31

 

 

 

 

 

ELINOR ESTABA SENTADA a la mesa de la cocina de su casa, a la espera de que la empanada estuviera lista. Su madre había acudido a una entrevista de trabajo en el Flanagans. La señorita Lansing le había preguntado a Elinor si creía que a su madre le interesaría trabajar en el hotel, pues necesitaban una gobernanta que no pensara casarse y desaparecer, como hacía la mayoría.

A la madre de Elinor pareció encantarle la propuesta.

—Pero… ¿tú crees de verdad que…?

—Sí —le respondió Elinor sonriendo—. Por supuesto que sabrás hacer el trabajo. Tú ve y habla con la señorita Lansing.

A lo largo de todos aquellos años, la madre había desatendido todas sus aspiraciones para pensar solo en su marido, y por fin había llegado el momento.

El padre de Elinor entró en la cocina.

—¿Dónde está mamá?

—Sigue en el Flanagans.

El hombre frunció el ceño.

—Pero ¿qué está haciendo allí?

«¡Ay, mamá! ¿Es que no se lo has dicho?»

Elinor dejó escapar un suspiro.

—La señorita Lansing le ha ofrecido trabajo.

—¿Cómo?

—Ya me has oído. Es un buen trabajo, papá. Un trabajo que se le dará bien. Así no tendrá que dedicarse a limpiar las casas ajenas.

—Eso no tiene nada de malo.

—Ya lo sé, pero la está destrozando. En el hotel tendría otras posibilidades.

—¿De qué?

Elinor se lo quedó mirando atónita. ¿En serio que no lo entendía?

—Pues… en fin, comida casera, vacaciones pagadas, mejor salario. Trabajaría solo seis días a la semana, en lugar de siete.

El padre la miró enojado.

—¿Ha sido idea tuya?

Elinor volvió a suspirar.

—No, la señorita Lansing y mamá se vieron en una ocasión. Las dos hablan sueco y se cayeron bien.

—¿Ingrid y miss Lansing?

—Sí.

—¿Quieres decir que miss Lansing es sueca?

Se limitó a asentir.

—Entiendo. —El padre se quedó mirando al horno. Aspiró el aroma que despedía la empanada. Luego dijo—: Mmm… —Se acercó al mueble de la cocina y sacó cuatro platos y cuatro vasos, que colocó encima de la mesa. Acto seguido fue al cajón en busca de los cubiertos. Se inclinó hacia el horno—. Parece que ya está lista. ¿Tú qué dices?

Echó un vistazo y asintió.

Su padre abrió la puerta del horno y sacó la empanada.

—Solo estamos tú y yo —dijo riendo—. Los otros dos tendrán que comerse los restos, si es que queda algo cuando hayamos terminado.

Después de comer, su padre hizo algo que ella nunca había visto antes: fue a comprar un ramo de flores para su madre.

 

 

ELINOR HABÍA COMIDO demasiado en casa de sus padres. A la mañana siguiente tenía incluso náuseas, pero lo tenía bien merecido. Hacía mucho que no pasaba una velada así con su familia, y había comido un montón de la tarta del Flanagans que su madre llevó a casa.

Se levantó de la cama como pudo. ¿Iría a vomitar? Desde luego, esa era la sensación que tenía. Se encaminó al cuarto de baño y se inclinó sobre el lavabo. Estaba febril y sudorosa. Una buena ducha tal vez le sentaría bien.

Después de lavarse los dientes se sintió como nueva. Jamás volvería a comer tal cantidad de tarta, se prometió.

Ya en el comedor del personal, se preparó una tostada y se sentó a una mesa vacía. Emma empezaba a la misma hora, seguro que estaba en camino.

—Hola, ¿está Emma al llegar? —le preguntó Alexander, que apareció a su espalda.

Ella asintió.

—Sí, no puede tardar mucho. ¿Por qué lo preguntas?

—Os lo diré cuando llegue —le respondió, y se sirvió el desayuno.

Volvió a sentarse ante un plato con huevos, beicon y una tostada con mermelada.

—Ahí viene —dijo Elinor.

Emma los miró extrañada y se sentó al lado de Elinor.

—¿Qué ocurre…? —preguntó la joven.

—Alexander tiene algo que decirnos.

Miss Lansing me ha encomendado una misión —dijo el joven—. Tráete el desayuno y os lo cuento con detalle.

Alexander las informó sin extenderse de que miss Lansing necesitaba ayuda, y que ellos tres eran los elegidos para prestársela, junto con Albert, el cocinero, y su amiga lady Mary.

—¿Os hacéis una idea del honor que eso supone? —les preguntó muy serio—. Es una misión que exige que nos concentremos al máximo.

—Hombre, claro, lo entendemos perfectamente, no hace falta que nos lo expliques —replicó Emma mirándolo retadora.

—Ya, ya sé que no hace falta, Emma.

«¿Qué les pasa a esos dos? —pensó Elinor—. ¿Se habrán enfadado?»

Decidió interrumpirlos enseguida:

—¿Cuándo se supone que vamos a vernos con ella?

Miss Lansing está esperando que lady Mary vuelva de la Riviera, entonces nos citará a todos. Si se os ocurren ideas, tenedlas preparadas para entonces. Y ni una palabra a nadie. Prometedlo. Ni una palabra.

 

 

EL AMANTE DE Elinor había llegado al hotel y cuando llamó y dijo que quería hablar con la jefa del bufé frío, ella soltó una maldición.

—No puedes hacer eso —le riñó al teléfono—. Y yo no puedo salir corriendo en cuanto me llames.

—Sí, claro que puedes, porque tú me echas de menos a mí tanto como yo a ti. Venga, cariño, ven.

Su voz cálida y suplicante le llegaba al corazón, aunque no se explicaba cómo era posible, después de haber tomado la decisión de no volver a verlo. Él no era bueno para ella, así de sencillo.

Treinta minutos después se encontraba en su habitación, en su cama, tan desnuda como él.

Elinor no quería terminar aún, pero ya era tarde. Cuando el orgasmo se apoderaba de ella le nacía en la garganta un grito profundo, no podía evitarlo. Él se aferró a sus caderas y empezó a embestir con fuerza una y otra vez, hasta que también se corrió. Su cuerpo se estremecía y se encogía, y luego se tranquilizó. Se quedó allí tendido, besándola. Su lengua empezó a juguetear con la de ella, que notó entre gemidos cómo a él le crecía otra vez.

—No me da tiempo, tengo que volver… —le dijo con un suspiro al tiempo que movía las caderas sin control—. No… tengo… tiempo… ¡aah…!

Él la agarró con fuerza, como a ella le gustaba, y buscó su mirada.

—Cariño, mírame cuando vayas a terminar —le susurró—. Cariño, mírame.

De modo que ella clavó la mirada en sus ojos azules mientras sus cuerpos se movían al unísono, y cuando Elinor se corrió lo hizo con más fuerza aún que la primera vez. Él le rodeó la cintura con el brazo y le sujetó el cuerpo fuertemente contra el suyo.

Después, meneó despacio la cabeza.

—Me vas a matar, ¿lo sabías? —le dijo cariñoso, y le rozó la frente con los labios.

Elinor descansaba la cabeza sobre su brazo. Sabía que sus compañeros de trabajo se estarían preguntando dónde se habría metido.

Él la atrajo hacia sí.

—Esta noche puedo quedarme aquí. Duerme conmigo —le suplicó en un susurro—. Por favor.

 

 

EMMA ESTABA ESPERANDO a Elinor delante de su oficina. Era un cuarto minúsculo en el que apenas podía una rebullirse, pero en el letrero de la puerta se leían el nombre y el título de Elinor. Y ella se sentía infinitamente orgullosa de su rinconcito.

—¿Dónde has estado? —preguntó Emma quejumbrosa—. Yo quería hablar contigo, pero te has largado sin más.

—Bueno, pero ya estoy aquí. ¿Qué era lo que querías?

—Nada de particular, solo que me ha alegrado mucho lo que ha dicho Alexander, que miss Lansing nos haya elegido a nosotras. Y tú eres jefa, así que quizá no sea tan raro. Y Alexander también tiene de pronto un título como por arte de magia. Así que la única persona normal y corriente aquí soy yo.

—Tú nunca serás una persona normal y corriente —le respondió Elinor con una sonrisa.

—Bueno, lo que quiero es quedar bien y que hablemos de lo que vamos a proponer en el grupo.

—Ahora no tengo tiempo, ¿no podemos verlo cuando tengamos la tarde libre? Mañana, por ejemplo. Y hasta entonces, seguimos pensando, ¿no te parece?

—De acuerdo. Pero prométemelo —le dijo Emma.

—¿Es que no soy yo de las que siempre cumplen sus promesas?

Emma asintió.

—Ponte derecha esa cofia —añadió Elinor sonriendo—, no te vaya a reñir el jefe otra vez.