sábado, cuando el albañil Fortunato Bettini se presentó en su bicicleta al puesto de policía, a decir que había una mujer muerta en la playa de Torvajanica, a 42 kilómetros de Roma.

Bettini contó a la policía que cuando se dirigía a su trabajo había visto el cuerpo en la playa, en posición casi paralela a la orilla, con la cabeza inclinada sobre el hombro derecho, y el brazo de ese mismo lado levantado y con la mano a la altura de la barba. El brazo izquierdo estaba extendido a lo largo del tronco. Al cuerpo le hacían falta la falda, los zapatos y las medias. Estaba vestido apenas con una combinación de punto color marfil, unos calzoncillos ajustados, de piqué blanco con pequeños bordados, y un sweater ligero. Atado al cuello por un solo botón, tenía un saco de fondo amarillo oscuro con hexágonos verdes. El saco estaba casi totalmente cubierto de arena, y abierto como un ala en dirección de las olas.

Los muertos cambian de posición

La revelación de Bettini fue conocida por el agente de turno, Andreozzi Gino. A las 9.30 de la mañana, se encontraban en el lugar del macabro hallazgo el carabinero Amadeo Tondi, el sargento Alessandro Carducci y el médico de la localidad Agostino di Giorgio. Encontraron que el cadáver no estaba en la misma posición en que dijo haberlo hallado el albañil: estaba casi perpendicular a la orilla, con la cabeza hacia el mar y los pies hacia la playa. Pero no se pensó que el albañil hubiera mentido, sino que las olas lo habían hecho cambiar de posición.

Después de un sumario examen del cadáver, el doctor Di Giorgio comprobó:

a) Que se encontraba en estado de semirrigidez progresiva.

b) Que sus características externas permitían pensar que la muerte se había debido al ahogamiento, ocurrido aproximadamente dieciocho horas antes del hallazgo.

c) Que la conservación de la ropa y el aspecto exterior del cuerpo permitían descartar la posibilidad de una larga permanencia en el agua.

«¡Es ella!»

A las 11.30 el sargento Carducci puso un telegrama al procurador general de la República, anunciándole el hallazgo. Pero a las siete de la noche, en vista de que no recibía ninguna respuesta, decidió hacer una llamada telefónica. Media hora después se impartió la orden de levantar el cadáver y de conducirlo al anfiteatro de Roma. Allí llegó a la medianoche.

Al día siguiente, domingo, a las diez de la mañana, Rodolfo Montesi y Angelo Giuliani fueron al anfiteatro a ver el cadáver. El reconocimiento fue inmediato: era el cadáver de Wilma Montesi.

EL LECTOR DEBE RECORDAR

a) Que la portera vio salir a Wilma a las 5.30, según lo reveló a Rodolfo Montesi y éste lo declaró a la policía.

b) Que en la noche del nueve de abril nadie habló en casa de la familia Montesi de un probable viaje de la muchacha a Ostia.

c) Que Wanda Montesi habló de una misteriosa llamada telefónica.

En su informe del 12 de abril, el sargento Carducci expresó la opinión, con base en las conclusiones del médico Di Giorgio, de que la muerte de Wilma Montesi había sido ocasionada por la asfixia del ahogamiento y que no se encontraban lesiones causadas por actos de violencia. Manifestó asimismo que, con base en el mismo informe, podían establecerse tres hipótesis: accidente, suicidio u homicidio. Formuló asimismo la creencia de que el cadáver, proveniente del sector de Ostia, había sido arrastrado por el mar y restituido a la playa en las primeras horas de la noche del 10 de abril. El mismo informante manifestó que en la noche del 10 de abril se había desencadenado un violento temporal en el sector, y que posteriormente el mar se había mantenido en estado de agitación, por el efecto del viento que siguió soplando en dirección noroeste.

Media hora esencial

A su turno, el 14 de abril, la comisaría de seguridad pública de Salaria rindió su informe sobre la familia Montesi. De acuerdo con ese informe, la familia del carpintero gozaba de buena reputación. Wilma era conocida como una joven seria de carácter reservado y sin amistades, y estaba oficialmente comprometida, desde septiembre de 1952, con el agente Giuliani, trasladado, pocos meses antes de la muerte de su novia, de Marino a Potenza.

De acuerdo con ese informe, el comportamiento de Wilma con su familia había sido siempre excelente. Escribía con frecuencia a su novio, y la última de esas cartas, con fecha 8 de abril, copiada por ella en un cuaderno que fue secuestrado por la policía, revelaba un afecto reposado y sereno.

La portera del edificio decía haber visto a Wilma Montesi la tarde del 9 de abril en el tren de Ostia. Y el 9 de abril el tren de Ostia salió exactamente a las 5:30.

Las llaves de la casa

La doctoresa Passarelli, habiendo visto en los periódicos la noticia de la muerte y las fotografías de Wilma Montesi, se presentó el lunes 13, muy temprano, a la casa de la familia, a contar lo que había visto el jueves. Dijo que Wilma había viajado con ella a Ostia, en el mismo compartimento del tren, y que la muchacha no llevaba ningún acompañante. Nadie se le había acercado ni había conversado con ella durante el viaje. Según la doctoresa Passarelli, Wilma descendió en el lido de Ostia, sin apresurarse, tan pronto como se detuvo el tren.

La policía averiguó con la familia cuáles eran las otras prendas de vestir que llevaba Wilma cuando salió de casa, además de las que fueron encontradas en el cadáver. Llevaba medias y zapatos de cuero de venado con tacones altos. Llevaba también una falda corta, de lana, de la misma tela del saco hallado en el cadáver, y ligas elásticas. La familia confirmó que al salir de casa había dejado no sólo todos los objetos de oro regalados por su novio, sino también la fotografía de éste. Confirmó asimismo lo que había dicho la portera: Wilma llevaba una cartera de cuero negra en forma de cubo, con mango de metal dorado. Dentro de la cartera llevaba una peinillita blanca, un pequeño espejo y un pañuelito blanco. También llevaba la llave de la casa.

Nadie sabe nada

Este primer informe de la policía manifestó que no se había podido suponer ninguna razón para el suicidio. Por otra parte, en la carta que había escrito a su novio el día anterior, no había ningún indicio de que hubiera pensado tomar una determinación semejante. Se estableció asimismo que ningún miembro de la familia, ni por el lado de la madre ni por el lado del padre, había sufrido trastornos mentales. Wilma gozaba de muy buena salud. Pero se suministraba un dato que podría ser de extraordinaria importancia en la investigación: el 9 de abril Wilma se encontraba en fase postmenstrual inmediata.

A pesar de las numerosas investigaciones, no pudo establecerse que la familia de Wilma tuviera conocimiento de un posible viaje suyo a Ostia. Su padre la había buscado insistentemente en el Lungotevere, creyendo que se había arrojado al río, pero no pudo dar una explicación distinta de un presagio. Se estableció claramente que la familia ignoraba que la muchacha tuviera alguna persona conocida en Ostia. Se aseguró inclusive que ignoraba el camino y las conexiones de buses o tranvías que debía tomar para dirigirse a la estación de San Pablo, que es de donde parten los trenes de Ostia.

Enigma para peritos

En la tarde del 14 de abril, en el Instituto de Medicina Legal de Roma, los profesores Frache y Carella, del mismo instituto, practicaron la autopsia a Wilma Montesi. La policía presentó a los peritos un cuestionario, con el propósito de establecer la fecha y las causas precisas de la muerte. Y, especialmente, se les encomendó la misión de determinar si el deceso había sido ocasionado efectivamente por el ahogamiento o si la muchacha estaba muerta cuando se le arrojó al agua. Debía establecerse, asimismo, la naturaleza de las irregularidades anatómicas descubiertas en el cadáver, y la presencia eventual en las vísceras de sustancias venenosas o hipnóticas.

Se solicitó, también, a los peritos precisar, en caso de que la muerte hubiera ocurrido en realidad a causa del ahogamiento, la distancia de la playa a que Wilma cayó al agua. Se les pidió establecer al mismo tiempo si la muerte pudo ser una consecuencia de condiciones fisiológicas especiales, o del estado de la digestión. Esta averiguación era importante, pues podría relacionarse con el hecho de que Wilma hubiera deseado lavarse los pies en el mar durante el proceso de la digestión.

Seis cosas para recordar

El 2 de octubre de 1953 los peritos dieron respuestas al cuestionario en la siguiente forma:

1.º La muerte de Wilma Montesi había ocurrido el «nueve de abril», entre las cuatro y las seis horas de la última comida. De acuerdo con el examen, la última comida (que debió ser el almuerzo en su casa) se había verificado entre las 2 y 3.30 de la tarde. De manera que la muerte debió ocurrir entre las seis y las ocho de la noche, pues el proceso digestivo estaba completamente concluido. El peritazgo estableció que poco antes de morir, Wilma Montesi se había comido un helado.

2.º La muerte había sido ocasionada por la asfixia de la inmersión total y no por síncope dentro del agua. No se encontraron en las vísceras rastros de sustancias venenosas o hipnóticas.

3.º En el momento de la muerte, la Montesi se encontraba en fase postmenstrual inmediata, es decir, en circunstancias de mayor sensibilidad a un imprevisto baño de agua fría en las extremidades inferiores.

4.º La presencia de arena en los pulmones, en el aparato gastrointestinal, debía interpretarse como una prueba de que la asfixia había ocurrido en las proximidades de la playa, donde el agua marina tiene una notable cantidad de arena en suspensión. Pero al mismo tiempo, el contenido ferruginoso de esa arena no era el mismo del de la arena de la playa de Torvajanica, sino el de la arena de otro punto cercano.

5.º Observaron, entre otras cosas, la presencia de pequeñas equimosis, de forma casi redonda, en la superficie lateral del muslo derecho y en el tercio superior de la cara superior de la pierna izquierda. Se consideró que aquellas equimosis habían sido causadas antes de la muerte, pero no se les atribuyó ninguna importancia médico-legal.

6.º No se encontraron elementos que permitieran determinar si se trató de «una desgracia accidental», un suicidio o un homicidio. La hipótesis de un accidente se fundó exclusivamente en la posibilidad de que Wilma Montesi hubiera sufrido un desvanecimiento cuando tomaba un baño de pies en las condiciones fisiológicas especiales en que se encontraba aquel día.

LA PRENSA DA LA SEÑAL DE ALARMA

Cuatro días después de identificado el cadáver de Wilma Montesi –el 16 de abril– se consideró definitivamente concluida la investigación, calificado el hecho como «un infortunado accidente». La familia de la víctima, que el día de su desaparición presentó ante la policía suficientes argumentos para sustentar la hipótesis de un suicidio, contribuyó a destruir esa hipótesis en los días siguientes a la identificación del cadáver.

En contradicción con todo lo que había dicho el primer día, Wanda Montesi declaró ante los instructores del sumario que su hermana muerta le había invitado a Ostia en la mañana del nueve, «únicamente» para tomar un baño de pies. Se trataba, según dijo Wanda, de someter a la acción del agua de mar una irritación ocasionada por los zapatos en sus talones. Para confirmar esa declaración, Wanda recordó a última hora que aquella mañana había ido al taller de su padre, por encargo de Wilma, a buscar un par de zapatos más cómodos. Dijo que con anterioridad ambas habían sufrido la misma irritación y habían tratado de curarla con tintura de yodo. Después, habiendo resultado inútil el alcohol desnaturalizado, habían resuelto viajar «un día de éstos» a las playas de Ostia, con la esperanza de que el yodo natural del agua de mar les proporcionara la apetecida mejoría. Pero no habían vuelto a hablar de ese viaje. Sólo en la mañana del nueve, según dijo Wanda, su hermana había vuelto a acordarse del viaje. Pero Wanda se negó a efectuarlo, porque estaba interesada en ver La carroza de oro.

Haberlo dicho antes

Ante su negativa, dijo Wanda que Wilma no volvió a hablar del viaje a Ostia, sino que prefirió permanecer en casa mientras ella iba al cine con su madre. Y al contrario de lo que dijo la primera vez, Wanda explicó a la policía que su hermana había dejado en casa los objetos de oro porque su madre se lo había suplicado así reiteradamente, para evitar que se perdieran o se deterioraran. Declaró, asimismo, que no había llevado consigo el retrato del novio porque no era su costumbre llevarlo a la calle. Por último, suministró dos datos importantes para descartar la hipótesis del suicidio: en primer término, Wilma se había manifestado muy serena en la mañana del nueve. Y en segundo término, antes de salir había lavado su ropa interior, después de cambiarse la que tenía puesta, por una muda limpia.

El misterio de la liga

En la encuesta realizada entre los familiares, vecinos y conocidos de Wilma, se estableció otra verdad importante: Wilma no sabía nadar. Por eso el año anterior, cuando estuvo con su familia en Ostia, durante las vacaciones, se había limitado a permanecer en la playa con su traje de baño y a lavarse los pies en el mar.

También el padre de Wilma echó pie atrás en su original versión de que la muchacha se había suicidado. Rodolfo Montesi justificó su primera impresión de que Wilma se había quitado la vida, con una explicación muy cómoda: dijo que cuando salió a buscarla, en la noche del nueve, no sabía que ella había invitado a su hermana a viajar a Ostia a tomar un baño de pies. Y explicó que el dramático telegrama que le había puesto a Giuliani había sido sugerido por éste en el telefonema: sólo en esa forma espectacular podía conseguir un permiso rápido para viajar a Roma esa misma noche.

Faltaba una cosa por establecer: la opinión de Rodolfo Montesi sobre el hecho de que el cadáver de su hija hubiera sido encontrado sin la liga, que es una prenda íntima, y de la cual no era indispensable deshacerse para tomar un baño de pies. Rodolfo Montesi explicó: Wilma era una muchacha de formas exuberantes y no disfrutaba de suficiente libertad de movimientos cuando estaba sometida a la presión de la liga.

Un par de guantes

La señora Montesi también descartó la hipótesis de que su hija se había suicidado. Y expuso un argumento de fuerza: Wilma había llevado consigo las llaves de la casa, lo que demostraba que estaba dispuesta a regresar. Pero, en cambio, no estuvo de acuerdo con la hipótesis del accidente, sino que trató de reforzar la del homicidio. Según la señora Montesi, su hija había sido víctima de un seductor, que se había visto precisado a despojarla de la liga para poder llevar a cabo sus brutales propósitos. Y para demostrar cómo es de difícil quitarle una liga a una mujer, exhibió ante el investigador una liga de Wanda, semejante a la que llevaba Wilma y que no fue encontrada en el cadáver. Era una liga de raso negro, con veinte centímetros de altura en el lado anterior, decreciente hacia el lado posterior, con una abotonadura metálica de ganchos a presión. E hizo caer a la policía en la cuenta de que no sólo la liga, la falda y los zapatos habían desaparecido. También había desaparecido la cartera de cuero negro.

EL LECTOR DEBE RECORDAR

a) Que el cuaderno en el cual transcribió Wilma la carta que envió a su novio fue secuestrado.

b) Que en el informe de la comisaría de Salaria se afirmó que la portera vio salir a Wilma a las 5, y no a las 5.30, como había dicho Rodolfo Montesi.

c) Que los peritos observaron las pequeñas equimosis, pero no sugirieron la hipótesis de que Wilma hubiera sido agarrada por la fuerza.

d) Que el análisis para establecer la presencia de sustancias venenosas o hipnóticas sólo se hizo en las vísceras.

e) La declaración de la doctoresa Passarelli.

En esa ocasión, la señora Montesi enriqueció el inventario de la ropa de su hija con otros objetos. Según ella, Wilma llevaba un par de guantes negros a la mosquetera y un reloj pulsera de metal dorado.

El silencioso admirador

Sin embargo, no se concedió suficiente fuerza a los argumentos de la señora Montesi y se le atribuyó mayor importancia a las razones expuestas por Wanda para descartar la hipótesis del homicidio. Wanda explicó que, cuando dijo a la policía que su hermana había salido después de un telefonema urgente, había olvidado dos cosas: la conversación sobre el viaje a Ostia y la circunstancia de que no había nada en la vida de Wilma que no fuera de su conocimiento. Y a propósito, recordó un caso reciente, cinco días antes de la muerte. Wilma le contó que un joven la había seguido en su automóvil desde la plaza Quadrata hasta su casa, pero sin dirigirle la palabra. Según pensaba Wanda, su hermana no había vuelto a ver a su silencioso admirador, pues seguramente se lo habría contado.

Nadie le mandaba flores

Después de esa investigación, adelantada en cuatro días, la policía llegó a la conclusión de que Wilma era una muchacha excepcionalmente seria y retraída, que no había tenido en su vida un amor distinto al de Giuliani. Se aceptó que sólo salía a la calle en compañía de su madre y de su hermana, a pesar de que éstas admitieron que en los últimos meses –después de que su novio fue trasladado a Potenza– Wilma había adquirido el hábito de salir sola casi todos los días, y siempre a una misma hora: de las cinco y media a las siete y media de la noche.

La portera del edificio, Adalgisa Roscini, recordó a su vez no haber recibido nunca ningún ramo de flores para Wilma. Y aseguró que la muchacha no había recibido nunca una carta que no fuera de su novio.

Aquí no ha pasado nada

Con base a esas declaraciones se concluye –en un informe fechado el 16 de abril– que no habiendo motivos para poner en duda las declaraciones de la familia Montesi, debía tenerse por cierto que, en efecto, Wilma había ido a Ostia para darse un baño de pies. Se suponía que la muchacha había escogido un sitio de la playa que conocía por haber estado el año anterior y había empezado a desnudarse, segura de que no estaba a la vista de nadie. La muchacha había perdido el equilibrio a causa de un hueco en el fondo arenoso, y se había ahogado accidentalmente. El informe terminaba diciendo que la muerte debió ocurrir entre las 6.15 y las 6.30, pues Wilma –que nunca llegaba a su casa después de las ocho– debió haber tomado el tren a las 7.30.

«El escándalo del siglo»

Eso habría sido el melancólico final del caso Montesi, si en la calle no hubieran estado los periódicos, diciéndole a la gente que había un enorme gato encerrado en aquel acontecimiento. La cosa empezó el mismo día del reconocimiento del cadáver, cuando Angelo Giuliani, el novio de Wilma, observó en el cuerpo las pequeñas equimosis de que hablaron los periódicos posteriormente, sin atribuirles ninguna importancia. Cuando salió del anfiteatro, Giuliani le contó su observación a un periodista y le manifestó su certidumbre de que Wilma había sido asesinada.

Mientras la policía consideraba que Wilma Montesi había muerto por accidente, la prensa seguía clamando justicia. Y el día 4 de mayo Il Roma, un periódico de Nápoles, soltó la bomba de dinamita que daría comienzo a «el escándalo del siglo». Según un artículo publicado por ese periódico, las prendas de vestir que hacían falta a Wilma Montesi habían sido depositadas en la central de policía de Roma, donde habían sido destruidas. Habían sido llevadas allí por un joven en compañía del cual Wilma Montesi había sido vista en la primera década de marzo, a bordo de un automóvil que se atascó en la arena, cerca a las playas de Ostia. El nombre del joven estaba publicado: Gian Piero Piccioni. Era nada menos que el hijo del ministro de relaciones exteriores de Italia.

ENTRA A ACTUAR LA OPINIÓN PÚBLICA

La espectacular publicación de Il Roma, periódico rabiosamente monárquico, fue acogida, arreglada y aumentada por todos los periódicos del país. Pero la policía andaba por otro lado. El 15 de mayo, los carabineros del lido de Ostia rindieron un informe sobre los únicos indicios encontrados para establecer la presencia de Wilma Montesi en Ostia, en la tarde del 9 de abril. Se trataba de las declaraciones de una niñera, Giovanna Capra, y de la administradora del puesto de periódicos de la estación de Ostia, Pierina Schiano.

Según la niñera, a las seis de la tarde del nueve de abril había visto dirigirse, hacia el establecimiento Marechiaro, una muchacha que se le parecía a Wilma Montesi, de acuerdo con los retratos publicados en los periódicos. Pero no se había fijado en el color del saco.

La administradora del puesto de periódicos dijo a la policía, sin vacilar, que Wilma Montesi había comprado una tarjeta postal en la estación de Ostia, la había escrito allí mismo y la había echado al buzón. Luego, según esta declaración, Wilma se había dirigido, siempre sola, hacia el canal de los pantanos. La tarjeta escrita por Wilma había sido dirigida «a un militar de Potenza».

La tarjeta no llegó nunca

Los investigadores interrogaron a los dos declarantes y echaron por tierra sus testimonios. Pero mientras la primera no recordó ninguna de las características personales de la muchacha que vio en las playas de Ostia, la segunda manifestó sin vacilaciones que llevaba un sweater blanco. Confirmó la administradora del puesto de periódicos que la tarjeta iba dirigida a «un militar de Potenza», pero no pudo suministrar ningún dato sobre la dirección.

En un nuevo interrogatorio a Giuliani, la policía confirmó que éste no había recibido ninguna tarjeta postal. Y la madre y la hermana de Wilma comprobaron que la muchacha no llevaba estilógrafo en la cartera. Finalmente se estableció que desde el lugar donde la niñera decía haber visto a Wilma a las seis, hasta el puesto de periódicos de la estación de Ostia, hay tres kilómetros y medio de distancia.

La muchacha del automóvil

Pero mientras la policía seguía destruyendo testimonios, los periódicos continuaban atizando el escándalo. Y se logró averiguar que el 14 de abril, dos días después de hallado el cadáver de Wilma, un mecánico de Ostia se había presentado a la inspección de policía a contar la historia del automóvil atascado en la arena de que habló Il Roma en su sensacional publicación. El mecánico se llamaba Mario Piccini. Y contó a la policía que en la primera década de marzo, cuando se encontraba al servicio de la estación del ferrocarril de Ostia, había sido llamado por un joven, un poco antes del amanecer, para que lo ayudara a remolcar su automóvil. Piccini dice que fue con mucho gusto, y que durante la maniobra notó la presencia de una muchacha a bordo de un automóvil atascado. Esa muchacha se parecía mucho a los retratos de Wilma Montesi, publicados por los periódicos.

La cosa es con príncipes

La policía de Roma no le prestó el menor interés a la espontánea declaración del mecánico. Pero la policía judicial hizo una investigación rápida y descubrió una cosa distinta. Descubrió que por ese mismo lugar había pasado, a la seis de la tarde del 9 o del 10 de abril, un automóvil conducido por un conocido joven de la aristocracia italiana, el príncipe Maurizio D’Assia. Según esa investigación, el distinguido caballero iba acompañado de una muchacha, que no era Wilma Montesi. El mencionado automóvil fue visto por el guardia Anastasia Lilli, el carabinero Lituri y el obrero Ziliante Triffelli.

¡La bomba!

La policía de Ostia se declaró vencida en la búsqueda de las prendas de vestir que faltaban en el cadáver. El abogado Scapucci y un hijo suyo, que paseaban por los alrededores de Castelporziano, encontraron un par de zapatillas de mujer, el 30 de abril. Creyendo que se trataba de las zapatillas de Wilma Montesi, se presentaron con ellas a la policía. Pero los familiares de la víctima declararon que no eran esas las zapatillas que llevaba puestas la muchacha la última vez que salió de casa.

En vista de que allí no había nada que hacer, la procuraduría general de la República se disponía a archivar el sumario, confirmada la hipótesis de la muerte accidental. Entonces fue cuando la modesta y escandalosa revista mensual Actualidad, en su entrega de octubre, puso otro taco de dinamita en la investigación. Con la firma de su director, esa revista publicó una crónica sensacional: «La verdad sobre la muerte de Wilma Montesi».

El director de Actualidad es Silvano Muto, un audaz periodista de treinta años, con cara de artista de cine y vestido como un artista de cine, con bufanda de seda y anteojos oscuros. Su revista, según se dice, era la menos leída de Italia y, por consiguiente, la más pobre. Muto la escribía desde la primera página hasta la última. Él mismo conseguía los anuncios y la sostenía con las uñas, nada más que por el puro deseo de tener una revista.

EL LECTOR DEBE RECORDAR

a) Que Wanda Montesi no se acordó de que Wilma la había invitado a Ostia sino varios días después del día de la desaparición.

b) Que la policía no interrogó al mecánico Mario Piccini.

c) El testimonio del carabinero Lituri relativo al paso del automóvil del príncipe D’ Assia.

d) El nombre de Andrea Bisaccia.

Pero después de la entrega de octubre de 1953, Actualidad se convirtió en un monstruo enorme. Los lectores se daban trompadas todos los meses en las puertas de sus oficinas para conseguir un ejemplar.

Esa inesperada popularidad se debió al escandaloso artículo sobre el caso Montesi, que fue el primer paso en firme que dio la opinión pública para la averiguación de la verdad.

Sin nombre propio

En su artículo, Muto afirmaba:

a) El responsable de la muerte de Wilma Montesi era un joven músico de la radio italiana, hijo de una prominente personalidad política.

b) Por influencias políticas, la investigación se había adelantado de manera que poco a poco fuera cayendo sobre ella el silencio.

c) Se ponía en relieve la reserva mantenida en torno a los resultados de la autopsia.

d) Se acusaba a las autoridades de no haber querido identificar al culpable.

e) Se relacionaba la muerte de Wilma Montesi con el tráfico de estupefacientes, al cual se encontraba vinculada; se hablaba asimismo de las orgías de la zona, de Castelporziano y la Capacotta, con abuso de drogas, en una de las cuales había muerto la Montesi, por no estar habituada al uso de estupefacientes.

f) Las personas presentes en el festín trasladaron el cuerpo a las vecinas playas de Torvajanica, para evitar un escándalo.

Archivado el caso

El 24 de octubre de 1953 Silvano Muto fue llamado por la procuraduría de Roma para que rindiera cuentas por su artículo. Muto manifestó tranquilamente que todo lo afirmado era mentira, que había escrito el artículo solamente para aumentar la circulación de su revista y que reconocía haber procedido con ligereza. En vista de esa aplastante retractación, Muto fue llamado a juicio por «divulgación de noticias falsas y tendenciosas y por perturbar el orden público». Y el sumario de la Montesi fue archivado en enero de 1954, por orden de la procuraduría.

¿Otra vez?

Sin embargo, cuando Silvano Muto se presentó a responder ante la justicia por su escandaloso artículo, volvió a decir lo que en él había escrito y agregó nuevos datos. Y por primera vez dio nombres propios; dijo que el material de su artículo le había sido suministrado por Orlando Triffelli, según el cual su hermano había reconocido a la Montesi en un automóvil detenido el 9 o el 10 de abril de 1953, frente a la casa del guardián de la Capacotta. Además, dijo que había recibido la revelación confidencial de dos asistentes a las orgías de licores y drogas heroicas: Andrea Bisaccia y la actriz de la televisión, Ana María Caglio.

Empieza el baile

Andrea Bisaccia fue llamada a declarar. En un estado de nervios alarmante, negó haber dicho nada a Silvano Muto. Dijo que aquélla era una historia fantástica, inventada con el propósito de estropear su íntima amistad con Gian Piero Piccioni, el hijo del ministro de relaciones exteriores y conocido autor de música popular. Terminó diciendo que el engendro fantástico de Silvano Muto le había impresionado de tal manera, que el nueve de enero había tratado de suicidarse.

A Muto no le quedaba otro camino que la cárcel y al expediente de la Montesi una permanencia definitiva en los polvorientos archivos judiciales de Roma. Pero el 6 de febrero, Ana María Caglio se presentó ante la policía y muy serenamente, con su voz de locutora profesional, contó la dramática historia de su vida.

CITA SECRETA EN EL MINISTERIO DE GOBIERNO

Ana María Caglio era la amante de Ugo Montagna, un acaudalado caballero, amigo de personalidades notables y famoso por sus aventuras galantes. Se hacía llamar «el marqués de Montagna», y como marqués se le conocía y trataba en todos los círculos. Ana María Caglio le dijo a la policía que ella no conocía a Wilma Montesi. Pero había visto su retrato en los periódicos y la identificó como la muchacha morena, robusta y elegante, que en la tarde del 7 de enero de 1953 había salido de uno de los departamentos de Montagna en Roma, acompañada de éste. Ambos penetraron al automóvil conducido por el marqués.

Esa noche, Ana María Caglio –según contó a la policía– había protagonizado una violenta escena de celos cuando su amante regresó a casa.

«Aquí hay gato encerrado»

Cuando María Caglio leyó el artículo en Actualidad, creyó identificar al señor X de que se hablaba en ese artículo con su propio amante, el marqués de Montagna. Por eso le hizo una señal al periodista, y le dijo que cuanto decía en su artículo era la verdad. La noche del 26 de octubre estaba con su amante, a bordo de un automóvil. Ella le pidió explicaciones, según dijo a la policía. Y el marqués, irritado, y un poco nervioso, la amenazó con echarla fuera del automóvil.

Para calmar a su amante, Ana María Caglio lo invitó a su casa, a leer con serenidad el artículo de Muto; Montagna leyó el artículo de Muto y no dijo nada. Pero cuando Ana María Caglio fue a guardar la revista en el cajón de la mesita de noche, vio allí un paquete con dos cigarrillos dorados y un cenicero de piedras preciosas. Ese descubrimiento reforzó en la muchacha la sospecha de que su amante estaba en conexión con alguna banda de traficantes de estupefacientes.

Una cita misteriosa

La Caglio insistió ante la policía que había partido para Milán, su tierra natal, el 7 de abril, y había regresado el 10. Cuando llegó a Roma, su amante estaba visiblemente nervioso y contrariado por su intempestivo regreso. Sin embargo, la llevó a su casa, donde esa noche Montagna recibió una llamada del hijo del ministro de relaciones exteriores, Gian Piero Piccioni, quien se estaba preparando para un viaje.

Posteriormente, Ana María Caglio supo que en noviembre del año anterior, una cierta «Gioben Jo», había perdido 13 millones de liras jugando a las cartas en Capacotta con Montagna, Piccioni y un alto oficial de la policía.

El 29 de abril en la noche

Ana María Caglio cenaba con su amante en su lujoso departamento y se disponían a ir al cine, exactamente al Supercinema. Pocos días antes, dice la Caglio que Montagna le había dicho que Piccioni era «un pobre muchacho a quien había que ayudar, porque se había metido en un lío». Esa noche, cuando se estaba poniendo el abrigo para salir, Ana María Caglio se dio cuenta de que Piccioni llamó a Montagna por teléfono y le dijo que debía ir inmediatamente a hablar con el jefe de la policía de Roma. Montagna salió disparado y se encontró con Piccioni en el ministerio de gobierno.

EL LECTOR DEBE RECORDAR

a) La declaración de Ana María Caglio, de que Montagna y Piccioni habían visitado el ministerio de gobierno, el 29 de abril de 1953.

b) El papelito que dice: «Voy a la Capacotta y pasaré la noche allá. ¿Cómo terminaré?».

c) «La cierta Gioben Jo», que perdió 13 millones de liras jugando a las cartas.

«A volar»

Una hora y media después, cuando Montagna regresó al automóvil donde lo esperaba Ana María Caglio, dijo que habían estado tratando de suspender la investigación sobre la muerte de Wilma Montesi. Ana María Caglio le dijo que aquello era una infamia, pues el autor del crimen debía pagarlo, aunque fuera el hijo de un ministro. Montagna le respondió que Piccioni era inocente, puesto que el día del crimen se encontraba en Amalfi. Entonces la muchacha preguntó a Montagna:

–¿Y cuándo regresó Piccioni a Roma?

Y Montagna, indignado, no le respondió la pregunta. La miró a los ojos y le dijo:

–Niña, tú sabes demasiado. Es mejor que cambies de aire.

«Ti butto a mare»

En efecto, Ana María Caglio demostró que al día siguiente había sido enviada otra vez a Milán, con una carta especial para el director de la televisión. Regresó a Roma el 22 del mismo mes, a celebrar el primer aniversario de su encuentro con Montagna. El 27 de julio se fueron a vivir cada uno por su lado, pero siguieron viéndose en el departamento de vía Gennargentu. A fines de noviembre rompieron definitivamente, después de los incidentes ocasionados por el artículo de Muto.

Ana María Caglio manifestó a la policía que aquéllos habían sido días de terror para ella. Su amante se volvía cada vez más misterioso. Recibía extrañas llamadas telefónicas y parecía comprometido en oscuros negocios. Una noche, agotada por la tensión nerviosa, dice Ana María Caglio que le hizo a su amante una pregunta en relación con sus negocios y Montagna le respondió en tono amenazante:

–Si no te portas bien, te echo al mar.

El testamento

Ana María Caglio, en su dramático relato a la policía, dijo que desde esa noche abrigó la certidumbre de que sería asesinada. El 22 de noviembre, después de haber cenado con Montagna en el restaurante Matriciana, en la vía Gracchi, tuvo la sensación de que la habían envenenado. Sola en su departamento, recordó que su amante había ido personalmente a la cocina, a colaborar en la elaboración de la cena.

Aterrorizada, Ana María Caglio partió al día siguiente para Milán. Tenía los nervios destrozados. No sabía qué hacer, pero tenía la certidumbre de que era preciso hacer algo. Por eso le hizo una visita al sacerdote jesuita Dall’Olio y le contó toda la historia de su vida con Montagna. El sacerdote, tremendamente impresionado con el relato de la muchacha, le repitió la historia al ministro de gobierno. Ana María Caglio, atormentada por el sentimiento de persecución, se refugió en el convento de vía Lucchesi. Pero había algo que no dijo a la policía: antes de salir para Milán, entregó a la dueña de la pensión donde vivía en Roma una carta cerrada con la siguiente recomendación: «En caso de que yo muera, haga llegar esta carta al procurador general de la República».

«¿Cómo terminaré?»

La dueña de la pensión, Adelmira Biaggioni, en cuyo poder Ana María Caglio había depositado la carta, fue llamada a declarar. Se presentó a la policía con tres cartas, escritas de su puño y letra por la Caglio, y un papelito que la muchacha le echó por debajo de la puerta antes de salir a la calle, el 29 de octubre de 1953. El papelito decía: «Voy a la Capacotta y pasaré la noche allá. ¿Cómo terminaré?».

Por Adelmira Biaggioni se supo que la noche en que Ana María Caglio creyó que Montagna la había envenenado, escribió la carta testamento que le entregó al día siguiente, antes de que partiera para Milán, con el encargo de hacerla llegar al procurador de la República, en caso de que fuera hallada muerta. La pensionista retuvo la carta por varios días. Luego, no queriendo cargar con aquella responsabilidad, la metió dentro de otro sobre y la dirigió a Ana María Caglio, al convento donde se había refugiado.

La policía ordenó el secuestro de esa carta y llamó de nuevo a Ana María Caglio, a que la reconociera como suya. Entre otras muchas cosas, la carta decía: «Deseo que todo el mundo sepa que yo nunca he estado al tanto de los negocios de Ugo Montagna […] Pero estoy por demás convencida de que el responsable es Ugo Montagna (con la colaboración de muchas mujeres […]) Él es el cerebro de la organización, mientras que Piero Piccioni es el asesino».

LOS ATRONADORES FESTIVALES CON ALIDA VALLI

El dramático testamento de Ana María Caglio originó un terremoto en la opinión pública. La prensa, y especialmente los periódicos de la oposición, inició una carga de artillería pesada contra la organización judicial, contra la policía, contra todo el que tuviera algo que ver con el gobierno. Entre los estampidos, Ugo Montagna y Gian Piero Piccioni fueron llamados a declarar.

Bien vestido, con un oscuro traje a rayas y una sonriente seriedad, Ugo Montagna respondió a la indagatoria. Dijo que no había conocido nunca a Wilma Montesi. Negó que fuera ella la dama con quien Ana María Caglio dijo haberlo visto el 7 de enero de 1953 a bordo de un automóvil, en la puerta de su departamento. Negó enfáticamente que en la Capacotta hubieran tenido lugar las mencionadas «fiestas de placer». Dijo que no era cierto que Piccioni lo hubiera llamado por teléfono en la noche del 10 de abril. Terminó diciendo, sin perder la serenidad, con una voz segura y convincente, que no recordaba haber asistido a una entrevista con el jefe de la policía de Roma en el ministerio de gobierno, como lo afirmaba Ana María Caglio, y que era absolutamente falso que alguna vez hubiera estado en contacto con traficantes de estupefacientes. Hizo también la observación de que Piccioni y el jefe de la policía eran viejos amigos y que no era necesario ni razonable, por tanto, que él tuviera que servir de intermediario entre ellos.

La fecha mortal

Menos sereno que Montagna, vestido un poco deportivamente y en un sonoro italiano con acento romanesco, Gian Piero Piccioni se declaró absolutamente extraño al caso Montesi. El día de la muerte, dijo, se encontraba en un breve reposo en Amalfi, de donde regresó a Roma, en automóvil, a las 3.30 de la tarde del 10 de abril. Luego manifestó que esa misma tarde tuvo que meterse a la cama con una fuerte amigdalitis. Para demostrarlo, prometió mostrar la receta del profesor Di Filippo, el médico que lo había visitado aquella tarde.

En relación con la supuesta visita suya al jefe de la policía de Roma en compañía de Montagna, manifestó Piccioni que no se había llevado a cabo en la forma maliciosa en que lo contó Ana María Caglio. Varias veces, dijo, lo había visitado solo o en compañía de Montagna, pero únicamente con el objeto de solicitar su intervención en la forma como la prensa estaba comprometiendo su nombre en el caso Montesi. «Aquellos ataques de la prensa –dijo– no tienen más que una finalidad política: el propósito de desprestigiar a mi padre».

¡Al archivo!

En vista de que los cargos no ofrecían ninguna perspectiva ni parecían lo suficientemente válidos como para destruir la hipótesis de la muerte accidental cuando tomaba un baño de pies, el sumario de Wilma Montesi fue por segunda vez archivado el 2 de marzo de 1954. Pero la prensa no archivó su campaña. El proceso contra el periodista Muto seguía adelante y cada vez que alguien se presentaba a declarar volvía a revolverse el caso Montesi.

EL LECTOR DEBE RECORDAR

a) La fecha en que Piero Piccioni dijo haber regresado de Amalfi.

b) La receta del profesor Di Filippo, que Piero Piccioni prometió mostrar a la policía.

Entre otros muchos, declaró un pintor, Franccimei, que había convivido una semana con Andrea Bisaccia, una de las dos mujeres que Muto señaló como fuente de sus informaciones. Franccimei contó a la policía una historia apasionante. Andrea Bisaccia –dijo– sufría de pesadillas. Hablaba angustiosamente mientras dormía. En una de esas pesadillas, comenzó a gritar aterrorizada: «¡Agua…! No… No quiero ahogarme… No quiero morir de la misma manera… ¡Suéltame!».

Mientras el pintor hacía su dramática declaración, una mujer enloquecida por el abuso de estupefacientes se tiró del tercer piso de un hotel de Alejandría. La policía encontró en su cartera, anotados en un papelito, dos teléfonos que no figuraban en el directorio telefónico de Roma. Ambos eran teléfonos privados. Uno pertenecía a Ugo Montagna. El otro a Piero Piccioni.

Toda una vida

La mujer que se tiró del tercer piso era Corinna Versolatto, una aventurera que en menos de un año había ejercido toda clase de oficios. Fue enfermera en una clínica respetable, encargada del guardarropa del club nocturno Piccolo Slam, clausurado posteriormente por la policía; y en sus ratos de ocio, prostituta clandestina.

En el momento de la tentativa de suicidio, Corinna Versolatto era secretaria privada de Mario Amelotti, un andariego venezolano sospechoso de ejercitar el tráfico de estupefacientes y la trata de blancas. En un momento de lucidez, Corinna declaró a los periodistas, en presencia del médico de la clínica a donde fue conducida y de un funcionario de la policía de Alejandría, que en los últimos meses había caído en desgracia con Amelotti, su jefe, porque ella se había negado a colaborar en sus negocios ilícitos. Dijo: «Es todo lo que puedo decir. Mario es un hombre sin escrúpulos. Se ha comprado a la policía y es amigo de muchas personas influyentes».

Por último, Corinna reveló que su jefe era amigo de alguien que fumaba cigarrillos de marihuana. Y que en colaboración de un fotógrafo amigo suyo, dirigía una fábrica de postales pornográficas.

Esto parece una película

Mientras esto ocurría, la prensa seguía gritando. Y la policía continuaba recibiendo anónimos. Cuando se archivó por segunda vez el sumario de Wilma Montesi, se recibieron más de 600 anónimos. Uno de ellos, firmado por Gianna la Rossa, decía textualmente: «Yo estoy al corriente de los acontecimientos ocurridos en abril de 1953, relacionados con la muerte de Wilma Montesi. Estoy aterrada de la crueldad de Montagna y Piccioni, que trataba de ponerla en contacto con los traficantes de estupefacientes de la provincia de Parma, precisamente de Traversetolo. Hice la correspondiente denuncia a la policía de Parma, oportunamente. Pero le echaron tierra. Hace algunos meses, consigné una segunda carta en el despacho de un párroco, en un pueblecito de la región de Traversetolo. Consigné aquella carta, porque estaba convencida de que sufriría la misma suerte de Wilma Montesi. El párroco entregará la carta a quien le presente el medio billete adjunto. La otra mitad está en su poder».

Gianna la Rossa proseguía su carta explicando las razones por las cuales prefería ampararse con un seudónimo. La carta terminaba: «Mi pellejo no vale nada, pero da la casualidad de que es el único que tengo».

¿Por dónde llega el agua?

La policía hizo una rápida investigación de los dos casos anteriores. En relación con los antecedentes de la suicida, se estableció que en Roma frecuentaba el club Víctor y en el hotel donde habitaba organizaba atronadores festivales de placer, a los cuales asistían notables personalidades y dos artistas de cine. Una de ellas era Alida Valli.

El hotel donde Corinna vivía en Alejandría y de una de cuyas ventanas se arrojó a la calle, fue requisado por la policía. En la pieza de la suicida se encontraron dos recortes de periódicos. Uno era la noticia de la clausura del Piccolo Slam. El otro era sobre el caso Montesi.

«Veamos, Padre»

En relación con la carta de Gianna la Rossa, la policía averiguó que el párroco era Tonnino Onnis, cura de Bannone di Traversetolo y estudiante de ingeniería. Y a donde el cura se fueron, con el medio billete incluido en la carta, una entrada de cincuenta liras de la dirección general de Antigüedades y Bellas Artes del Ministerio de Educación. El párroco mostró la carta, en cuyo sobre había escrito, de su puño y letra: «Depositada en mi mano el 16 de mayo de 1953, para ser entregada solamente a quien presente la otra mitad del billete adjunto, y que debe tener el número A.N.629190». Al respaldo del sobre había hecho una segunda anotación: «Sellada por mí. No conozco el nombre ni la dirección de la persona que la ha escrito».

La carta fue abierta y leído su texto sensacional.

LAS HISTORIAS NEGRAS DE LOS TESTIGOS

La carta entregada por el párroco a la policía tenía fecha 16 de mayo y decía, entre otras cosas: «Cuando se lea esta carta yo estaré muerta. Pero quiero que se sepa que no he muerto de muerte natural. He sido puesta fuera de combate por el marqués Montagna y Piero Piccioni… He vivido en los últimos meses bajo la pesadilla de sufrir la misma muerte de Wilma Montesi… Estoy poniendo en práctica un plan para desenmascarar la banda de los traficantes de estupefacientes… Si este plan fracasa, correré la misma suerte de Wilma… Esta carta sólo será entregada a quien esté en posesión de una contraseña especial…».

La trampa

Pero el padre Onnis no se conformó con mostrar la carta a la policía, sino que aprovechó la oportunidad para contar una historia, que parece una película de bandidos. Dijo que en agosto o septiembre de 1953, un viernes, cuando se disponía a abandonar a Parma en su motocicleta, se le acercaron dos individuos que descendieron de un automóvil con placas de Francia. Con un simulado acento extranjero, a través del cual el párroco creyó descubrir el acento de la Italia meridional, los dos individuos le rogaron llevar un paquete. Él se negó, puso en marcha el motor de su motocicleta y arrancó a toda velocidad. Pero al llegar al pueblo vecino fue detenido por la policía y conducido a la comisaría. Los funcionarios de turno requisaron el paquete que el párroco llevaba en el asiento trasero. Era una radio para reparar.

Entonces la policía le mostró un anónimo que se había recibido pocas horas antes y en el cual se señalaba el número de su motocicleta, la hora en que pasaría por el pueblo y se formulaba la acusación de que el padre Onnis estaba en contacto con una banda de traficantes de estupefacientes.

Alida Valli al teléfono

Los investigadores pusieron inmediatamente en claro algo muy importante: la carta presentada por el padre Onnis tenía fecha 16 de mayo, una época en que el nombre de Piero Piccioni no había sido todavía asociado con el de Montagna. Las declaraciones de Ana María Caglio fueron hechas en octubre.

Para esa misma época, los periódicos estaban empeñados en otro acontecimiento importante en el caso Montesi: la llamada telefónica que desde Venecia le hizo la actriz Alida Valli a Piero Piccioni, con quien conservaba una íntima amistad. Alida Valli había estado con Piccioni en Amalfi, en el viaje de que éste habló a la policía para descargarse. Luego la actriz viajó a Venecia, a trabajar en el rodaje de la película La mano dello straniero. Dos días después de haber llegado Alida Valli a Venecia, se armó el escándalo Montesi. Un periodista, un actor y un director de cine y un diputado, declararon que la actriz había telefoneado a Piccioni desde una tabaquería veneciana. La actriz negó la conversación.

Sin lugar a dudas

Según los declarantes, Alida Valli, en un evidente estado de excitación, le dijo a Piccioni:

–¿Qué diablos has hecho? ¿Qué fue lo que te pasó con aquella muchacha?

La actriz sostuvo el diálogo en voz alta, porque era una llamada a larga distancia.

Era un sitio público. Cuando terminó, estaba tan excitada, que dijo en voz alta, como si todavía estuviera hablando a larga distancia: «Vea usted el lío en que se ha metido aquel imbécil».

EL LECTOR DEBE RECORDAR

a) La llamada telefónica que Alida Valli hizo a Piero Piccioni desde Venecia.

b) Los resultados de la primera autopsia que se hizo a Wilma Montesi, publicados en la segunda crónica de esta serie.

c) Las declaraciones de la familia de Wilma Montesi, después de que se encontró su cadáver en las playas de Torvajanica.

d) Las prendas de vestir encontradas en el cadáver.

El órgano del partido comunista de Italia, L’Unità, se hizo cargo del escándalo del telefonema. Según ese periódico, la llamada se había efectuado el 29 de abril de 1953. La actriz escribió una carta a la redacción protestando por «la ligereza» con que se divulgaban «noticias fantásticas y tendenciosas». Y afirmó que el 29 de abril ella se encontraba en Roma. Pero la policía había secuestrado su libreta de telefonemas y establecido que, en efecto, la llamada había sido hecha.

Historias negras

Otra declaración se llevó al proceso contra el periodista Muto: la de la Gioben Jo, que según Ana María Caglio había perdido 13 millones de liras jugando a las cartas en Capacotta, en compañía de Montagna, Piccioni y un alto oficial de la policía. La Gioben Jo declaró que un conocido suyo, Gianni Cortesse, emigrado al Brasil, de donde ha escrito para decir «que está muy bien instalado», era «comisario de a bordo» en Génova, hacía algunos años, y notoriamente comerciante de estupefacientes. Dijo que el mencionado Cortesse aprovisionaba a un dentista amigo suyo de grandes cantidades de cocaína. Ese amigo suyo, según la Gioben Jo, le había presentado a Montagna, de quien aquél era íntimo amigo.

Otro testigo declaró finalmente que hace algunos años había sido huésped de Montagna. Había un abogado, amigo de ambos, conocido por su afición a las drogas, que incluso sufría ataques de delirium tremens, a consecuencia del abuso de estupefacientes. En abril o junio de 1947, según el testigo, Montagna, el abogado amigo y una mujer se presentaron a su pieza, completamente desnudos, y lo habían despertado con frases vulgares y con palabras oscuras.

¿A quién se le cree?

El proceso del periodista Muto se convirtió realmente en un animal de muchas patas. Cada vez que se llamaba a declarar a alguien, era preciso llamar a otros declarantes, para establecer la verdad de los testimonios. Aquello parecía el juego de «da que te vienen dando». Nuevos nombres iban surgiendo. Y la prensa, por su parte, hacía investigaciones espontáneas y amanecía al día siguiente con nuevas revelaciones. Entre las personas que declararon en el proceso de Muto se encuentra Vittorio Feroldi de Rosa, que decía haber hecho, en julio o agosto de 1953, un viaje de automóvil de Roma a Ostia, en compañía de varias personas entre las cuales se encontraba Andrea Bisaccia. Según Feroldi, Bisaccia había dicho a su vecino de asiento que en el litoral de Ostia-Torva se traficaba en estupefacientes; que había conocido a Wilma Montesi; que había participado en alguna de las «reuniones de placer» de Castelporziano, y que había visto la liga de la Montesi «en manos de una persona».

Llamados a declarar los otros ocupantes del automóvil, uno de ellos, Silvana Isola, declaró que no había oído nada, porque estuvo profundamente dormida durante el viaje. Pero otro de los ocupantes, Gastone Prettenati, admitió que, en efecto, Andrea Bisaccia le había hecho algunas confidencias durante ese viaje. Le había dicho, entre otras cosas, que la Montesi, en «una partida de placer» a la cual había asistido y en la cual se habían fumado «ciertos cigarrillos», había sufrido un colapso. Entonces había sido abandonada en la playa, porque los otros asistentes creyeron que estaba muerta.

Otro testigo, Franco Marramei, declaró finalmente que una noche se encontraba en un pequeño bar de la vía del Balbuino y había oído a Andrea Bisaccia decir en voz alta: «La Montesi no pudo morir por accidente, porque yo la conocía muy bien».

Otra vez el principio

Ante la tremenda gritería de la prensa y de la evidente inconformidad de la opinión pública, la Corte di Apello di Roma reclamó a la procuraduría general de la República el sumario dos veces archivado. El 29 de marzo de 1954 –casi un año después de muerta la Montesi– la sección instructora se hizo cargo del confuso mamotreto e inició la instrucción formal del caso Montesi.

Durante un año, el voluminoso y sonriente presidente de la sección, Rafaelle Sepe, trabajando de día y de noche, le puso orden a aquel escalofriante montón de contradicciones, errores y falsos testimonios. Tuvo que comenzar otra vez por el principio. El cadáver de Wilma Montesi fue exhumado para una nueva autopsia. Lo que hizo el presidente Sepe fue poner en orden un naipe, con las cartas boca abajo.

VEINTICUATRO HORAS PERDIDAS EN LA VIDA DE WILMA

Como se trataba de empezar por el principio, el presidente Sepe comenzó por tratar de establecer la hora precisa en que Wilma Montesi salió de su casa en la tarde del 9 de abril. Hasta ese momento había dos testimonios distintos: el del padre de la víctima, que en la noche del 9 dijo a la policía que la portera Adalgisa Roscini había dicho que Wilma salió a las 5.30; y el del permanente de policía de Salaria, que en su primer informe del martes 14 de abril, manifestó que la misma portera había dicho otra diferente: las cinco en punto.

El investigador llamó directamente a Adalgisa Roscini y ésta manifestó sin vacilaciones que Wilma no había salido de la casa antes de las 5.15. La portera tenía un motivo para hacer aquella categórica afirmación. Durante los días en que ocurrieron los hechos, trabajaba en el edificio un grupo de obreros que suspendía sus labores a las cinco en punto. Entonces iban a lavarse a la pila del patio y tardaban no menos de diez minutos. Cuando los obreros terminaron su labor, el 9 de abril, Wilma no había salido. Cuando acabaron de lavarse y abandonaron el edificio, todavía no había salido. Adalgisa Roscini la vio salir pocos minutos después que los obreros. Un poco después de las 5.15.

«Un hueso duro»

En esta indagatoria, la portera de Tagliamento número 76 hizo otra revelación que hizo caer sombras de dudas sobre el comportamiento de la familia Montesi. En realidad, la actitud de los parientes de la víctima había cambiado fundamentalmente desde el día en que se reconoció el cadáver. Adalgisa Roscini manifestó que pocos días después de la muerte de Wilma, la madre de ésta la había instado a modificar su primitiva declaración de que la muchacha había salido a las 5.30. La portera se negó. Y entonces la madre de Wilma le dijo:

–¿Y luego cómo hizo la doctoresa Passarelli para viajar con ella en el tren a esa misma hora?

La portera dice que respondió:

–Habrá mirado mal el reloj.

Y luego, indignada por la presión que quería ejercer sobre ella, exclamó:

–Se han encontrado con un hueso duro de roer, porque yo la hora no la modifico.

La doctoresa Passarelli

Para empezar bien por el principio, la doctoresa Passarelli fue llamada nuevamente. Se presentó en un estado de inquietante excitación. Esta vez no se mostró muy segura de haber visto a Wilma Montesi en el tren. «Me pareció verla», fue todo lo que dijo. Y volvió a describir a la muchacha. Era una joven entre los veintiocho y treinta años. Tenía un peinado «alto sobre la frente, tirante a los lados y con un moño enorme en el occipital». No llevaba guantes. Usaba mocasines y un saco cuyo color predominante era el verde.

Sin embargo, hacía pocos meses que Wilma había cumplido los veintiún años, y según el testimonio de muchas personas que la conocieron aparentaba menor edad. Por otra parte, la tarde en que salió de su casa por última vez no llevaba mocasines, sino unas zapatillas muy vistosas, con tejidos dorados. El peinado no era el mismo que describió la Passarelli, porque Wilma tenía el cabello corto desde hacía varios meses.

Se salvó en un hilo

El investigador le mostró a la doctoresa Passarelli el saco encontrado en el cadáver. Al verlo, la doctoresa se desconcertó. Era un saco amarillo, vistoso e inconfundible. Le dio la vuelta, como para ver si era verde por el otro lado. Entonces negó rotundamente que fuera ése el saco que llevaba la muchacha del tren.

El presidente Sepe demostró que a la doctoresa no se le había mostrado el cadáver de Wilma Montesi. El reconocimiento se limitó a examinar unos pedazos de ropa. Sin embargo, se consideró necesario investigar la conducta de la doctoresa. Se estableció que se trataba de una graduada en letras, empleada del ministerio de la defensa, hija de un oficial superior del ejército y perteneciente a una distinguida familia de Roma. Pero se estableció al mismo tiempo que padece de una ligera miopía y no usa anteojos, y que es de un temperamento impulsivo, poco reflexivo, y con tendencias a la fantasía. Se salvó en un hilo: logró probar de dónde sacó el dinero con que compró, pocos días después de su primera y espontánea declaración, un departamento que le costó 5.600.000 liras.

«De aquí a la eternidad»

Demolido el testimonio de la doctoresa Passarelli, el investigador se propuso establecer cuánto tiempo se demora una persona de la vía Tagliamento número 76 hasta la estación de los trenes de Ostia. En la investigación colaboraron los carabineros, los empresarios del transporte urbano y el ministerio de la defensa.

EL LECTOR DEBE SABER

A partir de esa crónica, se encontrarán en el texto las respuestas a aquellos puntos que «el lector debe recordar», y que han sido publicados en las crónicas anteriores.

A partir de este momento, se va a establecer en orden riguroso:

a) El pretendido viaje de Wilma Montesi a Ostia.

b) El tiempo y lugar de su muerte.

c) Causa de la muerte y definición jurídica del hecho.

d) Hábitos, moralidad y ambiente familiar reales de Wilma Montesi.

e) Tráfico de estupefacientes.

f) Reuniones en la Capacotta.

g) Denuncia contra el príncipe D’Assia.

h) Elementos contra Ugo Montagna y Piero Piccioni y contra el ex jefe de la policía de Roma, Severo Polito.

Del número 76 de la vía Tagliamento hasta la puerta de la estación hay 6.301 metros, por la vía más corta. Para recorrer esa distancia, en condiciones ideales de tránsito y descontando los semáforos, un taxi demora exactamente trece minutos. De a pie, a paso normal, se demora entre una hora quince y una hora veintiún minutos. A paso acelerado, cincuenta minutos. El trayecto es recorrido por una línea de tranvías (el rápido B), que demora normalmente veinticuatro minutos. Suponiendo que Wilma Montesi hubiera utilizado ese medio, habría que agregar por lo menos tres minutos, que fue el tiempo que debió necesitar la muchacha para ir desde el portón de su casa hasta la parada del bus, situada a 200 metros.

Y aún falta tiempo para comprar el tiquete en la estación y alcanzar el tren, en una plataforma situada a 300 metros del expendio. Fue una conclusión importante: Wilma Montesi no viajó a Ostia en el tren de las 5.30. Muy probablemente no hubiera podido hacerlo ni siquiera en el caso de que realmente hubiera salido de su casa a las cinco.

La hora de la muerte

Quienes rindieron los primeros informes no cayeron en la cuenta de algo esencial: el doctor Di Giorgio, primer médico que examinó el cadáver en las playas de Torvajanica, declaró que estaba en proceso de endurecimiento progresivo. Después de cierto tiempo, un cadáver comienza a endurecer: es el período de invasión de la rigidez. Posteriormente, se opera el fenómeno contrario. El doctor Di Giorgio estableció que el cadáver de Wilma Montesi estaba «parcialmente rígido». Pero tenía una razón para afirmar que era el proceso «de endurecimiento progresivo» la rigidez que se presentaba en la mandíbula, en el cuello y en las extremidades superiores. La ley de Neysten, debidamente comprobada, explica: «La rigidez cadavérica se inicia en los músculos de la mandíbula; continúa en los del cuello y las extremidades superiores». Con base en esa ley, el doctor Di Giorgio rindió su informe: la muerte debió ocurrir alrededor de dieciocho horas antes del examen. Y el examen se verificó el sábado, 11 de abril, a las 9.30 de la mañana.

Aquí empezó el error

El cadáver estuvo expuesto al sol durante todo el día, mientras llegaban instrucciones de Roma. Esas instrucciones llegaron en las horas de la noche. Pocas horas después, el cadáver fue trasladado al anfiteatro. Cuando Rodolfo Montesi y Angelo Giuliani entraron a reconocerlo, habían transcurrido más de veinticuatro horas desde el momento del hallazgo. Cuando se hizo la autopsia y se rindió el informe, se dijo que la muerte había ocurrido en las horas de la noche del 9 de abril, porque el cadáver presentaba un primer punto de putrefacción y por el fenómeno de «la piel anserina». Un año después de la muerte, un grupo de profesores de la Facultad de Medicina rindió un nuevo peritazgo, después de un cuidadoso examen del cadáver, y estableció que la invasión putrefactiva pudo haber sido precipitada por la larga exposición del cadáver al sol y a la humedad, en las playas de Torvajanica, durante todo el día 11 de abril.

En relación con el fenómeno de «la piel anserina», demostraron que ese fenómeno es común en los cadáveres de los ahogados, pero que incluso puede presentarse desde antes de la muerte, a causa del terror o la prolongada agonía. Pero en el caso de Wilma Montesi, pudo ser ocasionada también por la larga permanencia del cadáver en el frigorífico, antes de que se realizara la autopsia. Con todo, el primer informe, el del doctor Di Giorgio, era fundamental: la rigidez era parcial. Y la conclusión indiscutible: Wilma Montesi había muerto en la noche del 10 de abril, veinticuatro horas después de que la portera Adalgisa Roscini la vio salir de su casa.

¿Qué hizo en esas veinticuatro horas?

VEINTICUATRO HORAS PERDIDAS EN LA VIDA DE WILMA

Se trataba de establecer otra verdad importante: el lugar en que murió Wilma Montesi. Pues se había aceptado como cierto que la muchacha tomaba un baño de pies en las playas de Ostia cuando sufrió un colapso y luego, ahogada, fue transportada por las olas a las playas de Torvajanica, veinte kilómetros más allá.

Para reforzar esta hipótesis la policía de Ostia informó que en la noche del 10 de abril se había desatado en ese sector un violento temporal, con fuertes vientos en dirección noroeste. El instructor del sumario, doctor Sepe, encomendó a los profesores de meteorología y al instituto meteorológico verificar ese dato. El informe, con boletines meteorológicos de todo el mes de abril de 1953, decía que en el sector Ostia-Torvajanica no se registró el pretendido temporal. El fenómeno más notable había ocurrido el 11 de abril y precisamente a la hora en que se encontró el cadáver de Wilma Montesi: un viento nordeste, de trece kilómetros por hora.

El carmín revelador

La autopsia de los superperitos puso en claro que el cadáver no presentaba ninguna huella de mordiscos de animales marinos ni de picaduras de insectos, muy abundantes en la playa de Torvajanica. El instructor sacó en conclusión, de ese dato, que el cadáver no había permanecido mucho tiempo en el agua, y tampoco mucho tiempo en la playa, antes del hallazgo. La primera deducción fue ya un principio de certidumbre para descartar la hipótesis de que el cuerpo había sido transportado veinte kilómetros por las olas.

Pero se encontraron indicios más importantes. El carmín de las uñas de Wilma Montesi estaba intacto. Los peritos comprobaron que esa sustancia era resistente al agua del mar. Pero averiguaron la densidad de arena en suspensión en el trayecto marino Ostia-Torvajanica. Y concluyeron que difícilmente el carmín de las uñas habría podido resistir a la fricción de la arena, en un largo y rápido viaje de 20 kilómetros.

Para muestra un botón

El presidente Sepe fue el único que se interesó en el saco que estaba abotonado al cuello del cadáver. Cuando el cuerpo de Wilma Montesi fue hallado en la playa, el carabinero Augusto Tondi comprendió que ese saco era un obstáculo para transportar el cadáver, de manera que tiró del botón y lo arrancó sin mucha dificultad.

El instructor Sepe contó los hilos con que estaba cosido el botón: eran diecisiete. Los peritos demostraron que esos diecisiete hilos no habrían resistido el viaje marino, batido el saco por las olas, si un carabinero sólo había necesitado darle un tirón para arrancarlo.

Estas conclusiones y otras de carácter indigestamente científico, permitieron descartar la hipótesis de un largo viaje del cadáver desde las playas de Ostia hasta las de Torvajanica. Nuevos peritos demostraron que la densidad ferruginosa de la arena hallada en los pulmones del cadáver no era una prueba concluyente para establecer el sitio donde perdió la vida. Wilma Montesi se ahogó a pocos metros del lugar en que fue hallado su cuerpo.

Además

Sin embargo, a cinco metros de la playa no hay en Torvajanica medio metro de profundidad. Es cierto que Wilma no sabía nadar. Pero no es probable que una persona que no sabe nadar se ahogue, sólo porque no sabe nadar, a medio metro de profundidad. Otras debieron ser las causas. Y el presidente Sepe se dispuso a averiguarlas.

El superperitazgo fue ordenado. Un médico de intachable conducta y cinco profesores universitarios de medicina legal debidamente investigados estudiaron la presencia de arena y plancton en los pulmones y en el intestino del cadáver. Por la cantidad y profundidad, concluyeron que la muerte no se había producido en circunstancias normales. Desde la primera deglución de agua hasta el instante de la muerte, transcurren, máximo, cuatro minutos.

El superperitazgo demostró que Wilma Montesi murió en un lento y prolongado ahogamiento, entre los diez y los veinte minutos después de su primer contacto con el agua. Así se explicaba que se hubiera ahogado a medio metro de profundidad: Wilma Montesi estaba exhausta cuando comenzó a ahogarse.

Suicidarse no cuesta nada

Una vez obtenida esta importante conclusión, el presidente Sepe se dispuso a analizar las tres hipótesis:

a) Suicidio.

b) Accidente.

c) Homicidio.

Solamente se habló de un posible suicidio de Wilma en la noche del 9 de abril, cuando su padre fue a buscarla al Lungotevere y después, cuando se presentó a la policía y puso el telegrama a Giuliani. Dijo Rodolfo Montesi que su hija quería suicidarse ante la inminencia de su matrimonio y la posterior separación de la familia, por su viaje a Potenza, donde trabajaba su novio. Pero el matrimonio de Wilma no había sido impuesto por la familia. Ella gozaba de suficiente independencia, había llegado a la mayor edad y había podido cancelar su compromiso con Giuliani cuando lo hubiera querido. Era una explicación sin fuerza.

En cambio se consideró de mucho peso para destruir la hipótesis del suicidio el argumento de la madre: Wilma había llevado consigo la llave de casa, cosa que no siempre ocurría. Y el argumento de su hermana: antes de salir, Wilma dejó en el lavamanos, en agua de jabón, la ropa interior que acababa de quitarse. Por último, alguien que examinó las verdaderas circunstancias en que murió Wilma Montesi manifestó: «Hubiera necesitado violentar hasta extremos sobrehumanos el instinto de conservación para permanecer ahogándose durante un cuarto de hora, a un metro de profundidad». Suicidarse no cuesta tanto trabajo.

Pasos de animal grande

El presidente Sepe descartó el suicidio y se puso a estudiar la muerte por accidente. Se aceptó como válida la explicación de la primera autopsia: Wilma no murió por haberse introducido en el agua durante el proceso digestivo, porque ese proceso estaba concluido. E incluso en el caso de que no lo hubiera estado, no es muy probable que hubiera sufrido un colapso por sumergir los pies en el agua después de la comida.

La circunstancia de que Wilma se encontrara en fase postmenstrual inmediata tampoco se considera válida para explicar el colapso. Cualquier trastorno que hubiera podido sufrir, debido a esas circunstancias especiales, no le habría impedido arrastrarse hasta la playa, según los peritos. Estos mismos descartaron por último, después de la nueva autopsia, cualquier trastorno de otra índole: Wilma gozaba de buena salud. Pero, en cambio, su corazón era pequeño en relación con su estatura, así como el calibre de la aorta.

Por otra parte, el presidente Sepe consideró conveniente establecer precisamente el origen de la hipótesis del baño de pies. Ella surgió muchos días después de la muerte, cuando Wanda Montesi «se acordó» de que su hermana le había hablado del viaje a Ostia. Eso fue después de los funerales, cuando toda la familia empezó a buscar una explicación a la muerte. La actitud se considera sospechosa: la familia de Wilma Montesi manifestó en todo momento un desmedido interés en que se diera crédito a la versión de Wanda. Con base en esa declaración se archivó por primera vez el sumario, con la definición de «muerte por accidente». Sin embargo, todos los elementos contribuyen a que se admita la verdad: la familia de Wilma no tenía noticias del viaje a Ostia, ni del pretendido baño de pies.

«Vamos por aquí»

Los peritos establecieron, por otra parte, que Wilma Montesi no tenía ninguna lesión, irritación o eczema en los talones. No tenía huellas de endurecimientos o peladuras producidas por los zapatos. Esa sospechosa actitud de la familia fue minuciosamente analizada por el presidente Sepe. El padre de Wilma, que intempestivamente se hizo cargo de la hipótesis de «muerte por accidente», explicó que la muchacha se había quitado la liga para mayor libertad de movimientos durante el baño de pies. Pero en cambio no se quitó el saco. Y hay que suponer que una persona que quiere tener libertad de movimientos para lavarse los pies se quita el saco antes que la liga. Incluso se quita el saco para tener más libertad de movimiento al quitarse la liga.

Finalmente, es inconcebible que para darse un baño de pies Wilma Montesi hubiese caminado 20 kilómetros desde la estación de Ostia hasta las playas de Torvajanica, cuando el mar empieza a pocos metros de la estación. El presidente Sepe no se tragó la píldora de la muerte por accidente y el baño de pies y siguió investigando.

Ahora tenía entre manos un dato más importante: el tamaño del corazón de Wilma Montesi. Eso podía tener alguna relación con los estupefacientes.

INCONSCIENTE, LA ARROJARON AL MAR

Cuando Angelo Giuliani vio el cadáver de su novia, observó ciertas huellas en los brazos y las piernas, que le hicieron pensar en un homicidio. Fue él quien se lo dijo a un periodista, a la salida del anfiteatro. La primera autopsia confirmó la existencia de esas cinco equimosis, pero no les atribuyeron ninguna importancia médico-legal.

El superperitazgo ordenado por el presidente Sepe, al examinar el cadáver de nuevo, minuciosamente, y efectuar incluso una detallada exploración radiográfica, demostró que no existía ninguna lesión ósea. Se observaron algunas raspaduras superficiales en el rostro, especialmente en la nariz y en las cejas: resultados de la fricción del cadáver contra la arena. Pero en cambio, el examen confirmó que las cinco equimosis eran de origen vital. Los superperitos consideraron que pudieron haberse producido entre el comienzo de la agonía y cinco o seis horas antes de la muerte.

No hubo violencia carnal

En consideración a su situación particular y a la ausencia de otras huellas características, se descartó la hipótesis de que las cinco equimosis fueran el producto de un acto de violencia sexual. Había dos en el brazo izquierdo y dos en el muslo izquierdo y una en la pierna derecha. Esas equimosis, según los superperitos, por su ubicación, cantidad y superficialidad, tenían las características de un «aferramiento» sobre un cuerpo inerte.

No eran huellas de lucha o forcejeo, pues podía establecerse claramente que cuando ellas se produjeron el cuerpo no opuso ninguna resistencia. En un acto de violencia carnal, las características habrían sido diferentes. Otra hubiera sido la cantidad y muy diferente la ubicación.

No bastan las vísceras

Como se recordará, después de la primera autopsia se procedió a un examen químico de las vísceras, para establecer la presencia de estupefacientes. El resultado de ese examen fue negativo. Un año después, los superperitos afirmaron que el «estado de inconsciencia preexistente a la muerte no era incompatible con la ausencia de rastros de estupefacientes en las vísceras». La investigación original había sido incompleta, pues no se investigó la presencia de estupefacientes en la sangre, en el cerebro o la médula espinal. Por consiguiente, el carácter negativo del examen químico de las vísceras no podía considerarse como absoluto. Wilma Montesi había podido ser víctima de los estupefacientes, sin que el examen químico de sus vísceras revelara la presencia de ellos.

Abriéndose paso

Por otra parte, pudo tratarse de un alcaloide que no dejara rastro en las vísceras. Eso podía ocurrir a causa de la eliminación, en vida o después de la muerte, o de transformaciones ocurridas después del deceso. Esa afirmación es mucho más válida en el campo de las sustancias volátiles o rápidamente descomponibles.

Ante estas circunstancias, los superiores consideraron que no se había establecido con carácter médico-legal, si Wilma Montesi había utilizado o no ciertas dosis de estupefacientes. Por consiguiente, el examen no era negativo, sino inútil, puesto que se había limitado a comprobar que no había huellas de estupefacientes en las vísceras en el momento de la investigación. Esas huellas pudieron haberse encontrado en otros órganos, e incluso en las vísceras mismas, en un momento anterior.

«Tu pequeño corazón»

Al presidente Sepe le llamó la atención la reducida dimensión del corazón de Wilma Montesi. Les preguntó a los superperitos si esa circunstancia habría podido ocasionar un síncope cuando la muchacha se lavaba los pies. Los superperitos respondieron que no: era absolutamente indemostrable la hipótesis de que las condiciones fisiológicas particulares en que Wilma se encontraba habían ocasionado un colapso a causa del reducido tamaño de su corazón.

Pero en cambio, dijeron otra cosa: «El reducido tamaño del corazón pudo haber producido un colapso, causa del suministro de estupefacientes».

El examen detallado del cuerpo permitió establecer que Wilma tenía una sensibilidad sexual inferior a la normal. El presidente Sepe consideró que ésa podía ser una explicación para el suministro de estupefacientes, pues cualquiera habría podido poner en práctica ese recurso para provocar una excitación que no se presentaba en circunstancias normales. O para quebrantar la resistencia de la víctima.

Al revés y al derecho

Había que descartar definitivamente la hipótesis de que el mar había desprovisto a Wilma de sus prendas. Para que ello hubiera ocurrido habría sido preciso que el cuerpo hubiera estado sometido a una violenta acción de las olas, a la cual no hubieran resistido los diecisiete hilos del botón del saco. Sin embargo, el cadáver no tenía puesta la liga, una prenda tan fuertemente adherida al cuerpo que una antigua sirvienta de la familia Montesi declaró que en varias ocasiones, para quitársela o para ponérsela, Wilma había solicitado su colaboración.

Era preciso aceptar que persona distinta a Wilma la había despojado de sus prendas de vestir, probablemente a la fuerza, o probablemente cuando se encontraba bajo la acción de los estupefacientes. Pero en cambio, el saco seguía siendo un enigma: es curioso que se la hubiera despojado de la liga y en cambio no se la hubiera despojado de la prenda más fácil de quitar: el saco.

¿Por qué no pensar otra cosa más lógica? Por ejemplo: Wilma estaba completamente desvestida cuando sufrió el colapso. En su nerviosismo, su desconocido acompañante, tratando de destruir las huellas de su acción, había tratado de vestirla apresuradamente. Por eso estaba allí el saco. Porque era la prenda más fácil de quitar, pero también la más fácil de recomponer. Y por eso no estaba la liga.

La definición

El presidente Sepe, examinados estos detalles y otros que no es indispensable precisar, llegó a la conclusión de que el estado de inconsciencia en que se encontraba Wilma Montesi antes de la muerte, era el resultado de una acción culposa, o de una acción dolosa. Ésa era la alternativa. El homicidio culposo se habría demostrado con la comprobación de que el responsable ignoraba que Wilma aún estaba viva, cuando la abandonó en la playa para deshacerse del cuerpo. Curiosamente, uno de los primeros declarantes había dicho que Wilma había participado en una partida de placer, había sufrido un colapso a causa de los estupefacientes y había sido abandonada en la playa.

Dos preguntas encadenadas

Ante una alternativa como ésa, existe en el derecho italiano lo que se llama el favor re. Consiste esa gracia en que, frente a la duda entre un delito grave y uno menos grave, el sindicado debe ser procesado por el delito menos grave. La primera parte del artículo 83 del código penal italiano dice: «Si por error en el uso del medio de ejecución del delito, o por otra causa, se ocasiona un evento distinto del deseado (ocultamiento de un presunto cadáver, en este caso), el culpable responde, a título de culpa, del evento no deseado, cuando el hecho ha sido previsto por la ley como delito culposo». Con base en este artículo, el presidente Sepe definió la muerte de Wilma Montesi como un homicidio culposo. ¿Quién cometió ese homicidio?

El personaje central

Por lo pronto, el presidente Sepe no podía hablar de nombres propios. Pero había algunas cosas importantes: de las cinco equimosis se deduce que la colocación del cuerpo en el agua, en las playas de Torvajanica, pudo ser una operación realizada cuando Wilma se encontraba inconsciente. Es decir, el accidente había ocurrido en otro lugar y la víctima había sido transportada hasta el sitio desierto. En ese lugar, la orilla del mar dista más de doce metros de la carretera asfaltada, donde debió detenerse el automóvil en que fue llevada Wilma Montesi. Entre la carretera y el mar hay una zona arenosa, de difícil tránsito. En consideración al peso de la víctima y a la ubicación de las cinco equimosis, el presidente Sepe concluyó que Wilma Montesi fue llevada del automóvil a la playa por lo menos por dos personas.

«¿Quiénes son esas dos personas?», debió de preguntarse el presidente Sepe, rascándose la calva y reluciente cabeza. Hasta ahora, sólo tenía entre manos una pista: la posibilidad de que Wilma Montesi hubiera estado en contacto con traficantes de estupefacientes. Entonces fue cuando el investigador, acaso dando un salto en el asiento como lo hacen los detectives en las películas, se hizo la sorprendente pregunta que nadie había hecho hasta entonces: «¿Quién era Wilma Montesi?».

SE DESPLOMA EL MITO DE LA NIñA INGENUA

Desde los primeros informes de la policía se creó en el público la impresión de que la familia Montesi era un ejemplo de modestia, delicadeza y candor. Los mismos periódicos contribuyeron a crear esa impresión, elaborando la imagen ideal de Wilma Montesi: una muchacha ingenua, limpia de malicia y de culpa, víctima de los monstruosos traficantes de estupefacientes. Había una protuberante contradicción, sin embargo: no era concebible que una muchacha adornada de tan excelsos atributos hubiera estado en conexión con aquella clase de elementos y participando, como se le decía, en una «fiesta de placer» que le costó la vida.

El presidente Sepe se dio cuenta de que el personaje estaba mal construido y se dispuso a verificar una investigación a fondo sobre el ambiente familiar verdadero y la vida secreta de Wilma Montesi.

El ídolo caído

«La madre de Wilma –escribió el instructor después de que terminó la investigación– no gozaba de buena reputación en el vecindario y había impartido a su hija, desde los primeros años de su infancia, una poco severa educación, habituándola a no lavarse y acostumbrándola a un lujo vistoso y desproporcionado a su condición económica y social». La imagen de Wilma Montesi, la pobre niña ingenua, víctima de los traficantes de estupefacientes, empezó a desmoronarse ante la embestida de una investigación fría e imparcial. La misma madre de Wilma Montesi puso en su casa el mal ejemplo de una elegancia pomposa y de mal gusto. «Se mostraba –dice el sumario– autoritaria con el marido, despótica con toda la familia e incluso violenta con su propia madre, pronunciando en las frecuentes escenas familiares palabras vulgares y términos arrabaleros».

El misterio de la cartera

Aquel comportamiento influyó de tal modo en la formación de Wilma, que en un altercado que tuvo recientemente con una vecina, pronunció una sarta de palabrotas impublicables, literalmente transcritas en el sumario. Poco después de su muerte, el propietario del almacén Di Crema, en vía Nazionale, oyó que dos muchachas conocidas de Wilma, pero no identificadas posteriormente, dijeron, refiriéndose a la víctima: «Es natural, con la vida que llevaba no podía tener otro fin».

El jornal de Rodolfo Montesi no era superior a las mil quinientas liras. Sin embargo, en los últimos días de su vida Wilma Montesi poseía una cartera de cuero de cocodrilo, legítimo, avaluada por los peritos en ochenta mil liras. No fue posible establecer el origen de esa cartera.

Palabras sonoras

Al parecer se había olvidado una de las primeras cosas que comprobó la policía: después de que su novio fue trasladado a Potenza la muchacha adquirió el hábito de salir a la calle todos los días, en las horas de la tarde. Nunca volvió a casa después de las siete y media, se aseguraba. Pero un médico no identificado, que vivía en el último edificio de Tagliamento número 76, afirmó a un farmacéutico de vía Sebazio, y éste lo reveló a la policía que, en cierta ocasión, había tenido que abrir el portón a Wilma después de la medianoche.

Durante cinco meses, Annunciata Gionni prestó servicio en casa de la familia Montesi. La criada reveló a la policía todo lo contrario de lo que la misma familia había afirmado: los altercados en voz alta eran frecuentes en ausencia de Rodolfo Montesi y en alguna ocasión la madre le había gritado a Wilma dos adjetivos de fuerte valor expresivo, que amansados un poco podrían traducirse: «buscona y desgraciada».

Las dos hermanitas

Se demostró asimismo que todas las mañanas, hacia las ocho, y después de que el padre había abandonado la casa, las dos hermanas salían a la calle, hasta las dos de la tarde. La antigua criada confirmó este hecho, pero advirtió que no le había dado importancia porque creyó que las dos muchachas estaban empleadas.

En las horas de la tarde, incluso después de su compromiso con Giuliani, Wilma Montesi recibía numerosas llamadas telefónicas. Antes de responder, cerraba la puerta del cuarto y seguía la conversación en voz baja y cautelosa. Pero nadie estuvo en capacidad de precisar si se trataba siempre de un mismo interlocutor telefónico, ni si las llamadas eran interurbanas. En este último caso, no habrían podido ser de Giuliani, en los últimos meses, porque en el momento de la muerte de Wilma Montesi no existía comunicación telefónica directa entre Roma y Potenza.

La actitud sospechosa

En relación con el comportamiento de la familia después de la muerte de Wilma, el instructor comprobó, por medio de la intervención telefónica, que la madre de Wilma sacaba partido de la publicidad que daban los periódicos a la muerte de su hija. Ella misma cobró varios centenares de liras por sus informaciones y «en cierta ocasión –dice el sumario– deploró la escasez de la recompensa y exhortó a los periodistas a que escribieran algún artículo más picante». De esta y otras investigaciones, la sección instructora del sumario llegó a la conclusión de que Wilma Montesi tenía «una doble vida». Habituada desde pequeña a un lujo desproporcionado a su condición social, crecida en un ambiente familiar no propiamente caracterizado por una severidad excesiva en los hábitos y las costumbres, Wilma soñaba con un porvenir mejor y gozaba de entera libertad para salir a la calle, en la mañana o en la tarde.

No era por tanto inverosímil que esta Wilma Montesi verdadera –tan diferente a la construida por los periódicos– estuviera en contacto con los traficantes de estupefacientes y hubiera participado en una «fiesta de placer».

El teléfono

El instructor miró entonces hacia atrás y recordó la primera declaración de Wanda Montesi, posteriormente rectificada: «Wilma había salido a la calle sin arreglarse, sencillamente porque no había tenido tiempo. Seguramente había salido después de una llamada telefónica urgente». Esa declaración permite pensar que Wanda estaba segura de que su hermana podía recibir telefonemas urgentes y salir a la calle sin previo aviso e incluso que tenía relaciones secretas, nunca reveladas por la familia a la policía.

Rodolfo Montesi, la única persona que habría podido imponer un ambiente de severidad en su casa, no tenía tiempo para atender a sus obligaciones. El trabajo absorbía casi todas sus horas y apenas tenía tiempo de ir a la casa a tomar el almuerzo.

¿Qué hizo el príncipe?

Pero antes de seguir adelante, había que analizar un testimonio: alguien dijo haber visto al príncipe D’Assia en un automóvil claro y acompañado de una muchacha, en la tarde del 9 de abril y en el sector donde se cometió el crimen. Un abogado que se enteró de este hecho, se lo contó al abogado de Ugo Montagna y éste armó el gran escándalo: habló con el testigo y éste le confirmó el testimonio. Cuando la esposa del testigo supo que había hablado, exclamó: «Desgraciado. Le dije que se callara la boca. Esa muchacha era Wilma Montesi».

El príncipe D’Assia, un joven aristócrata italiano, de un metro con ochenta y seis de estatura y flaco como un garabato, fue llamado a declarar. Negó que su acompañante fuera Wilma Montesi. Pero se negó, asimismo, a revelar el nombre de la muchacha, porque el príncipe D’Assia es todo un caballero.

Veamos

Sin embargo, la caballerosidad debió ser puesta a un lado, pues aquella clase de coartadas no valían para el presidente Sepe. Se reveló el nombre de una distinguida señorita de la alta sociedad de Roma, que llamada a declarar, confirmó la versión del príncipe sobre su viaje a la Capacotta el 9 de abril. Además, el recibo de la gasolina demostraba que esa tarde el príncipe se había provisto de veinte litros de combustible para hacer el viaje.

Los cargos contra el príncipe de D’Assia resultaron inconsistentes. En cambio, había cargos concretos que era necesario examinar: los formulados contra Ugo Montagna y Piero Piccioni. Pero antes de seguir adelante es preciso informar al lector de algo que sin duda desea saber desde hace varios días, pero que sólo ahora resulta oportuno revelar: Wilma Montesi era virgen.

REVELACIONES SOBRE PICCIONI Y MONTAGNA

El instructor del sumario del caso Montesi estableció los siguientes hechos de la vida de Piero Piccioni:

En vía Acherusio, número 20, tenía un apartamento de soltero, para su uso exclusivo, en el cual organizaba fiestas en compañía de amigos y mujeres. Ese apartamento no estaba registrado en la portería del edificio. La actriz Alida Valli admitió haber estado varias veces en ese lugar «para oír algunos discos».

Según diversos testimonios, Piero Piccioni es un hombre «de gusto refinado en el amor». Se reveló que acudía al estímulo de los estupefacientes.

Se demostró que, en compañía de Montagna, era cliente del pequeño bar de vía del Babuino, donde, como se recordará, alguien oyó decir a Andrea Bisaccia: «Wilma Montesi no pudo morir por accidente, porque yo la conocía muy bien». Ese establecimiento fue cerrado por la policía, debido a que allí se daban cita «junto con existencialistas, personas dedicadas al uso de estupefacientes o al menos de dudosa moralidad».

«El marqués»

Sobre la vida de Ugo Montagna, conocido como el marqués di San Bartolomeo, hombre elegante y bien relacionado, se estableció, de acuerdo con los términos literales del sumario:

«Nació en Grotte, provincia de Palermo, el 16 de noviembre de 1910, de una familia de modestísima condición social y económica, no exentos algunos de sus miembros de antecedentes penales y de policía. Su padre, Diego, fue detenido el primero de abril de 1931, “por orden superior”, en Pistoia, y expatriado el 27 del mismo mes. Un hermano suyo fue condenado a varios años de cárcel por estafa y encubrimiento.

»En el 1930, de su pueblo de origen, Ugo Montagna se trasladó a Pistoia y posteriormente regresó a Palermo, en donde fue arrestado por primera vez por falsedad en letras de cambio. Excarcelado, con libertad provisional, el 23 de mayo de 1936, fue desterrado a Roma, el 28 del mismo mes».

Casado y con hijos

«Ugo Montagna –continúa diciendo el sumario– contrajo matrimonio en Roma, en 1935, con Elsa Anibaldi. Nuevamente encarcelado, fue puesto en libertad, por amnistía, en 1937, cuando cumplía una pena por usurpación del título de contador público.

»Después de un breve período de convivencia con su esposa, con la cual tuvo un hijo, se separó de ella por razones de celos y de intereses y, sobre todo, porque, disipando todas sus ganancias con mujeres de fáciles costumbres y en viajes de placer, no le proporcionaba ni siquiera los medios de subsistencia.

»En mayo de 1941, a raíz de las protestas de un vecino, le fue recomendado por la policía abstenerse de las fiestas nocturnas que, con danzas, cantos y bochinche, se desarrollaban en su residencia, en el barrio Flaminio, y se prolongaban hasta después de la medianoche, para divertir a su numerosa cuerda de invitados de ambos sexos». En la actualidad es multimillonario.

Testigos

El mecánico Piccini, que el año anterior se había apresurado a manifestar a la policía su certidumbre de que Wilma Montesi había estado con un hombre, en un automóvil atascado cerca de la Capacotta, en la primera década de marzo, fue esta vez llamado a declarar formalmente. Piccini declaró lo que había visto: el hombre era aproximadamente de la misma altura suya, un metro sesenta y nueve centímetros, semicalvo, elegante, sin sombrero, y hablaba el italiano correctamente, con un ligero acento romanesco.

Sin embargo, esta vez se reveló que Piccini no había ido solo a auxiliar al desconocido. Había ido con un compañero de trabajo de apellido De Francesco, quien estuvo de acuerdo en todo, menos en que el hombre hablaba el italiano correctamente. Según De Francesco, el hombre del automóvil tenía un ligero acento extranjero. Los dos testigos fueron enfrentados. Piccini se mantuvo firme y en un reconocimiento formal identificó a Piero Piccioni entre otros tres sujetos con iguales características físicas. Sin embargo, no podía descartarse el hecho de que, para ese tiempo, la fotografía de Piero Piccioni había aparecido en innumerables ocasiones en todos los periódicos.

El hombre que habló por teléfono

Entre las cosas que Piccini dijo en su declaración, recordó que el hombre del automóvil había manifestado una prisa sospechosa por hacer una llamada telefónica. A esa hora no es frecuente que alguien hable por teléfono. El investigador llamó al administrador de la tabaquería de la estación de Ostia, Remo Bigliozzi, para que describiera al hombre que habló por teléfono. Hasta donde pudo acordarse, Bigliozzi lo describió como un hombre moreno, de rostro ovalado, de cabello oscuro, semicalvo y con una increíble prisa por hacer la llamada. Este testigo dijo que, tan pronto como vio las fotografías de Piero Piccioni, lo había identificado como el hombre que llamó por teléfono desde su tabaquería, en la primera década de marzo.

De aceptar que Wilma Montesi era la muchacha del automóvil –y los testigos coincidían en la descripción– había que poner en duda la afirmación de la familia Montesi, según la cual Wilma no estuvo nunca hasta muy tarde fuera de casa. Pero la conducta verdadera de esa familia, perfectamente comprobada por el investigador, y la no olvidada circunstancia de que la madre Montesi trató de instigar a la portera a modificar su declaración, permiten pensar que estaba enterada de algo, un vínculo secreto de su hija que quería mantener oculto a toda costa. Por eso no se tuvieron en cuenta sus afirmaciones, para descartar la posibilidad de que la muchacha del automóvil fuera Wilma Montesi.

¿No había curiosos?

Por otra parte, el investigador resolvió llamar a declarar a algunas personas que no fueron tenidas en cuenta antes de las dos archivaciones, y que seguramente tenían algo que decir: los curiosos que fueron a la playa de Torvajanica a ver el cadáver. Nadie se había acordado de ellos, y concretamente de Anna Salvi y Jale Balleli. Llamadas a declarar, coincidieron en haber reconocido en el cadáver de Wilma Montesi a una muchacha que a las 5.30 del 10 de abril de 1953 había pasado frente a sus casas, en el sector de Torvajanica, a bordo de un autómovil oscuro y en compañía de un hombre. Coincidieron también en la descripción del hombre. Y manifestaron que habían estado en la playa viendo el cadáver, pero que después supieron por la prensa que la muchacha había muerto desde el 9, ahogada en las playas de Ostia, y no volvieron a interesarse en el caso.

Cabos sueltos

Aún había una confusa cantidad de cabos sueltos. Había la dudosa declaración de otro hombre que estuvo viendo el cadáver en la playa. La tarde anterior, ese hombre había pasado con su mujer junto a un autómovil negro, cerca de la Capacotta, y se había quedado mirando a la muchacha que iba a bordo del automóvil. Su esposa le dijo: «Sinvergüenza, vas mirando a la muchacha». Al día siguiente, después de haber estado en la playa viendo el cadáver, el hombre dice que fue donde su esposa y le dijo: «¿Sabes una cosa? La muchacha que vimos ayer tarde amaneció muerta en la playa». Pero su esposa no quiso confirmar sus declaraciones ante el investigador. Sin embargo, el presidente Sepe no se desmoralizó un solo momento. Dispuesto a sacar adelante su trabajo, se dispuso a dar el siguiente paso. Un paso decisivo: un careo entre Ana María Caglio y Ugo Montagna.

LA POLICíA DESTRUYÓ LAS ROPAS DE WILMA

Ana María Caglio se presentó con un gran dominio de sí misma al careo. Confirmó todos los cargos formulados en su testamento. Y agregó algunos datos nuevos, para ampliarlos. Dijo que a raíz de algunas publicaciones que hizo la prensa sobre el automóvil negro atascado en la arena en la primera década de marzo (testimonio de Piccini), ella había visto un Alfa 1900 en la puerta de la habitación de Piero Piccioni. Dijo que al ver aquel automóvil se había acordado de las publicaciones hechas en la prensa y había tratado de ver el número de la placa, pero que Montagna había descubierto su propósito y se lo había impedido con mucha habilidad. Se mantuvo firme en su cargo de que Piccioni y Montagna habían visitado al jefe de la policía mientras ella esperaba en el automóvil. El cargo fue negado por Piccioni. Pero posteriormente se comprobó que, en efecto, aquella visita se había realizado.

A pesar del rencor

Después de examinados todos los cargos de Ana María Caglio y comprobadas muchas de sus afirmaciones, el instructor del sumario llegó a la siguiente conclusión: «Es preciso considerar atendibles las diferentes declaraciones de Ana María Caglio en el curso de la instrucción formal, así como las anteriores a la segunda archivación y las del proceso Muto, en virtud de la substancial uniformidad de sus afirmaciones, mantenidas firmes con extrema vivacidad, reveladora de un radical convencimiento, incluso en los dramáticos careos con Montagna y Piccioni».

«Es verdad que la Caglio –continúa diciendo el instructor– estaba inspirada por sentimientos de rencor contra Montagna, por haber sido abandonada por el mismo después de un no breve período de vida íntima, que había suscitado y radicado en el ánimo de la muchacha un profundo afecto, constantemente manifestado en su correspondencia»; pero concluyó que ese sentimiento podía ser la explicación de su conducta, que no debía considerarse como el infundado fruto de los celos, o como una inconsulta venganza.

Una mala película

Llamada a declarar la actriz Alida Valli sobre su telefonema desde Venecia, negado por ella misma a la prensa, admitió que, en efecto, la llamada se había realizado, pero que había sido completamente distinta de como la habían descrito los testigos. Dijo que esa conversación, por parte de ella, se había leído en unos recortes de periódicos y en la cual se hablaba de Piccioni. Esos recortes –dijo la actriz– habían sido enviados a su domicilio por la agencia L’Eco della Stampa, de Milán. Para demostrarlo, mostró los recortes: uno de La Notte, del 6 de mayo; otro de Milano Sera, del mismo día; otro de Il Momento Sera, del 5, y otro de L’Unità, de Milán, del mismo día. Sin embargo, Alida Valli había olvidado algo fundamental: su llamada telefónica había sido hecha el 29 de abril. Una semana antes de que aparecieran en la prensa los recortes que presentó como coartada.

«La tonsilitis amalfitana»

Faltaba aún por examinar otra cosa: la «tonsilitis amalfitana» de Piccioni. Como se ha dicho, el joven compositor de música popular aseguró que había estado en Amalfi, con la actriz Alida Valli, y que había regresado a Roma en la tarde del 10 de abril. Esa noche, ambos debían asistir a una reunión. Sin embargo, se averiguó que Piccioni no había asistido. Pero él tenía una explicación: había sido reducido al lecho por una amigdalitis, esa misma tarde, y para demostrarlo presentó la receta del doctor Di Filippo, celosamente guardada durante un año. Y presentó también un certificado de un análisis de la orina.

Había pasado tanto tiempo, que el doctor Di Filippo no recordaba la fecha exacta en que expidió la receta. Pero el investigador hizo un minucioso examen en los libros del facultativo y encontró que la relación de consultas de éste no estaba de acuerdo con la fecha de la receta de Piccioni.

En vista de esta sospechosa diferencia, se sometió la receta presentada por Piccioni a un examen técnico y los peritos grafólogos estuvieron de acuerdo en que la fecha de la receta había sido alterada.

Otra caída

Se procedió entonces a investigar la autenticidad del certificado del análisis de la orina. El profesor Salvattorelli, encargado del instituto bacteriológico que presumiblemente había hecho el análisis, declaró que desconocía la firma del certificado. Además, buscó en su agenda-calendario y comprobó que ni en ella, ni en ninguna de las relaciones de análisis del instituto, figuraba el nombre de Piero Piccioni. Tratando de identificar la firma, los expertos grafólogos la atribuyeron al doctor Carducci, funcionario del mismo instituto. El doctor Carducci, en efecto, reconoció como suya la firma, pero no encontró en sus libros, ni en su memoria, la anotación de un análisis de orina a nombre de Piero Piccioni. Voluntariamente, el mismo doctor Carducci planteó la hipótesis de que el certificado falso había sido escrito sobre su firma, en una hoja en blanco, o después de borrar un certificado auténtico.

«Las fiestas de placer»

Por último, el instructor del sumario hizo una visita a la casa de la Capacotta, donde la Gioben Jo debió perder, según se declaró, los 13 millones de liras. Según numerosos testimonios, en esa casa se organizaban las famosas «fiestas de placer». Es una casa situada a muy poca distancia del lugar donde se encontró el cadáver de la Montesi.

El investigador logró establecer que en esa casa se reunían Montagna y algunos de sus amigos y que ocasionalmente tomaban un baño de mar, completamente desnudos, en la playa vecina. Y estableció, y escribió en el sumario, que en esa casa estuvieron «seguramente, más de una vez, Montagna y Ana María Caglio; una vez al menos, Montagna y la Gioben Jo, y en otra ocasión el mismo Montagna, un amigo suyo y dos muchachas».

Títeres sin cabeza

En la ardua tarea de poner en orden los naipes, el presidente examinó entonces uno de los cargos más graves que se habían hecho en el caso Montesi: la destrucción de la ropa de Wilma por la policía. Cuando se desarrollaba el proceso Muto, se realizó una requisa en la redacción de Actualidad y se encontró una libreta de apuntes del redactor Giuseppe Parlato. En uno de los apuntes decía que en el curso de una conversación con el señor de Duca, éste reveló que un policía le había dicho en mayo de 1953, que el día en que se encontró el cadáver de Wilma Montesi, Piero Piccioni se había presentado adonde el jefe de la policía y le había consignado las ropas que hacían falta en el cadáver. Después de una laboriosa investigación, el instructor logró identificar a «el señor de Duca». Se llamaba exactamente Natal del Duca.

Y Natal del Duca no sólo confirmó lo dicho, sino que agregó algo más: las ropas de Wilma Montesi habían permanecido escondidas durante un tiempo, pero luego fueron destruidas con el consentimiento de la familia Montesi. Del Duca reveló entonces el nombre del agente de la policía que le había hecho la revelación. El agente fue llamado a declarar. Y al fin de cuentas, en virtud de nuevos testimonios, otro cargo quedó flotando en el ambiente: no sólo habían sido destruidas las ropas, sino que también las prendas que fueron encontradas en el cadáver fueron sustituidas posteriormente, con el consentimiento de la familia, para dar a entender que Wilma no había salido arreglada como para una cita.

«¿También tú?»

Ante ese tremendo cargo, el instructor ordenó un análisis de la ropa que se conservaba con la certidumbre de que era ésa la ropa encontrada en el cadáver. El análisis demostró que el contenido de cloruro de sodio encontrado en el saco era considerablemente superior al encontrado en las otras prendas. Y se concluyó: a excepción del saco, ninguna de las otras prendas había sufrido un proceso de empapamiento en agua marina, a menos que hubieran sido lavados o sometidos a cualquier otro proceso que hubiera eliminado el cloruro de sodio. Por otra parte, se demostró que eran prendas gastadas por el uso, visiblemente deterioradas y manchadas en parte. Al instructor se le hizo raro que Wilma Montesi se hubiera cambiado antes de salir de su casa, para ponerse una ropa interior deteriorada. Por eso llamó de nuevo a las personas que vieron el cadáver en la playa y les preguntó: «¿Cómo era la ropa que tenía el cadáver de Wilma Montesi?». Y todos respondieron lo mismo. Las descripciones de la ropa vista en el cadáver no coincidieron con las características de la ropa a la sazón en poder del instructor y analizada por los peritos.

El instructor Sepe avanza la hipótesis de que realmente el cadáver fue desvestido y sustituidas las ropas, de acuerdo con algunos miembros de la familia Montesi. El cuestor de Roma, Severo Polito, fue llamado a responder por ese cargo. Y posteriormente por otros.

¡32 LLAMADOS A JUICIO!

El ex cuestor de Roma, Severo Polito, comenzó su defensa diciendo que, en realidad, nunca le había prestado mayor interés al caso Montesi. El instructor del sumario hizo una revisión de los archivos de la cuestura y encontró algunas cosas que desmentían esta afirmación: entre ellas, una copia del boletín de prensa firmado por Severo Polito, con fecha de 5 de mayo de 1953. En ese boletín, nunca publicado por los periódicos, el cuestor decía: «La noticia sobre el hijo de una alta personalidad política innominada pero claramente insinuada está desprovista de fundamento».

El mismo 5 de mayo se había entregado otro comunicado a la prensa, en el cual se afirmaba: «Ninguna investigación realizada después del hallazgo del cadáver tiene suficiente validez como para modificar el resultado de las primeras investigaciones y constataciones hechas por la justicia». Fue la época en que surgió y se defendió a brazo partido la hipótesis de que Wilma Montesi había muerto accidentalmente, cuando tomaba un baño de pies.

Más pruebas

Además, había otra prueba de que Severo Polito sí se había interesado en el caso personalmente. Se demostró que el 15 de abril dirigió al jefe de la policía un memorial en el que confirmaba una vez más la hipótesis del baño de pies. En este memorial se daba por sentado que la muchacha había salido de su casa a las cinco en punto y que había sido vista en el tren, donde «se comportó como una persona tranquila y perfectamente normal». Allí mismo se explicaba la desaparición de algunas prendas de vestir: «La muchacha debió haberse desvestido para dar algunos pasos dentro del agua hasta cuando ésta le llegara a la altura de la rodilla, como acostumbraba hacerlo en el pasado». El instructor demostró que ese memorial tenía tres afirmaciones falsas: «en el pasado» Wilma no se quitaba prendas íntimas para lavarse los pies: lo hacía en vestido de baño. No penetraba en el mar hasta cuando el agua le daba a las rodillas: se limitaba a lavarse las piernas en la playa. Y por último: no salió de su casa a las cinco en punto.

¿En Milán?

En esta etapa de la instrucción, fue llamado el periodista Valerio Valeriani, de Il Giornale d’Italia, para que demostrara la autenticidad de una entrevista a Severo Polito, que fue publicada en el mencionado periódico. En esa entrevista, el ex cuestor afirmaba:

a) Después del hallazgo del cadáver él había asumido personalmente la dirección de la investigación.

b) El resultado de esa investigación había confirmado la hipótesis de la desgracia, basada sobre elementos sólidos.

c) La Montesi sufría de eczema en los talones, por lo cual había decidido sumergir los pies en agua marina.

d) En cuanto a los cargos contra Piero Piccioni eran inaceptables, pues éste había demostrado que el día en que ocurrieron los hechos se encontraba en Milán.

«No conozco a ese hombre»

Interrogado sobre sus relaciones con Ugo Montagna, el ex cuestor Polito declaró que había conocido a ese señor después de la muerte de Wilma Montesi. Sin embargo, diversos testimonios demostraron que aquélla era una amistad antigua. Además, el ex cuestor no sabía una cosa: en cierta época en que estuvieron controladas las llamadas telefónicas de Montagna, éste sostuvo con el entonces cuestor una conversación que no era por cierto el indicio de una amistad reciente. Esa llamada fue hecha el 3 de julio de 1953, exactamente después de que Montagna fue llamado por la primera vez a declarar. En el curso de la conversación, Severo Polito le dijo a Montagna, según dice textualmente el sumario:

–Tú eres un ciudadano libre y puedes hacer lo que quieras. Ya viste que el mismo Pompei excluyó dos cosas: la cuestión de los estupefacientes y lo del apartamento. Ya verás que…

Y entonces Montagna, tal vez más astuto que el cuestor, le dijo:

–Está bien, está bien. ¿Podemos encontrarnos esta noche a las veintitrés? O no, hagamos mejor así: nos encontramos a las veintiuna y cenamos juntos.

Y Severo Polito respondió:

–Magnífico.

El acabóse

Por otra parte, el instructor demostró que en el cuaderno secuestrado por la policía y en el que Wilma Montesi transcribió la carta que envió a su novio el 8 de abril, faltaban algunas hojas, evidentemente arrancadas después del secuestro del cuaderno. No fue posible establecer, sin embargo, quién arrancó aquellas hojas, ni cuándo ni con qué objeto.

Severo Polito no pudo dar ninguna explicación a sus declaraciones, relacionadas con la permanencia de Piccioni en Milán. Piccioni no había estado en Milán y lo que es peor: no había tratado de descargarse nunca diciendo que se encontraba en esa ciudad.

«A tales actos originales –dice el sumario– siguieron muchos otros: omisiones graves, falsas demostraciones de circunstancias inexistentes, tergiversación de circunstancias inexistentes, tergiversación de circunstancias graves, equívocos voluntariamente creados, todos ellos dirigidos a frustrar la comprobación de la causa y la verdadera modalidad de la muerte de la Montesi y de alejar cualquier sospecha y evitar cualquier investigación en relación con la persona que desde el primer momento fue indicada como el autor principal del hecho delictuoso…».

Éste no es el fin

El 11 de junio de 1955, dos años después de que Wilma Montesi salió de su casa para no volver más, Piero Piccioni y Ugo Montagna han sido llamados a juicio. El primero debe responder por homicidio culposo. El segundo, por favorecimiento. El cuestor, Severo Polito, debe responder por los cargos antes transcurridos textualmente.

Pero a lo largo de dos años de investigaciones, de obstáculos, de archivaciones y desarchivaciones, nuevos hombres se sumaron a la lista: otras veinte personas han sido llamadas a juicio, especialmente por falso testimonio.

La ardua tarea de averiguaciones del presidente Sepe estableció claramente que Wilma Montesi estuvo veinticuatro horas fuera de su casa. ¿Qué hizo durante esas veinticuatro horas? Ésa es la gran laguna del sumario. A pesar de que veinte personas serán juzgadas por falso testimonio, ninguna de ellas pretendió poner en claro ese misterio; nadie habló de haber estado o de haber sabido que alguien hubiera estado con Wilma Montesi durante la noche del 9 de abril, mientras su padre la buscaba desesperadamente en el Lungotevere. Al día siguiente, cuando Angelo Giuliani recibió el telegrama en el que se le decía que su novia se había suicidado, Wilma Montesi estaba viva. Debió comer por lo menos dos veces antes de morir. Pero nadie ha sabido decir dónde tomó esas comidas. Ni siquiera ha habido nadie que se haya atrevido a insinuar que la vio al atardecer del 10 de abril, comiéndose un helado. Es posible que el mes entrante, durante las audiencias, se conozca el revés de ese misterio. Pero también es muy posible que no se conozca jamás.

Serie de crónicas desde Roma publicadas los días 17, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29 y 30 de septiembre de 1955, El Espectador, Bogotá