Capítulo Diez

 

Colt no se quedó. ¿Qué sentido habría tenido? Hizo el equipaje y se marchó mientras los gemelos dormían porque no se creía capaz de salir por la puerta con aquellos niños mirándole. Sus hijos.

Aquellas dos palabras le giraban por la cabeza como bolas enloquecidas. No se había molestado en hacerse la prueba de paternidad. No le hacía falta. Supo en cuanto los vio que aquellos bebés eran suyos. Del mismo modo que ahora sabía que debía marcharse.

Lo que no esperaba era que fuera Penny quien le dijera que se fuera. Maldición, siempre era él quien se iba. Ninguna mujer le había pedido nunca antes que lo hiciera. Aunque suponía que Penny tenía sus motivos.

–Lo que pasa es que no lo entiende –murmuró mientras conducía por la autopista de la costa del Pacífico sin fijarse siquiera en el mar que tenía al lado–. ¿Cómo va a entenderlo? Ella no le ha fallado nunca a nadie.

Pero él sí. Su cabeza repasó todos los recuerdos oscuros que había tratado de enterrar.

–No tendría que haber intentado explicárselo –dijo en voz baja apartando a un lado los pensamientos oscuros para centrarse en la carretera y en el ritmo acelerado de su corazón–. Tendría que haberme marchado sin más. De hecho no tendría que haberme quedado tanto tiempo.

¿Pero cómo no iba a hacerlo? Tenía hijos. Dos pequeños seres humanos que estaban vivos debido a él y que se merecían… ¿qué?

–Algo mejor que un padre a tiempo parcial, eso se merecen –murmuró mientras giraba el coche hacia el camino privado que llevaba a su casa del acantilado.

Colt saludó al guardia de seguridad que estaba en la entrada. Pasó por delante a toda prisa y siguió el estrecho camino. Cuando llegó a la puerta de su casa se detuvo, aparcó y apagó el motor a regañadientes.

Lo que quería era seguir conduciendo. Llevar el coche y a sí mismo hasta el límite. Sentir la adrenalina de la velocidad que aparecía cuando se dejaba a un lado la idea de tener cuidado. Cuando se corría solo para…

Detuvo el pensamiento en seco al escuchar la voz de Penny resonando en su cabeza: «persiguiendo la muerte. Olvidando cómo vivir».

Pero estaba equivocada, se dijo. No estaba buscando la muerte, por el amor de dios. Estaba disfrutando al máximo de cada momento de la vida. No quería perder el tiempo. No quería ser un hombre anciano y lamentar no haberse arriesgado. No haber vivido al máximo. Se trataba de eso, de la vida, no de la muerte.

Pero la voz de Penny se negaba a salir de su cabeza. Su mirada acusadora parecía atravesarle el alma. Y la expresión de su rostro cuando le dijo que se marchara de la cabaña permanecería para siempre con él.

Desde el momento en que la conoció, supo que Penny era de esas mujeres inolvidables. Y él no la había olvidado. Ahora los recuerdos eran más ricos y estaban profundamente impregnados en su alma. Se había convertido en parte de él y dejarla fue como arrancarse el corazón con un cuchillo.

Colt apretó el volante con las manos y se quedó sentado en la sombra de la espectacular mansión que no se había convertido en un hogar hasta que llegaron Penny y los gemelos. Alzó la vista hacia la casa y sintió un vacío como nunca antes había experimentado. Ahora no solo le perseguía el pasado, sino también el futuro del que nunca formaría parte.

Ya echaba de menos a Penny. Su olor. El sonido de su risa. Su sabor. Colt nunca había pensado en enamorarse. Nunca lo consideró. Pero ahora se daba cuenta de que cuando la conoció en Las Vegas supo instintivamente que ella sería la única mujer a la que nunca podría olvidar.

Y ahora la situación había empeorado.

Ahora estaban también los gemelos. Colt no quería pensar en todo lo que se iba a perder, pero, ¿cómo evitarlo? Sus primeras palabras. Los primeros pasos. El primer día de colegio. Se lo iba a perder todo.

El corazón le dio un vuelco dentro del pecho, pero ahora no podía echarse atrás. Estaba haciendo lo correcto y así iba a seguir. Aunque sufriera cada día de su vida porque se había alejado de las tres personas más importantes del mundo para él.

Colt agarró la bolsa de viaje, se bajó del coche y entró en su casa. Lo que necesitaba era volver al mundo real. La emoción de encontrar nuevos y mayores retos.

La casa estaba demasiado silenciosa. Trató de no ver la huella de Penny y de los gemelos en ninguna parte. Habían dejado su rastro por toda la casa, pero Colt pensó que esos recuerdos se desvanecerían con el tiempo. Y si no era así, vendería la maldita casa.

Hizo unas cuantas llamadas de teléfono: a su hermano, al aeropuerto y al abogado. Metió algo de ropa en otra bolsa, guardó el equipo de esquiar y se dirigió al aeropuerto John Wayne. Le estaría esperando un jet, y en cuestión de pocas horas estaría donde tendría que haber estado hacía unas semanas. En Sicilia. En el monte Etna.

Retomaría la normalidad y se tomaría las dos últimas semanas como un mal funcionamiento de su radar. Como una piedra en el camino.

Lo que resultaría mucho más fácil si el recuerdo de los ojos de Penny lo dejara en paz.

 

 

Los gemelos estaban lloriqueando mucho y Penny entendía cómo se sentían. Echaban de menos a Colt, y ella también. En solo un par de semanas se había convertido en parte de sus vidas en la cabaña, y ahora que se había marchado había dejado un hueco en la familia.

Penny todavía no podría creer que le hubiera dicho la noche anterior que se marchara. Tras tanto desear que se quedara, resultaba irónico que hubiera sido ella la que le dijera que se fuera.

Se había pasado la noche en blanco recordando su conversación palabra por palabra. Recordaba la sombra de sus ojos cuando le habló del día en que sus padres murieron. Penny había visto el dolor y la culpabilidad en su mirada a pesar de los esfuerzos de Colt por ocultarle sus emociones.

Ella sabía que estaba herido y lo había estado durante años. Se sentía mal por él, porque hubiera vivido con aquella culpa innecesaria durante tanto tiempo, pero a la vez quería gritarle. Él no había matado a sus padres. ¿Por qué tenía que seguir sufriendo? ¿Cuándo sería suficiente?

Penny había superado el pasado y había seguido adelante. ¿Por qué no podía hacer lo mismo él? ¿Por qué no valoraba a sus hijos y a ella más que a sus miedos y su culpa? ¿Y por qué seguía torturándose ella?

Su niña se sorbió los mocos y Penny regresó al instante al presente.

–No pasa nada, Riley –la calmó mientras le cambiaba la camiseta–. Sé que echas de menos a tu padre, pero luego será más fácil, te lo prometo.

Mentira. ¿Por qué los padres mentían siempre a sus hijos? No iba a ser más fácil. Nunca sería fácil vivir sin Colt. Los gemelos tenían suerte, eran demasiado pequeños para conservar su recuerdo. Sabía que Colt volvería de vez en cuando por los niños. Los visitaría y formaría parte de su vida. Pero solo sería una sombra de lo que podrían haber tenido juntos.

–No tendría que haberle dicho nada –dijo Robert desde la puerta abierta del cuarto de los niños–. Lo siento mucho, Penny. Pensé que él haría lo correcto.

–No lo sientas –dijo ella poniéndole a Riley una camiseta limpia por la cabeza. La niña se rio y aplaudió con sus regordetas manitas–. Colt tenía derecho a saber lo de los gemelos y ahora ya lo sabe. Vamos a dejarlo así.

–Claro. No pasa nada porque se haya ido, ¿verdad?

–No. La vida continúa.

Penny se dijo a sí misma que quizá debería preocuparse. Se le estaba empezando a dar demasiado bien eso de mentir. Abrazó a su hija y se giró hacia Robert, que la miraba como si no la creyera.

–Nunca habría salido bien –aseguró. Era lo que se estaba diciendo a sí misma desde la tarde en que prácticamente echó a Colt de su casa. Pero no tenía elección. Le había dicho que no podía contar con él. ¿Qué otra cosa podría haber hecho?–. Somos demasiado diferentes. Él corre demasiados riesgos y yo…

–¿No corres ninguno? –terminó Robert por ella.

–Ahora has hablado como Colt –contestó Penny irritada.

–No me sorprende. Está muy claro, Penny –Robert entró en la habitación–. Papá te hizo una buena faena al marcharse. Tú crees que yo era demasiado pequeño para darme cuenta, pero no era así. Vi lo duro que trabajaste para sacarnos adelante a los dos.

A Penny se le llenaron los ojos de lágrimas y se las quitó con las yemas de los dedos. Aquellos años fueron aterradores pero también muy gratificantes. Descubrió que el miedo no tenía por qué atenazarlos. Descubrió su pasión por la fotografía. Vio cómo Robert conseguía una beca completa para la universidad, y luego conoció a Colt y por un instante creyó que por fin había encontrado algo de magia para ella misma.

Pero aquel sueño terminó y comenzó un nuevo, se dijo. Debía recordar que a pesar de tanto dolor no estaba sola. Tenía a sus hijos. Tenía a Robert y a Maria. Y algún día tal vez le parecería suficiente.

Cuando el dolor por Colt finalmente se desvaneciera.

–Vi cuánto te dolió que papá se fuera. Te cerraste, Penny. A todo el mundo excepto a mí.

Ella le miró y sintió cómo se le sonrojaban las mejillas. Tal vez su hermano tuviera razón, reconoció en silencio. Pero se había abierto a Colt dieciocho meses atrás. Arriesgó el corazón y perdió.

–Pero nunca te había visto tan feliz como cuando estabas con Colt. Además –añadió dándole un beso a Riley en la coronilla–, sé que le importas, así que esperaba que…

A Penny se le encogió el corazón dentro del pecho. Ella también lo esperaba. A pesar de todo, lo esperaba. Ahora echaba demasiado de menos a Colt. Era mucho más duro perderle ahora que dieciocho meses atrás. Verle salir por la puerta y no saber si iba a volver. Saber que sus hijos se perderían la relación de día a día con su padre. Que el hombre que amaba estaba más interesado en esperar la muerte que en vivir con ella. Resultaba demasiado duro.

–Te lo agradezco –dijo Penny cuando estuvo segura de que no se le iba a romper la voz–. Pero ahora todo ha terminado y tengo que aprender a vivir con la realidad.

Robert le pasó el brazo por el hombro y ella se dejó abrazar para recibir el calor y el cariño de su hermano. Escuchó cómo Reid se reía en el salón con Maria, y a pesar del enorme agujero que sentía en el corazón, Penny sonrió. Y seguiría sonriendo aunque solo fuera por sus hijos.

–Si vuelve, ¿qué harás?

–No volverá.

–Una vez volvió –le recordó Robert–. Y no fue solo por los niños. Tú no viste su cara cuando le dije que estabas en el hospital. Tú le importas, Penny. Mucho más de lo que él mismo cree. Así que tal vez volvería si supiera que tú estás dispuesta a intentarlo.

¿Cómo iba a abrirse y confiar en Colt? Ya dio ese salto de fe en el pasado y él la dejó. Si volvía a arriesgarse no sería la única que sufriría. Pondría también en riesgo los corazones de sus hijos, y no sabía si sería capaz de hacer algo así.

–No, Robert –afirmó con rotundidad tratando de convencerse también a ella misma. Cuanto antes aceptara la cruda realidad, antes podría empezar a lidiar con el dolor. Desearía que las cosas fueran de otra manera, pero desear no cambiaba nada–. No va a volver. Esta vez no.

Pero si lo hiciera, Penny estaría dispuesta a arriesgarse otra vez.

 

 

Colt sentía el corazón como una piedra fría y dura dentro del pecho.

Parecía como si lo hubieran vaciado por dentro. Había confesado sus secretos más oscuros y su vergüenza y Penny los había ignorado. Por alguna maldita razón, esperaba que al menos entendiera lo que le había costado contárselo.

Pero Penny no lo entendió.

Sus palabras seguían resonándole en los oídos dos días después. Colt había tratado de fingir que no tenía razón, pero, ¿cómo podía haberlo? Vivía con un pie fuera constantemente. Si pasaba más de tres semanas en un mismo sitio las paredes se le empezaban a caer encima. Llevaba diez años en constante movimiento. Sin parar nunca. Y lo más importante, sin permitir que nadie dependiera de él para nada. Y sin embargo le mataba saber que Penny se negaba a depender de él.

–Tiene razón –murmuró–. No tiene ningún sentido.

El motor del jet era un bramido constante de fondo que parecía mezclarse con el caos de sus pensamientos. Ya estaba por fin rumbo a Sicilia, y normalmente tendría un mapa de la zona desplegado delante de él, estaría haciendo planes y sintiendo la emoción que había sido su constante compañera durante los últimos diez años. Pero hoy no sentía nada.

Solo la soledad del interior del jet y su propia tristeza. No era capaz de interesarse lo más mínimo por el monte Etna o por el desafío de bajar esquiando por las perversas colinas de un volcán en activo. Lo único que podía preguntarse era qué estarían haciendo Penny y los gemelos. ¿Habría ido ella al médico? ¿Habría dicho Reid alguna palabra? ¿Estaría metiéndose Riley en todos los charcos de barro del jardín de atrás?

¿Le echarían de menos?

Colt se reclinó en el asiento de cuero y miró por la ventanilla. El viaje de California a Italia era muy largo. Primero habían parado en Nueva York para repostar combustible y ahora volaban hacia Sicilia. En el aeropuerto de Catania tomaría un helicóptero hasta el monte Etna y haría lo que había ido a hacer, bajar esquiando la empinada cara de un volcán a punto de erupción. Tenía la mirada clavada en las nubes que cruzaban el cielo. A lo lejos se distinguía Italia como una nebulosa marrón y verde. Pero Colt apenas lo veía.

Solo veía la cara de Penny. Escuchaba su voz preguntándole por qué perseguía a la muerte. Diciéndole que sin duda su madre estaría agradecida porque él no hubiera estado aquel fatídico día en la montaña. Y aunque en su momento le molestó, Colt había tenido tiempo suficiente para pensar en ello y no le quedó más remedio que admitir que Penny tenía razón. Si hubiera sido él a quien sorprendiera la avalancha, en sus últimos minutos habría agradecido que sus hijos siguieran con vida. Que Penny estuviera a salvo.

«Has olvidado cómo vivir».

Colt se pasó la mano por la cara, pero el gesto no sirvió para acallar los ecos de su voz y ni la imagen de su cara. ¿Tendría razón en aquello también? ¿Habría intentado morir para compensar a sus padres por haberles fallado? Se revolvió incómodo. Aquello sonaba muy estúpido. Muy… absurdo.

Al pasar tanto tiempo huyendo de la vida estaba ya en gran medida muerto, ¿verdad?

Colt se puso de pie de un alto y recorrió arriba y abajo el largo de su jet privado. El lujo de tener todo el avión para él solo era algo que normalmente disfrutaba. Hoy no demasiado. Al estar solo no le quedaba más remedio que enfrentarse a todos los conflictivos pensamientos que se le cruzaban por la cabeza. Llevaba tanto tiempo huyendo que la idea de quedarse en un sitio le resultaba casi impensable. Pero, ¿qué había conseguido al huir?

Se detuvo frente al minibar, se sirvió una generosa copa de whisky escocés en un vaso de cristal y se lo bebió como si fuera medicina. El líquido le quemó un poco por dentro, calentándole por un instante el frío de los huesos. Tal vez lo había estado haciendo todo mal desde el principio. Tal vez había perdido diez años de su vida persiguiendo el riesgo y ni siquiera se había dado cuenta de que no corría «hacia algo», sino que estaba alejándose del mayor riesgo de todos.

El amor.

Arriesgarse a morir no era nada, se dijo. Arriesgarse a vivir con alguien era un paso real para el que se necesitaba valor. Y mientras él se había contenido, Penny se arriesgó. Era muy fuerte a pesar de todo por lo que había pasado cuando era pequeña. ¿Cómo iba a ser Colt menos?

Cerró la puertecita del minibar y se acercó a la ventanilla más cercana para mirar el mundo que quedaba abajo. En su mente surgió la imagen del monte Etna con sus picos nevados y sus calderas humeantes. Y entonces surgió al instante el recuerdo de los ojos de Penny cuando estaba dentro de ella. El calor, el amor, la promesa de todo brillando en aquellas profundidades color verde.

¿Vida? ¿O muerte?

Se dio cuenta con un escalofrío de que no había color. No necesitaba un maldito volcán para tener un reto. Vivir con una mujer tan fuerte como Penny iba a ser una aventura real. Si es que podía convencerla para que le dejara demostrarle quién era. Para que volviera a aceptarlo en su vida. En las vidas de sus hijos. Pero no podía hacerlo desde Sicilia.

Se acercó a buen paso a la cabina y abrió la puerta.

El copiloto se giró hacia él desde su asiento y sonrió.

Colt ignoró el gesto de amabilidad.

–¿Dónde estamos exactamente?

–Aterrizaremos en Catania dentro de una hora aproximadamente.

–De acuerdo –Colt asintió y por primera vez desde hacía diez largos años escuchó a su corazón. Sabía lo que tenía que hacer. Sabía lo que quería hacer. Con la decisión tomada, dijo:

–Cuando aterricemos, repostad combustible lo más rápido posible. Regresamos.

 

 

Tras el vuelo más largo de su vida, Colt entró en las oficinas de Aventuras Extremas King y se dirigió al despacho de su hermano sin molestarse en llamar a la puerta.

–Creí que estabas en Sicilia –Connor estaba sentado frente al escritorio, asombrado.

–Sí, cambio de planes –dijo Colt acercándose al enorme ventanal que daba al mar–. Dime una cosa. Siempre me has dicho que el accidente de papá y mamá no fue culpa mía. ¿Lo decías de verdad?

–Por supuesto que sí –afirmó Con con tono rotundo–. ¿A qué viene esto?

–Penny –Colt sacudió la cabeza y se frotó los ojos. Su gemelo, sus hermanos y sus primos habían intentado acercarse a él a lo largo de los años. Intentaron hacerle ver que los accidentes son accidentes y que por muy terrible que fuera no fue culpa de Colt. Pero él nunca se mostró dispuesto a escucharlos. Ahora tenía que saberlo–. Me ha hecho pensar. Preguntarme. Y necesito saber si eso es lo que los demás y tú pensáis.

Connor tenía un tono suave, pero el poder que había detrás de sus palabras reverberó en el aire.

–Tú no provocaste la avalancha, Colt. Ni siquiera tú tienes superpoderes.

Colt sonrió brevemente y miró a su gemelo.

–Pero si hubiera estado allí podría haberme asegurado de que se pusieran a salvo.

Con se encogió de hombros.

–Si tú hubieras estado con ellos no habría cambiado nada. Papá era tan loco y tan aventurero como tú. ¿De dónde crees que lo has sacado?

Colt nunca había pensado en ello.

–Lo único que hubiera cambiado –añadió Con acercándose a su gemelo y dándole una palmada en el hombro– es que tú también habrías muerto. Y que yo te estaría echando muchísimo de menos.

Los labios de Colt se curvaron en una sonrisa. A todos los King les gustaba la aventura, disfrutaban de la adrenalina, pensó mientras por fin empezaba a quitarse la capa de culpabilidad que lo había envuelto durante años.

–Tienes razón. Me refiero a lo de papá.

Con aplaudió lenta y deliberadamente y sonrió a su gemelo.

–Vaya, por fin. Solo han hecho falta diez años para convencerte. Siempre he dicho que el inteligente era yo.

–Muy gracioso –Colt dejó escapar el aire y supo que necesitaría tiempo para dejar completamente atrás el pasado. Pero al menos ahora tenía una oportunidad–. Escucha, voy a ir a casa de Penny. Pero antes tengo que hacer unas cuantas cosas. Una de ellas es hablar contigo sobre una idea que se me ha ocurrido en el vuelo de vuelta a casa.

Con compuso un gesto de curiosidad.

–Te escucho.

 

 

Penny echaba de menos a Colt más de lo que nunca creyó posible. Los gemelos también, estaba segura. No estaban tan animados como habitualmente y de vez en cuando uno de ellos o los dos miraba a su alrededor en una habitación vacía como buscando a su padre. A Penny se le rompía el corazón, pero sabía que tarde o temprano los bebés superarían la sensación de que algo les faltaba. Seguirían adelante y los recuerdos se borrarían y algún día, cuando Colt volviera a aparecer en sus vidas, le mirarían como a un extraño.

Ojalá fuera igual de fácil para ella, pero sabía que nunca lo superaría. Lo añoraría y soñaría con él durante el resto de su vida. Lo buscaría en mitad de la noche. Buscaría el sonido grave de su voz cuando les leía un cuento a los gemelos antes de dormir. Incluso echaría de menos oírle soltar una palabrota cuando se daba con la cabeza en el marco de la puerta.

Aquel hombre había dejado un agujero gigante en su vida. Y daría lo que fuera por tenerlo otra vez a su lado.

–Eres patética, eso es lo que eres –murmuró recogiendo su cámara digital. La encendió, entró en el menú y empezó a repasar las fotos que había tomado durante el tiempo que Colt pasó con ellos.

Colt bañando a los gemelos, con más agua encima que en la bañera. Colt sosteniendo en brazos a Riley, haciendo una torre de bloques con Reid. Colt sonriendo a Penny desde la cama que acababan de compartir. Sentía el corazón roto. El dolor era su nuevo mejor amigo, y tenía la sensación de que las cosas no iban a mejorar a corto plazo.

Por suerte, justo cuando estaba a punto de hundirse en la fiesta de autocompasión del año, sonó el timbre de la puerta, lo que le dio una excusa para apagar la cámara y volver a la vida. Los gemelos estaban durmiendo y no quería arriesgarse a que se despertaran si volvía a sonar el timbre. Corrió a abrir y vio en el porche a un hombre con un portapapeles.

–¿Penny Oaks? –era calvo, tenía las cejas grises, el rostro muy bronceado y los hombros anchos.

–Sí…

–Le traigo un paquete –dijo tendiéndole el portapapeles–. Firme aquí.

–¿Firmar qué? –miró automáticamente la factura de entrega. Era de una tienda de muebles–. ¿Qué es esto?

–Traedlo todo, Tommy –gritó el hombre del porche antes de girarse otra vez hacia ella–. Usted firme.

Ella obedeció y luego dio un paso atrás, asombrada mientras dos hombres más descargaban un sofá de cuero color chocolate con butaca a juego.

–Yo no he pedido esto –protestó.

–Alguien lo ha hecho –el hombre le tendió el papel–. Vamos a llevarnos sus cosas viejas. Adelante, chicos.

–¿Pero qué…? –Penny guardó silencio cuando uno de los hombres más jóvenes sonrió, asintió y pasó por delante de ella para entrar en su casa.

Luego volvieron a salir llevándose su viejo sofá para meterlo en la furgoneta antes de meter los sustitutos de cuero.

Antes de que pudiera hacer más preguntas, la furgoneta se marchó y Penny cerró la puerta. Se quedó mirando los muebles nuevos que no había pedido.

–Huele de maravilla –murmuró acercándose para acariciar el sofá como si fuera un gato– Pero quién… Colt. Ha tenido que ser Colt –se dijo–. Debió encargarlo antes de marcharse. Seguramente olvidó decirme que lo iban a traer.

Penny suspiró, se sentó en el brazo del sofá y frunció el ceño al escuchar el ruido de la máquina cortacésped al arrancar. Miró por la ventana y vio a un equipo de jardinería trabajando. ¿Qué estaba pasando allí?

Antes de que pudiera llegar a la puerta de entrada escuchó cómo los bebés se despertaban y gemían. Al parecer el ruido de la máquina los había despertado. Ya no podrían echarse la siesta. Penny dio un rodeo para tomar a los niños, se colocó a cada uno en una cadera y luego salió al porche delantero.

–¡Disculpen! –le gritó a uno de los hombres–. ¿Quién los ha contratado?

Reid sollozó y abrió mucho los ojos, preparándose para lanzar un grito auténtico. Y cuando lo hiciera, Penny sabía que Riley le seguiría.

–De verdad –volvió a intentarlo con una sonrisa–. Necesito saberlo…

El hombre se encogió de hombros y siguió trabajando. Sin saber qué hacer a continuación, Penny volvió a entrar en la casa, dejó a los niños en el suelo cerca de la caja de juguetes y observó por la ventana cómo le arreglaban el jardín.

–Vuestro padre está detrás de todo esto –susurró sintiendo cómo se le llenaban los ojos de lágrimas–. No se quedará, pero hará las cosas a distancia. Ocuparse de mi jardín. Comprarme muebles nuevos. ¿Qué será lo próximo?

Sonó el timbre de la puerta y Penny se puso tensa. No esperaba respuesta a su última pregunta. Echó un vistazo a los gemelos para asegurarse de que estuvieran bien, abrió la puerta de entrada y se encontró con un hombre vestido de traje que tenía un juego de llaves de coche en la mano.

–¿Quién es usted? –le preguntó.

–Yo solo soy el mensajero, señora –dijo tendiéndole las llaves–. ¡Que lo disfrute!

–¿Disfrutar qué? –Penny miró detrás de él y vio cómo se llevaban su coche de quince años de antigüedad–. ¡Eh, espere!

Corrió al salón, agarró a los gemelos y salió con ellos al porche. Los jardineros ya estaban en la parte de atrás, y en la entrada había aparcado un reluciente todoterreno rojo. Vio por el rabillo del ojo cómo su antiguo coche descendía muy despacio calle abajo.

–¡Un momento! ¡Vuelva!

–He vuelto –dijo Colt saliendo de detrás del todoterreno–. Si me aceptas.

Penny se quedó sin aire. El estómago le dio un vuelco y luego empezó a sentir mariposas. Miles de ellas. Asombrada y sin palabras, Penny se limitó a quedarse mirándolo mientras se acercaba. Su mirada se clavó en la suya.

–Se suponía que estabas en un volcán.

Colt sonrió de un modo que le provocó una corriente eléctrica.

–¿Por qué iba a querer hacer eso cuando puedo estar aquí?

–¿Aquí? –Penny estuvo a punto de atragantarse con la palabra.

–En ningún otro sitio –aseguró él poniendo un pie en el porche.

Penny se rio un poco al ver cómo los niños empezaban a dar gritos de alegría al ver a su padre otra vez. Colt se rio también y le quitó a los gemelos de la cadera. Los sostuvo entre sus brazos, les besó en la coronilla y dijo:

–Os he echado de menos, chicos.

–Ellos a ti también –reconoció Penny. Y se secó disimuladamente una lágrima.

–¿Y su madre? –preguntó Colt–. ¿Me ha echado de menos?

–Mucho –admitió ella. ¿Qué sentido tenía negarlo ahora?

–Penny –Colt bajó el tono–, tenías razón respecto a mí.

–¿Qué? ¿Razón? ¿Cuándo?

Colt sonrió y dijo:

–¿Podemos entrar?

–Claro.

Penny dio un paso atrás y Colt pasó por delante de ella. Llevó a los niños al salón, los dejó en el suelo con sus juguetes y volvió a ella. Penny no podía apartar los ojos de él. Tenía miedo de que desapareciera si lo hacía. Que fuera solo una ilusión o un espejismo.

Pero estaba allí, delante de ella. Olía muy bien. El pelo le caía por la frente y sus ojos azules como el hielo… no estaban tan helados. Parecían cálidos, como un cielo de verano, y estaban clavados en ella.

–Tenías razón –repitió Colt– cuando dijiste que he estado persiguiendo la muerte porque no quería arriesgarme a vivir.

–Colt…

Él sacudió la cabeza y sonrió.

–No te eches atrás ahora. Todo lo que me dijiste era verdad, Penny. Pero ya no. Quiero vivir. Contigo. Con mis hijos. Vosotros sois lo único que necesito.

Oh, Dios. Cuánto deseaba creerle. Pero…

–¿Y qué pasa con tu amor por la aventura? ¿Cómo vas a ser feliz viviendo en una cabaña en Laguna?

Colt la estrechó un instante entre sus brazos y luego volvió a apartarse para poder mirarla a los ojos. Y que Penny pudiera ver la verdad en los suyos.

–Vivir contigo, con los gemelos, y con los demás hijos que tengamos será toda la aventura que necesito.

–Los demás…

–Y sé que te encanta la cabaña, pero va a ser demasiado pequeña para todos los hijos que vamos a tener, así que estaba pensando que podíamos darles la cabaña a Robert y Maria y mudarnos a la casa del acantilado –Colt volvió a sonreír–. Si vivo aquí terminaré matándome de tanto darme con la cabeza en las vigas bajas.

A Penny le daba vueltas la cabeza.

–¿Todos los hijos que vamos a tener?

Colt sonrió con los ojos brillantes.

–Eso es. Tal vez incluso tengamos otro par de gemelos o dos. ¿Quién sabe?

–Estás yendo demasiado rápido, Colt. No puedo seguirte el paso –oh, pero cómo deseaba hacerlo.

–Esto no es rápido –afirmó él–. Ya he perdido demasiado tiempo pensando en el pasado en lugar de mirar hacia el futuro.

Estaba allí mismo con ella. En su salón. Prometiéndole todo. Mirándola con el amor que Penny siempre había soñado, pero todavía no había dicho las palabras que ella necesitaba desesperadamente escuchar.

–También he hablado con Con antes de…

–¿Antes de contratar una empresa de jardinería y comprarme muebles nuevos y un coche?

–Exacto –Colt le guiñó un ojo–. Vamos a reestructurar nuestro negocio. Con cree que es una gran idea. Aventuras Extremas King se va a convertir en Aventuras Familiares King. Vamos a encontrar los mejores lugares para que las familias vayan de vacaciones. Para que experimenten el mundo. Queremos que la gente disfrute de la vida, no que la ponga en peligro.

A Penny se le enterneció el corazón.

–Oh, Colt…

–¡Piensa en ello! Así tendremos una base mayor de clientes.

Ella sonrió y solo pudo pensar en lo feliz que se sentía. En lo mucho que le gustaba estar allí así con él.

–Con y yo creemos que tú deberías hacer las fotos para la publicidad.

–Creo que necesito sentarme –antes de que se desmayara. El sol de la tarde se filtraba a través de las ventanas e iluminaba los rayados suelos de madera. Sus hijos estaban en el salón jugando y riendo. Y el hombre que amaba estaba delante de ella ofreciéndole el mundo y más.

–Yo te sostendré, Penny –le prometió rodeándola con su brazos–. Te lo juro, siempre estaré ahí para ti. Podrás contar conmigo. Apoyarte en mí. Quiero que sientas que puedas contar conmigo. Nunca te fallaré.

Ella le miró a los ojos, alzó una mano, le acarició la mejilla y dijo:

–Nunca pensé que lo harías, Colt.

Él aspiró con fuerza el aire y la abrazó con más fuerza.

–Podemos hablar de negocios, de la mudanza y de tener más hijos cuando haya terminado de decirte lo más importante –la soltó, dio un paso atrás e hincó una rodilla al suelo–. Esta vez lo voy a hacer bien.

Penny se llevó una mano a la garganta mientras veía cómo sus sueños se hacían realidad.

–Te amo, Penny Oaks. Creo que desde el momento que te conocí –Colt sonrió con tristeza–. Por eso me escapé todo lo deprisa que pude. Lo que sentía por ti me daba terror. Ahora lo único que me aterroriza es imaginarme tener que vivir sin ti.

Sacó una cajita del bolsillo, levantó la tapa de terciopelo y le mostró un anillo con un enorme diamante amarillo.

–Oh, Colt…

–Cásate conmigo otra vez, Penny. Comparte tu vida conmigo. Te prometo que viviremos una gran aventura.

–Sí. Oh, Dios mío, sí, Colt. ¡Claro que me casaré contigo!

Colt se puso de pie de un salto, la estrechó entre sus brazos y dio vueltas en círculo con ella antes de dejarla en el suelo y deslizarle el anillo en el dedo. Penny no podía dejar de sonreír.

–Esta vez tendremos la boda que te mereces –afirmó tomándole la cara entre las manos para besarla–. Celebraremos la mayor boda que haya visto nunca California. Cualquier cosa que tú quieras.

Penny se miró el anillo del dedo y luego miró a los ojos llenos de amor de Colt.

–Lo único que quiero es volver a la capilla donde nos casamos la primera vez. Solos tú, yo y los gemelos.

–Dios, eres increíble –susurró Colt besándola otra vez–. Le pondré combustible al jet. Podemos salir mañana si tu médico dice que estás bien. ¿Fuiste a verle?

–Sí. Dijo que estoy perfecta.

Colt sonrió con picardía.

–En eso tiene razón.

Penny no podía creer lo que estaba ocurriendo. De pronto tenía todo lo que siempre había deseado. El hombre que amaba. Sus hijos…

–¡Pá!

Penny y Colt se quedaron paralizados y se giraron a la vez para mirar a los gemelos. Reid estaba de pie y Riley aplaudió y volvió a gritar:

–¡Pá!

Colt entró a toda prisa en el salón, levantó a los gemelos en brazos y hundió la cara en su dulzura durante un instante. Cuando volvió a mirar a Penny, ella vio el amor brillando en sus ojos.

–No puedo creer que haya estado a punto de perderme esto –susurró Colt.

Penny se acercó a ellos y rodeó a su familia con los brazos. Hasta que escuchó otra furgoneta deteniéndose en la entrada. Entonces se apartó y miró con recelo al hombre que amaba.

–¿Qué más has hecho?

Colt sonrió y se encogió de hombros.

–Seguramente sea la cuadrilla de Rafe, que vienen a poner la valla blanca.

Penny se rio y se apoyó en él.

–Creí que odiabas las vallas blancas.

–No están tan mal –reflexionó Colt–. La vamos a necesitar cuando vengan los cachorros.

–¿Cachorros? –Penny sacudió la cabeza. Pensó que la vida con Colton King nunca sería aburrida, y que siempre sabría lo que era sentirse completamente amada.

Colt bajó la cabeza, la besó y susurró:

–Empieza la aventura.