Esta historia comienza con el maestro albañil Serafín Meneses Tovar, quien hacia las ocho y treinta de la mañana del primer día del mes de abril de 1970, cuando se encuentra en el parque principal del pueblo junto a su esposa y cuñado, es requerido para una requisa por un grupo de militares, luego de requisado se le informa que está detenido, lo obligan a subir a un camión Dodge de color verde oliva sin placas, a lo cual opone resistencia, los uniformados logran reducirlo por la fuerza y arrancan, entonces los familiares del maestro albañil alquilan un taxi y persiguen el camión hasta los límites de la vereda Santa Rosa donde los pierden de vista, a la altura del sitio conocido hoy como Hoyomalo encuentran un zapato, presumiendo que el maestro albañil ha sido arrojado al interior del cráter natural convocan al día siguiente a la familia entera y a un grupo de rusos, obreros constructores, rescatistas voluntarios, quienes con lazos y poleas descienden en el agujero pero no logran divisar nada en la oscuridad y regresan pronto con el temor de ser atacados por unas extrañas aves alígeras que parecen ciegas y emiten graznidos que hielan los huesos y a las cuales llaman desde entonces con el nombre de “guaras”, o “comemuertos”, son los propios familiares del albañil los que deciden tomar el arnés y continuar dos días más con el rescate hasta que logran descender por las paredes escalonadas al primer socavón, allí, atraídos por el fuerte olor a descompuesto, hallan el cuerpo del albañil junto a dos cuerpos más de desconocidos en alto grado de descomposición que presentan disparos en cabeza y vientre, esta historia comienza con el cacaotero Benigno Durán, quien es detenido cuando investiga la extraña desaparición de su amigo el curandero y quiropráctico Maximino Velásquez, apodado “Sobayeguas”, que a su vez ha sido conducido, según testimonio de testigos oculares del hecho, por dos hombres armados a los calabozos de la alcaldía, esta historia comienza con el electricista y trapichero Zacarías Arrieta el día que una patrulla de soldados intercepta un bus de servicio rural y es practicada una requisa en el vehículo donde se encontrará un arsenal de munición, aunque él declaró, fueron puestos sin su conocimiento porque él creía que transportaba sólo insumos para el motor eléctrico de su trapiche con el que surte de energía a una vereda, munición que para los militares iba con destino a la guerrilla, Zacarías Arrieta es obligado a bajar del bus y es trasladado por un camión verde oliva a los calabozos de la alcaldía, esta historia comienza con el tornero Antonio Blas, líder del Sindicato de Oficios Varios y de una revuelta popular, quien viaja junto a su señora, su hermano y un sobrino y se dirige en un vehículo particular a una reunión con pobladores de otro municipio, mientras un camión Dodge verde oliva sin placas los persigue por un largo trecho hasta adelantarlos a alta velocidad en una curva, obligando al “ingeniero” Blas a orillarse, luego de ser bajado del vehículo se le informa que él y toda su familia se encuentran bajo arresto, el ingeniero Blas es conducido a “los patios” de la alcaldía sin que sus familiares se den por enterados y allí descubre que dos compañeros del Sindicato de Oficios Varios han sido capturados también en un allanamiento a una tapicería de su propiedad, luego es llevado a un nuevo sitio con la cabeza vendada con un trapo negro, esposado con las manos atrás y deslumbrado luego por un reflector de alta potencia, los captores empiezan a acosarlo con preguntas tendenciosas que lo culpabilizan de ser consueta de guerrilleros, preguntas tramposas que afirman e inculpan por adelantado, preguntas a las que se niega a responder si no está en presencia de su abogado, en horas de la tarde, un mayor del ejército llega hasta su celda y empieza a hacerle un nuevo interrogatorio con las mismas preguntas antes hechas, pero ahora a cada respuesta negativa del tornero agrega un golpe con una tabla, al comienzo por el pecho, luego por la planta de los pies, por las corvas de las piernas, ante el poco poder de persuasión que provoca el método, el mayor se retira y lo siguen interrogando sus dos subalternos con el mismo rigor, a las tres de la tarde vuelve el mayor y le enseña fotografías de personal civil armado al que acusa de ser una célula urbana del Movimiento Guerrillero y trata de obligarlo a reconocer que uno de ellos es el curtidor de cueros Donaldo de Jesús Estrada y otro el artificiero y polvorero Salomón Nova y otro el albañil Serafín Meneses Tovar, luego, que él mismo es uno de los que allí aparecen en una esquina donde hay una silueta borrosa y distorsionada de un hombre que parece más un transeúnte desprevenido que un convidado a posar en la fotografía, a lo cual se apresura a contestar que eso tampoco, porque él nunca ha estado con grupos armados, recibiendo enseguida de parte del mayor una bofetada cada vez que diga no, hasta que en un arrebato de furia del mayor reciba un culatazo en la espalda y oiga la orden de hacerle “cantar” así tengan que “quemarle las huevas”, a punta de baldados de agua fría lo mantienen despierto las siguientes setenta y dos horas, hasta que vuelve a aparecer en el calabozo el mayor con insultos de “grueso calibre” y le advierte que ha llegado la hora de mostrarle cuál es el modo de hacer hablar a un mudo, lo sacan a patadas, vendado y esposado y lo pasan a otra pieza vecina, lo cuelgan, atadas las muñecas a un lazo, mientras el mayor lo obliga a sentarse sobre su propio peso, dándole patadas en las espinillas, para ponerle luego choques eléctricos en los dedos de los pies y en los pezones de las tetillas, así por varias horas, diciendo que todo aquello es apenas el comienzo, que si no habla lo obligará a usar métodos “menos amables”, se entiende que de tortura, luego lo devuelven a la primera pieza y a las tres de la mañana le dice el mayor que viene a llevárselo para un “viaje largo” y que es posible que no vuelva a ver “a la familia”, enseguida lo llevan vendado y esposado y lo suben a un camión que se desplaza por espacio de media hora hasta que bajan en lo que parece ser la orilla de un río, debido al fragor del agua y el estridular de las cigarras, allí el mayor saca una pistola y desasegura el mecanismo, se la pone en la nuca y le dice que va a contar hasta diez y que si no habla disparará al final del conteo, a lo cual el tornero Antonio Blas le contesta que lo mate, puesto que ignora lo que pregunta, de inmediato empieza el mayor a contar hasta diez, antes de terminar el conteo, levanta la cacha y deja caer un cintarazo que lo descalabra, a continuación guardará la pistola y lo llevará a empujones y golpes obligándolo a caminar con rapidez sobre espinos, lo cual se le dificulta por estar todo el tiempo vendado y esposado, lo suben al vehículo y conducen nuevamente a la celda del calabozo, entonces oye la voz del mayor que advierte que volverá a la noche siguiente y que lo matará si se resiste a decir lo que él quiere que diga, en la mañana lo trasladan a un nuevo recinto, aún más pequeño que el anterior, donde no cabe ni de pie ni acostado y durante seis días no le ofrecerán más de comer que una sopa que debe ser para cerdos y no para seres humanos, porque está agria y parece un revuelto de lavazas, durmiendo en el cemento vivo, junto a los alacranes que caminan entre la abertura de sus pies arqueados, sin abrigo, lo mantienen de esta manera desconectado del mundo exterior y de su familia, al día séptimo lo sacan del calabozo, lo llevan a tomarle fotografías, le hacen preguntas, chantajes, a lo que contesta que no sabe nada de nada, esta historia comienza con la fámula, o mujer del servicio doméstico y, esporádicamente, comerciante de acopio en mercados rurales, Herminda de Rangel, quien ha sido detenida junto a su marido y es llevada a un calabozo oscuro, con la cabeza vendada, un hombre al que nunca le vio el rostro dijo que su marido era un cabecilla guerrillero y que ella iba a contar todo lo que sabía de su marido a las buenas o a las malas, a lo que Herminda de Rangel no contestó y un golpe en la boca con la mano abierta fue el comienzo del interrogatorio, por tres ocasiones consecutivas la misma voz le hizo la misma pregunta sobre su esposo y ella se mantuvo silenciosa a pesar de los cabezazos y bofetadas, pero los golpes no se los daba el mismo hombre que hacía las preguntas, notó, quien todo el tiempo se mantuvo alejado a la misma distancia, sino otro que se mantenía muy cerca de ella y olía fuerte, como a sobaquera, al comienzo sólo fueron cachetadas y pastorejos en la nuca y cuescazos en la frente, pero después de media hora fueron golpes a puño cerrado y de refilón, directo al centro del estómago y en los pómulos, y uno en el pecho que le reventó el seno izquierdo, ella se desmayó y ya no supo más, esta historia comienza el día que sacan al caleta, volteador o estibador de abastos Miguel Macías de un cafetín en los alrededores del cementerio municipal, lo suben a un camión Dodge verde oliva sin placas, obligándolo a tenderse en el piso del vehículo, le enfundan la cabeza en una capucha, le esposan las muñecas y lo llevan a un calabozo pequeño, oscuro y desaseado que huele a mierda y orines y donde hay costras de sangre coagulada y donde no puede siquiera alzar las manos que siguen esposadas, al siguiente día lo llevan a interrogatorio y a la salida le dan café de desayuno que sirve lo mismo de almuerzo y de comida porque no le darán más, sólo al tercer día le darán de comida un pan con agua de panela, pero en la tarde un mayor “con cara de loco y voz de mujer” lo hace subir a un camión, le vendan los ojos y lo amordazan con una toalla, lo llevan hasta la orilla de un río profundo, le amarran los pies con un lazo y lo empujan al agua para enseguida traerlo hasta la orilla donde lo interrogan hasta el colapso, en una ocasión pierde el conocimiento por el ahogo y luego, cuando vuelve en sí, se da cuenta de que está esposado en el piso del camión, de regreso, lo ponen dentro del calabozo oscuro, le dicen que se bañe, traen una muda para que se limpie la ropa con rastros y al otro día va de vuelta a una jornada de interrogatorio donde no tiene tiempo tan siquiera de odiar a sus flageladores por meter su cabeza en una bolsa plástica hasta que está a punto de asfixiarse para luego recomenzar, porque sólo piensa en su familia y en que no volverá a verla, a eso de las cinco de la mañana llega el mayor y lo hace vendar de nuevo, lo hace subir al camión verde oliva y lo llevan hasta el lugar donde tenebrosas zumban las aspas de un helicóptero a punto de despegar, entonces lo obligan a subir al helicóptero y, mientras el aparato se eleva, lo atan por los tobillos, el mayor dice a alguien con su voz de dama casi gritando que ahora “sí va a saber lo que es volar” y entonces un golpe lo empuja al vacío, el cuerpo cae, él trata de recordar un rezo para que lo favorezca un santo, pero no recuerda el nombre del santo en la caída, y sin embargo el santo lo favorece porque el cuerpo no revienta contra el piso sino que queda tirante en el aire, y el helicóptero vuela bajo y sus manos que cuelgan ahora por la tensión del lazo que lo ata al helicóptero golpean contra las copas de los árboles más altos, desde el helicóptero tiran del lazo y lo vuelven a subir, el mayor le dice con su voz de dama que hable o la próxima vez lo dejará caer al piso, acepta entonces responder lo que sea que le pregunten, desde que no lo torturen más, a lo que el mayor responde a gritos con una orden de descenso, el helicóptero vuelve a tocar tierra, lo sacan de la nave con la cabeza envuelta en tela oscura y lo suben al camión y vuelven a encerrarlo en el calabozo, “¿quién es el cabecilla del Sindicato de Oficios Varios que pertenece al movimiento guerrillero?”, pero como asegura no saber de qué persona hablan, regresan otra vez los golpes por el estómago y los testículos, sin embargo ese día no vuelven a preguntar nada, y al fin, en la noche, volverán a subirlo al camión y lo dejarán a orillas de una carretera desconocida donde permanece dos horas sin atreverse a quitar la mordaza por miedo a que estén esperando que se mueva para matarlo por la espalda, esta historia comienza el día en que el amansador de caballos Orlando Granados espera el bus intermunicipal para marcharse del pueblo debido a las amenazas consecutivas que se ciernen contra su vida, esa mañana, en la estación de buses, dos hombres de civil tratan de subirlo forzadamente a un vehículo, los pasajeros del bus alcanzan a ver el intercambio de insultos y puñetazos, pero el automóvil arranca y deja atrás el bus cuyo conductor intenta perseguirlos pero sólo alcanza a avanzar dos cuadras hasta que una de las ruedas se desinfla por un tiro y el bus debe detenerse ante el asombro de los pasajeros, esta historia comienza con el sereno y árbitro de fútbol Manolo Rivera de veintidós años que al ser despedido de la celaduría de la construcción del nuevo acueducto municipal ha conseguido trabajo como recolector de cacao en un cultivo cercano y en el trayecto que media entre el terreno y el cultivo desaparece en la mañana del 4 de abril sin dejar rastro, aunque los testigos afirman que la última vez que fue visto se hallaba en la cancha de fútbol pitando un “picadito” de donde salió en compañía de dos hombres desconocidos, vestidos de civil, pero con pelo “tuso” como los militares, quienes habían estado durante el partido sentados como únicos espectadores en las graderías, los testigos afirman que uno de ellos lo llevaba tirado del brazo y otro avanzaba pocos pasos atrás apuntándole con un arma corta, y miraba en todas direcciones de forma amenazante con la cara disfrazada con bigote postizo y gafas oscuras, nadie ha dado más información que conduzca a su paradero, esta historia comienza el día en que el curtidor de cuero Donaldo de Jesús Estrada camina por la carrera catorce, calle de los almorzaderos, con un palillo limpiadientes en la boca porque acaba de salir del Hotel Brasilia, y es interceptado por un vehículo de servicio público de cuyo interior saltan dos hombres armados y uniformados y disfrazados con bigotes y gafas oscuras que, según el taxista, minutos antes lo habían abordado en la bomba de gasolina y lo habían obligado a llevarlos hasta la carretera circunvalar donde lo golpearon y se pusieron los bigotes postizos y las gafas oscuras y se llevaron el taxi, en los ocho días siguientes a su detención lo mantienen aislado, con los ojos vendados, atadas las manos, no se le permite dormir ni se le da alimento alguno, en turnos de tres horas lo interrogan día y noche bajo amenaza para que delate a enemigos del régimen y guerrilleros encubiertos en el Sindicato de Oficios Varios y en la revuelta del mes de abril del año 1970 y la asonada de noviembre del 69, el día noveno es llevado donde otro interrogador que se presenta con el grado de mayor y quien lo amenaza con su voz “delgadita” de ser capaz de lanzarlo de un helicóptero si no colabora con el consejo de guerra que él va a presidir para esclarecer quién ha matado al capitán Penagos en el intento de desalojo de la explanada, invadida por un contingente de facinerosos liderados por la difunta Ana Dolores Larrota, a cuyas preguntas no puede responder, el día 25 de su detención es trasladado y solo hasta el día 30 puede hablar con sus familiares, esta historia comienza con un buhonero o vendedor de bisutería ambulante llamado Ismael Toloza, a quien Donaldo de Jesús Estrada le tiene que lavar la mierda porque al no soportar el rigor de la electricidad se ha defecado entre sus prendas, Ismael Toloza aclarará después que durante su interrogatorio las muñecas le han sido cubiertas con esparadrapo para que no se lastime en el “procedimiento”, esta historia comienza con el maestro de escuela Andrés Gualdrón Otálora que es detenido a las diez de la mañana mientras imparte clases a sus estudiantes por dos hombres vestidos de militar y con el locutor Abigaíl Gildardo secuestrado en la cabina de equipos del parlante municipal y con el tinterillo Misael Pinilla arrestado cuando redactaba una declaración de renta en su banquillo al aire libre en plena plaza y con el cocinero Pablo Moreno apodado “Bitute” secuestrado en la cocina de los comedores escolares donde trabajaba desde hacía diez años y con el soldador y electricista Argemiro Araújo reducido a golpes cuando se encontraba trabajando en la elevación de un cable que llevaría electricidad a la vereda Pozonutria y llevado a un calabozo del que escurre agua por todas partes, luego interrogado durante doce días, maneado, vendado, colgado, luego choques eléctricos en diferentes partes del cuerpo, golpes de karate en el estómago, y sin probar comida, a punta de agua y sopa agria, el día 13 se le permite una entrevista de siete minutos con un familiar al que dice “sáquenme de aquí porque me piensan matar” y el día 15 es trasladado a la cárcel donde se encuentra con Donaldo de Jesús Estrada y Salomón Nova y Rafael Rangel, allí todos se miran sin decir palabra, se escrutan los moretones, las contusiones, las descalabraduras, las heridas aún supurantes, las uñas arrancadas de madre y los arañazos a medio sanar, pero no pueden decirse nada delante de los centinelas “que no nos quitaban los ojos de encima”, pero al mirar al electricista recién llegado advierten como si fuera en un espejo la propia imagen de sus rostros deformados por “el procedimiento”, esta historia comienza con el remontador y zapatero Norberto Ardila Millán, a quien varios presos aseguran haber visto detenido en aquella cárcel pero de quien nadie vuelve a dar noticia en los días siguientes hasta que aparece su cadáver mutilado debajo de un puente sobre el río La Llana, esta historia empieza con el mecánico de bicicletas Antonio “Destor” o “Destornillador” Hinestroza, duramente torturado, fue visto en los calabozos de la alcaldía por otros presos, a quienes pudo hablar, les dijo que padeció de hambre y azotes y mostró su carne lacerada en las piernas y espalda y las tetillas y la boca, con todos los dientes partidos, por lo cual no podía comer nada sólido y por eso algunos le apartaban parte de sus platos de sopa, fue aislado al tercer día por los guardias con el pretexto de brindarle atención médica, pero los demás torturados aseguran que fue para impedirle comunicarse, fue conducido de nuevo a los calabozos de donde desapareció en horas de la noche sin que conste en ningún documento, esta historia comienza con el presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda La Independencia, Evangelista Pimentel, quien fue capturado bajo el cargo de haber hurtado un bulto de aguacates, fue trasladado a “los patios” y visto allí por varios testigos, incluso le dio su ración del día a una madre de otro detenido, pero luego fue llevado a los calabozos donde habría sido ahorcado por gritar y oponer resistencia en el momento en que se le conducía a otro interrogatorio