41

 

 

 

 

 

EL ABORTO IBA a costarle a Elinor todos sus ahorros, pero ese no era el principal problema. El hombre que iba a realizar la intervención le dijo por teléfono que sufriría una hemorragia y que, durante unos días, no podría ir a trabajar. Y claro, eso no podía ser. Tenía que volver a su puesto mañana a primera hora.

Emma fue dándole la mano todo el camino, hasta que llegaron a la dirección que buscaban.

—Si algo sale mal, tendrás que hablar con mi madre.

Emma asintió.

—Hoy trabaja, y se estará preguntando dónde me he metido. Le mentiré, le diré que hemos estado juntas tú y yo, que hemos dado un buen paseo.

—Naturalmente. Sí, por supuesto. —Luego, Emma le preguntó—: ¿Estás asustada?

Elinor estaba aterrada. Cuanto más se acercaban al callejón, más mareada se sentía. Por un instante casi cambió de idea. Bien podía tener al niño y procurar que todo fuera lo mejor posible. Ella todavía era joven. Miss Lansing era una jefa moderna, no la despediría.

Sin embargo… ¿qué vida le esperaba a aquella criatura? Las jornadas de trabajo en el Flanagans eran largas, sesenta horas semanales era el horario habitual. ¿Dónde dejaría al niño mientras ella estuviera trabajando? No tenía casa propia ni ganaba lo suficiente para pagar una niñera. Era imposible.

Recordó que le habían advertido que tal vez no pudiera tener más hijos, pero casi mejor así. Sencillamente, debía mirar al futuro, la vida que le quedaba por delante, no pensar en la pérdida, eso era lo que debía hacer… Unos bracitos alrededor de su cuello, una cabecilla cubierta de un vello fino, una sonrisa que quizá se pareciera a la de Sebastian, una criatura que con el tiempo la llamaría mamá… Simplemente, tenía que dejar de… Dejó escapar un sollozo, y Emma la agarró fuerte del codo.

—¿Quieres descansar un poco? Podemos sentarnos ahí —dijo Emma señalando un cajón de madera que habían dejado tirado en la calle.

Elinor negó con la cabeza.

—No, vamos a entrar ya. Tengo que hacerlo, no me queda más remedio. Es solo que… no sabes el dolor que siento aquí. —Se señaló el corazón y luego se aferró a Emma—. Tú siempre lo ves todo con optimismo, Emma. Dime que va a salir bien, dime que podré tener hijos en el futuro. Dime que el alma de esta criaturita indefensa vendrá a mí con otra forma…

 

 

—HAS TENIDO SUERTE —dijo el hombre que les abrió la puerta—. Una se ha arrepentido, si no te habría tocado esperar una semana. —Señaló al interior del barracón—. Ahí dentro. Desnúdate de cintura para abajo. Ella tiene que esperar fuera —dijo señalando a Emma—. Y lo primero de todo, el dinero.

Emma miró a Elinor.

—¿Estás totalmente segura? —le susurró. Aquel hombre se parecía al carnicero de su pueblo.

Elinor estaba pálida como una vela de cera, como si ya se hubiera quedado sin sangre. A Emma le parecía horrible ver a su amiga en ese estado.

Cuando entraron en el cuarto, Emma trató de mantener el contacto visual con Elinor, pero ella tenía la mirada vacía y ni siquiera giró la cabeza. La puerta se cerró y Emma escondió la cara entre las manos.

El grito desgarrador que atravesó la puerta unos instantes después fue lo más horrendo que había oído en su vida.

 

 

—¿DÓNDE ESTÁ ELINOR? ¿Alguien ha visto a Elinor?

Sebastian la buscaba presa del pánico, tenía que encontrarla. Llevaba dos días llamando a su puerta sin resultado y ya empezaba a agotarse el tiempo. Simplemente, tenía que encontrarla.

Alguien la había visto salir por la puerta de los empleados, pero nadie sabía decirle adónde se dirigía. El personal de cocina se abstuvo de preguntarle por qué tenía tanto interés, y él se dio perfecta cuenta de cómo lo miraban, pero le daba igual. Subió la escalera hasta el vestíbulo de varias zancadas, y luego, igual de rápido, el tramo que subía al despacho de Linda. Abrió la puerta de golpe, sin esperar un segundo.

—No consigo dar con ella —dijo sin resuello—. No consigo dar con Elinor y estoy empezando a asustarme.

Linda tenía el teléfono en la mano, pero colgó enseguida al verlo en el umbral.

—Precisamente iba a llamarte ahora mismo. Sé dónde está, y hay que darse prisa. Ven. Charles nos está esperando fuera con el coche.

Sin más aclaraciones, Linda salió y cerró la puerta.

—Vamos, date prisa —dijo—. Vamos a llegar tarde, pero quizá podamos evitar que se desangre. He llamado a mi médico de Harley Street y nos recibirá en la consulta.

Cruzaron a toda prisa por entre la gente que había en el vestíbulo, y Linda lo metió a empellones en el coche.

Sebastian estaba destrozado. ¿Qué había hecho? Elinor no llevaba mucho tiempo trabajando en el Flanagans cuando se fijó en ella, pronto haría un año. Se había acostado con otras durante ese tiempo, y quizá ella también había tenido otros amantes, pero los últimos meses solo le apetecía verla a ella. Aquella sonrisa suya tan particular y su forma de mirarlo lo desarmaban, lo caldeaban por dentro, se sentía feliz y orgulloso al mismo tiempo. Llevaba ya bastante tiempo albergando aquellos sentimientos, ¿por qué no se lo había dicho a ella?

Y ahora, Elinor estaba embarazada de su hijo.

No le importaba en absoluto que ella perteneciera a otra clase social, ese era el tipo de cosas que preocupaban a su madre; era solo que no se había dado cuenta de que lo que sentía era amor. Él solo sabía que quería estar con ella. Oír su voz. Hacerla reír. Hasta ahora siempre se habían visto a escondidas, en secreto. A partir de ahora, en cambio, quería llevarla consigo a todas partes, a la vida real. Hacerle regalos, darle una casa bonita, un hogar, y no ese cuarto que tenía en el hotel.

—Charles, esto es cuestión de vida o muerte, ve más rápido, ¡corre!

 

 

—GRACIAS POR LLAMAR —le dijo Linda a Emma cuando la vio en la puerta del barracón—. Supongo que ya conoces a mi primo Sebastian, él es el responsable de lo que le ha pasado a Elinor.

Emma y Sebastian se miraban perplejos.

—Sí —dijo Emma dubitativa—. Nos hemos visto, sí…

Recibió una mirada de agradecimiento de Sebastian, que se apresuró a seguir por el pasillo.

—Al fondo a la derecha —gritó Emma mientras se alejaban. No era capaz de acompañarlos.

Él.

«¿Por qué él, precisamente?»

 

 

ELINOR HABÍA TENIDO suerte. El instrumento que aquel carnicero había utilizado estaba mal ajustado y le hizo daño en los genitales, pero nunca llegó a alcanzar al feto. Linda y Sebastian metieron a Elinor en el coche y Charles los llevó a la consulta del médico de Linda, que los tranquilizó. Elinor estaba aturdida por la hemorragia, pero sintió el calor de la mano de Sebastian.

Su compromiso se hizo público unos días después. Ella no dudó un instante en cuanto se dio cuenta de que Sebastian la quería de verdad. Celebrarían una boda íntima y sencilla, sin familia ni amigos.

—Claro, que yo quiero que vengas tú —le dijo Elinor a Emma.

—¿Cuándo dices que es?

—El sábado de la semana que viene.

—¡Vaya, no puedo! Ese día voy a ver a mi madre.

Elinor la abrazó enseguida.

—¡Cómo me alegro por ti! —le dijo—. ¡Qué alivio que hagáis las paces! Estarás contenta, ¿no?

Emma asintió con vehemencia.

—Desde luego que sí.

—De todos modos, cuando volvamos del viaje de novios estarás aquí. Vamos a ir a Francia.

A Elinor le brillaban los ojos, y Emma se inclinó y le dio un beso en la mejilla.

—Te deseo lo mejor. Lo sabes, ¿verdad?

Elinor la miró sorprendida.

—Pues claro que sí. Te noto rara, ¿qué pasa, Emma?

—Nada, es solo que me llena de emoción ver que te vas a casar y que al final todo ha terminado bien.

—Querida Emma, la verdad es que soy muy feliz.

—Lo sé.

Se separaron delante del cuarto de Elinor. Las compañeras de trabajo iban a salir con ella para celebrarlo, pero Emma no se sentía capaz de acompañarlas. Notaba las náuseas a oleadas. Se puso la mano en el vientre.

Tenía que dejar el Flanagans ya, antes de que empezara a notarse, pero después pensaba volver como si nada hubiera ocurrido.