LINDA IBA Y venía por el dormitorio. Sacó con nerviosismo un pañuelo del cajón, se sonó ruidosamente y continuó recorriendo el cuarto mientras no paraba de darle vueltas a la cabeza. ¿Cómo podía traicionarla Fred de aquel modo? Él sabía muy bien qué perseguían sus primos, ella misma se lo había contado todo. Le habló de sus amenazas, de que lo único que querían era deshacerse de ella.
Pero ¿y si Laurence se hubiera ofrecido a llevar a Fred, y este no hubiera sabido decir que no? Claro que no vivían por la misma zona. ¿Por qué se comportaron tan amistosamente el uno con el otro, si no se conocían de antemano?
Se tumbó en la cama. Cruzó las manos sobre el vientre. El elegante vestido que Fred le había desabrochado estaba ya en el armario, colgado de una percha. No volvería a ponérselo jamás. Al contrario, se lo regalaría a alguien. Si lo conservaba solo conseguiría que le recordara lo ingenua que había sido.
Se encogió y se rodeó las piernas con los brazos. Sentía que le habían arrancado el corazón. Era como si toda ella estuviera sangrando. Era un sufrimiento indecible. ¿Cómo fue capaz? Y ella que creía que él también estaba perdidamente enamorado… ¿Qué iba a hacer ahora, hablar con él? En realidad, era lo que quería, pero ¿y si la engatusaba con nuevos engaños? Hasta el momento le había funcionado de maravilla.
La abuela le preguntaría cómo había ido la fiesta, y Mary no se rendiría hasta que Linda le contara con todo lujo de detalles lo que había sucedido en la cama. ¿Qué les iba a decir?
No le sería fácil dejarlas fuera y, además, la abuela necesitaba ayuda, el día anterior la vio muy cansada y, por triste que estuviera Linda, ella era lo más importante. Fred podía irse a freír monas, pensó en un acceso de rabia, aunque luego, hundiendo de nuevo la cara en la almohada, volvió a sentirse inconsolable.
Lo que más le dolía no era el hecho de haberle entregado a él su virginidad, sino el que la hubiera engañado. Y pensar que ya nunca podría volver a besarlo. Se había enamorado del hombre equivocado, como la joven necia que era, y ahora tendría que pagar las consecuencias.
Se retiró de la cara unos mechones húmedos de pelo que se le habían quedado adheridos a las mejillas. Tal vez a la abuela no tuviera que decirle nada sobre su amor perdido, tampoco había por qué contarlo todo. A la edad de veintiún años una podía tener secretos. A lo mejor a Mary sí se lo podía contar. No todo, solo lo de las mentiras y el hecho de que la hubiera engañado.
De pronto se incorporó en la cama. ¿Se habría quedado embarazada?
¿Cómo iba a saber de esas cosas, si había sido su primera vez? ¿No era él quien debía procurar que no pasara? Las mujeres solo podían quedarse embarazadas ciertos días del mes, eso sí que lo sabía, pero ahora se le había olvidado por completo si era antes o después de la menstruación. ¿Cuándo fue la última vez que la tuvo?
Puso los pies sobre la mullida moqueta y se dirigió tiritando al escritorio. La agenda en la que iba marcando las fechas se encontraba junto a la pila de pañuelos. Le tocaba otra vez dentro de unos días, según pudo comprobar. Entonces no había ningún peligro, pensó esperanzada, y metió la agenda en el cajón. Antes de cerrarlo, sacó un par de pañuelos limpios.
Fred y sus primos se estarían riendo de ella, seguro. La chica de pueblo, tan fácil de engañar.
Volvió a tumbarse en la cama sin dejar de sollozar. Si al menos pudiera comprender por qué… ¿De verdad sería posible que Laurence le hubiera pagado a Fred para que la cortejara? ¿De verdad se pasaría de la raya hasta ese extremo? ¿Y si no era más que un malentendido por su parte? Hacía ya varias semanas que lo conocía, y siempre había sido la bondad personificada. Lógicamente, Linda estaba en un error. Se incorporó de pronto. Tenía que localizarlo. Tenían que hablar. No estaba bien juzgar a una persona sin haberla escuchado, y si lo hablaban, todo se aclararía.
—¡Ay! —se lamentó enseguida, decepcionada al comprender que no podía solucionar nada a las cinco de la mañana.
—¿QUIERES SABER LO que creo que ha pasado? —preguntó Mary. Estaba en medio del salón con la copa en la mano. Pronto no quedaría vino en la botella, a pesar de que era primera hora de la tarde. Se presentó allí en cuanto Linda la llamó, y estaba furiosa.
—Pues claro que sí —respondió—. Quiero saber qué tengo que hacer. —Estaba algo adormilada por el alcohol. Era una sensación muy agradable. Y, con un poco de suerte, no le quedarían ya más lágrimas después de haberse pasado la mañana llorando.
—Yo creo que Fred te va a pedir que te cases con él. —Mary asintió para subrayar sus palabras—. Sí, estoy convencida de que te lo pedirá.
—Estás de broma, ¿verdad? —Linda la miraba con escepticismo. ¿Por qué iba a hacer Fred algo así?
—Estoy segurísima. Laurence lo ha sobornado, debe de tener alguna buena baza para chantajearlo. Si Fred se casa contigo y luego se divorcia, percibirá una parte del hotel.
—¿Y qué?
—Pues que eso no conviene, ¿no? Fred podría venderle su parte a Laurence y a Sebastian, que pasarían a ser propietarios de la mayor parte del negocio.
—¿En serio crees que ese es el plan?
—Estoy convencida. Si has pensado otra cosa es que eres una ingenua. ¿No te preguntaba yo a todas horas qué era lo que sabías de ese hombre? Pues ahí lo tienes.
Linda se mordió el labio. ¿Estaría Mary en lo cierto?
EN EL RESTAURANTE, ya limpio y ordenado, estaban sirviendo la cena a los clientes cuando llamaron a la puerta del apartamento de Linda, que había empezado a cambiarse de ropa. Acababa de volver de saludar a todos mesa por mesa, tal como le había prometido a Mary que haría. De la noche a la mañana, Linda se había convertido en una persona con la que todo el mundo quería relacionarse.
Fue corriendo a abrir. Allí estaba Fred, apoyado en el marco de la puerta, con un ramo de flores en la mano. No parecía avergonzado. Una sonrisa le asomaba a la comisura de los labios. Linda sintió cómo la duda empezaba a corroerla. ¿Se habría confundido?
—La abuela está durmiendo —dijo en voz baja mientras le señalaba su cuarto.
Él sonrió abiertamente y le hizo un guiño, como sugiriéndole que repitieran lo ocurrido la noche anterior.
Una vez dentro y tras cerrar la puerta, se quitó la chaqueta y la dejó sobre la cama.
Ella lo miró con frialdad.
—¿Tienes calor?
—Tú me pones así —le respondió sin dejar de sonreír.
—Siéntate —dijo Linda señalando una de las sillas que había junto a la ventana—. Tenemos que hablar.
¿Es que no podía dejar de sonreír? Parecía satisfecho. Más bien debería mirarla con preocupación. ¿Qué significaba aquella sonrisita? ¿No sabría nada? ¿Sería inocente?
—Ayer te vi con Laurence —dijo ella cuando él se sentó.
Algo se le reflejó en la mirada, pero pasó tan rápido que Linda no logró ver de qué sentimiento se trataba.
—Ya, sí, resulta que me lo encontré en la calle y se ofreció a llevarme —respondió Fred—. Fue un detalle por su parte.
—¿No me digas? Pues tú ya sabes cómo es la relación que tengo con mis primos. ¿Conoces bien a Laurence?
—No, no lo conozco mucho, hemos coincidido en un par de ocasiones, eso es todo. —Fred se inclinó para ponerle una mano en la rodilla, pero ella se apartó.
—¿Y por qué no me lo habías dicho?
Él la miró extrañado.
—¿Que lo conocía? Pues porque no pensaba que tuviera importancia. Yo tengo muchos conocidos, ya lo sabes.
—Sí, pero cuando he mencionado a mis primos, no has dicho una palabra de que los conocieras. ¿No es un tanto raro?
—Pero… Linda, hoy no eres la misma. Yo creía que después de lo de ayer…
—Sí, soy la misma, es solo que hoy sé más que ayer.
—Si no me lo explicas… —dijo con tono suplicante—. ¿Estás enfadada porque acepté que tu primo me llevara en coche? Linda, por favor, cariño, no puedes…
—Por supuesto que puedo. Conozco a mis primos y sé de qué son capaces. ¿Has organizado con ellos algún tipo de complot?
Él la miraba perplejo.
—¿Te has vuelto loca? ¿Por qué iba yo a organizar un complot con tus primos?
Ella se encogió de hombros.
—Yo qué sé. Por dinero. Me pareció que te entregaba algo.
—Vamos, cariño, no puede ser. ¿Tú crees que, de ser así, yo habría venido a lo que he venido? —dijo al tiempo que se ponía de pie. Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó una cajita. La abrió despacio, se puso de rodillas y se la mostró a Linda.
LINDA SE SENTÍA totalmente apática cuando llamó a la puerta de la abuela la mañana siguiente. Ya era hora de que tomara algo para desayunar, y quería preguntarle si no se sentía con fuerzas de levantarse y sentarse en el cuarto de estar. No era bueno pasar tantas horas en la cama, y en el sofá también estaría cómoda. La taparía con una manta para que no pasara frío. Tareas todas ellas de tipo práctico, para no tener que pensar en él.
Fred le suplicó que se lo replanteara, pero de nada sirvió. Linda no quería volver a pensar en aquella historia, no quería volver a pensar en él. Le mintió, se enzarzó en un sinfín de justificaciones, le juró que la amaba, pero, entonces, ¿cómo era que ella no se sentía querida?
Era la segunda vez que un hombre decía que la quería y le hacía daño. De nuevo había caído en el engaño. Nunca más, se prometió, nunca más.
Suspiró profundamente. Tenía a la abuela. Ella era su familia. Jamás volvería a soñar con algo distinto de lo que ya tenía.
—Abuela —la llamó en voz baja después de abrir la puerta y mirar hacia la cama, donde la anciana dormía con placidez.
Se acercó para despertarla, y solo entonces notó algo distinto. Su cara había perdido el color, y tenía los ojos ligeramente abiertos.
—Abuela… despierta. —Pese a que sabía que ya no estaba allí, Linda le zarandeó el hombro suavemente—. Por favor… No quiero que… Abuela, despierta. Tienes que despertarte… No puedes… no me dejes. No quiero…
—PUES ES UNA pena —le dijo la tía Laura cuando, unos días después, se presentó sin avisar en el dormitorio de Linda—, pero ha llegado el momento de que te rindas, querida. Laurence y Sebastian están dispuestos a ayudar. No te preocupes, el hotel está en buenas manos y el acuerdo del que queríamos hablar contigo sigue vigente… —Encendió un cigarrillo antes de continuar—. No te necesitamos, Linda querida, más bien al contrario.
Se acercó a la cama y le dio una palmadita brusca en la mejilla.
—Ya te digo, no te necesitamos.
EL ALCOHOL ERA un buen anestésico. A Linda no le importaba apestar como una destilería. No había estado sobria un solo día desde que murió la abuela. ¿Para qué iba a estarlo?
Gracias a la ayuda de Mary y de Andrew, trasladaron el cadáver a Bergsbacka, pero Linda solo recordaba fragmentos del entierro.
En la iglesia no quedaba un hueco libre, de eso al menos sí se acordaba. Y de la cantidad de flores que había junto al coro. El pastor habló de las numerosas virtudes de la abuela. Y tenía razón en todo.
No fue un entierro bonito, fue terrible. Linda pensó que querría llevar luto el resto de su vida.
La profundidad del mar era una tentación. Pasó largas horas allí contemplando cómo se ensanchaban las aguas junto a la isla de Valö después de enterrar el féretro de la abuela en la tumba familiar, donde descansaban su madre y su abuelo, pero obedeció sumisa y se apartó cuando Mary se la llevó del brazo. No invitó a café a los habitantes de la isla después del entierro, a la abuela no le habría gustado.
—¿Podéis quedaros con Tussa? —les preguntó a los Larsson, los vecinos de enfrente. Y ellos respondieron que sí, que por el gato no tendría que preocuparse.
Antes de emprender el regreso a Londres, en el barco rumbo a Gotemburgo, Linda bajó todas las persianas de la casa y no volvió la vista atrás ni una sola vez. No pensaba volver a Bergsbacka nunca más.
LINDA CAMINABA HACIA el altar con paso inestable, apoyada en el brazo de Mary, que le agarraba el codo con fuerza. No había comido nada, quizá le habría sentado bien, alcanzó a pensar.
—¿Estás totalmente segura de lo que vas a hacer? —preguntó Mary mientras se dirigían adonde se encontraba el novio, que las esperaba sonriente.
Linda asintió.
Cuando llegaron ante el altar, Mary retiró el velo que le cubría la cara y se apartó a un lado. El novio contemplaba con ternura a la que pronto sería su esposa.
—Estás preciosa —le dijo Andrew.
En las manos del mejor amigo de su padre, Linda podría sentirse segura por fin.