7. Auschwitz136

Y por esta razón comenzará la lucha contra la amenaza mundial judía.

Y una vez más el movimiento nacionalsocialista tiene que realizar la tarea más importante.

Tiene que abrir los ojos de la gente ante la cuestión de las naciones extranjeras y debe recordarles una y otra vez cuál es el enemigo verdadero del mundo actual [...] debe proclamar la ira eterna sobre la cabeza del enemigo de la Humanidad como el originador verdadero de nuestros sufrimientos.

Debe asegurarse de que en nuestro país al menos el enemigo mortal sea reconocido y de que la lucha contra él se convierta en un brillante símbolo de los días más radiantes, de mostrar a las otras naciones el camino hacia la salvación de una humanidad aria en combate.

En cuanto a lo demás, que la razón nos guíe, que nuestra voluntad sea nuestra fuerza. Que el sagrado deber para actuar de esta manera nos proporcione determinación, y sobre todo que nuestra fe nos proteja.

(ADOLF HITLER, Mein Kampf, p. 640.)

La puesta en marcha de la «Operación Reinhard» transcurrió en paralelo a la reestructuración de un campo, el de Auschwitz, que se convertiría en paradigma de la «Solución final». De hecho, Auschwitz trascendería de la clasificación como campo de exterminio, para convertirse en una combinación de los peores aspectos del nacional-socialismo: el exterminio masivo e industrializado y la explotación del trabajo esclavo con la complacencia de la gran industria alemana. Originalmente, el campo había sido concebido como un centro de cuarentena137, pero tal cometido experimentaría una decisiva variación. En el verano de 1941 su comandante, Rudolf Höss, fue convocado por Himmler para mantener una entrevista en la que recibiría órdenes personales. En el curso del encuentro el Reichsführer de las SS manifestó a Höss que Hitler le había encomendado llevar a cabo la «Solución final» de la cuestión judía y que, dentro de ese plan, Auschwitz iba a desempeñar un papel de primer orden. La elección de este enclave concreto por parte de Himmler arrancaba de circustancias como el fácil acceso por ferrocarril o la posibilidad de ocultar el lugar de cualquier indiscreción. El Reichsführer no entró en los pormenores concretos sobre el desarrollo de la nueva misión de Höss pero sí le comunicó que Eichmann lo haría. Así fue efectivamente. Al cabo de unas semanas, Eichmann visitó el campo y discutió con Höss los detalles. Con todo, el comandante del campo iba a demostrar una cierta capacidad para introducir mejoras en las técnicas de asesinato en masa. Una de las mismas fue la de utilizar un gas letal distinto del usado hasta entonces. Tras visitar Treblinka llegó a la conclusión de que el monóxido de carbono no era lo suficientemente apropiado y lo sustituyó por el ácido prúsico o Zyklon, de la variedad B. A finales de 1941, se iniciaron las obras para levantar otro campo en Brzezinka (Birkenau).

Al igual que en los otros campos de exterminio, las instalaciones para ocasionar las muertes por gas fueron ampliándose y disponiendo de una estructura más sólida con el paso del tiempo. El primer gaseamiento de reclusos realizado en Auschwitz tuvo lugar138 en el bloque 11. Se eligió como víctimas a 250 enfermos considerados incurables y a 600 prisioneros soviéticos. La duración del gaseamiento fue más prolongada de lo esperado (el ácido cianídrico sólo se evapora a partir de los 27°). Después se procedió a incinerar los cadáveres en dos hornos tal y como sabemos por un documento procedente de un miembro de las SS139. Al parecer, la experiencia sólo resultó en parte satisfactoria para Höss y por ello se tomó la decisión de cambiar el lugar de ejecución, situado en el subterráneo del bloque 11, al depósito del crematorio. El enclave constituiría la primera cámara de gas «oficial» del campo. Con finalidad similar, ya en 1942, en Birkenau, se procedió a la reforma de dos antiguas casas de campo cuyas ventanas fueron condenadas.

En 1942, la denominada «selección» –en realidad, su mero señalamiento y envío a las cámaras de gas– de los judíos se había convertido en una práctica habitual en Auschwitz. En el momento de la llegada de los transportes a la estación de tren del campo de exterminio, se realizaba la separación de los considerados aptos para el trabajo (hombres y mujeres jóvenes y sin hijos) de aquellos destinados al exterminio (niños, buen número de mujeres, ancianos y enfermos). Estos últimos eran despojados de todo y, a continuación, se les decía que iban a recibir una ducha y a ser desinfectados. En realidad, se les conducía directamente a las cámaras de gas, camufladas como duchas, para proceder a su asesinato en masa140.

El 4 de julio, se produjo una primera «selección» en un transporte de judíos eslovacos. La operación fue un éxito de acuerdo con los objetivos nazis y el 17 y el 18 del mismo mes, Himmler en persona visitó Auschwitz con dos objetivos bien establecidos: el de comprobar el funcionamiento del complejo industrial de la IG Farben relacionado con el campo y la manera en que discurría la labor de exterminio de los judíos. Durante el primer día, Himmler examinó los proyectos y las realizaciones partiendo de los planos y las maquetas, visitando a continuación Auschwitz y Birkenau. Después estuvo presente en las tareas de «selección» de un transporte de judíos holandeses y en el gaseamiento de los considerados incapaces para el trabajo, que tuvo lugar en el Bunker 2. La jornada concluyó con una visita a Auschwitz III (Monowitz)141 y una recepción especial. Al día siguiente Himmler visitó los talleres de la DAW142 y el campo de las mujeres, donde estuvo presente en la flagelación de algunas reclusas. La misma debió resultarle especialmente desagradable, porque permitió que se dispensara de ese trato a una alemana. Satisfecho de la labor realizada por sus hombres, Himmler nombró a Höss teniente coronel de las SS e insistió en la necesidad de acelerar aún más los proyectos de trabajo.

Tal capacidad de eliminación de vidas humanas planteó, lógicamente, el problema de disponer de los cadáveres. Inicialmente los mismos eran sepultados en fosas comunes pero pronto quedó de manifiesto que el sistema resultaba lento e insuficiente. En el verano de 1942, los cuerpos, hinchados en su putrefacción, estaban empezando a remover la tierra y además contaminaban el agua de las cercanías. En octubre hubo que desenterrarlos para proceder a su incineración en fosas. Al final, la instalación de un número progresivo de hornos crematorios acabaría resolviendo en buena medida esta cuestión.

Las cámaras de gas irían recibiendo una serie de mejoras técnicas que garantizarían su más rápido y mejor funcionamiento. Un documento datado en Erfurt el 2 de marzo de 1943, procedente de la compañía J. A. Topf y Söhne, señala, por ejemplo, el envío inmediato de diez detectores de gas al crematorio II, para que «indiquen los restos de ácido cianídrico». El día 10 de ese mismo mes, el sistema de aireación y desaireación de la cámara de gas del crematorio I de Auschwitz fue comprobado con resultados satisfactorios. La tarde del 13 de marzo volvió a efectuarse otra prueba y en la noche del 13 al 14, 1.492 personas, a las que se había declarado incapaces y que procedían de un transporte de 2.000 judíos, fueron asesinadas143. En los próximos meses, la industria del genocidio seguiría funcionando con su letal eficacia. Una vez más son las propias fuentes nazis las que nos proporcionan datos al respecto de una claridad extraordinaria. En un informe de junio de 1943, el comandante de construcción de las SS en Auschwitz podía señalar, por ejemplo, cómo ya en esa fecha los cinco crematorios tenían una capacidad de incineración de 4.756 cadáveres diarios.

Las condiciones de vida

Sin embargo, las cámaras de gas no eran el único aspecto horrible de la existencia en Auschwitz. La simple estancia en el campo constituía de por sí un cúmulo de padecimientos indecibles. Para empezar, estaban las condiciones comunes a todos los campos de concentración nacionalsocialistas. Primero, la desnudez. Los reclusos judíos que habían tenido la fortuna de superar la «selección» eran privados de todas sus pertenencias y recibían sólo unos harapos miserables para cubrirse. De hecho, en 1944 la visión de reclusos sin ningún género de ropa se convirtió en habitual. Por supuesto, no se recibían artículos de limpieza, incluido el papel higiénico.

Concluido el trabajo inhumano, el recluso no contaba siquiera con la posibilidad de un descanso mínimo. De hecho, el alojamiento era indigno incluso para albergar animales. No existía ningún tipo de ropa de cama y los internos se veían apiñados en planchas de madera a las que se llamaba Pritschen. Originalmente concebidas para sostener a cinco reclusos, era habitual que soportaran a quince y el hecho de que cedieran por efecto del peso de los mismos no resultó extraño a lo largo de la historia del campo. A todo esto había que unir la circunstancia de que no existían instalaciones sanitarias que ni remotamente pudieran merecer ese nombre. A inicios del verano de 1944, en Auschwitz II 32.000 mujeres se veían obligadas a utilizar una sola letrina144.

La alimentación estaba a la altura de la higiene y el alojamiento del campo. La dieta básica del recluso judío era, al mediodía, un tazón de sopa en el que flotaban trozos de madera o mondaduras de patata y, por la tarde una rebanada de pan de serrín al que se añadía algo de margarina, mermelada o una salchicha. Entre ambas comidas, los reclusos tenían la posibilidad de tomar unos sorbos de agua sucia de uno de los barracones.

Como es de suponer, tales condiciones resultaban especialmente proclives a convertirse en caldo de cultivo de las enfermedades. La disentería, el tifus y un buen número de dolencias dermatológicas eran extremadamente comunes. Tal circunstancia, ya de por sí muy penosa, se veía empeorada por el hecho de que podía acarrear una orden de los médicos de las SS para que el enfermo fuera enviado a las cámaras de gas. Pese a todo, en muchos casos, los presos terminaban por perder el interés por la vida, abandonaban cualquier forma de fingimiento y caían en un estado de abatimiento que preludiaba su próximo final. En medio de semejantes condiciones, los reclusos médicos, que ciertamente parecen haberse esforzado de manera extraordinaria por ayudar a sus compañeros de infortunio, se veían enfrentados con una tarea titánica. De hecho, la ausencia de medios mantuvo la tasa de fallecimientos en un nivel extraordinariamente elevado.

Al hambre, el frío, el trabajo agotador, el hacinamiento, la suciedad extrema, la carencia de higiene y las enfermedades se unía el sadismo emanado de los miembros de las SS y de sus subalternos. En el caso de los primeros, a la ideología nazi se unía la circunstancia de constituir un residuo especialmente inmundo de las SS, ya que sus mejores hombres se hallaban combatiendo en el frente. En el de los segundos, se trataba de reclusos que, por regla general, se esmeraban en su dureza ansiosos de no perder un puesto privilegiado en el campo de la muerte. De esta manera, el recluso podía ser utilizado como un conejillo de Indias en experimentos médicos, ser objeto de castigos corporales como la flagelación, resultar asesinado sin motivo145 o verse sometido a excesos de tipo sexual. Es conocido al respecto el caso de Irma Grese, una guardia de Auschwitz, que solía buscar mujeres judías de buena figura con la intención de destrozarles los pechos a latigazos. Con posterioridad, las víctimas eran llevadas a una reclusa doctora para ser objeto de una dolorosa operación, episodio que era contemplado por Irma Grese considerablemente excitada. Pese a la crueldad de los hechos, la administración de Auschwitz jamás interfirió en las actividades de Grese146 y tal fue, en general, la actitud de las SS ante acciones similares. Sólo de manera muy excepcional se produjo el traslado de algunos guardianes, pero aún entonces primaron no criterios de humanidad sino de utilitarismo económico.

En teoría, la corrupción resultaba mucho más preocupante para las SS que los comportamientos teñidos de sadismo. En el primer caso, se trataba de «propiedades» incautadas, en el segundo, tan sólo de seres infrahumanos. Pese a todo, en la práctica, los efectos concretos de esa visión fueron mínimos. Ciertamente, Koch, el comandante de Buchenwald, fue juzgado y ejecutado por esta causa147, pero fracasaron las tareas de investigación que con la misma finalidad se realizaron en Lublin (donde no se dudó en asesinar a los reclusos judíos que hubieran podido testificar148), aconteciendo lo mismo en Sachsenhausen. En cuanto a Auschwitz, las investigaciones se estrellaron contra la resistencia del propio Höss. Hasta el final de la guerra, la corrupción seguiría siendo habitual.

La explotación del recluso

Inmerso en un cuadro como el descrito de forma somera en las páginas anteriores, el recluso sólo contaba con una esperanza temporal de sobrevivir. La misma descansaba sobre el hecho de que las SS quedaran convencidas de que su existencia momentánea era más interesante que su eliminación inmediata. Las mismas «selecciones» no eran sino un primer paso en ese proceso que decidía quién moriría nada más llegar al campo y quién, por el contrario, contaría con un cierto lapso de vida. Convertido en una auténtica «res», el recluso era una minúscula ruedecilla dentro del engranaje de producción alemán. Buena parte de éste se hallaba encaminado, lógicamente, al esfuerzo de guerra, pero no es menos cierto que también se dirigía al enriquecimiento de compañías privadas, como la IG Farben, y de las propias SS. En un estudio específico sobre el tema, Speer ha señalado cómo Himmler consiguió crear un Estado de las SS dentro del Estado nazi y cómo él mismo entorpeció, por mero afán de lucro, las tareas de producción bélica de Alemania en un período de la guerra especialmente crítico149. No faltan tampoco las referencias en la correspondencia interna de las compañías al entendimiento provechoso entre las mismas y las SS150. Ambas obtenían cuantiosos beneficios del trabajo esclavo y, desde luego, tal circunstancia no les provocaba ningún escrúpulo de conciencia.

En ocasiones, sin embargo, el recluso que sobrevivía a la «selección» no contaba siquiera con el pobre aliciente de ser sometido al trabajo esclavo, sino que se le destinaba a ser objeto de experimentos médicos151, práctica, por otro lado, no limitada a Auschwitz. Sin duda, es éste uno de los capítulos más repulsivos de la terrible historia de los campos y más cuando se recuerda que la propaganda nacionalsocialista se manifestó en repetidas ocasiones ufana por haberse opuesto a la vivisección de animales. Nuevamente puede verse en este tipo de acciones la concreción de una ideología que consideraba infrahumanos a determinados hombres y mujeres sólo en razón de su pertenencia racial.

Vergonzosamente, la oposición a esta clase de vejaciones por parte de los médicos fue en realidad mínima. El 24 de octubre de 1942, en una orden cursada por Himmler a Rascher152, el primero podía afirmar de manera rotunda que aquellos que se opusieran al uso de seres humanos para la práctica de experimentos serían considerados por él como traidores (Hoch und Landesverräter). Apenas unas semanas más tarde, Himmler insistía en que ni siquiera los «cristianos» iban a disuadirle de continuar tan interesantes investigaciones153.

El Reichsführer manifestó desde el primer momento un especial interés en este tipo de prácticas. Así, por ejemplo, en 1943, cursó órdenes para que se le mantuviera directamente informado de los experimentos médicos realizados con reclusos, indicando que los mismos sólo debían iniciarse tras recibir su expresa aprobación154. En la autorización155, señalaba como cobayas a los «habituales criminales judíos contaminadores de la raza» (rassenschänderische Berufsverbrecher-Juden).

Los experimentos a que se vieron sometidos los reclusos en la mayoría de los casos ni siquiera contaban con una aplicación práctica de tipo bélico156, algo que no hubiera justificado su realización pero que, al menos, quizá la habría convertido en explicable desde una óptica militar. En algunas ocasiones, surgieron de una curiosidad médica por cuestiones absurdas, ahora satisfecha en la persona de indefensos inocentes. Ejemplo de esto fueron los delirantes experimentos con gemelos realizados por Mengele o el hecho de que se obligara a reclusos a la ingestión de agua de mar para comprobar el tiempo que podían resistir vivos consumiendo sólo la misma157. En otros casos, se pretendía examinar la posibilidad de esterilizar o castrar en masa a los judíos158. Por último, buen número derivó del deseo de demostrar la veracidad de las teorías raciales nacionalsocialistas159. Ejemplo de este último grupo fueron los experimentos con cráneos de judíos realizados por Hirt. Los mismos exigían el previo asesinato de los reclusos y la separación de la cabeza del cuerpo160. La prueba final debería realizarse con 150 judíos procedentes de Auschwitz161, aunque al final se llevó a cabo con 115 personas de las que 109 eran judíos (79 hombres y 30 mujeres), dos polacos y cuatro originarios de Asia central. Tras gasearlos en Natzweiler162, los cadáveres de los infelices fueron trasladados a Estrasburgo y conservados allí para el estudio racial163. En conjunto, los experimentos ocasionaron la muerte de centenares de víctimas, pero no obtuvieron resultado práctico alguno. En tareas inútiles –e incluso absurdas– se habían desperdiciado unos medios, un tiempo (no menos de tres años) y, especialmente, unas vidas (las de las víctimas) valiosísimas.

Ni siquiera la muerte, de una u otra manera, siempre injusta y despiadada, conseguía, finalmente, extraer al recluso de la rueda de aprovechamiento a que lo había uncido el nacionalsocialismo. De hecho, el poder de éste sobre los internados se extendía incluso más allá del momento en que los mismos hubieran exhalado el último aliento. De acuerdo a órdenes específicas recibidas por las SS, los despojos humanos (pelo, dentaduras de oro, etc.) de los fallecidos también eran procesados y utilizados en bien de la causa hitleriana164.

Auschwitz es conocido en Occidente

Poca discusión puede haber en torno a la circunstancia de que Auschwitz fue, por todos los conceptos, el peor de los campos creados por los nacionalsocialistas165. Desgraciadamente, las noticias sobre el mismo llegaron con enorme dificultad a los países no sometidos al dominio de Alemania y sus aliados. A mediados de 1942, nombres como Chelmno, Treblinka, Belzec o Sobibor eran ya conocidos, pero no sucedía lo mismo con el campo regentado por Höss. Los datos acerca del mismo no faltaron empero. Primero fue el informe de 25 de noviembre de 1942 procedente de una mujer de Sosnowiec. En el curso del año siguiente, le seguirían otro dictado en Londres el 18 de abril, dos referencias en el Times (26 de mayo y 1 de junio de 1943), una carta transmitida clandestinamente desde la ciudad polaca de Bedzin el 17 de julio y otro informe más, esta vez procedente de Bratislava, que sería sacado de esta ciudad el 1 de septiembre. El 15 de marzo de 1944 un informe impreso en Estambul por el consulado general polaco seguiría haciendo referencia al campo. Tomadas en conjunto, todas estas noticias proporcionaban una imagen bastante clara de lo que estaba sucediendo en Auschwitz. Sin embargo, tanto británicos como norteamericanos desatendieron las peticiones para bombardear el campo y con ello detener su actividad genocida. Tal actitud –que podía explicarse por razones militares en 1942 e incluso en 1943– no tenía ya ninguna justificación en 1944. De hecho, las excusas para la misma retrospectivamente se nos antojan incluso pueriles166, y aunque en el caso de Churchill parece haber existido una voluntad decidida de acabar con el centro de exterminio, lo cierto es que, como en otros asuntos de la guerra, su voz no pudo al final imponerse. Finalmente, lo que el primer ministro británico denominó como «el mayor y más horrible crimen jamás cometido en toda la historia de la Humanidad»167 seguiría en funcionamiento hasta el momento en que, presionado por el avance de las fuerzas soviéticas, Himmler ordenara la suspensión de su tarea genocida.

136 La bibliografía sobre Auschwitz se encuentra entre las más extensas dentro de la amplia temática del Holocausto. Aparte de las secciones específicas en las obras generales, véase: J. Bezwinska y D. Czech, KL Auschwitz as Seen by the SS, Varsovia, 1978; R. Breitman, The Architect of Genocide, Nueva York, 1991; J. Garlinski, Fighting Auschwitz, Greenwich, 1975; M. Gilbert, Auschwitz and the Allies, Nueva York, 1982; R. Höess, Le commandant d’Auschwitz parle, París, 1959, ídem, Death Dealer, Buffalo, 1992 (la única edición completa de las memorias de Höss), O. Kust, Auschwitz, Nueva York, 1960; P. Levi, Survival in Auschwitz, Nueva York, 1978; F. Müller, Auschwitz Inferno, Londres, 1979, S. Nomberg-Przytyk, Auschwitz, Londres, 1986, L. Poliakov, Auschwitz, Barcelona, 1985; G. L. Posner y J. Ware, Mengele, Dell, 1986; J.-C. Pressac, Les crématoires d’Auschwitz, París, 1993; C. Vidal, La revisión del Holocausto, Madrid, 1994, R. Vrba y A. Bestic, Escape from Auschwitz, Grove, 1986.

137 Glücks a Himmler, copias para Pohl y Heydrich, 21 de febrero de 1940, NO-34.

138 Declaración de Kazimierz Smolen, el 15 de diciembre de 1947 en Cracovia, NO-5849. Se suele insistir en fechar este suceso del 3 al 5 de septiembre del mismo año, de acuerdo con el testimonio de Höss y de algunos otros testigos oculares. Pressac, op. cit., p. 114, prefiere datarlo entre el 5 de diciembre y el final del mismo mes.

139 Carta del SS Grabner de 31 de enero de 1942, ACM 502-1-312.

140 El 24 de junio de 1943 se hizo entrega en Auschwitz del denominado crematorio III. En los documentos de recogida del envío se indica expresamente que su depósito de cadáveres incluía una puerta estanca para evitar que escapara el gas y catorce duchas falsas, adminículos estos especialmente destinados a engañar a los reclusos que iban a ser gaseados, ACM, 502-2-54, p. 87.

141 APMO, las treinta fotos de Himmler en Monowitz, neg. 361-390.

142 Deutsche Ausrustungswerke, firma de las SS que se aprovechó del trabajo esclavo en los campos de concentración.

143 Kalendanum, p. 440.

144 Perl, op. cit., pp. 32-33.

145 Se hizo común la expresión Sport machen («hacer deporte») para referirse al hecho de que un SS disparara por diversión a un recluso mientras recogía algún objeto. Aunque este género de acciones no aparecía recogido oficialmente en las directrices de funcionamiento del campo, sin embargo, no se evitaba e incluso se consideraba que podía ser una buena manera de paliar el aburrimiento de los guardias.

146 G. Perl, I Was a Doctor in Auschwitz, Nueva York, 1948, pp. 61-62.

147 Declaración de Paulmann de 11 de julio de 1946, SS-64.

148 Declaración de Paulmann de 11 de julio de 1946, SS-64.

149 A. Speer, Der Sklavenstaat, 1981, esp. c. 20.

150 Ver texto 20 en apéndice documental.

151 Sobre el tema, véase de manera especial: P. Aziz, La gran estafa de la medicina nazi, Madrid, 1976, L. Matalon Lagnado y S. Cohn Dekel, Children of the Flames: Dr. Joseph Mengele and the Untold Story of the Twins of Auschwitz, Nueva York, 1991; A. Levy, The Wiesenthal File, Grand Rapids, 1993, pp. 197-260; C. Vidal, La revisión del Holocausto, Madrid, 1994, pp. 38 ss.

152 PS-1609.

153 Himmler a Milch, 13 de noviembre de 1942, PS-1617.

154 Pohl a Ostubaf. Brandt, 16 de agosto de 1943, NO-1610.

155 En un sentido similar la autorización concedida expresamente para los experimentos de Dohmen en su carta a Grawitz, con copia a Pohl, del 16 de junio de 1943, NO-11.

156 Un caso de esa aplicación sería el de las pruebas hechas con prisioneros para comprobar las posibilidades de reanimación de los pilotos semicongelados a los que se hubiera derribado en la batalla del Atlántico, Hippke a Wolff, 6 de marzo de 1943, NO-262.

157 La decisión acerca de las víctimas más adecuadas para este experimento resultó relativamente controvertida. Glücks proponía el uso de judíos y Nebe el de gitanos. Para Grawitz, esta última posibilidad no era aceptable al considerar que los gitanos, por razones raciales, no eran adecuados para este género de pruebas (Grawitz a Himmler, 28 de junio de 1944, NO-179).

158 Véanse textos 18 y 37 en apéndice documental.

159 Brandt a Grawitz, 9 de junio de 1942, NO-410. Véase también Grawitz a Himmler, 20 de julio de 1942, NO-411.

160 Sievers a Brandt, 9 de febrero de 1942, incluyendo informe de Hirt, NO-85. Sobre la respuesta positiva de Himmler, véase Brandt a Sievers, 27 de febrero de 1942, NO-90.

161 Sievers a Brandt, 2 de noviembre de 1942, NO-86.

162 Brandt a Eichmann, 6 de noviembre de 1942, NO-116; Sievers a Eichmann, copias a Beger, Hirt, y Brandt, 21 de junio de 1943, NO-87. Pueden también consultarse las declaraciones del Dr. Leon Felix Boutbien de 30 de octubre de 1946 (NO-532) y la de Ferdinand Holl de 3 de noviembre de 1946 (NO-590), ambos ex reclusos de Natzweiler.

163 Sievers a Brandt, 5 de septiembre de 1944, NO-88.

164 Ver texto 31 en apéndice documental.

165 Se ha discutido mucho sobre el número total de personas que encontraron la muerte en Auschwitz. Su comandante afirmó que en el mismo se había asesinado a dos millones y medio de personas, pero tal cifra constituye una exageración. Asimismo se inflaron las cifras (y se omitió la referencia a los judíos) en alguna obra del período estalinista. Hoy en día se tiende a situar el número de víctimas entre un mínimo de 800.000 (Pressac) y el 1.500.000 pasando por estimaciones intermedias (Hilberg) de 1.000.000. La estimación de Pressac contiene, a nuestro juicio, algunas inexactitudes, no siendo la menor el calcular muy a la baja el número de judíos polacos asesinados. Desde nuestro punto de vista, lo más seguro es que la cifra de muertos en este campo de exterminio se encontrara por encima del millón y ligeramente por debajo del millón y medio. En más de un 90 por ciento, las víctimas fueron judíos.

166 Por ejemplo, se alegó que bombardear Auschwitz implicaba arriesgar vidas «valiosas». Sin embargo, en esa misma época se estaban utilizando fuerzas aéreas para lanzar suministros sobre Varsovia siguiendo una ruta que pasaba por Auschwitz.

167 Carta de Churchill a Anthony Eden, julio de 1944.