LINDA HABÍA PASADO un tiempo tan maravilloso con Robert que ni siquiera se había molestado en deshacer la maleta. Aún seguía en el suelo, varios días después de que él hubiera regresado a Nueva York, abierta y con la ropa a medio sacar. Ahora que se había quedado sola de nuevo, la vida debía volver a la normalidad, y ella tenía que cerrar el capítulo con sus primos. A las tres iba a celebrar una reunión con el banco, y el equipo creativo que acababa de formar se reuniría al día siguiente para hablar de cómo afrontaría el Flanagans el futuro de una forma más moderna que la actual.
Sabía perfectamente que se le daba muy bien la actualidad, el aquí y el ahora, pero no era ninguna visionaria, jamás había gozado de ese tipo de creatividad. Gran parte del éxito del Flanagans durante los primeros años se debió al modo tan brillante en que fue capaz de poner en práctica las ideas de Mary. Ahora, en cambio, estaban en la década de los sesenta, y tal vez las fiestas de lujo no fueran suficientes para estar al día.
Linda se maquilló como si trabajara en el teatro. Había que mantener el tipo durante la visita al banco y, mientras cruzaba el vestíbulo del hotel, sabía que había logrado su propósito de parecer una estrella de cine. Con unas larguísimas pestañas postizas y unas gafas de sol negras, iba meciendo las caderas sobre los tacones más altos que tenía, y así entró en el banco exactamente a la hora fijada.
El director la saludó un tanto frío y se sentó ante su mesa, desde donde le dio una conferencia sobre mujeres empresarias mientras la miraba de arriba abajo. Linda lo dejó extenderse sobre la superioridad de los hombres a la hora de llevar un negocio, sonriendo y asintiendo en los puntos adecuados. Pasó por alto el hecho de que no se interesara por su capacidad y mantuvo la boca cerrada ante su actitud misógina, con tal de conseguir que aceptara su propuesta. Luego cambiaría de banco de inmediato. Ya era hora.
El tipo reaccionó con sorpresa cuando ella le dijo que tenía hasta el último céntimo del dinero que el Flanagans adeudaba a sus primos, y, cuando salió de allí, le había concedido otras tres semanas para resolver el resto de los problemas económicos. Tenía una parte de la aportación en metálico, y de alguna forma se las arreglaría para conseguir el resto del dinero.
—Suerte —le dijo el banquero después de la reunión, que él consideraba sin duda una pérdida de tiempo.
Linda podría ser propietaria de cien hoteles y, aun así, la tendrían por una aficionada, aunque, en honor a la verdad, el Flanagans habría quebrado hace muchos años si su padre hubiera seguido al frente del negocio. El problema ahora no era la rentabilidad, al contrario. El hotel iba de maravilla, de ahí el resultado de la valoración del banco. «La cuestión es que yo, una mujer, sea tan buena a la hora de dirigir el hotel», pensó Linda mientras volvía al Flanagans.
MARY CRUZÓ EL umbral con una botella de champán en la mano.
—Querida, ponte algo decente, vamos a brindar.
Linda se había limpiado el maquillaje, se había puesto la bata de felpa blanca y no tenía la menor intención de beber champán.
—¿Qué celebramos? —le preguntó Linda sonriendo.
—Que el hotel pronto será tuyo, naturalmente.
—Bueno, aún no lo hemos conseguido —respondió Linda, que le había hablado a Mary del dinero que encontró en casa de la abuela—. Aunque es un alivio haberse librado de la amenaza de bancarrota, desde luego.
—A propósito, tengo una noticia que… —comenzó Mary.
Linda la interrumpió.
—Hay otro motivo de celebración. —Le sonrió—. Me he enamorado de un hombre. —Se rio al ver a Mary boquiabierta—. Es verdad. Tenías razón sobre Robert. Es perfecto para mí.
—¿Robert es Robert Winfrey? Pero por Dios, es maravilloso. —su amiga sonreía de oreja a oreja. Rebuscó con la mano en el bolso, y enseguida dejó el paquete de tabaco encima de la mesa—. Me resulta del todo imposible concentrarme sin un cigarrillo —dijo, y encendió uno—. Muy bien, ahora quiero que me lo cuentes todo acerca de mi buen amigo Robert. Me encanta la idea. ¿Cómo es en la cama? Maravilloso, ¿verdad? Tengo que saberlo todo, cuéntame los detalles, vamos. Solo de pensar en ese hombre me entran sudores.
—HAY QUE DAR las gracias a la señora Kennedy —dijo Mary y dobló las piernas encima del sofá. Las dos se habían cambiado y se habían puesto pantalones y una camisa amplia, y ahora se disponían a cenar en la suite.
—¿Por qué? —le preguntó Linda.
—Se viste de una forma bastante cómoda. Al principio me parecía que no era muy femenino, pero es de lo más agradable no tener que llevar cinturones ceñidos a todas horas.
Llamaron a la puerta y Linda fue a abrir.
Al ver quién les llevaba la comida se le iluminó la cara.
—Elinor, pasa.
La joven entró empujando el carrito y le sonrió a Mary. Cuatro campanas plateadas cubrían la comida, pero nada podía ocultar el agradable olor que despedían. A Linda se le encogió el estómago. Los últimos días apenas había probado bocado.
—Esta es Elinor, un motivo de esperanza en el futuro de este hotel —le dijo a Mary y, dirigiéndose a Elinor, continuó—: Y esta es lady Mary, que formará parte del mismo grupo de trabajo que tú.
Elinor se inclinó cuando Mary le dio la mano para saludarla. Era una lady, sí, pero no se creía superior a los demás.
—¿Dónde quieren que ponga la comida?
—Déjala ahí, ya nos arreglamos nosotras. Mil gracias, Elinor. Nos vemos mañana a las nueve en mi despacho, ¿verdad?
—Sí, allí nos vemos.
Cuando Elinor se marchó, Mary le dijo:
—Y ahora soy yo quien tiene que contarte una noticia. He hablado con mi querido esposo y dice que te prestará el resto del dinero. —Miró a Linda con expresión esperanzada.
—No, lo siento, no puedo aceptarlo.
—Pues claro que puedes. Linda, tienes que tragarte ese orgullo. Acepta la oferta de Archie, ya encontrarás otra solución y el modo de devolvérselo. Así no tendrás que preocuparte por nada.
—No sé qué decir —le respondió en voz baja—. Es muy generoso por su parte.
—Ya, pero es un préstamo, y lo devolverás en cuanto te sea posible, así que… Y ahora quiero que me cuentes cuál será el siguiente paso en tu romance con Robert. ¿Cuándo vuelve a Londres?
—Cree que podrá dentro de un par de semanas. Tenía un asunto que resolver en Nueva York, pero luego se quedará aquí un mes entero. Conmigo. Aquí.
Mary no cabía en sí de asombro.
—Querida, no sabes cómo me alegro por ti. Imagínate, ¡cuánto lo vais a hacer! —exclamó con un brillo en los ojos.
—Mary, quiero a Robert. —Linda suplicó para sus adentros que aquello no fuera un mal presagio—. Tenemos que comer antes de que se enfríe todo —continuó para cambiar de tema. Quería deshacerse de la llama de inseguridad que se había prendido cuando desveló sus sentimientos más profundos. Robert era distinto de los hombres a los que estaba acostumbrada, y con él se sentía segura, pero no quería hablar de más. Después de todo, acababan de conocerse, aunque según él hacía ya más de diez años.
Mary le sonrió cariñosamente, como si hubiera comprendido que Linda había dicho algo que la hacía vulnerable, y levantó la campana de uno de los platos.
—Madre mía, qué buena pinta —dijo aspirando el aroma—. Un pescado, no sé cuál. Muy artísticamente dispuesto, debo decir. ¿Es así como se hace ahora?
—Tenemos un cocinero nuevo muy ambicioso, que, por cierto, también va a participar en la reunión de mañana, y es muy dado a ese tipo de innovaciones. Según él, la comida debe entrar por los ojos, además de estar rica. Ha pasado muchos años trabajando en Francia, donde aprendió de los mejores.
Por suerte, el chef Duncan había sabido apreciar la destreza del nuevo y joven cocinero y le había permitido que manejara los fogones. Eso lo honraba, desde luego, pero de no haber actuado así, Linda lo habría despedido, a pesar de todos los años que estuvo trabajando para su padre. Ya no podía permitirse el lujo de ser bondadosa.
Mary trató de convencer a Linda para que bebiera vino, pero ella se negó, así que brindaron con agua servida en finas copas de cristal y comieron en silencio unos instantes.
—Dime, ¿quieres que aprovechemos de alguna forma el hecho de que Laurence esté prendado de mí? —preguntó Mary, que fue la primera en reanudar la conversación.
—¿Qué se te ha ocurrido?
—Nada, estaba pensando en voz alta. Creo que voy a concertar una cita con tu primo —murmuró pensativa—. Para tomarle un poco el pulso, más que nada.
—Mary… —dijo Linda con tono de advertencia.
—Es tan vanidoso y tan fanfarrón que quizá pueda sonsacarle sus planes… Te prometo que no voy a acostarme con él —le aseguró sonriente al ver que Linda la miraba espantada.
—¿Estás segura? ¿Qué más necesitamos saber?
—Pues qué piensa hacer exactamente cuando hayas comprado su parte. ¿De verdad es ese su plan, eliminarte del negocio? ¿Eso es lo que quiere para el viejo hotel de la familia? No me negarás que es algo de lo más llamativo.
—A mí no me sorprende nada. Creo que me odia más de lo que ama este hotel.
—Pero… tus primos querían a tu padre, ¿no?
—Ya, pero, para empezar, él era hombre, lo que para esos cerebros patéticos que tienen es un punto positivo; para continuar, seguramente pensaban que yo no querría conservar el hotel, sino que decidiría entregárselo a ellos.
—Pienso concertar una cita —insistió Mary—. Me pondré en contacto con él después de nuestra reunión de mañana.
—Mary, no, preferiría que no lo vieras —le dijo Linda con preocupación—. Nos las arreglaremos aun sin saber cuáles son sus planes.
—Tranquila, seré muy discreta, te lo prometo.