Los poetas nacen en feligresías apartadas,
de concejos con nombre de lluvia cayendo.
En ciudades como Castelo Branco
o Vila Real, como Viseu
o Braganza,
crecen a mocedad con un cuaderno
que llevan bajo el brazo,
pegado al corazón.
Luego van a Coimbra y una imprenta
compone su saudade personal:
la ceniza del mirto,
el otoño del Távora,
las islas de la bruma,
las alas de los sueños,
el alma de los árboles,
el libro de las mágoas,
la sombra azul del humo.
… Hasta un día en que tocan con la mano
el pecho de otro hombre,
tan duro y contrincante de la niebla
y es una chispa roja lo que salta,
la poesía
necesaria.