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ELINOR ESTABA ESPERANDO a su madre en el sótano, junto a la puerta de acceso de los empleados, y la llevó a desayunar. Era su primer día laborable, y se presentó a las siete y media en punto, tal como habían acordado.

—Estoy nerviosa. ¿Hay algo en particular que deba tener en cuenta? —preguntó.

—No, solo tienes que hacer lo que te manden. ¿Qué ha dicho papá cuando te has ido?

—Para entonces él ya llevaba un buen rato en el trabajo —respondió Ingrid—. ¿Te he contado que tu hermano también ha conseguido trabajo en el puerto?

—Mamá, solo tiene quince años, es un trabajo demasiado duro…

Un velo sombrío apagó la mirada de la mujer.

—Ya, pero sabes bien que yo ahí no puedo opinar. Según tu padre, ese es el camino. Hay que ganar dinero.

—Sí, aunque yo habría preferido que estudiara —respondió Elinor.

—Para eso no hay dinero. El año que viene, quién sabe.

Las dos sabían que para entonces habría perdido la oportunidad. Cuando uno empezaba a trabajar en el puerto no salía de allí. Al menos, así lo veía el padre de Elinor. Lo importante era tener trabajo, luego venía luchar por unas buenas condiciones.

A ella le habría gustado estudiar en la universidad, pero siempre supo que era imposible. Era una injusticia, pero trataba de compensarlo con los cursos por correspondencia, y tanto ella como Emma habían seguido ya varios. Cuando el horario laboral se lo permitía, estudiaban juntas, y las dos tenían muy buenas calificaciones en los exámenes.

—Quizá el año que viene, sí —asintió Elinor.

Después del desayuno, acompañó a su madre para que le dieran el mismo uniforme que a las demás trabajadoras de su sección. Un vestido negro, y cofia y delantal blancos. A la menor mancha, tenía que cambiar de delantal, le advirtió Elinor.

Su madre asintió y la miró muy seria.

—De verdad que quiero hacer un buen trabajo —le dijo.

Su hija le dio una palmadita en el hombro.

—Lo sé, mamá, y antes de que termine la semana, la señora llorará de gratitud por poder contar contigo.

—¿De verdad lo crees?

—Estoy convencida. —Echó una ojeada al reloj de la pared. Ya eran las nueve menos cuarto—. Ven, te voy a llevar a su despacho. Está al lado del mío. Vamos.

 

 

TENÍA EL ESTÓMAGO revuelto. Elinor se sentía un poco mareada ante la sola idea de tener que presentar algún plan. Ojalá nadie se lo pidiera. Salvo Emma, los demás eran mayores y con más experiencia. Alexander tenía veintitrés años y Albert, por lo menos veinticinco. Los dos habían trabajado en otros establecimientos antes de empezar en el Flanagans.

En la amplia mesa de reuniones del despacho de miss Lansing había botellas de agua, teteras, galletas, mermelada, servilletas, cuadernos para tomar notas, bolígrafos y, a un lado, una pizarra. Elinor saludó a Alexander y a Albert y se sentó al fondo, al lado de Emma.

—¿Tú también estás nerviosa? —le preguntó a Emma en voz baja.

—¿Por qué? —Solo tenía ojos para las galletas.

—Se supone que tenemos que ayudar a salvar el Flanagans. Es una misión muy importante.

Emma asintió.

—Lo sé, pero el cómo no solo se nos tiene que ocurrir a ti y a mí.

Una vez más, Elinor pensó que le gustaría parecerse más a Emma, poder tomarse las cosas con tranquilidad. Tal vez esto fuera un buen entrenamiento para ese fin, no había que perder la esperanza.

La señorita Lansing entró con lady Mary y todos se levantaron para saludarlas. Tanto Elinor como Emma inclinaron levemente la cabeza, mientras que Alexander y Albert hicieron una reverencia.

—Qué bien que ya esté la mesa puesta —dijo Linda—. Adelante, servíos. Creo que se trabaja mejor cuando no se tiene hambre.

Elinor examinó la mesa. Era una mezcla un tanto rara, pero pensó que miss Lansing debía de haberlo hecho a propósito, y todo el mundo parecía animado y esperanzado.

—El motivo de nuestra reunión de hoy es el siguiente: mis primos, Laurence y Sebastian Lansing, quieren venderme su parte del hotel, con la intención de construir un nuevo Flanagans al final de la calle.

Emma abrió los ojos de par en par.

—Sebastian, con lo amable que me parecía, el que siempre anda por estos pasillos, ¿es primo de miss Lansing? Ya se lo diré yo la próxima vez que se presente por aquí abajo —susurró Emma.

Elinor le puso la mano en el brazo para calmarla.

—No vas a hacer nada, Emma. Contrólate.

La señorita Lansing paseó la mirada alrededor de la mesa.

—A mis primos no les hace ninguna gracia que yo dirija el hotel y llevan muchos años tratando de eliminarme. Yo no tengo dinero suficiente para comprar su parte, y el banco no confía del todo en mí como empresaria por ser mujer.

Los empleados se miraron atónitos.

—El marido de lady Mary me ha asegurado que me prestará el dinero sin problemas, pero como comprenderéis, me resulta difícil aceptarlo. Preferiría resolverlo por mí misma. —Se rio y meneó la cabeza, como si fuera un imposible—. La finalidad de este grupo es conseguir que el hotel sobreviva pese a la competencia a la que nos veremos expuestos. Debemos buscar los medios de ganar dinero a corto plazo, pero también de crear proyectos que perduren en el tiempo, claro está.

Tomó un trago de agua antes de proseguir:

—Yo soy pésima a la hora de innovar, por eso os necesito a vosotros, que pertenecéis a la nueva generación. Y también a lady Mary, que, a decir verdad, consiguió que sobreviviéramos el primer año después de la muerte de mi padre. No se habrían celebrado aquí tantas fiestas famosas de no ser por ti, Mary. —Le dio a su amiga una palmadita en el hombro—. De modo que la cuestión es: ¿qué podemos hacer en la recepción, en la cocina, en el restaurante y en las habitaciones para que los clientes digan «¡Qué maravilla!», y quieran volver? Necesitamos tener lleno siete días a la semana. Gracias a la iniciativa de Alexander, hemos resuelto parcialmente el problema del ruido de las obras que han emprendido mis primos. Soluciones así es lo que necesitamos, por favor. —Les mostró el cuaderno y el bolígrafo—. Cada uno tenéis el vuestro y… —se interrumpió y miró el reloj— además disponéis de dos horas para plasmar ahí vuestras ideas. Lady Mary dirigirá el trabajo.

Dejó el cuaderno y miró a su amiga, que se mostró de acuerdo. Acto seguido, miss Lansing dejó el despacho.

 

 

CUANDO LA MADRE de Elinor terminó su primera jornada laboral, ella la invitó a su cuarto para que le contara cómo le había ido.

En realidad, la satisfacción que reflejaba su cara decía todo lo que Elinor necesitaba saber, pero la buena mujer no tardó en detallarle todos los pormenores. Cómo relucía la plata después de abrillantarla, lo fácil que le resultó poner a punto las dos habitaciones que le correspondieron, y que luego ayudó a preparar una de las salas de reuniones.

—Y todos han sido buenos y amables conmigo —dijo radiante—. Aquí voy a estar divinamente. —De pronto cayó en la cuenta y preguntó dudosa—: Y a ti, ¿cómo te ha ido? Te veo algo decaída. No te estarás poniendo enferma, ¿verdad? Ahora mismo pasan cosas horribles y hay resfriados terribles con muchísima tos y que tardan en curarse. Debes tener cuidado de no enfriarte, hija mía.

Elinor asintió. Seguramente, estaría cansada. Después de dormir toda la noche se encontraría mejor.

A la mañana siguiente, sin embargo, supo que sus sospechas eran ciertas. Cuando una se despertaba mareada todas las mañanas… Había oído demasiadas historias al respecto, pero ella había tomado precauciones. No se había descuidado ni una sola vez. ¿Cómo era posible?

Desesperada, dio un puñetazo en el almohadón. Estaba a punto de echarse a llorar. Ya lo sabía ella, lo de tener éxito no era lo suyo. Se convertiría en madre soltera, una de tantas como había en Notting Hill. Miss Lansing la despediría. Y que el padre de la criatura asumiera la responsabilidad, ni soñarlo. Ya era mucho atrevimiento tener una amante negra.

¿Cómo había podido ser tan tonta?

Se levantó de la cama con un suspiro. No podía seguir compadeciéndose de sí misma. El trabajo la estaba esperando, y no pensaba decirle a nadie una palabra sobre el asunto. Había oído decir que era posible deshacer lo hecho, y tenía que averiguar más al respecto. En su barrio había una mujer que lo había hecho, y Elinor se dijo que quizá pudiera hablar con ella sin que su madre se enterase.

Se pasó el día sin poder pensar en otra cosa. ¿De cuánto estaría? En cuanto entraba en el baño, se miraba la barriga. No estaba más hinchada que hacía un mes. El pecho, en cambio, le dolía un poco. La última regla había sido más breve de lo normal. ¿Estaría embarazada ya entonces? ¿Debía contárselo a él? No, ¿para qué? Sabía que él no podría ayudarle. Le daría dinero, hasta ahí sí llegaría, pero no podía contar con que se responsabilizara más allá.

Se rio para sus adentros al pensar en las vueltas que le daría al anillo si se lo contaba.

No, tendría que arreglárselas ella sola, sin implicar a nadie del hotel. Ni siquiera Emma debía saberlo. Elinor confiaba en ella, pero no en su natural impetuoso. Y no podía contárselo sin desvelar quién era el padre.

Cuando por fin llegó la noche, le costó conciliar el sueño. Todos sus planes de futuro se habían esfumado de un plumazo. Al día siguiente iría a casa y trataría de localizar a alguien que supiera cómo interrumpir el embarazo, no le quedaba otra alternativa. Tener a la criatura y darla luego en adopción también era una posibilidad, desde luego, pero el niño no sería ni blanco ni negro, y resultaría imposible encontrar unos buenos padres que quisieran a un niño así… De modo que su hijo tendría que vivir en un orfanato.

Las primeras lágrimas empezaron a rodarle por las mejillas, y ya no pudo parar.

 

 

ELINOR NO HABÍA pegado ojo en toda la noche. Trató de tomarse una taza de té, pero las náuseas no le daban tregua. Lo tiró al fregadero y repasó lo que iba a decirle a la mujer de Notting Hill: una amiga suya había caído en desgracia y ahora tenía que deshacerse de la criatura.

Tan difícil no podía ser…

Sin embargo, aquella mujer debía de ser vidente, porque Elinor no había terminado de contarle la historia cuando ella la interrumpió diciéndole «¡Bobadas!», antes de preguntarle de cuánto estaba.

—No lo sé —le respondió Elinor con un susurro.

—Ya, pero ¿cuándo fue la última vez que tuviste la regla?

—Hace cinco semanas, pero sangré solo un poco. Demasiado poco.

—Bueno, yo no soy médico, pero sí sé que se puede sangrar un poco incluso estando embarazada. En fin, que tú quieres saber cómo se puede arreglar eso, ¿no? —preguntó la mujer. Se había sentado con las piernas abiertas, sin temor a invadir el espacio, igual que hacían los hombres. Elinor, por su parte, tenía las suyas bien juntas, las manos entrelazadas en el regazo y la vergüenza ardiéndole en las mejillas.

Asintió al tiempo que respondía:

—Sí, tengo entendido que tú sabes de alguien que…

Aquella mujer te atravesaba con la mirada, y Elinor no sabía cómo resguardarse de ella.

—Vamos a ver, si el padre del niño estuviera a tu lado, ¿querrías abortar?

Elinor meneó la cabeza:

—No, de ninguna manera, pero no puedo tenerlo y quedarme sola con el bebé.

—Eso está claro, y es la mujer la que decide qué quiere hacer —le dijo—, pero ¿tú se lo has contado a él o lo has organizado todo tú solita?

—No se lo he contado —confesó Elinor.

—Pues vuelve cuando hayas hablado con él. No quiero contribuir a una desgracia si se puede evitar. —La mujer se levantó y Elinor hizo lo mismo.

—Pero, si yo quisiera, ¿hay salida?

Las dos se encaminaron a la puerta.

La mujer asintió.

—Sí, pero puede que luego nunca puedas quedarte embarazada. Eso, si es que sobrevives siquiera.

Ya en el vestíbulo, garabateó su número de teléfono y se lo dio a Elinor.

—Si me llamas, que sea porque no te queda otra salida. Prométemelo.

 

 

CONSIGUIÓ DEJAR NOTTING Hill sin cruzarse con un solo conocido, y cuando se vio delante del Flanagans fue como respirar un aire de otra clase. Allí se sentía segura.

Miss Lansing la saludó al verla en la entrada.

—Qué bien que hayas venido. Sé que hoy es tu día libre, pero me gustaría hablar un momento contigo. ¿Te apetece un té?

Era imposible decir que no, naturalmente. Cuando iban hacia el salón, Elinor se miró la indumentaria y se dijo que iba aceptable, o eso esperaba. Nunca había tomado el té en el salón; para ella era terreno prohibido.

Les sirvieron el té y unos sándwiches como los que Elinor preparaba por miles en la cocina, y cuando miss Lansing le ofreció la bandeja, ella le sonrió.

—¿Son tan apetitosos como los que sueles hacer tú? —le preguntó sonriendo.

Elinor asintió y se sirvió uno. Después del encuentro con la mujer, se sentía un poco mejor, pues ahora sabía que había una solución. Y lo cierto era que tenía mucha hambre.

Dio un bocado al sándwich. Estaba riquísimo. El pan estaba recién hecho, y habían cortado el pepinillo en rodajas muy finas. Quien lo hubiera preparado, sabía lo que hacía.

—Iré directa al grano —dijo miss Lansing—. En este hotel no pasa nada sin que yo me entere.

Elinor asintió, sin saber muy bien a qué se refería.

—Estoy al tanto de tu aventura.

A Elinor se le atragantó el pepinillo en la garganta y, en medio de un golpe de tos, se llevó la servilleta a la boca hasta que pudo tragar. Se quedó mirando a su jefa con cara de espanto.

—No era mi intención pillarte desprevenida —le dijo miss Lansing sonriendo—. Y no has hecho nada malo, salvo andar escondiéndote por los pasillos. Como comprenderás, no es una conducta apropiada.

Elinor bajó la vista. ¿Qué podía decir?

—En realidad, solo quiero decirte que tengas cuidado. Estás jugando con fuego y no quiero que salgas mal parada. Cuento contigo para el futuro del Flanagans, y si tienes problemas, quiero que acudas a mí. —Dijo aquellas palabras con un tono suave, como si de verdad le importara.

La muchacha seguía con la cabeza gacha.

—¿Elinor?

—Ya es tarde —dijo con un hilo de voz.

—¿Tarde para qué?

—Ya he sufrido las consecuencias de jugar con fuego.

—¿A qué te refieres? ¿Hay algo que me quieras contar?

—Bueno, en realidad, lo que quiero decir es que estoy muy avergonzada, que debería haberlo pensado mejor —dijo.

—Cuídate, Elinor. —En la voz de miss Lansing resonaba una sincera preocupación.

Ella sonrió tímidamente. Había estado a punto de hablar de más, pero, en el último instante, logró salvar la situación.

Tenía que interrumpir aquel embarazo cuanto antes.