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ELINOR RESPIRÓ HONDO antes de abrir la puerta de la habitación 319.

Sebastian Lansing estaba sentado en la cama. No sonreía, como solía hacer cuando se veían. Ese destello de siempre, que ella era incapaz de resistir, había desaparecido.

Se le cayó el alma a los pies.

Sebastian le tendió una mano.

—Ven, siéntate aquí conmigo —le dijo dando una palmadita en la cama.

Ella le dio la mano dudosa.

—¿Ha pasado algo? —preguntó Elinor.

—Sí, podría decirse que sí. —Sus ojos reflejaban un hondo cansancio, como si no hubiera dormido en toda la noche—. He perdido una buena cantidad de dinero de un plumazo, lo que, en sí, no tiene importancia; sin embargo, también he perdido lo que yo creía que era mi familia. —Al pronunciar aquellas palabras, le apretó la mano—. Mi hermano y yo hemos cedido nuestra parte del Flanagans. Todos los planes que teníamos se han ido al traste, y todo porque mi hermano es un cerdo consumado. —Se llevó la mano de Elinor a la boca y la besó—. Ha deshonrado nuestro nombre y nuestra herencia. El dinero es una pérdida menor, aunque han sido cantidades considerables.

Elinor comprendió enseguida que tendría que resolver el problema ella sola, que sería ridículo contarle ahora lo ocurrido. ¿Qué se había creído? Sabía perfectamente lo que su torpe y necio cerebro había imaginado: que él se alegraría. Que se alegraría… «Menuda tonta estoy hecha», pensó.

Se obligó a centrar su atención en lo que él le estaba contando.

—¿Habéis renunciado al Flanagans? Eso no se puede hacer… ¿O sí?

—Sí, claro que sí, cuando, como ha hecho mi hermano, has agredido sexualmente a la mejor amiga de mi prima Linda.

—No lo entiendo.

—Laurence y yo íbamos a construir un nuevo Flanagans.

—Sí, eso lo sabía, me lo contó miss Lansing.

—Entonces conocerás también el Mozart, el nuevo restaurante que hay más abajo, en la misma calle.

—Vaya si lo conozco. Me echaron de allí no hace mucho. ¿Qué pasa con ese restaurante?

—¿Que te echaron? —Sebastian la miró incrédulo.

—Sí. Se ve que el color de mi piel no les gustaba.

Él la miró afligido.

—Es nuestro. Vamos… Bueno, íbamos a construir encima un hotel. Queríamos apostar por un concepto totalmente nuevo, que este barrio de la ciudad necesita sin duda. Queríamos demostrar que éramos mejores que nuestra prima. Hoy me avergüenzo de ello, y más aún porque yo sabía que Laurence no quería aceptar clientes negros. El único que podía oponerse a él era yo, y lo dejé pasar, guardé silencio. Elinor, no sé en qué estaba pensando… ¡Dios mío, mi amada Elinor, cuánto lo siento!

Ella retiró despacio la mano de entre las suyas.

—Tengo que irme ya —dijo con voz monocorde. Se levantó de la cama. Dudó un instante. Luego añadió en voz baja—: Y no quiero que vuelvas a hablar conmigo nunca más.

Tenía que marcharse antes de romper a llorar. Llamaría al número de Notting Hill que le habían dado y pediría ayuda para deshacerse de la criatura que crecía en sus entrañas. Que se alegraría… Llegó a pensar que él se alegraría… «Idiota, más que idiota.»

—No te vayas, Elinor. Te lo ruego. No me dejes. —Tenía los ojos llenos de arrepentimiento.

Ella lo miró una última vez.

—Adiós, Sebastian.

Cerró la puerta al salir y, en ese mismo instante, se le rompió el corazón.

 

 

—¡AH, AHÍ ESTÁS! —Emma se acercó corriendo a Elinor cuando la vio por el pasillo en dirección al alojamiento del personal—. Llevo todo el día llamando a tu puerta, ¿dónde has estado?

Elinor se encogió de hombros.

—Quiero estar sola, Emma. —Pasó de largo y continuó su camino.

Su amiga la siguió.

—Pero ¿qué te pasa? ¿Por qué no me invitas a un té? Tengo la tarde libre y llevo un montón de tiempo queriendo hablar contigo. Hace varios días que no coincidimos.

Elinor suspiró para sus adentros: Emma no se rendiría jamás.

—Bueno, un té. Y luego te vas, ¿de acuerdo?

—Mi madre y mi abuela han estado aquí —dijo Emma cuando llegaron a la puerta de Elinor, antes de abrir y entrar en el cuarto de su amiga.

—Anda, siéntate —le dijo Elinor—. Ve hablando mientras pongo a hervir el agua.

—Me pillaron en brazos de Alexander, y ahora creen que soy una casquivana y que llegaré a casa un buen día cargada con un bastardo.

—Madre mía, Emma. No sabía que tuvieras nada con él. En fin, no digas más, tampoco quiero saberlo.

—Y no lo tengo, pero eso no es lo peor. Han roto las relaciones conmigo. Mi propia madre, que, según la abuela, lleva toda la vida mintiéndome. Yo soy el resultado de que ella misma se comportara en su día como una mujerzuela —dijo señalándose a sí misma—. Ella sí que fue casquivana, no yo. Mi padre no está muerto, simplemente, no la quería a ella y tampoco a su bastardo —añadió, volviendo a señalarse.

—Vaya —le respondió Elinor. Porque, ¿qué iba a decir? Casquivana parecía ser la palabra del día. Le ardían las mejillas de vergüenza al pensar que Sebastian se había acostado con ella de noche, pero le había negado el acceso a su restaurante a la luz del día.

—¿No te irrita? —le preguntó Emma.

—No, no demasiado. Estoy acostumbrada a la hipocresía, pero sí me entristece que te haya afectado de ese modo, de verdad que sí.

Emma murmuró algo inaudible.

El agua del té ya estaba hirviendo, y Elinor puso las tazas en una bandeja, que llevó a la mesa en la que Emma esperaba sentada.

—Mi madre insistió en que tenía que casarme. ¿Has oído algo más horrible?

—Bueno, tú y yo no tenemos la misma idea del matrimonio —le dijo Elinor sonriendo a medias—. A ti se te declararán montones de veces, sin embargo, mi mano no la pedirá nadie —aseguró—. Lo del color de las mejillas, ya sabes…

—¡Pues claro que te propondrán matrimonio! —exclamó Emma—. Si eso es lo que quieres, desde luego.

—Estoy embarazada —dijo Elinor serena—. ¿Cuántos pretendientes crees que tendré ahora?

Emma la miró atónita mientras asimilaba la noticia.

—¿Qué piensas hacer? ¿Quién es el padre? ¿Qué ha dicho? ¿No vais a casaros?

Elinor sonrió tristona.

—No, no pienso casarme ni contárselo al padre. Pienso abortar.

—Pero… ¡eso es ilegal!

Elinor suspiró.

—Ya, pero ¿qué otras opciones tengo? No puedo convertirme en madre soltera. Arruinaría toda mi vida. Y lo sabes. Y dar en adopción a un niño que es medio blanco, medio negro…

—¡Ay, Elinor! —Emma se enfureció de pronto—. Pero ¿y él? El que te ha dejado embarazada. ¿Quién es? ¿Quieres que hable con él?

Elinor la miró a los ojos.

—¿Él? Estará con esa familia tan elegante que tiene, supongo.

—¿Está casado?

—No.

—¿Y no quiere casarse contigo?

Elinor soltó una risotada.

—Claro que no, ¿qué diría la gente?

—Menudo canalla.

—Él no sabe lo que me pasa.

—Pues tienes que contárselo. A lo mejor está enamorado de ti. —De pronto cayó en la cuenta—: ¿Y tú? ¿Estás enamorada de él?

—Lo que yo sienta no tiene la menor importancia.

—Madre mía, ¡qué ser más repugnante! Yo te ayudaré. Dime, ¿qué quieres que haga?

—Aparte de ti, nadie lo sabe —le dijo Elinor—. Tienes que prometerme que vas a mantener el secreto.

Emma asintió. Lo entendía.

—No diré una palabra.

—Voy a ver si consigo cita con una persona que me ayude a abortar. Me han dado el número de teléfono. ¿Crees que podrías acompañarme?

Emma le estrechó la mano

—Por supuesto que iré contigo, Elinor. Eres mi mejor amiga.

—¿Y puedo quedarme a dormir en tu cuarto esta noche? No quiero dormir sola.

—Claro que sí. Ven, yo te cuidaré.

—Tengo que salir a hacer la llamada.

—Pues vamos. Te acompaño.