La noche anterior a la presentación de mi trabajo de ciencias, no era capaz de apartarlas de mi mente.
Veía medusas al cerrar los ojos.
Más medusas al abrirlos de nuevo y mantenerlos fijos en la oscuridad.
Me levanté de la cama, encendí la luz y me puse a dar paseos por la habitación, ensayando lo que iba a decir.
Estaba recitando entre dientes cuando la puerta se abrió.
–¿Zu? –dijo mi madre. Se había puesto la bata y estaba frotándose los ojos–. ¿Qué estás haciendo?
Me encogí de hombros.
–Es la una y media de la madrugada, Zu. Venga, a dormir.
Pero incluso tumbada en la cama, fluctuaba entre el sueño y la vigilia.
Por la mañana iba a tener que hablar.
Por la mañana iba a tener que contar a todo el mundo lo que había aprendido.
Y al terminar, si todo salía como esperaba, ya no sería la única en entender lo que había pasado.
Y si no salía como yo esperaba..., bueno, entonces solo me quedaría Jamie.