–¿Engañarte? –repitió ella con los ojos verdes brillándole–. Tú te fuiste, Colt. Te engañaste a ti mismo. Te alejaste de los niños, de lo que podríamos haber tenido.
Colt sacudió la cabeza, dio un paso atrás y trató de mantener un tono de voz bajo a pesar de la rabia que sentía dentro. Ver a sus hijos en la pared, darse cuenta de lo mucho que ya se había perdido de sus vidas, había alimentado el fuego de su rabia.
–Sí, me alejé. De un matrimonio que era un error –murmuró. El pasado surgió al instante, pero no quiso mirarlo. Se negaba a recordar el dolor y la conmoción que vio en sus ojos cuando la dejó.
–No duró lo suficiente para poder se clasificado como un error –respondió Penny.
En eso tenía razón. Colt se pasó las manos por el pelo. Había repasado un millón de veces su decisión de casarse tan repentinamente, y seguía sin explicarse por qué lo había hecho. Pero en aquel momento salvaje en la capilla había sentido que quería estar con ella para siempre.
El «para siempre» había durado unas diez horas.
Finalmente amaneció, liberándole de la neblina de pasión inducida en la que estaba inmerso. Con la luz de la mañana, recordó que el «para siempre» no existía. Que el matrimonio no entraba en sus planes a pesar de lo bien que se entendían Penny y él en la cama.
En aquel momento creyó que marcharse era lo correcto. Y seguía creyéndolo. Pero hubiera vuelto al instante si ella hubiera mencionado el embarazo.
–¿Qué creías que iba a pasar, Penny? –la miró y se negó a dejarse arrastrar por el brillo de sus ojos y su barbilla alzada–. ¿Nos veías viviendo el sueño de la casita con valla? ¿Es eso?
–No –respondió ella con una risa–. Pero…
–¿Pero qué? ¿Habría sido mejor estar casados un mes? ¿Seis? ¿Y luego terminar? ¿Habría sido eso más amable, o solo habría prolongado lo inevitable? –preguntó Colt.
–No lo sé –murmuró ella apartándose el pelo de la cara con gesto impaciente–. Lo único que sé es que salimos, nos casamos y nos divorciamos en el espacio de una semana y ahora vuelves reclamando que te he engañado.
–Siempre volvemos a lo mismo, Penny –la voz de Colt sonó grave–. Tendrías que habérmelo dicho.
Ella dejó escapar un suspiro y le miró.
–Ya estamos otra vez lanzándonos cuchillos el uno al otro y sin resolver nada.
Colt se apartó unos cuantos pasos de la cama, pero no pudo alejarse mucho. El dormitorio entero cabría en su vestidor. Se sentía atrapado. En el espacio. En la situación. Pero a pesar de las cadenas invisibles que le apretaban cada vez más, sabía que no podía marcharse. No lo haría. Era padre y debía hacer lo correcto.
Se dio la vuelta hacia Penny.
–No puedes mantenerme lejos de los gemelos.
–Solo vas a confundirlos –afirmó ella.
–¿Confundirlos de qué modo? Son bebés. ¡No saben lo que está pasando!
–Baja la voz. Vas a despertarlos –Penny le miró fijamente–. Y ven cuándo la gente está contenta. O enfadada. No quiero que les angusties gritando.
Colt aspiró con fuerza el aire y asintió.
–De acuerdo –bajó la voz–. ¿Confundirlos de qué modo?
–Eres un desconocido para ellos…
Colt apretó los dientes.
–Y apareces de pronto en su vida… ¿por cuánto tiempo, Colt? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que les digas «lo siento, niños, no estoy hecho para ser padre, le diré a mi abogado que se ponga en contacto con vosotros para el tema de la pensión»?
–Muy gracioso –Colt entornó los ojos y trató de contener la furia–. Puedes ser todo lo sarcástica que quieras respecto a lo pasó entre nosotros. Pero no voy a hacerles eso a ellos.
–¿Y cómo puedo saberlo? –Penny compuso una mueca de dolor al estirarse sobre la cama–. Abandonaste a una esposa. ¿Por qué no ibas a hacer lo mismo con tus hijos?
–No es lo mismo y tú lo sabes.
–No, no lo sé. Ese es el problema.
Los últimos rayos de luz perlaban el dormitorio con una neblina pálida y tibia que se filtraba a través de las cortinas abiertas y se reflejaba en el suelo de roble como polvo de oro. Cuando la vieja cabaña se preparaba para dormir, crujía y se quejaba como una anciana cansada. Había un intercomunicador para bebés en la mesilla de noche que de pronto emitió el sonido de la tos de un niño.
Colt se sobresaltó.
–¿Se están ahogando?
–No –dijo Penny con un suspiro–. Es Riley, cuando duerme succiona tanto el chupete que a veces le da tos.
–¿Y eso es normal? –Colt miró el intercomunicador y frunció el ceño. Se sentía completamente fuera de su elemento allí. ¿Cómo iba a saber lo que era normal para un niño y lo que no? No es que hubiera pasado mucho tiempo con ninguno de los recientes bebés de los King. Verlos en las celebraciones familiares no le había preparado para esto.
–Sí. Colt…
Escuchó el cansancio en su tono de voz. Lo vio en sus ojos y en la palidez de su piel. Estaban dando vueltas y vueltas sin llegar a ninguna parte. Ya habría tiempo de sobra para planear lo que iban a hacer.
–Ahora vamos a cambiarte de ropa, ¿de acuerdo? Hablaremos de esto mañana.
–Vaya, lo estoy deseando –murmuró Penny. Entonces compuso una mueca de dolor y se tiró del cierre de los pantalones–. Pero me encuentro tan incómoda que estoy dispuesta a arriesgarme.
–¿Qué necesitas?
–Tengo el camisón en el cajón de arriba de la cómoda.
Colt sintió cómo su cuerpo cobraba vida y se enfurecía y se preguntó cómo era posible que estuviera tan enfadado con una mujer y que la deseara tanto al mismo tiempo. Se acercó a la cómoda apretando los dientes, abrió el cajón de arriba y lo que vio fue realmente una cura para la lujuria.
–¿Esto? ¿De verdad? –preguntó alzando el camisón más espantoso que había visto en su vida.
Penny frunció el ceño.
–¿Qué tiene de malo?
Colt sacudió la cabeza y le pasó la camisola de dormir rojo fuego estampada con flores amarillas gigantes y lazos rosas.
–Nada, solo que parece radioactiva –murmuró–. Seguramente sea estupendo como anticonceptivo. Cualquier hombre que te vea con esto puesto saldrá corriendo colina abajo.
–Muy gracioso –Penny agarró la camisola–. Estaba de rebajas.
–¿Durante cuántos años? –era la cosa más fea que había visto en su vida, y le agradecía a Penny que lo tuviera. Tal vez aquel horror le ayudaría a no pensar en lo que había debajo.
–No te he pedido que critiques mi guardarropa.
–Podrías pedirme que lo quemara –se ofreció Colt–. Al menos parte de él.
–Podrías… –Penny se pasó la mano por su ondulada melena roja y se echó por encima del hombro–. Da igual. Lo haré yo misma. Tú vete.
–Deja de ser tan obstinada –Colt quería terminar con aquello de una vez–. Te ayudaré con el camisón, pero cerraré los ojos para protegerme la retina.
Ella le miró.
–¿Vas a ayudarme o te vas a limitar a hacer comentarios sarcásticos?
–Puedo hacer las dos cosas. ¿Quién dice que los hombres no son multifacéticos?
–Dios, eres irritante.
–Me alegro de que te hayas dado cuenta.
Colt se estaba dando perfecta cuenta. Demasiado. Igual que veía que Penny estaba temblando, y no porque tuviera frío ni porque estuviera furiosa. Estaba sintiendo lo mismo que él. Aquel deseo demoledor que les había llevado a la cama en primera instancia. Era algo que Colt no había encontrado con nadie más. Algo en lo que no estaba interesado, según se había dicho a sí mismo muchas veces. Pero al parecer su cuerpo no se había enterado.
–He cambiado de opinión –dijo Penny–. Puedo desvestirme sola.
–No, no puedes. Al menos todavía –Colt se colocó delante de ella y Penny reculó–. Relájate –le pidió él. Ya lo he visto antes, ¿recuerdas?
Él sí se acordaba. Y cómo. Cada centímetro del cuerpo de Penny estaba grabado a fuego en su mente a pesar de sus esfuerzos por borrarlo.
–Somos adultos. Y lo creas o no, tengo un poco de autocontrol. No voy a lanzarme sobre una mujer recién salida del hospital.
Eso esperaba.
Penny se apartó el pelo de los ojos y lo miró.
–Tampoco lo harías aunque no fuera así.
–¿Ah, no? –si ella supiera lo duro que tenía el cuerpo en aquel momento no hablaría con tanta seguridad.
Penny le miró a los ojos y volvió a recordarle:
–Fuiste tú quien me dejó, Colt. Así que, ¿por qué ibas a querer volver al mismo sitio?
Cierto, ¿por qué?
Porque había querido volver al mismo sitio desde que la dejó en Las Vegas. Qué diablos, aquella era la razón por la que se había marchado. Penny le hacía sentir demasiadas cosas.
Para acallar sus pensamientos, dijo:
–Créeme, en cuanto te pongas ese camisón repelente de machos tan efectivo, estarás a salvo.
–Es un alivio –pero no parecía aliviada.
–Venga, acabemos con esto –se acercó a ella, le tiró del dobladillo de la camiseta y esperó a que ella sacara los brazos de las mangas.
Luego se la sacó por la cabeza. El pelo le cayó como seda roja sobre los hombros. Si era capaz de mantener la mirada en su pelo, todo estaría bien. Sí, era apetecible, pero no tan difícil de resistir como el sujetador de encaje que le cubría los generosos senos. Colt dejó escapar un suspiro y esperó a que Penny se desabrochara el cierre delantero y luego se lo quitara.
Ella se cruzó de brazos con gesto pudoroso, pero ya era demasiado tarde. El atisbo que había tenido bastó para que volviera a ponerse duro, y tuvo la sensación de que más le valía acostumbrarse a aquello.
Para ayudarse tanto a sí mismo como a ella, Colt se puso el camisón por la cabeza y dio un paso atrás cuando Penny metió los brazos por las mangas y se estiró la espantosa tela por el cuerpo.
Luego se quitó los mocasines y se bajó la cremallera de los vaqueros bajo el camisón. Colt volvió a acercarse.
–Túmbate, yo te los quito.
Penny obedeció, pero se apoyó sobre los codos y le miró vigilante mientras él le bajaba los vaqueros por las bien torneadas piernas. Contuvo un gemido y trató de no pensar en aquellas piernas rodeándole la cintura, atrayéndolo hacia sí. Trató de no recordar el sonido de sus suspiros y cómo se retorcía debajo de él. Pero no lo consiguió.
–Ya está –dijo dando un paso atrás.
–Gracias –Penny se sentó y se bajó el camisón por las piernas.
Mejor para él, se dijo Colt. Porque estaba a punto de perder el control. La rabia que sentía por dentro no parecía provocar ningún efecto en el deseo que se apoderaba de él cuando la tenía cerca.
Por fortuna, el corazón se le había convertido en piedra diez años atrás, así que aquel órgano en particular no corría peligro.
–Creo que me voy a echar unos minutos –dijo Penny devolviéndole al momento presente.
–Sí, buena idea. ¿Sigues tomando ese horrible té verde?
Ella pareció sorprendida.
–Sí.
–Voy a prepararte una taza.
Colt salió del dormitorio lo más deprisa que pudo. No tenía sentido torturarse viendo a Penny tumbada sobre la cama y sentir el deseo de unirse a ella. Frunció el ceño y se recordó a sí mismo que Penny y él habían terminado. La única razón por la que estaba allí eran los gemelos. Quería asegurarse de que estaban bien cuidados.
Su intención al salir del dormitorio era dirigirse directamente a la cocina. Pero se detuvo frente a la habitación de los gemelos. Puso una mano en el picaporte de latón y sintió la frialdad del metal en la piel. El corazón le latía con fuerza.
Se sentía igual que la primera vez que hizo paracaidismo en los Alpes. Aquella mezcla salvaje de emoción, miedo y pánico que le hizo sentirse tan agradecido al volver a tocar tierra cuando todo terminó. Ahora, igual que aquel lejano día, no había vuelta atrás. Tenía que lanzarse al vacío desde aquella montaña. Tenía que dar el siguiente paso hacia un futuro que nunca había imaginado.
Abrió la puerta muy despacio y entró. Los escuchó antes de verlos. Sus respiraciones suaves y rápidas, un gemido contenido y un suspiro cuando uno de ellos se movió en sueños. Colt se pasó una mano por la nuca y cruzó en silencio la habitación en penumbra. Fuera se estaba poniendo el sol y sus últimos rayos se filtraban a través de la ventana que daba a un pequeño jardín trasero.
En el interior había dos cunas blancas colocadas de forma que los gemelos pudieran verse el uno al otro al despertarse. Había una mecedora en una esquina, estanterías para juguetes y libros y dos cómodas iguales apoyadas contra la pared de las que colgaban fotos enmarcadas de animales, arcoíris, parques… todo lo que podía hacer sonreír a un bebé.
Avanzó dando pasos silenciosos, pero la vieja madera crujió con sus movimientos. Los gemelos no se despertaron. Colt se colocó entre las dos cunas para poder ver a sus dos hijos.
Riley llevaba un pijama rosa y dormía boca abajo con los brazos doblados. Colt sonrió y miró hacia el niño. Reid tenía el pelo más corto que su hermana, llevaba un pijama verde claro y dormía boca arriba con los brazos y las piernas abiertas como las aspas de un molino. Los dos eran tan bonitos, tan pequeños, tan frágiles, que le robaron el corazón al instante.
No necesitaba ninguna prueba de paternidad para saber que eran suyos. Sabía que lo eran. Lo sentía. Un lazo de conexión salía de él y lo unía a cada uno de ellos. Colt agarró los barrotes de la cuna. Su corazón podría ser de piedra en lo que a las mujeres se refería, pero aquellos bebés ya se le habían grabado en el alma. Acababa de conocerlos, pero haría cualquier cosa por ellos.
Aunque primero debía lidiar con su madre.
Penny se despertó desorientada en un principio. Un rápido vistazo a su alrededor le hizo saber que estaba en casa y suspiró aliviada, agradecida por estar fuera del hospital.
–¡Los gemelos! –abrió los ojos de par en par al darse cuenta de que el sol de la mañana se filtraba a través de la ventana de su dormitorio.
Había dormido toda la noche. No había visto a los niños desde que les echara un rápido vistazo la noche anterior. No había oído nada. ¿Y si la habían llamado llorando? ¿Cómo podía haber dormido tan profundamente como para no oírlos? Era la primera vez que le sucedía algo así en ocho meses.
Se levantó de la cama a toda prisa y corrió dos pasos hacia la puerta antes de que el dolor de abdomen ralentizara sus movimientos. Fue al cuarto de los gemelos y se quedó parada en la puerta. Las cunas estaban vacías. El corazón le latió con tanta fuerza contra las costillas que apenas podía respirar. El pánico atravesó su mente todavía confusa.
Entonces lo oyó.
Una voz grave, la voz de Colt, que sonaba dulce y baja. La inicial punzada de pánico fue sustituida por una ternura algo recelosa.
Siguió su voz moviéndose con cautela a través de la casa que le pertenecía desde hacía dos años. La casa que estaba llena de recuerdos de su propia infancia. La casa en la que había construido un hogar para sus hijos. Se detuvo en la entrada de la cocina. Las tres personas que había dentro no la vieron. Los gemelos estaban en sus tronas dando palmadas suaves contra las bandejas en las que había huevos revueltos. Su padre, Colt, estaba sentado frente a ellos hablando, bromeando y riéndose cuando Reid le lanzó un trozo de huevo. A Penny se le encogió el corazón. Antes soñaba con ver a Colt así con los gemelos. Solía fantasear con cómo sería que los cuatro formaran una familia.
Y durante un instante se permitió el lujo de vivir aquella fantasía. De creer que los últimos dieciocho meses habían sido diferentes. Que Colt había estado allí, con ellos. Con ella.
–¿Vas a entrar o te vas a quedar ahí mirando?
Penny dio un respingo cuando Colt giró la cabeza para mirarla. Sintió una oleada de culpabilidad y la fantasía murió al instante. Después de todo, ¿qué sentido tenía torturarse cuando sabía que Colt no quería estar con ella? Solo quería a sus hijos. Y no los tendría.
–Creí que no sabías que estaba aquí.
–Puedo sentir tu desaprobación desde aquí.
Penny se sonrojó y entró en la cocina. Cuando los gemelos la vieron chillaron para darle la bienvenida y a ella le encantó. Fue de uno a otro dando besos y aspirando aquel maravilloso aroma a bebé que tenían. Se sentó cerca y vio cómo Colt les daba de comer hundiendo una cucharilla en un yogur de melocotón una y otra vez, distribuyéndolo entre los gemelos, que tenían las boquitas abiertas como dos pajaritos.
–Los has vestido –dijo Penny fijándose en las camisetas y los pantalones limpios.
–Pareces sorprendida.
–Lo estoy –estaba asombrada. Creía que estaría perdido con ellos. Y sin embargo les estaba dando de comer como si llevara toda la vida haciéndolo.
–La familia King ha procreado a un ritmo impresionante los últimos años –Colt se encogió de hombros–. No puedes ir a una reunión familiar sin que alguien te pase a un bebé que necesita comer, un cambio de pañales o las dos cosas. Así que tengo mucha práctica. Todos la tenemos. Es cierto que no paso mucho tiempo con los bebés, pero sí el suficiente para saber cómo funciona un pañal. Aunque nunca se lo había cambiado antes a mis propios hijos –le lanzó una mirada de reojo fría y dura.
–Colt… –Penny estaba demasiado cansada para enfrentarse a él.
–Creo que ya han terminado –dijo Colt bruscamente. Se puso de pie, agarró una toallita húmeda y les limpió a los niños la cara y los dedos–. ¿Quieres contarme cosas de ellos o eso también es un secreto?
Penny tragó saliva, sacó a Riley de la trona y la tomó en brazos.
–¿Qué quieres saber?
–Todo –murmuró él sacando al niño de la suya–. Aunque ya he descubierto algunas cosas de ellos por mí mismo. Por ejemplo, que Riley es la más aventurera. No le gusta estar en brazos mucho rato, prefiere estar en el suelo explorando. Reid es más mimoso.
Penny se rio brevemente. Había dado en el clavo.
–Tienes razón. Siempre he pensado que Riley es la que más se parece a ti.
Colt alzó una ceja y sacudió la cabeza.
–Cuando éramos pequeños, Con era el más revoltoso. Yo quería estar siempre cerca de mi madre.
–Entonces, ¿por qué eres tú el que va a los lugares de aventura mientras Connor dirige el negocio desde la oficina?
El brillo de los ojos de Colt se apagó un poco y sus facciones se endurecieron.
–Las cosas cambian.
Penny sintió que había tocado nervio, pero no sabía cuál. Aventuras Extremas King era muy conocido y todo el mundo sabía quién era el gemelo loco. Y por mucho que ella le hubiera amado, por mucho dolor que le causara verlo marcharse, tenía que admitir que lo suyo nunca habría funcionado. ¿Cómo iba a amar a un hombre al que solo le interesaba poner su vida en riesgo a cambio de un breve instante de adrenalina? Y ahora, ¿cómo iba a permitir que sus hijos quisieran a un padre tan descuidado con su propia vida?
–Tienes razón –Penny llevó a Riley al salón y escuchó cómo Colt la seguía–. Algunas cosas cambian –dijo dejando con cuidado al bebé en el suelo al lado de un recipiente de plástico lleno de juguetes.
Tomó asiento en el sofá cercano y vio cómo Colt dejaba a Reid al lado de su hermana. Pero en lugar de sentarse junto a ella, se acercó a la ventana y miró hacia el sol de la mañana antes de darse la vuelta para mirarla otra vez.
A juzgar por su expresión, Penny sospechó que había llegado el momento de tener la conversación pendiente. Y lo cierto era que estaba preparada. Lo mejor era sacarlo todo a la luz para que Colt se marchara y los gemelos y ella pudieran recuperar sus vidas.
–Tendrías que habérmelo dicho –aquellas palabras cayeron en el silencio como piedras en un pozo.
Penny aspiró con fuerza el aire y se preparó para la batalla.
–Supongo que estás enfadado.
–¿Te lo parece? –se mofó él.
Ella le miró desde el otro extremo del salón, negándose a sentirse avergonzada por la decisión tomada.
–Aquella última mañana en Las Vegas dejaste muy claro que no querías casarte y que no querías hijos.
Colt apretó los labios.
–Sí, lo dije –reconoció–. Pero eran hijos hipotéticos. ¿Dije alguna vez que si te quedabas embarazada no quería saber nada?
–Como si lo hubieras dicho –Penny se movió en el sofá. Le tiraban los puntos–. Sabía que te iba a dar igual.
–Así que eres adivina –Colt asintió.
–No hace falta ser adivina, Colt. Lo dijiste todo muy claro –arguyó ella. No estaba dispuesta a ser la única responsable de lo que había sucedido entre ellos–. Me dejaste. No te debía nada.
–Tuviste dos hijos míos –Colt bajó el tono.
Penny se puso tensa y él debió darse cuenta, porque aspiró el aire, pareció tranquilizarse y luego dijo:
–De acuerdo, empecemos otra vez. Solo dime por qué no me dijiste nada cuando supiste que estabas embarazada.
–Ya te lo he dicho –lo que no le contó era que también tenía miedo. Miedo del apellido King, de su fortuna. Le preocupaba que Colt soltara a sus abogados y le quitaran a los niños. Y eso era justo con lo que había amenazado que haría cuando regresó a su vida como un tornado. ¿Qué poder tendría ella frente a los King?
–Me he perdido muchas cosas, Penny, y no creo que pueda perdonártelo pronto.
–Lo entiendo –lo que significaba, por supuesto, que Colt y ella estaban en bandos opuestos en aquella batalla, y a menos que encontraran una forma de construir un puente sobre la brecha que los separaba no habría solución. No habría paz–. Ahora sabes de su existencia, Colt. ¿Qué vas a hacer al respecto?
Colt se pasó la mano por el pelo, impaciente.
–No lo sé –gruñó lanzando una mirada a los gemelos, que se estaban balbuciendo el uno al otro felices–. Lo único que tengo claro es que quiero conocerlos.
Penny lo entendía, y seguramente una parte de ella se enterneció al escucharlo. Pero lo cierto era que todavía estaba exhausta, dolorida y bastante descolocada por la reaparición de Colt en su vida. Así que en aquel momento tenía que ser fría y lógica.
Colt rodeó el sofá y tomó asiento en una silla frente a ella y cerca de los gemelos. Los miró un instante y Penny observó cómo se le suavizaban las facciones. Pero cuando volvió a mirarla, sus ojos eran otra vez dos trozos de hielo.
–No seré un desconocido para mis propios hijos, Penny. No me quedaré fuera de sus vidas.
Una sensación de ahogo se apoderó de ella al caer en la cuenta de su nueva realidad. Tanto si le gustaba como si no, Colt formaría parte de las vidas de sus hijos. Ahora tenía que encontrar el modo de que no se encariñaran demasiado con él. Porque aunque Colt insistiera ahora en que quería formar parte de su mundo, Penny sabía que eso no duraría mucho. Siempre estaba viajando por el mundo buscando el próximo reto.
Aspiró con fuerza el aire y dijo:
–¿Y qué pasará cuando te vayas para volver a lanzarte desde alguna montaña?
Colt frunció el ceño.
–¿De qué estás hablando?
–De ti, Colt –afirmó ella–. No está en tu naturaleza ser un padre de barrio de las afueras. No pasará un mes antes de que te vayas a correr delante de los toros o alguna otra locura.
–¿Locura?
–Sí. Arriesgas tu vida todo el rato y lo haces porque te gusta –Penny sacudió la cabeza–. He visto fotos tuyas en la revista del mes pasado. Estabas en el borde de un volcán rodeado de magma.
–Sí. Estuve en Japón buscando nuevas localizaciones. ¿Y qué?
–¿Cómo va a mantener tu interés una calle tranquila de Laguna, Colt? –Penny sonrió con tristeza–. Este no es tu mundo. Nunca lo será. ¿Por qué luchar con tanto empeño por algo que nunca has deseado?
Colt no apartó la vista de los gemelos en ningún momento. Reid se dejó caer de espaldas y Riley se inclinó para quitarle un coche a su hermano. El niño estaba a punto de llorar, pero Colt cortó la reacción buscando en el recipiente de plástico otro coche. Cuando se lo dio, Reid alzó la vista y sonrió a su padre mostrándole sus tres únicos dientes.
Colt se rio brevemente, esperó un instante y luego volvió a mirar a Penny.
–Porque soy un King, Penny. Y para un King, la familia lo es todo.